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San Leonard de Port-Maurice ofreció esta guía para hacer una

comunión espiritual:
... excita en tu corazón un acto de verdadera contrición, y
humildemente golpea tu pecho, en señal de que te
reconoces indigno de una gracia tan grande, haz todos esos
actos de amor, de auto-entrega, de humildad y el resto , que
estás acostumbrado a hacer cuando te comunicas
sacramentalmente, y luego deseas con un vivo anhelo
recibir a tu buen Jesús ... Y para encender tu devoción,
imagina que la santísima María, o algún santo, tu santo
defensor, está resistiendo para ti lo sagrado [Host];
[imagínate] a ti mismo recibiéndolo, y luego, abrazando a
Jesús en tu corazón, respóndele, una y otra vez, con
palabras interiores impulsadas por el amor: "Ven, Jesús, mi
Amado, ven dentro de mi pobre corazón; ven y sacia mis
deseos; ven y santifica mi alma; ¡Ven, dulce Jesús, ven!
Dicho esto, quédate quieto; contempla tu buen Dios dentro
de ti, y,

SAN JUAN MARÍA BAUTISTA VIANNEY decía sobre la


comunión espiritual: «Una Comunión espiritual actúa en el
alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto
de extinguirse. Cada vez que sientas que tu amor por Dios se
está enfriando, rápidamente haz una Comunión espiritual».

Te amo, oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
hasta el último suspiro de mi vida.

Te amo, oh infinitamente amoroso Dios,


y prefiero morir amándote que vivir un instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es la de amarte
eternamente.
Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te
amo,
quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Te amo, oh mi Dios Salvador,
porque has sido crucificado por mí,
y me tienes aquí crucificado contigo.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo. Amén.
Ven a mi corazón oh Jesus

Yo quisiera Señor, y Dios mío, recibiros con aquella pureza,


humildad, y amor con que os recibió vuestra Santísima
Madre, y con el fervor, y espíritu de los Santos.

1.Acto de comunión espiritual de San Alfonso Ligorio

Jesús mío, creo que estás presente en el Santísimo Sacramento. Te


amo sobre todas las cosas y te deseo en mi alma. Como ahora no
puedo recibirte sacramentalmente, entra al menos espiritualmente
en mi corazón. Como si ya estuvieras allí, te abrazo y me uno
completamente a ti; no permitas que alguna vez me separen de ti.
Amén.

2. Acto de comunión espiritual

Oh Inmaculada Reina del Cielo y de la Tierra, Madre de Dios y


Mediatriz de toda gracia: creo que Tu Hijo amado, Nuestro Señor
Jesucristo, está verdaderamente, realmente y sustancialmente
contenido en el Santísimo Sacramento. Lo amo sobre todas las
cosas y anhelo recibirlo en mi corazón. Como ahora no puedo
recibirlo sacramentalmente, sé tan bueno como para colocarlo
espiritualmente en mi alma.
Oh mi Jesús, te abrazo como Aquel que ya ha venido, y me uno
completamente a Ti. Nunca permitas que me separe de ti. Amén.
3. Acto de comunión espiritual

Como hoy no puedo disfrutar de la felicidad de asistir a los santos


Misterios, ¡oh Dios mío! Me transporto en espíritu al pie de tu altar;
Me uno a la Iglesia que, por manos del sacerdote, te ofrece a tu
adorable Hijo en el Santo Sacrificio; Me ofrezco con Él, por Él y en Su
Nombre. Adoro, alabo y te agradezco, implorando tu misericordia,
invocando tu ayuda y presentándote el homenaje que te debo como
mi Creador, el amor debido a Ti como mi Salvador.
Aplícate a mi alma, te suplico, oh Jesús misericordioso, tus méritos
infinitos; aplíquelos también a aquellos por quienes particularmente
deseo orar. Deseo comunicarme espiritualmente para que Tu Sangre
pueda purificar, Fortalecer Tu Carne y Tu Espíritu me santifique. Que
nunca olvide que Tú, mi divino Redentor, has muerto por mí; que
pueda morir a todo lo que no es Ti, para que en adelante pueda vivir
eternamente contigo. Amén.

4. Oración por la comunión espiritual

En unión, oh querido Señor, con los fieles en cada altar de Tu Iglesia


(especialmente en ... [nombre de tu parroquia, por ejemplo]) donde
tu muerte y tu pasión son suplicadas ante el Padre, deseo ofrecerte
alabanzas y acción de gracias. Te presento mi alma y mi cuerpo con
el sincero deseo de estar siempre unido a ti. Y como ahora no puedo
recibirte sacramentalmente, te suplico que vengas espiritualmente a
mi corazón. Me uno a ti y te abrazo con todos los poderes de mi
alma. O que nada me separe de ti, déjame vivir y morir en tu amor.
Amén.

Creo, Jesús mío,


que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.

Os amo sobre todas las cosas


y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
venid al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.

Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén.

Oh sangre de Jesucristo, yo te adoro en tu eucarística presencia en


el altar. yo creo en tu poder y dulzura. Penetra en mi alma y
purifícala, en mi corazón e inflámalo.

