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Amor Maternal Original
Amor Maternal Original
August Strindberg
Personajes:
La madre, antigua prostituta, cuarenta y dos años.
La hija, actriz, veinte años
Lisen, diez y ocho años.
Una camarista.
Escena primera
Hija: ¿No me puedes disculpar de jugar a las cartas en un día de verano tan hermoso como
este?
Madre: ¡ven para acá, deja de tomar el sol; te vas a estropear el cutis!
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Madre: ¡Entonces qué, esta nublado! (a la camarista) Baraja, por favor.
Madre: Saber nadar o no, no importa ahora; lo que sabes es que no debes salir nunca sin tu
mamá.
Hija: ¡claro que lo sé! ¡ no oigo otra cosa desde que tengo uso de razón!
Camarista: Eso es una prueba de que tienes una madre amorosa, que quiere el bien de su
hija … ¡Eso es!
Madre: (Tiende la mano a la camarista) ¡Gracias!, ¡gracias por tus palabras, Augusta! Lo que
yo pude ser, eso… Pero que he sido una buena madre, puedo decirlo sin temor.
Hija: Sí…¡No vale la pena tampoco pedir permiso para ir a jugar tenis!
Camarista: No hay que ser impertinente con mamá, niña; y cuando no se quiere dar a los
padres la alegría de compartir sus humildes divertimentos, me parece, por lo menos
ofensivo, pretender ir a divertirse en compañía de otros.
Madre: ¿otra vez te vas a portar así? Ocúpate de algo útil y no estés ahí sin hacer nada. ¡Ya
eres toda una señorita!
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Hija: Pues si ya soy una adulta, ¡por qué me tratas como a una niña?
Hija: Eso en todo caso no deberías reclamármelo, porque tú quieres que sea así.
Madre: Oye, Elena, me parece que te has vuelto demasiado rebelde últimamente. ¿Con qué
gente convives aquí?
Madre: ¡ Sí, en lugar de pelear, hicieras algo útil! Ven a leerme tus textos, por ejemplo.
Hija: El director me ha dicho que no debo leérlos a nadie, por que me malacostumbran.
Hija: Entonces, ¿ por qué te portas así? ¿Y por qué es mi culpa cuando haces las cosas mal?
Camarista: ¡estas diciendo que tu madre no tiene educación! ¡me parece mentira viniendo
de ti!
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Hija: ¡eso dice la tía, pero no es verdad! ¡y cuando mi madre quiere enseñarme a fuerza,
debo decir lo que pienso, si no, no me volverían a contratar y nos quedaríamos en la calle!
Madre: ¡Era lo que nos faltaba! ¡Que nos dijeras que vivimos a tus expensas! Pero ¿tú sabes
lo que le debes a tía Augusta? ¿Sabes tú que fue ella la que se encargó de nosotras cuando
al infame de tu padre nos abandonó? Gracias a ella hemos vivido; y así, tienes con ella una
deuda que nunca podrás pagar. ¿lo sabes? (la muchacha se calla) ¿lo sabes? ¡responde!
Camarista: ¡Cálmate, Amelia! Los vecinos nos oyen y van a hacer chismes de nosotras, ya
sabes como son. Ya cálmate.
La Madre: con esta es la tercera vez que te niegas a salir con tu madre. (reflexionando) Será
posible…Sal, Elena, déjanos solas, mientras yo hablo con tía Augusta.
Escena segunda
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Camarista: ¿qué?
Madre: ¡Todo puede ocurrir! No creo que alguien fuera tan cruel para decírselo a la niña en
la cara. Yo tuve un sobrino que hasta los treinta y siete años no supo que su padre se había
suicidado. Pero la conducta de Elena ha cambiado. Algo me huele mal. Hace ocho días sentí
que mi compañía la inqueteaba cuando paseabamos juntas. Buscaba los caminos aislados;
cuando encontrábamos a alguien se hacía la distraída; estaba nerviosa; Callada, ausente,
imposible sacarle una palabra; quería regresar a casa. ¡Algo pasa aquí!
Madre: ¡Sí!
Madre: Sí, y lo que es peor; figúrate que no me ha presentado cuando nos encontramos con
sus amigas.
Camarista: ¿ sabes que pienso? Que se ha encontrado con alguien en especial, tal vez
alguno de los que llegaron aquí la semana pasada. Vamos a preguntar qué turistas han
llegado últimamente.
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Hija: Sí, mamá.
Camarista: puede ser; los sueños se cumplen algunas veces, yo lo sé…pero nunca los bellos
sueños.
