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Charles Baudelaire

Correspondencias

Naturaleza es templo donde vivos pilares


dejan salir a veces palabras confusas;
y los bosques de símbolos, por donde el hombre cruza,
lo contemplan con miradas familiares.

Como los largos ecos de lejos confundidos


en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
se responden colores, perfumes y sonidos.

Hay perfumes tan frescos como carnes de infantes,


dulces como el oboe, verdes como praderas
-y los hay corrompidos, opulentos, triunfantes,

que tienen la expansión de las cosas infinitas,


como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso
que cantan los transportes del alma y los sentidos.

El albatros

Suelen, por divertirse, los mozos marineros


cazar albatros, grandes pájaros de los mares
que siguen lentamente, indolentes viajeros,
al barco que navega sobre abismo y azares.

Apenas los arrojan allí sobre cubierta,


príncipes del azul, torpes y avergonzados,
el ala grande y blanca aflojan como muerta
y la dejan, cual remos, caer a los costados.

¡Qué débil y qué inútil ahora el viajero alado!


El, antes tan hermoso, ¡qué grotesco en el suelo!
Con su pipa uno de ellos el pico le ha quemado,
otro imita, renqueando, del inválido el vuelo.

El poeta es igual... Allá arriba, en la altura,


¡qué importan flechas, rayos, tempestad desatada!
Desterrado en el mundo, concluyó la aventura:
¡sus alas de gigante no le sirven de nada!
(trad. Angel Lázaro)

Himno a la belleza

¿Vienes del alto cielo o surges del abismo,


belleza? Tu mirar, infernal y divino,
la caridad y el crimen derrama a un tiempo mismo,
por lo que te podemos comparar con el vino.

En tu mirada están el ocaso y la aurora;


exhalas los perfumes de un día tormentoso;
tus besos son un filtro que todo lo devora
y hacen cobarde al héroe, y al niño, valeroso.

¿Surges del negro abismo, bajas de las estrellas?


El destino a tu lado camina como un perro;
desastres y alegrías van dejando tus huellas;
gobiernas todo, pero no respondes del yerro.

Pisas sobre los muertos, te burlas del vencido;


el horror de tus joyas suele ser atrayente;
para ti el homicidio es un dije querido
que sobre el vientre orondo baila orgullosamente.

La efímera en tu lumbre se quema deslumbrada,


crepita, estalla y dice: "¡Bendito sea el fuego!"
El amante inclinado sobre su bella amada
parece estar cavando su fosa para luego.

Que vengas del infierno o del cielo, ¡qué importa,


belleza!, enorme monstruo como jamás lo ha habido,
si tu mirar, tu cuerpo y el pie que lo soporta
son lo infinito que amo y nunca he conocido.

De Satán o de Dios, ¡qué más da!, ángel, sirena,


qué importa, si me vuelves -hada de ojos sedantes-
ritmo, perfume, luz, ¡oh tú!, mi reina buena,
menos odioso el mundo, más leves los instantes.

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El frasco

Hay perfumes que en toda materia hallan igual


lo poroso. Diríase que filtran el cristal.
Cuando abrimos un cofre venido del oriente
y cuya cerradura rechina levemente,

o bien, en una casa desierta, algún armario


que exhalando vejez se pudre solitario,
encontramos, a veces, ese frasco olvidado,
alma-aroma a la que hemos resucitado.

Pensamientos dormidos, cual fúnebres crisálidas


latiendo dulcemente en lejanías pálidas,
las alas entreabren en un vuelo sonoro,
tintas de azul, lunadas de rosa, vivas de oro.

Y ya revolotea el recuerdo embriagante


en el aire; los ojos se cierran al instante.
El vértigo posee nuestra alma vencida
y la lanza otra vez a lo hondo de la vida.

La tumba al borde un abismo milenario,


donde -Lázaro ungido, desgarrado el sudario-
resucita el yacente cadáver espectral
de un viejo amor, a un tiempo hermoso y sepulcral.

Así, cuando de mí ya no quede memoria,


podré gozar aún de una siniestra gloria,
cuando me hallen igual que ese frasco olvidado,
decrépito, podrido, sucio, abyecto, humillado.

Y yo seré tu féretro, amada pestilencia,


testigo de tu fuerza y de tu virulencia.
¡Veneno preparado por ángeles! ¡Licor
que me fue consumiendo!... ¡Oh, vida, muerte, amor!

Los ciegos

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¡Míralos, alma, son en verdad espantosos!
Vagamente ridículos, maniquíes noctámbulos;
terribles, singulares, igual a los sonámbulos,
fijan quién sabe en donde sus ojos tenebrosos.

Sus ojos, de que huyó la centella divina,


como si algo miraran en lo lejano, al cielo
se alzan siempre; jamás su cabeza se inclina
para buscar, cargada de visiones, el suelo.

El atraviesa así la negra inmensidad,


hermano del silencio infinito. ¡Oh ciudad!,
mientras en torno cantas, ríes sin un anhelo

generoso, aturdida, de placer embriagada,


¡mira!, también me arrastro, el alma desolada,
y me digo: "¿Qué buscan los ciegos en el cielo?"

El vino de los traperos

A menudo, a la luz roja de un reverbero


que tiembla en una esquina bajo el aguacero,
en un viejo arrabal, laberinto fangoso,
donde hierve el humano fermento tormentoso,

pasa el viejo trapero con la bolsa repleta,


tropezando en los muros lo mismo que un poeta,
y, haciendo caso omiso del gendarme feroche,
explaya sus gloriosos proyectos... ¡Qué derroche!

El presta juramentos, dicta la ley sublime,


abate a los perversos, las víctimas redime,
y bajo el firmamento, como bajo un dosel,
se embriaga de esplendores... ¡y la virtud es él!

Sí; estos míseros hombres, de penas hostigados,


molidos de trabajo, por la edad agobiados,
con la basura a cuestas y que están en un tris
de ser un poco el vómito del enorme París,

regresan perfumados de un olor de toneles,


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seguidos por amigos y camaradas fieles,
cuyos mostachos caen cual pendones marciales.
¡Las banderas, las flores y los arcos triunfales

se yerguen ante ellos como en solemne día!


Y en esa aturdidora y luminosa orgía
del sol, de los clarines, los gritos y el tambor,
la gloria traen en alto al pueblo ebrio de amor.

Así es como a través del hombre claudicante,


el vino vierte su oro, Pactolo deslumbrante;
y canta la proeza, el heroísmo, y canta
-rey también por sus dones- en la ávida garganta.

Por mecer la indolencia y el rencor sofocar


de esos viejos malditos que mueren sin chistar,
sintiéndose por ello quizás apesadumbrado,
Dios al hombre dio el vino, hijo del sol sagrado.

