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POR UN MOMENTO

SOÑAMOS
Una nueva historia que no debo contar

FRANCK PALACIOS GRIMALDO


Capítulo 00: Un viaje I
—¿Cuándo tiempo te iras, Adriana? —me preguntó Soledad, mi mejor amiga.
Hablábamos por teléfono. Me encontraba yo en el tren que me llevaba desde Catalina
del este hasta Pinedo, una provincia al noreste, ahí solía pasar los veranos cuando era niña. No
había visitado a mi tía desde hacía muchos años.
—Quizá unas dos o tres semanas —respondí—, no quiero estar en Catalina cuando…
—Es comprensible —me interrumpió—. Lo mejor será que te des unos días fuera de
todo. Yo me encargare de las cosas aquí, estas semanas hay poco trabajo, además te mereces
unas vacaciones.
—Si. Además, mi tía está en cama, sufrió una caída y aprovechare para ayudarla.
—Muy bien, preciosa. Entonces te deseo buen viaje. ¿A cuánto estas?
Miré por la ventana, miré mi reloj.
—Quizá a unas dos o tres horas. Puedo ver el lago de San Juan. Es hermoso en esta
época.
—Pues bien, me llamas cuando llegues, amiga. Te quiero, saludos a la familia.
—Gracias, te veo en unas semanas.
—Besos.
Cortó y guarde el celular.
Me recosté contra la ventana observando el bello horizonte.
Eran alrededor de las diez de la mañana, había salido temprano, lo más temprano que
pude conseguir. Empaque mis cosas, rápidamente, segura de que había dejado algo.
Simplemente quería alejarme de Catalina, lo más que pudiera. Había pensado en irme a Fuerola
o a Villa Trulbo, pero no encontré nada que saliera esta mañana. Fue una casualidad que mi
madre me llamara la noche anterior, quería saber cómo estaba, se enteró por alguien que mi ex
se iba a casar, y supuso que lo sabría también yo.
Así es, mi ex, con quien estuve más de cinco años y con quien estuve a punto de
casarme se iba a casar con una mujer con la que solo lleva poco más de un año desde que él y
yo terminamos y con quien me estuvo engañando.
Puede que parezca que es una cobardía escapar, irme lejos, o al menos lo más lejos que
pude pagar; pero no, es por mi bien, me conozco lo suficiente como para saber que si me
quedaba más tiempo en Catalina iba a hacer alguna estupidez. Aparte de todo me costó mucho
continuar mi vida luego de terminar con Andrés, lo amaba; cuando me enteré de su traición
enloquecí, ni me reconozco en aquellos tiempos. Valoro mucho la presencia de Soledad, y de mi
familia, mi madre, mi hermana, me dieron su apoyo y eso que me comporté como una loca en
aquel momento. Tiempos que no deseo recordar.
Me enteré por parte de una amiga en común, que inocentemente y asumiendo que estaba
ya superado el tema me conto; no la culpo, siempre fue algo tonta, pero con buen corazón. Le
dije que no me interesaba, pero en el fondo si me sentí muy mal. Iba a casarse, nuestro sueño en
algún momento. No voy a mentir, duele aún.
Se que ha pasado un año ya, y que no debería sentirme así; pero desde que me enteré no
he podido dormir, perdí el apetito y he estado rumiando los recuerdos con Andrés. Incluso pensé
en llamarlo, decirle algo, pero no. Me detengo justo siempre antes de presionar llamar. Algo de
orgullo tengo aún, aunque tengo tantas cosas que quisiera decirle.
Lo que me hizo darme cuenta que estaba mal, otra vez, fue que cometí un error en mi
trabajo, soy enfermera de emergencias, me equivoqué en unos medicamentos que debí darle a
un paciente; gracias a Dios Soledad estuvo ahí conmigo y se percató a tiempo de mi error, pude
haber matado a alguien.
Por consejo de ella pedí vacaciones. Cuando mamá llamó para saber cómo estaba me
contó también acerca de mi tía Florencia; me dijo que había tenido una caída hace unas semanas
y que estaba en cama. Es una mujer ya de años, es la hermana mayor de mi papá, es una mujer
que bordea ya los sesenta y cinco años, con problemas en los huesos. Me dijo que sería buena
idea que fuera a Santa Laura, me distraería, visitaría a mi tía y podría cuidarla. Tenía razón, es
un lugar tranquilo, y hacía mucho que no veía a mi tía. Ella vivía sola, mis primos estaban
casados y vivían en la ciudad; solo mi primo Daniel vivía en el pueblo, pero estaba casado y
solo iba a verla algunas veces, la verdad no me dio mucha información.
Recuerdo las vacaciones en casa de mi tía; bueno, en esos años era la casa de los
abuelos. Solíamos ir en verano cuando era niña, nos quedábamos algunas semanas del verano;
recuerdo que íbamos con mis primos al lago, nadábamos en el rio, pescábamos, eran buenos
tiempos. Yo siempre fui la más pequeña, mi papá fue el que más tardó en tener hijos, se tomó su
tiempo. El más contemporáneo conmigo era justamente Daniel, aunque era algunos años mayor
que yo, Él debe tener ahora unos treinta y cuatro o treinta y tres años, yo cumplí veintisiete en
abril.
Tengo buenos recuerdos de aquellos años, todo era más bonito entonces. Va a ser bueno
estar ahí por unas semanas. Me hubiera gustado poder alejarme de la ciudad algún tiempo más,
pero no fue posible que me dieran más tiempo de vacaciones, por lo que tenía que mantener la
mente tranquila y aprovechar estos días para no pensar y simplemente descansar. Tener que
ayudar a mi tía y quizá pasear por ahí será lo mejor. Estar en la ciudad no me hace nada bien en
estos momentos.
Capítulo 01: Un pequeño pueblo.
Alrededor del mediodía llegué a Santa Laura.
La estación de trenes.
Llamé a mamá para decirle que había llegado bien. Me dijo que llamaría a mi tía, para
decirle que estaba en camino. También llamé a Soledad, se preocupa.
Pensé en tomar un taxi para llegar más rápido, pero decidí caminar por el pueblo.
Recordaba que la casa de la tía estaba pasando la plaza, unas calles al norte. La última vez que
vine fue para el funeral de mi tío, eso ya hace unos cinco o seis, años; recuerdo que estaba en
mis últimos años de la universidad.
Es increíble como cuando eres una niña todo parece mucho más grande, ahora que
pasaba por las calles, en dirección a la plaza, me doy cuenta que es muy pequeño este lugar. La
última vez llegamos en auto y nos fuimos en auto, no hubo tiempo de nada, ni si quiera vi a
todos mis primos. Como era de suponerse no fue una visita placentera.
En el pequeño pueblo de Santa Laura las calles son angostas, callejas, casi, no hay
avenidas grandes, como en Catalina y se respira tranquilidad, no se ven tantos autos, ni tanta
bulla. Las casas son pequeñas, coloridas, la gente se ve amable, no hay prisas. Es una provincia
no muy alejada de Catalina, por lo que mucha de la gente de aquí viaja a la ciudad por trabajo y
liego regresa, aunque la gran mayoría trabaja en el campo, recuerdo que había muchas granjas
en los alrededores del pueblo. Incluso la familia es dueña de unas tierras. Es un lugar
mayormente rural.
Llegue a la plaza en algunos minutos, de ahí fue fácil ubicarme. Recuerdo que la casa
de la tía estaba siguiendo la calle que está al lado de la iglesia, en dirección norte. Calle arriba
unas cuantas cuadras. La plaza siempre bulliciosa, con gente paseando, niños gritando; es el
centro del pueblo de todas maneras.
Me dirigí calle arriba, precisamente cinco cuadras.
La vista desde el pueblo era impresionante. A la distancia se veía las montañas
rodeándonos casi por todos lados, bajo estas la espesura de los bosques de Santa Laura y el cielo
celeste con enormes nubes blancas parecían un hermoso cuadro. Esto no se ve en Catalina,
donde el horizonte en su mayoría está teñido de edificios y bullicio.
Reconocí la casa de mi tía en pocos instantes.
Una casa de dos pisos, blanca de grandes ventanas y balcones con flores; el jardín en la
entrada y la vieja reja de fierro antes del corto camino al pórtico.
Crucé la reja y me acerqué.
Toqué unas veces.
—¡¿Adriana?! —Se escuchó desde el interior, era la voz de mi tía. Provenía de la
ventana del segundo piso. La cortina se movió ligeramente.
Retrocedí unos pasos para tratar de ver mejor.
—¡Si! Soy yo tía, ¿puedes abrir? —pregunté.
—No puedo levantarme, hija. Te pasaré la llave, espera.
Unos segundos después la cortina se movió nuevamente y vi su mano asomarse, en ella
un juego de llaves que lanzó con llamativa energía. Tomé las llaves antes de que cayeran al
suelo y abrí la puerta.
La casa la recordaba muy bien. No había cambiado casi nada.
Avancé por el vestíbulo en dirección a las escaleras, subí por ellas al segundo piso. La
voz de mi tía me guio hasta su habitación, al final del pasillo, a la derecha.
La puerta estaba abierta.
—Tía…
Capítulo 02: Tía
Me abrazó fuerte.
Se encontraba en su cama, sentada de espadas al respaldo y con las piernas cubiertas
con un cubrecama, se le veía mucho más envejecida de lo que recordaba, pero con la misma
sonrisa amable y ojos enormes.
—¿Cómo esta tía? Mamá me contó que tuviste una caída.
—Si. Tuve un pequeño accidente, hace unas semanas. Las calles estuvieron mojadas por
las lluvias y no me fijé, fue error mío. Tengo la cadera mal desde hace años y con esto que me
pasó creo que termine de arruinarla.
—¿Pero estas tomando tus medicamentos? —Me acerque a la mesa donde estaban sus
medicinas, una variedad de Acetaminofén, Ibuprofeno, meloxicam y naproxeno, todos ellos
medicamentos para el tratamiento de osteoporosis y el dolor—. ¿Estos son?
—Si. Me están haciendo bien, ya no me duele como antes, pero si me cuesta un poco
movilizarme con facilidad. Mi doctor dice que tal vez tenga que operarme.
—Es probable. Estos medicamentos son bastante fuertes, tía.
—Es verdad —me dijo—, tú eres enfermera.
La miré y le sonreí.
—Así es. Trabajo con personas mayores, así que podré ayudarte en esta situación.
¿Estas llevando alguna terapia?
—Me dijeron que trate de mover los pies. Que no me quede sentada muchas horas.
—Claro, debes moverte. Muy bien lo haremos juntas, voy a ayudarte.
—Eres muy amable, hija. ¿Tu cómo estás? No he sabido mucho de ti, solo lo que tu
papá me cuenta cuando llama, pero ese hombre solo sabe decir “están bien”. —Sonrió—.
¿Cómo estás, hija?
Me encogí de hombros y sonreí.
—Bien. Trabajando en el hospital central de Catalina. Tranquila. Todo va bien tía.
—¿Estás de vacaciones?
—Si, pedí vacaciones unas semanas. El trabajo en el hospital es muy estresante.
—Qué pena que tengas que venir a cuidar a esta vieja.
—No. No digas eso, es un gusto visitarte y si puedo ayudarte en algo… Feliz yo de
hacerlo —Le sonreí.
—Van a ser la una y treinta. ¿Has almorzado? —preguntó.
—No. Aun no.
—Menos mal. Le he dicho a Daniel que traiga almuerzo para ti también.
—¿Daniel? Mi primo.
—Si. Ya no puedo cocinar, así que compra comida y me trae.
—¿Vive por aquí?
—De la plaza, atrás, por la calle del ayuntamiento. ¿Recuerdas?
—Si, creo que lo he visto de camino.
—¿Viniste caminando?
Asentí.
—Quería pasear.
—Es un bonito pueblo. No hay muchas cosas que hacer, pero tiene bonitos bosques,
granjas, lagos, parques. Cuando eran niños les encantaba venir de vacaciones, ahora que ya
todos han hecho su camino ya no vienen. Pero es normal.
—No diga eso, tía.
—Es la verdad. Los jóvenes deben hacer su camino, su vida. No siempre van a ser
niños.
—¿Mis primos no vienen a verla muy seguido?
—No. Bueno, siempre llaman y no mentiré, mantenemos comunicación siempre y
suelen venir de Catalina algunas veces, con los pequeños; se quedan unos días y se van. Es
comprensible.
—Nosotros nos quedábamos unas dos o tres semanas en año nuevo, recuerdo, tía.
—Si. Pero los tiempos cambian. Cuando tus tíos eran niños todo era menos agitado
ahora la vida parece correr más rápido.
—Eso es cierto.
—Solo Daniel se quedó en el pueblo, se casó y se fue a vivir con su esposa.
—Recuerdo que envió invitación.
—No viniste.
—No pude, tía. Tuve que quedarme de guardia toda esa semana en el hospital. Le dije a
mamá que me disculpara y envié un presente. ¿Cuántos años ya está casado?
—Tres años y un poco más.
—¿Tiene hijos?
Mi tía negó con la cabeza.
—No. Es el único que no me ha dado nietos aún. Ya tiene 33, debería tener al menos
unos dos pequeños. Pero trabaja mucho.
—¿Dónde trabaja?
—Se hizo cargo de la vitivinícola cuando falleció su padre.
—Ah produce vinos.
—Si. fue la herencia que dejó tu tío. Ninguno de tus primos mayores tiene cabeza para
ese trabajo. Al ser el más pequeño el paso más tiempo con su padre en la campiña, cultivando y
trabajando los viñedos.
—Qué bueno. La empresa sigue entonces.
—Así es, Daniel trabaja mucho ahí. Ha tenido que dejar encargados para poder estar
más tiempo aquí y cuidarme. Trabaja en las mañanas y viene como a esta hora trayéndome la
comida, si no puede viene su mujer, luego de queda a acompañarme hasta las seis o siete. De ahí
vuelve al trabajo; no está lejos. Alguna vez fueron todos ustedes.
—Creo que si recuerdo. Recuerdo tía, era muy grande y bonita.
—Si. Ahora está mucho más grande y moderna. Le diré a Daniel que te lleve.
—No quiero molestar.
—No es molestia, es una empresa familiar. Además, ahora si podrás probar los vinos.
—Es cierto. Hasta hoy no he probado los vinos de la familia.
—Es mentira. —Sonrió.
—¿Qué? —Fruncí el ceño y sonreí—. Es cierto, no he probado hasta hoy.
—Cuando eran niños una vez se robaron una botella de la cocina, pensaron que era jugo
o algo así y se lo tomaron. Tendrías, que… Ocho o nueve años.
Sonreí algo avergonzada.
—Te juro que no recuerdo, tía. Qué vergüenza.
—Nada, eran muy pequeños, aparte fue gracioso verlos ahí dormidos. Menos mal nadie
salió alcohólico. Aunque tu primo Eduardo… no estoy segura.
Reímos.
—¿Y tú? —me dijo—. ¿No te casas aun? ¿Hijos?
Mi rostro cambió. Traté de disimular una sonrisa. Fue muy difícil.
—No. Aun no, con mi trabajo es complicado. Ya llegara el indicado, tía. Aún estoy
joven de todas maneras.
—Ya te imaginaba comprometida. Los tiempos cambian. Hoy los jóvenes optan más
por lo laboral que por formar un hogar, es bueno, pero no dejen el amor de lado, es muy bonito.
Yo me case a los diecinueve con tu tío, toda una vida juntos, lo extraño aún, él siempre me amó
y me cuidó… —Mientras mi tía hablaba juro que trataba de hacer fuerza para no quebrarme,
que no se me escapara una lagrima, pero fue imposible.
Mi tía se dio cuenta y se detuvo.
—Ay hija, te conmoviste con la historia de amor de esta vieja.
—Si. —Respondí—. Es que es lindo lo que me cuentas, e imagino como te sentirás.
—Ay, linda —se inclinó hacia mí y me secó las lágrimas con sus manos—. Yo sé que el
esta donde debe estar, está cuidándome desde arriba. Era un buen hombre. Cambiemos de tema,
pequeña. ¿Quieres ver donde te vas a quedar?
Asentí.
Me dijo que me quedaría en la habitación que estaba en el pasillo, al final, a la derecha
del baño, era la habitación de visitas. Me dijo que fuera a dejar mis cosas, me diera un baño y
que mientras esperábamos a Daniel podríamos beber un té helado y seguir conversando. Así
mismo lo hice, me dirigí a la habitación y desempaque.
Capítulo 03: Daniel.
Desempaque y me di un baño, hacía un poco de calor en el pueblo.
Me puse más cómoda y ordené mi ropa en los cajones.
La puerta de la entrada sonó de repente, estaban entrando, me asomé a la puerta para
escuchar. Era una voz de hombre. Subía por las escaleras.
—Mamá… disculpa la demora. Es que tuve un contratiempo y en el mercado estaban
con mucha gente.
Era Daniel. Solo pude verlo de espaldas cuando me asomé a la puerta, ingresó en la
habitación de mi tía. No recordaba que fuera tan alto.
—Llegó tu prima, ahorita viene fue a desempacar y a ponerse cómoda. —Escuche la
voz de mi tía.
—Adrianita. Llegó temprano.
—¡Adrianita! —Me llamó mi tía.
—¡Ya voy tía! —respondí desde mi habitación.
—¡Ya llegó Danielito!
Estaba en pantuflas y con shorts, no sabía si era la mejor imagen que darle a mi primo
después de años. Rápidamente me puse un jean y una blusa que había empacado, unas zapatillas
y me peiné; mi maquillaje no se había ido con la ducha así que solo lo arreglé un poco.
