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“Amor de

madre”
August Strindberg
PERSONAJES:
La madre, (Amelia) antes prostituta.
La hija (Helena), actriz.
Lisen.
Una camarera de teatro (Augusta)
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- Interior de un pequeño chalet en una ciudad costera. En algún espacio del


escenario, un mirador que da a la bahía de la costa cercana a
Estocolmo.
Escena 01
La madre y la camarera de teatro, bebiendo y fumando, mientras juegan a las cartas. La hija, junto a la ven-
tana, mirando el mar.

MADRE – Helena, vení a jugar con nosotras…


HELENA – ¿Es que no puedo dejar de jugar a las cartas ni siquiera en este
hermoso día de verano?
CAMARERA – Siempre tan amable con tu madre…
MADRE – No te expongas tanto al sol, te arruinará la cara.
HELENA – El sol aquí no quema tanto…
MADRE – Bueno, pero también hay corriente de aire. (a la Camarera) Te toca re-
partir.
HELENA – ¿Puedo ir a bañarme hoy con las chicas?
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MADRE – No, sin tu madre. Ya te lo dije.


HELENA – Si, pero las chicas saben nadar y vos no…
MADRE – No se trata de saber nadar o no. Ya sabés que no vas a ningún lugar
sin tu madre.
HELENA – Claro que lo sé. Lo vengo escuchando desde que tengo uso de ra-
zón…
CAMARERA – Eso demuestra que hay una madre muy amorosa que quiere lo
mejor para su hija. Precisamente, eso es.
MADRE – (Pasándole las cartas para que reparta) Gracias, Augusta por tus palabras. Una
puede haber sido lo que sea…, pero siempre he sido una buena madre. En eso
puedo estar bien tranquila.
HELENA – Si, claro. Y supongo que será inútil decir que me gustaría ir por lo
menos, a jugar al tenis con las chicas…
CAMARERA – ¡Pero, por qué tanta impertinencia con tu madre! Si no te dan
ganas de alegrarle la vida a los tuyos compartiendo estos momentos, al menos
deberías tener la delicadeza de no herirlos tratando de pasarla bien en otras
compañías.
HELENA – ¡Si, si! Ya sé todo eso… lo sé, lo sé de memoria.
MADRE – ¡Otra vez poniéndote antipática! ¡Es mejor que te pongas a hacer
algo útil y no te quedes ahí de brazos cruzados, que ya estás grandecita.
HELENA – ¡Si soy una persona mayor, no sé por qué me tratan como a una
nena!
MADRE – ¡Porque tu comportamiento parece el de una nena!
HELENA – ¡No me lo reproches, entonces! Sos vos quien quiere que sea así.
MADRE – Me parece que últimamente estás muy alterada. ¿A qué gente estás
viendo aquí?
HELENA – A ustedes, entre otras.
MADRE – ¿Qué? ¿Estás teniendo secretos con tu madre?
HELENA – Quizás ya sería hora.
CAMARERA – ¡Debería darte vergüenza, contestarle así a tu madre!
MADRE – Si hicieses algo útil, en vez de estar discutiendo… ¿Por qué no me
lees tu papel, por ejemplo? ;
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HELENA – El director me dijo que no le lea mi papel a nadie, porque luego me


enseñan a decirlo mal...
MADRE - ¿Así me das las gracias por tratar de ayudarte? ¡Seguro vas a decir
que todo lo que yo hago son tonterías!
HELENA – ¿Y por qué ese empeño en enseñar lo que no se sabe? ¡no sé por
qué voy a tener que pagar yo la culpa de tus torpezas!
CAMARERA – ¡Muy lindo de tu parte! ¿No? Recordarle a tu madre que no tie-
ne educación! ¡Ah…!
HELENA – ¡Tía, eso lo dijiste vos, pero no es así! ¡Lo que pasa es que mi
madre se empeña en enseñarme lo que no sabe, se lo tengo que decir, porque
si no, no volverán a contratarme y nos quedamos en la calle!
MADRE – ¡Ah, bueno…! Ahora también la señorita nos recuerda que vivimos a
costillas de ella. ¿Sabés acaso todo lo que le debemos a tu tía Augusta, aquí
donde la ves? ¿Sabías que fue ella quien nos recogió cuando tu padre desna-
turalizado nos abandonó; y sabías que fue ella quien nos cuidó, y que tenés
una deuda que nó podrás pagar en tu vida?, ¿lo sabías? (La HIJA calla.) ¿Lo
sabías? ¡Vamos…, te escucho!
HELENA – ¡No quiero responder!
CAMARERA – ¡Calma, Amelia que la gente oye todo después empiezan los
chismes... ¡Calma…! ¡Tranquila! (Pausa)
MADRE – (A la HIJA.) ¡Bueno, será mejor ir a dar un paseo. Abrigate y vamos…
HELENA – No, no quiero pasear hoy.
MADRE – ¡Hace tres días que no querés salir a pasear conmigo...!
(Reflexionando.) ¿Será posible...? Hélena, tengo que hablar con la tía Augusta;
dejanos solas, por favor. (La HIJA sale)