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Jean Arthur Rimbaud

Cartas llamadas del vidente

A Georges Izambard

Charleville (13) de mayo de 1871


¡Querido señor!
Helo profesor otra vez. Uno se debe a la
sociedad, me lo ha dicho; usted forma parte del cuerpo docente; rueda
por las buenas costumbres. También sigo el principio: me dejo
cínicamente mantener: desentierro antiguos imbéciles del colegio: todo
lo que puedo inventar de bestia, de sucio, de malo, en acción y en
palabras se lo doy a ellos: se me paga con cerveza y muchachas. Stabat
mater dolorosa dum pendet filius. Me debo a la sociedad, es justo -y
tengo razón. Usted también tiene razón, por ahora. En el fondo usted
no ve en su principio más que poesía subjetiva: su obstinación en
recuperar el pesebre universitario -¡perdón!- lo prueba. Pero usted
siempre acabará como un satisfecho que no ha hecho nada, no habiendo
querido hacer nada. Sin contar que su poesía subjetiva será siempre
horriblemente insípida. Un día, espero -muchos esperan lo mismo-, veré
en su principio la poesía objetiva, ¡la veré más sinceramente de lo
que usted lo haría. Seré un trabajador: ¡es la idea que me retiene
cuando las cóleras locas me impulsan hacia la batalla de París, donde,
sin embargo, tantos trabajadores mueren mientras le escribo! Trabajar
ahora, jamás, jamás; estoy en huelga. Ahora me encrapulo lo más
posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta y trabajo para volverme vidente.
Usted no me comprende de ninguna manera y yo no sabría casi
explicarme. Se trata de llegar a lo desconocido por el desarreglo de
todos los sentidos. Los sufrimientos son enormes, pero es necesario
ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me he reconocido poeta. De
ninguna manera es mi falta. Es falso decir: yo pienso. Se debería
decir: se me piensa. Perdón por el juego de palabras.
Yo es otro. ¡Tanto peor para la madera que se encuentra violín y
se burla de los inconscientes que se obstinan en lo que ignoran
completamente! Usted no es más enseñante para mí. Yo le entrego esto.
¿Es sátira, como usted diría? ¿Es poesía? Es fantasía siempre. Pero,
le ruego no subraye con lápiz, ni demasiado con el pensamiento:

EL CORAZON AJUSTICIADO
Mi triste corazón babea a popa, etc.

Esto no quiere decir nada. Respóndame donde el señor Deverière,


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para A.R.
Buenos días cordiales,
Art. Rimbaud

(trad. Marco Martos)

Vocales

A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales,


Diré algún día vuestros nacimientos latentes:
Negra A, corsé velludo de moscas esplendentes
Que zumban en redor de hediondeces bestiales,

Golfos de sombra; E, ampo de nieblas y tendales,


Temblor de umbelas, reyes blancos, hielos dementes;
I, purpúreos esputos, bellos labios rientes
En la cólera o entre sueños penitenciales;

U, ciclos, verdes mares de temblores divinos,


Paz de pastos sembrados de bestias, pliegues finos
Que la alquimia remarca en los rostros profundos;

O, supremo Clarín de estridentes enojos,


Silencios horadados por Ángeles y Mundos:
- ¡O, la Omega, fulgor violeta de Sus Ojos!

(trad. Ricardo Silva-Santisteban)

Un durmiente en el valle

En hueco de verdor donde un arroyo canta


Locamente enganchando a las yerbas harapos
De plata; donde el sol de la montaña altiva
Luce: un valle pequeño de rayos espumante.

Desnuda la cabeza, boquiabierto, un soldado


Joven, la nuca inmersa en los berros azules,
Duerme; en la yerba echado, debajo de la nube,
Pálido en verde lecho donde clara luz llueve.

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Los pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo como
Sonríe un niño enfermo, echa una cabezada:
Naturaleza, mécelo con calor: tiene frío.

Los perfumes del campo ya su nariz no excitan;


Y duerme bajo el sol con la mano en el pecho
Calmo. Tiene dos rojos huecos en un costado.

(trad. Javier Sologuren)

Alba

He abrazado el alba de verano.


Nada se movía aún delante de los palacios. El agua estaba
muerta. Los términos de sombra no se apartaban del camino
del bosque. He andado, despertando los hálitos vivos y ti-
bios, y las pedrerías miraron y las albas se alzaron sin
ruido.
El primer lance fue, en el sendero colmado de frescos y
pálidos destellos, una flor que me dijo su nombre.
Reí en la cascada rubia que se desmelenó a través de los
abetos: en la cima argentada, reconocí a la diosa.
Entonces, levanté uno a uno los velos. En la alameda,
agitando los brazos. Por el llano, donde la denuncié al gal-
lo. En la gran ciudad, ella huía por entre los campanarios y
las cúpulas, y corriendo como un mendigo en los muelles de
mármol, yo la echaba.
Camino arriba, cerca de un bosque de laureles, la he en-
vuelto en sus velos profusos y algo he sentido de su inmenso
cuerpo.
El alba y el niño cayeron en la hondura del bosque.
Al despertar, era mediodía.

(trad. Javier Sologuren)

Alquimia del verbo

Yo. La historia de una de mis locuras.


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Desde hacía mucho tiempo me jactaba de poseer todos los
paisajes posibles, y encontraba irrisorias las celebridades
de la pintura y de la poesía modernas.
Me gustaban las pinturas idiotas, molduras de puertas,
decorados, telas de saltimbanquis, letreros, coloreadas es-
tampas populares; la literatura anticuada, el latín de
iglesia, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestras
abuelas, cuentos de hadas, libritos infantiles, viejas
óperas, estribillos bobos, ritmos ingenuos.
Soñaba cruzadas, viajes de descubrimientos de los que no
hay relaciones, repúblicas sin historia, guerras religiosas
sofocadas, revoluciones de costumbres, migraciones de razas
y de continentes: creía en todos los sortilegios.
¡Inventaba el color de las vocales! -A negra, E blanca, I
roja, O azul, U verde-. Reglamenté la forma y el movimiento
de cada consonante, y con ritmos instintivos, me lisonjeé de
inventar un verbo poético accesible, uno u otro día, a todos
los sentidos. Yo reservaba la traducción.
Al comienzo fue un estudio. Escribía silencios, noches,
anotaba lo inexpresable. Fijaba vértigos.

* * * *

Muy lejos de rebaños, de pájaros, de aldeanos,


¿qué bebía, de hinojos, en aquellos brezales
circuido de tiernos boscajes de avellanos,
entre la bruma tibia y verde de la tarde?

¿Qué podía beber en ese joven Oise


-¡olmos sin voz, oscuro cielo, césped sin flores!-,
beber en calabazas lejos de mi cabaña
querida? Algún licor de oro que hace sudar.

Yo hacía la dudosa divisa de posada.


-La tormenta cazó los cielos. En la noche,
el agua de los bosques perdiose en las arenas,
lanzó el viento de Dios témpanos en las charcas;

llorando, oro veía -y no pude beber.

(trad. Ricardo Silva Santisteban)

Barco ebrio
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Cuando yo descendía los Ríos impasibles,
No me sentí guiado ya por sirgadores:
Tomándolos de blanco Pieles Rojas terribles
Los clavaron desnudos en postes de colores.

Me eran ya indiferentes estas tripulaciones,


Con mis trigos flamencos o algodones ingleses.
No habiendo sirgadores no había confusiones,
Me dejaron los Ríos descender sin reveses.

¡Entre los chapoteos de mareas con garras,


Más sordo en el invierno que cerebros de infantes,
Navegué! Y las Penínsulas sueltas ya sin amarras
Jamás han soportado bullicios más triunfantes.

La tempestad bendijo mis albores en puertos,


¡Más ligero que un corcho dancé sobre las olas,
Que se llaman los vórtices eternos de los muertos,
Diez noches, sin nostalgia de las tontas farolas!

Más dulce que a los niños las ácidas manzanas,


Penetró el agua verde en mi casco de pino,
Dispersó el gobernalle y los garfios con ganas,
Lavándome los vómitos y las manchas de vino.

Y desde aquel entonces, me bañé en el Poema


Lactescente del Mar, infundido por astros,
Devorando el azur; donde una forma extrema
Desciende, un ahogado pensante, entre sus rastros;

¡Y tiñendo de pronto el azul que delira,


Entre los ritmos lentos y en días de esplendor,
Más fuertes que el alcohol, más vastos que mi lira,
Fermentan ya los rojos acerbos del amor!

