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madre”
August Strindberg
PERSONAJES:
La madre, (Amelia) antes prostituta.
La hija (Helena), actriz.
Lisen.
Una camarera de teatro (Augusta)
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Escena 02
La Madre y la Camarera.
otro lado, estaba nerviosa y resultaba imposible sacarle una palabra. ¡Te digo
que aquí pasa algo!
CAMARERA – ¡Estás diciendo que... se siente molesta en tu compañía..., en
compañía de su propia madre! ¿es eso?
MADRE – ¡Justamente!
CAMARERA – ¡No, mujer, creo que estás exagerando!
MADRE – ¡NO exagero! te digo más: ha llegado, incluso a no presentarme
cuando dimos el paseo en barco y se nos acercó gente a saludarla.
CAMARERA – ¿Sabes qué pienso…? que quizás haya conocido a alguien que
llegó aquí en los últimos días... Lo mejor sería dar una vuelta y consultar en el
Correo quiénes han llegado últimamente.
MADRE – Si, buena idea… ¡Helena! (Entra la HIJA) Nosotras vamos a ir hasta el
correo, cuidá la casa, mientras.
HELENA – jSi, mamá!
MADRE – (A la CAMARERA) Es como si ya hubiese soñado todo esto...
Escena 03
La hija hace una seña llamando a Lisen.
HELENA – ¡Lisen…!
LISEN – ¿Se fueron…?
HELENA – Si. Van a estar afuera un rato.
LISEN – ¿Y…? ¿qué dijo tu madre?
HELENA – No me animé a preguntarle. Ella tiene un carácter muy violento.
LISEN – ¡Ay, Helena! ¿Entonces no vendrás con nosotros a la excursión? ¡qué
lástima, estaba muy entusiasmada con que vinieras! ¡Te quiero tanto, Helena!
HELENA – SI supieras lo importante que ha sido para mi conocerte y estar
juntas estos días. Conocer tu casa…,
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yo que hasta ahora no había conocido a
perso-nas educadas... Imaginate lo que es una cosa así para una persona
como yo, que siempre vivió en un tugurio, donde el aire es irrespirable, con
gente rara, de vida extraña alrededor mío. Murmurando, discutiendo, peleando.
Nunca escuché una palabra agradable ni nadie me ha tratado con cariño.
Encima mi espíritu se sentía vigilado como un presidiario... ¡No te das idea...!
¡Y es de mi madre de quien hablo, y me duele más de lo que puedas
imaginarte, mucho más! Hasta creo que por esta situación me vas a despreciar.
LISEN – No digas eso. Nadie tiene la culpa de cómo sean sus padres,
HELENA – ¡No, pero es una quien lo .paga! ¡Con razón se dice que es posible
vivir toda la vida sin enterarse de qué tipo de personas son los padres de una.
Aunque hayas vivido todo el tiempo con ellos…, hasta creo que si una se
enterara, aún así no lo creería!
HELENA – Sí, hace tres días, cuando estaba bañándome oí por el tabique a al-
guien que hablaba de mi madre. ¿Sabés qué decían?
HELENA – Vos, al menos tenés a tu padre; también yo lo tenía cuando era muy
chica, muy chica.
HELENA –¡Mi madre dice que era un mal hombre y nos abandonó.
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LISEN – Esas cosas son difíciles de saber... Pero, te digo una cosa. Si venís
con nosotros, te presentaremos al director del Gran Teatro, y hasta es posible
que consigas un contrato.
HELENA – ¡Me encantaría ir, no sabés cuánto, pero no salgo sin mi madre!
HELENA – NO lo sé, la verdad, me enseñó a hacer las cosas así desde chica, y
me da no sé qué...
LISEN – Pero… ¿Te lo ordenó o algo así?
HELENA – No, no hace falta, ¡le basta con decírmelo para que le obedezca!
LISEN – ¿Y vos creés que estaría mal si salieras unas horas sin su compañía?
LISEN – No, no era eso lo que quería decir, quise decir que deberías liberarte
de esa tutela que no es para tu edad, y que va a acabar por hacerte la vida im-
posible.
LISEN – Pero, no tenés relaciones, ni un solo amigo, y nadie puede vivir solo.
¡Deberías buscar un apoyo…! ¿Nunca te enamoraste?
HELENA – ¡No lo sé! ¡Nunca me atreví a pensar en esas cosas, y ningún chico
ha podido fijarse en mí por causa de mi madre...! ¿Vos pensás en esas cosas?
HELENA – ¿No?
HELENA – ¿A mí?
LISEN – ¡SÍ! ¡Y precisamente una de las cosas que venía a decirte es que
quiere venir a visitarte!