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Escena 02
La Madre y la Camarera.

MADRE – ¿Te parece posible?


CAMARERA – ¿Qué cosa?
MADRE – Que haya oído algo…
CAMARERA – No, no es posible.
MADRE – ¡Todo puede suceder! No es que yo crea que alguien pueda ser tan
mala persona como para decírselo, así, sin más. Yo tenía un sobrino que llegó
a los treinta y seis años sin enterarse de que su padre, se había suicidado...
Pero hay algo raro en la conducta de Helena. Ya que no es la que era. Desde
hace siete u ocho días vengo notando que le molesta pasear conmigo y que
prefiere ir sola; cada vez que nos cruzábamos con alguien, ella miraba para
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otro lado, estaba nerviosa y resultaba imposible sacarle una palabra. ¡Te digo
que aquí pasa algo!
CAMARERA – ¡Estás diciendo que... se siente molesta en tu compañía..., en
compañía de su propia madre! ¿es eso?
MADRE – ¡Justamente!
CAMARERA – ¡No, mujer, creo que estás exagerando!
MADRE – ¡NO exagero! te digo más: ha llegado, incluso a no presentarme
cuando dimos el paseo en barco y se nos acercó gente a saludarla.
CAMARERA – ¿Sabes qué pienso…? que quizás haya conocido a alguien que
llegó aquí en los últimos días... Lo mejor sería dar una vuelta y consultar en el
Correo quiénes han llegado últimamente.
MADRE – Si, buena idea… ¡Helena! (Entra la HIJA) Nosotras vamos a ir hasta el
correo, cuidá la casa, mientras.
HELENA – jSi, mamá!
MADRE – (A la CAMARERA) Es como si ya hubiese soñado todo esto...

CAMARERA – Si, a veces da la impresión de que se nos repiten los sueños, lo


sé... jPero nunca los sueños agradables ( Salen)

Escena 03
La hija hace una seña llamando a Lisen.

HELENA – ¡Lisen…!
LISEN – ¿Se fueron…?
HELENA – Si. Van a estar afuera un rato.
LISEN – ¿Y…? ¿qué dijo tu madre?
HELENA – No me animé a preguntarle. Ella tiene un carácter muy violento.
LISEN – ¡Ay, Helena! ¿Entonces no vendrás con nosotros a la excursión? ¡qué
lástima, estaba muy entusiasmada con que vinieras! ¡Te quiero tanto, Helena!
HELENA – SI supieras lo importante que ha sido para mi conocerte y estar
juntas estos días. Conocer tu casa…,
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yo que hasta ahora no había conocido a
perso-nas educadas... Imaginate lo que es una cosa así para una persona
como yo, que siempre vivió en un tugurio, donde el aire es irrespirable, con
gente rara, de vida extraña alrededor mío. Murmurando, discutiendo, peleando.
Nunca escuché una palabra agradable ni nadie me ha tratado con cariño.
Encima mi espíritu se sentía vigilado como un presidiario... ¡No te das idea...!
¡Y es de mi madre de quien hablo, y me duele más de lo que puedas
imaginarte, mucho más! Hasta creo que por esta situación me vas a despreciar.

LISEN – No digas eso. Nadie tiene la culpa de cómo sean sus padres,

HELENA – ¡No, pero es una quien lo .paga! ¡Con razón se dice que es posible
vivir toda la vida sin enterarse de qué tipo de personas son los padres de una.
Aunque hayas vivido todo el tiempo con ellos…, hasta creo que si una se
enterara, aún así no lo creería!

LISEN – (Inquieta.) Pero… ¿por qué…? ¿Escuchaste algo?

