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11

Por el patio de mi casa, en silencio


Camino discurriendo
Con ese tiento que utilizamos
Por la noche,
Agazapados, calladitos,
ꟷ Todo un murmullo oculto en la maleza.
A oscuras rodando
Al mundo del mundo.
Y cuando se me sube el ixcamparie a la cabeza
Vocifero como la chingada
Echando el rostro en una red de dudas,
Propenso a derramarme como un niño.
Parezco uno de esos brujos antiguos
Que se reproducen a montones en mi pueblo
Y que en la noche más oscura
Dan vuelta y vueltas. Girando como un trompo
Queriendo sacar fuego de la tierra,
Cuajados de incertidumbre
Se revuelvan, luminosos,
En un patio mordisqueado por estrellas y culebras
Deambulan aventando sombras, reliquias,
Regañan a saber a quién.
Sellan las tumbas que se han abierto
Por descuido
Y abren las tumbas que se han cerrado
Por olvido.
Desbaratan a leñazo limpio, con maña,
La santería y los ídolos carnívoros
Podridos en la humazón de las cofradías,
O en mi caso,
En la páginas, los pedestales,
Las cátedras, púlpitos, tribunas.
En silencio
A la sombra
De los sueños del hombre.
Enarbolo mi cabeza
Y en la ramazón oscura de la noche
Una antorcha
Palpita
Su pensamiento.
Y lo más fácil sería hacer silencio
Escondido tras de un buquete de ceniza,
O hacerme humo,
Salir
Campante
A la calle,
Quitarme el sombrero
Y decirle a la miseria buenos días,
Aplaudir cuando hablen con la boca
Atorada de mentiras.
Sería fácil, por ejemplo,
Dar un soplido hacia dentro
Y dejar el corazón a oscuras
Fosforecer
Con luzasos que lleguen de otra mente
Y rodad al so que me toquen,
Misterioso,
Granseñor,
Por ciudades y campos descontrados,
Melindroseando
Las cáscaras de viejos templos y escrituras.
Y en mis domingos desolados
Llorar los nueves días de mis muertos.
Facilísimo. Sencillo.
Discurro y hablo solo
Dando manotadas bajo los astros.
Entró y salgo de la oscuridad,
Escupo sentencias
Emponzoñadas
De insomnio,
Bailo mi baile la noche entera.
¡Ah, la noche, la de las carnes de aflicción,
La cavidad donde crece el anhelo de la luz!
Al sonar la hora salgo a la calle
Como quien se arroja al ruedo
A darse un mano con la muerte.
Tú lo esperabas. Él y ella esperaban
Nosotros esperábamos. Yo esperaba.
¡Pero ellos no se lo esperaban!
A la sombra de mi lumbre
Frotemos la piedra del dolor.
Entrelacemos nuestras manos, nuestros sueños,
Los tentáculos de nuestra ira.
¡Aquí mismo levantemos una hoguera!
Luego nos sentemos en rueda, Sin ceremonias.
Analizaremos lo que ha dicho el amigo
Y lo que no ha dicho el enemigo.
Examinaremos la costura de las banderas
Y hueso a hueso, ideas, proclamas y teorías.
Sacaremos a relucir toda nuestra brujería
Por si las moscas…
Y siguiendo, vieja sabelotodo,
El curso de los oficios,
A todo aquel
A quien le sorprendamos cáñamos directrices,
Se los cortaremos. A ver qué hacen
El enjuiciamiento se propagará como en pasto seco,
Aflorará en el paraninfo de la guerra
Identificando
A quienes no sofocan la verdad en aras de una ideología
Y no temen el romperse el esqueleto
Contra el fondo empedrado de la vida.
La señal será que no se carbonicen cuando yo les dé la mano.
Porque con la otra
A alta tensión estaré conectado
A la corriente del tiempo.
Y que me jalen del brazo,
¡Vamos a ver si pueden desprenderme!