Escena tercera
La hija hace un saludo desde la galería. Entra LISEN; viene en traje de tenis: vestida toda de
blanco, sombrero blanco.
Lisen: ¿salieron?
Lisen: ¡Ay Elena! ¿qué me dices entonces no vendrás con nosotros? ¡y yo que estaba tan
contenta! ¡si tú supieras cómo te quiero! (la besa)
Hija: ¡ Y si tu supieras lo bien que me he sentido contigo, en estos últimos días, con las
visitas a tu casa, han sido preciosas, yo nunca había vivido en un ambiente tan pacifico y
cariñoso! Te imaginas lo bueno que ha sido para mí, que crecí en un lugarcito, en una
atmosfera reducida donde las personas, de una existencia dudosa y obscura, se agitaban en
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torno mío cuchicheando, disputando, burlándose; sin tener nunca para mí una palabra
amable ni una caricia, vigilándome, como se vigila a un presidiario…¡ni pensar que es mi
madre de la que estoy hablando así! ¡ y me hace daño, mucho daño! ¡vas a despreciarme!
Hija: No, pero paga sus pecados. Dicen que uno se puede morir, sin saber realmente lo que
fueron los padres con los que se ha vivido siempre. Es probable. ¡y cuando los conoces no
terminas de creer lo que son!¡todo es tan complicado!
Hija: sí, cuando estaba en la alberca, hace tres días, oí, que alguien hablaba de mi madre.
¿y sabes lo que decía?
Hija: ¡Decían que mi madre había sido…una mujer de la mala vida… una prostituta! ¡ me
cuesta trabajo creerlo; no quiero creerlo, pero tengo el presentimiento de que es verdad;
todo coincide…es verosímil, y me da vergüenza! Me da vergüenza pasear en la calle con
ella; siento que la gente nos mira, que los hombres nos hacen señas…¡ es horrible! Pero,
¿es verdad? ¿ crees tú que pueda ser verdad?
Hija: Sí, tú sabes, tú sabes algo, pero no quieres decírmelo; y yo te lo agradezco. ¡de todas
maneras soy desgraciada, me lo digas o no!
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Lisen: Querida amiga, deja de pensar en eso , y ven con nosotros hoy; conocerás personas
con las que puedas pasártela bien. Mi padre regreso esta mañana, y desea verte; le he
hablado de ti en mis cartas, y a mi primo Gerardo también.
Hija: Tú, tú tienes un padre; yo también tuve uno, cuando era pequeñita, pequeñita…
Hija: ¡Nos abandono , por que… según dice mamá, era un mal hombre!
Lisen: eso, es tan difícil de saber…déjame te digo: si vienes con nosotros hoy veras al
director del gran teatro, y es posible que trate de contratarte.
Lisen: Eso, y él está interesado en ti…, es decir, Gerardo y yo lo hemos interesado por ti, y
ya sabes cómo de un momento a otro puede cambiar nuestra suerte: una visita, una palabra
dicha oportunamente. En este caso no puedes decir que no sin perjudicarte.
Hija: ¡Imagínate claro que quiero! Pero no puedo salir sin mamá.
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Lisen: Solo vamos a salir unas horas, ¿te parece que eso la haría sentir mal?
Hija: no creo que me echara de menos; cuando estoy en la casa siempre tiene algo que
reprocharme. Pero no salgo sin su permiso, me sentiría mal si ella no puede acompañarme.
Lisen: Escucha, Elena, realmente tu deberías…pensar por ti misma… tener tus propias
ideas…deberías liberarte, emanciparte.
Lisen: No, no es eso lo que quiero decir: pero necesitas liberarte del control de tu madre,
ya tienes edad suficiente para pensar por ti misma, si no podrías acabar por hacerte la vida
imposible, y viendo la vida de otra persona.
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Hija: No podré nunca. Ten en cuenta lo pegada que eh estado a las faldas de mi madre desde
niña; jamás me he atrevido a tener un pensamiento que no fuera el suyo, querer una cosa
que no fuera su deseo. Sé bien que esto me cohibirá, que me cerrará ciertos caminos; pero
es irremediable, no puedo hacer nada contra eso.
Lisen: pero no tienes relaciones, no tienes amigos; y no se puede vivir sola. Es necesario que
busques un apoyo. ¿nunca has estado enamorada?
Hija: ¡No, no lo sé! Nunca me he atrevido a pensar en esas cosas, y ningún hombre ha podido
fijarse en mí, mi mama no los deja. ¿y tú? ¿ tú sueñas con estar enamorada?
Hija: ¡A mí!
