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De Angélica Liddell
2002
MATEO.- ¿Seguro que están usadas? ¿Seguro que te las has puesto? ¿Quién
te compra las bragas? Deberías comprar tus propias bragas. Deberías elegir tus
bragas. Es algo íntimo, ¿me entiendes? Intimo. Es tu elección, tu punto de
vista sobre las cosas, tu carácter. Hasta el gusano tiene un punto de vista sobre
las cosas. Toma, coge el dinero. Cómprate unas bragas que te gusten. Tienes
derecho. No dejes que tu madre elija por ti. Cómprate unas bragas bonitas.
Algún día tienes que empezar. Es algo importantísimo. Hazme caso,
El matrimonio Palavrakis Angélica Liddell -2-
ELSA.- Los ahorcaban en el bosque. Apenas había ramas para tantos perros
ahorcados. De un pino colgaban tres. Era normal. Tan normal como el trigo
creciendo en los campos y la lluvia cayendo del cielo. Ahorcaban a los galgos
cuando ya no servían para correr. No servían. No servían. Y los niños íbamos
corriendo a todas partes, corriendo muchísimo, como si tuviéramos cuatro
patas, hasta que se nos paraba el corazón, y todo por miedo a que también nos
colgaran. Igual que a los galgos. Nadie quería llegar el último. Teníamos que
correr muchísimo. Muchísimo. Muchísimo. ¡A por el pan, a por el agua, a por
la leche! Corriendo, siempre corriendo. Y a veces los hombres dejaban la soga
tan cerca del suelo que los perros tardaban días enteros en morir, y por las
noches lloraban, lloraban y lloraban. Y los niños teníamos pesadillas
horribles. Y en las pesadillas nos sangraban los pies. Y al día siguiente no
teníamos ganas de jugar, no. Hubo muchos días en los que no se escuchó reír
a un solo niño. Pobres perros. Los colgaban cerca del suelo a propósito. A
propósito. Y los hombres merendaban y bebían y se retorcían de risa alrededor
de los perros mientras los perros se morían. En aquel pueblo les retorcían el
cuello a los gatos, pegaban a las mujeres y ahorcaban a los galgos, pero mi
padre ahorcaba a todos los perros. Galgos o no. Mi padre mató a más de cien
perros preciosos. Mi padre no quería a los animales. Decía que un perro me
chupó los muslos. Yo tenía tres años y decía que el perro me chupó los
muslos. Fue el primer perro que mató. Mi padre me quería tanto que me
regalaba perros cuando me ponía triste, y después siempre los mataba, me
regalaba perros y los mataba, me regalaba perros y los mataba, cuando se
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ELSA.- ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los rascacielos de
Nueva York!
ELSA.- ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los rascacielos de
Nueva York!
ELSA.- ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los rascacielos de
Nueva York!
MATEO.- ¡Vamos!
MATEO.- ¡Te odio, mundo chapuza, mugriento, roñoso! ¡Apestas! ¡Te odio!
MATEO.- ¡Ganaremos!
MATEO.- ¡Ganaremos!
ELSA.- ¡Ganaremos!
ELSA.- ¡Quiero gritar! ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los
rascacielos de Nueva York! ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los
rascacielos de Nueva York! ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los
rascacielos de Nueva York!
ELSA.- Es tan difícil calcular el agua que necesita el arroz . Cualquier cosa
relacionada con el amor y el odio es más fácil, mucho más fácil. Sé que debo
amarte y odiarte al mismo tiempo si deseo sobrevivir. Pero esta cuestión del
agua y el arroz me llena de ansiedad. Si la ansiedad pudiera crecer sería como
dos trenzas inmensas, dos trenzas interminables de color negro, cargadas de
chinchetas y de larvas, dos trenzas negras y eternas surgiendo directamente de
mi esternón. Todo lenguaje es inútil cuando se trata de decir la verdad. Si me
amas coge un puñado de arroz y cómetelo.
MATEO.- Ha hablado.
ELSA.- ¿Qué?
ELSA.- Tranquilízate.
MATEO.- ¿Te das cuenta? ¡No podrá elegir a sus padres! ¿Con quién se va a
encontrar?
