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ASUNCION DE NUESTRA SEÑORA 2021

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Por el alma de Margarita Alzate Hoyos, quien falleció hoy

Treintena 3: Raúl Jiménez Ariza


Treintena 14: María Antonia Mena.
Sexenario 15: Gonzalo Lancheros
Novenario 7: Padre Diego Murcia Rojas
Novenario 4: Salud Hermana Paulina Briones

Cardenal Chibly Langlois queda herido tras terremoto de 7.2 grados en Haití

Salud: Marcos Ávila Nieto


Salud: Clementina Muñoz
Salud: Lucila Muñoz

Claudia Marcela Alvira Gutierrez.

Oh Madre de piedad y de misericordia, beatísima Virgen María, yo miserable e indigno


pecador a Vos acudo con todo el corazón y con todo el afecto, y ruego a vuestra
piedad que, así como asististeis a vuestro Hijo pendiente en la cruz, de la misma
manera os dignéis asistirme con clemencia a mí, miserable pecador, y a todos los fieles
que reciben el sacratísimo cuerpo de vuestro Hijo, para que, ayudados de vuestra
gracia, podamos recibirlo digna y fructuosamente. Por el mismo Cristo Señor nuestro.
Así sea.
JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 25 de junio de 1997

La dormición de la Madre de Dios

1. Sobre la conclusión de la vida terrena de María, el Concilio cita las palabras de


la bula de definición del dogma de la Asunción y afirma: «La Virgen
inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original,
terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma
a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59). Con esta fórmula, la constitución
dogmática Lumen gentium, siguiendo a Pío XII, no se pronuncia sobre la
cuestión de la muerte de María.

Sin embargo, Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente


no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes
debían admitir, la muerte de la Madre de Dios.

En realidad, algunos teólogos han sostenido que la Virgen fue liberada de


la muerte y pasó directamente de la vida terrena a la gloria celeste.

Sin embargo, esta opinión era desconocida hasta el siglo XVII, mientras que, en
realidad, existe una tradición común que ve en la muerte de María su
introducción en la gloria celeste.

2. ¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama


de la muerte? Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo
divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería
difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre. En este sentido
razonaron los Padres de la Iglesia, que no tuvieron dudas al respecto. Basta citar
a Santiago de Sarug († 521), según el cual «el coro de los doce Apóstoles»,
cuando a María le llegó «el tiempo de caminar por la senda de todas las
generaciones», es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar «el
cuerpo virginal de la Bienaventurada » (Discurso sobre el entierro de la santa
Madre de Dios, 87-99 en C. Vona, Lateranum  19 [1953], 188). San Modesto de
Jerusalén († 634), después de hablar largamente de la «santísima dormición de
la gloriosísima Madre de Dios», concluye su «encomio», exaltando la intervención
prodigiosa de Cristo, que «la resucitó de la tumba» para tomarla consigo en la
gloria (Enc. in dormitionem Deiparae semperque Virginis Mariae, nn. 7 y 14: PG
86 bis, 3.293; 3.311). San Juan Damasceno († 704), por su parte, se pregunta:
«¿Cómo es posible que aquella que en el parto superó todos los límites de la
naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la
muerte?». Y responde: «Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte
mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza
tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, él muere según la carne y
con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y
la muerte en fuente de resurrección» (Panegírico sobre la dormición de la Madre
de Dios, 10: SC 80, 107).

3. Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del


pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del
pecado original por singular privilegio divino no lleva a concluir que recibió
también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la
muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de
salvación.

María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo,


pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la
humanidad. También para ella vale lo que Severo de Antioquía afirma a propósito
de Cristo: «Si no se ha producido antes la muerte, ¿cómo podría tener lugar la
resurrección?» (Antijuliánica, Beirut 1931, 194 s.). Para participar en la
resurrección de Cristo, María debía compartir, ante todo, la muerte.

4. El Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la


muerte de María. Este silencio induce a suponer que se produjo normalmente, sin
ningún hecho digno de mención. Si no hubiera sido así, ¿cómo habría podido
pasar desapercibida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna
manera, hasta nosotros?

Por lo que respecta a las causas de la muerte de María, no parecen fundadas las
opiniones que quieren excluir las causas naturales. Más importante es investigar
la actitud espiritual de la Virgen en el momento de dejar este mundo. A este
propósito, san Francisco de Sales considera que la muerte de María se produjo
como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte «en el amor, a causa
del amor y por amor», y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de
amor por su hijo Jesús (Traité de l’Amour de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV).

Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de
vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta
vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo
que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una
«dormición».

5. Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su


Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así,
presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a
reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su
existencia terrena habrá experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo
de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre (cf. Flp  1, 23).

La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el


destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su
maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida.

El significado de la resurrección

Podemos descubrir el hecho de que nuestras almas son inmortales por el uso
apropiado de nuestra razón natural, puesto que las almas son inmortales debido
a su propia naturaleza: no son materiales ni biológicas. Pero sólo la revelación
divina nos puede informar sobre la resurrección del cuerpo, puesto que se
necesita un
acto sobrenatural de Dios para resucitar cuerpos.
“El término ‘carne’ designa al hombre en su condición de debilidad y de
mortalidad.532 La ‘resurrección de la carne’ significa que, después de la muerte,
no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros ‘cuerpos
mortales’ (Rm 8,11) volverán a tener vida” (C 990).

¿Qué significa esto? “¿Qué es resucitar?

En la muerte, separación del alma y del cuerpo, el cuerpo del hombre


cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios [en
el “Juicio Particular”], en espera de reunirse con su cuerpo glorificado [en el
“Juicio Final”]. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos
la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección
de Jesús” (C 997).
Nuestra resurrección depende de Cristo; somos resucitados sólo en él. Su Cuerpo
resucita, y nosotros somos colocados en su Cuerpo. Esto se hace por la fe y el
bautismo. Puesto que la Iglesia es su Cuerpo, y el “arca de salvación”.

¿Por qué morimos?

La primera parte de la sabiduría de la Iglesia sobre la muerte concierne su


origen. ¿Por qué morimos? ¿Cómo entró la muerte al mundo?

Estas son las “malas nuevas” del pasado, que viene antes del Evangelio, que es
la “buena nueva” sobre el futuro, sobre nuestra conquista de la muerte por
medio de Jesucristo.
La buena nueva es que Cristo es el Salvador tanto del pecado como de
la muerte, el Salvador de ambos, alma y cuerpo.

Pero, así como la “buena nueva” de salvación del pecado presupone la “mala
nueva” del pecado, también la “buena nueva” de salvación de la muerte
presupone la “mala nueva” de la muerte.
¿Por qué morimos? La Iglesia nos da tres razones. La primera es natural, la
segunda no natural y la tercera sobrenatural.

1) “En un sentido, la muerte corporal es natural...” (C 1006), porque tenemos


cuerpos animales. No somos ángeles o espíritus puros. Somos “animales
racionales”.

