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Fundamentación religiosa de la vida moral

Otra distinción que cabe hacer en las morales religiosas


deriva de la fundamentación que cada religión propone a la
vida moral. Es evidente que las nociones éticas de "bien" y
de "mal" tienen diverso fundamento en cada religión según
el concepto que tengan de Dios, lo cual gradúa tanto la
altura de las respectivas creencias religiosas, como la
pureza moral de dichas creencias.

Así, por ejemplo, algunas religiones sitúan el fundamento de


la vida moral en un orden superior que debe ser reconocido
por el hombre. La existencia ética consistirá en aceptar la
armonía cósmica en la cual el mismo hombre se encuentra
inserto. En este sentido, respetar y seguir ese orden
cósmico equivale a llevar una conducta ética. Por el
contrario, trasgredirlo y violentarlo es causar el mal y
conculcar el orden moral. El hombre alcanza la armonía
interior en cuanto lo reconoce y se integra en él.

"El rta védico, el tao chino, el asha del Irán y la misma diké
griega son otras tantas expresiones de esta realidad que es
al mismo tiempo la ley del universo y la de la conducta de
los hombres: "quien acepta la responsabilidad ante el Tao
del cielo y de la tierra es llamado hombre", resume un texto
de la escuela de Confucio".

Según otras religiones, el fundamento de la moral no se


encuentra en el orden cósmico, sino en las leyes expresas
dictaminadas por la divinidad. Se trata de un código de
normas dictado por Dios —o los dioses— para orientar la
existencia del hombre con el fin de que reconozca la
superioridad de Dios a quien debe estar sometido y, al
mismo tiempo, alcance su propia perfección. De aquí que tal
código moral contenga no sólo leyes impuestas desde
arriba, sino preceptos que se incluyen en la intimidad de la
misma persona. En consecuencia, el reconocimiento de
esas leyes equivale a descubrir en su interior las exigencias
morales que postulan su propia perfección personal. No
obstante, en estas religiones, cuando las leyes se
multiplican y se absolutizan, se corre el riesgo de ahogar la
espontaneidad de la vida que muere asfixiada por la tupida
red de las normas éticas; por lo que la moral acaba en la
casuística. El caso típico, más cercano a nosotros, fue la
moral farisaico contemporánea a la vida de Jesús.
Una tercera clase de creencias religiosas asientan la vida
moral en la necesidad de una purificación interior, de modo
que facilite al hombre el comunicarse con la divinidad. En
este caso, las normas se convierten en preceptos ascéticos
que persiguen una purificación interna con el fin de
identificarse con Dios. El resultado de esa actitud moral es
una especie de vaciamiento interior a base de negarse a sí
mismo, con lo que se obtiene esa interiorización necesaria
para alcanzar la perfección moral que demanden los dioses.
Aquí se sitúa el hinduismo, si bien su expresión máxima
parece encontrarse en el nirvana budista.

c) Originalidad de la moral cristiana

Es evidente que la moral cristiana no se encuentra reflejada


en ninguno de estos tres esquemas. Más bien participa de
ellos, pero los supera a todos. Como en el primer grupo, la
ética cristiana reconoce el orden cósmico en la denominada
ley eterna. En su formulación aplicada al hombre, al menos
desde S. Agustín, se subraya la ley natural. Asimismo, el
cristianismo reconoce un código moral revelado en el
Antiguo Testamento y ampliado en el mensaje moral
predicado por Jesús. También la moral cristiana exige una
ascética que desarrolle la vida divina comunicada por el
Bautismo. Pero todos estos elementos tienen en la moral
católica una nueva configuración que la distingue de las
morales religiosas no cristianas.

Como tendremos ocasión de ver, ni la ley natural es un


orden rígido que sofoca la personalidad, ni las leyes morales
reveladas constituyen un código inflexible de conducta y,
menos aún, la identificación con Cristo postula el
vaciamiento interior que demanda la ascética budista.

