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La persona de Alfonso XIII nos sitúa ante un problema nueva: la

aparición de un filosefardismo que no es obstáculo para un


antisemitismo clásico. Después de exiliarse, Alfonso XIII declaró
una vez establecido en Roma que la Segunda República había
sido “patrocinada por el comunismo, la masonería y el
judaísmo” [1], con lo que estaba claro a quién atribuía sus
responsabilidades. Esto parece, en principio, encajar mal con la
línea defendida por la monarquía durante la Restauración y
especialmente en el tiempo de la Dictadura de Primo de Rivera.
Veamos en qué consistía el problema.

Prácticamente poco después del desastre de 1898 y hasta la


fase final de la dictadura de Primo de Rivera, apareció en
España un fenómeno nuevo que hasta ese momento
solamente había tenido chispazos ocasionales. Es lo que se
dio en llamar “filosefardismo”. Su gran impulsor fue a partir de
1904 Ángel Pulido Fernández. Su objetivo: restablecer los lazos
entre las comunidades sefardíes expulsadas por los Reyes
Católicos y dispersas especialmente por Europa, el Magreb y
América, con objeto de invitarles a entrar de nuevo en
España. El “filosefardismo” gozó de particular prestigio entre 1910 y
1930 y consiguió persistir en la historia hasta tiempos recientes,
siendo hoy una corriente prácticamente desconocida, o, en cualquier
caso, poco conocida.

En 1903, el Pulido, médico prestigioso y senador vitalicio,


realizó un viaje por la cuenta del Danubio y localizó
comunidades sefardíes dispersas. Creyó encontrar sus
orígenes y al retorno inició su campaña personal que
consiguió el favor de algunas élites intelectuales, iniciando el
fenómeno conocido como “filosefardismo”. Paradójicamente,
esta corriente iba a tener, con el paso del tiempo que ver con el
antisemitismo español como veremos más adelante. Le llamó
particularmente la atención la lengua que hablaban, el ladino o
haquetía. Había en todo ello también consideraciones económicas
oportunistas. Pulido estaba convencido de que el acercamiento
hispano-sefardí convendría a la maltrecha economía española
aún no repuesta de la crisis finisecular. En la medida en que
percibió que los sefardíes dominaban el comercio en el
Mediterráneo oriental pensó que ahí existirían nuevos
mercados que supondrían un balón de oxígeno para España.

En los años siguientes publicaría varias obras, una de ellas de título


significativo: Los españoles sin patria, aludiendo a la “raza
sefardí”. Pulido consiguió que en 1910 Alfonso XIII se interesara
por su actividad, apoyando el monarca la creación de la Unión
Hispano-Hebrea con fines de acercamiento entre las dos
comunidades.

Hay que recordar que los sefardíes residentes en Marruecos eran


abundantes y solamente en el Protectorado se inscribieron 4.000. En
1915 se creó la cátedra de hebreo en la universidad de Madrid.
Alfonso XIII intervino luego a favor de los sefardíes residentes
en Palestina amenazados por el gobierno turco después de
que Max Nordau, sionista expulsado de Francia, viniera a
España. Pulido era el impulsor de todas estas campañas, secundado
por Cansinos Assens y Gabriel Alomar. Finalmente, en 1920, debido al
impulso de esta élite intelectual se fundó la Casa Universal de los
Sefardíes.

Antes de que Pulido emprendiera sus campañas, ya habían aparecido


a lo largo del siglo XIX distintos precedentes: Adolfo de Castro en
1847 publicó la Historia de los judíos de España [2], que incluye
una exaltación de la cultura judía medieval seguido de una condena a
la expulsión (de la que responsabiliza a Fernando el Católico y no a
Isabel). Cuando estalló la Guerra de África en 1860 se empezó
a tener conocimiento más exacto del destino que habían
corrido los judíos expulsados de España en 1492. A O’Donell le
sorprendió ver que los judíos de Tetuán (cuyo kahal acababa de ser
saqueado por los musulmanes) le recibieron jubilosos hablando un
castellano extraño. Se trataba de sefardíes que veían a las tropas
españolas como libertadoras. Pérez Galdós y Pedro Antonio de
Alarcón popularizaron en algunas novelas a esta comunidad. Sin
embargo, sería la Alianza Israelita Universal, fuerte en Francia, quien
prestaría ayuda a estos judíos que, en pocos años, perdieron casi
completamente el “ladino” y empezaron a expresarse en
francés. En el siglo XX ya pocos recordaban sus raíces.