2) “[Pero por la fe sabemos que [la muerte] realmente es ‘salario del pecado’
(Rm 6, 23)553” (C 1006), y por lo tanto, no natural. “Porque Dios no hizo la
muerte ni se alegra con la destrucción de los vivientes” (Sb 1,13). Dios
originalmente hizo al hombre libre de la muerte, pero cuando probó al hombre y
el hombre falló la prueba, el hombre cayó en la muerte (Gn 3, 3,19). La causa de
la muerte es el pecado (Rm 6,23).
Esto no es tan increíble como parece ser para tanta gente hoy.
Está confirmado por la razón, por mitos antiguos y por la psicología moderna. Por
la razón, porque el pecado es separación de Dios y Dios es la fuente de toda
vida. Por los mitos antiguos, porque ellos enseñan el mismo punto: que el
hombre una vez fue inocente e inmortal pero cayó de este paraíso. Por la
psicología moderna
porque la “unidad psicosomática” significa que cuerpo y alma no son dos seres
independientes sino dos dimensiones interdependientes de un ser: usted o yo.
Por lo tanto, la muerte espiritual en el alma (es decir, el pecado) está conectada
naturalmente con la muerte física en el cuerpo.

3) Finalmente, la muerte es ahora un evento sobrenatural, un


camino al cielo. Porque Cristo le ha dado a la muerte este
nuevo significado. “Y para los que mueren en la gracia de
Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también
en su Resurrección.554” (C 1006).
Usando el viejo himno coral, “Abre nuestros ojos,” un cristiano podría cantar:
“Habéis hecho la muerte gloriosa y triunfante, pues por sus portales entramos a
la presencia del Dios vivo”.

3. La dormición y asunción de la Virgen María

1. Introducción
2. Los apócrifos /a>
3. La leyenda dorada textos
31.- Su felicísimo tránsito
32.-la asunción
33.- Coronación como Reina
4.-San Juan Damasceno
5. La iconografía
51.- En occidente
52.- En oriente
6.- El icono
6.1.-El esquema
6.2.-La parte superior del icono
6.3.-El centro del icono
6.4.-Los apóstoles
6.5.-La figura de Cristo
6.6.-La leyenda del profanador
6.7.-La gloria de la Madre de Dios
7. La fiesta
71.-En Oriente
72.-En Occidente
8.-La Fiesta
9.-La Liturgia
10. Reflexión teológica
11. Oración
12. Galería de iconos

1.-Introducción
Desde toda la eternidad, Dios eligió a María, la doncella de Nazaret, para ser la
madre de su hijo, el instrumento de su Encarnación. Esta unión con Jesús
informa la vida de María desde su concepción hasta su muerte. Es dable pensar
que si en el Calvario se unió al sacrificio de su hijo –la espada de dolor que
profetizó Simeón-, de forma semejante se uniría a su Hijo en el tránsito final.
No se encuentra en el Nuevo Testamento testimonio alguno de cómo fueron los
últimos días de la Virgen María. El Evangelio nada dice sobre la vida terrena de la
Madre de Dios después de la Ascensión del Salvador. Ésta debió trascurrir en
Judea hasta la guerra judía –en la que tuvo lugar la destrucción del Templo, en el
año 70-, pues sabemos que hasta esas fechas estuvo Juan, el discípulo que cuidó
de la madre de Jesús, sin salir hacia Asia.
Parece seguro que la Madre de Dios murió en Jerusalén y fue enterrada en
Getsemaní.
Pero si no hay fuentes escritas, la Tradición suplió cumplidamente esta laguna.
La fe de los primeros cristianos fue trasmitiendo la experiencia de los apóstoles,
creando numerosas “historias apócrifas”, y, posteriormente, las catequesis y
homilías de los santos Padres fueron dando contenido teológico a los misterios de
la vida final de María en la tierra.
Cabe destacar "La Palabra de Juan el Teólogo sobre la Asunción de la Virgen" y
“las tres Homilías de San Juan de Damasco” (el siglo VIII) como fuentes de la
inspiración iconográfica más antigua sobre la muerte de la Virgen.
Por lo tanto, el final terrenal de María sigue siendo un misterio para la mente
humana. Como en el “Tantum ergo”, debemos decir: “Præstet fides
suppleméntum, Sénsuum deféctui” (que la fe supla el defecto de los sentidos),
porque estos momentos últimos de María ya no pertenece a la historia de este
mundo, son de la historia de la salvación,
La Iglesia ha iluminado parcialmente este misterio con la definición dogmática de
1950. Una definición que no habla de las circunstancias pormenorizadas de la
partida de María de este mundo, pero afirma la verdad principal de la Asunción,
la verdad de la fe de los primeros siglos. Este icono debido a Theófanes de Creta,
refleja bastante bien la fe del pueblo cristiano en esta verdad que, poco a poco,
se ha ido revelando por la acción del Espíritu Santo, hasta llegar al año 1950, en
el que Pio XII suscribió que:

“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu
de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su
peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y
vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma
augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de
Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por
la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación
divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso
de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste” (Constitución
Apostólica Munificentissimus Deus, 44).

2. Los apócrifos
El momento de la transición de la Virgen a la eternidad no se describe en el
Evangelio. Los detalles de este evento nos son conocidos por la Tradición y varias
fuentes apócrifas.
Con razón podríamos extrañarnos de que la muerte de la Virgen y su Asunción
pasaran desapercibidas para quienes la rodeaban. Este enigma se explica
probablemente por los acontecimientos históricos, cuando durante el primer
asedio de Jerusalén (60-70), los cristianos huyeron más allá del Jordán, hasta
una pequeña ciudad de Decápolis llamada Pella. Allí permanecieron durante
años, separados del resto del cristianismo. Al regresar, encontraron a Jerusalén
completamente destruida y nuevamente se vieron obligados a abandonarlo
durante la revuelta de Barkobéba, en el año 139. Luego se construyó una nueva
ciudad bajo el emperador Adriano y se llamó Aelia Capitolina. Sin embargo, el
acceso a esta región estaba prohibido a cualquier judío. Todos estos eventos
contribuyeron a que la gente olvidara lo que había sucedido en Pella, 60 años
antes.
Que los relatos populares y las tradiciones existentes se basan en un hecho cierto
se conjetura por la unanimidad de los mismos. La glorificación de María es un
acontecimiento metahistórico y por sí mismo escapa a todo testimonio humano,
solo accesible por la fe y la reflexión teológica.
Estos relatos incluyen la leyenda de la Asunción de María, que aparece
relativamente tarde, entre los siglos IV y V. Esta leyenda apócrifa es rica en
simbolismo religioso, haciendo que sea el Arcángel Gabriel, que trajo la buena
noticia del inminente nacimiento de Jesús, quien anunciara ahora a María su
inminente Asunción. Así, con una historia paralela a la Anunciación marca el
comienzo de una nueva vida, un nuevo nacimiento para la propia María.
Pero, al mismo tiempo que realiza esa bella analogía, no duda en contar sucesos
milagrosos fantásticos. Para excitar la imaginación de los creyentes de las clases
incultas recurre a contar sucesos absolutamente increíbles, como decir que el sol
y la luna comparecieron frente a la casa de María, para mostrar el aprecio sin
parangón y el lugar de María al lado de Dios tras su Dormición y Ascensión al
cielo.
Una idea constante en los apócrifos es la presencia de todos los apóstoles en la
muerte de María, haciendo, incluso, que los apóstoles fallecidos cobren vida
temporalmente para despedirse de María y presenciar el milagro de su partida de
la vida terrena.
En Occidente se crearon diversas leyendas sobre la muerte de María,
provenientes de diferentes traducciones de las existentes en lengua griega. Una
diferencia significativa en la versión latina es la historia de que el apóstol Tomás
llegó tarde al entierro de María, y pidió a sus compañeros que abrieran su tumba
para poder verla por última vez y llorar su muerte. Abierta la tumba, se encontró
vacía, tal como pide una historia, en todo paralela con las narraciones del
Evangelio sobre la tumba vacía de Jesús, que quiere enfatizar la conexión
especial entre María y Jesús.
Estas leyendas sobre la Dormición y la Asunción de la Virgen María tardaron en
pasar a ser parte de la tradición eclesiástica, aunque se sabe que la fiesta de la
Dormición de la Virgen se estableció como universal en el siglo VI.
En común, los diferentes relatos coinciden en señalar que el arcángel Gabriel
advirtió a la Virgen que, pasados tres días, su Hijo la llevaría consigo. La
Santísima Virgen, que esperaba con ansia esta noticia, ya estaba lista para ir a la
eternidad, y usó los tres días anunciados para despedirse de todos los amigos
más queridos. Cuando se hizo evidente que no podría ver a algunos de los
apóstoles de su Hijo (por ejemplo, a los apóstoles que estaban predicando en las
partes más alejadas del Imperio Romano) porque tres días no eran suficientes
para reunirlos a todos, la Madre de Dios pidió ayuda a Jesús. El Señor respondió
a las oraciones maternas enviando ángeles a todas las regiones donde estaban
los apóstoles, que los llevaron en medio de las nubes a Jerusalén.

