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Énfasis

Quinto Boletín del Observatorio Javeriano de Juventud

Juventud, educación musical e identidad

Andrés Samper Arbeláez. Profesor. Facultad de Artes

Con este escrito buscaré presentar, inicialmente, algunos rasgos problemáticos para la juventud
en el contexto capitalista contemporáneo. En contraste, plantearé algunos aportes que pueden
hacerse desde la educación y la experiencia de la música a la construcción de autonomía crítica,
sentido e identidad en los jóvenes.
Para empezar, puede afirmarse que el mundo contemporáneo está marcado por un relativismo
acentuado, en el que las grandes metanarraciones han ido resquebrajándose, afectando el
desarrollo de la identidad juvenil:

"El carácter relativista, diluyente de la postmodernidad, que nos aleja de las


metanarraciones unitarias y nos acerca a un mundo heterogéneo, al politeísmo cultural,
acerca a la búsqueda de nuevas fuentes de identidad por parte de los seres humanos. La
juventud es un periodo de indefinición y búsqueda de una identidad, a la que la ausencia
de un paradigma, una metanarración fuerte, puede afectar sobremanera". (Hormigos y
Cabello; s. f. pág. 259).

Estas metanarraciones quebrantadas afectan distintos campos de la cultura. En esta ruptura se


hace evidente, de una parte, una ausencia de referentes religiosos sólidos, y de otra parte, un
marcado desinterés por las ideologías y los movimientos políticos. Esta ausencia de referentes
fuertes que arrojan sentido, contrasta con el hecho de que la adolescencia es un momento de
búsqueda de absolutos, de afianzamiento de la personalidad y definición del sujeto social.

Por otra parte, surge un cierto aletargamiento reflejado en el estilo de vida moderno en el que
pareciera hacerse cada vez más difícil el asombro y el disfrute de las cosas pequeñas de la
vida, y que se manifiesta en una cultura del espectáculo que favorece la superficie de las cosas
e invisibiliza sus profundidades.

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Ante estas condiciones se identifican dinámicas que expresan, justamente, una búsqueda de
sentido por parte de los jóvenes frente a la ausencia de arraigos políticos, religiosos, culturales;
frente a la "anestesia" de la vida cotidiana, el joven recurre a otros lugares de intensidad, como
las drogas, el alcohol, los deportes extremos, el sexo. Esto en sí mismo, por supuesto, no es
problemático; el asunto se torna difícil cuando estas experiencias tienden al límite: adicciones,
sobredosis, excesos, promiscuidad vaciada de afecto. Cuando el límite aún no es suficiente,
cuando aún lo puebla el vacío, las barreras se quiebran y aparecen el dolor, la enfermedad y la
muerte.

Otro aspecto problemático, hoy, es la relación de los jóvenes con sus cuerpos. De una parte,
vivimos una época en que la virtualidad habita porciones importantes de los tiempos de vida
activa de los individuos, especialmente de los adolescentes. Sus relaciones sociales, así como su
esparcimiento y distracción, se dan en un porcentaje muy alto a través de web. Hoy la atención
de los jóvenes está colocada en gran medida en una pantalla: Blackberry, IPhone, IPad, Portátil;
esto lleva a una pregunta importante por la relación que pueden tener ellos (y también muchos
adultos) con su cuerpo: ¿Hay un anclaje a través del cuerpo con la realidad? ¿Hay una conciencia
vital del cuerpo, sus elementos y estados? Si nuestra vida tiende a ocurrir cada vez más en la
virtualidad, en la misma medida nuestro cuerpo tiende a ser cada vez más virtual.

En el mismo ámbito de la relación del joven con su cuerpo, preocupa también la forma como se
construyen estereotipos y referentes físicos a través de los medios de comunicación, que
impactan los modos de vida y costumbres cotidianas, especialmente de las mujeres: modelos de
cuerpos esbeltos (casi hasta el extremo) que signan el molde físico de la mujer que SI es amada,
cortejada, exitosa. En el caso colombiano, modelos que no solamente distan de las posibilidades
reales de la morfología y condiciones físicas de la adolescencia, sino también de los rasgos más
comunes en América Latina

Cuando las dietas no son suficientes, se acude a la violencia contra el cuerpo y aparecen la
anorexia, la bulimia y todos aquellos malestares contemporáneos que son fruto de trastornos
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metabólicos severos y de alteraciones de la salud mental que sin duda se relacionan, también,
con la manipulación agenciada por los medios de comunicación hacia el consumo y por la
relación subjetiva de algunas mujeres jóvenes con sus cuerpos.

Este panorama se ve agravado por una creciente desintegración de las familias que resulta, en
muchos casos, del vínculo moderno que tienen las personas con el trabajo: ya sea por la
necesidad que imponen los bajos salarios o porque esa necesidad deriva de un mundo del
consumo que nos ha llevado a pensar que lo que tenemos nunca es suficiente. Las jornadas
laborales se extienden, tanto para el padre como para la madre, y con ellas desaparecen los
espacios de comunicación al interior de las familias. Los padres cada vez están menos presentes,
y los hijos más entregados al azar de sus relaciones sociales; muchas de ellas, como veíamos,
desplegadas de manera virtual.