12
De qué somos meredors, dequé?

I
Entre escombros y brasas palpitando
Sobre láminas de ceniza,
Mi espíritu, llorando,
A solas mi espíritu pasó descalzo
Y al retornar, como tierra arrancada
Que vuelve a su pozo,
Cara a cara abrió su mano
Y en la mía puso el sueño de una elegía,
O una canción, no sé lo que sea,
Que me persigue como sombra,
Escucha y apunta lo que pienso.
Siempre que trato de estrellarla
Contra el vacío,
De armarme a medio camino como caballo indócil,
De no servirla
Y de no cantarla,
Se enfurece
Y de su vientre sopla un antiguo redoble de huracanes
Que huele a desmoronamiento de los cielos
Y a un Dios aterrorizado buscando su querencia
En las entrañas calientes de la tierra,
Pero si yo a esa canción
Con mis dedos le repaso el ala,
Registro cariñosos su plumaje
ꟷ de su piel rezume el oleaje leonado del trigo,
Su vuelo pone en remojo
En el fondo de mi sangre, en mi llanto y en mi sueño,
Y los encendidos huracanes
Que bullen en los túneles de mi raza
Tórnanse agua mansa
En el precipicio de una flauta de hueso.
Trato de huir enlazando países y ciudades.
Ora mido con pasos de pénalty, alcobas, sepulturas y potreros.
Ya llenó mis manos de tréboles de grasa
En la cocina lavando mi tenedor y mi cuchillo.
Me distraigo en ferias y mercados
Dejando el corazón en latidos de tristeza.
Desaparezco en Wittgenstein discerniendo la lógica de la
[Mística,
Saliendo más adulto.
Después corro y me pierdo
En los corredores misteriosos del castillo de Kafka.
Encuentro un pasillo que da a un jardín dormido,
Me avalanzo a respirar aire puro
Y me encuentro con Marx ꟷbuenos siglos!ꟷ lo saludo.
Retorno a casa con los zapatos mojados en agua con estrellas.
Siempre huyendo. En fuga.
¿Pero tal vez huyo de mí mismo?
Aun cuando me retiro al último reducto
Con mis pulsaciones chispeantes,
Callado, y como un arado
Penetro las carnes de mi esposa,
Aún allí, en ese rincón, esta canción continúa desangrándose,
Tenaz me consume y evapora
Como si mi corazón fuera de agua,
Lluvia marimbera que se deshoja y lora
Caracol de sueño mi marimba de agua,
Que vino a pararse a la orilla de mi llanto
Creyendo que era el mar, la mar salobre.

II

(Paréntesis para hablar de mi poesía)

De mí alguien ha dicho que mi verso


Es exquisito.
Que lo diga Pedro Saad h. que estaba presente.
Deliciosa, decían, la metáfora, rítmica la corriente
Del subsuelo.
Complejo el pensamiento tengan razón.
Creo ꟷes nada más un creerꟷ
Que de mi poesía bien podría hacerse
El arco
Con que una gacela traza la mañana
La pulpa de unos labios, deshechos en silencio,
En la oscuridad.
Ojo de agua
En la garganta agrietada de una pradera.
Llamarada para fundir cadenas, consumir cepos.
Por lo menos, señores, yo me he esmerado en hacer una red
Para la vida.
Claro, claro. A pesar de todo lo bueno que hay en ella,
No sería extraño que al convertir mi poesía
En puente (puente por el que pase el alma de mi pueblo),
Nada habría de raro
Que debajo estuviera defecando algún cristiano.

III
Sigilosos descenderemos,
Bajaremos a los recintos
Que,
Según el hábito de la profecía,
Hiciéronse habitación
Del gato de monte,
Del tecolote,
De pasos y cascos de sombra
Y de carcajadas sin huesos.
Auscultaremos el Popol Vuh,
La historia
Moderna.
Por la noche dejaremos nuestra carne
Sin guardianes,
Nuestra alma
Sin centinelas.
En el patio las dejaremos
Solas.
Vendrá la profecía husmeando
Con el hocico pegado a ras
De los siglos.
Brillará su pelaje en la noche,
Se agrandará poco a poco
En el camino,
Se ensañara con sus colmillos litúrgicos,
Hundirá sus garras fatales
Y en nuestra carne,
En nuestra alma,
Agotará las cisternas de su veneno.
Cebará sus lomos,
Limpiará su edad de ponzoña,
De rabia.
Y con la luz desaparecerá
Sin dejar pisadas ni tufo.
Cumplida,
Morirá.
Nos buscarán en la casa.
No estaremos.
Nos llamarán. El silencio.
En el fondo de la sepultura,
Abrazados a nuestro enemigo
Nos revolcaremos.
Entonces nuestros hijos, en paz,
Continuarán.
ꟷEn el rostro una llama,
En la sangre un resedo de flores.
Y delante de ellos, retozando,
Los días serán un rebaño de ovejas.

