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COMUNISMO»
INTRODUCCIÓN: Si el liberalismo había removido las bases del mundo medieval que agonizó
durante la «Edad Moderna», el nacimiento del marxismo va a sacudir hasta sus más profundas
raíces el pensamiento del siglo XIX. Como dicen Marx y Engels en sus primeras palabras del
Manifiesto Comunista: «Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo». Nada mejor
que esa frase para comprender lo que significó el marxismo en su época.
Creía que cada época histórica se caracterizaba por un modo de producción específico que se
correspondía con el sistema de poder establecido y, por lo tanto, con una clase dirigente en
perpetuo conflicto con una clase oprimida.
La razón de este interés está lejos de ser exclusivamente académica. Ningún otro pensador
moderno ha tenido tanta influencia sobre los movimientos políticos y sociales.
El pensamiento de Marx estuvo influido por filosofías anteriores y por la época en la que vivió, y
en la que se produjeron los estallidos de las Revoluciones liberales y la Revolución Industrial, el
triunfo de la visión utópica del socialismo en Francia y de la ciencia económica en Inglaterra.
Las ideologías socialistas y marxista aparecieron en la primera mitad del siglo XIX, como
consecuencia de las contradicciones de la sociedad liberal del capitalismo.
Marx debía unir las filosofías hegelianas y post hegeliana, el socialismo y la ciencia económica, y
crear una filosofía propia, en la que la economía fuese la estructura íntima de la sociedad y que
condujese al socialismo.
De la teoría económico-política presente en Inglaterra, aceptó la idea de que el trabajo es esencial
en la creación del valor de una mercancía. No obstante, Marx fue más lejos que la economía
clásica, e intento explicar el origen de la propiedad privada (origen=alienación del trabajo
humano). Su objetivo al estudiar a los economistas clásicos (David Ricardo, Adam Smith,
Malthus, etc.) era ofrecer una alternativa científica a las teorías económicas capitalistas.
Marx, en sus inicios, se identificó con el pensamiento de Feuerbach. Sin embargo, con el paso del
tiempo, adaptó una actitud crítica ante éste, ya que consideraba insuficientes a sus teorías y ante
la izquierda hegeliana en general. Criticará la visión del materialismo de Feuerbach y lo concibió
de un modo mecanicista, del mismo modo que la concepción del hombre y su concepto de
alienación religiosa.
Podemos distinguir ciertas similitudes y diferencias con Hegel. Estuvo de acuerdo en que la
realidad es un proceso dialéctico, el hecho de que el curso de la historia es necesario e inevitable
y que se produce de forma dialéctica y la alienación del hombre. Sin embargo, Marx, al contrario
que Hegel, consideraba que el fin de la historia no había sido alcanzado todavía, no todo lo real
tiene que ser racional, lo que se desarrolla en la historia no es el espíritu sino las condiciones
materiales de vida de los objetos. Marx no ejerció demasiada influencia en la sociedad de su
época. Sin embargo, fue después de su muerte cuando su pensamiento alcanzó una gran
proyección dentro del movimiento obrero. Su filosofía se denominó marxismo o socialismo
científico, una de las principales corrientes de la teoría política de la actualidad. Su análisis del
sistema capitalista y su teoría del materialismo histórico, la lucha de clases y la plusvalía son las
fuentes de la ideología socialista moderna. Su tesis sobre la naturaleza del Estado capitalista, el
camino hacia el poder y la dictadura del proletariado tienen una enrome importancia en la acción
revolucionaria. Estas doctrinas, fueron retomadas por Lenin en el siglo XX, y el desarrollo y
aplicación que hizo de ellas fueron el núcleo de la teoría y la práctica del bolchevismo y de la
Tercera Internacional.
Se trata de un reconocimiento que sólo es posible desde el punto de vista de los dominados, que
son los únicos que pueden percibir su situación de dominados, y por tanto reconocerse como
dominados, por lo que “ser marxista” es reconocerse como dominado en una estructura social
dada, de una determinada relación de dominación (capital-trabajo asalariado, imperialismo-países
pobres), cuya irreductibilidad a otros tipos de dominación (hombres sobre mujeres, blancos sobre
negros, etc.) da continuidad a dicho reconocimiento en sus cambios de forma (así, por ejemplo, la
dominación de países ricos sobre pobres tiene una continuidad respecto a la de capitalistas sobre
obreros asalariados, pero no la tiene, en principio, con respecto a la dominación de hombres sobre
mujeres).
