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Ernesto Bohoslavsky*
y los peones afuerinos.2 Para el presente escrito hemos recortado los aspectos relativos a los
inquilinos y los peones afuerinos. Ambos actores parecen actuar como contrafiguras,
ocupando posiciones muy diferentes en la consideración de los hacendados, en las
vinculaciones con la hacienda y en las relaciones establecidas con la tierra y la disciplina
laboral y demostrando comportamientos diferenciados y hasta opuestos entre sí.
Dada la diversidad que compone el mundo popular araucano, nos vimos forzados a
relegar para otra ocasión una profundización de la investigación en lo referido a los medieros,
los campesinos independientes y los comuneros mapuche. De todo este variopinto escenario,
el grupo más importante sin lugar a dudas es éste último, afincado desde fines del XIX en
cerca de 3.000 reducciones.3 Además de ellos, una gran parte de la población campesina
contaba con acceso a su propia tierra. Debido a que estas poblaciones rurales ocupaban las
tierras marginales que no habían caído en manos de los hacendados, se formaban dos tipos de
paisajes agrarios: por un lado aquellos densamente poblados por los campesinos
independientes y las reducciones y aquellas otros áreas con menor densidad humana,
pertenecientes a los terratenientes. De hecho, la agricultura campesina siempre ha estado
arrinconada entre haciendas y fundos. Esta presión demográfica estimulaba la reproducción
de las relaciones de dependencia al interior de las haciendas en tanto que forzaba a la
migración desde las unidades campesinas o las comunidades indígenas y su conversión en
inquilinos, afuerinos o medieros.
2
BOHOSLAVSKY, E. “Identidades populares rurales en el sur chileno (mediados del siglo XX)”, presentado al
IV Congreso Binacional de Folklore Argentino-Chileno, Tandil, 1999 e “Indios y rotos. Un acercamiento a
sectores populares rurales de la Araucanía, 1930-50”, VII Jornadas Interescuelas de Historia, Neuquén, 1999.
3
La discusión en torno al tamaño de la población mapuche no ha estado exenta de intenciones políticas. El
Censo de 1952 indicaba que en las provincias de Arauco, Bio Bio, Malleco, Cautín, Valdivia y Osorno vivían
127.151 mapuches sin contar la población indígena urbana (c. 80.000). Titiev y Farón los situaron cerca de un
cuarto de millón. Stuchlik estimaba en 400.000 el valor mínimo para la época, de los cuales un 80% vive en
ámbitos rurales. STUCHLIK, M.; «Niveles de organización social de los mapuches», en A.A.V.V.; Segunda
semana indigenista, Escuelas Universitarias de la Frontera, Temuco, Chile, 1970. Para un panorama general de
la vida de los mapuche tras la «Pacificación de la Araucanía», ver BENGOA, J.; Historia del pueblo mapuche,
Sur, Santiago, 1989, especialmente el capítulo dedicado a la sociedad postreduccional.
3
Haciendas y trabajadores
En los ´50, las haciendas y los fundos seguían siendo la principal fuente de contratación
de mano de obra rural, dejando una porción insignificante a cargo de los pequeños
productores. Desde Aconcagua al sur, estas haciendas se configuraban bajo una misma
organización autoritaria de tipo piramidal. La distribución del trabajo requería de una
compleja estructura jerárquica de puestos de control y vigilancia. La estructura tenía en su
cúspide al hacendado, a quien le seguía en orden de importancia el administrador (a cargo de
la producción). A éste respondían los mayordomos, capataces, sotas y encargados de las
cuadrillas de trabajadores. En la base, las condiciones laborales y legales de los empleados
podían ser, de muy variado tipo: había inquilinos, inquilinos-medieros, medieros, obligados,
voluntarios, afuerinos, obreros especializados, etc.
Dentro de las grandes propiedades se establecían diversas categorías de trabajadores, con
derechos y obligaciones propias. Como mencionamos, desarrollaremos sólo dos de estas
relaciones laborales que se hallaban en las haciendas. Estas figuras se encontraban
comprendidas en la ley 8.811/47 sobre organización sindical en el ámbito de la agricultura.
Desde ya, hacemos la repetida pero inevitable salvedad de que no consideramos que las
formas laborales realmente existentes sean iguales a las legalmente reconocidas. La multitud
de formas laborales de existencia legal se multiplican y complejizan en la realidad por una
serie de variables interdependientes que contribuyen a definir la naturaleza de la relación:
carácter permanente o intermitente de la necesidad del trabajo, estacionalidad de la tarea,
acceso a la tierra, talajes o aguadas de la hacienda, trabajo familiar y extrafamiliar disponible,
nivel de inversión a realizar en la mediería, densidad y carácter de las vinculaciones con la
figura patronal, etc. En las explotaciones de tamaño medio la relación entre patrón y
trabajadores agrícolas era bastante más directa que en los grandes fundos. Las condiciones de
las regalías y el salario en cada una de las unidades productivas dependían casi
exclusivamente de la productividad del predio. En cuanto a las condiciones de vida existentes
dentro de las haciendas, todas las investigaciones llevadas a cabo terminaban concluyendo
acerca de los pobres standards de vida de inquilinos y trabajadores agrícolas. 4 Pobreza,
analfabetismo, deficiencias en las viviendas, mala alimentación completaban el panorama que
obtenían los inspectores en sus ocasionales visitas a las haciendas.