IV
¿Habrá símbolo en el que asome a mayor materialidad
El castigo merecido,
De cosidad en su letra cierta y palpable,
Como por ejemplo
Eso de que nuestras mujeres ayuden a soportar las cadenas
Aumentándonos el peso?

V
Sin embargo, nada dirán los números, el calendario,
La marimba,
El viento, el paisaje, el lago y en él la altura muerta,
La pirámide
Y sus escaleras que conducen al pasado.
Las pinturas,
Los códices, la poesía, la escultura, la música,
La astronomía
Y todo lo demás será avaro. Callarán, herméticos.
Los alcances
De la cosmonáutica, la formación de nuevas sociedades,
De un nuevo hombre,
De un futuro contante y sonante para los incrédulos,
Que hay comarcas
En las que el pan y la leche son gratis para los niños,
Que en otros pueblos
Todos miden la tierra con el cuero de sus zapatos.
Claro, eso no dice nada,
Y jamás nos abrirá las puertas hacia la realidad
Si nuestra cobardía
Sigue vagabundeando como el caballo perdido
Que durante las noches lluviosas
Se nos transforma en espanto y nos hace correr.
Lloramos, pedimos
A Dios. Y en la oscuridad nadie nos responde.

VI
Las huellas nacen, crecen y se ahondan
Según el peso del hecho.
Marcan la inconmensurabilidad del tiempo.
Y a medida que la mano las va desempolvando
Comienzan a revelarse
Los que imprimieron el sello de su hombro
En las canteras reducidas a columnas,
A vigas, soportes, escaleras, monumentos,
Racimos de durazno y páginas de piedra
Escritas por un tupido granizo de picapedreros.
Huellas de los que acarrearon la cosecha del maíz
Y al revisar los canastos, ya en sus casa,
Se les llenó la boca de terror.
Pisadas que se arrastran bajo las hojas secas.
Pasos que van hacia el sacrificio
Y nunca dejan de escucharse.
Sandalias invisibles que se detuvieron.
Al borde de nuestra mesa,
Callan y esperan, esperan…
Ah, el ciego dolor del hombre
Mirándonos desde el follaje!
Mis dedos, silenciosos, pasan rozando
La cavidad que dejó el pie del sembrador
ꟷhuella en la que el Universo,
Conteniendo la respiración,
Guarda el agua de lluvias milenarias.
Y mi espíritu, sin quererlo, revuelve
El rescoldo de los que se pasaron la noche
Rastreando tras de las pisadas
Que la estrella de la madrugada
Fue tatuando en la profundidad del cielo.
¡Ah, el regocijo de caer sobre la huella
Y agarrar la punta del lazo de la luz!

VII
¿Y con una rama mojada en el miedo a la eternidad
Quieren borrar las inscripciones que arropan
Mi palabra
Mi corazón?

VIII
Los gajos del tiempo pasado, recogidos como monedas
En las cenizas
De viejos
Incendios,
Los hemos venido engarzando en la cuerda
De la que hicimos un collar
De nudo corredizo
Firmando y acatando documentos fariseos,
Desplegando himnos ajenos,
Gloriosas batallas
A tinta
Y fogosa
Oratoria.
Y esgrimiendo ardorosos alegatos
Descuartizamos al enemigo
En la arena forense.
Luego, como próceres inmaculados
Que engatusan en un acta
La independencia
Del pueblo,
Nos sentamos a la mesa, inmisericordes,
Y ahogamos nuestros ojos en una taza de café,
Emplumando la esperanza ꟷqué vergüenzaꟷ
En ese mito vacío
Incapaz de hacer frente siquiera a aletazos.
El fusil se cubrió de polvo
Y en la bandera las ratas hicieron su nido.
La sombra del conquistador, con su mirada,
Nos ahonda la zanja en el lomo,
Y su corcel aún erosiona el sembrado.
Realmente dan ganas de salir corriendo,
Dar alaridos con el sombrero en la mano
Como espantapájaros con el culo quemado.
Ya solo falta presentarse en la feria
Con la cara untada del aceite
Con el que nuestros verdugos
Frotan las uñas del mito,
Hacer muecas y micadas,
Y repartir el trago
Sentados sobre nuestro ataúd…
Lo que nos vamos a sacar es que nos arrojen
A la cara
Nuestra osamenta sagrada.
Que de la cabeza a los pies
Nos echen palanganadas de carcajada hiriente,
Y la mirada terrosa de nuestros abuelos
Atraviese las paredes pintarrajeadas
Y perfore la puerta sólida de hormigón
Que encubre la desnudez de nuestra caza.
Pero tampoco nos urgen profetas, caudillos baratos,
Cagatintas.
Ni oradores, ni pedagogos legisladores
Como aquel fulano
Que cuando salió de su madriguera esotérica
En la que tenía, únicamente, metida la cabeza
(El trasero le quedaba afuera. ¡Divertido!)
Dijo haré esto y lo otro, etc.,
Poco a poco malgastó el fuego de su raza
Y ahora no hace más que pasearse en las grandes plazas
Con flores de ceniza en la mano.
Si es así mejor que nos dejen
Solos.
Que no caven fosas y no tiendan
Trampas,
ꟷson ellos los que se descabezan.
Que no arrojen púas en los caminos como quien siembra
Maíz.
Y a navaja no escriban su nombre en los árboles,
Las cátedras,
Las paredes en donde habita el dueño de los volcanes,
Los barrancos,
El dolor,
Los sueños.
Solos pastorearemos las hogueras, conduciremos el rebaño
De incendios
Como brujos adivinado en la oscuridad, en la noche,
¡Contentos del tamaño de la catástrofe!