Me dirigí por el pasillo, algo nerviosa, no había visto a mi primo en años y no sabía que
decir o que hacer. No lo veía hace mucho, quería da una buena impresión, oficialmente éramos
casi desconocidos.
Crucé la puerta de la habitación de mi tía y ahí al lado de la cama, de pie, estaba Daniel.
—Hola. —Dije.
Mi primo se volvió sobre sus talones. No lo recordaba así. ¿Eran tan alto? ¿tan
atractivo? Se encontraba parado ahí, sonriéndome. Dio unos pasos hacia mí y me alargó la
mano.
—Prima… —me dijo.
—Ho… Hola…
Se acercó lentamente y me dio un beso en la mejilla.
—Años de no verte, Adrianita —me dijo sonriendo—. Estás preciosa.
Me sonrojé inmediatamente.
—Gracias. Tú te ves muy bien.
En serio se veía muy bien. No lo recordaba así. La última vez que lo vi era un regordete
de cabellos largos, sonrisa tonta. Aún mantenía esa sonrisita, pero ahora su expresión era
diferente, más seria, había perdido mucho peso y se le veía muy maduro con esa barba de unos
cuatro días, y cabello corto tirado hacia atrás.
—¿Por qué no van a comer a la sala en el primer piso? —sugirió mi tía—. Yo comeré
viendo mi novela. Así conversan un poco ustedes dos.
Daniel volvió la mirada a su madre.
—¿De verdad no quieres que te acompañemos?
—No, hijo. Si pudiera bajar no comería aquí tampoco yo. Vayan y conversen, chicos.
Abre un vino de los de la vitrina de abajo. Yo veré mi novela —dijo con una sonrisa.
Mi primo me miró y me sonrió.
Yo me encogí de hombros y le sonreí también.
Cogió dos bolsas de comida de las que había traído y me las acercó.
—Llévalas a la cocina, prima. Iré en un instante, le serviré a mamá.
Asentí, cogí las bolsas y me dirigí al primer piso.
Serví la comida en dos platos, y los llevé al comedor. Quería ayudar.
Daniel bajó luego de algunos minutos y me alcanzó en el comedor.
—Pusiste la mesa. Muchas gracias —me dijo sonriendo.
Le sonreí también
—Si, quería ayudar. Me trajiste el almuerzo.
—No te preocupes, Adri. ¿No te molesta que te llame así?
—No. Ya no.
—Cuando era niña no te gustaba. Siempre renegabas.
—Ya no somos niños.
Se encogió de hombros.
Rodeo la mesa del comedor.
—Dice mamá que no has probado los vinos de la familia, “Vimos Mendoza”.
—Papá tiene algunos en casa, pero no he probado. Es raro ¿verdad?
Se acercó a la vitrina que había ahí, en la esquina del comedor. Cogió dos copas y abrió
una gaveta, ahí había tres botellas de vino.
—¿Dulce? ¿semiseco? ¿Blanco? —murmuró—. Creo que para ti… Un semiseco.
Cogió la botella y la colocó en la mesa, al lado de los platos, dejó las copas cerca a la
botella.
—¿Por qué lo dices? —pregunté sonriéndole.
—Estoy seguro que te encantará. Toma asiento.
—Gracias.
Ambos tomamos asiento, uno frente al otro en la mesa.
—Espero te gusten los tallarines con pollo. Es lo único que pude encontrar.
—Está bien. Se ve delicioso —dije cogiendo los cubiertos.
Almorzamos en silencio. Eventualmente cruzábamos miradas y sonreíamos. No lo había
visto en muchos años, no teníamos mucho de qué hablar por el momento. No me sentía
incomoda, pero si me sentía extraña, era como estar frente a un completo desconocido. En serio
mientras más lo veía me costaba más ver a mi primo en él. Habíamos cambiado mucho. Creo
que más él.
—¿Como están mis tíos? —me preguntó algunos minutos más tarde. Evidentemente
quería romper el hielo entre nosotros.
—Bien. Están muy bien, con salud.
—¿Tu hermana?
—Estudiando. Este año termina la carrera.
—¿Arquitectura, cierto?
—Si.
—Vaya que linda profesión. La última vez que la vi, en mi boda, me comentó algo. Me
alegra que esté estudiando y terminando. ¿Tu? ¿Cómo estás? No te veo hace mucho. Tengo
celular sabes. —dijo divertido y sonrío.
Me sentí algo avergonzada.
—Lo lamento. Es que de verdad con el trabajo y todo… A veces…
Me interrumpió.
—Tranquila, solo estoy fastidiando. Entiendo que la vida en la ciudad es más agitada.
Aparte te imaginaba casada y con hijos.
—No. No. Nada de eso. Aun no. Tu mas bien. ¿Cuándo? —sonreí.
Él comenzó a reír.
—¿Sabes que todos me dicen eso? No les basta con verme casado, si no hay niños no
cuenta.
—Bueno… siempre es así. Igual es conmigo. ¿Cómo está…? Disculpa me olvide el
nombre de tu esposa.
—Cecilia.
—Cecilia… ¿Cómo está ella?
—Trabajando. Es maestra en el pueblo.
—Ya veo. Le gustan los niños.
—Si. Le encantan.
Continuamos comiendo.
—¿Y qué tal la vida de casados? —le pregunté.
—No es como lo imaginas al casarte. Es una cosa totalmente diferente.
—Ya veo. ¿Ya van para los cuatro años verdad?
—Si. ¿Tu estas soltera, Adri? —me preguntó abriendo la botella de vino.
Asentí y respondí.
—Así es. Soltera.
—¿Por qué? Se que es una pregunta tonta, pero eres una mujer muy atractiva, prima.
¿Qué eres muy exigente con los galanes? —sonrió—. No digo que eso sea malo eh.
Me hizo sonrojar nuevamente.
—Tonto. No es eso —sonreí—. He estado en una relación hace poco.
—¿Ah sí? ¿Hace muy poco? —Sirvió en las copas un poco de vino— ¿Cuánto es eso?
—Si. terminé una relación hace un año aproximadamente —No le dije la verdad.
—Ah ya hace un buen tiempo.
Asentí y terminé mi plato de comida.
—A veces pasa así. A veces es mejor estar solos —me guiñó el ojo y me acercó la copa.
—Gracias. Estaba rico. —Cogí la copa.
—La señora del mercado cocina delicioso. Ahora que mamá no puede cocinar es
nuestra salvación — explicó.
Levantó su copa, yo lo seguí.
—Por… tu visita a Salta Laura, prima.
Le sonreí y chocamos las copas con suavidad.
Probé un poco del vino. Realmente era muy bueno.
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—Es realmente muy bueno, Daniel. Es muy rico.
—Gracias. Muchas gracias, nos esforzamos mucho por hacer un vino de calidad.
—Pues te felicito.
Me sonrió.
—Ve a la sala, lleva la botella. Conversemos un rato ahí. —Se puso de pie—. Limpiare
la mesa.
—Gracias. Claro, te espero en la sala.
Se había vuelto un hombre. Me costaba verlo como tal, a pesar de que siempre fue
mayor que yo, algunos años. Siempre lo veía como mi tonto primo, el más joven de todos. Mi
primo mayor tiene 40 años, mi prima segunda 37, él y yo éramos los más pequeños. Y siempre
era con él con quien pasaba más tiempo en las vacaciones. Tengo bonitos recuerdos, aunque
algo vagos ya. Verlo después de tanto, maduro y centrado me daba gusto, pero a la vez me hacía
sentir algo extraña.
Me alcanzó en la sala algunos minutos más tarde. Tomó asiento en el mueble frente a
mí y sirvió nuevamente las copas con vino.
—Listo. Perdón la demora, lavé los trastes.
—Vaya. El matrimonio sí que cambia a las personas. —Sonreí.
—¿Eh? No nada de eso. Es mamá. Siempre ha sido muy exigente con esas cosas. El
matrimonio no te cambia, no necesariamente. —Levantó la copa y bebió un sorbo, hice lo
mismo.
Me quedé mirándolo en silencio mientras sonreía.
—¿Pasa algo? —me preguntó sonriendo.
—No. No. —Me sonrojé nuevamente—. Es que… estas tan diferente.
—¿Es que he perdido peso, es eso? —sonrió.
—No. No. Estas muy bien… Digo… —Nuevamente me sonroje.
Él se rio.
—Está bien. Se que he cambiado. Todos hemos cambiado. Tú también. Estas muy
linda. Siempre has sido linda, no me mal interpretes; pero ahora eres ya toda una mujer. De
aquella chiquilla que corría por ahí haciendo buya en la casa no hay más que esos ojos negros
tan lindos y enormes.
Sonreí como una tonta.
—Gracias —le dije—. Tienes razón, los años pasan, ya no somos los mismos.
—Salud por eso.
Brindamos.
Conversamos un poco recordando viejos tiempos y anécdotas de cuando éramos
pequeños. Me hizo recordar aquel tema con el vino, fue divertido recordarlo. Recordamos las
últimas vacaciones, cuando fuimos al lago a nadar, y cuando paseábamos por la plaza. Las
fiestas de año nuevo, cuando veníamos a pasarla aquí con la abuela, cuando éramos muy
pequeños.
También recordamos a mi tío, tenía yo muy buenos recuerdos de él, siempre cariñoso y
muy amable con todos. Nos reímos con sus anécdotas en el instituto y en la secundaria. Le conté
de mis anécdotas en la universidad, fue divertido. No paramos de reír.
Había olvidado lo divertido que era.
Bebimos casi toda la botella sin darnos cuenta.
Miró su reloj y se levantó del mueble.
—Bueno. Ya que te quedaras aquí con mamá, creo que puedo regresar a trabajar.
Me puse de pie también.
—Claro. Yo voy a cuidarla.
Dejamos las copas sobre la mesa de centro.
Nos dirigimos al segundo piso, para que se despida de mi tía.
Se despidió de ella con un beso y le dijo que regresaría mañana para traer el almuerzo.
Entonces interrumpí.
—¿Habría algún problema si cocinara yo? —pregunté.
Mi tía y Daniel me miraron.
—No, hijita —respondió mi tía—, estas de vacaciones no has venido a cocinar. Ya con
que me veas es suficiente.
—Si, no es necesario, prima —agregó Daniel—. Yo traeré el almuerzo para las dos.
—Pero no es problema alguno —insistí—. A mí me gusta cocinar, además es mi forma
de agradecer que me alojes aquí, tía. Déjeme ayudarle así.
Cruzaron miradas y finalmente mi tía asintió, algo avergonzada.
Acompañe a mi primo a la puerta.
—¿Entonces cocinaras? ¿Qué tal lo haces? —me preguntó deteniéndose antes de abrir
la puerta. Sonreía.
—Pues muy rico —respondí sonriendo.
—Perfecto. Mañana es domingo y tendré el día entero libre. Vendré a almorzar.
—Muy bien, entonces prepararé algo delicioso.
—He pensado, prima: ¿te gustaría hacer algo mañana?
—¿Algo?
—Si. No sé. Dar unas vueltas por ahí… Ir a pasear a la plaza, al bosque, al lago. Algo…
—sonrió.
Sonreí también.
—Claro. Hace mucho no vengo, así podemos seguir conversando y de paso recordaré el
lugar. Será divertido.
—Fantástico. Te veo mañana, prima.
Se acercó a mí y nuevamente me dio un beso en la mejilla. Sonreí. Él sonrió.
—Te veo mañana, Daniel.
Abrió la puerta, cruzó el pequeño empedrado, abrió la reja y se fue por la acera. Volvió
la cabeza unas veces y me sonrió. Me quedé ahí mirándolo irse, con una sonrisa tonta. Fue
extraño. Fue muy muy extraño. Me había dado mucho gusto y alegría ver nuevamente a mi
primo. Casi había olvidado lo muy lindo que era y lo mucho que me divertía con él. Aunque no
pude evitar pensar que ahora había algo muy diferente en nosotros.
No le di importancia. Regresé a la sala y recogí las copas, guardé el vino.
Subí a seguir conversando con mi tía.
Capítulo 04: Mi primo.
Soledad y yo hablábamos por teléfono aquella noche.
—Entonces estas tranquila, linda.
—Si. Mi tía me recibió muy bien. La casa es bonita y el lugar también, se respira
tranquilidad, es verano aquí, hay un bello sol.
—Pues aquí está lloviendo un poco.
—Qué pena.
—Nada, a mí me gusta la lluvia, nena. Mas bien cuéntame cómo es eso que tomaste un
vino con tu primo… —me dijo divertida—. ¿Es el que me contaste que eran muy unidos de
pequeños? ¿El que te gustaba?
—Cállate, loca. Nunca dije que me gustaba —susurré—. Te dije que la pasábamos muy
bien cuando niños. —Sonreí.
—Bueno, bueno… Como sea, la cuestión es que tu primo está ahí. Cuéntame.
—No hay nada que contar, soledad. Nos bebimos unas cuantas copas y nos reímos,
recordando tiempos de infancia y así…
—¿Por qué siento que estas sonriendo?
—¿Qué? —Era verdad.
—Estas sonriendo mientras me hablas de tu primo… —Ella rio.
—Cállate… es mi primo. Aparte está casada.
—Entonces ya lo pensaste —repuso.
—No quise decir eso, soledad. Que pesada que eres, nena.
Soledad se carcajeó del otro lado del teléfono.
—Bueno —continuó—, lo importante es que estas tranquila. Y que mantengas la mente
en otras cosas. Aparte pues qué bueno que tu primo este por ahí, de esa manera podrás salir y
divertirte con alguien.
—Eso es verdad. Mañana iremos a dar unas vueltas por ahí.
—Qué bonito. Diviértanse. Nena, te tengo que colgar, ya es tarde y debo madrugar. Me
alegra mucho que estés tranquila; cualquier cosa por favor llámame ¿de acuerdo? Un beso.
—Gracias. Descansa.
Esa noche me dormí recordando todo lo que habíamos conversado Daniel y yo. Había
sido una conversación agradable, él era muy divertido no podría dejar de repetírmelo. No estoy
segura cuando me dormí, pero si recuerdo que fue pensando en él.
Estoy loca. Pero algo que dijo Soledad era verdad, desde que era pequeña, al menos
cuando comencé a fijarme en los chicos, mi primo siempre me había parecido muy atractivo,
claro que cuando era pequeña no sabía que sentir, y más aún que lo veía solo en verano;
recuerdo que la última vez que lo vi y nos despedimos sabía que no lo vería en mucho tiempo.
Me había acostumbrado a que sea ese cosquilleo en el estómago cada verano después de
año nuevo. Cuando éramos niños era difícil de definir. Creo que recién ahora luego de tantos
años puedo entender que efectivamente me gustaba mi primo. Pero ahora ya no importaba. O
eso quiero pensar.
Pero no fue lo único en lo que pensé esa noche. Mientras me encontraba acostada y
repasaba algunas cosas en mi mente también pensé en Andrés. Era muy común que de vez en
cuando llegara a mi mente su recuerdo. Era algo que no podía evitar. Pensaba en él nuevamente.
Los últimos meses había logrado sacarlo de mis pensamientos, con el trabajo y saliendo con mis
amigas, pero estas últimas semanas había vuelto a recordarlo y a recordar aquellos momentos
que pasamos juntos. NO era fácil olvidarlo, fueron muchos años y muchos planes juntos.
Esa noche repase muchas cosas en mi mente. por un instante pensaba en Daniel, como
me hacía reír, y luego esa imagen se transformaba en Andrés, y como me hacía reirá también,
aunque al final solo me hizo llorar. Como me dice Soledad: mi mente y mi corazón están aún
inestables. Es difícil superar una ruptura amorosa, más aún cuando ha sido tan importante para
uno. Di vueltas en la cama algunas veces hasta que, no estoy segura cuando, me quedé dormida.
Solo recuerdo que mi último pensamiento fue triste.
Pensé en Andrés y en que en algunos días más estaría llevando a otra mujer al altar. Esa
noche derramé unas cuantas lágrimas en silencio. Pero me prometí que serían las ultimas, pues
sabía que no tendría sentido estar aquí solo para recordarlo y terminar sintiéndome peor.
Pondría de mi parte para superar esto, dejarlo atrás e intentar seguir adelante. Esta situación me
pudo costar mi trabajo, mi carrera.
Finalmente me quedé dormida.
Capítulo 05: Un día como hace mucho.
Al día siguiente me desperté temprano para preparar el desayuno, estaba de ánimos.
Mi tía me había dicho que en el refrigerador y en la alacena tenía muchas cosas que
había comprado para el mes, así que fue fácil preparar el desayuno.
Para cuando el agua había hervido y él se había tostado mi tía ya estaba despierta.
Desayunamos juntas, en su habitación, mientras veíamos la televisión.
Le di sus medicamentos y le ayudé con algunos estiramientos de su pierna, como le
habían recomendado los médicos. Le pregunté qué es lo que quería almorzar, y me dijo que no
había problema con eso, que preparara lo que pudiera con lo que había en casa.
Como le había dicho a mi primo, quería preparar algo rico, y el estofado de carne era lo
que mejor me salía. Por suerte encontré carne, papas y verduras en el refrigerador.