HELENA – Sí, hace tres días, cuando estaba bañándome oí por el tabique a al-
guien que hablaba de mi madre. ¿Sabés qué decían?

LISEN – NO hagas caso a los chismes…


HELENA – ¡Decían que había sido una mujer mala...! Yo no quería creerlo, ni
quiero creerlo, pero siento que es verdad; todo encaja, todo indica que es ver
dad..., ¡y me llena de vergüenza! ¡Vergüenza de salir en su compañía, de que
me vean con ella, de que los hombres nos miren...!, ¡es terrible! Pero ¿será
verdad?, ¿Crees que podría ser verdad!
LISEN – ¡La gente miente mucho, yo no sé nada!
HELENA – ¡Sí, sí que sabés; sabés algo y no me querés contar. Te agradezco
esa actitud, pero me siento igual de desgraciada aunque no me lo digas!
LISEN – Pero, querida, lo mejor es que te quites de encima esas pesadillas y
salir hoy con nosotros, conocerás gente con la que te encontrarás a gusto. Mi
padre llegó hoy, y tiene muchas ganas de conocerte, le hablé de vos en mis
cartas; y también mi primo Gerardo le ha dicho que te conoce.

HELENA – Vos, al menos tenés a tu padre; también yo lo tenía cuando era muy
chica, muy chica.

LISEN – ¿Y qué pasó con él?

HELENA –¡Mi madre dice que era un mal hombre y nos abandonó.
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LISEN – Esas cosas son difíciles de saber... Pero, te digo una cosa. Si venís
con nosotros, te presentaremos al director del Gran Teatro, y hasta es posible
que consigas un contrato.

HELENA – ¿Un contrato?

LISEN – El se interesó por vos. Bueno, Gerardo y yo le hemos hablado y está


interesado en conocerte. Ya ves como cualquier tontería puede cambiar
nuestra suerte; un encuentro casual, una palabra oportuna en el momento
preciso, ¡de modo que ahora no podrás decir que no; tenés que venir conmigo,
aunque no sea más que por egoísmo!

HELENA – ¡Me encantaría ir, no sabés cuánto, pero no salgo sin mi madre!

LISEN – ¿Y por qué?, ¿a qué se debe eso?

HELENA – NO lo sé, la verdad, me enseñó a hacer las cosas así desde chica, y
me da no sé qué...
LISEN – Pero… ¿Te lo ordenó o algo así?

HELENA – No, no hace falta, ¡le basta con decírmelo para que le obedezca!

LISEN – ¿Y vos creés que estaría mal si salieras unas horas sin su compañía?

HELENA – La verdad es que no creo que le diera importancia, cuando estoy en


casa no hace más que criticarme, pero a mí me parecería mal ir a algún sitio
donde ella no pudiera acompañarme.

LISEN – ¿Y se te ha ocurrido la posibilidad de que venga ella también con


nosotros?

HELENA – ¡No, nunca se me ocurriría tal cosa!

LISEN. Pero, a ver… ¿y cuando te cases, qué?

HELENA – ¡NO pienso casarme jamás!

LISEN – ¿Tu madre, también te enseñó a decir eso?

HELENA – ¡Probablemente...! ¡Ella siempre me ha dicho que tenga cuidado


con los hombres!

LISEN – ¿Y también con los hombres


8 ; casados? :

HELENA – ¡Por supuesto!

LISEN – ¡Helena, lo digo en serio, tendrías que liberarte de una vez!

HELENA – ¡Bah!, ¡no quiero ser una mujer liberada!

LISEN – No, no era eso lo que quería decir, quise decir que deberías liberarte
de esa tutela que no es para tu edad, y que va a acabar por hacerte la vida im-
posible.

HELENA – No podría. ¡Siempre estuve atada a mi madre, sin atreverme nunca


siquiera a tener un pensamiento que no fuera suyo, ni deseo alguno, excepto
los de ella! De sobra sé que eso me ata y me vuelve torpe, pero no puedo ha-
cer nada por impedirlo.

LISEN – Si tu madre muriese quedarías desamparada ante la vida.


HELENA – A eso me tengo que resignar.

LISEN – Pero, no tenés relaciones, ni un solo amigo, y nadie puede vivir solo.
¡Deberías buscar un apoyo…! ¿Nunca te enamoraste?