Se trata de una situación que en principio sólo se reconoce subjetivamente, de forma instintiva, ó
si se quiere intuitiva; siendo la característica definitoria del marxismo, el hecho de que pasa del
reconocimiento subjetivo, de la percepción de estar dominado, al conocimiento objetivo de dicha
relación de dominación..
- Ya antes de 1914, la ortodoxia dominante, representada en Alemania por Karl Kautsky y que
defendía la inevitabilidad del colapso del capitalismo a través de la revolución, fue puesta en
duda por Eduard Bernstein, auténtico fundador de lo que vino a denominarse revisionismo.
- Tras la Revolución Rusa (1917), Lenin (1870-1924) añadió a la doctrina marxista una
interpretación del imperialismo, una teoría del Estado y los principios de la organización
revolucionaria liderada por el partido; la formulación de leninismo permitió hablar de una
doctrina marxista-leninista. Las posteriores aportaciones hechas al marxismo por Stalin (el
estalinismo, que negaba la internacionalización de la revolución), Trotski (el trotskismo, que
preconizaba justo lo contrario), Mao Zedong (el maoísmo, que suponía la adaptación del
marxismo al Tercer Mundo) o Antonio Gramsci (que subrayó el papel de la ideología en una
sociedad civil para la construcción de una hegemonía política), se sumaron a las distintas
interpretaciones que en el siglo XX se hicieron del pensamiento de Marx.
* « La emancipación de los trabajadores debe ser la obra de los propios trabajadores« . Éste es
un principio inherente al verdadero marxismo, que implica la democracia y la autoemancipación;
así como que la democracia es elemento fundador indispensable para una nueva sociedad (a la
que se denomina socialismo o comunismo). Sociedad que debe construirse liberada de las
diversas formas de dominación.
* El internacionalismo, que es, a la vez, la constatación del interés común de los trabajadores del
mundo entero y de la necesidad de la lucha a escala mundial, y el objetivo de la superación de las
naciones hacia una comunidad humana mundial.
* El libre ejercicio del espíritu crítico. « Duda de todo« , decía Marx, siendo el objetivo conocer
la realidad tal como es, para comprenderla mejor y así transformarla.
Estos principios, o algunos de ellos, pueden perfectamente ser compartidos por otras teorías
políticas y sociales: si es el caso, ¡obviamente tanto mejor! El marxismo no pretende aislarse,
todo lo contrario: el objetivo es contribuir a la constitución de un movimiento del conjunto de la
sociedad para crear « una asociación donde el libre desarrollo de cada uno es la condición del
libre desarrollo de todos » (Karl Marx,Manifiesto Comunista).
AUTORES MARXISTAS:
1) Carlos Marx (1818-1883)
Co-fundador de la práctica y filosofía del socialismo científico junto a Federico Engels. Sentó las
bases del marxismo a través del examen de la historia, del surgimiento del capitalismo y aguda
crítica a otras filosofías. Fundador de la de la Liga Comunista y de la la I Internacional.
Desde el derecho positivo, hasta las más excelsas muestras del arte, la música pintura, la
arquitectura no son para Marx más que una cubierta engañosa que encubre un modo de
producción, y todas esas formas exteriores no hacen más que engañar, justificar e intentar
perpetuar un sistema económico.(capitalismo)
La religión es el «opio de los pueblos», ese conjunto de creencias falsas impuestas en la mente de
los oprimidos para que no cuestionen nada, para que acepten mansamente su situación y esperen
una recompensa en el cielo.
Para Marx el Estado es el órgano mediante el cual una clase social dominante impone, mediante
el monopolio de la fuerza su voluntad a otra clase. Mientras existan clases sociales se necesitará
del Estado para que una clase someta a la otra. El Estado es para Marx como la Junta directiva de
la burguesía, el órgano donde, siendo competidores entre sí, acuerdan las bases para la
supervivencia y beneficio de su clase.
2) Federico Engels (1820-1895)
Co-fundador de la práctica y filosofía del socialismo científico junto a Carlos Marx. Sentó las
bases del marxismo a través del examen de la historia, del surgimiento del capitalismo y aguda
crítica a otras filosofías. Fundador de la de la Liga Comunista y de la la I Internacional.
3) Nicolás Bujarin (1888-1938)
Revolucionario bolchevique. Editor de Pravda. Uno de los dirigentes teóricos del partido, enfocó
en materia económica y escribió sobre el socialismo de mercado. Se unió a Stalin contra Trotsky,
pero luego dirigió la Oposición de Derecha.