Siglo XIII, mosaico, Santa Maria Maggiore, Roma


Cuando llegó el día señalado para el fallecimiento, María yacía tranquilamente en
su cama, brillando su rostro con tranquila alegría. A su alrededor estaban
reunidas las personas más cercanas. De repente, una luz indescriptible brilló en
la cámara. Por el techo del aposento que estaba abierto Cristo mismo, rodeado
de fuerzas celestiales, se estaba acercando a su Madre. El alma de María se
separó del cuerpo y se dirigió a las manos del Salvador, quien la apretó contra Él.
Mientras, en la cama quedaba el cuerpo que lucía una tranquilidad y serenidad
llamativas, como si la Virgen estuviera durmiendo tranquilamente.

La Madre de Dios fue enterrada en la tumba donde sus padres Joaquín y Ana, así
como su esposo José, habían sido enterrados antes. Mientras el cuerpo de la
Virgen María era llevado solemnemente por Jerusalén las autoridades religiosas
judías decidieron dispersar la procesión. Pero, entonces, los cristianos que
escoltaban a la Virgen María en su último viaje fueron rodeados por una nube y
ocultados a los perseguidores, de manera que los soldados enviados por los
sacerdotes no pudieron hacerles daño.
En medio del desfile del cortejo, un fanático judío llamado Jefonías intentó
derribar el féretro, pero al tocar el carro funerario un ángel del Señor, con el gran
poder de una espada de fuego, le cortó los dos brazos desde los hombros y los
hizo colgar alrededor del lecho, levantadas en el aire. Jefonías, arrepentido de su
descaro, caminó detrás del lecho gritando: "Santa María, que diste a luz a Cristo,
que es Dios, ten piedad de mí". Entonces Pedro se volvió y le dijo: "En el nombre
de Aquél que nació de ella, los brazos que te han sido cortados volverán a ti". E
inmediatamente, a las palabras de Pedro, recobró los brazos.
A todo esto, el apóstol Tomás no había participado en la procesión porque el
Señor específicamente dispuso que llegara tarde. Llegó a Jerusalén tres días
después del funeral. Triste porque nunca volvería a ver a la Virgen María,
comenzó a pedir a sus compañeros apóstoles que le dieran la oportunidad de
despedirse del cuerpo. Acordaron que así fuese, pero cuando abrieron la tumba
contemplaron estupefactos que no había ningún cuerpo en la cueva, sólo estaban
las sábanas funerarias en el nicho, de donde salía una fragancia celestial. Los
apóstoles estaban consternados y regresaron a casa, perplejos y rezando a Dios
para que les dijera dónde buscar el cuerpo desaparecido. Y ese mismo día, en la
noche, mientras cenaban los Apóstoles, se apareció la Madre de Dios rodeada de
ángeles y los saludó con las palabras: "¡Alegraos! Porque estaré con vosotros
todos los días".

3. La leyenda dorada
LA LEYENDA DORADA, esa obra monumental del s. XIII que recoge la
hagiografía de cada día del año, dedica numerosas páginas al evento principal
del día 15 de agosto, que la Iglesia Católica celebra con la festividad de la
Asunción de la Virgen y la Iglesia Ortodoxa con la Dormición de la Virgen.
No siendo posible, ni la trascripción completa del artículo, ni la ignorancia de su
existencia, nos limitamos a recoger los párrafos que nos han parecido más bellos
dedicados a nuestra Madre, sin más atrevimiento que su presentación, con
objeto de hacerla más fácilmente legible:

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA.


Subió Cristo nuestro Salvador al cielo, y dejó a su benditísima Madre y Señora
nuestra en la tierra: no la llevó consigo; porque así convenía a toda la Iglesia,
que no quedara como huérfana de padre y madre, y muy desconsolada y
afligida, si simultáneamente perdiera la presencia corporal de su Padre y maestro
y de su Madre y abogada.

• Dejóla, para que como luna en ausencia del sol alumbrase este hemisferio

• Dejóla para ejemplo de todos los fíeles, para que enseñase a los apóstoles,
instruyese a los evangelistas, esforzase a los mártires, alentase a los confesores,
encendiese en el amor de la pureza a las vírgenes, Y finalmente, para que como
un prodigio divino resplandeciese en el mundo.

• Dejóla para que con el ejercicio de sus admirables virtudes creciesen más sus
merecimientos, y la corona de su gloria fuese también mayor, cuanto había sido
más encendida su caridad, más duras sus peleas, y más colmada la medida de
sus trabajos y victorias.

• Dejóla para aparejarle el lugar que había de tener en el cielo, y salió' él mismo
a recibirla, acompañado de toda la corte celestial, para que la fiesta y solemnidad
de su recibimiento y entrada en el cielo fuese más solemne y regocijada con la
presencia del Señor, que salía al encuentro de su gloriosa Madre, para ensalzarla
y colocarla sobre todos los coros de los ángeles:

Hoy hizo esto el Señor con su dulcísima Madre, llevándola en cuerpo y alma al
cielo, y sentándola en un trono por si sobre todos los coros de los ángeles, y
sobre todos los santos, como Madre suya, y Reina y Señora de todo lo criado: y
por esta gloria tan encumbrada de la Virgen se llama esta fiesta especialmente:
«Día de nuestra Señora».

Verdad es, que hoy celebramos en un día tres fiestas de nuestra Señora debajo
del título de la Asunción:

1..-una es la de su felicísimo tránsito, cuando su bendita alma, dejando el cuerpo


en la tierra, voló a! cielo:
2. .-otra es, cuando poco después se juntó y se reunió la misma alma con el
cuerpo, y con inefable gloria subió al cielo;

3. .-la tercera es de su coronación por Reina de los ángeles y Señora del


universo;

3.1.- Su felicísimo tránsito.


Oyó el Hijo los piadosos ruegos de su Madre, y envióle un ángel con la nueva de
su muerte, y con una palma, en señal de la perfecta victoria que había alcanzado
del pecado, del demonio y de la misma muerte.