HELENA – ¡No lo sé! ¡Nunca me atreví a pensar en esas cosas, y ningún chico
ha podido fijarse en mí por causa de mi madre...! ¿Vos pensás en esas cosas?

LISEN – ¡Por supuesto, si le gusto yo a alguien y él me gusta a mí!

HELENA – ¡Entonces, seguramente te casarás con tu primo Gerardo!

LISEN – ¡ESO no puede ser, él no me ama!

HELENA – ¿No?

LISEN – ¡No!, ¡es a vos a quien ama!

HELENA – ¿A mí?

LISEN – ¡SÍ! ¡Y precisamente una de las cosas que venía a decirte es que
quiere venir a visitarte!

HELENA – ¿Aquí? ¡No, aquí no puede ser! Y además… ¿creés que yo me in-
terpondría en tu camino?, ¿que voy a quitarte su amor, siendo vos tan linda,
tan exquisita..? (Toma en su mano la 9de LISEN) ¡Qué mano!, ¡y qué muñeca! ¡Me fijé en
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tus pies, querida, la última vez que estuvimos bañándonos! (Cae de rodillas ante LiSEN,
que se ha sentado.) ¡Qué pie, ni una sola uña desentona, qué dedos tan redondos,
tan sonrosados, como los de la mano de un niño! (Besa los pies de LISEN) Sos una
aristócrata, claro que si, estás hecha de una materia distinta a mí.

LISEN – ¡Por favor…, no digas tonterías! (Se levanta.) ¡Si supieras...! Pero...

HELENA – Y seguro has de ser tan buena como bella; así pensamos nosotros,
los de abajo, siempre, cuando levantamos la vista hacia arriba y los vemos, con
esas facciones claras y suaves, en las que la necesidad no llegó a marcar
surcos, ni la envidia dejó sus huellas feas.

LISEN – Helena, por favor, cualquiera pensaría que te enamoraste de mi…

HELENA – ¡Si, eso es! Creo que me parezco a vos como un trébol a una
anémona, y, me veo perfeccionada en vos, veo lo que yo querría ser, lo que
nunca llegaré a ser. Te acercaste a mí, luminosa como un ángel, estos últimos
días de verano, y ahora que llega el otoño, pronto nos iremos a la ciudad... Y
ya no seguiremos tratándonos... Y es mejor que no sigamos tratándonos... No
me podrías levantar nunca a mí, ¡pero yo sí podría empujarte hacia abajo, y no
quiero hacerlo! Quiero verte . alta, tan alta y tan lejana que nunca pueda ver tus
defectos. De modo que, adiós para siempre, Lisen, mi primera y única amiga...

LISEN – ¡Por favor, Helena, basta...! ¿Sabés quién soy...? ¡soy tu hermana...!

HELENA – ¿Qué estás diciendo?

LISEN – ¡Que las dos tenemos el mismo padre!

HELENA - ¿Mi hermana?, ¿mi hermana menor? ¿Pero mi padre qué es? ¡ah,
bueno, capitán de fragata, porque eso es lo que es tu padre!, ¡la verdad es que
soy una tonta! Pero está casado, ya que... ¿Es bueno contigo?, con mi madre
no lo fue...

LISEN – ¿Y cómo sabés eso? Pero ¿no te alegra ahor a tener una hermana
menor..., que además no lloriquea?

HELENA – ¡Sí, claro que sí, estoy tan contenta que no sé qué decir...! (Se
abrazan.) ¡Pero no me atrevo a alegrarme de verdad, porque no sé lo que va a
pasar ahora! ¿Qué va a decir mamá, y qué pasará cuando vea a papá?

LISEN – ¡Dejá que yo me ocupe de tu madre, no debe estar muy lejos, y


apártate hasta que te llame! Anda, pequeña, ante todo ven y dame ün beso. (Se
besan.) 10 ;

HELENA – ¡Hermana! ¡Qué extraña parece esa palabra, como la palabra pa-
dre, cuando no se ha pronunciado nunca!

LISEN – ¡Pero dejémonos de tonterías y vamos a lo que importa...! ¿Creés que


tu madre rehusará ahora si te invitamos a nuestra casa?, ¿a casa de tu madre
y tu padre?

HELENA – ¿Sin ella...? No sabes cuánto odia a tu… a mi padre.