4) James P. Cannon (1890-1974)
Uno de los fundadores del Partido Comunista y luego del trotskismo en los EEUU, fue por un
tiempo secretario de Trotsky. En 1938, junto a Max Schachtman y Martin Abern, funda el
Socialist Workers Party (SWP) al que sirvió de Secretario Nacional hasta su muerte.
5) Tony Cliff (1917-2000)
Teórico trotskista palestino. Impulsó la tesis de que la URSS era un régimen capitalista de estado.
Fundó y dirigió el Socialist Workers Party de Gran Bretaña. Se opuso a las diversas fracciones de
la IV Internacional.
6) Herman Gorter (1864-1927)
Escritor y poeta holandés, militante del ala izquierda del movimiento obrero, fue adversario de la
Primera Guerra Mundial. Fundó el Partido Comunista Laborista, antiparlamentario.
7) Antonio Gramsci (1891-1937)
Miembro fundador del Partido Comunista italiano. Arrestado en 1926 y condenado por el
gobierno fascista a 20 años de prisión. Teorizó sobre conceptos claves como la hegemonía, base y
superestrúctura, intelectuales orgánicos, y guerra de posiciones.
9) Karl Kautsky (1854-1938)
Amigo de Marx y Engels, ayudó a establecer la Social-Democrácia Alemana y fue uno de los
principales teóricos de la II Internacional. Durante la I Guerra Mundial devino en pacifista y se
opuso al bolchevismo.
Durante el siglo XIX y sobre todo en el siglo XX, el marxismo se divide en varias corrientes,
algunos se alejan con fuerza:
El Auto Marxismo.
El leninismo o marxismo-leninismo (incluyendo el trotskismo, el estalinismo y otras
corrientes relacionadas).
La izquierda comunista (incluyendo luxemburguismo y el comunismo de consejos).
La socialdemocracia
El marxismo libertario
El marxismo autónomo (incluyendo el operaismo, que consiste en un análisis y
movimiento político heterodoxo y antiautoritario cuyo análisis empieza por observar el poder
activo de la clase obrera para transformar las relaciones de producción).
ANÁLISIS:
El pensamiento de Marx y Engels comprende tres aspectos fundamentales que no pueden ser
singularizados sin incurrir en el peligro de empobrecerlos notablemente. A pesar de la
simplificación que esto conlleva, estudiaremos el marxismo a partir de estos tres aspectos: el
análisis del pasado (materialismo histórico), la crítica del presente (estudio económico realizado
básicamente en la obra El capital) y el proyecto de futuro (alternativa política marxista)
a) El análisis del pasado: el materialismo histórico. Para Marx, el motor que hace evolucionar la
historia es la lucha de clases. Toda la historia ha sido una lucha permanente entre las clases
opresoras y las oprimidas. De este modo, la historia de la Humanidad ha sido la sucesión de
diferentes modos de producción, que se caracterizan por la naturaleza de las relaciones de
producción existentes (entre amos y esclavos, señores y siervos, patronos y obreros...)
El capitalismo no es para Marx el punto de llegada de la evolución humana, sino una fase más
que es preciso superar para llegar a un nuevo modo de producción, el socialismo, en el que no
existirán desigualdades sociales ni económicas.
b) La crítica del presente: el análisis económico del capitalismo. La necesidad de analizar el
presente, es decir, el modo de producción capitalista, movió a Marx a realizar una crítica de la
economía política. Esta labor la llevó a cabo, fundamentalmente, en su obra magna: El capital.
Según él, el elemento clave de la explotación capitalista es la plusvalía, que consiste en la
apropiación por parte del capitalista de una parte de las ganancias que producen los obreros. Así,
durante la jornada laboral, el obrero trabaja primero para producir las mercancías que equivalen a
su salario. Pero después continúa trabajando, y este trabajo no pagado, constituye la plusvalía,
única fuente de beneficio de los capitalistas.
c) El proyecto de futuro: la sociedad comunista. Para poner fin a la explotación del hombre por
el hombre, Marx proclamó la necesidad de que el proletariado, mediante la revolución,
conquistase el poder político y económico y crease un nuevo Estado obrero al servicio de los
trabajadores. Esto daría lugar a un nuevo modo de producción (socialismo), en el que no existiría
propiedad privada, ya que la primera misión de la revolución sería la socialización de la
propiedad, que pasaría al Estado. Ahora bien, el socialismo era para Marx tan sólo una etapa
intermedia, ya que la desaparición de las diferencias sociales supondría la disolución de las clases
sociales. Y como no habría clases, el Estado sería innecesario, porque el Estado es la expresión
de la dominación de una clase sobre otra. Poco a poco éste se iría autodisolviendo para dar paso a
la sociedad comunista, es decir, igualitaria, sin clases y sin Estado.