En el último cuarto del siglo XIX, la Institución Libre de Enseñanza


contactó con las comunidades sefarditas y sistematizó la
publicación de artículos y conferencias contrarias a la
expulsión y a la Inquisición y, por primera vez, se pondrá en
duda la historia del Santo Niño de la Guardia.

En los años siguientes, los progroms contra judíos residentes en


el Imperio Otomano interesó al gobierno español en tanto que
las víctimas seguían hablando ladino y por primera vez se
sugirió que España tenía la obligación de acoger a los
sefardíes que quisieran establecerse nuevo en España y huir
de los Balcanes y de Anatolia. Se estableció incluso un vapor de
Sevilla a Odesa para realizar el traslado, pero fueron pocos los que
siguieron ese camino. Hay que incluir estas iniciativas dentro del
naciente filosefardismo.
A principios del siglo XX, Pulido fue nombrado senador vitalicio e
inició una intensa campaña de acercamiento a los sefardíes a través
del rabino de Bucarest, Enrique Bejarano. A su iniciativa se debió que
el gobierno español nombrara cónsules en las ciudades en las que
existían  comunidades sefardíes. Sin embargo, los católicos
tradicionalistas de la época consideraron a Pulido como
“judaizante” y no reconocieron la diferenciación entre
azkenazíes y sefardíes.

Pero se equivocaría quien pensara que Pulido era “pro semita”. De


hecho, es el quien inaugura la ideología del fiosefarditismo que,
paradójicamente no está reñida con el antisemitismo. Pulido
consideraba a los azkenazíes que había conocido como “en su
mayor parte degenerados y mezquinos”. Y será a partir de
este momento, notorios antisemitas españoles, como
veremos, serán, sin embargo… filosefarditas.

Los grandes nombres del 98 apoyarán las campañas de Pulido


(incluido Menéndez Pelayo). Gracias a sus iniciativas a partir
de 1909 se abrieron las primeras sinagogas (la de Madrid se
abrirá en 1917, la de Barcelona se abrirá al año siguiente y la de
Sevilla estaba abierta desde 1913) y en 1920 se creó la Casa
Universal de los Sefardíes, apoyada por Maura y La Cierva,
Romanones, Alcalá Zamora, Lerroux, y por el banquero
Ignacio Bauer. En 1915 el folklore sefardí se había convertido en
una moda y el banquero Bauer a través de La Revista de la Raza
fundada por él mismo, consiguió que las élites culturales conocieran
la cultura sefardí.

Sin embargo, sería un militar, el teniente general Julio Domingo


Bazán, quien en 1916 publicó Los hebreos [3], obra que influiría
extraordinariamente en las concepciones de los llamados “militares
africanistas”. En esta obra se presenta a los sefardíes como
cultos, accesibles, dialogantes y colaboradores, mientras que
los moros son presentados como “bárbaros y degenerados”
[4]. Cuando se publicó esta obra, la Casa Real ya había concedido el
estatuto de “protegido” [5] a los sefardíes de la zona española de
Marruecos y la dictadura de Primo de Rivera se mostraba
extraordinariamente favorable en relación a ellos, hasta el
punto de que los autores que han estudiado el tema, han
definido su política como “filosefardismo de derechas” [6].

Es posible que el filosefardismo fuera una reacción de élites


intelectuales al desastre del 98, cuando buscaron nuevos horizontes
para el proyecto pan hispanista de la Dictadura de Primo de Rivera.
Perdido el Imperio, de lo que se trataba era de reconstruirlo sobre
bases nuevas. Dada la debilidad militar de España, tales bases
solamente podían ser “espirituales”, esto es, culturales y de lo que se
trataba así era de la manida idea de que el “poder cultural” precede y
abre el camino al “poder político”

Sin embargo, en este período que abarca Restauración y


Dictadura, frente a este filosefardismo, siguió existiendo, casi
como patrimonio exclusivo de los sectores católico, el
habitual antisemitismo. Eran los años en los que el Caso Dreyfus
[7] había estallado en Francia y la onda expansiva llegó hasta
España. La crisis ocurrida en el vecino país, supuso un balón de
oxígeno para el antisemitismo español que entre 1904 y 1907
generó media docena de libros que reiteraban los lugares
comunes de esta corriente católica. Ninguno de ellos puede ser
considerado como un Best-seller de la época, pero todos
contribuyeron a contrapesar la influencia de los filosefardíes y buena
parte de los artículos publicados en la prensa de la época y que
pueden ser considerados como antisemitas irían destinados a
combatir los avances de esta corriente. Incluso, como respuesta a las
organizaciones promovidas por el filosefardismo, apareció una Liga
Nacional Antimasónica y Antisemita (LNAA) en 1912.