Lisen: Si, me ha pedido decirte sus intenciones; él quiere conocerte… hacerte una visita.
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Hija: ¡Aquí! ¡no, eso no puede ser! ¿piensas tú que yo querría atravesarme en tu camino?
¿crees que yo sería capaz de arrojarte de su corazón, a ti tan bella, tan fina…? (toma entre
las suyas las manos de Lisen) ¡una mano como esta, y una muñeca así! Me he fijado en tu
pie, el otro día, en el baño. (se arrodillo delante de Lisen, que está sentada)Un pie de uñas
perfectas, con los dedos rosados y gorditos como los de la mano de un niño. (Besa el píe de
Lisen) Eres una gran mujer, y muy diferente a mi.
LISEN: ¡Como crees, no digas tonterías! (Se levanta) ¡Si tu supieras…! Pero…
HIJA: Yo debo ser tan buena como tú eres hermosa; nosotras cuando las vemos desde abajo
siempre pensamos eso… con esos rasgos claros, delicados, finos, donde la miseria no ha
puesto sus arrugas ni la envidia la marca de su fealdad.
HIJA: ¡Sí, eso es! Se diría que yo me parezco a ti un poco, como una hierba silvestre se parece
a una orquídea; por eso veo en ti otra yo, mejor, algo que quisiera ser y que no seré nunca.
Tú has cruzado por mi camino tan clara, tan blanca, como un ángel, estos últimos días de
estio; ahora será ya el otoño, y pasado mañana regresamos a la ciudad… Y después nos
perderemos de vista… Y esta bien que no volvamos a vernos… Tú no podrías nunca elevarme
hasta ti, pero yo…, yo podría hacerte rodar abajo, y no quiero. No quiero cambiar esta
imagen, quiero verte tan alto, tan alto y tan lejos, que no pueda ver tus defectos. Así, adiós,
Lisen, mi primera y única amiga…
Lisen: ¡No, detente, ya basta! Elena, ¿tú sabes quién soy yo? ¡ yo soy tu hermana!
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LISEN: ¡Tú y yo tenemos el mismo padre!
HIJA: ¡Que tú eres mi hermana, mi hermana menor! Pero ¿quién es entonces mi padre? Es
capitán de fragata porque el tuyo lo es… ¡qué tonta soy! Pero entonces, está casado,
porque… ¿Es bueno contigo? Con mi madre no lo era…
LISEN: ¡Tú qué sabes! Pero… ¿no estas contenta ahora de haber encontrado una hermana
pequeña… una hermanita que no llora, eh?
HIJA: ¡Sí, tan contenta que no sé qué decir! (Se besan) Pero ¡no me atrevo a ser
completamente feliz porque no sé que va a ocurrir aquí! ¿Qué va a decir mamá, y cómo va
a ser nuestro encuentro con papá?
LISEN: En cuanto a tu madre, yo me encargo… No debe tardar…, y tú, espera hasta que todo
se aclare. ¡Qué, no me das un abrazo, hermana! (Se abrazan)
HIJA: ¡Hermana mía! ¡Qué extraña suena esta palabra, como la palabra padre, cuando no
se ha pronunciado nunca!...
LISEN: Nada de palabras vanas ahora, regresemos al tema. ¿Crees que tu madre se negara
si te invitamos a casa? ¡A casa de tu hermana y tu padre!
HIJA: ¿Sin mamá? ¡Oh, odia a tu… a mi padre de una manera, que no te imaginas!
LISEN: Pero ¡no tiene ninguna razón para odiarlo…, si tú sabes como esta el mundo lleno
de mentiras y de falsas ideas! ¡Y de errores equívocos! Mi padre me ha hablado de uno de
sus antiguos compañeros, que se hizo con él a la mar como aspirante de marina. Había sido
robado un reloj de oro del camarote de un oficial, y Dios sabe por qué, sospecharon del
aspirante. Sus compañeros se alejaban de él, y eso le angustiaba; llegó el punto en que era
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imposible el trato con ellos; un día tuvo un duelo, y decidió irse. Dos años más tarde el
ladrón fue descubierto: era un marinero; pero nunca se reparo el daño del inocente porque
siempre había sido un sospechoso; la sospecha, aunque desmentida, ha pesado sobre toda
su vida, y el apodo que le habían puesto le quedó. Su mala reputación ha crecido como
crece una casa: se había apilado y amontonado, y cuando se han querido demoler los
cimientos falsos, la construcción ha permanecido suspendida en el aire como un palacio de
las mil y una noches. Cosas así pueden ocurrir. Pero ocurren aventuras más disparatadas
aún, como la de aquel guitarrista, al que se le llamaba “el incediario” porque le habían
prendido fuego a su casa, o la de un tal Anderson, llamado Andrés “el ladrón”, porque había
sido víctima de un robo famoso.
