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La Alquimia Del Verbo de Arthur Rimbaud
La Alquimia Del Verbo de Arthur Rimbaud
de Arthur Rimbaud
Desde hacía largo tiempo, me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y encontraba
irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.
¡Inventé el color de las vocales! -A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde-. Reglamenté la
forma y el movimiento de cada consonante y me vanagloriaba de inventar, con ritmos instintivos,
un verbo poético accesible, cualquier día, a todos los sentidos. Me reservaba la traducción.
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Oh Reina de Pastores,
Ofrece a los trabajadores el licor de alegría,
Que apacigüe sus fuerzas,
En espera del baño de mar a mediodía.
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Me acostumbré a la alucinación simple: veía muy claramente una mezquita en lugar de una
fábrica, una escuela de tambores instalada por los ángeles, calesas en las rutas del cielo, un salón en
el fondo de un lago; monstruos, misterios; un título de sainete erigía espantos delante de mí.
Acabé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu. Permanecía ocioso, presa de una pesada
fiebre: envidiaba la felicidad de los animales; las orugas, que representan la inocencia de los limbos;
los topos, el sueño de la virginidad.
Yo amaba el desierto, los vergeles quemados, las tiendas marchitas, las bebidas tibias. Me
arrastraba por las callejas hediondas y con los ojos cerrados, me ofrecía al sol, dios de fuego.
«General, si queda un viejo cañón sobre tus murallas derruidas, bombardéanos con bloques de
tierra seca. ¡Bombardea los espejos de los almacenes espléndidos! ¡Bombardea los salones! Haz
tragar su polvo a la ciudad. Oxida las gárgolas. Llena los tocadores de briznas de rubí quemante ..»