Preciosa sangre de Jesús. Realmente presente en la sagrada hostia ,


alumbra mi inteligencia, toma posesión de mi mente, circula
siempre en mis venas, que todos mis sentidos sean marcados con tu
divina unción ,que mi corazón palpite solo por tu gloria y que mis
labios te exulten por siempre.

Qué fuente de gracias es la Comunión espiritual! Practícala


frecuentemente y tendrás más presencia de Dios y más unión con Él
en las obras".

1. Comunión del VENERABLE RAFAEL MARÍA MERRY DEL VAL. Yo la


rezo con mucha frecuencia. La escribió en Roma, el 14 de julio de
1902:

A vuestros pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y os ofrezco el


arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada,
ante vuestra santa Presencia. OS ADORO en el Sacramento de
vuestro Amor, la inefable Eucaristía, y DESEO RECIBIROS en la pobre
morada que os ofrece mi alma. ESPERANDO LA DICHA DE LA
COMUNIÓN SACRAMENTAL, quiero poseeros en espíritu. VENID A MÍ,
puesto que yo vengo a Vos, ¡oh mi Jesús!, y que vuestro amor
inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. CREO EN VOS y
ESPERO EN VOS. OS AMO. Así sea.

6. San Francisco de Asís decía «cuando no puedo asistir a la


Santa Misa, adoro el Cuerpo de Cristo con los ojos del
espíritu en la oración, lo mismo que le adoro cuando le veo
en la Misa». Y santa Teresa de Jesús: «cuando no podáis
comulgar ni oír Misa, podéis comulgar espiritualmente, que
es de grandísimo provecho».

Por su parte, SAN ANTONIO MARÍA CLARET afirma: «Tendré


una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella, día y
noche, adoraré a Dios con un culto espiritual». En su libro
Camino recto y seguro para llegar al Cielo encontramos esta
bella comunión espiritual. Antes afirma "consiste, pues, esta
comunión espiritual en un inflamado deseo de recibir a Jesús
sacramentalmente":

¡Oh Jesus y Señor mío!... creo firmísimamente que Vos estáis


realmente en el augusto Sacramento del Altar. ¡Ay, Dios
mío! ¡qué feliz sería mi suerte, si pudiera recibiros en mi
corazón!... Espero, Señor, que Vos vendréis a él, y le
llenaréis de vuestra gracia.

Os amo, mi dulcísimo Jesús... ¡Que no os haya amado


siempre!, ¡ojalá que nunca os hubiera ofendido ni agraviado,
dulcísimo Jesús de mi corazón!... yo deseo recibiros en mi
pobre morada.

Aquí calla, adora y entrégate a Jesús sin reserva. Crede et


manducasti (cree, y ya has comido), dice San Agustín. Si con
fe viva deseas comulgar, ya comulgaste espiritualmente
(edición de 1851; páginas 41-42).

Un privilegio incomparable tuvo el santo (y así se presenta


iconográficamente) del que fue objeto fue la conservación de
las especies sacramentales de una comunión a otra durante
nueve años. Así lo escribió en su Autobiografía: "El día 26 de
agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del
Rosario de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me
concedió la gracia grande de la conservación de las especies
sacramentales, y tener siempre día y noche el santísimo
sacramento en mi pecho. Desde entonces debía estar con
mucho más devoción y recogimiento interior. También tenía
que orar y hacer frente a todos los males de España, como
así me lo manifestaba el Señor en otras oraciones."

EL TESORO ESCONDIDO DE LA SANTA MISA

por San Leonardo de Porto Maurizio

Dejamos dicho que el que asiste a la Santa Misa no debe


omitir la Comunión espiritual cuando el sacerdote comulga.
Réstanos ahora explicar el modo de hacerlo. Según la
doctrina del Santo CONCILIO DE TRENTO, hay tres clases de
Comunión: la primera meramente sacramental; la segunda
puramente espiritual, y la tercera sacramental y espiritual a
la vez (1).

No se trata aquí de la primera, que consiste en comulgar en


realidad, pero en pecado mortal, a imitación del traidor
Judas; tampoco hablamos de la tercera, que es la que
practican todos los fieles cuando reciben a Jesucristo en
estado de gracia. Trátase únicamente de la segunda, que se
reduce -según las palabras del mismo Concilio-, a un
ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial, unido
a una fe viva que obra por la caridad, y que nos hace
participantes de los frutos y gracias del Sacramento. En
otros términos: los que no pueden recibir sacramentalmente
el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, lo reciben
espiritualmente haciendo actos de fe viva y de caridad
fervorosa, con un ardiente deseo de unirse al soberano Bien,
y por este medio se disponen a participar de los frutos de
este Divino Sacramento.