¡Contemplé los relámpagos perforando los cielos,


Vi la noche, las trombas, resacas y corrientes,
Y la Aurora exaltada y palomas de anhelos,
Y creí ver a veces lo que ven los vivientes!

He visto el sol poniente, con místicos horrores,


Iluminar enormes cuajarones violetas,
Como en dramas antiguos movían los actores
Temblores de postigos por las olas inquietas.

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¡Soñé la noche verde con nieves deslumbrantes,
Que en los ojos del mar lentos besos levantan
Y la circulación de savias fascinantes,
Y el despertar dorado de fósforos que cantan!

¡He seguido, por meses, las olas en porfías,


Cual rebaños histéricos, de arrecifes estáticos,
Sin pensar que las huellas de luz de las Marías
Le forzaron la jeta a Océanos asmáticos!

¡Yo topé, ¿lo sabéis?, increíbles Floridas


Que mezclan a las flores los ojos de panteras
Con piel humana y tensos arcoíris, como bridas,
En lo hondo de los mares, a las glaucas terneras!

¡Vi fermentar, enormes, pantanos, asechanzas


Pudriendo un Leviatán entre los juncos mismos!
¡Derrumbes de las aguas en medio de bonanzas,
Horizontes remotos cayendo en los abismos!

¡Olas, soles de plata, ardiente firmamento,


Hielos, torvos naufragios, en los golfos profundos
Donde sierpes gigantes, de las chinches sustento,
De los árboles caen con perfumes inmundos!

Y a los niños los peces cómo hubiera mostrado


De las olas azules, las doradas cantantes.
Las espumas de flores mecieron mi costado
Y el inefable viento diome alas por instantes.

Mártir cansado, a veces, de zonas y de polos,


El mar cuyo sollozo tan dulce me mecía,
Me alzó flores de amarillos peciolos:
Cual mujer de rodillas yo así permanecía...

Isla casi, meciendo querellas en mis lados


Y estiércol de las aves chillonas de ojos blondos.
¡Bogaba, y por mis débiles lazos los ahogados,
Reculando, a dormir descendían más hondos!

¡Barco perdido, bajo cabellos de ensenadas,


En el éter sin aves por los vientos lanzado,
Yo a quien los Monitores, bogando en marejadas,
Con el casco ebrio de agua, no hubieran reflotado!

Libre, humeante, cubierto por las brumas violetas,


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Perforaba los cielos bermejos como un muro
Que ostenta, óptimo dulce para buenos poetas,
Los líquenes de sol, los mocos de azul puro.

Por lúnulas eléctricas manchado, recorría,


Loca tabla escoltada por negros hipocampos,
Con golpes de garrote cuando en julio se hundía
El cielo ultramarino de embudos como lampos;

Yo temblaba al oír gimiendo en las distancias


El celo de Behemot y de Maelstroms secretos,
Hilandero infinito de azules tolerancias
¡Pues que añoro la Europa de antiguos parapetos!

¡Yo contemplé archipiélagos siderales! Vi islas


Con cielos delirantes libres al bogador:
-¿Duermes en estas noches sin fondo, o te aíslas
Oh millón de aves de oro, oh futuro Vigor?-

¡Lloré mucho, en verdad! El Alba es lacerante.


Toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor hinchome de torpor embriagante.
¡Oh, que mi quilla estalle! ¡Corra en el mar de largo!

Son mi anhelo las aguas de Europa, esa es la charca


Negra y fría en que hacia un ocaso aromado,
Triste, un niño en cuclillas suelta una frágil barca
Tal como mariposa de un mayo embelesado.

¡Ya no puedo más, olas, bañado en tus escamas,


Seguir tras las estelas de flotas de algodones,
Ni cruzar el orgullo de banderas en llamas,
Ni nadar bajo horribles miradas de pontones!

(trad. Ricardo Silva-Santisteban)

Stéphane Mallarmé

Sainte
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A la fenêtre recélant
Le santail viuex qui se dédore
De sa viole étincelant
Jadis avec flûte ou mandore,

Est la Sainte pâle, étalant


Le livre vieux qui se déplie
Du Magnificat ruisselant
Jadis selon vêpre et complie:

A ce vitrage d'ostensoir
Que frôle une harpe par l'Ange
Formée avec son vol du soir
Pour la délicate phalange

Du doigt que, sans le vieux santal


Ni le vieux livre, elle balance
Sur le plumage instrumental,
Musicienne du silence.

Santa

En la ventana que oculta


el sándalo viejo que se desdora
de su viola brillante
en otro tiempo con flauta o bandola,

está la pálida Santa, mostrando


el viejo libro que se extiende
del Magnificat desbordante
según vísperas y completas:

a este cristal de ostensorio


que roza un arpa por el Ángel
formada con su vuelo de la tarde
para la delicada falange

del dedo que, sin el viejo sándalo


ni el viejo libro, balancea
sobre el instrumental plumaje,
tañedora de silencio.

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Eventail (de Madame Mallarmé)

Avec comme pour langage


Rien qu'un battement aux cieux
Le futur vers se dégage
Du logis très précieux

Aile tout bas la courrière


Cet éventail si c'est lui
Le même par qui derrière
Toi quelque miroir a lui

Limpide (où va redescendre


Pourchassé en chaque grain
Un peu d'invisible cendre
Seule à me rendre chagrin)

Toujours tel il apparaisse


Entre tes mains sans paresse.

Abanico (de la Sra. Mallarmé)

Con no más como lenguaje


que un parpadeo hacia el cielo
el futuro verso arranca
de la morada preciosísima

ala muy queda la mensajera


este abanico si es él
el mismo por quien detrás
de ti brilló algún espejo

límpido (donde volverá a caer


perseguida en cada grano
un poco de invisible ceniza
única que me causa pesar)

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así que aparezca siempre
entre tus manos sin pereza.

Ses purs ongles très haut dédiant leur onyx,


L'Angoisse, ce minuit, soutient, lampadophore,
Maint rêve vespéral brûlé par le Phénix
que ne receuille pas de cinéraire amphore

Sur les crédences, au salon vide: nul ptyx,


Aboli bibelot d'inanité sonore,
(Car le Maître est allé puiser des pleurs au Styx
Avec ce seul objet dont le Néant s'honore).

Mais proche la croisée au nord vacante, un or


Agonise selon peut-être le décor
Des licornes ruant du feu contre une nixe,

Elle, defunte nue en le miroir, encore


Que, dans l'oubli fermé par le cadre, se fixe
De scintillations sitôt le septuor.

Con puras uñas su ónix muy alto consagrando


la Angustia, a medianoche, sostiene, lampadófora,
mucho vesperal sueño quemado por el Fénix
que ánfora cineraria no acoge en las credenzas

de la vacía sala: ninguna caracola,


bagatela abolida de inanidad sonora
(pues el maestro lágrimas fue a beber en la Estigia
con aquel sólo objeto que a la Nada renombra).

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Mas cerca al ventanal abierto al norte, un oro
agoniza conforme tal vez al decorado
de unicornios lanzando fuegos contra una ondina

-ella, sobre el espejo, tal difunta desnuda-


mientras, en el olvido cerrado por el marco,
se fija el centelleo de una constelación.

Las ventanas

Del hospital cansado y del incienso fétido


que asciende en la blancura trivial de las cortinas
hacia la cruz hastiada de la pared vacía,
las cansadas espaldas empina el moribundo,

arrástrase y va, y, menos por calentar sus llagas


que para ver el sol brillar sobre las piedras,
pega canas y huesos de su enjuto semblante
contra aquellas ventanas que hermoso rayo dora.