Luego de desayunar ordene un poco mi habitación y fui al mercado del pueblo por
algunas cosas que necesitaría como por ejemplo arroz y algunas especias. La verdad era que
hacía mucho no cocinaba, había olvidado lo mucho que me gustaba cocinar y lo mucho que me
relajaba. Solía cocinar en el apartamento, antes; cuando vivía con Andrés tenía otro horario de
trabajo, para las cinco de la tarde yo ya estaba en casa, él llegaba a las ocho de la noche y me
gustaba sorprenderlo con la comida preparada. Nunca había cocinado antes de mudarme con él,
a pesar de que mamá siempre me exigía saber hacerlo, yo siempre pensé que era más practico
comprarla o comer fuera. Cuando comencé a vivir con Andrés me di cuenta que me gustaba
sorprenderlo con algo delicioso hecho por mí, un gesto de amor.
Para el medio día el almuerzo estaba preparado.
Daniel llegó cerca de la una de la tarde. Subió a saludar a mi tía y me saludó a mí. Le
trajo algunas cosas en una bolsa, unos biscochos, algo de leche y algunos medicamentos.
En esta ocasión también mi tía nos pidió comer en el comedor, mientras ella veía la
televisión. Así que pude aprovechar para conversar un poco más con Daniel.
—Me da un poco de vergüenza almorzar solos aquí —le dije sirviendo el almuerzo.
—No. No te preocupes, si ella estuviera bien y pudiera bajar comería con nosotros. Es
muy recta con las formas. Para ella es difícil tener que comer en cama. Es por eso que no le
gusta que comamos sentados ahí con ella.
—Ya veo. Pero igual, me da un poco de penita.
—No, tranquila, Adri. Déjame decirte que huele delicioso.
—¿En serio? No quiero que seas condescendiente.
—No. Al contrario, suelo ser muy crítico. —Sonrió.
—Pues vamos a ver. —Le sonreí y me dirigí a la cocina.
Serví para ambos y me senté a la mesa.
Le invité a probar y así lo hizo. No voy a negar que estaba algo nerviosa. Aunque sabía
que sería incapaz de decir algo negativo sobre mi comida. Sus ojos lo dijeron todo.
—Vaya… —sonrió mientras masticaba—. Esto está muy rico. En serio, Adri. No es
broma, no es por que seas tu. Esto está muy, pero muy, rico. ¿Es estofado de res?
—Si. —Respondí con una sonrisa—. Creo que es lo que mejor me sale. Me alegra que
te gustara, Daniel. —Me senté a la mesa, frente a él.
—¿Cuánto trabajo te costó? —preguntó.
—No mucho. Solo unas horas.
—Pues te luciste. Hace mucho que no comía algo así. —Volvió a llevarse un poco más
a la boca.
—¿No le falta nada? ¿Sal quizá?
Negó con la cabeza y continuó comiendo.
—Esta perfecto como está. —Me sonrió.
Hacía mucho que nadie alagaba mi comida. No soy la mejor cocinera, es verdad,
algunas cosas me salen muy bien, algunas no; pero hacía mucho que nadie me decía algo así de
lo que preparaba. Recuerdo que Andrés siempre criticaba algo, si bien ya era la sal, o algo
estaba mal cocido, algo estaba muy frio. Me hacía sentir que nada hacía bien a pesar de que lo
hacía para consentirlo. Ahora me doy cuenta lo estúpido que era. No veía esa mirada que tiene
Daniel en los ojos, está disfrutándolo.
—¿Te sirvo algo de beber? —le ofrecí.
—Un poco de vino, pero blanco esta vez… va con la carne de res —sugirió.
—Ok.
—Nuevamente, Adri, esto esta riquísimo.
Me volví y le sonreí.
Terminamos de comer y bebimos unas copas de vino para acompañar el almuerzo. Se
ofreció a recoger los platos y los lavó nuevamente. Me dijo que reposaríamos algunos minutos y
saldríamos a dar unas vueltas por el pueblo. Yo encantada.
Lo esperé en la sala, mientras esperaba me volví sombre mí y cogí uno de los libros que
estaba sobre el mueble tras el sofá. Me arrodille en el mueble y los revise. Al parecer eran de mi
tía. La mayoría eran obras románticas de época. Se notaba que mi tía era una mujer romántica.
—¿Te gusta leer? —me preguntó Daniel acercándose por el comedor.
—Si. Tengo una buena colección de libros en mi apartamento y en casa.
—¿Trajiste alguno? —me preguntó.
—No. Lamentablemente empaque muy rápido y sabía que algo se me había olvidado:
mis libros.
—Pues entonces ya sé a dónde iremos también. Conozco una librería muy buena que
inauguró no hace mucho, tiene libros muy interesantes, yo mismo he comprado unos cuantos.
Aquí donde me ves, leer es una de mis aficiones. ¿No parece no? —Sonrió.
Me encogí de hombros, no supe que responder. No era precisamente alguien que parece
que se siente a leer en el balcón. Siempre lo imaginé más como alguien de ver televisión o algo
más práctico. Pero no se juzga un libro por la portada. Estaba redescubriendo quien era Daniel.
Balbuceé.
Luego formule una pregunta.
—¿Qué lees?
—De todo. Pero que sea interesante, si no capta mi atención en las primeras páginas no
continuo. Soy muy exigente, critico, ya te dije. —Me sonrió—. Quizá me puedas recomendar
alguno bueno, Adri.
—Luego de lo que dijiste ya me dio miedo.
Dejó escapar una carcajada.
Alargó su mano para tomar la mía. Sin pensar le acerqué mi mano y la tomó con
suavidad, me sonrojé. Me guio de la mano para rodear el mueble y me llevó a su lado tras el
mueble.
—¿Vamos? Demos unas vueltas por ahí.
Me soltó la mano con delicadeza. Yo sentía el calor en mi rostro. No podía entender por
qué me causaba esta sensación. Quizá era porque hacía mucho que ningún hombre me tocaba la
mano con tanta delicadeza, o me daba esas pequeñas atenciones que a toda chica a veces nos
hace sentir especial. Me estoy volviendo loca.
Subió y le comunicó a mi tía que iríamos a dar unas vueltas. Bajó algunos minutos
después.
—¡Ya volvemos tía! —le dije yo desde las escaleras.
—¡Vayan con cuidado! —respondió.
Salimos entonces.
—No traje mi auto porque creo que sería más divertido pasear, pero cuando vayamos
más lejos lo traeré. —Me dijo mientras bajábamos la calle en dirección a la plaza.
—¿Mas lejos? —pregunté.
—Claro. ¿No quieres que vayamos al lago? ¿No quieres conocer la vitivinícola? Hay
muchos lugares donde ir. Estarás solo dos semanas, hay que aprovecharlo. Claro, a menos que
no quieras ir conmigo o tengas otros planes.
—¡No! —exclame. Nuevamente me sonrojé—. Perdón. —Sonreí tontamente—. Lo que
quise decir es que no quiero que pienses así; por supuesto que quiero ir contigo, va ser divertido.
—Eso me alegra. —Me miró con esa dulce sonrisa.
Caminamos por la vieja plaza del pueblo. Observando los árboles, las flores, la gente
que paseaba también. Me contaba acerca de su trabajo en la fábrica de vinos, me contaba acerca
de sus planes de conseguir algunas maquinas nuevas, de producir más, con diferentes uvas. Se
notaba su emoción al hablar de su trabajo.
Me contó que desde pequeño siempre acompañó a mi tío a la fábrica y a los viñedos;
que aprendió poco a poco acerca de las uvas, del mosto y de cómo procesarlo para hacer el vino.
Yo lo escuchaba hablar con mucha atención, me parecía muy interesante.
Me preguntó acerca de mi trabajo, le conté algunas anécdotas que cualquier enfermera
de emergencias con al menos unos años de experiencia tendría, y sus gestos de emoción y
sorpresa me enternecían. La verdad me encantaba como pequeñas cosas que cuando quería
contarle a Andrés para el eran aburridas y tontas, para Daniel eran toda una aventura. Se sentía
lindo.
No recordaba la última vez que Andrés me habló con tanta emoción de su trabajo, de
sus metas. Para él lo único que quería era ahorrar lo suficiente para salir de la empresa y
comenzar su propio negocio, pero siempre terminaba gastando en alguna tontería o prestando
dinero, renegaba mucho de su trabajo la mayoría de veces y siempre decía que se largaría el día
menos pensando. No me daban ganas ya de preguntarle, pues siempre terminaba renegando y no
era bonito verlo así, era muy quejón y negativo. No tenía entusiasmo, no amaba lo que hacía.
Cuando le contaba mi tía o alguna anécdota que me sucedió rara vez ponía atención, siempre me
decía: “Eso debió ser interesante, amor”, lo decía mecánicamente, dudo que me escuchara
realmente. La mayor parte del tiempo no escuchaba, o estaba en la computadora, en el teléfono
o en cualquier otra cosa. Entendía que trabajaba mucho, pero creo que nunca me ponía atención
realmente. Como me dice Soledad, son cosas que solo vemos cuando estamos desde fuera de la
relación. Lo que es triste.
Continuamos paseando Daniel y yo.
Él me invitó un helado y caminamos por las calles alrededor.
Luego nos dirigimos a la librería de la que me habló.
Efectivamente era un muy bonito y elegante lugar, había una buena variedad de libros.
Comenzamos a verlos, revisarlos, a debatir sobre nuestros autores favoritos.
—Este es uno de mis libros favoritos— le dije. Cogí una novela de Frederick Mulder,
una novela épica.
—Es enorme —me dijo—. ¿De qué va?
—Es una novela de un viaje épico, de un guerrero para encontrar la forma de liberar a
su princesa de una maldición. Es hermoso, me lo he leído como tres veces. Te lo recomiendo.
¿Te gusta lo romántico? ¿Las aventuras?
Lo tomó, el traía otro en sus manos. No vi bien cual en ese instante.
—No he leído muchas novelas así. Soy de historias más contemporáneas, como las de
Edward Fichers o Barbara Rousser. ¿De verdad me lo recomiendas? —me preguntó.
—Te va a encantar.
Me sonrió y avanzó hacia la caja registradora.
—¿Dónde vas? —le dije.
—Pues si me lo recomiendas no tengo otra opción.
—¿Qué dices? Loco. —reí y fui tras él.
—Voy a comprarlo.
—¿En serio? ¿Y si no te gusta?
—Me va a gustar. Y a ti te va a gustar este. —Levantó el otro que traía en sus manos.
—Por un momento soñamos —Leí en el título del libro.
—Si. Creo que te va a gustar. Es una historia romántica, un poco triste, pero el mensaje
es muy profundo.
—¿Vas a regalármelo? No, Daniel… Yo puedo comprarlo. —Me acerque.
—No… Nada de eso, es un regalo, Adri. No aceptare un no. Es mi forma de agradecerte
el delicioso almuerzo. —Sonrió.
Me hizo reír como tonta.
Pagó y salimos de la tienda.
Ya fuera sacó de la bolsa los libros. Me entregó el que había comprado para mí.
—Quiero que lo leas —me dijo—, no tiene que ser ahora o mañana. Solo quiero que lo
leas y cuando lo acabes me digas que tal. Yo haré lo mismo con este. —Levantó el que le
recomendé.
—Claro que lo leeré —le respondí sonriendo—. De verdad muchas gracias, Daniel.
Sonrió y colocó los libros en la bolsa, el las cargó el resto del paseo.
Seguimos dando vueltas alrededor de la plaza, había bonitos parques, piletas, calles
empedradas. Sin darnos cuenta el tiempo pasó volando, las luces de la calle se encendieron.
Eran alrededor de las cinco y treinta sin darnos cuenta. Nos sentamos en unas bancas bajo un
enorme árbol, en una pequeña plazoleta, cerca de una farola que nos iluminó.
Conversamos de cualquier cosa para esas alturas, risas y risas. Todo lo que decía me
causaba risa, no sé si era su intención o sus gestos. Pero me hacía sonreír como una tonta.
—Bueno, tengo que volver a casa —me dijo mirando su reloj.
Nos pusimos de pie.
—Es verdad. Tu esposa debe estar preguntándose donde estás. ¿No le molesta que me
acompañes verdad? —le pregunté.
—No. No. No hay problema por ella no te preocupes —me sonrió—. Vamos a casa de
mamá, te dejaré ahí.
—¿No prefieres ir a casa de frente? En serio tu esposa…
—No. Claro que no. ¿Cómo te voy a dejar sola aquí? Este pueblo es seguro, pero igual,
eres una dama. Te dejare en la puerta de la casa de tu tía. —Sonrió.
Sonreí y avanzamos juntos por una de las calles en dirección a la casa.
Me dejó en la puerta.
—¿Vendrás a almorzar mañana? —le pregunté.
—No. Mañana hay mucho que hacer, estamos en época de mayor producción; quizá el
miércoles podríamos tomar un café en la tarde. Mañana vendré un rato en la noche a saludar a
mamá, o de repente la llamaré. Por favor cuídala.
Se me aceró y me dio un beso en la mejilla y me sonrió. Sentí algo que se calentaba en
mi rostro, ya estaba acostumbrándome al sonrojo que me causaba su cercanía.
—Hasta luego, Adri —me dijo.
—Hasta luego, Daniel.
Se fue por la acera calle abajo. Lo seguí con la mirada un instante hasta que en la curva
de la calle se perdió. Luego ingresé a la casa. No podía creer la sonrisa que traía.
Subí a saludar a mi tía. Estaba leyendo.
—¿Qué tal la pasaron? —me preguntó al verme entrar a la habitación.
—Muy bonito, tía. Daniel es muy divertido.
—¿Qué traes ahí? —preguntó viendo la bolsa que traía.
—Ah, es un libro.
Lo saque para mostrárselo. Se lo alargué.
—Qué bonito. Por un momento soñamos. Suena muy interesante.
—Me lo regaló Daniel. Dijo que me gustaría.
—Ah, a él le encanta leer. No parece ser de los que lee, ¿verdad? —sonrió mi tía.
Sonreí también.
Lo que sea de cada quien, pues era verdad. No tiene la imagen de un intelectual, pero
resulta que sabe mucho de autores. Al menos algunos cuantos que son interesantes y no tan
populares.
Continuó ella.
—Me alegra que se lleven bien —me devolvió el libro—, cuando eran niños siempre lo
seguías a todas partes y el escapaba de ti. Aunque al final terminaban jugando juntos. Veo que
algunas cosas nunca cambian —me sonrió.
—Si. recuerdo esos tiempos.
—Él se ponía muy triste cuando te ibas de vuelta a catalina —me dijo mi tía.
—¿Ah sí? —Eso no lo sabía.
—Si. Recuerda que él era el más joven. Sigue siéndolo. Aquí en el barrio no tenía
muchos amigos, solo los del colegio y la mayoría se iba a Catalina en verano, así que se
quedaba solo. Cuando venían ustedes de la ciudad él estaba muy feliz.
Fue lindo escuchar eso, no lo sabía, pensé que le molestaba que estuviera ahí siempre
tratando de molestarlo. Las cosas que uno descubre con los años.
—Pensé que le molestaba, tía. Muchas veces no quería jugar conmigo, tenía que
insistirle.
—Él siempre ha sido así, le cuesta conectar con sus sentimientos, aceptarlos. Pero es un
sentimental en el fondo. Es como su padre. No sé cómo logró casarse ese chico. —Sonrió.
—Debió enamorarse.
—Es cierto. ¿Ya la conociste? ¿Te la presentó?
—¿A su esposa?
—Si. A Cecilia.
—No me la ha presentado.
—De vez en cuando viene a traerme fruta. De repente en estos días la verás. Suele venir
en las tardes. Me llamó ayer, me dijo que, está con mucho trabajo, es maestra.
—Si me contó Daniel. Seguro podre conocerla en estos días.
No sé si lo que sentí fueron celos, pero quise cambiar de tema.
—¿Quieres que prepare el lonche tía? —le pregunté.
—Si. Gracias, hija. Un café y unas galletas y vemos la televisión juntas un rato.
—Perfecto.
Esa noche mientras estaba en mi cama cogí el libro y comencé a leerlo.
En pocas páginas me di cuenta que era una novela romántica, contaba la historia de un
joven que se enamora en su niñez de una chica que conoce en un viaje, y con la cual tiene un
pequeño romance de verano, pero que luego de eso se separan, pero él nunca la olvida. El libro
te cuenta lo que sucede con ellos después de aquel campamento. Cuando comencé a leerlo no
pude detenerme. Habré leído los primeros cinco capítulos esa noche antes de irme a dormir.
Cerré el libro y lo dejé al lado de mi cama, sobre la mesa de noche.
Esa noche solo podía pensar en mi primo. Con una estúpida sonrisita en el rostro.
No soy ciega, se lo que estaba sucediéndome. En parte se debía al hecho de que luego
de mucho tiempo siento que un chico me trata como el, me mira como el, a pesar de ser mi
primo; me hacía pensar en lo diferente que era Andrés, y como poco a poco fue perdiéndose
aquellas miradas, aquellos gestos, aquellos cumplidos, que tampoco eran constantes.
Me estaba sintiendo como aquellos años cuando era pequeña. Esas ganas de pasar
tiempo con él, verlo, escucharlo y pues ahora, como ya había dicho, es diferente, pues ya no
somos niños.
Me quedé dormida repasando en mi mente la linda tarde a su lado. Una tarde como hace
mucho tiempo.
Capítulo 06: Una esposa
El lunes salí un rato a hacer algunas compras para la casa, cociné y cuidé de mi tía.
Hicimos algunos ejercicios para sus piernas y vimos algunas películas en su habitación. Cociné
y limpie un poco, ella o insistió en que podría hacerlo Daniel, pero quise ayudar. Fue un día
tranquilo, me sentía muy animada. Conversamos bastante ella y yo, me contó anécdotas de papá
y de mamá que yo no sabía entre otras cosas de su vida; incluso me contó algunas cosas de mis
primos que me resultaron divertidas, principalmente las que tenían que ver con Daniel.