No se puede fácilmente creer el júbilo que tuvo el espíritu de la Virgen con tan
alegre nueva, por ver que se cumplía lo que tanto deseaba. Mandó aparejar
muchas velas, limpiar y aderezar el aposento, componer su pobre cama, para
hacer fiesta y aparejarse a la muerte, y a recibir en ella la visita del Autor de la
vida.

Fue muy conveniente que ella delante de mucha gente espirase, y fuese
amortajada y enterrada para deshacer el error de los que la tuvieran por ángel, o
por ventura por Dios, si no muriera. También convino esto para mayor
merecimiento y corona de la Virgen: porque no se puede negar, sino que la
muerte aceptada con paciencia y resignación en la divina voluntad, es muy
meritoria delante de Dios: y por esto se dice, que la muerte de los santos es
preciosa en los ojos del Señor; porque es de gran precio : y mucho más lo fue la
de esta Señora, que así como venció a todos los santos en las demás virtudes,
así también en esta resignación.

Luego que se supo en Jerusalén la nueva que la Virgen había tenido del cielo, y
se derramó por aquella comarca entre los cristianos», vinieron muchos de ellos, y
se juntaron en la casa de la Virgen, que era en un apartado de la casa de la
madre de san Juan.

Había la Virgen deseado ver en esta hora a los sagrados apóstoles, que a la
sazón vivían y andaban predicando las victorias y gloria de su Hijo por el mundo,
y echarles su bendición antes de salir de él: y el Señor, a quien todas las cosas
están sujetas y obedecen, por ministerio de ángeles ó de otra manera, se los
trajo para consuelo de ella y de los mismos apóstoles que se hallaron presentes,
y con ellos otros varones apostólicos, como Hieroteo, Timoteo y Dionisio
Areopagita, que así lo escribe él mismo, y otros graves autores.
Increíble fue la alegría de la Virgen cuando vio en su presencia aquella dichosa y
santa compañía; y después de haber hecho gracia a su precioso Hijo por haberla
regalado con ella, volviéndose a ellos con rostro blando, y con un semblante del
cielo, les dijo el deseo que ella había tenido de partirse de esta vida, y que el
mismo habían tenido los espíritus angélicos de verla a ella en el cielo: y que Dios
se lo había concedido; y que para esto los había traído de diferentes partes.
Todos se enternecieron con estas nuevas, aunque le dieron el parabién de su
gloria y bienaventuranza, y encendieron las velas; y la Virgen sacratísima se
recosió en su humilde cama, y mirándolos a todos con su aspecto más divino que
humano, les mandó que se acercasen y les echó su bendición, suplicando a su
Hijo, que él la confirmase. Todos lloraban y derramaban ríos de lágrimas por la
ausencia de tal Madre, y por ver que se les ponía aquel sol que alumbraba el
mundo: más ella los consolaba y decía: Quedaos con Dios, hijos míos muy
amados: no lloréis porque os dejo; sino alegraos, porque voy a mi querido.

¿Quién podría aquí dignamente explicar la suavidad y ternura con que el Hijo
recibió el alma de la Madre, y las caricias y favores con que la llevó al cielo, y las
alabanzas, fiestas y alegrías con que fue recibida por toda la corte celestial, como
Madre de su Señor y Señora de todos?

Mas al mismo tiempo que expiró la Virgen, los mismos ángeles que acompañaban
su benditísima alma al cielo, y otros que quedaron con su sagrado cuerpo,
hicieron sonar en la tierra una música celestial y divina, que fue oída de los que
allí estaban presentes.

Pero cantaron los ángeles, y lloraron los hombres, y los apóstoles y discípulos del
Señor se deshacían en lágrimas cuando vieron sin duda aquel cuerpo del cual
había tomado carne nuestra Vida, y obrado, y padecido en ella por nosotros
tantos tormentos y penas.

Arrojándose al suelo, besáronle [el cuerpo de la Virgen], regáronle con sus


lágrimas, adoráronle, ungiéronle con preciosos ungüentos, y envolviéronle con
una limpia sábana. Cantaron himnos de alabanza al Señor, y esparcieron flores y
suaves olores, más la fragancia que salía del cuerpo de la Virgen sacratísima era
tan grande, que ningún otro olor se le podía comparar.

Sanaron muchos enfermos de varias dolencias, e hizo Dios otros milagros en su


entierro, que por haberlos escrito en su vida, no los quiero repetir aquí, ni lo
demás que toca a las exequias y sepultura de la Virgen en Getsemaní,
3.2.- La Virgen en cuerpo y en alma subió a los cielos
Puesto, pues, el cuerpo purísimo de la Virgen en el sepulcro, cantaron los
ángeles; y los apóstoles, alabando juntamente con ellos al Señor, se quedaron al
derredor del sepulcro tres días, como trasportados y arrobados en Dios.

Al cabo de tres días llegó allí santo Tomás, apóstol que no se había hallado a la
muerte de la Virgen, y con grande instancia y sentimiento pidió a los demás
apóstoles se abriese el sepulcro, para que él también viese y reverenciase el
santo cuerpo, pues no había merecido venir antes y verle, ordenándolo Dios así
para que con esta ocasión se descubriese la gloria de la Virgen. Porque
abriéndose el sepulcro, no se halló en él el sagrado cuerpo, sino solamente los
lienzos y la sábana en que había sido envuelto, y con ello entendieron que había
resucitado, y tornando a cerrar el sepulcro, del cual salía un olor celestial, se
volvieron a la ciudad llenos de incomparable gozo, teniendo por cosa ciertísima,
que la Reina de los ángeles y Señora nuestra, ya estaba en el cielo en cuerpo y
alma gozando de la cara y bienaventurada presencia de su Hijo.

No pudo aquel cuerpo purísimo de la Virgen ser comido de tierra, ni de los


gusanos; porque era conveniente, que como viva arca del Testamento, no fuese
carcomida, ni padeciese corrupción.

Y así dice san Agustín : «Aquella purísima carne, de donde tomó carne el Hijo de
Dios, creer que fue entregada a los gusanos para que la comiesen, como no lo
puedo creer, así no lo oso decir.» (Y añade):

Y si Cristo nuestro Señor dijo, que el que le ministrase y sirviese estaría en el


mismo lugar donde él estaba, muy justo fue que la que le había servido y
ministrado no como los otros, sino por otra más excelente manera (vistiéndose
de su carne, sustentándole con su leche, criándole con su solicitud,
acompañándole en sus huidas y temores, y padeciendo mil martirios atravesada
de dolor al pie de la cruz), estuviese con un modo singular y extraordinario
donde estaba su Hijo que en cuerpo y en alma reinase con él, pues toda la honra
de la Madre es honra del Hijo, y ninguna honra que el Hijo a tal Madre puede dar
se lo debe negar.

La manera con que resucitó el cuerpo de la Virgen santísima, y de nuevo se unió


con su alma ya bienaventurada, no lo dice la sagrada Escritura, como tampoco lo
demás que aquí queda referido, mas por lo que escriben algunos graves autores,
podemos creer que a los tres días después de su glorioso tránsito (aunque
algunos ponen más, y otros menos tiempo), para que en todo se pareciese a su
unigénito Hijo que estuvo tres días en el sepulcro, el mismo Hijo vino del cielo
acompañado de innumerables ángeles, y del alma de la Virgen, y bajó al
sepulcro, y dio vida al cuerpo muerto, y le volvió a juntar con aquella alma
gloriosa,

Fue presentada por el Hijo delante del Padre eterno, recibida de él, como Esposa
dulcísima y templo suyo, y coronada de gloria, y constituida Emperatriz del
universo y Reina soberana de todas las criaturas.