Y la boca, afiebrada y del azur ganosa,


tal cuando joven iba a inhalar su riqueza,
(¡una piel virginal y de otro tiempo!) ensucia
con largo beso amargo los tibios vidrios de oro.

Ebrio vive, olvidando horror de santos óleos,


el reloj, las tisanas y el lecho que le imponen,
la tos; cuando la tarde entre las tejas sangra,
en el confín colmado de fulgores sus ojos

ven las galeras de oro, hermosas como cisnes,


durmiendo sobre un río de aromas y de púrpura
meciendo el brillo flavo y rico de sus líneas
en profundo desgano cargado de recuerdos.

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Así, con repugnancia por el hombre inhumano
enlodado en delicias, de las que su apetito
devora, obstinado en buscar la bazofia
para darla a la madre que amamanta a sus hijos,

yo me evado y aferro a todas las ventanas


donde se da la espalda a la vida y, bendito,
en su vidrio lavado por rocíos eternos
que dora la mañana casta del Infinito,

me contemplo y me veo ángel, y muero y quiero


-que el cristal sea el arte, o sea el misticismo-
renacer, ostentando mi sueño cual diadema,
a un cielo anterior donde florece la Belleza.

Mas, ¡ay!, el Aquí-abajo es el amo; me enferma


su obsesión con frecuencia aun en este abrigo,
y de la Estupidez los vómitos me fuerzan
delante del azur a tapar mis narices.

¿Hay algún medio, oh Yo que sabes la amargura,


de romper el cristal befado por el monstruo
y poder evadirme con mis alas sin plumas
a riesgo de caer por toda la eternidad?