Mi primo no pudo venir, llamó a mi tía para saber cómo estaba, preguntando por mí, me
envió mis saludos y recordándome que el miércoles iríamos por ese café. Me alegró que se
acordara. Entrada la tarde me puse a leer unas horas y en la noche hablé con Soledad por
teléfono, le conté sobre cómo me estaba sintiendo.
Me dijo que era comprensible que me sintiera así, pues hacía mucho que no estaba con
un chico que me pareciera atractivo y que me tratara bien. Soy consciente de que ella tenía
razón. Andrés nunca fue precisamente un caballero, era un poco egocéntrico. Pero yo siempre
confiaba en que cambiaría, creo cometí el error de muchas mujeres.
—Me alegra que estés más animada, concentrada en ti. Este viaje te hará muy bien—me
dijo—. Me da mucho gusto escucharte así.
—Si, me siento más tranquila, trato de no pensar mucho en… Tú sabes. Solo alguna que
otra vez, pero trato de distraerme.
—Te entiendo. No dejes que te siga afectando, ahora debes pensar en ti. Para que
cuando vuelvas podamos seguir con nuestras vidas. Me dijiste que estabas ¿leyendo? —
preguntó.
—Si, no puedo dejar de leer el libro que me regaló, Daniel —le dije con una sonrisita
cogiendo el libro de mi mesa de noche.
—Qué bueno, hace mucho no leías nada, pensé que habías perdido ese gusto.
—Pues sí, he estado muy metida en el trabajo. ¿Sabes? Solo en estos días que llevo aquí
me doy cuenta de lo desconectada que he estado con todo, Soledad. Incluso siento los días
mucho más largos, larguísimos.
—Te lo dije mil veces. Pero tú eres terca. Incrustarte en el trabajo día y noche no era
una solución. Me alegra que estés dándote cuenta y conectando contigo.
Ella tenía razón. Cuando decidí volver a trabajar, poco después de que Andrés y yo
terminamos, pedí que me cambiaran el horario, prácticamente trabajaba todo el día y toda la
noche. En el hospital, en emergencias, siempre había trabajo y no hubo problemas para que me
dejaran trabajar ahí, el que no pidiera aumento fue lo que hizo que aceptaran mi cambio tan
pronto. Simplemente no quería estar en mi apartamento, no podía volver a casa, así que incluso
dormía algunas veces en el hospital. Era un zombi en aquellos tiempos.
—Pues es que luego de lo que sucedió…—continué—. No supe que hacer. Agradezco
el apoyo que me dieron, pero la verdad es que en el fondo siempre me ha dolido. Es más, te
mentiría si te digo que olvidé así todo lo que sucedió. Creo que solo lo dejé en un rincón,
cubierto de trabajo y más trabajo.
—Bueno… Fue tu forma de superarlo.
—No te voy a mentir, aun a veces pienso en él, en ellos. Y cuando pienso que en
algunos días va a casarse… —No pude continuar. Hice una pausa.
—Dilo… No te calles, amiga.
Tomé aire, tratando de aguantar las lágrimas.
—Pues me siento muy triste —dije finalmente—. Me imagino que esos pudimos ser
nosotros y me siento traicionada. Siento que se burlan de mí y esa mujer también. ¿Por qué me
hizo eso Andrés? Es algo que no logro comprender del todo. He hecho muchas cosas para
entenderlo, pero no. No consigo una respuesta que me satisfaga.
Una lagrima recorrió mi rostro, rápidamente la sequé. Se me hizo difícil seguir
hablando.
Soledad hizo una pausa, sabía que estaba mal.
—Adriana —dijo—, ese tipo nunca te valoró realmente. Suena duro, pero todos te lo
decíamos; pero respetábamos lo que sentías por él. No quiero decirte con esto que sabíamos que
te haría eso, pero pensábamos que tarde o temprano te darías cuenta. Lo importante ahora,
amiga es que te diste cuenta a tiempo que ese tipo nunca te amo realmente. ¿Te imaginas si
nunca te hubieras dado cuenta? Estarías en un matrimonio falso, engañada pero casada.
—Eso sería peor.
—Exacto, nena. Anímate. Ya no pienses en ellos. Mejor aprovecha estas semanas,
disfruta la vida. Aprovecha que tu primo está dispuesto a acompañarte, me dices que con él la
pasas bien ¿no?
—Muy bien —sonreí.
—Pues aprovecha, chica —rio—. Quizá pueda presentarte a algún amigo, que se yo.
Reímos.
—No, no quiero conocer a nadie por ahora —enfaticé.
—Verdad. Con el primo es suficiente.
Reímos nuevamente.
—Tienes que mandarme una foto para conocer al primo ah.
—Muy bien, de acuerdo. Mañana que vayamos por ese café nos tomaremos una para ti.
Es muy lindo.
—Espero la pasen bien. Vaya que es tarde. Me gustaría llamarte más temprano, pero ya
sabes mi horario, es una locura.
—No te preocupes, Soledad; hablamos mañana, linda. Gracias por escucharme.
—Para eso estamos nena.
Cortamos.
Ella tenía razón.
De haberme quedado con Andrés, o de no haber descubierto su infidelidad, seguro ya
estaríamos casados y en un matrimonio falso. Creo que si lo veo desde esa perspectiva esa
mujer me hizo un favor; pero eso no quiere decir que duela menos.
Miré el libro que me dio Daniel, automáticamente sonreí, y comencé a leer un poco
más.
Al día siguiente me desperté muy animada.
Fue un día tranquilo también, pasé la mayor parte de él en casa, leyendo conversando
con mi tía. Llamé a mamá y a papá, para saludarlos. Quise hablar con mi hermana, pero estaba
en la universidad, era fecha de exámenes, ella me llamó en la tarde y hablamos un buen rato.
Daniel vino cerca de las nueve de la noche. Me sorprendió. Estaba en sandalias, con un
pequeño short y polo de dormir, nada glamorosa; me avergoncé de recibirlo así, fue muy tarde
cuando para subir a cambiarme cuando mi tía me llamó y dijo abre la puerta es Daniel. De
verdad me sentí muy avergonzada.
El me saludó de lo más normal, sonriente como siempre. yo me moría de vergüenza.
Vino a ver a mi tía, traía en sus manos unos álbumes de fotos.
—Bajo en un rato para verlos —me dijo y me entregó los álbumes.
Yo asentí y esperé que subirá para correr a mi habitación y ponerme algo encima.
Bajó algunos minutos después. Lo esperaba yo más arreglada en el mueble, seguía
leyendo el libro. Lo espere para ver los álbumes.
Me miró y sonrió, era más que obvio que me había cambiado.
—¿Viste las fotos? —me preguntó.
—No. Te estaba esperando. No sabía que vendrías hoy, Daniel.
—Lo sé. Estaba en casa viendo unas cosas y encontré esos álbumes. Pensé en venir y
verlos contigo y de paso saludar a mamá. ¿Ibas a dormir? —preguntó.
—No. No, estaba leyendo —le mostré el libro.
—No quería interrumpir.
—No te preocupes. ¿Vemos las fotos? —le dije poniéndome a un lado en el mueble
grande.
Se acercó y se sentó a mi lado. Cogió uno de los álbumes que había colocado en la mesa
de centro y lo acercó a nosotros. Esa noche vimos las viejas fotos de los álbumes familiares, de
las fiestas de año nuevo, los cumpleaños de la tía, mi tío, las fotos de los cumpleaños de mis
primos. Nos reímos mucho viendo como habíamos cambiado, como había cambiado papá,
mamá. Me mostró las fotos de su graduación de secundaria, la graduación de mis primos.
Incluso vimos fotografías de antaño, de cuando mi tía y mi tío eran unos jóvenes enamorados.
Ya casi no nos reconocía en aquellas fotos de las fiestas de año nuevo. Era como ver a
dos personas completamente distintas. Dos niños sonrientes, sin preocupaciones. Siempre yo
pegada a él. Y el con esa cara de enfadado.
Fue lindo recordar aquellos momentos, fue lindo ver esas fotos con él. Bebimos un té y
comimos unas galletas. Conversamos un rato y luego se tuvo que ir.
—Te veo mañana —me dijo.
—Te espero, Daniel —Se despidió con un beso y se fue.
Me dio gusto verlo. Dejo el álbum de fotos en el mueble del televisor, dijo que lo
recogería en otro momento. Me quedé en la sala un poco más y volví a ver las fotos de cuando
éramos niños. Había fotografías que, no recordada, de lugares que ya no sabía dónde eran.
Habían pasado muchos años. Pide ver en varias fotos como mis primos iban creciendo,
madurando. Incluso encontré una foto de Daniel con sus hermanos el día de su boda. Se le veía
muy feliz, muy enamorado.
Le había dicho a mi tía y a mamá que tenía trabajo el día que él se casaría. Pero la
verdad es que no fue del todo cierto. Iba a ir, mamá lo sabe, pero Andrés y yo peleamos la
noche antes, incluso habíamos comprado los boletos del tren. Hasta hoy pienso que él no tenía
ganas de ir, nunca fue cercano a mi familia. Yo si me llevaba bien con su mamá, con su
hermana, pero él nunca se llevó bien con mis padres, ni con mi hermana. Siempre le
incomodaba ir a visitarlos. Soledad me fijo que había sido una excusa tonta de él. Comenzó una
pelea de la nada, recuerdo que me dijo que le habían cambiado un horario y que tal vez
tendríamos que salir un poco tarde mañana, a la boda. Le dije que tal vez podríamos ir en avión,
o conseguir otro boleto de tren, y se exaltó. Comenzó a decir que no escuchaba, que estaba
hablando de su trabajo y que para él eso era más importante que ir a una boda de alguien que no
conoce. Que aun así lo hacía por mí y me ponía exigente con él. Le dije que estaba bien si
llegábamos tarde, pero que llegáramos. Simplemente se enfadó, se quejó de que había tenido
que pedir permisos para poder tener dos días libres, y que eso le perjudicaría. Finalmente le dije
que no se preocupara que no tenía que ir si no deseaba. Su respuesta fue: “Y que tu familia
hable de mi”. Finalmente se enfadó conmigo y no me quiso hablar. Algo que yo no soportaba,
no me gustaba que se amargara conmigo. Incluso me sentí mal, porque evidentemente en no
conocía a Daniel ni a mi familia del norte. Así que le dije que no teníamos que ir, que era más
importante su trabajo y que le enviaríamos el regalo con mis padres. Solo ahí se le pasó el
enfado.
Me dijo que era una buena pareja. Que iríamos a cenar, como forma de reconciliarnos
pro la discusión. Algo que no sucedió si quiera. Finalmente le mentí a mamá, y no fuimos. Me
sentí muy mal realmente. Me hubiera gustado estar en ese momento con mi primo, con mi
familia.
Cecilia se veía hermosa en su boda y Daniel, tan guapo y elegante.
Suspiré y guardé la fotografía.

A la mañana siguiente me desperté temprano. Me sentía animada, con energías.


Ayude a mi tía con sus ejercicios, regué las plantas, limpie la casa, incluso puse algo de
música mientras cocinaba. Me sentía muy feliz. ¿Sería por qué hoy vería a Daniel?
Luego de almorzar tocaron a la puerta.
Estaba en el primer piso, leyendo, así que fui yo a ver.
—Buenas tardes —salude abriendo la puerta.
Era una mujer muy guapa, delgada, de cabellos marrones, traía en sus manos una bolsa
y me sonrió.
—Buenas tardes. Tú debes ser Adriana —me dijo—. Mucho gusto, soy Cecilia, la
esposa de Daniel.
Sentí algo en ese instante, algo extraño. Fue raro.
—Hola… Hola ¿cómo estás?
Nos dimos un beso en la mejilla, y la hice pasar.
—¿Qué tal? Vine a visitar a mi suegra. No he podido venir en estos días. Que linda eres
—me dijo.
—Gracias. Gracias, tú también eres muy guapa. —De verdad lo era.
—¿Esta despierta mi suegra? —preguntó.
—Si. Si, esta despierta. Sube.
—Gracias. Muchas gracias.
Me sonrió y subió por las escaleras.
No sabía si ir con ella. Decidí no hacerlo y regresé al mueble para seguir leyendo.
Algunos minutos después mi tía me llamó.
—Tía… —le dije entrando a la habitación.
Cecilia se encontraba sentada a los pies de la cama.
—Hija, ella es tu prima. Te la presento formalmente. Es Cecilia, esposa de Daniel.
—Si, nos presentamos abajo —le dije—. Es un gusto, prima.
—Igual mente —me respondió sonriente—. Es muy linda, tiene sus ojos, suegra.
—Si, los ojos de mi hermano, pero él y yo nos parecemos.
—No fuiste a mi boda —me dijo Cecilia sonriendo.
—No pude, prima —expliqué—. Soy enfermera, y me tocó guardia esa semana. Y no
pude pedir licencia ni vacaciones. Lamenté mucho no asistir, en verdad que sí.
—No importa, se agradece la intención. Creo que nos llegó tu presente. Una bonita
lámpara, aun la tenemos en el cuarto.
—Qué bueno que les haya gustado —sonreí.
—¿Qué tal la estas pasando aquí? No venias desde hace mucho, según sé.
—Pues la estoy pasando bien. Aprovechando para descansar, para salir un poco, leer…
—Sacudí mi libro, lo traía conmigo.
—Qué bueno. Quizá podamos hacer algo de chicas en estos días. ¿Cuándo te vas?
—Me quedare unas dos semanas.
—Perfecto. Podríamos ir a hacer alguna cosa juntos. Quizá podrías ir a cenar a la casa
una de estas noches. A Daniel le dará gusto, sé que se llevaban muy bien cuando niños.
—¿Te habló de mí? —le pregunté.
—Si. Estuvimos viendo fotos hace poco. Te invitaría a casa hoy, para cenar, pero creo
que ustedes tienen planes, ¿verdad? —me dijo.
Me sorprendió que supiera. Aunque no debía de sorprenderme, siendo su esposa debía
estar enterada de lo que el haría antes de volver a casa.
—Si —le respondí—. Me dijo que iríamos por un café. ¿No te importa?
—No. Claro que no. Es tu primo y no se ven hace mucho, seguro hay mucho que
quieren conversar. Tu y yo ya saldremos en algún momento.
Asentí y sonreí.
—Estaré abajo, tía, si necesitan algo solo me avisan.
—No te preocupes, prima —me dijo Cecilia—, solo vine un momento para saludar a mi
suegra. Tengo algunas cosas que hacer en casa, de lo contrario me quedaría ¿verdad suegra?
Mi tía asintió sonriente.
Bajé a continuar mi lectura, de verdad me había enganchado con el libro y no quería
estar ahí, era extraño. Había sido amable, pero no me simpatizaba del todo.
Luego de unos veinte minutos aproximadamente Cecilia bajó. Se asomó por el vano que
da del pasillo a la sala, cerca de las escaleras, y se despidió de mí. Yo me puse de pie y la
acompañé a la salida.
—Un gusto conocerte, prima —me dijo.
—Igualmente.
—La invitación está hecha, coordinaré con Daniel para que puedas venir a casa a cenar.
—Gracias, prima. Será un gusto.
—Daniel sale hoy de trabajar alrededor de las cinco, quizá a las seis este llegando. Me
lo cuidas eh —me dijo con una sonrisa.
Se despidió amablemente y se fue.
Subí donde mi tía a ver si deseaba algo.
—¿Necesitas algo tía? —pregunté asomando a la puerta.
—Si. Hija por favor, ¿puedes colocar esto en el refrigerador? es algo de fruta que me
trajo, Ceci. También trajo algo de queso y jamón. —Me acerqué y cogí la bolsa—. ¿Qué te
pareció? ¿Te cayó bien tu prima? —me preguntó mi tía.
—Si. Es muy amable y muy linda.
—Lo es. Tú también le caíste muy bien me dijo. Seguro se llevarán bien.
Asentí y volví al primer piso.
No me había desagradado aquella chica, en realidad no, la verdad parecía amable y muy
buena persona, pero de algún modo no me sentía cómoda a su lado. No es que fuera más
atractiva que yo, no es que me pareciera intimidante, es solo que… No sé cómo explicarlo, el
pensar que es la esposa de mi primo era algo que no llegaba a procesar, me costaba verlo como
es hoy. Creo que en el fondo seguía viéndolo como aquel chico con el que pasaba tiempo de
niña en mis vacaciones. Aunque ahora es todo un hombre casado y con responsabilidades.
Algunas horas más tarde mi primo llegó tal como me dijo.
Me alegró mucho verlo.
Cuando entró me dio un beso en la mejilla y me vio con el libro en la mano.
—Veo que estas leyéndolo. Eso me alegra.
—No he podido dejar de leerlo. Creo que fácil y lo termino en una semana leyendo con
calma —le dije con una sonrisa.
—Pues que alegría. Es un libro muy bonito. ¿Esta depuesta mamá?
—Esta despierta.
—Bueno. La saludo y hablo un poco con ella y te llevaré por un café. ¿Qué dices? ¿Aun
tienes ganas? —pregunta levantando las cejas.
—Por su puesto. Claro, Daniel. Iré a arreglarme.
Me miró de pies a cabeza y sonrió.
—¿Se puede estar más linda, primita? —sonrió. Yo me sonrojé—. Pues a ver
sorpréndeme.
Solo atiné a sonreír avergonzada.
Subió al segundo piso, yo fui tras él y me dirigí a mi habitación para alistarme.