IX
Tormenta recogida en sí misma
ꟷmi tribu.
El incendio que es mi raza,
Despierta.
A medida que sube por mi estrofa,
Las sombras caen escalera abajo…
Navegan los míos sobre lava,
Sobre sangre,
Y reman con fusiles.
En mi tribu late una erupción.
Es lava emplumada. Ardiente.
¿Y qué se hicieron aquellos que sólo sabían florecer
En el lloro de la marimba?
¿Los que llenaron de tierra sus tambores
Y morían al canto del tecolote? ¿Dónde están? Preguntan.
Aquí ꟷrespondemosꟷ, ya únicamente sabemos disparar
Ríos de lava hirviente. Ríos que si truenan
Es porque arrastran piedras, mitos y más piedras…
¡Piedras! Entienden?...

X
Con ojos insomnes mirábamos desde el fondo del siglo
Llena la boca de luceros
Y bosques umbríos
Los dedos ensortijados con anillos de arena
Y pisadas de incendio
Serpientes dormidas
El corazón fondeado en la resaca de cuatrocientos años
Con sabor a cadenas
Oxidadas
Del largo de la eternidad
Con mirada delicadísima susceptible de evaporarse
Al menos luzaso
Como espuma negra
Somnolienta
Con acento de madera para marimba
Con esa mirada que más parecía labrada en el jade
De la noche
Untada a penas
Con esos mismos ojos nos encaminamos
Como quien durante la noche
Vuelve a su casa
No reconoce el sembrado de los árboles el pozo callado
La flor de sombras en el fondo
Ya no se acuerda del corral por el que aún anda suelto
Un resuello
En cuyas trancas cuelgan
Los aullidos del coyote
Riendas sin mano calaveras de vaca lazos
Avanzamos a tientas hasta herirnos las yemas
De los dedos con el filo
De la madrugada
Y como el jaguar cebado por sus propios cazadores
Que se detiene huesmea
Ya yerba
La boca de su madriguera
Penetramos nosotros desconfiados temblando contentos
Nada menos que pisábamos
Nuestros dominios
Después de hacer estado tan ausentes
Alzamos un puñado de tierra del que chorreaban luz
Semillas hojas secas de humedad
Mudos contemplábamos olfateábamos
Mirábamos regábamos de alegría lo inabarcable
Puros niños al ver
Aquella joya
Recuperada de las manos férreas del usurpador

Salimos a la calle y bajo la lluvia corrimos a la cantina


De allí a la vuelta Entramos metiendo ruido y enseguida
Nos pusimos a derrochar las uvas de la aurora y
Ordeñamos sin tregua
LA REVOLUCIÓN
Ese fue zarabandón el que se armó en toda la nación
Hubo marimba Un aguacero
De trago
Inundó los poblados erosionando la paz asinomás arrasó
Terrenos cultivados
El horizonte la perspectiva
Los días lunes por la mañanita los camiones municipales
Recorrían las carreteras
Perpenaban
A la indiada que durante la noche del domingo había
Entrado
A machetazos a los veloces automóviles
De puro contentos borrachos
Asinomás…
Mientras tanto en los clubs los cabarets de las ciudades
En las salas las alcobas
Presidenciales
Se echaban a rodar se cambiaban de lugar los valores
Como en un juego
De d-a-m-a-s
ASINOMÁS
Todo bien hecho con su banda con sus poetas que
Escribían
Odas. Sus profetas
También con putas
Durante un periodo de diez vacas gordas
Las destazamos nos la comimos
Y me monto en pegaso para que me cuente otra!