4
Para una revisión más general, BOHOSLAVSKY, E., Indios y rotos, op. cit.
4
En 1935 el porcentaje de los peones de afuera de la hacienda representaba cerca del 25%
de la fuerza de trabajo. Esta participación fue en aumento, aunque con variaciones anuales
bastante notorias. La explicación parece residir en que durante las crisis agrícolas los
hacendados «inquilinizaban» a los trabajadores para gastar menos en salarios:
«Este avance de las posesiones inquilinas cuando la agricultura se hizo menos rentable se
tradujo en un fenómeno conocido como el ´asedio interno a la gran propiedad´, el cual
expresaba el alcance que tenían las posesiones de tierras en manos de los trabajadores
residentes, al interior de las haciendas» 5
5
VALDES, X. et. al.; Masculino y femenino en la hacienda chilena del siglo XX, CEDEM, Santiago, 1995, p.
22. Para ampliar el tema con un estudio de caso BARAONA, R. et. al.; Valle de Putaendo. Estudio de estructura
agraria, Instituto de Geografía, Univ. De Chile, Santiago, 1961.
5
La estructura piramidal sobre la que funcionaba el sistema hacendal permitía una cierta
movilidad social entre los trabajadores más hábiles y/o leales al patrón Se ha considerado que
la existencia de esa movilidad fue la que aseguró la estabilidad de los latifundios durante
buena parte del presente y el pasado siglo. 8 Los inquilinos mejor situados en la división social
del trabajo lograban desarrollar (sobre todo con los talajes) cierta capacidad de ahorro y
prosperidad. Esto se vio facilitado por alianzas matrimoniales con mujeres de familias de
pequeños propietarios. La acumulación y la posibilidad de convertirse en propietarios y
prosperar actuaban como poderosos estímulos que evitaban la rebeldía de los inquilinos.
Contar con una familia numerosa, colocar hijos en las medierías y hacerlos trabajar en las
propias raciones fue el soporte de la acumulación inquilina. De ahí que la familia numerosa
fuera una opción ineludible para cualquier inquilino que quisiera tener la posibilidad de
ascender en la escala social e independizarse.
Pero el inquilinaje distaba de ser un sistema que sólo le aseguraba tranquilidad, casa y
tierra a los particpantes. Era la columna vertebrla del sisema hacendal. Y la causa está en que
el inquilinaje y la mediería le otorgaban a los latifundistas la satisfacción de cuatro propósitos:
«a) tener atada a la explotación la mayor parte de la fuerza de trabajo que le era
necesaria; b) remunerar con especies abundantes y a bajo costo, evitando desembolsos
mayores en dinero; c) evitar la contratación en períodos muertos, mediante el expediente
de los voluntarios vinculados a la explotación que sólo eran ocupados según las
exigencias temporales del calendario de labores y mediante la contratación de afuerinos,
d) mantener un fuerte control social sobre familias arraigadas al fundo o hacienda por
generaciones» 9
8
BENGOA, J.«Las Haciendas de Quilpué», en Proposiciones, Sur, Santiago, 1989.
9
ORTEGA, E., op. cit., p. 73
7
10
VALDÉS, X. et. al., op. cit., p. 56.
11
«Domesticados generación tras generación por patrones, curas y capataces, los inquilinos parecen no tener
escapatoria a un destino que los amarra a la tierra y a un patrón», Idem, p. 64.
8
Es con esta serie de premisas teóricas (y hasta políticas si se quiere) que hemos abordado
la compleja cuestión de los peones. Compleja por varias razones: su carácter invisible en los
censos dado que su clasificación va variando y, por su altísima movilidad laboral y física. Los
peones han recibido mucha menos atención que los inquilinos por parte de los historiadores y
el Estado. Ciertamente no han sido los niños mimados de la planificación e intervención
estatal en el agro. Su itinerancia y variaciones laborales lo convirtieron en un sujeto de
dificultosa aprehensión y con intereses volátiles e indefinidos. La variedad de labores y de
provincias donde lo vemos aparecer quizá haya actuado como un estímulo para multiplicar
sus nombres: roto, afuerino, suelto, gañan. En la pirámide hacendal, los afuerinos ocupaban
el último lugar: en las condiciones de vida, en la potencia de las vinculaciones con la hacienda
y en la lealtad expresada al patrón. Formaban una categoría de trabajadores que en tiempos de
cosecha permanecía en las haciendas y luego pernoctaba en los caminos, buscando otro
trabajo. A diferencia del trabajador voluntario y las familias de inquilinos, no residía en el
fundo. Sólo trabajaba en forma ocasional, gracias a un contrato convenido especialmente para
12
SALAZAR, G.; Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del
siglo XIX, Sur, Santiago, 1989 p. 145.
13
SALAZAR, G., op. cit., p. 145.