Capítulo 07: El café
Me tardé más de la cuenta en encontrar algo que ponerme.
Finalmente creo que quedé decente, me peine un poco y me maquille lo mejor que pude.
Me sentía muy emocionada, sabía que solo era mi primo, pero me emocionaba salir u rato con él
por ahí, conversar, dar la vuelta. Sabía que con él la pasaría muy bien.
Me esperó en el primer piso. Le dije a mi tía que volvíamos al rato, sonrió y me dio las
llaves. Me dijo que me quedara con ellas por ahora.
Bajé al primer piso, Daniel estaba al lado de a puerta. Me estaba esperando.
Cuando me vio sonrió, con esa dulce mirada.
Se acercó al balaustre y me dio una mano, para ayudarme a bajar.
Yo le alargué la mano y me dejé llevar.
—Estas muy linda, Adri. ¿Acaso has venido a romper corazones a Santa Laura? —me
dijo divertido.
Bajé la mirada algo avergonzada, tratando de no sonrojarme una vez más.
—¿Qué hablas? Solo me arregle un poco.
—Pues estas muy linda. —sonrió.
Soltó mi mano y se acercó a la puerta.
—¡Madre, volvemos más luego! —comunicó.
—¡Vayan con cuidado, chicos!
—¡Te traeré pastel! —le dijo. Volvió hacia mi—. Adelante —Me invitó a salir.
Asentí y salí de la casa. Él fue tras de mí.
Nos dirigimos calle abajo, en dirección a la plaza.
Me preguntó que había hecho estos días que no nos habíamos visto, le conté; luego le
hice la misma pregunta, me contó que había estado muy ocupado, que había tenido algunos
problemas en la fábrica, pero que pudo solucionarlos.
Me contó acerca de unos negocios que esta por firmar con una distribuidora en Catalina
central, que estaba muy emocionado por ese negocio. Me alegraba saber que le estaba yendo
muy bien.
—¿Te gusta el café? —me preguntó mientras caminábamos por la calle.
Estábamos cerca de la cafetería, a unas calles a la espalda del mercado del pueblo, cerca
de un pequeño parque.
—Si. Si me gusta, tengo una cafetera. Obvio… No es lo mismo.
Daniel sonrió.
—Qué bueno. Había olvidado preguntarte. A Cecilia no le gusta, por ejemplo.
—¿En serio? —dije volviendo la vista hacia él.
El asintió.
—En serio. Dice que le quita el sueño y le da dolor de cabeza. Ya quisiera yo una
cafetera.
—Pues ya sé que regalarte para tu cumpleaños —sonreí.
Lo hice reír.
—Graciosa… Pero no es mala idea. Aquí es, en la equina.
Café Mi dulce sabor, un bonito lugar, decorado rustico y elegante.
Me invitó a pasar y nos dirigimos a un rincón, ahí había una mesita para dos. Tomamos
asiento. En la mesa había un menú. No solo vendían una buena variedad de bebidas calientes,
sino también pasteles.
Tomó el menú y lo revisó con detalle.
—Creo que pediré lo de siempre: un mocaccino. ¿Tu? —Me acercó el menú—. ¿Cuál te
llama la atención? —Me sonrió.
Tomé el menú y lo revisé.
La verdad no había probado muchos cafés, el mocaccino si lo probé alguna vez y era de
máquina. Mi cafetera no prepara esas variedades.
—Un capuchino —le dije—. No he probado ese nunca.
—¿En serio? Es buenísimo —me dijo.
Levantó la mano y llamó a la mesera. La joven se acercó amablemente y tomó la orden.
—¿Quieres algo más? —me preguntó—. ¿Un sándwich? Venden pastelillos, no sé.
—¿Qué pedirás tu? —respondí.
Se encogió de hombros.
—Aun no sé.
—Pues vemos más luego.
—Me parece correcto, Adri.
—Daniel. ¿te puedo pedir algo? —dice algo avergonzada.
—Dime. ¿Qué deseas? —Sonrió.
—Lo que pasa es que… mi amiga, mi mejor amiga, soledad, quiere conocerte. ¿Crees
que le pueda mandar una foto?
—Una foto —Sonrió—. Claro. Acércate y nos la tomamos juntos —me dijo.
Había pensado en tomársela a él, pero una juntos era mucho mejor. Me daba algo de
vergüenza pedirle una juntos. Cogí mi celular del bolsillo y coloqué la cámara. Me levanté de la
silla y me acerqué a él.
Daniel rodeó con sus brazos mi cuerpo, con delicadeza; me puse un poco nerviosa, pero
no me sonrojé. Me gustó eso que hizo, lo sentí tierno. Alargue el brazo con el teléfono y tome
una fotografía.
—A ver déjame ver —me dijo—. Salimos bien. ¿Tú qué opinas? ¿Otra o te gusta esta?
—Me encanta. Salimos muy bien —le dije sonriendo.
Volví a mi asiento.
—Me la tienes que pasar —señaló.
—¿La quieres? —pregunte ingenua.
—Pues claro. Es un lindo recuerdo. No tenemos muchas desde que éramos niños.
—Es verdad. ¿Me das tu número? ¿O te lo envió a alguna red social o correo?
—No uso redes sociales. No tengo mucho tiempo. Pero mi número si ye lo doy.
Respondo siempre ahí, puedes escribirme cuando lo desees. Apuntalo.
—Claro.
Me dio su número y lo agregué a mis contactos, rápidamente le envié la fotografía.
Cogió su celular y vio el archivo que le envié. Me respondió con un corazoncito.
—Que linda foto —comentó con una sonrisa.
Me quedé en silencio observando su cara de tonto mirando la foto.
Luego levantó la mirada y la posó en mí y me sonrió. Nos quedamos en silencio un
instante, luego comencé a sonrojarme y volví la mirada.
—Mamá me dijo que conociste a Cecilia hoy —dijo finalmente. Asentí, traté mantener
la sonrisa—. ¿Qué te pareció?
Me encogí de hombros, no le mantuve la mirada, la fijé en mi teléfono.
—Es una linda chica —dije.
—Lo es. Lo es —respondió—. Qué bueno que te cayó bien. Mamá la quiere mucho.
Levanté la mirada.
—Eso me doy cuenta —dije—. Parece que Cecilia también aprecia mucho a tu mamá.
—Si. Siempre va a visitarla. Se llevan bastante bien. —Sonrió.
Por un instante nos quedamos en silencio.
—Y cuéntame, Adri —me dijo—, ¿Qué tal es la gran ciudad? Hace mucho que no voy a
Catalina. He ido unas veces para firmar algunos contratos y comprar algunas cosas, más no.
Mas de dos días nunca he estado. ¿Me pierdo de mucho?
Sonreí.
—No, en realidad no. Bueno, hay algunas cosas que en provincia no, como los grandes
almacenes, los super mercados, aeropuertos, universidades.
—Bueno, es verdad; aunque en provincia no solo hay pueblos, también hay ciudades
aquí cerca, aunque no como Catalina debo aceptar.
—Si. Pero lo que no hay en la ciudad y aquí si es este aire de paz que se respira. ¿Solo
somos los foráneos o de verdad es así? —pregunté.
Sonrió.
—No, no solo son los que vienen de lejos; aquí en provincia se siente esa paz. La
naturaleza, hay menos contaminación la gente es más simple. Es un buen lugar para vivir, pero
siempre y cuando te adaptes al ritmo lento y repetitivo.
—¿No vivirías en la ciudad? —le pregunté.
—No es que no viviría, he ido algunas veces, y es verdad que es muy estresante, pero
también es verdad que las oportunidades allá son más grandes; quizá desde un punto de vista de
negocios, pero me gusta más esta tranquilidad que hay aquí. Aparte tengo toda mi vida aquí. Es
como tu…
Fruncí el ceño.
—¿Yo?
—Si. ¿Vendrías a vivir aquí? —me dijo—. Es decir… Conseguir un trabajo en el
hospital del pueblo, quedarte aquí formar una vida, desarrollarte, comprar una casa, etc.
En aquel momento me hubiera sido sencillo decir que sí.
La verdad es que Santa Laura tenía un encanto especial que me hacía sentir tranquila.
Tenía muchos recuerdos lindos ahí, pero en términos reales estaba muy acostumbrada a la
ciudad. Tenía mis amigos allá, tenía a mi familia allá, mi trabajo, mis planes; aunque aquí…
había algo que me hacía pensar que no era mala idea comenzar de cero.
No tuve que responder.
La joven mesera volvía con nuestras órdenes.
El tema quedó perdido en la conversación.
La mesera dejó las órdenes y preguntó si deseábamos algo más. Mi primo negó con la
cabeza y yo también, luego agregó: “Le llamamos”. La muchacha se retiró.
—Prueba. Dime si no es el mejor café de todo el mundo.
No era por ser patera o condescendiente, realmente era un muy buen café. No había
probado algo así, era fuerte, pero dulce y muy sabroso.
—Esta delicioso, Daniel.
—Prueba el mío —me dijo.
Cogió un poco en la pequeña cucharilla y la acercó a mis labios.
Probé y estaba muy rico también. Por un momento casi me pongo colorada, pues él
había privado ya con sus labios la cuchara. Si que me sentía como una tonta.
—¿Esta bueno? —preguntó sonriéndome.
—Ujum… —respondí probando—. ¿Quieres probar el mío?
—Claro.
Hice lo mismo. Le di en la boca. Fue rarísimo. Andrés nunca dejó que hiciera eso con
él. A mí me parecía tierno, él pensaba que era ridículo. Sonreí como tonta mientras saboreaba.
—Está muy rico. Gracias.
—Gracias a ti, Daniel.
Me sonrió.
—Cuéntame —dijo—. ¿Qué tal el libro? ¿De verdad te está gustando?
—Si. Sí, es muy bueno. Nunca pensé que te gustarían esas novelas tan románticas.
—¿Ah sí? Pues soy muy romántico, aunque no parezca.
—¿Lo eres?
—Creo que si —me respondió sonriendo—. ¿Tú lo eres?
—Yo… Pues creo que sí.
La verdad era que siempre he sido muy romántica. Cuando estuve con Andrés era yo
quien preparaba las celebraciones de los meses, de los cumpleaños. Andrés no era de ser muy
detallista con esos momentos. Miento. En el comienzo de la relación si lo hacía, es decir, me
llevaba a comer y a pasear, alguna vez me regaló algún peluche o alguna prenda; pero nunca fue
de preparar algo que se considere romántico como tal. Recuerdo que era yo quien llamaba para
separar las mesas en los restaurantes cada aniversario, y muchas veces adornaba con globos y
velas la casa. Andrés nunca tuvo esa iniciativa. Al principio me hacía sentir un poco mal, luego
traté de comprender que no todos los hombres demuestran su amor así, con el tiempo me dejó
de importar, pero siempre esperé que me sorprendiera. Soñaba con eso muchas veces. Que
tonta.
Es por esa razón que me dolió mucho cuando me enteré que por su nueva pareja había
contratado un servicio de entrega de flores y se lo había enviado a su trabajo. Incluso que había
preparado una sorpresa en su apartamento, llenándolo de velas y flores, globos. La chica lo
había publicado en sus redes sociales. Y eso que solo tenías tres o cuatro meses entonces. De
verdad fue duro aceptar que con ella si tenía esos detalles. Ya no importa. No quiero recordar.
Supongo que yo nunca desperté en el esos detalles finalmente.
—Es decir —continué— no es que sea de las que llora con las películas o se apasiona,
pero creo que si vivo el romance cuando estoy enamorada. Me dejo llevar por eso… No lo sé.
—Son las cosas que hacemos cuando estamos enamorados —me dijo—. Cuando crees
en el amor es así. ¿nunca han hecho alguna locura por ti? ¿o tu por alguien?
—En algún momento sí —respondí.
—¿Qué hiciste? —me preguntó con una sonrisa.
No quería recordar, pero tampoco podía mostrarme frágil, a pesar que me dolía un poco
traer al presente esos recuerdos.
Suspiré y le conté.
—Recuerdo que qué Andrés, mi ex, tuvo que viajar por trabajo, justo en esos meses
cumplíamos un año más, cumplíamos cinco, así que lo que hice fue viajar desde Catalina hasta
Lomas, cinco horas en avión, para darle una sorpresa en su hotel.
—Qué bonito. Es algo que uno valora. Estoy seguro que le gustó.
Asentí tratando de sonreír.
La realidad es que lo primero que me dijo cuando me vio en su habitación con las
flores, los globos y mis regalos fue: “¿Cómo entraste? ¿Qué haces aquí?”. Le explique que
quería darle una sorpresa, y me dijo: “Sabes que no me gustan las sorpresas”, siempre me decía
lo mismo y siempre pensé que era porque era reservado, no porque le interesaba un pito lo que
yo hiciera por él. Creo que ahí debí darme cuenta de que Andrés no me valoraba, fui una
estúpida.
—Yo —dijo Daniel— no soy mucho de hacer esas sorpresas a esa escala, la verdad es
que me cuesta un poco, soy muy vergonzoso; pero me las arregló. Aprendí a tocar guitarra —
sonrió mientras bebía un sorbo de su taza de mocaccino—. No fue nada fácil.
—Eso es lindo. La enamoraste dedicándole alguna canción.
—No. Aprendí después, después de que ya estuviéramos enamorados. Solo por…
—Por darle una sorpresa —completé yo.
Asintió.
Fue extraño, vi una sonrisa en sus labios, pero no la vi en sus ojos. Fue extraño.
—Al igual que tu soy muy exacto con las fechas —continuó Daniel—. Me gusta
recordar esos momentos. Presentarme con un detalle, no lo sé, no tiene que ser algo tan grande
creo. A veces no hay tiempo para hacer grandes cosas, pero… Creo que es muy valorable
cuando uno lo intenta. Intenta estar ahí.
—Es verdad. A veces con un simple… abrazo o un beso que no te esperas. También
pienso que a veces basta con… Estar ahí.
—Si. Es cierto.
Sonreímos como tontos.
—Somos unos románticos —dijo Daniel y sonrió nuevamente.
—El libro habla justamente de eso, del amor real, como cuando nace no se va tan fácil.
Aunque algo me dice que no terminara precisamente con un felices para siempre —comenté y
bebí de mi taza.
—No te diré como termina, pero el libro muestra justamente como cuando el amor es
verdadero, aunque haya durado un verano, puede vivir para siempre. Y en ocasiones a pensar
que algunas veces amas a alguien por mucho tiempo, si no es el verdadero… Termina.
Asentí. No pude evitar suspirar. Recordaba tantas cosas.
—Tienes mucha razón. ¿Antes de Cecilia… te habías enamorado? —le pregunté.
—Pues salí con algunas chicas antes de estar con ella, pero nunca maduró realmente.
Creo que no lo tomaban muy en serio.
—¿Ellas?
Sonrió algo avergonzado.
—Si. Si, suena raro, pero yo siempre me he tomado en serio una relación. No me
malinterpretes, no soy de los que se enamora rápido necesariamente; pero si comienzo una
relación con alguien, o me gusta alguien, comenzamos a salir y así, me gusta respetar, tu
entiendes.
—¿O Sea no sales con alguien más? A eso te estas…
—Así es. Pero algunas de mis relaciones no pensaban así, entonces no tenía sentido
seguir con alguien que no le pone el mismo interés. A mí me engañaron, ¿sabes?
—¿En serio? —No esperaba que dijera eso.
¿Quién podría engañar a un chico tan lindo y con tan buen corazón?
—Si. No me da vergüenza decirlo —continuó—. Fue hace mucho ya. Tendría yo
veinticinco o ventaseis, ella era muy joven también, tenía veintitrés. No la disculpa la edad, pero
quizá no era para mí y quizá me tome demasiado en serio algo que no era para tanto.
—No. Jamás engañar es una respuesta. Creo que esa chica era una tonta.
Daniel sonrió.
—Quizá sí. No lo sé. La verdad es que en su momento me fastidió bastante. Por mucho
tiempo no quise salir con nadie, me dediqué a estudiar y a trabajar.
—Y entonces apareció Cecilia —agregué.
—Así es. Cuando llego al pueblo para remplazar a una maestra que enfermó. Un día nos
cruzamos en la plaza, me preguntó sobre donde podría comprar materiales, era nueva, y la llevé
al bazar. Nos llevamos bien, me dijo donde trabajaba, le conté de mí, nos hicimos amigos y…
algunas semanas después comenzamos a salir.
—Ella no es de aquí entonces.
—Ella es de Catalina del sur —me dijo—. Cuando voy a la ciudad me quedo en casa de
sus padres. Son muy buenas personas.
—Ya veo.
—¿Y tú? —me preguntó.
—Yo… ¿Qué? —sonreí nerviosa.
—¿Te has enamorado de verdad? Así como en las novelas.
—Pues sí, me he enamorado. Estuve en una relación por cinco años y poco más. Si
estaba enamorada. Pero creo que el no —sonreí con tristeza y bebí un sorbo de mi capuccino—.
Es una larga historia. Pero si estaba enamorada.
—¿Antes de él? —preguntó bebiendo de su taza.
—Antes de él…
Antes de él en realidad nunca me había sentido enamorada a ese nivel. No fue mi primer
novio, en la universidad había salido algunos meses con otros chicos, dos para ser exacta, pero
no me había enamorado tan fuertemente como me pasó con Andrés.
—…Pues —continué— Creo que no. Creo que fue con quien más experiencias viví.
Eso marca, tu entiendes. Creo que con el descubrí lo que era el amor, sentirlo me refiero,
vivimos juntos, compramos cosas juntos. Tú me entiendes, Daniel. La convivencia suele
fortalecer los vínculos, o los destruye.