XI

Desesperados corrían
De un lado para otro
Popol Vuh 1,3

El sembrador que vio la estrella, desnuda,


Bañándose
A orillas
De la madrugada, ese año envejeció por lo menos
Diez años.
Las ciudades se quedaron escuchando, taciturnas,
Su ensimismamiento,
El silencio las fue perforando como agua
Que horada la piedra.
El calendario se pudrió como una mariposa.
Se desmoronó
De arriba abajo en fechas siniestras.
Yo me pregunto qué cara pondrían aquellos
Que dijeron siéntese
Señores,
Y esperando se secaron porque el grano no llegó
Que no vengan con brincos porque no había necesidad de
Hurgar tanto en el fondo desierto de los cofres buscando
Cualquier fierro
Pistolas
Machetes
En sacar armas a asolear
Fieros
Desenvainar la valentía
Solamente con la sombra de la mano
Hacer vibrar
Poner a retumbar
El cuero de los tambores
Que no me vengan
Con cuentos
No me digan no quiere oír nada!
Si cuando todos
Corrieron a la calle
De pronto pararon en seco y se pusieron a llorar
El acero
De nuestro
“Soldado del pueblo”
Aún
Fíjese usted
NO HABÍA SIDO TEMPLADO Y ADEMÁS HABÍA SIDO
VACIADO EN MOLDES ANTICUADOS
Eso sí me da risa. La carcajada
Brota por sí sola, sin freno, cae
Y se coagula en el silencio
Como espesas gotas de petróleo en la soledad de la piedra
Pero no se aflija, amigo, “el soldadito
Del pueblo” entró redondo a la historia
Aunque sus papeles no estuvieron en regla.
La tierra se sumergió en una luz cuarteada
Con lluvia,
Fría lluvia,
Los que habían pronunciado AQUÍ ESTAMOS
Saborearon
La amargura de un discurso enternecedor
Que como el pellejo de una culebra
No es más
Que una forma de decir
SEÑORES YA LA ESTANCIÓN HA CAMBIADO
La primera cosecha nos dejó un puñito de grietas,
En las manos
El tiempo se arrastró como animal herido.
Los niños
Y el viento,
Corretearon en las charcas tras la luz
De los luceros.
No bien pasó un año y los terrenos abandonados
Desaparecieron
Bajo las cruces, bajo la yerba salvaje.
La siembra soslayó su respiración como una muchacha
Asediada,
Buscada y perseguida para ser violada.
¿Cómo entonces no quieren que fluya mi llanto,
Persistente,
Rumoroso
Y triste?
En terrones arrastra mi corazón,
Me derrumba los muros del sueño.

XII

Salgo a la calle y Olga va conmigo.


Vamos, le digo, amigo mío, vámonos
Fuera de la ciudad, al campo.
(Con la mano ella seca mi llanto.)
Buscaré un roble frondoso,
Pondré mi cabeza sobre tus piernas
Y dormiré cien años.
Al despertar, asomada a mi rostro
Mi patria me estará mirando

LOS CÓDICES

Hemos hallado, el rastro,


Por estas señas daremos con el fuego.

Si el aguacatero se extiende bocabajo con los brazos abiertos, en


Primer lugar parecería una cruz como la de tal Cristo. Con la
Ventaja, claro, de que el aguacatero es muchísimo más antiguo que la
Cruz. Y como sus brazos son requetelarguísimos, partiendo del
Mismo corazón, en un momento dado y en otro punto del globo, la
Mano derecha se encontraría con la izquierda.

El aguacatero existe. Yo lo he visto, Los aguacateros, en cambio, no existen.


Yo no los he visto.
Allí tienen el aguacatero de pie, en línea los pies. Por pares: ꟷ
Dos por dos por dos por veinte. Y no van ni vienen. Tampoco
Caminan de lado. Está, pues, el aguacatero parado en sus pies.

