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TROLLS.

Se cree que en la Primera Edad de la Luz de


las Estrellas, en las profundidades de las mazmorras
de Angband, Melkor el Enemigo crió una raza de
caníbales gigantes, fieros y resistentes, pero
carentes de inteligencia. Estos gigantes de sangre
negra se llamaban trolls y durante cinco Edades de
la Luz de las Estrellas y cuatro Edades del Sol
cometieron actos de perversidad sin límites.
Se dice que Melkor crió a los trolls porque
deseaba disponer de una raza tan poderosa como los
gigantescos ents, los pastores de árboles. Los trolls
medían y pesaban el doble que los hombres más
corpulentos y su piel era una capa de escamas que
constituía una armadura natural. Los trolls eran a la
piedra lo que los ents a la sustancia de la madera;
aunque no tenían la misma fuerza que ellos, que eran
capaces de quebrar la piedra, los trolls eran
resistentes y poderosos. Sin embargo, el
encantamiento que los trajo al mundo les provocó
un defecto fatal: temían la luz. El embrujo de su
creación se había realizado en la oscuridad y si la luz
los tocaba el hechizo se rompía y su armadura
desaparecía. Su desalmado ser se consumía y se
convertía en piedra.
Tal era la necedad de los trolls que muchos no
podían aprender ni siquiera a hablar, mientras que
otros aprendían tan sólo los más elementales
rudimentos de la lengua negra de los orcos. Aunque
su poder quedaba con frecuencia anulado por la
inteligencia de otros seres, en las cavernas de los
montes y en los bosques oscuros los trolls eran muy temidos. Sólo les satisfacía
alimentarse de carne cruda, mataban por placer y, con una desmedida codicia,
acumulaban todo lo que podían arrebatarles a sus víctimas.

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En las Edades de la Luz de las Estrellas vagaban libremente por la Tierra Media y,
junto con los orcos, convertían los viajes en peligrosísimas empresas. Con frecuencia, en
esta época, luchaban al lado de lobos, orcos y otros viles siervos de Melkor. Pero en la
Primera Edad del Sol tuvieron que actuar con mucha mayor precaución, pues la potente
luz del astro representaba para ellos la muerte, y sólo gracias a la oscuridad pudieron
intervenir en las guerras de Beleriand. Dice el «Quenta Silmarillion» que, en la batalla de
las Lágrimas Innumerables, la guardia personal de Gothmog, señor de los balrogs, estaba
constituida por un gran número de trolls, y, aunque no tenían habilidad para luchar, lo
hacían con fiereza y desconocían el miedo. El gran guerrero edain llamado Húrin dio
muerte a setenta trolls, pero aparecieron más y finalmente lo hicieron prisionero.
Tras la guerra de la Cólera y finalizada la Primera Edad del Sol, en la Tierra Media aún
quedaban muchos trolls ocultos en las profundidades de los montes. Cuando en la
Segunda Edad apareció Sauron el Maia, se adueñó de estos antiguos siervos de su amo,
Melkor. Sauron dio a los trolls cierta capacidad mental derivada de la maldad y se
volvieron más peligrosos que antes en sus correrías por el mundo.
Así, en la Tercera Edad del Sol, cuando Sauron apareció por segunda vez en Mordor,
todavía había muchos trolls perversos y de poquísima capacidad mental merodeando por
las Tierras Mortales. Algunos eran llamados trolls de piedra, otros trolls de las cavernas,
de las colinas, de las montañas o de las nieves. Muchos relatos de la Tercera Edad hablan
de su maldad. En los fríos páramos del norte de Rivendel asesinaron al capitán dúnedain
Arador. En las guaridas de Eriador vivieron durante siglos tres trolls que se alimentaban
devorando a los lugareños de la zona. Éstos eran los más inteligentes de su raza, pues
comprendían y hablaban la lengua oestron de los hombres y tenían conocimientos
elementales de aritmética. Con todo, el mago Gandalf los convirtió en piedra. En Moria, el
Balrog tenía a sus órdenes muchos trolls de las cavernas.
Sin embargo, se dice que Sauron no estaba satisfecho con el rendimiento de sus
vasallos y buscó un modo de sacar más provecho de su gran fuerza. Así, a fines de la
Tercera Edad, Sauron crió trolls de gran astucia y agilidad, capaces de soportar el Sol
mientras la voluntad de Sauron los acompañara. Los llamó olog-hai y eran grandes bestias
con la inteligencia de hombres malvados. Además de estar dotados de colmillos, potentes
garras y escamas pétreas como todos los miembros de su raza, iban provistos de escudos
negros, grandes y redondos, y de pesados martillos que aplastaban los cascos de sus
enemigos. Así, en las montañas de Mordor y en los bosques que rodeaban Dol Guldur, la
fortaleza del Bosque Negro, a donde Sauron los envió a pelear, una fuerza arrasadora cayó
sobre los oponentes del maia. En los Campos de Pelennor y ante la puerta de Mordor,
durante la guerra del Anillo, estos seres salvajes provocaron una tremenda destrucción.
Sin embargo, sólo los movía un embrujo que se rompió cuando el Anillo se desintegró y
Sauron se precipitó en las sombras. Los olog-hai empezaron entonces a vagar
desorientados como si les faltaran los sentidos; eran cual reses mudas que deambularan
por oscuros pastos, y, pese a su fuerza, se desperdigaron y murieron.