LISEN – Pero ¿por qué? Ella no tiene ninguna razón para eso ¡Si supieras lo
lleno que está el mundo de mentiras y de imaginaciones!, ¡y de errores y ma-
lentendidos! Mi padre me contó una vez una cosa que le pasó a un compañero
suyo, cuando él empezaba a navegar como cadete. Desapareció un reloj de
oro del camarote de uno de los oficiales, y, Dios sabe por qué, sospecharon del
cadete. Sus compañeros lo evitaban, y esto lo volvió amargo e irritable. Tuvo
peleas y terminó yéndose. Dos años después se descubrió al culpable; había
sido uno de los marineros, pero ya no era posible repara el error con el
inocente, aunque, solamente se había sospechado de él. Pero la sospecha
hizo mella en él durante toda su vida, a pesar de haber sido desmentida, y el
apodo que le cayó encima, aun siendo inocente como era, lo acompañó
siempre, porque había crecido, como una casa ! construida sobre su descrédito,
de manera que aunque se quitaron los falsos cimientos, su base, todavía
quedaba el edificio, flotando en el aire como el palacio de Las mil y una noches.
¡Así es como pasan las cosas en este mundo! Y todavía pueden ir peor, como
el artesano de Arboga, que lo apodaron el incendiario porque le habían
incendiado la casa a él, o como el caso de Andersson, a quien llamaban
Anders el Ladrón, pero era por haber sido él la víctima de un robo que dio
mucho que hablar.
HELENA – ¿Estás diciendo que mi padre no es como yo pienso?

LISEN – ¡Exactamente!

HELENA – Así lo veía yo a veces, en sueños, después de perder su


recuerdo… ¿No es más bien alto, con la barba oscura y grandes ojos azules de
marino…?

LISEN – ¡Es más o menos así!

HELENA – ¡Ah…, ahora me acuerdo…! ¿ves este reloj? ¡Tiene una pequeña
brújula, con una cadenita, y en la brújula hay un ojo donde está el norte…! ¿De
quién tengo yo esto?
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LISEN – ¡De tu padre, yo vi cuando lo compró!


HELENA – ¡Entonces es a él a quien he visto tantas veces en el.
teatro cuando trabajo...! Siempre se sentaba en el palco de proscenio de
la izquierda, con los gemelos fijos en mi... Nunca me atreví a hablar
de él a mí madre, porque estaba siempre asustada de que yo..: y una
vez me .tiró flores, y mamá las quemó... ¿Era él?
LISEN – Claro que era él, y podés estar segura de que sus ojos te
siguieron durante todos estos años, como el ojo ese persigue a Ia aguja de
la brújula.
HELENA – ¡Entonces él quiere verme y por fin podré verlo! Esto es como en
un cuento...
LISEN – ¡Ahora los cuentos han terminado! Está llegando tu madre... No
intervengas, que yo rompo el fuego.
HELENA – ¡Esto va a ser terrible, lo veo venir! ¡Por qué no podrá la gente
llevarse bien y vivir en paz! ¡Ojalá hubiese acabado ya todo! ¡Ojalá mamá qui-
siera ser buena...! ¡Voy a pedir a Dios que la vuelva razonable...! ¡Pero no
puede, o no quiere, no sé por qué!

LISEN – Puede y quiere, si tenés fe en la felicidad, y en tu propia fuerza...

HELENA – ¿Fuerza, de qué?, ¿de ser implacable?, ¡no podría! Y nadie puede
gozar mucho tiempo de una felicidad lograda así, a costa del llanto de otros.

LISEN – ¡Vamos…, yo me encargo!

HELENA – ¡Y pensar que estás convencida de que esto va a salir bien!

LISEN – ¡Silencio!

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ESCENA 04
Las anteriores. La MADRE

LISEN – Señora...
MADRE – Señorita...

LISEN – Su hija... Helena

MADRE – SÍ, tengo una hija aunque estoy soltera, esto les pasa a muchas, y
no siento ninguna vergüenza..., bueno, ¿de qué se trata?

LISEN – Yo he venido a preguntarle si la señorita Helena podría venir a una


excursión que hemos organizado algunos de los que estamos aquí vera-
neando.

MADRE – ¿Helena no le respondió eso?

LISEN – ¡Me dijo… que hable antes con usted!

MADRE – ¡Pero esa no es una respuesta…! ¡Helena, hija mía!, ¿vos querés
aceptar una invitación en la que no está incluida tu madre?