Primer manifiesto futurista

Mis amigos y yo habíamos velado toda la noche bajo las lámparas


de la mezquita de cobrizas cúpulas agujereadas y revolcábamos nuestra
pereza nativa sobre los opulentos tapices persas. Habíamos discutido
hasta los límites extremos de la lógica y arañado el papel de locas
escrituras.
Un inmenso orgullo hinchaba nuestros pechos al sentirnos solos,
erguidos como faros o como centinelas avanzadas frente al ejército de
estrellas enemigas que acampaban en sus vivacs celestes. ¡A solas con
los mecánicos en las fraguas infernales de nuestros navíos, a solas
con los negros fantasmas que forrajean en el vientre rojo de las
locomotoras enloquecidas, a solas con los embriagantes batires de alas
contra los muros!
Y henos aquí bruscamente distraídos por el rodar de enormes
tranvías de doble piso que pasan estridentes agujereados de luz tales
como caseríos en fiesta que el Po desbordado conmoviera y exterminara
súbitamente arrastrándolos en cascadas y remolinos de diluvio hasta el
mar.
Después se adensó el silencio. Y escuchando la oración extenuada
del viejo canal y el crujir de huesos de los palacios moribundos
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decorados en verdín, de repente rugieron bajo nuestras ventanas los
automóviles hambrientos.
- ¡Partamos, amigos! -dije yo-. Al fin la Mitología y el Ideal
místico han sido superados. Vamos a asistir al nacimiento del Centauro
y veremos muy pronto volar los primeros ángeles. Será preciso forzar
las puertas de la vida para probar los goznes y los cerrojos.
¡Partamos! He aquí el primer sol alboreando sobre la tierra... Nada
iguala al resplandor de su espada roja que se esgrime por primera vez
entre nuestras tinieblas milenarias.
Nos aproximamos a las tres máquinas refunfuñantes para acariciar
sus petrales. Yo me tendí sobre la mía como un cadáver sobre su ataúd,
pero resucité súbito bajo su volante -cuchillo de guillotina-que
amenazaba cortar mi estómago.
La gran escoba de la locura nos saca de quicio y nos impele a
cruzar las calles escarpadas y profundas como torrentes desecados.
Aquí y allá lámparas agoreras en los cuadros de las ventanas nos
enseñan a despreciar nuestros ojos matemáticos.
- ¡A las fieras -grité yo- les basta con su olfato!
Y cazábamos -como leones jóvenes- la Muerte que corría ante
nosotros en el vasto ambiente malva, palpitante y vivo.
Y sin embargo, no teníamos Señora ideal irguiendo su talle hasta
las nubes ni Reina cruel a quien ofrecer cadáveres torcidos en ondas
bizantinas. Nada por quien morir, sino es por el deseo de
desprendernos al fin de nuestro valor audaz.
Íbamos aplastando contra el umbral de las casas a los perros
guardianes, que quedaban estrujados bajo nuestros neumáticos quemantes
como cortafuegos.
La Muerte acariciada me salía a cada viraje para ofrecerme
gentilmente la mano, y en seguida se tendía a ras de tierra con un
ruido de mandíbulas estridentes, reflejando sus miradas en el fondo de
los charcos.
- ¡Salgamos de la Sabiduría como de una horrorosa llaga y entremos,
como frutas coloreadas de orgullo, en la boca inmensa del viento!
¡Démonos como manjar a lo desconocido, no por desesperación, sino
sencillamente para enriquecer las reservas insondables de lo absurdo!
Dichas estas palabras, viré bruscamente sobre mí mismo con la
rabiosa embriaguez de los perrillos que se muerden la cola, y he aquí
que, súbitamente, dos ciclistas me obstruyeron el paso titubeando ante
mí como dos razonamientos persuasivos y sin embargo contradictorios.
¡Un fastidio! ¡Puah! Yo viré en corto, disgustado, y di de refilón en
un gran bache.
¡Oh fosa maternal medio llena de agua fangosa! He saboreado a
boca llena el cieno fortificante que me recuerda el santo pezón negro
de mi nodriza sudanesa.
Cuando enderecé mi cuerpo fangoso y maloliente, sentí el hierro
rojo de la alegría cosquilleándome deliciosamente el corazón.
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Una multitud de pescadores de caña y de naturalistas gotosos
estaba sobrecogida de espanto alrededor del milagro.
Con un anhelo desconocido elevaron muy altos enormes gavilanes de
hierro para pescar mi automóvil, semejante a un tilburí atollado.
Emergió el auto lentamente de la fosa, llena su carroserie de
cieno e impoluto su interior.
Se creyera muerto a mi tilburí; pero yo le desperté con una sola
caricia sobre su dorso potente, y hele ya resucitado corriendo a toda
su velocidad.
Entonces, el rostro enmascarado con el buen hollín de las
fábricas, lleno de escorias de metal, de sudores sobrantes y de azul,
los brazos agitados como una bandera, entre lamentos de prudentes
pescadores de cañas y de naturalistas maltrechos, lanzamos nuestro
primer Manifiesto a todos los hombres fuertes de la tierra:
1. Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y
la temeridad.
2. Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el valor, la
audacia y la religión.
3. Puesto que la literatura ha glorificado hasta hoy la
inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño, nosotros pretendemos
exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso
gimnástico, el salto peligroso, el puñetazo y la bofetada.
4. No tenemos inconveniente en declarar que el esplendor del
mundo se ha enriquecido con una nueva belleza: la belleza de la
velocidad. Un automóvil de carrera, con su caja adornada de gruesos
tubos que se dirían serpientes de aliento explosivo... un automóvil de
carrera, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la
Victoria de Samotracia.
5. Queremos cantar al hombre que domine el volante cuya espiga
ideal atraviesa la tierra, lanzada en el circuito de su órbita.
6. Es preciso que el hombre se desarrolle con calor, energía y
prodigalidad para aumentar el fervor entusiasta de los elementos
primordiales.
7. Ya no hay belleza más que en la lucha ni obras maestras que no
tengan un carácter agresivo. La poesía debe ser un violento asalto
contra las fuerzas desconocidas para hacerlas rendirse ante el hombre.
8. Estamos sobre el promontorio más alto de los siglos... ¿Por
qué mirar atrás, desde el momento en que nos es necesario romper los
velos misteriosos de lo Imposible? El Tiempo y el Espacio han muerto
ayer. Vivimos ya en lo absoluto, puesto que hemos creado la eterna
velocidad omnipresente.
9. Queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el
militarismo, el patriotismo, la acción destructora de los anarquistas,
las hermosas Ideas que matan y el desprecio a la mujer.
10. Deseamos demoler los museos y las bibliotecas, combatir la
moralidad y todas las cobardías oportunistas y utilitarias.
19
11. Cantaremos a las grandes multitudes agitadas por el trabajo,
el placer o la rebeldía; a las resacas multicolores y polifónicas de
las revoluciones en las capitales modernas; a la vibración nocturna de
los arsenales y las minas bajo sus violentas lunas eléctricas, a las
glotonas estaciones que se tragan serpientes fumadoras; a las fábricas
colgadas de las nubes por las maromas de sus humos; a los puentes como
saltos de gimnastas tendidos sobre el diabólico cabrillear de los ríos
bañados por el sol; a los paquebots aventureros husmeando el
horizonte; a las locomotoras de amplio petral que piafan por los
rieles cual enormes caballos de acero embridados por largos tubos, y
al vuelo resbaladizo de los aeroplanos, cuyas hélices tienen chirridos
de bandera y aplausos de multitud entusiasta.
Lanzamos en Italia este Manifiesto de violencia arrebatadora e
incendiaria, basado en el cual fundamos hoy el Futurismo, porque
queremos librar a nuestro país de su gangrena de profesores, de
arqueólogos, de cicerones y de anticuarios.
Italia ha sido durante muchos años la bolsa de los chamarileros,
y nosotros queremos desembarazarla de sus museos innumerables, que la
cubren de innumerables cementerios.
¡Museos, cementerios!.. Idénticos verdaderamente en su siniestra
promiscuidad de cuerpos que no se conocen. Dormitorios públicos donde
se duerme para siempre junto a otros seres odiados o desconocidos.
Ferocidad recíproca de los pintores y de los escultores, destruyéndose
mutuamente a líneas y pinceladas en el mismo museo.
Admitimos que se haga a estas necrópolis una visita anual... como
va a verse anualmente a los muertos queridos, y hasta concebimos que
se ofrenden flores a los pies de La Gioconda una vez al año... ¡Pero
ir a pasear a diario por los museos nuestras tristezas, nuestros
pobres arrestos y nuestra inquietud, no lo admitimos... ¿Es que
queréis envenenaros? ¿Es que queréis pudriros?
¿Qué puede encontrarse en un cuadro antiguo más que la contorsión
penosa del artista esforzándose por romper las barreras infranqueables
a su deseo de expresar su ensueño?
Admirar un cuadro es verter nuestra sensibilidad en una urna
funeraria, en lugar de lanzarla hacia adelante con ademán violento de
creación y acción. ¿Queréis, pues, disipar vuestras mayores energías
en una admiración inútil al pasado, de la cual habríais de salir
forzosamente agotados, empequeñecidos y rendidos?
En verdad que el frecuentar a diario los museos, bibliotecas y
academias -¡esos cementerios de esfuerzos perdidos, esos calvarios de
ensueños crucificados, esos registros de impulsos rotos!- es para los
artistas lo que la tutela prolongada de los padres para los jóvenes
inteligentes, ebrios de talento y voluntad ambiciosa.
En los moribundos, los inválidos y los presos podría pasar aún.
Para ellos la admiración al pasado es un bálsamo a sus heridas, desde
el momento en que les está vedado el porvenir. ¡Pero no para nosotros
20
los jóvenes, los fuertes y los vivos futuristas!
¡Adelante los buenos incendiarios de dedos carbonizados! ¡Aquí!
¡Aquí! ¡Quemad con el fuego de vuestros rayos las bibliotecas!
¡Desviad el curso de los canales para inundar los sótanos de los
museos! ¡Que naden aquí y allá los lienzos gloriosos! ¡Mano a las
piquetas y a los martillos! ¡Socavad los cimientos de las ciudades
venerables!
Los más viejos de nosotros tienen treinta años; tenemos, pues,
diez años por lo menos para llevar a cabo nuestra tarea. Cuando
tengamos cuarenta años que nos echen los más jóvenes y valerosos al
cesto de los papeles, como manuscritos inútiles.. Vendrán contra
nosotros desde muy lejos, desde todas partes, saltando con la cadencia
ligera de sus primeros poemas, cogiendo el aire con sus dedos
crispados, y husmeando, a las puertas de las academias, el buen olor
de nuestros espíritus putrefactos, prometidos ya a las catacumbas de
las bibliotecas.
Pero no estaremos allí entonces. Nos encontrarán finalmente una
noche de invierno, en pleno campo, bajo un triste hangar batido por la
lluvia monótona, acurrucados junto a nuestros aeroplanos trepidantes,
en vías de calentar nuestras manos en el miserable fuego que harán
nuestros actuales libros llameando bajo el resplandeciente vuelo de
sus imágenes.
Nos rodearán, jadeantes de angustias y de despecho, y exasperados
por nuestro orgulloso valor infatigable, se lanzarán sobre nosotros a
matarnos, tanto más ensoberbecidos cuanto que su corazón rebosará de
admiración y amor hacia nosotros. Y la fuerte y la sana Injusticia
brillará rabiosamente en sus miradas. Así, el arte no puede ser más
que violencia, crueldad e injusticia.
Los más viejos de nosotros tienen treinta años, y sin embargo ya
hemos derrochado tesoros, tesoros de fuerza, de amor, de valor y de
áspera voluntad, a toda prisa, delirantes, sin cuento, hasta perder el
aliento.
¡Y miradnos! No estamos jadeantes; nuestro corazón no siente la
menor fatiga, porque se ha alimentado de fuego, de odio y de
velocidad. ¿Os extraña? Es porque no sabéis lo que es vencer. ¡De pie
en la cima del mundo, lanzamos aún una vez más el reto a las
estrellas!
¿Vais a objetarnos?... ¡Basta, basta! Conozco vuestras
objeciones. Sin embargo, sabemos lo que nuestra embustera inteligencia
nos afirma. "No somos -dice- más que el resumen y la prolongación de
nuestros antecesores" ¡Tal vez!... ¿Pero qué importa, si no queremos
oírlo?... Guardaos de repetir esas infames palabras y alzad bien la
cabeza.
¡De pie en la cima del mundo, lanzamos aún una vez más el reto a
las estrellas!

21
Rainer María Rilke

"La pantera"

Su vista está cansada del desfile


de las rejas, y ya nada retiene.
Las rejas se le hacen innumerables,
y el mundo se le acaba tras las rejas.

Blando andar de flexibles fuertes pasos,


y girar en el más pequeño círculo
como danza de fuerza por un centro,
en que su voluntad de halla aturdida.

Sólo a veces se alza mudo el telón


de sus pupilas. Luego entra una imagen,
va por la tensa calma de sus miembros
y se extingue al llegar al corazón.