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TUMULARIOS. Al oeste del río Brandivino, más allá del Bosque Viejo, estaban las
Quebradas de los Túmulos, el más antiguo cementerio de hombres de la Tierra Media. No
había allí árboles ni agua, sino sólo hierba y pequeños pastos sobre montículos
semiesféricos coronados por monolitos y grandes anillos de piedra color hueso. Eran
tumbas que se remontaban a la Primera Edad del Sol y estaban destinadas a los reyes de
los hombres. Las Quebradas de los Túmulos fueron durante muchas edades tierra
sagrada y venerada, hasta que del reino embrujado de Angmar salieron muchos espíritus
terroríficos que atravesaron la Tierra Media tratando desesperadamente de ocultarse de
la amenazadora luz del Sol. Los demonios cuyos cuerpos habían sido destruidos buscaban
otros en donde pudieran morar sus viles espíritus. De esta forma, las Quebradas de los
Túmulos se convirtieron en un temible lugar encantado. Los demonios se transformaron
en tumularios, no muertos, que animaban los huesos y las armaduras de los antiguos
reyes de los hombres que habían vivido en aquella tierra en la Primera Edad del Sol.

Los tumularios estaban hechos de una sustancia de oscuridad que podía penetrar en
el ojo, el corazón y la mente o anular la voluntad. Tenían capacidad para cambiar de forma
y animar cualquier ser que desearan. Solían aparecerse a los viajeros desprevenidos
disfrazados de fantasma oscuro de ojos fríos y luminosos. La voz de semejante figura era
a la vez horrible e hipnótica; las esqueléticas manos estaban frías como el hielo y se
cerraban cual las férreas mandíbulas de una trampa. Una vez presa de los tumularios, la
víctima perdía la voluntad. De esta forma conducían a los vivos hasta las tumbas de las
quebradas. En el interior del túmulo se oía un lúgubre coro de almas torturadas mientras

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en la verdosa penumbra el tumulario tendía a su víctima en un altar de piedra y lo ataba
con cadenas de oro. Lo envolvía en el pálido sudario y las preciosas joyas de los antiguos
muertos y luego ponía fin a su vida con la espada del sacrificio.
En la oscuridad, estos espíritus eran extremadamente fieros y sólo se les podía aplacar
mediante potentes
encantamientos. Sólo la
exposición a la luz podía matarlos,
y era la luz lo que más odiaban y
temían. Eran espíritus perdidos y
torturados cuya única posibilidad
de permanecer en la Tierra
dependía de la seguridad que les
otorgaba la penumbra de las
cámaras sepulcrales. Una vez que
se abría una cripta, la luz
penetraba en ella y los tumularios
desaparecían para siempre como
la neblina con el Sol.

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