HELENA – ¡Sí…, con tu permiso, claro!

MADRE – ¿Con mi permiso?, Pero ¿soy yo quien debe decidir, teniendo una
hija ya mayor? Sos vos quien debe decirle a esta señorita si querés ir o no; o
sea, si querés dejar a tu madre sola, casi avergonzada, mientras vas por ahí a
divertirte. Y si querés evitar dar respuestas cuando te pregunten por tu ma-
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dre…, podrás decirles “no fue invitada por tal o cual razón”. Bueno…, decí vos
que querés hacer-

LISEN – Señorita, por favor, no andemos con vueltas. Sé perfectamente lo que


piensa Helena de esto y también sé cómo la hace responder de acuerdo a su
gusto. Si quiere a su hija tanto como dice, debiera querer lo que a ella le
conviene, aún cuando sea humillante para usted...

MADRE – Mire, muchachita, conozco su nombre y sé quién es usted, aunque


no tengo el honor de haber sido presentada, pero me gustaría saber si su
juventud tiene algo que enseñarle a mi madurez.

LISEN – ¿Quién sabe? Yo, en los seis años que hace desde que murió mi
madre, me dediqué a educar a mis hermanos menores, y sé muy bien que hay
gente que nunca aprende de la vida, por mucha edad que tengan.

MADRE – ¿Qué quiere usted decir con esto?


LISEN – Quiero decir: que hay una oportunidad para que Helena se de a
conocer al mundo, para que haga valer su talento y que hasta pueda conocer a
algún muchacho joven, interesante y de buena posición…

MADRE – Todo esto está muy bien, pero ¿qué es lo que piensan hacer con-
migo?

LISEN – ¡No se trata de usted, sino de su hija...! ¿Es que no puede pensar en
ella un momento sin tener que pensar siempre en usted misma?

MADRE – ¡Claro que si! Cuando pienso en mi también pienso en mi hija.


Porque ella ha aprendido a amar a su madre...

LISEN – ¡Eso si que no lo creo! Lo que pasa es que ella aferra a usted porque
siempre la apartó de todos los demás, y necesita alguien a quien aferrarse,
desde que la dejó usted sin su padre.

MADRE – ¿Qué está diciendo?


LISEN – ¡Que separó a Helena de su padre porque él se negó a casarse
con usted porque lo había engañado! ¡Y que le impidió ver a su hija, como
vengan-za sobre él y sobre ella!
MADRE – ¡Helena, no creas ni una sola palabra de lo que dice! ¡Que tenga
yo que pasar por una cosa así; que venga una extraña a mi propia casa a
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insultar-me delante de mi hija!


HELENA – (Acercándose.) No deberías hablar así de mi madre.
LISEN – Es imposible… si quiero hablar bien de mi padre no me queda otro re-
medio... Pero ya veo que esta conversación está terminando. Permítame, en-
tonces que le dé un par de consejos: aleje a esa mediadora que tiene en esta
casa con el nombre de tía Augusta, si no quiere que la reputación de su hija
quede por el piso. Y el otro consejo es que ponga bien orden todas sus cuentas
con el dinero que ha recibido de mi padre, para la educación de Helena, porque
en algún momento deberá rendirlas ¡Ah! ¡Y le voy a dar un consejo extra! Deje
de seguir a su hija por las calles, y sobre todo al teatro, con esa acompañante,
porque sino, se va a quedar sin contratos; y entonces tendrá que vender sus
favores, de la misma manera que ha estado tratando hasta ahora de recuperar
su perdida reputación a costa del porvenir de ella. (La MADRE se derrumba.)

HELENA – (A LISEN ) ¡Basta! Es mejor que te vayas de esta casa, para vos no
hay na-da sagrado, ni siquiera una madre.
LISEN – ¡Sí, la verdad, muy sagrado! ¡Tan sagrado como cuando los chicos se
escupen, y luego se dicen: «Hágamos las paces»! ¡También ésos son
sagrados!

HELENA – Veo que sólo viniste a sembrar cizaña, y no a arreglar las cosas...

LISEN – A lo que vine aquí es a poner las cosas en su sitio... A defender a mi


padre, que era inocente, tan inocente como aquel incendiario del que
hablábamos, ese a quien acusaron de provocar un incendio. Vine también a
salvarte, porque sos víctima de una mujer que sólo podrá salvarse a si misma
refugiándose en algún sitio donde ni moleste ni la molesten. ¡A esto vine, y ya
dije lo que tenía que decir, de modo que adiós!