PRIMERA ELEGIA

¿Quién, si yo gritara, me oiría entre los coros


de los ángeles? y suponiendo que me tomara
uno de repente hacia su corazón, me fundiría con su
más potente existir. Pues lo bello no es nada
más que el comienzo de lo terrible, que todavía apenas
soportamos,
y si lo admiramos tanto es porque, sereno, desdeña
destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Y por eso me contengo, sofocando el reclamo
de un oscuro sollozar. ¡Ay! ¿A quién podríamos
recurrir entonces? No a los ángeles ni a los hombres;
y los sagaces animales ya notan
que no estamos muy confiadamente en casa
en el mundo interpretado. Tal vez nos queda
algún árbol en la ladera, para verlo a diario
de nuevo: nos queda el camino de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre
que se encontró a gusto en nosotros, y se quedó sin irse.
Ah, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de universo
22
se apacienta de nuestro rostro, ¿para quién no se quedaría,
ella, la deseada,
suavemente desilusionadora, que para el corazón solitario
es tan penosamente inminente? ¿Es más leve para los enamorados?
Ay, ellos sólo se ocultan el hado el uno con el otro.
¿Aún no lo sabes? Echa desde tus brazos el vacío
hacia los espacios que respiramos, quizá para que los pájaros
sientan el aire ensanchado con vuelo más íntimo.
Sí, las primaveras te necesitaban. Requerían
algunas estrellas que las percibieras. Se alzaba
una ola hacia ti desde el pasado, o cuando
pasabas ante la ventana abierta,
se entregaba un violín. Todo esto era misión.
Pero ¿estuviste a su altura? ¿No estabas siempre
distraído todavía de expectación, como si todo
te anunciara una amada? (¡Dónde vas a esconderla,
si ahora los grandes pensamientos extraños en ti
entran y salen, y a menudo se quedan por la noche!)
Pero si ansías, canta a quienes amaron: lejos
aún de ser bastante inmortal está su celebrado sentir:
a esos abandonados -¡casi les envidias!- que encontraste
mucho más amorosos que los satisfechos. Empieza
siempre de nuevo la alabanza inalcanzable;
piensa: el Héroe perdura: hasta su misma caída fue
para él sólo un pretexto de ser: su nacimiento último.
Pero a los amantes la naturaleza agotada
les vuelve a recoger en sí, como si no hubiera fuerzas
para cumplir dos veces esto. ¿Has pensado bastante
en Gaspara Stampa, para que alguna muchacha
de quien huyó el amado, ante el ejemplo exaltado
de esa amadora, sienta: "Ojalá fuera yo como ella"?
¿No debían al fin esos prístinos dolores
hacérsenos más fecundos? ¿No es tiempo de librarnos,
amando, del ser amado, y resistirlo, estremecidos,
como la flecha a la cuerda, para, concentrada en el disparo,
ser más que sí misma? Pues en ninguna parte hay perduración.

Voces, voces. Oye, corazón mío, como sólo antaño


oían los santos: que la gigantesca llamada
les alzaba del suelo, pero ellos seguían de rodillas,
imposibles, y sin atender:
así estaban oyendo. No es que tú aguantarías de Dios
la voz, ni de lejos. Pero escucha lo que sopla,
la noticia ininterrumpida, que se forma de silencio.
Ahora zumba desde esos jóvenes muertos hacia ti.
Dondequiera que entraste, ¿no te habló en las iglesias,
23
en Roma y Nápoles, tranquilo, su destino?
O se te imponía sublime una inscripción,
como hace poco la lápida en Santa María Formosa.
¿Qué me quieren? Calladamente debo apartar
el aspecto de injusticia que a veces estorba
un poco el puro movimiento de sus espíritus.

Cierto que es raro no habitar más la tierra,


no usar ya las costumbres apenas aprendidas,
y a las rosas, y a otras cosas a su manera prometedoras,
no dar el significado de porvenir humano;
no ser ya lo que se fue en manos de infinita angustia
y abandonar hasta el propio nombre
como un juguete destrozado.
Extraño, no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver que todo lo que se ligaba aletea tan suelto
por el espacio. Y el estar muerto es trabajoso
y lleno de reparo, hasta que poco a poco
se rastrea algo de eternidad. -Pero los vivos cometen
todos el error de distinguir demasiado fuerte.
Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo si andan
entre vivos o muertos. El eterno torrente
arrastra siempre todas las épocas consigo
a través de ambos reinos, y suena más fuerte que ellas en ambos.
En definitiva, ellos ya no nos necesitan, los ausentados
prematuramente:
se desacostumbra uno de lo terrenal, suavemente, como
de los dulces pechos de la madre. Pero nosotros,
que tan grandes misterios necesitamos, y para quienes
tantas veces surge del dolor tan feliz avance, ¿podríamos ser
sin ellos?
¿Es vana la leyenda de que antaño, por llorar a Linos,
la primera música, arriesgándose, penetró la rígida dureza,
de modo que por primera vez, en el espacio asustado, del que un
joven casi divino
escapó de repente para siempre, el vacío entró
en esa vibración que ahora nos arrebata y consuela y ayuda?

(trad. José M. Valverde)

Sonetos a Orfeo

I
24
Un árbol se irguió entonces. ¡Oh elevación pura!
¡Orfeo canta! ¡Árbol esbelto en el oído!
Todo enmudece. Mas del total silencio
surge un principio, la señal, el cambio.

Bestias de silencio se arrancaron a la clara


selva liberada de nidos y guaridas;
fue manifiesto entonces que ni la astucia
ni el miedo las amansaban de ese modo,

sino el oído. Rugidos, bramidos, gritos


empequeñecieron en sus corazones. Y donde no había
sino una cabaña apenas en donde acoger el sonido,

un refugio de deseo oscurísimo


con un umbral de temblorosas jambas,
tú les creaste un templo en el oído.

XIII (2)

Adelántate a toda despedida, como si detrás estuviese


de ti, como el invierno que parte.
Porque entre todos los inviernos, hay un invierno sin fin
al que tu corazón sobrevivirá si lo tramonta.

Sé muerto en Eurídice. Sube cantando


y ensalzando remóntate hasta el nexo puro.
Aquí, entre los que perecen, en este reino en pendiente,
sé vidrio sonoro que en el sonido se quiebra.

Sé -al tiempo que conoces la condición de no ser-


el principio infinito de su vibración interna
para que por entero te cumplas por única vez.

Al empeñado y apagado y mudo


acervo de la total naturaleza, a la suma indecible,
añádete gozoso y desmiente su número.

(trad. Carlos Barral)

25
Georg Trakl

"Humanidad"

Humanidad enfrentada a bocas de fuego,


un redoble de tambor, frentes de oscuros soldados,
marchas a través de brumas de sangre; resuena el negro
hierro;
desesperación, se hace la noche en los tristes cerebros:
he aquí la sombra de Eva, cacerías y el rojo dinero.
Nubes, la luz se abre paso, la Ultima Cena.
Habita en el pan y el vino un tierno silencio.
Y aquellos están reunidos en número de doce.
De noche gritan en sueños bajo las ramas del olivo;
Santo Tomás hunde la mano en la llaga.

"En la tierra natal"

Fragancia de resedas vaga por la ventana enferma;


una antigua plaza, negros castaños desolados.
Un rayo dorado irrumpe a través del techo y fluye
sobre hermano y hermana absortos y confusos.

En el agua residual se desliza lo podrido; leve susurro


del viento del sur en los pardos jardines; el girasol
goza en silencio de su oro y se derrite.
Resuena en el aire azul la estridente llamada de la guardia.

Fragancia de resedas. Los pelados muros se oscurecen.


Pesado es el sueño de la hermana. El viento de la noche
mesa sus cabellos bañados en claridad lunar.