HIJA: Lo he visto a veces en sueños, aún sin recordarlo… ¿No era bastante alto, con una
barba negra y unos grandes ojos azules de marino?
LA HIJA: Y además… Espera… ¿Ves este reloj? Sujeta a la cadena hay una pequeña brújula,
y en la brújula un ojo donde está escrita la palabra “norte” ¿De quién la habré recibido?
HIJA: Entonces es él a quien he visto tantas veces en el teatro cuando actuaba. Se sentaba
siempre en el proscenio de la izquierda y me miraba con tanta atención. No me he atrevido
a contárselo a mamá, porque siempre le daba miedo por mí; y una vez que aquel hombre
me echó flores al escenario, mamá las quemó. ¿Crees que fuera él?
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LISEN: Él era; y puedes estar segura de que sus ojos te han seguido durante todos estos años
como ese ojo ha seguido la aguja de la brújula.
HIJA: ¡Y dices que lo veré, que quiere verme! Parece como de cuento…
LISEN: ¡Basta de cuentos ahora! (se oye un ruido) Escucha… es tu madre. Guarda silencio,
yo empezaré el fuego.
HIJA: ¡Va a ser espantoso, me lo dice el corazón! ¿Por qué los hombres no podrán
entenderse y vivir en paz? ¡Oh, si por lo menos todo hubiera pasado! Si mi madre quisiera
ser buena…, voy a rogarle a Dios que la haga buena. Pero seguramente no podrá, o no
querrá, no sé por qué.
LISEN: Puede y quiere desde el momento que tú lo crees; ten un poco de fe en la dicha y en
tus propias fuerzas.
HIJA: ¿En qué emplearía yo mis fuerzas? ¿En no tener escrúpulos…? ¡No podría! ¿Una
felicidad comprada al precio de las lágrimas ajenas…? Eso no podría ser duradero.
Escena cuarta
LISEN: Señora…
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MADRE: Señorita: soy soltera.
LISEN: Su hija…
MADRE: Sí, tengo una hija, a pesar de ser soltera; has muchas otras que las tienen, y no me
da ninguna vergüenza. ¿De qué se trata?
LISEN: Tengo el encargo de rogarle si la señorita Elena podría tomar parte en una excursión
organizada por algunos turistas.
MADRE: Eso no es una respuesta adecuada. Elena, hija mía, ¿aceptarías una invitación de la
que se excluye a tu madre?
MADRE: ¡Si yo lo permito! ¿Todavía me corresponde a mí decidir por una jovencita? Tú has
de decir, por tu cuenta, a esta señorita lo que quieras; si quieres dejar a tu madre sola,
despreciada, mientras tú te diviertes; si quieres que la gente pregunte por tu madre, y verte
forzada a dar respuestas evasivas: “No estaba invitada por esto y lo de más allá”… ¡Di por
tu boca, tú misma lo que quieres!
LISEN: Señorita, no juguemos con las palabras. Conozco bien el parecer de Elena en este
asunto, y conozco también su manera de hacerla contestar a su gusto. Si ama realmente a
su hija como dice, debe desear su bien, aunque ello fuera humillante para usted.
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MADRE: Escucha, jovencita, sé tu nombre y quién eres aunque no haya tenido el honor de
ser presentada. Pero mucho me asombraría que tu juventud tuviera algo que enseñarle a
mi vejez.
LISEN: ¿Quién sabe? Durante seis años, después de la muerte de mi madre, me he ocupado
en educar hermanos y hermanas más pequeñas que yo, y sé que hay seres que no aprenden
nunca nada en la vida por viejos que se hagan.
MADRE: ¡Ay que bonito suena eso!; pero ¿qué piensas hacer de mí?
LISEN: ¡No se trata de usted, sino de su hija! ¿No puede usted pensar en ella un solo instante
sin pensar en usted misma?
MADRE: Faltaba más; pero, mira, al pensar en mí, pienso también en ella, ya que ella ha
aprendido a amar a su madre…
LISEN: ¡No creo nada de eso! Ella está apegada a usted, porque la ha separado de los demás,
y necesitaba amar a alguien cuando usted la arrebato a su padre.
LISEN: Que le arrebato la hija a su padre, cuando él se negó a casarse con usted porque lo
había engañado. ¡Usted le ha impedido ver a su hija, y se ha vengado de su propio crimen
en él y en ella!
