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HERBET MARCUSE

Las críticas de Marcuse a la sociedad capitalista (especialmente en su síntesis


de Marx y Freud, Eros y la civilización, publicado en 1955, y su libro El hombre
unidimensional, publicado en 1964) resonaron con las preocupaciones del movimiento
izquierdista estudiantil de la década de 1960. Debido a su apertura a hablar en las
protestas estudiantiles, Marcuse pronto vino a ser conocido como «El padre de la Nueva
Izquierda» (término que él rechazaba).
La crítica fundamental que realiza Marcuse a la sociedad moderna, desarrollada en El
hombre unidimensional, es que el sujeto unidimensional es víctima de su propia
impotencia y de la opresión continua de un método de dominación más complicado de lo
que Adorno y Horkheimer imaginaron. Esta es la concepción del poder por la que
Marcuse se considera como puente entre la primera y la segunda generación de la
escuela de Frankfurt. Este hecho se contrasta fundamentalmente con el capitalismo
temprano, en que el movimiento proletario era una fuerza con el potencial efectivo de
derribar al régimen. El capitalismo avanzado que describe Marcuse, en cambio, ha
generado a través de los estados de bienestar una mejora en el nivel de vida de los
obreros, que es insignificante a nivel real, pero contundente en sus efectos: el movimiento
proletario ha desaparecido, y aún los movimientos antisistémicos más emblemáticos han
sido asimilados por la sociedad y orientados a operar para los fines que la sociedad
coactiva reconoce como válidos.
El motivo de esta asimilación, según Marcuse, consiste en que el contenido mismo de la
conciencia humana ha sido fetichizado (en términos marxistas) y que las necesidades
mismas que el hombre inmerso en esta sociedad reconoce, son necesidades ficticias,
producidas por la sociedad industrial moderna, y orientadas a los fines del modelo. En
este contexto, Marcuse distingue entre las necesidades reales (las que provienen de la
naturaleza misma del hombre) y las necesidades ficticias (aquellas que provienen de la
conciencia alienada, y son producidas por la sociedad industrial). La distinción entre
ambos tipos de necesidades sólo puede ser juzgada por el mismo hombre, puesto que
sus necesidades reales sólo él las conoce en su fuero más íntimo; sin embargo, como la
misma conciencia está alienada, el hombre ya no puede realizar la distinción.
La principal necesidad real que Marcuse descubre es la libertad, entendida como el
instinto libidinal no sublimado (en términos freudianos). Para Marcuse, lo que la sociedad
industrial moderna ha hecho con el instinto libidinal del hombre es desublimarlo, y
reducirlo al exclusivo ámbito de la genitalidad, cuando en realidad el cuerpo mismo del
hombre es sólo ansia de libertad. La desublimación del instinto libidinal y su
encasillamiento en su genitalidad permiten a la sociedad industrial moderna disponer del
resto del cuerpo humano para la producción capitalista, así como de todas las energías de
los hombres.
Lo que Marcuse quería destacar era una culturalización de la teoría de la felicidad de
Freud: principio de realidad y principio de placer no tienen por qué ser opuestos si se
consigue revelar las causas de la infelicidad. Marcuse se opone a lo abstracto del
pensamiento racionalista cartesiano, que entiende al individuo como sujeto ideal,
descartando el valor de lo corporal y de lo erótico.Y precisamente estos dos factores son
imprescindibles para analizar el paso del ser al deber ser en lo cotidiano del ser humano.
Esto coloca a Marcuse en una posición de vitalismo integral, entendiéndolo como una
actitud de liberación tanto individual como colectiva, sacar a la luz lo más alejado de las
convenciones, entendido por Freud como el ello.
Para Marcuse, la instancia fundamental de formación de la conciencia humana está en la
niñez, tal como se vive en el interior de la familia. En esta etapa, el hombre que se está
formando adquiere sus categorías normativas y todo su marco de referencia para
enfrentar el mundo. Lo que la sociedad industrial moderna ha trasmutado es precisamente
ese ámbito familiar, en que la sociedad misma alienante se ha introducido a través de los
medios de comunicación de masas, reemplazando a la familia, y formando a los hombres
con categorías que no salen de él mismo, sino del capitalismo. Las necesidades del
hombre, así como sus anhelos, sueños y valores, todo ha sido producido por la sociedad,
y de esa manera se ha asimilado cualquier forma de oposición o movimiento
antisistémico.
En este punto está la principal diferencia entre la forma de alienación que describe Marx y
la que describe Marcuse. Mientras en Marx la alienación está focalizada en el ámbito de la
producción material, donde al hombre se le arrebata el valor producido con su trabajo (y
por tanto su condición humana), en Marcuse la alienación está enfocada en la conciencia
misma del hombre moderno, y por tanto no hay forma alguna de escapar a la coacción.
A pesar de identificar en el hombre una forma de sumisión mucho más desarrollada y
difícil de penetrar, Marcuse remarca los valores de la vanguardia en el arte cuando habla
de Bertolt Brecht o dice por ejemplo: "La lucha por hallar este medio, o más bien dicho la
lucha contra su absorción en la unidimensionalidad predominante, se muestra en los
esfuerzos de la vanguardia por crear un distanciamiento que haría la verdad artística
comunicable otra vez" (Herbert Marcuse, El hombre unidimensional, pág. 96). Este
distanciamiento que pretende realizar Marcuse está marcado por la intencionalidad de
alejar al ser humano del dominio que está impuesto en toda la sociedad. Y pretende
reorientar el rumbo de la cultura hacia el arte, hacia lo estético.