MATEO.- ¿Y cómo sabes qué eres mejor? ¿Sólo por ser diferente a ellos,
opuesta a ellos?
MATEO.- Yo no.
ELSA.- Tú también.
ELSA.- Cuando veas al niño dejarás de pensar así, dejarás de ser el peor.
MATEO.- Nada ha cambiado. Tienes que odiar el mundo igual que antes,
tanto como lo odio yo. Creí que éramos dos odiando al mundo. Para siempre.
Creí que nada alteraría nuestro odio. El odio, ¿sabes de que te hablo?, el odio.
¡Maldita sea! ¡El mundo es repugnante! ¡Lo dijimos juntos! ¡Te odio, te odio
mundo! ¡Nos odiábamos a nosotros mismos!
ELSA.- Pero ahora el mundo debe ser hermoso, la comida debe ser hermosa,
las sillas deben ser hermosas, el suelo, los vasos, el agua, la leche, las puertas,
las ventanas...El desayuno debe ser hermoso y el olor a verdura y muchas
cosas que antes no lo eran. Y tú y yo deberíamos ser hermosos también.
MATEO.- No quiero ser hermoso, quiero ser el hombre más horrendo sobre
la tierra, quiero ser el peor, quiero destruirlo todo. Día y noche sueño con
destruirlo todo.
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ELSA.- ¡Escucha!
MATEO.- Silencio...
ELSA.- ¿Qué?
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MATEO.- Shu...
ELSA.- ¿Qué?
MATEO.- (Silencio)
MATEO.- Sí.
MATEO.- Sí.
ELSA.- No es posible.
MATEO.- Lo es.
ELSA.- No.
MATEO.- Sí.
ELSA.- No pueden.
MATEO.- Sí pueden.
MATEO.- Sí.
MATEO.- Sí.
MATEO.- No hay niños enterrados porque los asesinos de niños cortan a los
niños en trozos y luego se los comen. ¿Has visto alguna vez un conejo
enterrado?
ELSA.- No.
MATEO.- Nunca has visto un conejo enterrado porque a los conejos los
cortan en trozos y luego se los comen. Igual que a los niños. Somos una
especie de conejos. Cuando te comes a un conejo es como si te comieras a un
niño. ¿Has comido conejo alguna vez?
ELSA.- Sí.
MATEO.- No hay mucho más que sentir. Los niños somos pequeños, y los
asesinos de niños son grandes. Y nos comen. Eso es todo.
MATEO.- Porque son diferentes. La carne de las niñas es más dulce, y mucho
más tierna. No se hace igual la digestión de una niña.
MATEO.- Sí. A los conejos niño con los niños y a los conejos niña con las
niñas.
MATEO.- Y los mezclan también con pan y con vino, sobre todo con vino,
litros y litros de vino.
Silencio
ELSA.- No lo sé.
ELSA.- Sí.
ELSA.- ¿También?
ELSA.- Te quiero.
MATEO.- Te quiero.
MATEO.- Claro, como los perros. Los asesinos de niños tienen dientes de
perro. Fíjate en los dientes de tu padre.
MATEO.- Te quiero.
ELSA.- Te quiero.
MATEO.- Más.
ELSA.- Esto.
ELSA.- Primer sueño: Soy una anciana, mi hijo me ve desnuda. Nunca antes
me había visto desnuda. Soy como lodo blancuzco desparramado sobre la
cama. Le doy asco, y le entran ganas de vomitar. Mi hijo vomita sobre mí. El
vómito me escuece, me corroe, me abre la piel.
MATEO.- Segundo sueño: mi hija llora sin parar. Lleva días llorando sin
parar. La cojo en brazos y me escupe entre los ojos. Me inunda de babas. Me
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orina con todas sus fuerzas. Me llena las manos con sus desperdicios. Huele
mal. La meto en una bolsa de basura y la tiro al río.
ELSA.- Tercer sueño: Lo primero que asoma entre mis muslos es la pierna de
mi hijo, una pierna tan morada que parece que me haya crecido un pene
asqueroso. La pierna se mueve arriba y abajo, resbala envuelta en flujos
amarillos, se hincha cada vez más como un hígado enfermo. Mi hijo es un
pene asqueroso.