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MADRE: ¡Elena, no creas una palabra de lo que dice! ¡Quien me lo iba a decir! ¡Una extraña
entrando en mi casa para deshonrarme en presencia de mi propia hija!
LISEN: Es imposible, si debo hablar bien de mi padre. Sin embargo, comprendo que esta
conversación está llegando a su fin. Permítame, entonces, darle un consejo o dos: eche
fuera a la alcahueta que reside en esta casa bajo el nombre de tía Augusta, si no quiere que
la reputación de su hija se pierda completamente. ¡Ese fue el consejo número uno!
¡Después, ponga en orden todos los recibos acreditando lo que le ha enviado mi padre para
la educación de Elena, porque pronto se ajustaran cuentas! ¡He ahí el número dos! Y otro
más: no se obstine en perseguirla por todas partes, y, mucho menos, en el Teatro; de lo
contrario, todo contrato será cancelado; y entonces, usted tendrá que ir a vender sus
favores, lo mismo que, hasta ahora , ha tratado de ganar crédito propio a costa del porvenir
de su hija.
(La madre queda abrumada)
HIJA: ¡Sal de aquí! ¡Respeta a mi Madre por favor, mi madre es sagrada, tenle respeto!
HIJA: Ahora me parece que has venido aquí sólo para destruir y no para reparar…
LISEN: Sí, he venido a reparar…, a reparar el nombre de mi padre, que era inocente lo mismo
que “el incendiario” a cuya casa habían prendido fuego. He venido también para redimirte,
a ti que eres la víctima de una mujer que no puede redimirse sino retirándose a un rincón
donde nadie la perturbe ni ella perturbe a nadie. He aquí mi misión; ya está terminada.
¡Adiós!
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MADRE: No se vaya señorita, antes de oírme una cosa. Usted había venido aquí, aparte de
esas habladurías, para invitar a Elena a ir a su casa.
LISEN: Sí, allí debía encontrarse con el director del Gran Teatro, que esta interesado en ella.
MADRE: ¿Quién? ¡El director! ¡Y porqué no me lo había dicho! Ah, bueno… Elena irá sola.
Sí, sin mí.
(LA HIJA hace un gesto)
LISEN: ¡Vaya, por fin entra en razón! Elena, tienes permiso para venir. ¿Lo oyes?
LA HIJA: No, no puedo, madre, no puedo abandonarte ahora que lo sé todo. ¡Nunca más
tendré un día feliz! ¡Nunca más podré creer en nada…
LISEN: (A la madre) Recoja usted ahora lo que ha sembrado… Y si, un día un hombre llega a
llevarse a su hija, usted se quedará sola con su vejez y tendrá tiempo de lamentar su
imprudencia. ¡Adiós! (Avanza hacia la hija y la besa en la frente.) ¡Adiós, hermana!
HIJA: ¡Adiós!
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HIJA: ¡No puedo! Ni puedo darte las gracias por tus buenas intenciones, porque me has
hecho daño, más de lo que te imaginas. Yo me había dormido al sol en una arboleda y tú
has venido a despertarme con una víbora.
Lisen: ¡Vuelve a dormirte, y te despertaré con flores y canciones! Buenas noches… ¡Y que
duermas bien!
Escena quinta
Madre: ¡Un ángel de luz vestido de blanco! ¡Oh, y era un demonio, un perfecto demonio. ¡Y
tú… que tonta eres! ¿A qué vienen esas niñerías? ¡Ser delicada cuando la gente es tan
grosera!
HIJA: Pensar que me has engañado de ese modo; que he sido impulsada a decir mentiras
contra mi padre tantos años…
MADRE: ¡Cállate! Tía Augusta es una excelente mujer con la que tienes muchas
obligaciones.
MADRE: ¡Oh, pero yo también tenía derecho a ese dinero, es preciso vivir!... Eres mezquina
¿sabes? ¡Y buscas venganza! ¡No puedes olvidar un detalle insignificante!... Aquí tenemos
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a Augusta. ¡Ven! ¡Tú y nosotras, gente de poco más o menos, nos entretendremos como
mejor podamos.
Escena sexta
CAMARISTA: ¿Lo ves cómo era él? ¡No había adivinado yo del todo mal, no!
Hija: …¡Bueno, vamos a jugar cartas! ¡No puedo derribar esas murallas que tantos años
empleaste en levantar! ¡Vamos! (Se sienta en la mesa de juego y comienza a barajar)
Madre: Ah, bien… ¡Por fin, una muchacha que sabe lo que debe hacerse!
Telón
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