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Las arpas rotas

Sebastián Núñez Torres

2020
El arribo

A la hora presupuestada
acudieron los monarcas de la materia.
Trayendo la guerra eterna el Gólgota de las bestias
para los hijos de América,
la que respira con dificultad entre bostezos de fábricas
y ríos vaciados en los páramos del atardecer.

Llegaron en el vientre de aeroplanos


blandiendo las banderas del Gran Reino Transnacional,
en las noches descomunales de los bosques andinos
y las lejanías congregadas en los cementerios minerales de las pampas,
se infiltraron como cauces subterráneos en los valles
mientras el granjero araba la tierra y el gusano dormía plácido en el fruto.

Con la retórica incuestionable de los dólares, dólares por doquier,


erradicando barbarismos y prendiendo las calderas
para poner a fundir la piedra inútil del pasado.

Una legión de colonizadores mentales


repartiendo ídolos de mansedumbre
y eternos deseos órficos
entre las huestes de la lobotomía digital.

Fantoches de la comedia bursátil


que erigieron rascacielos y durmieron la siesta en oficinas
soñando con el dogma del asfalto,
que asaltaron las fronteras como ícaros metálicos sobre rostros despavoridos
y escupieron al sol sin temor a la hoguera de las Vanidades,
que subastaron el pergamino de las latitudes
entre habanos y risotadas de bufones insaciables,
que dieron órdenes de compra y obtuvieron descuento
en los mercados mayoristas de la Felicidad,
avales sonrientes para el crédito del alma, dólares y whisky
en el catecismo absoluto de las Libertades.
Hombres de negocio en los concilios de la Parusía
que establecieron las cláusulas para cuando el desempleado Jesús
venga a pedirles trabajo,
burguesitos afeminados de cuello y corbata bebiendo mocaccinos,
serios padres de familia que tuvieron amoríos dantescos
con empleadas domésticas,
reuniones de directorio, masturbación patricia
y golden retrievers corriendo en las praderas,
que conquistaron a los salvajes con la ferocidad
de la bestia racional capitalista,
una casta pletórica de timadores invictos
exprimiendo los pechos de la usura.

Llegaron en el día estipulado


en los calendarios del presente inmediato,
donde abril no es el mes más cruel
sino otro instante para que se marchiten y se oxiden los geranios.

Pisoteando con la bota de los poderes en marcha


los hombros cansados de Atlas, el miserable,
escupiendo huracanes y delirios prometeicos
como sultanes ingresando a los pueblos
tras un reguero de maravillas babilónicas.

Señores vitalicios del porvenir


ahítos en un festín de uvas feroces,
vírgenes de coños benditos y manantiales del vino
embriagando sus corazones
que son tundras habitadas por relámpagos,
que evacuaron doctrinas en las cloacas
saturadas de la desesperación
mientras duraba el soma de los mercados al alza,
que pusieron a Pandora a servir café,
emplearon a Paimon sin feriados legales
y desataron su propio apocalipsis de dandys descarriados,
uróboros pansexuales del amor dromedario,
arquitectos del jardín ilimitado
llevando sus cornucopias de bolsillo
a través de siglos de apetitos titánicos.
Preludio

Como aquellos infelices


que a los pies del Vesubio
ignoraban la ruina,
viajando como forajidos de ningún lugar
en el lomo de estoicos buses, orugas rechinantes que se arrastran
a través de los intersticios de la columna vertebral de la noche.

En las metrópolis cae la sombra totalitaria


y tiembla la bondad de los pusilánimes
los sin nombre, corderos devorados en una corte de lobos,
parias de la relativa tolerancia a la presencia exasperante
¿Por qué seguimos sin decir nada en este delirio?
Detenidos ante la puerta
con la dudosa intención de habitarnos,
reclamando un puñado de hojas secas
o cualquier palabra que sosiegue el hambre del vacío.

Occidente, luces decrépito


cuando te arrodillas a beber
en tus riberas desoladas.
Entre las cúpulas del ocaso
se desmoronan los siglos
que te ignoran. Y estás solo
en tu festín, en tu hecatombe
de miradas vacías
en la mesa donde ya nadie
volverá a responder
el llamado de la madre.