HELENA – ¿Aquí? ¡No, aquí no puede ser! Y además… ¿creés que yo me in-
terpondría en tu camino?, ¿que voy a quitarte su amor, siendo vos tan linda,
tan exquisita..? (Toma en su mano la 9de LISEN) ¡Qué mano!, ¡y qué muñeca! ¡Me fijé en
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tus pies, querida, la última vez que estuvimos bañándonos! (Cae de rodillas ante LiSEN,
que se ha sentado.) ¡Qué pie, ni una sola uña desentona, qué dedos tan redondos,
tan sonrosados, como los de la mano de un niño! (Besa los pies de LISEN) Sos una
aristócrata, claro que si, estás hecha de una materia distinta a mí.
LISEN – ¡Por favor…, no digas tonterías! (Se levanta.) ¡Si supieras...! Pero...
HELENA – Y seguro has de ser tan buena como bella; así pensamos nosotros,
los de abajo, siempre, cuando levantamos la vista hacia arriba y los vemos, con
esas facciones claras y suaves, en las que la necesidad no llegó a marcar
surcos, ni la envidia dejó sus huellas feas.
HELENA – ¡Si, eso es! Creo que me parezco a vos como un trébol a una
anémona, y, me veo perfeccionada en vos, veo lo que yo querría ser, lo que
nunca llegaré a ser. Te acercaste a mí, luminosa como un ángel, estos últimos
días de verano, y ahora que llega el otoño, pronto nos iremos a la ciudad... Y
ya no seguiremos tratándonos... Y es mejor que no sigamos tratándonos... No
me podrías levantar nunca a mí, ¡pero yo sí podría empujarte hacia abajo, y no
quiero hacerlo! Quiero verte . alta, tan alta y tan lejana que nunca pueda ver tus
defectos. De modo que, adiós para siempre, Lisen, mi primera y única amiga...
LISEN – ¡Por favor, Helena, basta...! ¿Sabés quién soy...? ¡soy tu hermana...!
HELENA - ¿Mi hermana?, ¿mi hermana menor? ¿Pero mi padre qué es? ¡ah,
bueno, capitán de fragata, porque eso es lo que es tu padre!, ¡la verdad es que
soy una tonta! Pero está casado, ya que... ¿Es bueno contigo?, con mi madre
no lo fue...
LISEN – ¿Y cómo sabés eso? Pero ¿no te alegra ahor a tener una hermana
menor..., que además no lloriquea?
HELENA – ¡Sí, claro que sí, estoy tan contenta que no sé qué decir...! (Se
abrazan.) ¡Pero no me atrevo a alegrarme de verdad, porque no sé lo que va a
pasar ahora! ¿Qué va a decir mamá, y qué pasará cuando vea a papá?
HELENA – ¡Hermana! ¡Qué extraña parece esa palabra, como la palabra pa-
dre, cuando no se ha pronunciado nunca!
LISEN – Pero ¿por qué? Ella no tiene ninguna razón para eso ¡Si supieras lo
lleno que está el mundo de mentiras y de imaginaciones!, ¡y de errores y ma-
lentendidos! Mi padre me contó una vez una cosa que le pasó a un compañero
suyo, cuando él empezaba a navegar como cadete. Desapareció un reloj de
oro del camarote de uno de los oficiales, y, Dios sabe por qué, sospecharon del
cadete. Sus compañeros lo evitaban, y esto lo volvió amargo e irritable. Tuvo
peleas y terminó yéndose. Dos años después se descubrió al culpable; había
sido uno de los marineros, pero ya no era posible repara el error con el
inocente, aunque, solamente se había sospechado de él. Pero la sospecha
hizo mella en él durante toda su vida, a pesar de haber sido desmentida, y el
apodo que le cayó encima, aun siendo inocente como era, lo acompañó
siempre, porque había crecido, como una casa ! construida sobre su descrédito,
de manera que aunque se quitaron los falsos cimientos, su base, todavía
quedaba el edificio, flotando en el aire como el palacio de Las mil y una noches.
¡Así es como pasan las cosas en este mundo! Y todavía pueden ir peor, como
el artesano de Arboga, que lo apodaron el incendiario porque le habían
incendiado la casa a él, o como el caso de Andersson, a quien llamaban
Anders el Ladrón, pero era por haber sido él la víctima de un robo que dio
mucho que hablar.
HELENA – ¿Estás diciendo que mi padre no es como yo pienso?
LISEN – ¡Exactamente!
HELENA – ¡Ah…, ahora me acuerdo…! ¿ves este reloj? ¡Tiene una pequeña
brújula, con una cadenita, y en la brújula hay un ojo donde está el norte…! ¿De
quién tengo yo esto?
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HELENA – ¿Fuerza, de qué?, ¿de ser implacable?, ¡no podría! Y nadie puede
gozar mucho tiempo de una felicidad lograda así, a costa del llanto de otros.
LISEN – ¡Silencio!
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ESCENA 04
Las anteriores. La MADRE
LISEN – Señora...
MADRE – Señorita...
MADRE – SÍ, tengo una hija aunque estoy soltera, esto les pasa a muchas, y
no siento ninguna vergüenza..., bueno, ¿de qué se trata?