Mi primo asintió, estaba serio esta vez, me estaba oyendo con mucha atención.
—Convivieron… entonces era bastante serio —resumió.
—Me gusta pensar que sí. Pero pues se terminó y listo. Ya no importa si me enamore de
verdad o no, fue solo una relación que… Quedó ahí. —Me encogí de hombros y traté de sonreír.
Daniel no dijo nada más solo asintió y cambió el tema. Creo que comprendió que era un
tema delicado para seguir hablándolo en ese momento.
Continuamos conversando de cualquier cosa. De que nos gusta hacer en los ratos libres,
hasta a donde nos gustaría viajar. Fue divertido. Terminamos los cafés y compró unos pasteles
para llevarle a mi tía, me compro uno para mí también.
Salimos de la cafetería y le agradecí.
—No te preocupes, me alegra que te gustara.
—Estuvo delicioso, Daniel.
Me sonrió y me acercó el brazo, lo colocó en jarra. Me sonrojé. Quería que me
enganchara a él, para avanzar juntos. No supe que hacer en primera instancia, luego vi su linda
sonrisa, esos ojos tiernos y no pude evitar cogerme de su brazo.
—Vamos —me dijo.
Asentí y caminamos del brazo hasta llegar a casa de mi tía.
Por instantes la gente nos miraba y nos sonreía, juro que me sentía rara. Hacía mucho
que no caminaba así con un chico. Me hacía sentir… Protegida. Querida. A la vez me sentía
algo confundida. Era mi primo. Ese tonto que se burlaba de mí y me hacía bromas, pero que
siempre me cuidaba de pequeña. Es mi primo. Solo me estaba mostrando su cariño. ¿O era algo
más? No. No quería pensar esas cosas.
Llegamos a la puerta.
Solo ahí nos soltamos con delicadeza y me dio la bolsa de pasteles.
—Vaya se nos pasó el tiempo —dijo mirando su reloj—. Son las ocho ya. Debes estar
cansada.
—No. La pasé muy bien, Daniel. Gracias.
—No agradezcas. —Me miró a los ojos y se quedó en silencio. Me sonrió—. Me gustar
estar contigo.
Diablos, el calor se me subía al rostro con cada cosa que dice este tonto, me gustaba que
me dijera eso, pero me hacía sonrojar.
—A mi… A mi igual, Daniel —le dije.
—Me quedaría más tiempo, en serio. Pero debo…—hizo un gesto con la mano
señalando tras él.
—Entiendo. Cecilia te espera.
Frunció el ceño y luego sonrió. Asintió.
—Si. Ella me espera. Debo volver, aparte tengo que terminar unos documentos.
—¡Uy! No quise entretenerte.
—No. No. Para nada, me gustó conversar contigo.
Se inclinó hacia mí y me dio un beso en la mejilla. Se sintió muy lindo.
—¿Vienes mañana para almorzar? —le pregunte.
—Mañana… No. Saldré un poco tarde del trabajo y tengo que ir a hacer unos papeleos
al ayuntamiento. Pero estaba pensando: ¿quieres que vayamos al lago el viernes? —me
preguntó.
—Si. Hace mucho que no voy. Eso sería lindo.
—Yo tampoco voy… Desde ya no recuerdo cuando.
—¿En serio?
Asintió.
—Es el problema de ser adultos. Muchas responsabilidades.
—Es verdad. Todo era más simple antes.
Nos quedamos en silencio unos segundos, pensando.
—Entonces así quedamos, Adri. Nos vemos el viernes. Cuida a mamá, la llamaré
mañana. —Se alejó unos pasos de espalda—. Y te escribiré ahora que tengo tu número.
—Claro. Te molestare por ahí también yo.
—¡Perfecto! —Me dijo de la esquina—. ¡Descansa!
Entré a casa. Mi tía estaba durmiendo ya, preferí no despertarla.
Guardé los pasteles en el refrigerador y subí a mi habitación. En ningún momento se me
borro la cara de tonta y la sonrisita que tenía mientras recordaba lo bien que la pase con Daniel.
Una vez en mi habitación me senté en la cama y revisé la fotografía.
Salíamos muy lindos. Me encantaba la foto.
Entonces me llegó un mensaje de texto.
“Que descanses, Adri. La pasé bien conversando contigo. Un abrazo”. Me sorprendió,
pero me gustó. “Gracias a ti, Daniel, estuvo delicioso el café. No te quedes muy tarde. Descansa
también”, le respondí. Dejé el celular en la mesa de noche mientras me cambiaba y no pasaron
muchos minutos y me escribió nuevamente. “Son solo unos papeles que debo firmar y revisar,
me iré a dormir en unos cuantos minutos. ¿También tu?”, preguntó. Respondí rápidamente:
“Pensaba en leer un poco antes de dormir, está muy bueno el libro”.
Me puse mi pijama y me lavé los dientes.
Cuando regresé a la cama y me senté me llegó un nuevo mensaje.
“No he podido leer el que me recomendaste, disculpa”.
“No, no te disculpes. Has estado ocupado. Yo tengo más tiempo que tu para leer, es
todo”, respondí.
“El fin de semana podré leerlo seguramente, de verdad me llama la atención. Y si me lo
recomendaste tu debe ser increíble”. Era muy tierno incluso al escribirme.
Tarde unos segundos en responder.
“Eres muy lindo conmigo, gracias, Daniel”, dudé si enviarlo. Finalmente lo envié.
Me respondió a los dos o tres minutos.
“No agradezcas. También eres muy linda conmigo. Ya quiero que sea viernes, hace
mucho que no vamos al lago”.
Me hizo sonreír.
“Igual yo. Tengo bonitos recuerdos ahí”.
“Te iré a buscar después de almorzar. ¿O prefieres que almorcemos allá?”, preguntó.
“Almorzamos allá, como en aquellos tiempos. ¿Recuerdas?”
“jajaja claro. Esta vez no dejaré que me robes lo mío. Estas advertida jajaja”.
Me hizo reír mucho. Cuando niña me gustaba quitarle parte de sus sándwiches.
“jajaja Prepararé suficiente entonces”. Respondí.
“Te dejo descansar prima. Te escribo mañana”.
“Descansa, Daniel. Un abrazo”
Esa noche leí unas pocas páginas, me fue difícil concentrarme. No podía dejar de pensar
en Daniel. ¿Qué me estaba pasando? Estoy loca en serio que sí.
Capítulo 08: Una duda razonable
Fui al mercado la mañana siguiente, mi tía necesitaba algunas cosas. De regresó recibí
una llamada de Soledad. Había recibido la fotografía que le envié de Daniel y yo.
Me explicó que anoche no pudo responder, había tenido un anoche agitada en el
hospital. No me sorprendió, le tocaba guardia.
—Es muy lindo —me dijo—. Es bastante atractivo.
—Lo es. Lo veré mañana. Iremos al lago.
—Qué bueno. Se ve que la estas pasando bien.
—En serio que sí. No sé cómo describir lo que siento. Pero me emociona mucho verlo.
Con el me siento muy animada, muy feliz.
—Pues ten cuidado con eso. Ya sabes a que me refiero —me dijo.
—Es mi primo, no se me olvida, Soledad.
—Lo sé. Pero te conozco, sé que te gusta que te pongan atención y sé que siempre te ha
gustado tu primo. Ahora que estas nuevamente con él y por lo que me dices parece que a él
también le gusta mucho pasar tiempo contigo. Solo no quiero que vayas a ilusionarte o algo así.
Tú sabes que a veces cuando estamos pasando por momentos difíciles y aparece alguien… No
tengo que recordarte… Lo que pasó ¿verdad?
—¿Ilusionarme? No. Es mi primo. Aparte eso que pasó fue muy diferente. Fue un error
que no debí cometer. Esto es completamente distinto. Es mi primo, Soledad. No negaré que me
parece muy atractivo, y que disfruto mucho su atención y su compañía… Pero…
Me quede en silencio. No estaba segura de como continuar. Como explicar lo que
estaba sintiendo. La verdad es que me estaba un poco extraña estos días. Pero no me quería
hacer ideas o ponerle nombre a esto. No tendría sentido de todas formas.
—Está casado —continuó Soledad—. Aparte… ¿Ves algo especial en cómo te trata?
Quizá sea su forma de ser. No lo conoces realmente. Recuerda que han pasado años. Ya no son
esos niños de antes. Ahora son un hombre y una mujer.
—Lo sé. Tampoco hables como si estuviera enamorándome, amiga. Solo estoy
pasándola bien y pues he vuelto a sentir cosas que hace mucho no pasaban por mi mente, es
lindo que un chico te trate así. Me ayuda a darme cuenta que tan poco me valoraba Andrés;
quien por cierto mañana es su gran día. Lo había olvidado.
—Pues… no se si contarte —me dijo.
—¿Qué cosa?
—Pues… Se pospuso.
Me detuve en la esquina.
—¿Qué me estas contando? —le dije incrédula.
—Pues eso. Me enteré ayer. No te iba a decir nada; pero ya que tocaste el tema.
—¿Sabes la razón?
—No. ¿Recuerdas a Milena Solier?
—Claro, es amiga de Andrés.
—Pues me hablo a veces con ella. Me comentó que se pospuso el matrimonio, pero no
me dijo por qué. Solo estaba renegando porque se había alquilado un vestido y quería utilizarlo.
Siempre ella pensando en los demás…
—Vaya. No diré que me alegro.
—¿En serio? Pues sí, ¿qué más da? Ya lo daba por casado y pues… Seguro algo debió
pasar. La verdad no importa.
—Pues sí, me alegra que no le des importancia. Además, tienes otras cosas en que
pensar.
Sonreí. Continué caminando de vuelta a la casa.
—Pues sí. Mientras esté aquí quiero olvidarme de todo. Estaba en dudas al comienzo,
de si serviría, pero me ha hecho muy bien. Me siento… Tranquila.
—Me alegro, Adriana. Se que estas vacaciones cortas te harán volver renovada.
—Gracias, linda. ¿Tu cómo estás?
—Estresada. Cuando vuelvas creo que la que se irá soy yo. Aunque yo no tengo un
primo así de guapo ni joven —se rio.
Yo reí también.
—Me escribió temprano. Anoche también nos escribimos.
—¿Ah sí? ¿Qué te puso?
—Me dio los buenos días. Me deseó que pase un lindo día. Le escribí hace un rato, le
dije que el libro estaba muy emocionante. Me respondió luego de unos minutos.
—Se ve que es un chico muy encantador; aunque ¿no te parece extraño? ¿En serio no te
parece raro? Si me dijeras que es el hijo de la vecina pensaría que le gustas y mucho. Es decir,
con todo lo que me dices, sus miradas, sus gestos contigo, como te habla…
—Si, lo he pensado, pero es mi primo —sonreí—. ¿Y qué más da si le puedo gustar?
Soledad rio también.
—¡Lo ves! En el fondo, o ni tan en el fondo, quieres pensar eso. Quieres que sea verdad.
Tiene esposa, Adriana. ¿Qué no te importa eso? A mí me llama mucho la atención. No quiero
decir con esto algo malo de Daniel, claro.
—Te entiendo. No es que no me importe. Es solo que no va a pasar nada. Solo… Nos
llevamos bien y pues él es muy lindo y amable conmigo. Y me voy a ir en una semana más.
Creo que a él también le traigo buenos recuerdos de la infancia, por eso el así conmigo…
—No lo sé. Pero pues quizá tengas razón y estoy exagerando. Pero si fuera soltero…
poco importaría si fuera mi primo, es muy atractivo —rio Soledad.
Me hizo reír.
—Pero es casado. Aparte parece muy enamorado; y tú sabes que en estos momentos no
puedo abrir mi corazón a nadie. Mucho menos a algo tan imposible. Cuando era niña pues era
bonito pensar en que le gustaba también yo, pero era una niña; no sabía lo complejo que era eso.
Hoy pues entiendo que es imposible.
—Pues son amores del pasado —me dijo—, amores de niños. No significan nada, más
que un bonito recuerdo.
—Siempre me he preguntado si el sentía lo mismo que yo.
—Pregúntale.
—No. Qué vergüenza. Pensara que soy una loca. Además, en todo caso todo está en mi
cabeza, solo me estoy dejando llevar un poco. Yo soy muy consciente de que es mi primo, que
está casado y pues… Han sido semanas complicadas para mí. A veces aun pienso en Andrés.
Antes me dolía mucho, ahora me doy cuenta lo tonta que fui todo ese tiempo. No creo que lo
haya superado aun, pero por lo menos comienzo a ver con mayor claridad todo lo que alguna
vez me decían.
—Te comprendo, nena. Como te dije, me alegra que te esté sirviendo estos días fiera de
todo. En serio cuando vuelvas creo que me iré yo —Soledad se hecho a reír.
Reímos las dos.
—Bueno, iré a alistarme —me dijo—, tengo que ir a trabajar, me toca turno mañana.
—Hablamos más noche, Soledad.
—Mándale mis saludos al primo —me dijo divertida.
Cortamos.
Me quedé pensando en lo que Soledad me había dicho acerca de Andrés y de su
matrimonio. Juro que traté de mantenerme alejada de esos pensamientos, pero me era muy
complicado. Sentía mucha curiosidad. Soy sincera, no me alegraba, quizá hace una o dos
semanas hubiera saltado en un pie, pero ahora… Realmente no sabía que pensar. Necesitaba
más información antes de sentir algo.
Si alguien podría darme algo de información esa podría ser la hermana de Andrés. Se
que no debía hacerlo, pero el resto del día me comía la curiosidad. Sofia y yo siempre nos
habíamos llevado bien, tenía entendido que ella no estaba muy de acuerdo con la nueva relación
de su hermano; aunque en los últimos meses había estado colaborando con los preparativos, eso
me enteré tiempo atrás, no la juzgué pues yo ya no formaba parte de esa familia. Aparte de todo
sé que lo hacía por su hermano. Pensé que podría llamarle y preguntar un poco, sabía que ella
no me tomaría por una loca.
Esa tarde luego de almorzar y de meditarlo un poco me atreví a llamar a mi ex cuñada.
—Hola, Adriana —saludó—. ¿Y ese milagro? No me llamabas desde hace varios
meses. Pensé que estaba enfadada conmigo.
—No. Nada de eso, es solo que he estado un poco ocupada. El trabajo. Ya sabes.
¿Puedes hablar? —pregunté.
—Si. Estoy libre, estoy en el campus de la universidad. ¿Como estas? ¿Qué sucede?
Seguramente ya te enteraste.
—Creo que sí —respondí.
—¿Quién te dijo?
—No importa ¿o sí?
—No, la verdad no. Bueno, efectivamente se pospuso la boda —confirmó.
—Entonces eso quiere decir que se dará de todas maneras… —aclaré
—Es un decir. La verdad no estoy segura.
—¿Qué es lo que pasó?
—Es que ese es el problema: no se realmente que sucedió. Solo te diré que fue ella
quien pidió que se postergara. Y no fue por alguna emergía o algo así. No sé nada más, Adriana.
—Es extraño —dije—. Pensé que estaba muy enamorada.
—Si. Mi hermano no dijo nada. Solo estaba muy preocupado llamando y avisando por
correo que se ha postergado la ceremonia; pero no me dijo para cuándo.
—Pues no te mentiré tenía mucha curiosidad de saber que sucedió.
—Pues es lo único que te puedo decir, Adriana. Aunque quizá pueda averiguar algo en
estos días. Mamá me dijo que posiblemente se haya cambiado la fecha para dentro de un mes
más, porque ya sabes cómo son las reservas de la iglesia.
—Lo sé. Lo sé. Pero no te preocupes, solo era algo de curiosidad.
—¿Y tú cómo estás? ¿Estás bien? —me preguntó—. Ya no estas enfadada conmigo.
—Nunca estuve enfadada contigo —sonreí.
—Pensé que sí.
—No. No te preocupes. Seguimos siendo amigas, pero como comprenderás no podrá ser
como antes. Pero siempre seremos amigas, Sofía.
—Eso me alegra. Quizá nos podamos ver para almorzar un día de éstos. ¿Sigues en el
Hospital Central de Catalina?
—Si. Ahorita no estoy en la ciudad, pero cuando vuelva te invitare a comer.
—Me parece genial. ¿Estás de vacaciones?
—Si. vine a Santa Laura, donde mi tía. Estaré una semana más al menos.
—Qué bueno. Pásala bonito, Adriana.
—Gracias, linda. Y gracias por la información. No me alegro de lo que sucedió, debió
ser duro para ellos.
—Bueno, a veces el karma existe —me dijo.
—Lo dijiste tú, Sofía. Lo dijiste tu.
Cortamos.
En realidad, no me alegraba lo que había sucedido; pero como dijo la hermana de
Andrés, el karma existe. Yo sabía que ella estaba muy ilusionada con casarse, debió haber
sucedido algo realmente fuerte e importante para que ella decida postergarlo. Decidí ya no
pensar eso. No ganaba nada. Y como bien dijo Soledad, tenía otras cosas en las que pensar.
Era una duda razonable.