MATEO.- Me gustaría que otro viviese mi vida, justo ahora, ahora que todo
es movimiento y convulsión y flujo y entrada en el mundo y gran
acontecimiento. Ahora, ahora me gustaría dejar el mundo y dedicarme a la
parálisis, pudrirme de tan quieto, de tan vencido, secarme. Detesto el
movimiento. Todo ha sido por culpa del movimiento. Me aterra. Malas
consecuencias del movimiento. Si pudiera desaparecer sin morir. El miedo
funciona como un hueso más de mi cuerpo. Miedo a ser solo un hombre.
Miedo a ser solo un hombre. Me lleno de pereza como si la pereza fuera vino
caliente, y yo un vaso, un objeto, inerte. ¿Qué siento? ¿Qué debo sentir? ¿Cuál
es el sentimiento adecuado? La culpa, debería estar aquí, presente, con todas
sus llagas, la culpa. Dios mío, no puedo sentir, no puedo sentir...
Palavrakis apenas podían respirar porque la niña respiraba todo el aire. Habían
sido tan desgraciados en su niñez que para cuidar perfectamente de su hijita
compraron montañas y montañas de manuales de educación.
ELSA.- ¿Aristóteles?
ELSA.- (Lee) "¿Se debe entrar a oscuras en la habitación de los niños? ¿Es
bueno que duerman en la habitación de los padres, junto a los padres, en la
misma cama? ¿Desnudos o vestidos? ¿Es bueno decirles siempre la verdad?
¿Es bueno dejarles llorar? ¿Es bueno que coman dulces?"
ELSA.- Eso pienso yo. Es bueno que los niños coman dulces.
MATEO.- (De repente lee impreso en una bolsa:) De usted depende que su
hijo sea una víctima.
ELSA.- ¿Cómo?
ELSA.- ¿Cuándo le daremos permiso para usar las tijeras, para bañarse sola,
para usar la electricidad, para cruzar la calle? ¿Cuándo? ¿Cómo sabremos que
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ya no está en peligro? Cada vez aparecerá un peligro nuevo, y habrá que darle
permiso, peligros y más peligros, así hasta que se muera.
Silencio
Silencio
ELSA.- La niña dice que las sábanas le dan calambres. ¿Tú sabes algo?
ELSA.- Hay gente que moriría por un gesto de compasión. En el fondo nos
envidian.
MATEO.- Lo cuentan con todo lujo de detalles. Una vez en la tumba qué
importa cómo fue a parar allí.
ELSA.- Los muertos son todo. Todo lo que no son los vivos.
MATEO.- Se lleva las manos a la cara. Está a punto de vomitar. Se frota los
ojos. No se atreve a mirarnos. Ja. No se atreve. Ahora tendrá que hacer un
esfuerzo impresionante para recuperar la fe en la vida. Se va, se va a un
rincón. Lo está pasando mal. Se lo habrán contado punto por punto.
ELSA.- Les entra curiosidad por saber lo que se siente. Estoy segura. Buscan
en sus vidas algo horroroso, algo que se parezca a lo nuestro.
ELSA.- Me lo prometiste.
ELSA.- Nunca.
ELSA.- ¡No! ¡No te daba nada a cambio! ¡Sólo las putas podían darte algo a
cambio! ¡Por un hombre como tú sólo puede sentirse repugnancia!
MATEO.- ¿Sabes lo que pienso? Que los que intentan perpetuarse a cualquier
precio apenas se distinguen de los animales.
ELSA.- Los degenerados. Los asesinos y los locos. Esos son los únicos que
no intentan perpetuarse. Los que malgastan el semen con las rameras.
MATEO.- ¡Soy repulsivo, una escoria, nunca fui lo bastante bueno para ti!
MATEO.- Perpetuarse a cualquier precio, eso es. Parir como los animales.
Querías tener siempre la barriga llena de bolas peludas, y empujar, y echarlas,
y tener más. Querías parir a todos los perros del mundo. Hueles a perro.
Tienes ojos de perro. Y vientre de perra.