MADRE – ¡No se vaya, señorita, que también yo tengo derecho a hablar!


¡Usted ha venido aquí a..., aparte de a todo eso..., a invitar a Helena a su casa!

LISEN – SÍ, y a que conozca al director del Gran Teatro, que se ha interesado
por ella.

MADRE – ¿Cómo dice?, ¿el director?, ¡de eso no me había dicho nada!, ¡eso
es otra cosa!, ¡claro que irá Helena sola!, ¡sí, sin mí! (La HIJA tuerce él gesto.)
LISEN – ¡Bueno, menos mal que es usted humana, a pesar de todo! ¡Helena
podrás venir!, ¿oíste?

HELENA – ¡SÍ, pero ahora soy yo


15 la que no quiere!
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MADRE – ¡Qué estás diciendo…!

HELENA – ¡No! No encajaría yo ni lo pasaría bien con gente que desprecia a mi


madre.

MADRE – ¡No digas tonterías!, ¿es que quieres hacerte sombra a ti misma?
¡Vamos, por favor, andá a arreglarte, para que estés bien elegante!

HELENA – NO, no puedo, no puedo separarme de ti, madre, ahora que lo sé


todo. Nunca podré tener ya un momento de alegría. Nunca podré creer ya en
nada más...

LISEN – Ahora recoge usted lo que sembró..., y un buen día vendrá un hombre
y se llevará a su hija con él, y usted se quedará sola en su vejez, y tendrá
tiempo sobrado para arrepentirse de su falta de buen sentido. ¡Adiós...! (Va a
HÉLÉNE y le da un beso en la frente.) ¡Adiós, hermana!
HELENA – ¡Adiós!

LISEN. ¡Mírame a los ojos, pero como quien espera algo de la vida!

HELENA – ¡NO puedo! ¡Y tampoco te puedo dar las gracias por tu buena
voluntad, porque me has hecho más mal de lo que te imaginas! ¡Me despertaste
con una víbora cuando yo estaba adormecida en un callado soleado...!

LISEN. ¡Pues vuelve a adormecerte, para que te pueda despertar con flores y
risas...! ¡Buenas noches...!, ¡y que duermas bien! (Sale.)

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ESCENA 05
La MADRE. La HIJA.

MADRE. ¡Un ángel luminoso con ropajes blancos! ¡Sí, sí!, ¡un diablo es lo que
era!, ¡un verdadero diablo! ¡Y mira que tú! ¡La verdad es que eres tonta como tú
sola! ¡Habráse visto memeces!, ¡portarse con tanta delicadeza cón gente tan
grosera!

HELENA – ¡Y tú!, ¡contarme tales mentiras, hacerme pensar tales cosas de mi


padre durante tanto tiempo...!
MADRE. ¡De nada vale ponerse a hablar de cosas pasadas...!

HELENA – ¡Y sin embargo, tía Augusta...!

MADRE. Haz el favor de callarte, tía Augusta es una mujer extraordinaria, a quien
tú debes muchísimo...

HELENA – Tampoco era verdad eso... Fue mi padre quien pagó mi educación...

MADRE. SÍ, pero también tenía yo que vivir... Eres muy ruin, ¡y también
vengativa!, ¿es que no puedes olvidar una pequeña irregularidad...? ¡Ahí viene
Augusta!; Ven, Augusta, que también los pobres tenemos derecho a divertirnos
como podemos.

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ESCENA 06

Las anteriores, entra la Camarera

CAMARERA – ¡Es él…, es él! El mismo No sabías? ¡Acabo de verlo! Viste que
mis sospechas no estaban equivocadas.
MADRE – Lo sé… Pero no nos preocupemos más de ese sinverguenza…

HIJA – ¡No digas eso, mamá; sabés bien que no es cierto!

CAMARERA - ¿Qué es lo que no es cierto?

HIJA - ¡Vamos…, vamos a jugar a las cartas! ¡No vaya a ser de que me ponga
yo a derrumbar ahora las murallas que tardaron tanto tiempo en levantar…!
¡Vamos! (Se sienta a la mesita de juego y se pone a barajar)

MADRE - ¡Eso, eso, ya decía yo que acabarías comportándote como una chica
comprensiva!

FIN

18 ;

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