¿Quién será la diosa de los mercaderes planetarios?


¿Qué esfinge seducirá legiones de narcisos
cautivos en los fractales de vidas caleidoscópicas?
Leviatanes de la estulticia que se ahogaron
en el pantano del éxtasis digital
mientras el viento barría su letargo
de hojas secas marchitando
en los rincones del espacio y el tiempo.
Apatía, déjame descansar al menos
bajo el dosel de la ventana
donde la amada ha rechazado
la plegaria del ruiseñor. Háblame
antes que el silencio se convierta
en el grito de lo inútil.

Ebrios de miradas desafiantes y puños levantados,


al borde de autopistas con el sol burlesco en las espaldas,
en los intersticios de noches pétreas, demencia,
luz gestándose en el útero del neón
en parques bajo el aliento cansado de faroles
y la danza de semáforos en las orquestas de la esquizofrenia.
En las calles de la Gran Ciudad, esquivando estampidas
de automóviles, sulfuraciones de claxon como latidos
en el corazón congestionado del vértigo.
La caída

Como viejos árboles


de pronto afectos a su peso,
se desplomaron los sacramentos
el estatuto del alabastro,
la mueca pretenciosa
en los labios de la Ley;
se vaciaron las clepsidras
y en las manos
el agua se escurrió
como las horas vacías
donde el destino se sumerge.

Me abruma
el vestigio inútil
de los ídolos desechados,
el manso vaivén
de sueños definidos
por un insondable
algoritmo de conciencias,
la tristeza de millones de rostros
en los vertederos
donde resuma su odio
el tiempo inerte, carcomido.
Declaración

Antigua benefactora de mis delirios,


yo quise abrazarte
y terminé despedazado
en el fondo de los días.

Si insistes en que pronuncie


alguna especie de juramento,
haré una inflexión neorromántica
y diré: tal vez estamos solos
como el juguete roto
que un niño dejó en el patio
junto a su infancia oxidándose en la maleza.

Mientras la tarde se desgarra,


cuando el crepúsculo anuncia
el exilio de los pájaros,
te extraño porque sí.
Porque la memoria insiste
como un liquen aferrado
al torso de las piedras.
Legítimas cavilaciones

¿Qué anuncia
lo anunciado?

¿Lo que se nombra


la parodia del axioma
o la pantomima reluciente
en los espejos de nada?

¿Los bullicios de
un concurso de ruidos?

…en la nada
cansa la cascada*

*Mención honrosa
Antifaces

Fue una centuria de abrazos espectrales.


Teníamos miedo.
Lloramos en las azoteas del esplendor
mientras la noche organizaba Saturnales
el martes de piedrazos con los Pacos
en cualquier parte
porque éramos todos, los unos y los otros y tú también,
tú, sobre todo tú y un encuentro de cauces
que se pensaban derogados en el seno del flujo.

Éramos hombres de todas las épocas y latitudes,


de todo repertorio de noblezas
y pecados en nombre del Gran Padre.
Y crimen metafísico bajo la falda del origen.

Disidentes del orden en largas jornadas


urdiendo el hilo de los conjuros.
Vociferantes blasfemos en la alquimia
depurada del dolor bicentenario
que vomitaron en los altares de lo Sagrado,
pero guardaron silencio frente a las tumbas.
Bufones absurdos como presencias metálicas
en un mundo de geometrías devastadas.

Ya no quiero que mis días se conviertan


en un páramo donde los cuervos
festinan sobre cadáveres,
el crujido prisionero
en la grieta de los témpanos,
sueños tectónicos de milenios,
cumbres derruidas del viento
donde rondabas como un secreto
que olvidaron las llanuras.

Memoria de acantilados, abrazo de ruinas


en el tiempo devastado de lo informe.
Gritos en el roquerío de las Grandes Alamedas,
ciudades desoladas, máscaras en los carnavales
de la ceniza y la sangre.
Queríamos desatar el nudo de los primeros juramentos,
resucitar luces de constelaciones desmayadas,
cosechar delirios de huracanes
frente a los templos de nuestra edad heliotrópica.