3.3.- Coronación por Reina de los ángeles y Señora del universo


Sentóse como otra Betbsabé madre de Salomón, en una silla al lado de su Hijo
sobre todos los coros y jerarquías de los celestiales espíritus y de todos los
santos. Aquí vinieron aquellos divinos cortesanos a hacer reverencia, y dar la
obediencia a su Reina y Señora, admirándose de su belleza, de su gracia y de su
santidad, y que una pura criatura estuviese tan reluciente, y tan vestida del sol
do justicia y de su inmensa claridad, que oscureciese con ella a todos los demás
santos, y estuviese tan encumbrada y tan levantada sobre todos, que apenas la
podían ver, y maravillados de la grande novedad y gloria decían: ¿Quién es esta
que sube del desierto llena de deleites y recostada sobre su amado?
Otros considerando el olor suavísimo de sus virtudes decían: ¿Quién es esta que
sube como una vara delgada de humo de mirra e incienso, y de todos los polvos
olorosos, que son todas las virtudes?

Otros maravillados de su resplandor y hermosura decían: ¿Quién es esta que


sube a lo alto como la luz de la mañana, cuando comienza a esclarecer: hermosa
como la luna, escogida como el sol y terrible como los escuadrones de los
ejércitos bien ordenados?

Espantábanse los serafines, viéndola tan abrasada y encendida en amor de Dios,


que a ellos mismos los inflamaba, y en su comparación eran fríos. Admirábanse
los querubines cuando la consideraban tan llena de luz y de sabiduría, que los
enseñaba a ellos, y delante de ella parecían niños e ignorantes. Los tronos
estaban absortos, contemplando como en aquella arca viva reposaba la santísima
Trinidad, mucho más perfectamente que en ellos.

Así dice el seráfico doctor san Buenaventura:


«Admirable privilegio de la gloria de María, es que todo lo que después de Dios
es lo más hermoso, más dulce, más alegre en aquella gloria de los
bienaventurados, todo esto es de María: todo está en María y todo les viene por
María.»

De esta manera fue recibida y llevada esta Señora a aquel trono que Dios le tenía
aparejado; y en cierta manera, como dice el cardenal Pedro Damián, fue este
recibimiento de la Virgen más solemne e ilustre, que el que hizo a su Hijo cuando
subió a los cielos.Porque entonces los ángeles salieron al encuentro, y recibieron
al Señor de la majestad como triunfador de la muerte; y a su Madre dulcísima la
recibieron todos los ángeles y santos que estaban en el cielo, y su mismo Hijo
(que es el Santo de todos los santos) Ja acompañó y presentó a Ja santísima
Trinidad, y la asentó en su trono.

La Virgen tiene más gloria que todos los ángeles y todos los santos juntos, de
manera que si toda la gloria de ellos se juntase y amontonase, y como se
fundiese o hiciese una, y se pusiese en una balanza, y en otra la gloria sola de la
Virgen, dicen que pesaría la de ella sola más que la otra de todos los santos
juntos. En confirmación de esta probable opinión dice el devoto capellán de
nuestra Señora san Ildefonso estas palabras; «Así como lo que hizo la Virgen es
incomparable, y lo que recibió inefable; así es incomprensible el premio de la
gloria que mereció:» y san Bernardo: «Tanta es la gloria singular que tiene en el
cielo, cuanta fue la gracia que sobre todos tuvo en la tierra».

¿Quién duda que se le dio más gracia, y por consiguiente mayor gloria, que a
todos? Porque el amor de Dios no es ocioso ni de cumplimiento, como el de-los
hombres, sino que a quien más ama, hace más bien, y a la medida de su amor
es la gracia: a la cual siempre corresponde igual grado de gloria: ¿quién duda,
sino que se debe más amor y honra a la madre sola que a todos los criados
juntos? ¿ Y que el que más ama a Dios es más santo y más amado de Dios?¿ Y
que la Virgen santísima amó más a su precioso Hijo, que a todos los santos, y
que (como dice san Anselmo) fue cosa conveniente que resplandeciese con una
pureza tal, que debajo de Dios no se pueda entender otra mayor? Y no fuera tal
esta pureza y santidad de la Virgen, si no sobrepujara la de todos los santos, y
de una manera, que no se puede entender otra mayor.

Pero una de las razones, que arriba tocamos del tránsito de la Virgen de esta
vida temporal a la eterna, es la que dice la Iglesia en una oración :
«Para que con grande «confianza interceda por nosotros.»

No quiere decir la iglesia que si la Virgen estuviera en la tierra no intercediera por


nosotros, ni fuera nuestra abogada, sino que para poderlo hacer con mayor
confianza nuestra, subió a los cielos; para que nosotros entendamos que está
donde ve en Dios todas nuestras necesidades, y oye nuestros clamores y
piadosos ruegos, y se compadece de nuestras miserias, y las presentará a su Hijo
benditísimo como Madre, y nos envía desde el cielo lodos los bienes

No hay estado alguno en la Iglesia de Dios, que no esté debajo de su amparo y


protección. La caridad y celo que tuvieron los apóstoles; la fortaleza y constancia
de los mártires; la sabiduría y luz de los doctores; la humildad y penitencia de los
confesores; la castidad y pureza de las que se consagraron a Dios; y todo el
ornato, gracia y gloria de la Iglesia católica, es fruto y obra de su intercesión.

Y así dice san Germán, arzobispo de Constantinopla, hablando con la Virgen,


estas palabras:
«Ninguno se salva sino por vos, ¡oh Virgen santísima! Ninguno es libre de los
males, sino por vos, ¡oh, Virgen purísima! Ninguno hay que reciba dones de Dios,
sino por vuestra mano, ¡oh, Virgen castísima! De ninguno tiene Dios misericordia,
sino por vos, ¡oh, Virgen benditísima! ¿Quién después de vuestro bendito Dijo
tiene tanto cuidado del linaje humano como vos?

¿Quién así nos defiende de nuestras tribulaciones? ¿Quién tan presto nos
socorre, y nos libra de las tentaciones que nos acosan y persiguen? ¿Quién con
sus piadosos ruegos así intercede por los pecadores, y los excusa y les alcanza
perdón, y los libra de las penas que por sus pecados merecen?

Por esto recurre a vos el que está afligido, el que se siente agraviado y el que se
halla angustiado y combatido de las furiosas ondas de este mar tempestuoso,
mira a vos, como al norte y estrella rutilante, para que le salvéis y llevéis al
puerto".

«Rogad por nos ahora, y en la hora de nuestra muerte.».

4.-San Juan Damasceno


Ahora presentamos unas palabras de san Juan Damasceno, seguramente el
mayor teólogo de su tiempo, como representante de la producción teológica
primera defendiendo el misterio de la Asunción de María.

