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Defendemos que en el tema del humor hay un problema que requiere una elucidación filosófica,

una aclaración filosófica. A primera vista la pregunta sobre la risa (¿qué es la risa?) no se nos
muestra como particularmente misteriosa, no nos provoca ninguna perplejidad. Pero
consideremos, en primer lugar, la vastedad del tema, hablamos de la insinuación de una sonrisa,
de sonrisas pícaras, socarronas, de complicidad, de risas nerviosas, apagadas, alegres, de risas que
se desatan en carcajadas, de carcajadas desternillantes, etc.; pero si nos preguntamos ¿qué
guardan en común todos estos casos? ¿Hay acaso algo en lo que todos coincidan? Parece difícil de
determinar, en un primer momento, son casos claramente disímbolos.

Adoptaremos como estrategia

Siempre me ha parecido desconcertante la variedad de cosas de las que nos reímos, así como la
multiplicidad de formas en que lo hacemos. Pienso en casos tan dispares como, digamos, la breve
insinuación de una sonrisa, las sonrisas pícaras, las socarronas, aquellas de complicidad, las risas
nerviosas, las alegres, las risas que se desatan en carcajadas, las carcajadas desternillantes, etc.
Pero no encuentro algo que sea común a todas ellas, son tan diversas, tan peculiares cada una,
que no acierto a identificar un rasgo que compartan todas sin excepción. No obstante, observé,
que se puede preguntar significativamente en todos los casos ¿por qué te ríes?. Por tal razón, creo
que analizar este tipo de preguntas con mayor detalle me pondrá sobre la ruta correcta. En primer
lugar advierto que la pregunta es ambigua, puesto que puede entenderse como inquiriendo por
las causas de la risa, es decir, pide una explicación (es una pregunta que haría un médico o un
fisiólogo); o también, puede leerse como solicitando la razón de la risa, es decir, sobre lo que uno
ríe, el objeto de la risa. Que la última pregunta inquiera sobre el objeto de la risa lo confirma el
hecho de que parece intercambiable con la pregunta “¿De qué te ríes?”, no obstante que en
algunos casos tiene la fuerza de una amonestación o regaño por reírse en contextos inapropiados
(pienso en casos en los que se reconviene con esta pregunta a alguien que se ríe en un funeral o
ante el espectáculo de un accidente grave). Fijaré en mi memoria esta distinción, llamando a la
primera “explicación causal de la risa”, y a la segunda “objeto intencional de la risa”. Dado que
suele llamarse a aquello de lo que nos reímos como “lo chistoso”, “lo gracioso”, “lo divertido”, “lo
cómico”, llamaré también al objeto intencional de la risa “lo cómico”. Entonces, mi pregunta inicial
se torna más precisa: ¿En qué consiste el objeto intencional de la risa? O más brevemente, ¿qué es
lo cómico?

Si contestar a esa pregunta supone encontrar una propiedad que sea esencial a todo aquello que
es objeto de la risa, entonces reconozco su implausibilidad. Toda vez que tan sólo al inventariar los
tipos de cosas que se consideran graciosas, encontrar una propiedad que todas compartan me
resulta abrumador. Nos reímos de propiedades (v.g. una nariz grande); de objetos (…); de estados
de cosas (comedia de situación); de acciones (parodias); de eventos (accidentes, tropiezos); de
procesos, etc.

Por otra parte, es un hecho que a través de la historia y ahora mismo en otras latitudes y culturas,
hay juicios divergentes sobre qué es lo cómico. Lo que constituye una razón que me hace
sospechar sobre la posibilidad misma de que exista siquiera tal propiedad.
Me pregunto ¿Qué hacer? La primera objeción, sólo cierne una duda sobre la plausibilidad, es
decir, el que yo pueda llevar a cabo tal tarea, pero, en principio, es lógicamente posible inventariar
todo aquello que es y ha sido calificado como cómico. No obstante, la segunda objeción, a saber,
la del desacuerdo sobre qué es lo cómico, cuestiona un presupuesto del inventario, tener claro
qué es cómico, cuál es el objeto intencional de la risa, en otras palabras, un criterio sobre qué
enlistar en el inventario. Lo cual me lleva a tratar de formular un criterio para lo cómico. Pero me
pregunto ¿qué forma tendrá que revestir un criterio tal? Lo mínimo que se le tendría que exigir es
que si algo no lo cumple no lo llamaríamos cómico, y basta con que lo cumpla para llamarlo
cómico. Se trata entonces de encontrar las condiciones necesarias y suficientes de lo cómico.

¿En dónde buscar? Exploraré una vieja doctrina que cifra la naturaleza de lo cómico en la burla, en
el escarnio, que llamaré, en adelante, “el modelo de la burla”. Para ello tendré que ensayar una
caracterización precisa de la doctrina, e, inmediatamente después comprobar si establece las
condiciones necesarias y suficientes de lo cómico.

Nos reímos de defectos, de accidentes, de errores en que incurren los otros, de narraciones,
chistes, parodias, y todos ellos parecen cumplir las siguientes dos condiciones:

(1) El sujeto que se ríe está en una posición de superioridad (o a asimetría) en relación a su
objeto intencional (lo cómico), y 1
(2) Dicho objeto es un caso de algún tipo de infortunio o fallo.

A primera vista los infortunios o fallos podrían clasificarse por aquello de lo que se predica el fallo.
Así, si el fallo es de una creencia (es decir, es un error), se trata de un fallo teórico; si el fallo sobre
una acción que busca alcanzar un fin deseado, nos encontramos ante un fallo práctico; y, por
último, cuando se trata de una propiedad infortunada, estamos en presencia de un fallo
constitutivo.

Ahora estoy en condiciones de evaluar el modelo de la burla, preguntándome si es condición


necesaria y suficiente de lo cómico. Procederé buscando contraejemplos de dos tipos, unos
mostrarán que el modelo no es condición suficiente, es decir, que aun dándose ambas condiciones
no es cómico; los otros mostrarán que hay cosas que llamamos cómicas que no cumplen el
modelo. Entre los contraejemplos del primer tipo están los siguientes: malformaciones genéticas,
enfermedades. En los del segundo tipo están los siguientes: Reírnos de nosotros mismos, juegos
de palabras, algunos chistes (de).

1
Esta condición tiene apoyo en un hecho, de lo que podríamos llamar el juego del lenguaje de la burla, a
saber, que cuando hacemos escarnio o burla sobre un infortunio que nosotros mismos padecemos,
cualquiera podría impugnar nuestro derecho a hacer tal burla (incluso a reír).

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