Marcuse muestra un análisis muy profundo y duro en cuanto a los procesos de cambio, a
pesar de eso él reconoce «la posibilidad de alternativas» y los diferentes caminos y sobre
todo la tarea de la filosofía en este aspecto. Una nota al pie muy curiosa de su libro El
hombre unidimensional dice: “«Todavía existe el legendario héroe revolucionario que
puede derrotar incluso a la televisión y a la prensa: su mundo es el de los países
‘subdesarrollados’» (Herbert Marcuse, El hombre unidimensional,
Pero la pretensión de hacer posible el distanciamiento a través del arte para evitar la
dominación, muestra claramente un problema que impide utilizarlo como medio de
evasión. Según Marcuse, el arte es capaz de sacarnos de la vida diaria, nos hace ver la
realidad de otra forma porque nos coloca en otra posición. Sin embargo, el arte está
distanciado, pero no separado de la realidad porque está mercantilizado, por lo tanto, no
se puede utilizar como medio de evasión porque está bajo el control de la clase
dominante, como el resto de los ámbitos de la sociedad.
En diferentes pasajes se evidencia su idealismo que luego se traduce a su militancia
política. Esta contradicción es reconocida por Marcuse, quien vivió en una eterna disputa
teórica acerca de la interrogante fundamental de si la sociedad tenía la posibilidad o no de
cambiar desde adentro y por tanto de trascender el statu quo. Está clara la existencia de
esperanza en su pensamiento, aunque el análisis de la realidad y los acontecimientos se
contrapongan a este tema. Para ilustrar esta contradicción, en sus conclusiones sobre el
«hombre unidimensional» Marcuse cita al final una frase de Walter Benjamin que dice lo
siguiente: «Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza» (Herbert
Marcuse, El hombre unidimensiona
Problema psicológico, problema político
En la era presente, se han invalidado las fronteras entre la psicología por un lado y la
filosofía social y política por el otro, gracias a la condición actual del hombre. Por eso
en Eros y civilización hace uso de categorías psicológicas, ya que antes los procesos
psíquicos, antiguamente autónomos e identificables ahora están siendo absorbidos por la
función del individuo en el estado, por su existencia pública. «Por lo mismo los problemas
psicológicos se transforman en problemas políticos»: el desorden privado refleja más
directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden personal
depende más directamente que antes de la curación del desorden general.
La psicología puede ser elaborada y practicada entonces como una disciplina especial tan
sólo en tanto la psique pueda mantenerse a sí misma contra el poder público, en tanto la
vida sea realmente deseada y construida por sí misma, y afirma Marcuse, que si el
individuo no tiene ni la habilidad ni la posibilidad de ser para sí mismo, los términos de la
psicología llegan a ser los términos de las fuerzas sociales que definen la psique.

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