“Era necesario que la que recibió la Palabra de Dios en su seno ella misma
habitara en los divinos tabernáculos de su Hijo; y así como el Señor dijo que
“debería estar en lo que es del Padre” ( Lucas 2, 49 ), así la Madre debería haber
habitado en los aposentos del Hijo, “en la casa del Señor, en los atrios ... de
nuestro Dios” ( Sal. 134: 2 ), porque si en Él está la morada de todos los que se
regocijan ( Salmo 86: 5 ), entonces ¿dónde [podría haber] la causa del gozo? Era
necesario que Aquel que mantuvo [Su] virginidad inquebrantable al nacer,
también mantuviera [Su] cuerpo incorruptible después de la muerte.

Era necesario que Aquel que llevaba en brazos al Creador como un bebé viviera
en aldeas divinas.

Era necesario que la Novia, a quien el Padre había escogido, morara en los
salones de bodas celestiales.

Era necesario que la que vio a su Hijo en la cruz y llevó en su corazón la espada
del sufrimiento ( Lc 2, 35 ), de la que escapó al nacer, lo viera sentado junto al
Padre.

Era necesario que la Madre de Dios poseyera todo lo que pertenecía al Hijo, y
que toda la creación la venerara como Madre y sierva de Dios. Porque la herencia
siempre pasa de padres a hijos, pero ahora, como dijo cierto sabio, las fuentes
de los ríos sagrados fluyen hacia atrás, porque el Hijo subyugó toda la creación a
la Madre”. (San JUAN DAMASCENO, Tres palabras de alabanza a la Dormición de
la Madre de Dios, palabra 2ª, 14; en
(https://azbyka.ru/otechnik/Ioann_Damaskin/tri-pokhvalnykh-slova-na-uspenie-
bogomateri/#0_2)

5.- La iconografía
5.1.-En Occidente
En Occidente, la imagen bizantina de la Dormición experimentó un mayor
desarrollo. El motivo inicial de su muerte y el rescate de su alma por Cristo se
convirtió en el punto de partida para un ciclo de glorificación de la Madre de Dios
que culmina en la escena de la coronación de María.
En Occidente, la tendencia realista del arte occidental y su propensión a
“contemplar” el misterio como un proceso lleva a que la Asunción del alma de
María conlleve también la Asunción de su cuerpo, y su resucitación previa, para
terminar con su coronación en gloria por Dios Padre.
El siguiente link le dirige a una magnífica exposición del tema de la Asunción de
María hecha por pintores occidentales https://www.youtube.com/watch?
v=IX9KPn3jbDk

5.2.-En Oriente
Para la Iglesia Ortodoxa, el esquema de la Dormición se fija alrededor del siglo
XIII, y se así, prácticamente canónico hasta el siglo XV, momento a partir del
cual se comienzan a introducir escenas tomadas de los apócrifos. Si el icono de
Teóphanes todavía muestra la composición antigua, los iconos del siglo XV y
posteriores presentan un considerable enriquecimiento en el número de escenas
incorporadas al icono. Así, la escena del profanador acercándose al cuerpo de
María; del ángel blandiendo una espada para impedirlo; de los brazos cortados;
de los apóstoles trasportados por los ángeles hasta el camerino de la Virgen; de
las multitudes de ángeles en el cielo para acompañar el ascenso de la Virgen; de
la Virgen en gloria situada en la parte superior del icono; etc.

6.-El icono
6.1.-El esquema

Hay a modo de una gran cruz formada por la figura de Cristo en el eje vertical y
una cama cubierta con tela morada sobre la cual descansa el cuerpo puro de la
Virgen, formando el eje horizontal. En el centro geométrico del cuadro, detrás de
la cama se encuentra la figura de Cristo, que sostiene en sus manos el alma
santa de su madre.
El icono no está sujeto a las leyes de la tierra, ni a las dimensiones del espacio o
las limitaciones del tiempo: recoge como el artista sabe hacer el misterio de la fe.
Quiere presentarnos el mundo celestial, la eternidad. Además, en el icono de la
Dormición, las escenas no siguen el orden cronológico, sino que son parte de
todo el misterio y revelan sus dimensiones espirituales. Así los Apóstoles
aparecen por última vez alrededor de la Madre de Dios. Sus rostros y sus gestos
expresan una profunda tristeza porque han perdido a quien también era su
Madre.
Todo el cuadro presenta un cierto abigarramiento de figuras y símbolos que
intentan recoger el contenido de las tradiciones sobre la Asunción de la Virgen.
La figura de Cristo --que se inclina sobre el cuerpo de la Madre y sostiene en sus
manos su alma santa (siempre se la representa como un bebé recién nacido
envuelto en pañales)--. por su posición central y la rotundidez de su presencia,
preside el misterio de salvación que ocurre alrededor del cuerpo de María
Los ángeles vuelan sobre el Salvador y la Virgen, testigos celestiales de este
glorioso y triste momento
Las primeras imágenes fueron generalmente concisas y de figura pequeña. Los
apóstoles están de pie, a la derecha y a la izquierda de la cama de la Virgen, sus
poses y gestos son tristes y transmiten la tristeza general del momento, aunque
en algunos iconos vemos a los Apóstoles en el cielo, tomados en las nubes por
los ángeles, para presenciar el paso de María y ser testigos de la gloria.
Según la tradición, la Dormición tuvo lugar en la casa de Juan el evangelista, en
Jerusalén, en el mismo lugar donde se había producido la efusión de
Pentecostés, el Descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles. .
En el siglo XI aparece el denominado “tipo de nube” del icono de la Asunción, en
el que, además de la escena de la despedida de los apóstoles a María en su
lecho, en la parte superior de la composición se muestra cómo los ángeles los
llevan por el cielo hasta el lugar de la Asunción. Es de este tipo al que pertenece
el icono del siglo XIII, notable por sus cualidades artísticas, del Monasterio
Desyatin de Novgorod (Galería Estatal Tretyakov, Moscú).

6.2.-En la parte superior del icono


, vemos a la Madre de Dios en un halo, llevada al cielo por los ángeles. Ella está
vestida con el maphorion, en otros iconos está toda vestida de blanco. El halo
está en tonos azul verdoso. Tiene tres círculos, como el halo de Cristo de la
Transfiguración: símbolo de la divinidad, de las tres personas de la Trinidad. Por
lo tanto, la Virgen entró en el misterio inefable de Aquel a quien se unió durante
su existencia. En otros iconos, vemos sobre el halo un segmento del cielo cuyas
puertas se abren para recibir a la Madre de Dios.

En algunos iconos, se representa otro detalle interesante: todo el campo libre del
icono en su parte superior está cubierto de nubes, en las que se pueden ver
figuras de personas y ángeles. De una manera tan inusual, los pintores iconos
representan a los apóstoles que no pudieron llegar a tiempo a Jerusalén, y
finalmente fueron entregados milagrosamente en las nubes por los ángeles.

6.3.-En el centro del icono


En el icono, la Madre de Dios yace en una cama ricamente decorada, vestida con
un mophorion, este abrigo cuyo color varía entre marrón y morado. Sus ojos
están cerrados, una mano descansa sobre su corazón, la otra está extendida. La
cama y el cuerpo forman una línea horizontal, un signo de descanso y la ausencia
de vida. María se somete a las leyes de la naturaleza que no eran incompatibles
con la majestad con la que estaba vestida, porque su Hijo acordó morir para
salvar el mundo.
Pero la muerte de la Madre de Dios no es solo el final de su humilde existencia
terrenal. El momento en que su alma estuvo realmente separada de su cuerpo
por un tiempo, que tal vez fue muy corto, este momento fue la culminación de
una vida que había sido completamente consagrada a Dios. Entonces ella no
sufre la muerte, sino que pone su alma en las manos de su Hijo. Como él, ella
muere libremente, voluntariamente. La liturgia bizantina enfatiza este aspecto
con gran insistencia. La mayoría de las veces hay una vela frente a la cama.

Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Monasterio de Stavronikita. Athos


(autor: Teófanes de Creta)
En algunos iconos se figura claramente que la escena ocurre en el interior de un
edificio, en una habitación. Así, se dibujan siluetas incompletas de columnas,
ventanas, arcos, cornisas y otros elementos arquitectónicos. A veces, en lugar de
un rico fondo interior, simplemente puedes ver dos pilares y telas colgando sobre
ellos, una vela extendida sobre las personas reunidas. En cualquier caso, tanto la
tela como otros elementos pueden ser símbolos tanto del espacio cerrado como
de los edificios de la ciudad de Jerusalén por los que pasó la procesión fúnebre.

6.4.-Los apóstoles
Alrededor de la cama aparecen por última vez junto a la Madre de Dios. Sus
rostros y sus gestos expresan una profunda tristeza porque han perdido a quien
también era su Madre
El conjunto de los personajes que aparecen alrededor de la Virgen no es fijo. Si
lo que contemplamos es un fresco o un icono grande el número de figuras
próximas es mayor que si se trata de un pequeño icono. Pero en cualquier caso,
Pedro y Juan están presentes en todas las figuraciones. Es muy frecuente ver a
Pedro con un incensario en sus manos fumigando la cama de la Virgen con
incienso. Juan, inclinado sobre el cuerpo de la Virgen, solloza desconsolado.
Junto con los apóstoles, a veces puedes ver a las personas que de alguna
manera entraron en contacto con la Virgen. Por ejemplo, Juan Damasceno,
enamorado de la Santísima Virgen en sus escritos.

6.5.-la figura de Cristo


Detrás del cuerpo de la Madre acostada en la cama, aparece el Hijo de Dios,
vestido de luz. su rostro no expresa alegría o ternura por su madre, sino fuerza y
determinación. Es el Resucitado quien aparece aquí, el vencedor de la muerte.
Está rodeado por una mandorla, un halo enorme que simboliza la gloria divina.
En sus manos hay un niño pequeño envuelto en vendas: Es el alma de la Virgen
María, pintado de manera que recuerda al bebé que aparece en el icono de la
Natividad. Ahora Él presiona su alma pura contra su pecho. También hay muchos
ángeles junto a Cristo, que forman una procesión de gloria que acompaña hasta
el Cielo al Rey y a la Reina del universo.
La Dormición de la Virgen se manifiesta como un paso previo a su Resurrección y
es un signo eficaz de la Resurrección de la humanidad en el Juicio Final. María es
de hecho la primera persona humana en quien se da completamente ya la
salvación que nos ha ganado Jesucristo, aquella que esperamos todos tras la
próxima venida del Hijo del hombre al fin del mundo.

6.6.-La leyenda del profanador


En primer plano del icono, frente a la tumba de la Virgen, vemos a un personaje
que levanta los brazos para tocar la tumba. A su derecha aparece el Arcángel
Miguel, quien le corta las manos con la espada. En otros iconos, este personaje
retrocede, manos marchitas. Así lo expresa San Juan Damasceno:
"Se dice que en el momento en que los portadores del cuerpo bendito de la
Madre de Dios comenzaron a descender la ladera de la montaña, un hebreo,
esclavo del pecado y atado por un pacto con error ... se arrojó de un Impulso
demoníaco en esta residencia divina, cuyos ángeles se acercaron con miedo,
agarrando con sus dos manos la cama fúnebre ... ... quería que cayera al suelo.
Se dice que fue privado de sus dos manos., y ... de repente mutilado, hasta el
momento en que, cediendo a la fe y al arrepentimiento,.. se encontró sano y
salvo" (San Juan Damasceno, segunda homilía sobre la Dormición de la Virgen,
13)
En la composición siguiente puede verse cómo a partir del siglo XV aparecen más
detalles en el icono y, entre éstos, un testimonio del suceso ocurrido cuando se
pretendió profanar el cuerpo de la Virgen.

Expresa San Juan Damasceno con estas palabras, que la Madre de Dios, la que
es "más venerable que los querubines, más gloriosa que los serafines" está bajo
la protección del del Altísimo en persona y que no será tocada ni por el mal ni
por el odio.

7.-La gloria de la Madre de Dios


Como podemos ver en el icono de la derecha de la composición anterior, algunos
iconos presentan en la parte superior del cuadro a la Madre de Dios en una
situación de gloria, normalmente en una mandorla o halo mientras es llevada al
cielo por dos ángeles. Unas veces está vestida con el maphorion, y en otras toda
vestida de blanco.
Cuando en el halo tiene tres círculos, simboliza la divinidad de las tres personas
de la Trinidad. El conjunto da a entender que la Virgen entró en el misterio
inefable de Aquél a quien dio a luz y, con Él, en el misterio Trinitario.

8.-La Fiesta
El 15 de agosto las iglesias católica y Ortodoxa celebran el misterio de la
Asunción/ Dormición de la Santísima Virgen María. Esta fiesta conmemora un
doble hecho, tanto la partida (Dormición, una feliz manera de expresar que se
trató de un tránsito más parecido al sueño que a la muerte) de María de esta
vida, como la gloriosa Asunción de su cuerpo al cielo.
La comparación de los iconos de El Greco y de Teófanes de Creta que figuran en
el punto 5 de esta página habla bien de la doble celebración que el día 15 de
agosto trae a las grandes iglesias cristianas y, a la vez, la distinta sensibilidad
que el milagroso tránsito de la Virgen de esta tierra ha merecido para Oriente y
Occidente.
Oriente expresa en el icono de la Dormición de la Madre de Dios, de Teófanes de
Creta, su comprensión del momento en que Jesucristo viene a hacerse cargo del
alma de su madre. Allí, la Iglesia apostólica reunida en torno a María, ve como su
Señor ha venido a recoger el alma de su madre.
Occidente, a través del icono de El Greco, contempla que la Virgen María aparece
gloriosa en el cielo, rodeada de ángeles que la aclaman, en el momento que su
Hijo recoge el alma que abandona su cuerpo.
En Oriente se celebra desde finales del siglo VI con el nombre de “Dormitio” o
“Koimeis”, es precedida por la llamada “pequeña cuaresma de la Madre de Dios”,
período de oración y de ayuno que comienza el uno de agosto. En estas dos
semanas, mientras se llega al día de la fiesta, por la tarde se celebra el oficio de
la Paráklisis (“súplica”, “invocación”, “consolación”), una oración a la Madre de
Dios, muy popular y amada por los fieles. El día 14 tiene lugar una pre-fiesta y es
seguida por una octava que concluye el día 23.
En Occidente la evolución fue más lenta. La ausencia de fuentes auténticas, junto
a la general reserva de los padres latinos con respecto a los libros apócrifos, hace
que apenas se registren testimonios sobre la Dormición durante los primeros
siglos. Además, pronto pasó a ser llamada la fiesta de la Asunción, pues
Occidente consideró este evento, precedido por la resurrección, como el objeto
principal de la nueva fiesta, pasando la muerte a un segundo plano
En el siglo IX hay testimonios de dos historias pseudónimas, una atribuida a San
Jerónimo, la otra a San Agustín, sobre el significado profundo de los
acontecimientos alrededor de la muerte de María.
El pseudo-Jerónimo, sin negar la resurrección corporal de María, la cuestiona y la
presenta como una mera opinión piadosa del pueblo y durante mucho tiempo, la
tendencia representada por el Pseudo-Jerónimo tuvo numerosos partidarios El
pseudo-Agustín, por el contrario, no puede aceptar que el cuerpo de la Virgen
María haya sufrido la corrupción de la tumba, opinión que tuvo una gran
influencia en la liturgia. Ya a mediados del siglo XIII, la doctrina de la Asunción
corporal se hizo cada vez más firme. Los grandes teólogos escolásticos, como
Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, lo consideran como la fe común de
la Iglesia.
Alrededor del siglo XV, la fiesta de la Asunción se celebraba con gran brillantez y
jugó un papel importante en la devoción de la gente. Esta devoción mantuvo
continuidad hasta los tiempos modernos y condujo en la Iglesia romana a la
definición de los dogmas de la Inmaculada Concepción (definido por el Papa Pío
IX en su constitución Ineffabilis Deus, el 8 de diciembre de 1854) y la Asunción
(Pío XII, Munificentissimus Deus, año 1950), dos misterios estrechamente
vinculados.