MADRE – ¡Pero esa no es una respuesta…! ¡Helena, hija mía!, ¿vos querés
aceptar una invitación en la que no está incluida tu madre?
MADRE – ¿Con mi permiso?, Pero ¿soy yo quien debe decidir, teniendo una
hija ya mayor? Sos vos quien debe decirle a esta señorita si querés ir o no; o
sea, si querés dejar a tu madre sola, casi avergonzada, mientras vas por ahí a
divertirte. Y si querés evitar dar respuestas cuando te pregunten por tu ma-
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dre…, podrás decirles “no fue invitada por tal o cual razón”. Bueno…, decí vos
que querés hacer-
LISEN – ¿Quién sabe? Yo, en los seis años que hace desde que murió mi
madre, me dediqué a educar a mis hermanos menores, y sé muy bien que hay
gente que nunca aprende de la vida, por mucha edad que tengan.
MADRE – Todo esto está muy bien, pero ¿qué es lo que piensan hacer con-
migo?
LISEN – ¡No se trata de usted, sino de su hija...! ¿Es que no puede pensar en
ella un momento sin tener que pensar siempre en usted misma?
LISEN – ¡Eso si que no lo creo! Lo que pasa es que ella aferra a usted porque
siempre la apartó de todos los demás, y necesita alguien a quien aferrarse,
desde que la dejó usted sin su padre.
HELENA – (A LISEN ) ¡Basta! Es mejor que te vayas de esta casa, para vos no
hay na-da sagrado, ni siquiera una madre.
LISEN – ¡Sí, la verdad, muy sagrado! ¡Tan sagrado como cuando los chicos se
escupen, y luego se dicen: «Hágamos las paces»! ¡También ésos son
sagrados!
HELENA – Veo que sólo viniste a sembrar cizaña, y no a arreglar las cosas...
LISEN – SÍ, y a que conozca al director del Gran Teatro, que se ha interesado
por ella.
MADRE – ¿Cómo dice?, ¿el director?, ¡de eso no me había dicho nada!, ¡eso
es otra cosa!, ¡claro que irá Helena sola!, ¡sí, sin mí! (La HIJA tuerce él gesto.)
LISEN – ¡Bueno, menos mal que es usted humana, a pesar de todo! ¡Helena
podrás venir!, ¿oíste?
MADRE – ¡No digas tonterías!, ¿es que quieres hacerte sombra a ti misma?
¡Vamos, por favor, andá a arreglarte, para que estés bien elegante!
LISEN – Ahora recoge usted lo que sembró..., y un buen día vendrá un hombre
y se llevará a su hija con él, y usted se quedará sola en su vejez, y tendrá
tiempo sobrado para arrepentirse de su falta de buen sentido. ¡Adiós...! (Va a
HÉLÉNE y le da un beso en la frente.) ¡Adiós, hermana!
HELENA – ¡Adiós!
LISEN. ¡Mírame a los ojos, pero como quien espera algo de la vida!
HELENA – ¡NO puedo! ¡Y tampoco te puedo dar las gracias por tu buena
voluntad, porque me has hecho más mal de lo que te imaginas! ¡Me despertaste
con una víbora cuando yo estaba adormecida en un callado soleado...!
LISEN. ¡Pues vuelve a adormecerte, para que te pueda despertar con flores y
risas...! ¡Buenas noches...!, ¡y que duermas bien! (Sale.)
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ESCENA 05
La MADRE. La HIJA.
MADRE. ¡Un ángel luminoso con ropajes blancos! ¡Sí, sí!, ¡un diablo es lo que
era!, ¡un verdadero diablo! ¡Y mira que tú! ¡La verdad es que eres tonta como tú
sola! ¡Habráse visto memeces!, ¡portarse con tanta delicadeza cón gente tan
grosera!
MADRE. Haz el favor de callarte, tía Augusta es una mujer extraordinaria, a quien
tú debes muchísimo...
HELENA – Tampoco era verdad eso... Fue mi padre quien pagó mi educación...
MADRE. SÍ, pero también tenía yo que vivir... Eres muy ruin, ¡y también
vengativa!, ¿es que no puedes olvidar una pequeña irregularidad...? ¡Ahí viene
Augusta!; Ven, Augusta, que también los pobres tenemos derecho a divertirnos
como podemos.
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ESCENA 06
CAMARERA – ¡Es él…, es él! El mismo No sabías? ¡Acabo de verlo! Viste que
mis sospechas no estaban equivocadas.
MADRE – Lo sé… Pero no nos preocupemos más de ese sinverguenza…
HIJA - ¡Vamos…, vamos a jugar a las cartas! ¡No vaya a ser de que me ponga
yo a derrumbar ahora las murallas que tardaron tanto tiempo en levantar…!
¡Vamos! (Se sienta a la mesita de juego y se pone a barajar)
MADRE - ¡Eso, eso, ya decía yo que acabarías comportándote como una chica
comprensiva!
FIN
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