A lo que se refería Soledad. ¿Qué estaba pasándome? Y más importante aún: ¿Que
pasaba por la cabeza de mi primo? Yo no sabía mucho sobre él realmente. Es decir, sé que es
alguien romántico, caballero y que le gusta estar conmigo. Pero también es cierto que, si no
fuera mi primo, entonces, todo tendría otra perspectiva. No quería pensar como una niña tonta,
dejarme llevar por sus gestos y su conducta, no quería ver solo lo que me convenía o lo que
brillaba por encima. En realidad, puede que el este demostrando su afecto por mí como lo haría
por mi hermana o por una amiga de la infancia. Podría ser también que haya notado mis
sonrojos y mi gusto por estar con él y este respondiendo de acuerdo a eso. Siempre me ha sido
difícil ocultar cuando me sonrojo o me pongo nerviosa.
Esa tarde mientras estaba en la sala, leyendo y bebiendo una copa de vino que me serví
sin permiso, me puse a analizar todo lo que estaba sintiendo, todo lo que pasaba por mi cabeza,
sentimientos, emociones, sueños y claro algunas penas. Me puse a recordar cuando conocí a
Andrés; era imposible no pensar en él si quería saber que era lo que estaba sintiendo. Como dijo
Soledad, ¿era una ilusión o algo más? Hasta el día de hoy no podría decir que me he enamorado
de alguien más, al menos no con la intensidad con la que me enamoré de Andrés.
A él lo conocí en una fiesta de la universidad. Yo estaba en mi último año ya, a poco de
terminar, él ya era graduado, pero tenía amigos en común en el campus. Recuerdo que aún no
conocía a soledad, en esos tiempos salía con otras amigas, una de ellas me invitó. Cuando lo vi
me pareció muy atractivo, era un chico formal, parecía maduro, era alto y muy guapo. Me llamó
la atención de inmediato. Le pregunté a mi amiga por él y me dijo que era un amigo de ella, que
me podía presentar. Me dio mucha vergüenza, más aún porque yo acababa de terminar una
relación algunos meses atrás y no me sentía capaz de comenzar algo de nuevo. Mi amiga me
juró hasta el último día que la vi que ella no le dijo nada, pero no pasó media hora y él se me
acercó. Se presentó, muy seguro, muy formal. Me invitó una bebida y comenzamos a hablar.
No fue difícil comenzar a interesarme en él. De verdad era muy divertido cuando lo
conocí, me ponía mucha atención, me escuchaba, era atento. Y pues yo salía de una relación…
No fue mala, pero nunca maduró realmente, el, mi ex, era muy diferente a Andrés, era inmaduro
y no tenía nada en la cabeza, nada que no fuera divertirse y pasarla de fiesta en fiesta. Con
Andrés fue diferente, es lo que me llamó más la atención. Debo aceptar que esa noche me
acompañó a casa y me invitó a salir. No le dije que no. Sentí algo en esas horas que pasamos
juntos. Sentí que había conocido a alguien especial, diferente. Y pues… Durante mucho tiempo
fue el hombre de mi vida. Me enamoré tanto de él. En pocos meses me costaba imaginarme ya
un día sin él.
Creo que soledad tiene un punto. Soledad sabe muy bien todo esto. Tiene una duda, una
duda razonable. No voy a decir que estoy sintiéndome como en aquel momento cuando conocí a
Andrés, porque evidentemente son muy diferentes, pero si siento que algo en mi ha cambiado
desde el día que vi a Daniel nuevamente.
Capítulo 09: Recuerdos
Esa noche ayudé a mi tía con algunos ejercicios, le di sus medicamentos, le froté un
poco las piernas y conversábamos un buen rato.
Me contaba un poco sobre lo que quería a hacer al recuperarse y sobre cuanto extrañaba
salir. Resulta que ha sido siempre una mujer bastante activa. Y que le gustaba ir a la plaza y
pasear en las tardes por el parque mayor. Me contaba que es difícil vivir sola en esta casa tan
enorme. Me comentó que había hablado con papá para vender la casa de los abuelos e invertir
el dinero en la vitivinícola, comprar una casa más pequeña y vivir ella ahí. Pero resulta que papá
es muy nostálgico y se niega a que la casa de la abuela se venda.
—Hablé con tu mamá, hija —me dijo.
—¿Ah sí? Pregunto por mi seguramente.
—Si. Le dije que estabas abajo leyendo. Que has estado entretenida estos días. Que me
has ayudado mucho.
—Si, hablamos ayer, me llamó poco antes de almorzar. Me dijo que te llamaría.
—¿Es verdad lo que me contó? ¿O quizá está exagerando? —me dijo.
Levanté la mirada.
—¿Qué te dijo? —pregunté.
Mi tía se encogió de hombros.
—No quiero ser imprudente. Tu mamá seguramente me comentó eso pensando que yo
sabía, pero no fue así. Tampoco quiero que creas que tu mamá tiene la lengua suelta, hija.
Ya me imaginaba que mamá le había contado a mi tía acerca de mi razón para viajar.
Seguramente se le escapó, mamá a veces habla de más. No lo hace con intención, y pues
entiendo que estaba preocupada por mí, en parte es culpa mía.
Cubrí las piernas de mi tía y me senté a los pies de su cama. Suspiré y le dije:
—Es verdad, tía. No vine necesariamente por unas vacaciones.
Mi tía asintió.
—Te entiendo, hija. Tu mamá no me dio detalles. Me explicó que estabas pasando por
momentos difíciles y que estaba algo preocupada por ti. Luego me dijo que se debía…
—A mi ex pareja —agregué—. Si es cierto. Se iba a casar hoy y no quería estar en
Catalina.
Bajé la mirada ligeramente.
Mi tía colocó su mano sobre la mía.
—No tienes que contarme, no tienes que hablar de eso. Solo quería saber cómo estabas.
Me preocupé un poco, hija.
Levanté la mirada y traté de sonreír.
—Está bien tía. Ya no me duele tanto. La noticia de que se iba a casar me afectó, y por
eso decidí dejar la ciudad un tiempo. No quiero que pienses que no quería venir, estoy muy feliz
de estar aquí contigo. Pero pues una de las razones para venir, efectivamente, fue el matrimonio
de mi ex.
—Dijiste que se iba a casar hoy… Eso quiere decir que no…
Asentí.
—No se casó. La novia pospuso la ceremonia. No me preguntes porque, yo misma no
comprendo.
—¿Y cómo te sientes? —me preguntó acariciando mi mano.
—Tranquila. La verdad desde que llegue me he sentido bien, tía. No he pensado mucho
en Andrés, ni en su boda. Creo que voy comprendiendo que ya pasó, no era para mí. ¿Verdad?
—Si. Así sucede a veces, hija. ¿Cuánto tiempo estuvieron?
—Casi seis años. Íbamos a casarnos. Creo que es por eso que me afectó tanto cuando
me enteré. —Suspiré—. Seis años, ellos se iban a casar en menos de dos.
—Bueno, algo ahí no salió como esperaban. Pero pues… por algo pasan las cosas. Si se
enamoró tan rápido de otra mujer, quizá es que no era para ti.
—No fue tan rápido.
—¿Qué quieres decir?
—Pues me engañó con ella casi el último año de relación.
—Lo lamento… —me dijo sorprendida—. No tenemos que hablar de esto.
—Creo que sí, tía. La última vez que lo hablé, la verdad me dolió mucho, ahora me
siento mucho mejor. No he vuelto a tocar el tema desde entonces.
—Bueno, si crees que debes contarme. A veces es bueno hablar estas cosas.
Asentí.
—Si. Ya no duele como antes. —Respiré profundo y exhalé.
—¿Y qué paso entonces? ¿Cómo descubriste…? —preguntó mi tía.
—Se conocieron en el trabajo. Ella era nueva y le tocó a él darla la inducción a la
empresa, él es administrador en una cadena de tiendas, ella llegó y pues hasta ahí no hubo
problemas; incluso él me contó que era nueva la chica y que le costaba aprender algunos
programas que utilizaban, etc. En esas fechas ya estábamos pensando en casarnos, incluso
habíamos abierto una cuenta para ir ahorrando para ese día. Queríamos que fuera algo grande,
bonito. Teníamos cuatro años de relación entonces, suficiente para saber si estaríamos juntos.
Mi tía me escuchaba y asentía levemente. Me ponía atención.
Continué.
—Poco a poco me comenzó a hablar más de ella, se habían hecho amigos. Yo nunca fui
celosa con él, me sentía muy segura de nuestra relación. Creo que ese fue mi error ahora.
—No. Claro que no —me dijo mi tía acariciando mi rostro—. No es culpa tuya. Uno no
puede controlar a las personas. Son como son.
Sonreí, asentí y continúe.
—Nunca fui celosa, nunca le dije nada. Estaba convencida de que éramos una buena
pareja; creo que no vi que la realidad era otra, pues el me terminó engañando. Lo peor de todo
es que si hubiera sido un poco más… No sé cómo decirlo, quizá… Menos tonta, creo que me
hubiera dado cuenta que el ya no me amaba. El desde muchos años antes que apareciera ella ya
no me trataba bien; es decir, no me maltrataba ni peleábamos, pero ya no era detallista, parecía
como que le diera igual estar conmigo y yo siempre trataba de ser cariñosa, detallista. Llegue a
pensar que así era el amor, que así era el amor con él. Como dijo mamá, tal vez me aferraba a
pensar que estábamos bien.
—A veces pasa, hija, nos acostumbramos… Eso no es amor.
—No lo era, no lo era más. Yo no lo vi, insistía. Esos años él fue bastante distante, pero
lo veo recién ahora. Cuando lo descubrí, cuando descubrí su infidelidad, fue horrible, tía. Lo
peor es que fue una completa casualidad. Hasta el día de hoy seguiría con el de no haber sido
porque olvidé un documento en el departamento. Tuve que regresar, él estaba durmiendo, no me
escuchó entrar. Cuando fui a la sala a coger lo que olvidé, escuché que su celular sonó y el
respondió desde la alcoba. Ahí escuche toda su conversación.
—Me imagino, hija. Ese tipo debe ser un idiota. Mira que hacerle algo así a una chica
tan buena como tú. Ya no vale la pena recordar esas cosas.
—Es lo que me dicen todos. Pero es difícil, era más difícil antes incluso, tía. Me fui del
departamento en silencio, en shock. Falte al trabajo ese día, fui directamente a casa de mamá.
Llore todo el día en sus brazos, como una niña.
No le di más detalles a mi tía. Pero fue un drama total en mi departamento.
Entre a la habitación, y lo encaré. Le dije que era un hijo de puta, le lancé el televisor,
rompí las cosas que tuve a mi alcance; me desesperé, lo golpee, lo arañé. Me quise tirar de la
ventana de la habitación incluso. Me desconocí; incluso hay detalles que no recuerdo, solo sé
que salí de ahí en lágrimas, desesperada; en un parpadeo, realmente en un parpadeo, recuerdo
haber llegado a casa de mamá.
Le conté a mamá todo lo que escuché en esa conversación. Él le decía tantas cosas,
tantas cosas lindas, de amor. Él estaba enamorado de ella, sin duda. Andrés no me dijo nada
después de ese momento. Simplemente cuando volví al apartamento, el ya no estaba. Había
cogidos sus cosas y se había ido. Sin más. Soledad se quedó conmigo varias semanas, temía por
mí; de verdad estaba como loca, lloraba todos los días, bebía, tomaba pastillas para dormir, deje
de comer, de salir. Solo quería dormir y morirme. Gracias a Dios no perdí el trabajo, pues
Soledad convenció al supervisor de darme unos días, le contó que estaba mal, y como era amigo
nuestro me cubrió. Hizo pasar mis faltas como vacaciones.
Solo he hablado con él dos veces desde ese día. Me llamó para insultarme, decirme que
era una loca, que deje de escribirle a su pareja, a su nueva pareja, y que no me acerque a ella
nunca más. Así es, en algún momento de mi depresión, rabia, desesperación, me aparecí donde
la chica vivía. Intenté hablar con ella. Pero ella me vio y se fue, no me dijo nada, se asustó. Yo
solo quería que me explicara que pasó. Pues él no lo haría. Quería saber por qué me hicieron
eso.
La segunda vez que hablé con él fue cuando me escribió, para decirme que no esté
hablándole con su mamá ni a su hermana; no hablamos como tal, pero es lo mismo. Me bloqueo
de su teléfono, no pude llamarle ni pedirle explicaciones, es lo que más me jodía. No sabía nada
de su propia boca. No me explicó. Solo podía pensar que nunca me amó o que el amor se le
acabó. Porque yo lo seguía amando, aunque quería matarlo.
Poco después de eso me enteré que ella también había engañado a su pareja con Andrés.
Me contacte con el chico. Me contó que ella también había estado muy rara los últimos meses,
que llegaba tarde y que estaba misteriosa y distante; pero que finalmente ella terminó con él, así
de la nada y sin más. Tampoco le dio más explicaciones. Pocos días después estaba ya con
Andrés y entonces comenzó a investigar.
Me hablaba mucho con él chico en esos tiempos. El ex de la nueva pareja de Andrés.
Soledad pensaba que era una estupidez, que era malo para mi mantener esa comunicación, pero
yo solo quería saber que pasó y por qué. Ella me insistía que no debía hacerlo, pues el chico y
yo estábamos muy dolidos aun y ninguno de los dos parecía querer olvidar, siempre
terminábamos hablando mierda de esos dos malditos. Con mucha razón. Al final mi amiga tenía
razón, no me siento orgullosa de lo que pasó con él poco después; no disminuyó el dolor que
sentía, solo me hizo sentir sucia y peor que antes. No volvimos hablar después de eso.
Mi tía me presionó la mano.
Ya no me preguntó más.
Le pedí como favor que no vaya a mencionarle nada a Daniel, pues no quería que
sintiera lastima o algo así. Bastaba con que sepa que estaba sola hace un buen tiempo. Mi tía me
dijo que estuviera tranquila, que son cosas de mujeres y que podía confiar en ella, no diría nada.
Luego de eso me preparé un té y me fui a leer a mi habitación.
Mi primo y yo seguimos mensajeándonos esa noche.
Me preguntó que tal había pasado el día, le conté y él me contó a mí. También
coordinamos sobre el paseo de mañana. Estaba muy emocionada por verlo y era evidente por
sus mensajes que el también.
Esa noche antes de dormir no pude evitar recordar las palabras de Soledad acerca de mi
primo y de lo que estaba sucediendo. Me hacía pensar en que tal vez era solo yo quien estaba
viendo todo esto desde una perspectiva que no era la real, no era la correcta, que me estaba
ilusionando y tratando de dejar de lado muchas cosas que no debía olvidar. Pero era difícil no
dejarme llevar un poco. Con cada mensaje que me llegaba de él, cada cosa bonita que me decía
o tontería que escribía. Como con cada vibración del celular me latía el corazón, lleno de
emoción por leer sus mensajes. ¡Dios! ¡Me hacía sentir como una tonta!
Una tonta que no sabía que pensar.
Capítulo 10: El lago
Me desperté en la mañana muy temprano.
Encontré un mensaje de Daniel: “Te veo a las dos en la casa, ten un buen día. Saludos a
mamá”, me hizo mantener una sonrisa toda la mañana.
Pregunté a mi tía sobre el platillo favorito de Daniel, me dijo que la pasta con pollo
frito. Así que fui temprano al mercado a comprar lo necesario. También compre platos de cartón
para poder llevar al lago, mi tía no tenía. Durante la mañana nos enviamos varios mensajes, el
me preguntaba que hacía y yo le respondía lo que estaba haciendo, así de tontos; pero me hacían
reír sus mensajes. Me contaba que estaba en la oficina de la fábrica firmando unos papeles y que
tendría que ir a ver unas máquinas que estaban fallando y que luego de eso alrededor de las once
estaría llegando al pueblo, debía hacer algunos papeleos rápidos en el ayuntamiento. No le
pregunté más.
No almorcé, pues comería con el allá en el lago. Le di su almuerzo a mi tía y fui a
alistarme. Me tomó mucho tiempo, quería verme linda. Me sentía bastante emocionada con la
idea de arreglarme, que me viera.
Daniel llegó alrededor de la una con veinticinco. Yo seguía alistándome en mi
habitación. Me saludó desde el pasillo y me preguntó si estaba lista, le respondí que salía en
unos minutos. Fue a la habitación de mi tía y conversaron un poco. Yo me terminé de alistar y le
di el alcance en la habitación de mi tía.
Me miró y me sonrió.
—Estas muy bella —me dijo.
—Gracias — respondí y sonreí como tonta otra vez.
Comenzaba a ser muy normal sonrojarme y mirarlo como tonta.
Se me quedó mirando unos segundos, como escudriñándome con la mirada. Yo solo
sonreía algo avergonzada.
—No —dijo—, es en serio. ¿Verdad mamá? Mírala. Ha combinado esa sombra de los
ojos con ese lindo vestido. Dime si no es para meterla en una cajita de cristal y lucirla como una
muñequita en un anaquel.
Juro que me puse más roja que nunca. No supe que responder, solo traté de ocultar mi
sonrojo. Y estoy segura que no lo hice bien.
No podía recordar que alguien me hubiera dicho algo así. Me han dicho muchas cosas
lindas en estos años, pero así, con esos ojos, con ese detalle de fijarse en lo que traía y en lo que
me había costado cambiarme de ropa y maquillarme, pues no. Dios mío no sé qué me pasa. Pero
cada instante era como si mi primo sin esforzarse me hace sentir especial.
A cada instante era más difícil no compararlo con Andrés. No era mi intención, pero
cada gesto que tenía conmigo era como recibir un regalo nuevo, como abrir un obsequio. ¿Qué
chico se da cuenta de que me esforcé por combinar los colores que traigo? Eso es ser detallista.