En este punto es posible establecer un pertinente enlace con otra faceta del actual sistema de
producción: la invasión que este último hace del tiempo libre. Dado que el capitalismo,
ontológicamente, busca expandir los niveles de acumulación que resultan de su acción, ya no
basta con las extensas jornadas laborales; ahora, el sistema también necesita que seamos
productivos en nuestros tiempos libres: asistiendo a las tiendas y centros comerciales, pero
también navegando en la web, en donde nos acechan productos simbólicos (música, videos,
juegos) de los cuales una parte importante es gratuita pero otra, muy importante también, no lo
es. Pero además, por la web circulan mensajes publicitarios emergentes, herramientas
contemporáneas del mercadeo y de la manipulación del deseo. Al sistema le interesa que el joven
hoy esté conectado, porque allí tiene acceso a sus afectos, a sus relaciones y gustos. Un joven
que se pasea por un parque, que se sienta a leer una novela, o que se acuesta en un sofá a
inventarse historias, no es rentable para el sistema.

Es bien sabido que los dispositivos que hace unas décadas controlaban y normalizaban al sujeto,
como la escuela, el hospital o la fábrica (M. Foucault), hoy se hacen más complejos y difusos; la
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manipulación y homogenización de los cuerpos y las subjetividades se hace a través de la


televisión, la radio, y ante todo hoy en el caso de los jóvenes, a través de la red y sus laberintos.
Es cierto que la red es diversa y que, hoy por hoy, hay en esta espacios importantes para la
visibilización de múltiples culturas, sin embargo, también es cierto que a través de los medios
masivos de comunicación y de la red tienden a presentarse tendencias culturales
homegeneizantes que vulneran la diversidad cultural.

Imagen de Youth With A Mission-International, algunos derechos reservados .

La música emerge, en este contexto, como un espacio posible para la construcción de sentido,
en la medida en que ofrece una experiencia con un componente vivencial profundo que
involucra distintas dimensiones del ser. Al mismo tiempo, es un lugar social para la
construcción de vínculos a través de la interrelación y la afectividad. La música, desde esta
perspectiva, es mucho más que un fenómeno acústico. Es más bien un territorio vivo y en

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movimiento que incorpora formas de ver el mundo, afectos, modos de relaciones, estructuras,
actitudes, transformaciones y comportamientos rituales (Hormigos y Cabello, s. f.; p. 260). Es
un producto cultural y, al mismo tiempo, es espacio de interacción y construcción social de
sentido a través de la experiencia vital y estética. Así, Ana María Ochoa, refiriéndose a la
música rock, propone:

[El rock] es una música que crea comunidad; en este caso la comunidad de jóvenes (…) es
una música que alude a una experiencia definida como verdadera, en donde son esenciales
aspectos tales como la espontaneidad, la verdad de los sentimientos (…) y la intensidad de
la experiencia vivida en la relación entre artistas y público. (Ochoa, 1999; pág. 251).

Podemos decir que a través de la música se genera identidad, pero aceptando que la identidad no
es un lugar fijo, es más bien un proceso dinámico y siempre en movimiento. Simon Frith diría
que la identidad “es móvil, un proceso y no una cosa, un devenir y no un ser” (Frith, 1996; pág.
184). Y es un devenir que se constituye de “paradas”, o lugares de sutura y articulación entre las
narrativas culturales que nos interpelan y nuestras propias subjetividades (Hall, 1996; pág. 20).

Acercándonos al tema de la identidad musical, podemos decir que esta “sutura” descrita por
Hall se expresa en una experiencia o vivencia (así sea momentánea) de sentido; una
experiencia estética que por un momento cristaliza una articulación individual o colectiva
entre nuestra subjetividad y una melodía, un ritmo, el color de un instrumento, un silencio, un
movimiento armónico. Así, la expresión musical resulta ser interesante no porque refleje una
determinada forma de ser de una persona o grupo social, sino porque es una parte constitutiva
de lo que ese individuo o grupo es en un instante determinado, a través de la experiencia.

Dentro de esta búsqueda de identidad y sentido, a través de los espacios formales y no formales
de educación musical, es importante reconocer que un lugar significativo de inicio debe atender a
los pre-saberes musicales de los jóvenes; esto implica permitir el ingreso de los territorios
musicales juveniles en los currículos y en las prácticas pedagógicas. El estudiante que llega a

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clase no llega vacío. Habita un territorio simbólico que siente propio. La aceptación,
comprensión e inclusión del habitus (Bourdieu) del alumno, es un primer paso hacia un
encuentro pedagógico real y significativo en cuanto construye prácticas de dinamización cultural
a partir de las experiencias y estructuras previas de percepción, pensamiento, apreciación y
acción de los estudiantes. El territorio musical del alumno está conformado por sus gustos e
intereses musicales, su herencia sonora, su cotidianidad propia expresada a través de ciertos
géneros y lenguajes. Al mismo tiempo, este territorio es signo y presencia de una identidad que
se relaciona también con las distintas dimensiones de su ser social: familia, parche, escuela y
grupos musicales informales.