26
La sombra del gato se desliza azul y grácil
desde el caduco techo, al que amenaza un próximo desastre,
la llama de una vela que se empina empurpurada.

"Elis"

Perfecta es la calma de este día dorado.


Bajo viejas encinas
te apareces, Elis, como el que reposa con redondos ojos.

En el azul de ellos se refleja el sopor de los amantes.


Los rosados suspiros de éstos
enmudecieron en tu boca.

Al anochecer recogió el pescador las cargadas redes.


Un buen pastor
lleva su rebaño por la orilla del bosque.
Oh qué armonía, Elis, en cada una de tus jornadas.

Quedamente desciende
cerca de lisos muros la calma azul del olivar,
se desvanece el oscuro canto de un anciano.

Como una barca dorada


se balancea, Elis, tu corazón en el cielo solitario.

Un dulce carillón tañe en el pecho de Elis


al anochecer,
cuando hunde su cabeza en la negra almohada.

Una bestia azul


sangra suavemente entre matorrales de espinos.

27
Allí se encuentra apartado un árbol pardo
del que se desprendieron sus frutos azules.

Señales y estrellas
se hunden quedamente en el estanque del anochecer.

Detrás de las colinas ha surgido el invierno.

Palomas azules
beben durante la noche el sudor helado
que corre por la cristalina frente de Elis.

Siempre resuena
en los negros muros el viento solitario de Dios.

(trad. Aldo Pellegrini)

T.S. Eliot

Tierra baldía

"El entierro de los muertos"

Abril es el mes más cruel; engendra lilas


de la tierra muerta, mezcla
memorias y anhelos, remueve
raíces perezosas con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos cubriendo
la tierra con olvidadiza nieve, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
Nos sorprendió el verano, cuando llegó sobre el Starnbergersee
con un chaparrón, nos detuvimos bajo la columnata
y seguimos luego bajo el sol, dentro del Hofgarten.
Y tomamos café, y hablamos durante una hora.

Bin gar keine Russin, stamm'aus Litauen, echt Deutsch.


28
Y cuando éramos niños, pasando una temporada en casa de mi primo
el archiduque,
él me sacó en trineo.
Yo tenía miedo, y me dijo: Marie,
Marie, sujétate bien. Y nos deslizamos cuesta abajo.
En las montañas, allí sí que se siente uno libre.
Leo durante gran parte de la noche y en el invierno parto hacia el
sur.

¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen


en estos escombros pétreos? Hijo de hombre,
Tú no puedes decirlo, ni adivinarlo, pues Tú tan sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate.
El árbol muerto no cobija, el grillo no consuela,
y la reseca piedra no mana agua. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja,
(Ven bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo diferente
de tu sombra que te sigue a zancadas por la mañana
o de tu sombra que al atardecer se levanta para encontrarte:
te mostraré lo que es el miedo en un puñado de polvo.

Fresch weht der Wind


der Heimat zu,
mein Irisch Kind,
wo weilest du?

"Me diste jacintos por primera vez hace un año;


me llamaban la niña de los jacintos".
- Mas cuando regresamos, tarde, del jardín de los jacintos,
tus brazos cargados y tus cabellos húmedos, no pude
hablar, y los ojos se me nublaron, no estaba ni
vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando en el corazón de la luz, el silencio.
Od'und leer das Meer.

Madame Sosostris, famosa clarividente,


tenía un mal catarro, sin embargo
se la reconoce como la mujer más sabia de Europa,
con su maldita baraja. Aquí, dice ella,
está su carta, el Marino Fenicio que pereció ahogado.
(Los que eran ojos son perlas. ¡Fíjese!)
Aquí está Belladonna, la Dama de las Rocas,
la dama de las situaciones.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
29
y aquí está el comerciante tuerto, y esta carta en blanco
es algo que lleva sobre la espalda,
que no puedo ver. No encuentro
al Ahorcado. Tema la muerte por agua.
Veo un tropel de gente, rondando en círculo.
Gracias. Si ve usted a la estimadísima señora Equitone,
dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
¡Una tiene que ser tan precavida en estos días!

Ciudad Irreal,
bajo la parda niebla de un amanecer de invierno
tal multitud fluía sobre el Puente de Londres
que nunca hubiera yo creído ser tantos los que la muerte arrebatara.
Llevaban todos los ojos clavados
delante de sus pies y exhalaban suspiros...
Cuesta arriba y luego calle King William abajo
hacia donde Santa María Woolnoth guarda las horas
con un sonido grave al final de la novena campanada.
Allí vi a un conocido y le detuve llamándole: "¡Stetson!
¡Tú, que estabas conmigo en los barcos de Mylae!
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín
ha comenzado a germinar? ¿Florecerá este año?
¿O la repentina escarcha perturba su lecho?
Oh, aleja de allí al Perro, que es amigo de los hombres,
que si no ¡lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
¡Tú, hypocrite lecteur -mon semblable- mon frère!"

(trad. Angel Flores)

"East Coker"

En mi principio está mi fin. En sucesión


Las casas se levantan y caen, se desmoronan, se extienden,
Son trasladadas, destruidas, restauradas o en su lugar
Existe un campo abierto, o un taller, o una travesía.
Vieja piedra para un nuevo edificio, vieja leña para nuevos fuegos,
Viejos fuegos para cenizas, y cenizas para la tierra
Que es ya carne, piel, heces.
Hueso de hombre y de bestia, tallo de maíz y hoja.
Las casas viven y mueren: hay un tiempo para edificar
Y un tiempo para la vida y la generación
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Y un tiempo para que el viento rompa la desvencijada ventana
Y sacuda el entarimado por donde trota el ratón
Y sacuda el harapiento Arras tejido con un silencioso lema.
En mi principio está mi fin. Ahora la luz desciende
A través del campo abierto, dejando al callejón profundo
Cerrado de ramas, oscuro en la tarde,
Allá donde tú te reclinas en una loma mientras un carro pasa.
Y el profundo callejón insiste en su dirección
Hacia la aldea, hipnotizado
Por el calor eléctrico. En una bruma ardiente la luz bochornosa
Es absorbida, no refractada, por la piedra gris.
Aguarda a la temprana lechuza. En ese campo abierto
Si no te acercas demasiado, si no te acercas demasiado,
En la medianoche de verano, puedes oír la música
Del débil caramillo y el tamborcito
Y verlos danzar alrededor de la hoguera
La asociación de la mujer y el hombre
En danza, que significa matrimonio-
Un honroso y cómodo sacramento.
Dos y dos, conjunción necesaria,
Pertenencia recíproca por la mano o el brazo
Que representa concordia. Girando alrededor del fuego
Brincando a través de las llamas, o formando corros,
Rústicamente solemnes o en rústico alborozo
Alzando los pesados pies con zapatones burdos.
Pies de tierra, pies de barro, alzados en regocijo campestre,
Regocijo de aquellos que ha mucho ya bajo tierra
Nutren la mies. Manteniendo el ritmo,
Manteniendo el tiempo del baile
Y el de la vida, en las épocas de la vida.
El tiempo de las estaciones y de las constelaciones,
El tiempo del ordeño y el tiempo de la cosecha,
El tiempo de la cópula del hombre y la mujer
Y la de los animales. Pies que suben y bajan.
Comida y bebida. Estiércol y muerte.
Despunta el alba, y otro día
Dispónese al calor y al silencio. En alta mar el viento del alba
Ondula y se desliza. Estoy aquí
O allá o en cualquier otra parte. En mi principio.