MATEO.- Quítate esa ropa, vamos, desnúdate. Ya verás lo cerca que estás de
tu cadáver. Ya verás como entiendo.
MATEO.- ¡No puedo creer que insistas! ¿Quieres decir que permitirías que te
follara, que metiera mi polla dentro de tu coño, que jadeara sobre ti,
permitirías que te chorreara el semen entre los muslos, pegajoso y caliente,
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permitirías mis babas fétidas, permitirías todo eso a pesar de lo que nos hemos
dicho, a pesar de lo que sentimos el uno por el otro?
ELSA.- ¡Un hijo más! ¡Sólo te pedí un hijo más, uno más, uno más! ¡Uno que
hubiera crecido del todo, sin centímetros de más o de menos! ¡Ni siquiera
mereció la pena el esfuerzo del parto!
MATEO.- ¿Y si todos los niños murieran a los siete años? ¿Y si fuera esa la
edad a la que murieran? ¿Y si no se hicieran mayores?
MATEO.- Tuvo una vida larga. Una vida en proporción a su tamaño. Somos
nosotros los que vivimos demasiado.
MATEO.- ¿Hubieran cambiado las cosas si hubiera vivido más años? ¿Qué le
hubieras dicho? ¡Nada!. A los hijos no se les dice nada.
MATEO.- ¿Para qué, para borrar a la otra? ¿Es eso, quieres borrarla?
ELSA.- ¡No!
ELSA.- Imposible.
ELSA.- ¡Nunca!
ELSA.- Nunca.
ELSA.- ¿Alegrarme?
ELSA.- (Silencio)
ELSA.- ¿Cuchillos?
ELSA.- Es verdad.
MATEO.- Has puesto sólo cuchillos. Tres cuchillos alrededor del plato. Dos
cuchillos a la derecha y uno a la izquierda. Tres alrededor de mi sopa y tres
alrededor de la tuya. Seis cuchillos sobre la mesa. Has puesto seis cuchillos
sobre la mesa. Seis cuchillos.
ELSA.- Yo tampoco.
ELSA.- Nada.
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MATEO.- ¿Dónde están las cucharas? ¿Y los tenedores? No los veo por
ningún sitio.
ELSA.- No lo sé.
ELSA.- No lo soy.
MATEO.- Hay seis jodidos cuchillos sobre la mesa. ¡Seis jodidos cuchillos
sobre la mesa!
MATEO.- ¿No sabías que eran cuchillos? ¿Quieres que te lo demuestre? ¿Lo
comprobamos? ¿Comprobamos si son cuchillos? No hace falta sangrar
mucho.
ELSA.- No.
ELSA.- Déjame.
MATEO.- ¿Son para eso los cuchillos? ¿Son para mi cuello? ¿Seis cuchillos
para mi cuello? ¡Bah! ¡Pones seis cuchillos sobre la mesa y ni siquiera tienes
valor para pincharme!
ELSA.- Chloé tenía siete años y era preciosa. No había nacido criatura más
linda en decenios. No se tenía noticia de semejante hermosura. Las madres me
pedían los bucles de su deliciosa cabellera. Todas querían tocar sus bucles.
Todas. Hay bucles del pelo de mi hijita en todas las casas. La invitaban a
todas las fiestas, ganaba todos los concursos de belleza, ganaba siempre. La
retrataron miles de veces. Era preciosa, preciosa. Cualquiera que se cruzara
con ella empezaba a adorarla instantáneamente. Cuando sonreía, dios mío,
cuando sonreía ... Nada era tan dulce como su sonrisa. ¡Nada! Pero las niñas
hermosas siempre llevan una manada de lobos a sus espaldas, seres perversos
surgidos de las entrañas de la tierra con el único objeto de destrozar la pureza.
No son capaces de enfrentarse a lo bello sin aniquilarlo. No se detienen hasta
no dar con la niña más preciosa del mundo, y entonces piensan que la belleza
es injusta, que la belleza engendra lascivia, y sólo desean destruirla. Porque
mi hijita era uno de esos seres encantadores que poseen la capacidad de
reducir a sus semejantes a la más absoluta de las fealdades. Nadie corre más
peligro que las niñas hermosas, nadie lleva más sombras tras la nuca. Las
niñas hermosas, allá donde van son acompañadas por el horror.