Ahora bien, es importante subrayar que la incorporación de territorios musicales juveniles a


las prácticas escolares plantea, al mismo tiempo, la necesidad de desarrollar herramientas que
hagan de la apreciación del arte en general, y de la música en particular, un espacio autónomo
de valoración. Así, no basta con “dejar entrar” los mundos simbólicos cotidianos del joven al
aula. Es importante también, sembrar en el estudiante una “musicalidad crítica” que le permita
apreciar y reflexionar sobre “las músicas” a partir de los campos contextuales que les dan
origen, teniendo en cuenta las fuerzas y reglas que determinan las dinámicas particulares de
dichos campos. Este ejercicio implicaría incluir también en las prácticas de enseñanza, la
cultura contemporánea de masas, promoviendo una reflexión crítica sobre las dinámicas de la
industria cultural y el mundo del entretenimiento, estudiando sus asimetrías y las diversas
lógicas que los atraviesan. Ojalá, construyendo también y como consecuencia de este
ejercicio, una conciencia que se enfrente a las imposiciones contemporáneas del consumo en
términos generales.

El aula se convierte, así, en un lugar de convergencia entre el patrimonio cultural en el que se


inscribe una escuela determinada y la historicidad propia de los estudiantes, agentes activos de
los procesos pedagógicos, dentro de una perspectiva incluyente y al mismo tiempo reflexiva.
Esto permite significar los procesos y ensanchar los territorios musicales de los alumnos,

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dentro de procesos generadores de identidad, de vínculos sociales significativos, y de


autonomía en la producción, apreciación y contextualización del conocimiento.

De otra parte, y frente al panorama planteado al inicio de este escrito, la música define un
espacio significativo para la experiencia consciente del cuerpo. La sensación orgánica del
ritmo a través de la música, por ejemplo, le ofrece al joven un anclaje a la realidad concreta,
significativo en cuanto incorpora, al mismo tiempo, una vivencia social y afectiva. Sin lugar a
dudas este es un hábito ya presente en el mundo cotidiano de muchos jóvenes; por lo mismo,
es importante acercarla a la escuela, además con la intención de ampliar esa experiencia hacia
otros ritmos y músicas de la tradición local y del mundo.

Otro aspecto problemático del contexto actual, como veíamos al comienzo, es la manipulación
del deseo juvenil; se trata de una noo-politica1 global que busca incidir sobre las afecciones y
los intereses de los individuos para generar tendencias en el consumo material y simbólico y
que tiene su máximo despliegue en la publicidad y en los productos simbólicos hegemónicos,
como por ejemplo el cine comercial estadounidense. El anclaje de esta manipulación tiene
terreno fértil en los jóvenes en la medida en que halla allí una ausencia de valoración crítica
del contexto, pero también por cuanto encuentra lugares afectivos vaciados de sentido e
interés. La educación musical, y el arte en general, podrían plantear espacios de conciencia
crítica pero también espacios de construcción de otro tipo de deseo, más profundo y
permanente; más diverso en sus anclajes estéticos y más cimentado en las biografías
personales y diversas de los jóvenes. Son los mismos deseos y afecciones que podrían servir
(sin ser fórmulas mágicas) como alternativa a las adicciones, y otras formas de búsqueda
límite del sentido. Frente a los tiempos libres invadidos por la oferta de sentido del mundo del

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La noo-política es definida por algunos autores como Santiago Castro-Gómez y Eduardo Restrepo como la política
de la manipulación de los deseos y afectos que a través del mundo de lo simbólico, crea estilos de vida que
aseguran el despliegue de los nuevas relaciones de producción típicas de la sociedad del conocimiento.

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consumo, la experiencia del arte ofrece espacios propicios para contemplar el mundo sin
afanes, recuperando el valor del esfuerzo y de la atención duradera sobre los detalles y los
invisibilizados matices de la realidad.

Imagen de Kênia Castro, algunos derechos reservados .

Para concluir, podemos decir que en el mundo contemporáneo, dominado por el mercado, la
instrumentalización del ser humano, el materialismo, el individualismo y la homogenización
de las subjetividades, la experiencia musical consciente ofrece un espacio significativo de
construcción de identidad, sentido, afecto y vínculos sociales dentro de perspectivas críticas,
que atiende a lo diverso y que, a manera de resistencia brinda desde el poderoso lugar del
deseo alternativas pertinentes para la juventud. Frente a la concepción utilitaria de la vida, el
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arte plantea espacios sanos de "aburrimiento" en el mejor de sus sentidos, que no conducen a
"nada más" que a una experiencia más profunda de la vida y de las cosas; al decir de William
Ospina: "El arte es importante porque es inútil, porque produce belleza con la misma facilidad
con que la sociedad industrial produce basura".

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