Ahora bien, esa moral religiosa ha sido negada


recientemente como alienante de la vida del hombre. Tal
negación llevada a cabo por corrientes de pensamiento,
todas ellas comunes a distintos tipos de increencias, se
dirige fundamentalmente contra la moral cristiana, que ha
tenido tanto arraigo en Occidente.

Estas doctrinas secularizadoras exigen que la ética reniegue


de cualquier presupuesto religioso. De este modo, si hasta
época muy reciente la ética se confundía con la religión,
desde hace algún tiempo se reivindica una ética ajena a
cualquier inspiración religiosa. Más aún, algunos pretenden
construir una moral que niegue todo vínculo trascendente.

Esta pretensión es aún más grave referida a España, pues


si la historia nacional, tan vinculada a la moral cristiana,
corre el riesgo de identificar ética y religión, todavía sería
más peligroso desconexionarlas y más aún confrontarlas
entre sí, ignorando que sobre ese cauce moral se ha
desarrollado la vida social y política de España.

Bajo este planteamiento subyacen no pocos equívocos, que


tratamos de exponer en el siguiente apartado.

3. Negación de la moral religiosa

La época moderna es testigo de dos fenómenos: la


separación entre moral y religión y, con mayor radicalidad
aún, la postura que pretende negar un valor ético a las
manifestaciones religiosas. Como decíamos, algunas
corrientes de pensamiento vinculadas a la increencia
afirman que la religión aliena la conducta del hombre, hasta
el punto de proclamar la lucha por la liberación de toda
instancia moral de origen religioso. Estamos ante un
fenómeno nuevo: el ateísmo ético. He aquí algunos jalones
fundamentales:

a) Corrientes hedonistas

Algunos antecedentes cabe encontrarlos en la actitud de los


epicúreos, que situaban el ideal de la vida en el placer, al
cual, en su opinión, se oponían los preceptos de los dioses.
Por eso, no debían tenerse en cuenta para alcanzar la
felicidad. La ética del placer y del hedonismo encuentra en
esta escuela filosófica la expresión más genuina de toda la
historia:

"A causa de esto hacemos todo lo posible por huir del dolor
y del miedo. Una vez que esto se ha realizado en nosotros,
todas las tempestades del alma se disipan, pues el ser
viviente es incapaz de ir tras algo que le falta y buscar al
mismo tiempo el bien de su alma y de su cuerpo. Sentimos
necesidad de placer cuando sufrimos por su ausencia. Pero
cuando no sufrimos para nada, lo echamos de menos. Por
eso decimos que el principio y el término de la vida feliz
consiste en el placer... si bien pasamos de largo ante el
placer cuando de él se nos siguen mayores molestias".

Esta primera aserción de la moral hedonista ha recibido


diversas formulaciones a lo largo de la historia. En todas
ellas, Dios es siempre un obstáculo en orden a vivir en
espontaneidad los postulados del placer. Es preciso tener en
cuenta que algunas críticas que hoy se suscitan contra la
moral católica tienen origen en una sociedad hedonista que
no quiere ser turbada en su pasión por el placer consumiste.

b) El "imperativo categórico" de Kant

Pero, más en concreto, se señala al planteamiento kantiano


como origen de la ética independiente de la religión. En
efecto, Kant parte de la ética para fundamentar la religión. El
hecho primero es el fenómeno moral, que se muestra como
el camino para acceder a Dios. La revolución copernicana
proclamada por Kant llega también a la ética. El filósofo de
Königsberg ha seguido el camino inverso de los creyentes
que deducen la moral de las exigencias de la religión. Es,
precisamente, la experiencia de fe la que en nosotros
justifica el hecho moral:

"No somos personas religiosas a fin de tener razones de


mente y de corazón para ser morales, por el contrario,
somos religiosos como consecuencia de experimentar la
realidad de Dios. Y esta experiencia exige que seamos
morales".

Para un cristiano es el conocimiento de Dios—Padre lo que


vincula al hombre a un tipo de conciencia y de exigencias
morales que le impulsan a vivir como hijo de Dios.

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