En efecto, fundada por el José Ignacio de Urbina, la LNAA


estaba fuertemente influida por el caso Dreyfus y recibió el
apoyo de la mitad de los obispos españoles de la época. Urbina
compró una pequeña revista que hasta ese momento estaba
dedicada a los seguros y tratando de imitar el ejemplo de Drumont, la
convirtió en un periódico antisemita, conservando la cabecera: El
Previsor. La revista se publicó entre 1912 y 1918.

Pero ni Urbina era Drumont, ni la situación española tenía punto de


comparación con la francesa. El estallido de la Revolución Rusa y la
abundancia de nombres judíos entre la primera generación de
bolcheviques, recrudecieron el antisemitismo en Europa Occidental y
contribuyeron a que la revista de Urbina lograra sobrevivir un año
más. El intento de Urbina que encierra en sí mismo todas las
características del antisemitismo católico de la época, es en cierto
sentido anecdótico, una organización como la LNAA era ociosa en
España, porque existía la Comunión Tradicionalista que practicaba un
catolicismo que, en tanto que ultramontano, era al mismo tiempo
antisemita.

[1]  Cfr. Renovación Española y Acción Española: la “derecha


fascista” (I parte) ¿Fascistas o fascistizados?, Ernesto Milá, en Revista
de Historia del Fascismo, nº 2, págs. 281-288.
[2]  Historia de los judíos en España desde los tiempos de su
establecimiento hasta principios del presente siglo, Adolfo de Castro,
Imp. Librería y Litogr. De la Revista Médica, Cádiz, 1847. Deberemos
hablar de un pro-semitismo relativo pues, no en vano, el mismo
Adolfo de Castro, en un libro posterior (Vidas de niños célebres, Imp.
De la Revista Médica, Cádiz, 1865) da como cierto el episodio del
sacrificio ritual en el caso del Santo Niño de la Guardia, en la misma
posición que Amador de los Ríos.
[3] Editorial Renacimiento, Madrid, 1916.
[4]  Cfr. El Antisemitismo en España. La imagen del judío (1812-
2002), Gonzalo Álvarez Chillida, Editorial Marcial Pons, Madrid, 2002,
págs. 269.270.
[5] Podían acudir al consulado español en caso de problemas y
moverse en el extranjero con pasaporte español, pero eso no suponía
que tuvieran nacionalidad española. Sería Primo de Rivera quien el 20
de diciembre de 1924 les concedería la nacionalidad: 4.000 sefarditas
se acogieron a él.
[6] Cfr. La eclosión del antisemitismo español: de la II República al
Holocausto, en Gonzalo Álvarez Chillida y Ricardo Izquierdo Benito. El
antisemitismo en España. Ediciones de la Universidad de Castilla-La
Mancha, Cuenca, 2007, págs 181. Otra de las fuentes de ese
“filosfardismo de derechas” fue José Antonio de Sangroniz (cfr. Los
amigos vascos de Ramiro Ledesma, ¿Contra la derecha fascistizada o
con la derecha fascistizada?, Ernesto Milá, Revista de Historia del
Fascismo, nº 14, septiembre de 2012, págs. 4-99, especialmente 27 y
sigs.) que en su obra La expansión cultural de España (Editorial
Hércules, Ceuta,1925) sostiene las mismas posiciones que Pulido y
los militares africanistas. Otro notorio “filosefardita de derechas” fue
Agustín de Foxá, como se desprende de su poema El romance de la
casa sefardita (para más información sobre el tema puede leerse el
artículo Foxá en Filipópolis, en el blog
http://cafearcadia.blogspot.com.es/2009_07_01_archive.html). A
recordar que tanto Sangróniz como Foxá se situaban en el ámbito del
falangismo y que el introductor del fascismo en España, Giménez
Caballero, compartía estos criterios. Giménez Caballero fue
comisionado por la Dictadura para que diera un ciclo de conferencias
en los Balcanes ante comunidades sefardíes y incluso rodó un
documental mudo sobre este viaje titulado significativamente
Reconquista Espiritual. Franco, como veremos más adelante, era
también filosefardita (Los judíos en España, op. cit., pág. 308). El
elemento filosefardita, sorprendente y paradójico, es inédito en
cualquier otra variedad internacional de los “fascismos”.
[7]  Cfr. Cuando Francia era antisemita: 1880-1906, “antisemitismo
popular”, Ernesto Milá, en Revista de Historia del Fascismo, nº 17,
diciembre de 2012, págs. 160 a 199, especialmente págs. 174-191.

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