Considera bien lo que voy a decir para facilitarte una


práctica que tantas utilidades proporciona. Cuando el
sacerdote va ya a comulgar, estando con gran recogimiento
interior y exterior, modestia y compostura, excita en tu
corazón un verdadero dolor de los pecados, y date golpes de
pecho para significar que te reconoces indigno de la gracia
de unirte a Jesucristo. Después ejercítate en actos de amor,
de ofrecimiento, de humildad y demás que acostumbras
hacer al acercarte a la Sagrada Mesa, añadiendo a esto el
más ardiente y fervoroso deseo de recibir a Jesucristo, que,
por tu amor, está real y verdaderamente presente en el
augusto Sacramento. Para avivar más y más tu devoción,
figúrate que la Santísima Virgen, o tu Santo Patrón, te
presenta la Sagrada Hostia, y que tú la recibes en realidad y
como si abrazaras estrechamente a Jesús en tu corazón, y
repite una y muchas veces en tu interior estas palabras
dictadas por el amor:

“Venid ¡Jesús mío! mi vida y mi amor, venid a mi pobre


corazón; venid y colmad mis deseos; venid y santificad mi
alma; venid a mí, ¡dulcísimo Jesús! Venid”.
Permanece después en silencio, contempla a tu Dios dentro
de ti mismo; y como si hubieses comulgado realmente,
adórale, dale gracias y haz todos los actos que se
acostumbran después de la Sagrada Comunión.

Ten por cierto, amado lector, que esta Comunión espiritual,


tan descuidada por los cristianos de nuestros días, es, sin
embargo, un verdadero y riquísimo tesoro que llena el alma
de bienes infinitos; y, según opinión de muchos y muy
respetados autores, -entre otros el P. RODRÍGUEZ, en su
obra De la perfección cristiana-, la Comunión espiritual es
tan útil, que puede causar las mismas gracias y aun mayores
que la Comunión sacramental. En efecto, aunque la
recepción real de la Sagrada Eucaristía produzca por su
naturaleza más fruto, puesto que, siendo sacramento, obra
por su propia virtud; puede no obstante suceder que un alma
deseosa de su perfección haga la Comunión espiritual tan
humildemente, con tanto amor y devoción, que merezca
más a los ojos de Dios que otro comulgando
sacramentalmente, pero con menor preparación y fervor.

Se conoce cuánto agrada a Jesucristo esta Comunión


espiritual, en que muy frecuentemente se ha dignado
escuchar -por medio de patentes milagros-, los piadosos
suspiros de sus servidores, unas veces dándoles por sus
propias manos la Comunión sacramental, como a Santa
Clara de Montefalco, a Santa Catalina de Sena y a Santa
Ludovina; otras por manos de los Ángeles, como a mi
Seráfico Doctor San Buenaventura, y a los obispos Honorato
y Fermín, y alguna vez también por el ministerio de la
augusta Madre de Dios, que por su misma mano dio la
Sagrada Comunión al Beato Silvestre. Rasgos tan tiernos por
parte de Dios no deben asombrarte, si consideras que la
Comunión espiritual inflama las almas en el fuego de un
santo amor, las une a Dios y las dispone a recibir las más
señaladas gracias. ¿Y será posible que tantas utilidades no
te causen alguna impresión y continúes siempre en tu
indiferencia e insensibilidad? ¿Qué excusa podrás alegar
desde ahora para descuidar todavía una práctica tan útil y
tan santa? Resuélvete, pues, de una vez a servirte de ella
frecuentemente, advirtiendo que la Comunión espiritual
tiene sobre la sacramental la ventaja de que ésta no puede
recibirse más que una vez al día, mientras que aquélla se
puede renovar, no solamente en todas las Misas a que
asistas, sino también en todas las horas del día; de mañana
y tarde, por el día y por la noche, en la iglesia y en tu
aposento, sin que para esto necesites el permiso de tu
confesor; en una palabra, cuantas veces practiques lo que
acabo de prescribirte, otras tantas harás la Comunión
espiritual, y enriquecerás tu alma de gracias, de méritos y de
toda clase de bienes.

Tal es el objeto de este opúsculo: inspirar a cuantos lo lean


un santo deseo de introducir en el mundo católico la piadosa
costumbre de oír todos los días la Santa Misa con una sólida
piedad y verdadera devoción, haciendo en ella siempre la
Comunión espiritual.
¡Ah, qué dicha si pudiera conseguirse! Entonces se vería
reflorecer en todo el mundo aquel fervor tan admirable de
los felices siglos de la primitiva Iglesia en que los cristianos
recibían diariamente la Divina Eucaristía asistiendo al Santo
Sacrificio. Si no eres digno de recibir a Dios tan a menudo,
procura a lo menos oír todos los días la Santa Misa y hacer
en ella la Comunión espiritual. Si yo lograse persuadirte de
esta piadosa práctica, creería haber ganado todo el mundo,
y tendría la dulce satisfacción de haber empleado bien el
tiempo y mis trabajos.

Y a fin de echar por tierra todas las excusas que


acostumbran alegar los que pretenden dispensarse de asistir
a la Misa, pondré en el capítulo siguiente varios ejemplos
adaptados a toda clase de personas, para que todos
comprendan que si se privan de un tan gran tesoro, esto
nace, o bien de su negligencia, o bien de su tibieza y
repugnancia a todas las obras de piedad, por cuyas causas
les esperan amargos remordimientos para la hora de la
muerte.

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