9.-La liturgia
Ambas realidades son festejadas por las liturgias ortodoxa y católica.
Oriente se fija en la presencia en el icono de todo el colegio apostólico, con
Pedro, su cabeza, y Santiago, primer obispo de Jerusalén. Es una bella relación
entre la Fiesta, la Ciudad Santa y el Protoevangelio de Santiago, apócrifo en el
cual se basa en muchos puntos esta misma Fiesta:
“Cuando te marchaste, oh Madre de Dios, junto a Aquél que de ti nació
inefablemente, estaban presentes Santiago, hermano de Dios y primer pontífice,
junto a Pedro, venerabilísimo y sumo corifeo de los teólogos, y de todo el coro
divino de los apóstoles”. (Tropario de la fiesta).

En la segunda parte del tropario podríamos decir que la acción litúrgica se


traslada al cielo y todas las criaturas angélicas son involucradas en la alabanza y
en la confesión del misterio de la Redención de Cristo:
“Desde lo alto las santísimás y nobilísimás huestes angélicas miraban con estupor
el prodigio y, con la cabeza inclinada, las unas a las otras se gritaban : Alzad los
dinteles, himnos de gloria el cuerpo santo y venerable que ha hospedado al
Señor que a nosotros no se nos ha dado a contemplar. Y nosotros, festejando tu
memoria, a ti gritamos, oh digna de todo canto: Alza la frente de los cristianos y
salva nuestras almas”.

Occidente, proclama que


"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de
pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo
y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para
ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del
pecado y de la muerte" (Lumen Gentium,59).

En la liturgia eucarística de la fiesta de la Asunción, la Iglesia anuncia, pensando


en María:
"Un gran signo apareció en el cielo; una mujer vestida del sol, con la luna bajo
sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Antífona de Entrada)
"Dios todopoderoso y eterno, que hiciste subir al cielo en cuerpo y alma a la
inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos vivir en este mundo sin
perder de vista los bienes del cielo y con la esperanza de disfrutar eternamente
de su gloria". (Prefacio).

10.-Reflexión teológica
El icono de la Asunción nos revela una verdad trascendental para el vivir
cristiano: que la vida no es un callejón sin salida, ni la muerte un final sin
sentido. El ser humano es creado para una vida sin término, eterna, en la que la
etapa terrestre es seguida de una nueva realidad vital, más plena, más feliz al
lado de Dios a quien verá cara a cara.
El contraste entre la mitad inferior del icono, que presenta el ambiente doloroso
de la despedida a la Virgen, y la mitad superior, donde ésta entra en el cielo
portada por su hijo para ser coronada por el Padre, es símbolo de la aventura
humana, que en su camino a la gloria celestial debe transitar este valle de
lágrimas lleno de tribulaciones, movido por la esperanza de que el tránsito de la
Bienaventurada Virgen María es el prototipo de su propio camino.
La fiesta del 15 de agosto presenta a los cristianos el acontecimiento de la
muerte como un momento con dos sucesos que se operan simultáneamente,
aunque nosotros, hombres que vivimos en un mundo con dimensión temporal,
sólo lo podamos imaginar en forma de proceso secuencial. El cristiano sabe que
su alma inmortal, creada para vivir eternamente, abandona el cuerpo en el
momento de la muerte para pasar al Reino de Cristo donde, al cabo de un
tiempo que sólo conoce el Padre, también su cuerpo conocerá la resurrección.
La Dormición/Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación
singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los
demás cristianos y se coloca claramente en la economía de salvación de Cristo
mismo. Como se ve en los iconos, los apóstoles se convierten en celebrantes del
misterio de la redención de Cristo por medio del cuidado del cuerpo de Aquella
que se convierte en morada de Dios:
“Con himnos teológicos los apóstoles celebraban el divino y extraordinario
misterio de la economía del Cristo Dios; y prestando los últimos cuidados a tu
cuerpo, origen de vida y morada de Dios, se regocijaban, oh digna de todo
canto” (Tropario de la Fiesta)

Con la proclamación del dogma de la Asunción, que refiere cómo la Madre de


Dios después de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria
celestial, la Iglesia Católica abre sobre el insondable misterio de la muerte una
ventana que lo ilumina con la luz de la muerte y resurrección de Cristo. Y lo
ilumina con una luz de esperanza, porque
"La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la
Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás
cristianos" (CIC, 966).
La Asunción de la Virgen realiza en el género humano la redención definitiva
traída por Jesucristo. Ya hay una persona humana a quien la redención de Cristo
le ha alcanzado plenamente, no como a nosotros que, al aplicarla a nuestra vida
a través de los sacramentos, por ejemplo, la vemos realizada según nuestra
condición pecadora, y con un complejo sentimiento de gozo y frustración
debemos decir “ya sí, pero todavía no”.
María es la esperanza cierta de que nuestro destino no es una quimera. Ella ya
ha alcanzado lo que a mí se me ha prometido. Esta seguridad es la respuesta al
mito pagano de la reencarnación, de quien busca dentro del limitado mundo de
su inteligencia la respuesta a su infinita ansia de vida y su infinito horror a la
muerte. El afán por el poder, el dinero, la autoridad, el prestigio humano, la
salud… es un sinvivir agotador para el hombre europeo del Siglo XXI.
El cristiano, que no vive fuera del mundo y no es ajeno a las fatigas del hombre
contemporáneo, y que se mueve en la tensión y el cansancio del” ya sí, pero
todavía no”, encuentra un oasis de paz y descanso en el misterio de la Asunción.
Sobre nuestra vida terrenal, en medio de las fatigas y caídas de nuestro
peregrinar, está María, el “Auxilium christianorum”. La letanía “Ora pro nobis”
trae a nuestras agitadas vidas el aliento continuo de una renovada esperanza y la
seguridad de su cumplimiento en todo aquél que, como hizo María, se alimenta
sólo de la voluntad de Dios.

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