Enjambre de las victorias pírricas, lloriqueo


de menopaúsicas en el púlpito de la imbecilidad,
destino manifiesto, Ángeles de sesenta toneladas
en los suburbios, la cosmogonía del tranquilo horror
en el inicio de los tiempos, centurias, centurias
oxidando el aire en el vertedero de las profecías.
Utopía

Te escribo desde la caverna


platónica del absurdo,
de este vacío que intentan
llenar palabras,
símbolos de siglos
en la memoria
suspendida de los témpanos.

Pero tú solo comprendes


el aullido del lobo
que la luna desprecia
como el tiempo
nuestros sueños inmortales.

Tú solo comprendes
el gorjear de pájaros
a la salida del sol,
el rumor de las mareas
que un viejo dios
agita por capricho.

Solo comprendes
el efímero brote
de los geranios,
el titubeo del viento
antes de remover las últimas hojas.
Versos para la academia

Pléyades incontables de chupapicos


y miríadas de imbéciles multitudinarios,
emprendedores a la captura del cetro
y la llave de las puertas arcanas,
la zanja y el limo de los augurios
en el manicomio de los apóstoles mentales.

Tal vez para ir más lejos de esos mares poblados


de palabras y toda la irritante retórica de los predicadores
deconstruyendo sus escrotos casi tan misteriosos
como la Fosa de las Marianas,
pero cuánto más perniciosos, más pretendidos
por sociales y románticos y halagadores
para el paladar burócrata de los descerebrados
infantes digitales del súper mercado global
de las mil y una eyaculaciones precoces,
maratones de inercia frente al simulacro del fuego,
mocasines lustrados, barbas de sauces llorones
rasgando el barro en los sumideros de la iluminación,
óxido de girasoles muertos y silencio.

Destiladores del suero alejandrino,


maricones sonrientes que leyeron a Derrida
y ahora sospechan de la abyección de sus propios culos,
revolucionarios de escritorio llenando informes
o midiéndose las vergas con el astrolabio de los caminos de la vida.
Tendencia

De nuevo el viento cierra las puertas


empecinado en quedarse solo en los cuartos.

El viento, es el viento que desordena


la cabellera de los siglos
cuando se rompen las crisálidas
y pasan aullando las horas postergadas.

Tú escribes obituarios o palabras


que duelen antes de pronunciarse.

Pero hoy te digo que olvides


las rutas conocidas del sosiego
y que no cometas el error de Orfeo
de mirar atrás,
pues iremos tan lejos
que nos adelantaremos a la causalidad
y los hechos ocurrirán antes que los motivos.

Tú que permanecerás dormida


en las corrientes abisales
como el detritus de dioses condenados,
nosotros que seremos otro engrane
en la trama de los teseractos
con el sol reverberando
en las orillas de un sueño irrescatable.
La arenga esperada

Dime que este es el último adiós


para que mi voz proscrita
ya no intente pronunciar
la tragedia de tu nombre.

Dime que el alba extiende


sus puñales de luz
sobre el cuerpo de la noche
y que su herida remece
la conciencia de los días.

Dime que entre nosotros


la distancia es suficiente
para separar un pensamiento
que nos une
como eslabones templados
en el fuego originario.

Dime que la lluvia es suficiente


para saciar la sed de los queltehues
cuyo vuelo guía la ciega marcha de las nubes,
y que estos versos son el auge de la llama
antes del silencio en la ceniza.
Poema 11

No siempre supe que debía


escribirte para matarte.
Quien puede dar cuenta
de su propia estulticia
sin herir su vanidad,
sin pesar en la balanza
de las capitulaciones
las monedas acuñadas del destino,
sin sopesar lamentos,
nudos en la garganta
que nos dejaron la lengua
enredada entre alambres
y devastación.

Sonoros oboes en la noche


de las flautas tribales
solo el rito de la ensoñación
entre mundos aparentes
que se tejen con el légamo
de un deseo irrecapitulable.

En tu premura yo podría ser


un remanso de calma
para cuando estés
saturada de tempestades,
un puerto que te rescate de Caribdis
y el humor a menudo turbulento
de la memoria cuando se afana
en quien nunca nos querrá
de la misma forma.

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