Yo lo he visto, amigos. Me consta. Usa sombrero y no se moja


Nunca. Sus brazos son requetelarguísimos: por el portón se salen
Del patio, cruzan la calle y se van escurriendo entre montículos de
Leña. Colándose por un portillo van a salir detrás de una cabelleriza.
Y allí los tienen ya junto al pozo sacando agua, la que acarrean
Teñida de sol, o con unos lucerazos pashtudos untados en el fondo
Del cubo. (En veces, a fuerza de cubetadas, logran extraer del pozo
Todas las estrellas del cielo).

Los aguacateros, en cambio, no existen. Porque si existiesen,


Terminada la labor habiéndole levado el paso al sol hasta
Embrocarlo detrás de aquel monte, al retornar a sus casas,
Prácticamente dejarían de ser aguateros. Primero. Segundo, si
Damos por fundado que son aguateros los que se pasan el agua de
Mano en mano, gritando, entonando sones, alardeando mientras
Hacen pendulear sus sombras sobre la arena, entonces el primero
Sería último, y el último, primero. Y esto, amigos queridos, salta
Lejos de cualquier entendimiento.

Por último, Yo sé por experiencia que el agua de los pozos es


Fresca y fría. (A propósito, de ahí como un lazo invisible, viene el
Hecho de que la gente prefiera beber agua en su primerísima fuente,
Porque si bien es cierto que la habitan diversas contaminaciones
(En todo caso naturales) también conserva aquella humedad que
No es solamente suya, sino así mismo se debe al pozo, a la tierra
Que la contiene). Quedábamos en que el agua de los pozos es fría
Sin embargo a su destino llega casi caliente. Ahora preguntemos a
Los aguateros que se encuentran junto al pozo y afirmarán que
Realmente el agua es fría. Los de en medio ꟷtibia. Y suponiendo
Que exista el último, ese le dirá que no que el agua es casi caliente.

Sentado queda, amigos, que nadie tiene una idea precisa, exacta,
De la temperatura del agua.

Y sin importante conocimiento, ¿qué aguateros van a ser?


Eso es como si les faltase la piedra, o algo así, ¿Verdad?

Pero allí tiene ustedes que se acerca el aguatero y con la mayor


Tranquilidad del caso agarra y nos dice: ꟷSí. El agua es la misma.
Pero también es otra. Simplemente ha cambiado de temperatura.

Cuando uno habla del aguatero y no de los aguateros,


Sinceramente experimenta la sensación de estar poniendo las cosas
En su lugar.

No les miento. Y si el aguatero no existe que aquí mismo se


Transforme mi lengua en hoja seca y me la desprenda el viento.

Existe. Habla poco y nunca tiene sed. Sus manos son


Requeteanchísimas. Tant que todos nosotros podríamos beber agua
De ellas embrocándonos en la orilla.

Es peligroso porque de un resbalón bien que puede uno


Desaparecer en el fondo. Perderse en la idea establecida y no llegar
A comprender su existencia.
El buitre que vino a posarse sobre la brasa en llamas,
Desapareció agitando sus alas de humo. Las manchas negras que
Vemos revolotear sobre el cadáver mojado de un caballo, o sobre
Un chofer escupido por el río, mordisqueado por los peces, son las
Sotanas de un cura que por equivocación pronunció la verdad. Y
Esos pájaros blancos que chillan lastimeros durante las noches
Bochornosas, son las brujas o ánimas de los que mueren quemados,
Los dictadores, prestamistas, del que se comió un pan delante de un
Niño hambriento, del que piensa en sus negocios mientras hace el
Amor, los politiqueros y la gente malacate que arrojan de cabeza,
Desde el fondo de la vida, para que se pierdan en las alturas del
Cielo.

Desde los tiempos de tatalapo el fuego sigue su paso,


Indiferente. Cuando llovía, desaparecía, siguiendo viaje por
Senderos de ceniza. Al poco tiempo un rayo lo sacaba, del pelo, de
La punta de un pino. Y así hasta que se encaramó a un templo. De
Allá pegó un salto y se internó en el sol.

Antes la cosa era difícil. El fuero era caro. De nada servía


Mandar al águila, al gavilán, y, en la oscuridad, al tecolote para que
Se bebieran los ojos de los varones que nos habían escamoteado el
Fuego. Nuestros huesos arrinconados entre la niebla, lloraban y se
Calentaban recostándose sobre las carnes flojas de la arena, también
Frías. Los charquitos de tuétano en que nos convertíamos,
Quejumbrosos y delicado, aún palpitantes cubríanse de musgo.