MATEO.- Todo se puede coser, todo se puede cerrar, es sólo una máquina, es
sólo una máquina. Todo puede devolverse a su lugar. (Se pellizca un trozo de
piel) ¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es esto?
ELSA.- ¿Qué?
MATEO.- Hubiera preferido una niña corriente, una niña como millones de
niñas.
MATEO.- No.
MATEO.- No.
El matrimonio Palavrakis Angélica Liddell - 29 -
ELSA.- Su cama...
MATEO.- ¿Qué?
ELSA.- Las sábanas, están hechas pedazos, están cortadas en trocitos muy
pequeños, muy pequeños...
MATEO.- ¿Quién?
ELSA.- Todo.
ELSA.- Sí.
MATEO.- Tienes que dejarle caramelos. Siempre tiene que haber caramelos.
Caramelos, muchos caramelos. De fresa, de limón, de naranja, de piña,
también le gustaban de piña, y de anís, y de melocotón. Hay que comprar, hay
que comprar caramelos. ¿Le has dejado caramelos?
El matrimonio Palavrakis Angélica Liddell - 30 -
ELSA.- ¡Sí!
MATEO.- ¿Qué más has visto? ¿Qué hay en su habitación? ¿Qué más ha
hecho?
ELSA.- Solo las sábanas. Hechas migas. Nunca le gustaron las sábanas. Le
daban calambres, ¿te acuerdas?
ELSA.- Escucha.
MATEO.- Es el viento.
MATEO.- Es el viento.
MATEO.- Es el viento.
MATEO.- Nada.
ELSA.- Mírate.
MATEO.- (Lleva una mata de pelo en los bolsillos) ¿Qué es esto? ¿Quién lo
ha puesto aquí?
ELSA.- Mira.
NARRADORA.- En ese instante sonó el teléfono. Eran los del concurso. Los
señores Palavrakis habían olvidado el trofeo en el salón de baile. Por qué
decidieron ir a recogerlo es un misterio. El accidente tuvo lugar durante el
trayecto de vuelta a casa. La señora Palavrakis llevaba los dos trofeos sobre
las rodillas. Una colisión frontal con otro vehículo. El señor Palavrakis murió
en el acto. A Elsa Palavrakis, totalmente ilesa, la llevaron a comisaría y le
hicieron preguntas como esta: ¿Tenía la niña dificultad para andar y sentarse?
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
NARRADORA.- ¿Automutilación?
ELSA.- El día que cumplió siete años la niña se cortó las venas de los brazos
con el cuchillo de partir la tarta. Corrió hacia su padre con los brazos
chorreando sangre y se abrazó a él con todas sus fuerzas. Le adoraba. Me
lancé sobre ella para socorrerla, pero ella se abrazó a su padre. A su padre.
Como una novia. Le manchó la camisa. Creo que en el fondo vivieron una
historia de amor. Eran un hombre y una mujer. A mí nunca me quisieron, y yo
tampoco fui capaz de quererles, ¿verdad? Nunca quise a mi hijita, ¿es eso lo
que piensa? Nunca cuidé de ella lo suficiente. Nunca.
ELSA.- Cuando era más jóven yo ganaba algún dinero cuidando niños, eran
niños muy pequeños, a veces tenía que cambiarles los pañales, y
dejaba...Dejaba que los perros les chuparan, les lamieran, ¿me entiende? Y
nunca hice nada por detener a los perros. Los perros chupaban y yo miraba,
solamente miraba, como a mi hijita metiendo la mano en el cieno.
ELSA.- Bueno, Mateo, no lo sé. Hay muchos seres humanos juntos. Algo
tiene que pasar cuando hay tantos seres humanos juntos, y todos destruidos, y
todos aniquilados, y todos enfermos. ¿Y si la culpa es de todos esos seres
humanos juntos, juntos, juntos? ¿Usted no está destruida, aniquilada,
enferma? ¿Usted no es responsable de nada? ¿Nunca se asusta de sí misma?
ELSA.- Un día dijo algo que me hizo llorar. Chloé aún estaba viva.
FIN