9
De la misma manera que son vistos como vagos, malentretenidos y alborotadores por
parte de los patrones y los administradores, también se pueden encontrar lecturas más
románticas de los afuerinos, por lo general realizadas por los inquilinos. Estas
representaciones tienen que ver con la libertad de la que goza y la posibilidad de renunciar a
su labor cuando lo desea. Se admira la desobediencia ante la arbitrariedad patronal y la
posibilidad de deambular. Su voluntad, su libre albedrío lo transforman en un ideal para todos
14
ORTEGA, E., op. cit., p. 74
15
VALDÉS, X. et. al., op. cit., p. 22.
16
ATROPOS; «El inquilino. Su vida. Un siglo sin variaciones (1861-1966)», en Revista Mapocho, Biblioteca
Nacional, t. V, n° 23, vol 14, Edit. Universitaria, Santiago, 1966. Citado en VALDÉS, X., et. al, , p. 62.
10
los hombres ligados a la tierra, especialmente los inquilinos que no pueden renunciar a la
tierra. El afuerino vive de su trabajo y no está aferrado a ninguna tierra en particular.
La orientación del peonaje hacia la libertad genera la aparición de relaciones
esporádicas, producto de la itinerancia. Sus mujeres, en consecuencia, debieron organizar su
vida de tal modo de subsistir sin un hombre permanentemente al lado. De ahí la migración
femenina desde las áreas de minifundio hacia los trabajos urbanos de baja calificación, como
el servicio doméstico, la cocina y la prostitución.
Si los inquilinos nacían y morían dentro de las haciendas, los afuerinos eran el contacto
entre las haciendas y las ciudades, las minas y las salitreras. Comunicaban espacios y modos
de vida distintos al inquilinaje, posibilitando la emigración de los hijos de los inquilinos que
no eran absorbidos en el sistema hacendal. Estos peones errantes vagaban de norte a sur, del
salitre a las cosechas, de los oficios urbanos a obras de infraestructura, estigmatizados con la
denuncia de ser prisioneros de la vagancia y el alcohol.17
.
17
Por ejemplo véase la nota contra el consumo de alcohol en las cosechas, realizada por un hacendado, en el
diario El Esfuerzo, Villarrica, 14/2/48, p. 6.
11
18
Bengoa, J. Historia social de la agricultura chilena, tomo I, Sur, Santiago, 1988.
12
inquilinaje se tornan las prioridades económicas excluyentes. Los inquilinos no cuentan con la
posibilidad que posee el afuerino de abandonar su trabajo en cualquier momento: tienen
familia y tienen inversiones realizadas y no pueden salir a probar suerte a los caminos. En
efecto, dado que poseen muchos bienes para perder (el trabajo de años, el derecho al usufructo
de tierra y talajes, una habitación y un trabajo estable aunque mal pago) es que los inquilinos
se tornan un reaseguro de tranquilidad social para los hacendados. No es entonces difícil
entender por qué fue tan fuerte la resistencia hacendal al desmantelamiento de esta relación
laboral, dominante en todo el agro chileno hasta la descomposición del modelo latifundista en
los ´60 con los programas de Reforma Agraria.
Por el contrario, los peones aparecen en posiciones bastante diferentes con respecto a
los inquilinos. Su sustento no está en la tierra sino en la venta de su trabajo, cualquiera sea
éste. La variedad de tareas y de lugares recorridos nos habla de la ausencia de rasgos fijos en
su comportamiento, salvo el deambular. Y la soltería (o al menos el desconocimiento de los
compromisos e hijos desperdigados) se torna una condición necesaria de la itinerancia peonal.
Cualquier lazo, ya sea laboral, familiar o afectivo, atenta contra la posibilidad de la
trashumancia. Y esta falta de vínculos con el entorno laboral es lo que le brinda una fuerte
sensación de libertad que lo lleva a resistir las arbitrariedades patronales y a abandonar las
tareas cuando lo estima conveniente. No tiene nada que perder y nada lo ata a alguna labor o
hacienda en particular. El afuerino es más libre para responder a la arbitrariedad y la violencia
hacendal: puede conseguir otro trabajo y no tiene necesidad de resguardar inversiones en
dinero y trabajo realizadas sobre la tierra. Nos permitimos hacer nuestra la referencia de
Romero, realizada para un período anterior al que aquí nos interesa, pero referida al mismo
sujeto social:
“Falto de arraigo ocupacional, el gañan está presto a ir de aquí para allá, buscando un
trabajo o una diversión, empujado por una enfermedad y aprovechando el ferrocarril para
multiplicar su capacidad de movilización” 19
He aquí algunas de las paradojas o las opciones a las que se enfrentaban los sectores
populares rurales de la Araucanía, y en general del agro chileno: la posibilidad de progresar a
través de la acumulación y el ahorro pero al costo de sufrir permanentemente el acoso y la
arbitrariedad, el abuso y la prepotencia. O por el contrario, convertirse en un peón itinerante,
sin estabilidad familiar, laboral y geográfica, pero con la posibilidad de renunciar a su trabajo
y de no reprimir sus explosiones de ira y odio social por miedo a perder algo.
19
Romero, L. A., ¿Qué hacer con los pobres?, Sudamericana, Bs. As., 1995, p. 94.