II

¿Qué está haciendo el lento noviembre


Con el disturbio de la primavera
31
Y las criaturas del calor veraniego,
Y las campánulas que se doblan bajo los pies
Y las malvas que apuntan demasiado alto
Tornado el rojo en gris y desplómanse
Rosas tardías henchidas de tempranas nieves?
Retumba el trueno impulsado por las estrellas rodantes
Y simula carros triunfales
Desplegados en guerras consteladas.
Escorpión lucha contra el Sol
Hasta que el Sol y la Luna descienden.
Los cometas lloran y los Leónidas vuelan
A caza de los cielos y las llanuras
Girando en un vértice que llevará el mundo
A ese fuego destructor que quema
Antes de que el casco polar reine.
Este era un modo de exponerlo -no muy satisfactorio:
Un estudio perifrástico en una trillada forma poética.
Que a uno le deja todavía en intolerable lucha
Con palabras y significados. La poesía no importa.
No era (para empezar otra vez) lo que uno había aguardado.
Cuál iba a ser el valor de haberlo largamente aguardado,
De haber esperado largamente la calma, la serenidad otoñal.
¿Y la sabiduría de la madurez? ¿Nos habían decepcionado
O se decepcionaron a sí mismos, los antecesores de voz silenciosa,
Legándonos meramente el recibo de un fraude?
La serenidad solamente una deliberada torpeza.
La sabiduría sólo el conocimiento de secretos muertos
Inútiles en la oscuridad a la que se asomaron
O de la que desviaron los ojos. Hay, nos parece,
A lo sumo, sólo un valor limitado
En el conocimiento derivado de la experiencia.
El conocimiento impone una norma y falsifica.
Pues la norma es nueva en cada momento
Y cada momento es una nueva e hiriente
Valoración de todo cuanto hemos sido. Solo estamos decepcionados
De lo que, decepcionando, no puede ya dañar más.
En la mitad, no sólo en la mitad del camino
Sino en todo el camino, en una selva oscura, en un zarzal
Al borde de un precipicio, donde no se pisa seguro,
Y amenazados por monstruos, luces fantásticas,
En peligro de encantamiento. Que no me hablen
De la sabiduría de los viejos, sino más bien de su locura,
Su miedo del miedo y el frenesí, su miedo de posesión,
De pertenecer a otro, o a otros, o a Dios.
La única sabiduría que podemos esperar adquirir
Es la sabiduría de la humildad: la humildad es infinita.
32
Todas las casas se han hundido bajo el mar.
Todos los bailarines se han hundido bajo la colina.

(trad. Vicente Gaos)

Ezra Pound

"Un pacto"

Haré un pacto contigo, Walt Whitman-


Te he detestado ya bastante.
Vengo a ti como un niño crecido
Que ha tenido un papá testarudo;
Ya tengo edad de hacer amigos.
Fuiste tú el que cortaste la madera,
Ya es tiempo ahora de labrar.
Tenemos la misma savia y la misma raíz-
Haya comercio, pues, entre nosotros.

"En una estación del metro"

El aparecimiento de estas caras entre el gentío,


pétalos en mohosa, negra, rama.

"Canto XLV"

Con Usura

Con usura ningún hombre tiene una casa de buena piedra


cada bloque pulido bien encajado
para que el dibujo pueda cubrir su cara,
con usura
ningún hombre tiene un paraíso pintado en la pared de su iglesia
herpes et lutes
o donde virgen reciba mensaje
y halo se proyecte de la incisión,
con usura
ningún hombre ve a Gonzaga sus herederos y sus concubinas
33
ninguna pintura es hecha para durar ni para vivir con ella
sino que es hecha para vender y vender pronto
con usura, pecado contra natura,
tu pan es cada vez más de trapos viejos
seco es tu pan como papel,
sin trigo de montaña ni harina fuerte
con usura la línea se hace gruesa
con usura no hay clara demarcación
y ningún hombre puede hallar sitio para su morada.
El tallador de piedra es alejado de su piedra,
el tejedor alejado de su telar
CON USURA
no viene lana al mercado
la oveja no da ganancia con la usura
La usura es una morriña, la usura
mella la aguja en la mano de la doncella
y detiene la habilidad de la hilandera. Pietro Lombardo
no vino por usura
Duccio no vino por usura
ni Pier della Francesca; Zuan Bellin no por usura
ni fue "La Calumnia" pintada.
No vino por usura Angelico; no vino Ambrogio Praedis,
No vino ninguna iglesia de piedra pulida firmada:
Adamo me fecit.
No por usura St. Trophine
No por usura Saint Hilaire,
La usura ensarra el cincel
Ensarra el arte y el artesano
Roe el hilo en la rueca
Ninguna aprende a bordar oro en su bastidor;
El azur tiene un chancro por la usura; el cramoisi está sin bordar
La esmeralda no encuentra su Henling
La usura asesina al niño en el vientre
Impide el galantear del muchacho
Ha traído parálisis al lecho, yace
entre la novia y el esposo
CONTRA NATURAM
Han traído putas a Eleusis
Cadáveres se han sentado al banquete
invitados por la usura.

(trad. Ernesto Cardenal)

34
André Breton

"Unión libre"

Mi mujer con cabellera de llamaradas de leño


con pensamientos de centellas de calor
con talle de reloj de arena
mi mujer con talle de nutria entre los dientes de un tigre
mi mujer con boca de escarapela y de ramillete de estrellas de
última magnitud
con dientes de huella de ratón blanco sobre la tierra blanca
con lengua de ámbar y vidrio frotados
mi mujer con lengua de hostia apuñalada
con lengua de muñeca que abre y cierra los ojos
con lengua de piedra increíble
mi mujer con pestañas de palotes escritos por un niño
con cejas de borde de nido de golondrina
mi mujer con sienes de pizarra de techo de invernadero
y de cristales empañados
mi mujer con hombros de champaña
y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo
mi mujer con muñecas de cerillas
mi mujer con dedos de azar y de as de corazón
con dedos de heno segado
mi mujer con axilas de marta y de bellotas
de noche de San Juan
de ligustro y de nido de escalarias
con brazos de espuma de mar y de esclusa
y de combinación de trigo y molino
mi mujer con piernas de cohete
con movimientos de relojería y desesperación
mi mujer con pantorrillas de médula de saúco
mi mujer con pies de iniciales
con pies de manojos de llaves con pies de pájaros en el momento
de beber
mi mujer con cuello de cebada sin pulir
mi mujer con garganta de Valle de Oro
de cita en el lecho mismo del torrente
con senos nocturnos
mi mujer con senos de montículo marino
mi mujer con senos de crisol de rubíes
con senos de espectro de la rosa bajo el rocío
mi mujer con vientre de apertura de abanico de los días
con vientre de garra gigante
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mi mujer con espalda de pájaro que huye en vuelo vertical
con espalda de azogue
con espalda de luz
con nuca de canto rodado y de tiza mojada
y de caída de un vaso en el que acaban de beber
mi mujer con caderas de barquilla
con caderas de lustro y de plumas de flecha
y de canutos de pluma de pavo real blanco
de balanza insensible
mi mujer con nalgas de greda y amianto
mi mujer con nalgas de lomo de cisne
mi mujer con nalgas de primavera
con sexo de gladiolo
mi mujer con sexo de yacimiento aurífero y de ornitorrinco
mi mujer con sexo de alga y de viejos bombones
mi mujer con sexo de espejo
mi mujer con ojos llenos de lágrimas
con ojos de panoplia violeta y de aguja imantada
mi mujer con ojos de pradera
mi mujer con ojos de agua para beber en prisión
mi mujer con ojos de bosque eternamente bajo el hacha
con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego

(trad. Aldo Pellegrini)

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