En síntesis, el llamado socialismo científico o marxismo nació en el siglo XIX, a partir de las
ideas de Marx y Engels, en pleno desarrollo de la Revolución industrial. Aquella Revolución, la
misma que habría de iniciar una era de progreso material para la civilización, se fundó sobre uno
de los capítulos más negros de la historia, el de las injusticias sufridas por una nueva clase social,
el proletariado o clase obrera. Centenares de miles de hombres, mujeres y niños se vieron
obligados para subsistir a trabajar y vivir en penosas condiciones: con sueldos de hambre,
jornadas laborales agotadoras de 14 horas, expuestos a los accidentes y los despidos arbitrarios,
sin seguros médicos, descanso o jubilación, hacinados en pequeños e insalubres apartamentos y
amenazados siempre por la mortal tuberculosis.
Contra esta situación de auténtica explotación se alzaron dos voces, muy distintas en sus
orígenes, naturaleza, ideas y objetivos: la Iglesia católica y el ya citado marxismo. La Iglesia fue
desarrollando un cuerpo de doctrina, la Doctrina Social, cuyo documento más representativo fue
la encíclica de León XIII, Rerum novarum (1891). La Doctrina Social de la Iglesia condenó, a la
vez, los abusos del liberalismo económico y el marxismo, y fue también el origen de numerosas
iniciativas personales y organizaciones que defendieron los derechos de la clase obrera y
trabajaron por mejorar sus condiciones de vida. Pese a todo, el socialismo se impuso en los
ambientes obreros desde finales del siglo XIX.
El socialismo de Marx fue concebido como una filosofía materialista y atea, en la que la
historia se interpretaba como un enfrentamiento entre clases opresoras y oprimidas. Para Marx,
en su tiempo, la sociedad se presentaba dividida en dos clases antagónicas: la burguesía -los
opresores- y el proletariado -los oprimidos-. El marxismo entendía que el pueblo trabajador debía
tomar “conciencia de clase” y lanzarse al enfrentamiento contra la burguesía. Era pues necesaria
“la lucha de clases” y la “Revolución”, es decir, la toma del poder político por la fuerza.
Obtenido el poder, se instauraría la “Dictadura del Proletariado” que habría de imponer el fin de
las clases y de la propiedad privada. Finalmente, la Dictadura del Proletariado, transformando la
sociedad, llevaría a una sociedad perfecta, al Paraíso en la Tierra.
El marxismo se definió como ateo y enemigo de la religión, declarando que “la religión era
el opio del pueblo”. Sin embargo, en los temas planteados por esta ideología descubrimos ciertos
inquietantes paralelismos con la fe cristiana. Tendríamos, por ejemplo, un Pecado Original
consistente en el surgimiento de la propiedad privada, una Redención a través del sufrimiento del
proletariado, la víctima que habrá de rescatar con su pasión a toda la Humanidad, o un Partido
que se concibe a modo de Iglesia con un Comité Central que ejerce de sagrado magisterio (1). El
sucesor de Lenin, Stalin, que había sido en su juventud seminarista, supo dotar al socialismo de
una liturgia perfectamente representada en numerosos actos y manifestaciones del Partido
Comunista, como los desfiles del 1 de mayo en la Plaza Roja de Moscú, que tanto recuerdan a las
procesiones con iconos de la Iglesia ortodoxa rusa. Por no hablar del culto establecido en torno al
cuerpo “incorrupto” de Lenin.
Estamos pues ante una religión laica cuyo cielo no está en el otro mundo sino que es preciso
buscarlo en la Tierra. La lucha por conseguir ese objetivo, el Paraíso en la Tierra, ha llenado de
sentido la vida de muchos hombres a lo largo del siglo XX, inyectándoles un fervor y una fuerza
solo comparable a la que se puede observar en los fieles de una auténtica religión, de una fanática
religión. Benedicto XVI cuando era cardenal recordaba que el “bien absoluto” del marxismo, es
decir, “la implantación de una justa sociedad socialista, viene a constituirse como norma moral
que justifica cualquier cosa, incluso la violencia, la muerte y la mentira cuando sean
necesarias”. De este modo podemos entender el espantoso genocidio al que fueron sometidos los
países en los que se implantaron regímenes comunistas. El entonces cardenal Ratzinger
concluía: “Este es uno de tantos aspectos por donde se comprueba cómo la humanidad, cuando
se aparta de Dios, llega a las consecuencias más disparatadas. La razón del individuo puede dar
en cada caso a sus acciones los más varios, imprevistos y peligrosos objetivos. Y lo que parecía
ser liberación muestra en realidad el diabólico rostro de lo más contrario” (2).