Pero el sol se abrió paso entre la bruma y dejó caer su lluvia


Aurífera sobre montes y barrancos. Lo vieron nuestros ojos:
Hermosura. De hermosuras ꟷfue la exclamación que escapó de
Nuestras bocas. Y enderezamos, nosotros, habitantes desnudos de
Los valles desconsolados, de las cumbres heladas.

Hoy día la cosa es mucho más sencilla. Todo ha cambiado.


Con tanto adelanto! Por cinco centavos se puede obtener una
Candela de esterina, por dos los fósforos y con eso en la mano,
Cualquier fulano se pone de tú a tú con Jehová. Sí amigo, el señor
Ha bajado de precio. Tenga paciencia, después lo darán al crédito.
Para guardar las apariencias. Y más tarde gratis.

Fatal, ¿Verdad?

¡Contundente!

Pero mi ausencia se quema con el día. Habrá que retirarse. Sin


Ser visto.

Y, por favor, que aquí no he estado yo.


Apresado el fuego de las cosas, podrá revestirse la idea y el
Sentimiento de formas que se toquen y pueda ver.

La palabra del misterioso agorero caída como alhaja, arrojada


Desde lo alto del recitadero, de la cumbre del templo en otro sonar
Retintineó de grada en grada hasta rodad por la plaza y romperse en
Los mil significados que, recogidos guijarro tras guijarro,
Atravesando la oscuridad de los siglos, nos abren flor y sabiduría
De la raza.

Ellos serán los que trabajen el barro. ꟷfue dicho. Esa será la
Labor de la plebe, el oficio de la muchedumbre. Y así será humillada.
El agorero cerró los ojos y desapareció entre el humo y las
Oraciones. Y las profecías y las maldiciones.

Saboreando lo terroso del castigo los de la plebe comenzaron a


Arrancar del barro los platos y las tinajas, las escudillas y los
Batidores, vasos, jarras, ollas, comales. El fuego con el que ahora
Sometían el barro para llenar los mercados y las salas señoriales
Con innúmeros objetos de arcilla, en tiempos remotos sus
Progenitores lo habían recibido pagando por él en hijas, esposas,
Hermanas, y no pocas veces en sangre cuyo aroma rezumaba de las
Paredes ahumadas de los sacrificatorios.

Las noches sin estrellas les aconsejaron el uso del nije. También
La amargura.

Internáronse en los montes, y robáronle a los árboles el jugo


Para luego convertirlo en pintura preciosas.

Por fin, entre la muchedumbre nació quién engatusaría el ágata,


La palta y el oro. Y Los metales fueron a dar, con lágrimas que
Brotan de los ojos oscuros de la montaña, engastados en los coyotes
Y éstos cobraron la mirada que emanan las fieras cuando acechan a
Sus cazadores en la sordidez del monte.

En cáñamos encerados engarzaron almendras secadas al sol y


Luego bañadas en traslúcidos barnices, intercalando huesecillos y
Diamantes, rubíes y pedrecitas que durante la noche tuvieran el
Ánimo de las luciérnagas. Y entre los pechos untados con pasta de
Tamarindo y flores de las esposas de los grandes señores, como
Corales se durmieron los collares.

En la frente de un ídolo dejó rastros muy hondos el ciclo de


Malas cosechas.

La gracia de un junco en la brisa surgió en la naricita de un


Gamo que ventea el agua oculta en las rocas.

Hablaron los muros, la piedra más silenciosa.

Lo hermético y denso del tiempo vibró como una gota rezagada


De lluvia que, apresada en la cornisa de un templo nunca cae a
Tierra.

Y todo lo terrible y ciego del poder encarnó en los inertes y


Pesados tronos de sólida piedra.

De la misma manera que torneaban una pieza de arcilla para


Conservar en una tinaja el agua de la eternidad, destilaban la
Sabiduría del año haciendo hablar el teosintle en otro idioma,
Prensaban en el sabor del grano, engastaban en el corazón del maíz
El período de mayor riqueza en la historia antigua del reino.

Al descender a lo más profundo del pensamiento, alcanzaron


La altura exacta de las estrellas, obteniendo a través de un cedazo

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