Si explico todos estos cambios, es para entender una parte de la herencia transmitida por el
marxismo en los países ricos. Porque, aunque hace veinte años (1989) cayera el Muro de Berlín y
poco después se desmoronaran la Unión Soviética y la mayor parte de los regímenes comunistas,
mostrando el rotundo fracaso del socialismo real, la ideología marxista -que durante más de un
siglo trabajó con esfuerzo- ha dejado, después de su caída, su poso, una pegajosa película
contaminante adherida a distintos ámbitos sociales, de la cultura, la política y la religión.
Quiero destacar una de esas envenenadas herencias del marxismo, la que podemos
encontrar en la mentalidad dominante de ciertos ambientes sociales. Es el caso de muchas
familias que, disfrutando hoy de unos niveles económicos propios de clase media, se saben
descendientes de los antiguos sectores desfavorecidos de la sociedad. Puede ser que sus ingresos
provengan todavía del trabajo manual (la fábrica, el campo, etc.) o que, a través de la preparación
académica, ejerzan una profesión de médico, abogado, docente, etc. Da igual, de algún modo
estas familias han logrado transmitir a sus miembros, de generación en generación, la condición
de “pobres”, de una manera muy parecida a la practicada por la aristocracia: se hereda la
categoría de “pobre” como si fuera la sangre azul o un título de nobleza. Así pues, se puede ser
“pobre”, o como también suele decirse “de familia obrera”, poseyendo, por ejemplo, una vivienda
propia -o dos- con todos los electrodomésticos, un automóvil, viajando habitualmente con la
familia a lugares de vacaciones, disfrutando de ropa de marca, etc., etc. Además, esa “humilde
condición” es generalmente presentada con orgullo y aireada notoriamente con tono victimista
siempre que se presenta la ocasión. Se trata de la impronta dejada por “la conciencia de clase”.
Parece como si aquel pasado, cada vez más lejano, de penuria y sufrimientos, hubiera
convertido a los antepasados proletarios en santos mártires y a sus descendientes en una casta de
venerables. No olvidemos que el marxismo exaltó a la clase trabajadora transformándola en una
especie de “pueblo santo” o “raza elegida”. Si el nazismo proclamó a la raza germana como
superior contraponiéndola a los judíos, el marxismo ensalzó al proletariado enfrentándole al
enemigo burgués, “al enemigo de clase”.
Esta mentalidad “obrera” se traduce actualmente en numerosos prejuicios y, sobre todo, en
un fuerte clasismo. A menudo cuando pensamos en el clasismo solemos tirar del tópico de un rico
mirando por encima del hombro a un pobre, pero olvidamos que ese afán por marcar el territorio
y despreciar al otro puede también surgir entre los que se sienten socialmente inferiores y
reaccionan contra el que creen está por encima. Es el resultado de “la lucha de clases” propuesta
por Marx, y que aún hoy predispone a muchos individuos que, casi inconscientemente, dividen la
sociedad en buenos -los pobres- y malos -burgueses, ricos, fachas-, obrando en consecuencia, es
decir, rechazando, excluyendo, discriminando. Es curioso como estas actitudes de rechazo, que
en muchas ocasiones derivan en serias injusticias, parecen ser compatibles con las viejas
proclamas que giran entorno al ideal de la solidaridad. En definitiva, un enorme bagaje -un
hervidero- de sentimientos negativos -odio, orgullo, complejos y rencores- atizados en el pasado
por el fuego del marxismo y hoy mantenidos por los rescoldos de dicha ideología, que
constituyen un muro invisible, un factor de división que dificulta, a veces gravemente, la
cohesión social, la comunicación entre personas y grupos.
El tema de la herencia del marxismo en el mundo actual es extenso. Para terminar, podemos
indicar algunos de sus capítulos. Por ejemplo, el tan querido enfrentamiento de buenos contra
malos, oprimidos contra opresores, lo encontramos en el movimiento indigenista difundido por
Hispanoamérica y defendido, entre otros, por el boliviano Evo Morales, o en el feminismo y la
ideología de género. Igualmente, lo detectamos en ámbitos educativos, donde el profesorado y los
alumnos aventajados pueden ser vistos con recelo y sospecha pues son asimilados a las élites
opresoras. Incluso, por parecidas razones, la cultura humanística tiende a ser arrinconada y el
conocimiento se presenta para algunos casi como un pecado.