Andrés nunca notaba cuando me arreglaba, por el contrario, creo que no le gustaba. Alguna vez
me dijo que no debía colocarme “esas cosas en la cara”, porque me harían arrugarme más
rápido. Nadie me había dicho una cosa más idiota. Y claro, yo como tonta dejé de pintarme
demasiado, pensando que lo decía por mi bien. La verdad es que mientras más tiempo pasaba
con alguien como Daniel, más me daba cuenta lo imbécil que era Andrés. Y eso no sé qué tan
bueno era realmente.
Se puso de pie y se despidió de mi tía.
Se acercó a mí y me sonrió.
—¿Vamos? —me preguntó con su cara de tonto.
Asentí. Me despedí de mi tía y bajamos al primer piso.
Fui a la cocina y cogí una pequeña canasta que me prestó mi tía. En serio, tenía una
canasta de día de campo, la misma que usábamos cuando niños. Había puesto ahí una botella de
vino, el almuerzo y unas latas de gaseosa, un mantel, algo de fruta, cubiertos y sándwiches. El
me esperó en la puerta y cuando llegué tomó la canasta.
—Vaya esta pesadita.
—Si. llevo todo lo necesario —respondí.
—Huele bien.
Salimos de la casa y nos dirigimos a su auto, que estaba estacionado del otro lado de la
calle. En realidad, era una camioneta. Colocamos las cosas atrás y subimos. Me senté al lado de
el en la parte delantera; en la parte trasera había unos documentos, no le di importancia.
—Es un día lindo ¿no crees, Adri? — me dijo encendiendo la camioneta.
—Lo es. Claro que si —respondí
Volvió y me miró, sonrió y partimos.
El lago no estaba muy alejado del pueblo, en el auto llegaríamos en unos treinta minutos
en dirección este, me dijo Daniel. Yo no recordaba ya el camino, cuando éramos pequeños
íbamos atrás, en la vieja camioneta del abuelo, y todo el camino jugando y riendo, no ponía
atención al viaje. Solo sé que había un bosque enorme alrededor del lago Santa Laura.
—¿La cabaña aún sigue ahí? —pregunté.
—Si. Dice Eduardo que sí.
—¿Hablaste con él? ¿Cómo esta? —Eduardo es mi primo mayor.
—Si. Vino hace tres meses, con sus hijos, fueron al lago se quedaron ahí una o dos
noches. Me invitó a ir con Cecilia. Pero no pudimos. Solo lo vi el día que se fueron. Lo llame
ayer, me dijo que estaba bien la última vez. Mensualmente le dan mantenimiento, me dijo.
—¿Le dijiste que estaba yo por aquí? —pregunté.
—No fue necesario. Mamá ya le había dicho. Te envía saludos. Yo le llamé para otra
cuestión y aproveché para preguntarle —me sonrió.
—Ya veo.
—Pero la cosa es que la cabaña está en pie y en buen estado. Como sabes esta justo
frente al lago. Podremos comer en la pequeña mesa que esta fuera, obvio habrá que limpiar un
poco. Pero será divertido. Incluso te tengo una sorpresa.
—¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa? —sonreí—. ¿No me dirás verdad?
—Exacto, curiosa.
No me dijo por más que lo molesté todo el camino.
Condujo en dirección al bosque de Villón, cruzamos algunas colinas, pasamos el campo
y pronto la espesura del bosque nos daba la bienvenida. El cielo era hermoso aquella tarde,
había sido un día lindo y soleado. Las montañas al fondo, se veían imponentes, verdes y
enormes en lontananza. Aproveche para tomar algunas fotos para mandarle a Soledad.
Seguimos el sendero del bosque, un largo y amplio camino que se abría paso entre los enormes
arboles de abedul. Seguíamos las señalizaciones del sendero, pronto cogimos una salida que se
desprendía de sendero principal, donde señalizaban la ruta hacia el lago. Daniel condujo por una
ligera pendiente que nos llevó a un nuevo camino señalizado. Aquel camino, nos llevó
finalmente al imponente lago de Santa Laura.
Era más bello de lo que recordaba. Enorme. Inmediatamente vinieron a mi mente
muchos recuerdos con el sonido del agua, de las aves, del viento, el olor a humedad, fue
increíble. Era una imagen hermosa del lago, reflejando en sus aguas los grandes arboles a su
alrededor, el cielo y las montañas. Era una imagen de postal.
Me quede perdida en esa imagen varios segundos.
Daniel me rodeó con su brazo, me abrazó, se sintió tan bonito, volví la vista hacia él, el
me miró a los ojos, me regaló una sonrisa y me dio un beso en la cabeza y me pegó a su cuerpo.
Yo solo me dejé llevar, pegando mi cabeza a él. Me sentí como una niña con su brazo
rodeándome.
Nos quedamos así al menos unos segundos, contemplando el paisaje.
—Es un hermoso lugar —dijo finalmente.
Yo solo asentí. El continuó.
—Me alegra haber vuelto —me sonrió nuevamente—. ¿Me ayudas a pasar las cosas?
Asentí y nos dirigimos al auto.
La cabaña estaba justo a unos cuantos metros del lago, cerca de los árboles y justo
frente a un pequeño muelle de madera. Era una cabaña mediana, recuerdo que había dos
cuartos, cocina y una sala pequeña. Lo necesario para pasar un día en el campo con
comodidades. La cabaña estaba tal y como la recordaba. Aunque más pequeña de lo que
recordaba.
El lugar estaba limpio. Al parecer habían ido a limpiarla recientemente, aunque si fue
necesario pasarle un plumero y barrer un poco, evidentemente.
—¿Qué quieres que hagamos primero? —me preguntó.
—La sorpresa —respondí.
—No. Eso aun no, en un rato más. —Sonrió.
—Bueno… —me encogí de hombros—. No has almorzado. Deberíamos comer y luego
podremos ir a pasear por los alrededores del lago, sentarnos por ahí, conversar.
—Fantástico —respondió—. Sacaré la mesa de atrás y la colocare fuera.
—Iré sacando la comida, espero que siga tibia —comenté.
—Hay un microondas en la cocina. Déjame conectar la fuente de energía. ¿Qué has
preparado? —preguntó deteniéndose en el vano que daba a la cocina.
—Sorpresa —respondí sonriendo.
Almorzamos frente al lago, en la mesa y sillas de jardín que había colocado cerca a la
entrada. Le coloqué el mantel y serví.
Fue lindo. Sabía que había identificado la pasta y el pollo con olerlo desde que saque la
canasta en casa, pero fue lindo que fingiera sorpresa. Me dijo que estaba delicioso, a pesar de
que para ser sincera no sabía preparar pasta, mi tía me dio la receta y se me había quemado un
poco el pollo. En ningún momento criticó o hizo un mal gesto. Serví gaseosa de manzana, pues
el vino me dijo que lo guarde para después, que sería mejor, para la sorpresa. De verdad estaba
ansiosa de saber que era.
Hablamos de cualquier tontería, nos reímos de todo, recordando cuando éramos niños
otra vez. Me contaba sobre lo mucho que detestaba venir al lago, pues siempre terminaba
mojado por culpa de sus hermanos mayores, pero que venía igual porque le gustaba jugar
conmigo, eso fue lindo, no lo había notado así. Las ventajas de ser adulto es que podemos decir
algunas cosas que de niños son difíciles. Me dijo que le asustaba que me pasara algo.
En esos años mi hermana era demasiado pequeña y siempre estaba con mamá, así que
en alguna medida era verdad, recuerdo que siempre le decían a el: vigila a Adriana, que no le
pase nada. Eso le decía mi mamá y mi papá. Creí por mucho tiempo que por eso a veces no
quería estar conmigo. Fue lindo saber que se preocupaba. Le dije que a mí me encantaba estar
donde estuviera el, que siempre, igual que ahora, la pasaba muy bien con él. Me sonrojé al
decirle, pero ya que más daba. La estábamos pasando muy bien.
Su celular sonó unas cuantas veces, no respondió; pero pude ver que decía Cecilia.
—¿No vas a responder? —le pregunté, ya habiendo terminado de almorzar.
—No. No te preocupes. No es importante ahora —respondió y guardó el celular en su
bolsillo. Me pareció extraño, me quedé pensando en eso unos minutos mientras limpiaba la
mesa y metía las sobras en una bolsa. Pensaba en que estaba evitando a su esposa. ¿Habrán
discutido? Pensé. Eso me hizo sentir un poco extraña, pero por otro lado no estaba pasando nada
malo. Dejé de pensar en eso pronto.
Salí nuevamente y no lo vi.
—¡¿Daniel?! —grité dando unos pasos por ahí, por el patio de la cabaña.
—¡Espera! —dijo— ¡Vuelve a la casa y no salgas! ¡Estoy preparando la sorpresa! ¡No
espíes!
—Pero ¡¿dónde estás?! —insistí.
—¡Vuelve a la cabaña! ¡Dame unos minutos! ¡Y no espíes! —insistió también.
—¡Ok!
Me encogí de hombros y volví a la sala. Me senté en los muebles y esperé. Me sentía
ansiosa de saber que estaba haciendo. Sonaba como si arrastrara algo, como si golpeara alguna
cosa metálica, no identificaba que era. Unos diez o quince minutos más tarde regresó a la
cabaña, se le notaba algo agitado.
—¿Estas bien? —le pregunté extrañada.
—Cierra los ojos.
Me reí y le dije que estaba loco, pero obedecí sin poner mucha resistencia, me parecía
lindo el gesto. De verdad no tenía ni idea de lo que estaba planeando Daniel.
Me cubrió los ojos con sus manos, colocándose tras de mí, y me guio. Yo no sabía a
donde solo sé que caminamos no muy lejos de la cabaña y en dirección al muelle, pues sentí el
piso de madera bajo mis pies.
—¿A dónde me llevas? —le preguntaba—. No me asustes. Sabes que soy nerviosa.
—Tranquila, Adri. ¿Cómo voy a asustarte? Ya no somos niños. ¿Lista?
—Si. Estoy muy ansiosa.
—Bien.
Me quitó las manos de los ojos.
De inmediato una sonrisa se dibujó en mis labios. Delante de mí, flotando en la orilla
del lago había un botecito con sus remos en él.
—Eres un loco… —le dije divertida—. ¿De dónde sacaste esto?
—Mi hermano lo compro —me dijo—. ¿Recuerdas que siempre quisimos pasear en
bote?
—Es verdad. Pero mamá…
—No nos dejaban subir. Pues este es nuevo. El del abuelo se hundió. Gracias a dios
nadie salió herido. Cuando me enteré que mi hermano había comprado uno y que lo guardaba en
el almacén de tras, dije ¿por qué no? ¿Qué dices? ¿Damos un paseo por el lago? —preguntó
sonriéndome. Imposible negarme.
Asentí de inmediato.
—Claro, vamos, será divertido.
—Iré por el vino y los sándwiches —me dijo y corrió en dirección a la cabaña.
Regresó rápidamente; yo ya estaba en el bote, me acomodé y cuando volvió me dio la
canasta, la acomodé a un costado. El bote era mediano, suficiente para unas cuatro personas, no
sabía mucho de botes, pero era lindo y cómodo. No me había paseado en bote nunca. Él ya
había practicado alguna vez con su hermano.
Comenzó a remar y avanzamos por el hermoso lago, pronto nos adentramos, era una
vista hermosa. Más hermosa que desde la orilla por su puesto. Podía verse el bosque a nuestro
alrededor, las montañas sobre los bosques, las bellas nubes sobre nosotros, el cielo azul, tan azul
y el agua reflejaba el bello paisaje. Fue una imagen tan bella que olvidé por completo tomar
fotografías mientras avanzábamos. Bajo nosotros incluso podían verse algunos enorme peses.
—Alguna vez vine a pescar con papá —me comentó—. Poco antes que enfermase,
pudimos venir a pescar. Hay muchos peses aquí, no soy muy bueno, pero pesque algo.
—Pues yo nunca he pescado —le dije.
—Pues te enseñaré un día, es relajante. Aburrido más bien —sonrió.
Me hizo reír.
Estábamos más o menos en el centro del lago, aun veíamos la cabaña a lo lejos. Habrá
remado unos quince minutos, no me percaté, estaba perdida en el paisaje, en la naturaleza.
—Creo que aquí está bien —le dije. Me sentía un poco nerviosa a pesar de todo.
—¿Quiénes que nos quedemos aquí?
—Si. La vista es hermosa. ¿O quieres ir mas adentro?
—No. Quería que te pasearas y vieras el lago. SI te gusta aquí —dejó los remos y sobó
sus hombros—, perfecto, Adri —me sonrió—.
—Ya estabas cansándote.
—No. Es solo la falta de costumbre. ¿Me sirves un poco de vino? —me dijo.
—Por su puesto.
Serví dos copas y brindamos.
Conversamos y nos quedamos viendo la naturaleza unos minutos. Se sentía tata calma
el estar ahí en medio del lago, era como si no hubiera nada más que mi primo y yo. Me miraba
de vez en cuando con esa cara de tonto y me sonreía. “¿Qué?”, me decía, solo le sonreía.
—En serio estas muy linda hoy. Se te ve diferente a otras veces —me dijo.
—No me he hecho nada diferente, pero te diré que me siento bien. Quizá sea eso,
necesitaba esto —le explique.
Asintió y sirvió nuevamente algo de vino en las copas.
—¿Sabes? —me dijo—. La última vez que nos vimos, fue justamente en este lugar.
¿Recuerdas? Bueno, no aquí, pero ya me entiendes.
Miré en dirección a la cabaña y recordé.
Efectivamente, él tenía razón. La última vez que vine con papá, mamá y mi hermana
estuvimos aquí; al día siguiente nos fuimos a la ciudad y ya no regresamos. Eso fue hace
muchos años, yo tenía diez años creo. Si, creo que sí.
—Si. Recuerdo —le dije.
—Te extrañé muchísimo, Adri.
—Qué lindo, gracias… Yo también.
—El año siguiente ya no viniste, no fue igual el año nuevo. No me había dado cuenta lo
mucho que me gustaba estar contigo. Mis hermanos mayores eran muy aburridos. Las siguientes
fiestas fueron muy aburridas para mí.
—Para mí también lo fueron —le conté—. Me había acostumbrado a ir a visitar a la
abuela, verte a ti; por trabajo de papá ya no pudimos viajar en esas fechas, creo que
simplemente tuvimos que aceptarlo. Aparte a mi hermana no le hace bien este clima, así que ya
te imaginas. Pasaba el año nuevo en casa de una amiga. ¿Y tú?
—Pues mi hermano mayor se iba con su novia en año nuevo, y mi hermana con sus
amigas, yo era el único que se quedaba en casa, era el menor y no tenía muchos amigos;
recuerdo que nos quedábamos mamá, papá y yo encendiendo fuegos artificiales y cenando junto
a la abuela; era divertido, no lo negaré, pero no era lo mismo no ir de paseo con todos al día
siguiente. Uno se acostumbra a esas cosas, pero las extraña cuando dejan de suceder.
—Es cierto. Cuanto me gustaría volver a esos años.
—A mi igual. —Sonrió y bebió de su copa.
Bebí también y con mucho cuidado me levanté de mi lugar y me coloqué al lado de él.
Sentí el impulso de hacerlo. Me había parecido muy tierno todo lo que me estaba diciendo.
Coloqué mi cabeza sobre su hombro. Me miró y me sonrió.
No recordaba el hermoso color de ojos que tenía. En serio era muy lindo.
Nos miramos sin decir nada. Sonreímos como tontos. Entonces se acercó lentamente,
poco a poco, su corazón y el mío latían más fuerte. Se acercó más, un poco más… Yo me
acerqué, cerré los ojos y me dio un beso en los labios. Me besó y yo solo me pude dejar llevar.
Cerré los ojos y sentí como sus labios rosaban los míos, lentamente, dulcemente. Sus dedos
rosando mi mejilla con suavidad, su corazón el mío latiendo que casi podía oírse a través del
viento. En ese instante juro que todo a mi alrededor quedó en un limbo. Solo me dejé llevar por
ese beso, un beso tan tierno, tan apasionado que…
Creo que nunca me habían besado así.
Capítulo 11: Y ahora que
—¿Y qué paso? —me preguntó Soledad.
Hablábamos por teléfono esa noche.
Me encontraba cerca de la ventana que daba al jardín, mirando las luces de la calle.
—Pues nos quedamos ahí en el bote, sin decir nada.
—¿Solo eso? O sea… ¿No paso nada más?
—¿Qué querías que pasase? —pregunté.
—No. No me mal intérpretes. Me refiero a que no te dijo nada más.
—Pues no. Nos quedamos ahí, te juro que no sé cómo pasó el tiempo tan rápido. Yo te
juro que estaba en otro mundo, no me acababa de creer lo que pasó. Supongo que el igual.
Luego regresamos a la cabaña y solo sonreíamos como tontos. Me dijo que era hora de volver.
—¿Quieres decir que no tocaron el tema?
—No, para nada. ¿Qué le iba a decir?
—No lo sé.
—Pues nada.
—¿Nada? —repuso.
—¿Qué le iba a decir?
—Pues no se tu eres la que fue besada, Adriana.
—Lo sé. Fue hermoso te lo juro. Pero no sé, me sentí… Extraña. Nunca me habían
besado así. Te juro que fue… fue muy lindo.
—Eso ya me dijiste, pero él tiene esposa y es tu primo.
—Lo sé, lo sé, Soledad; pero en ese instante me importó muy poco. ¿Soy una perra por
eso, amiga?
—No, claro que no. Quizá una… Loca.
—Gracias… —respondí con sarcasmo.
Soledad sonó divertida del otro lado del celular.
Caminé en dirección a mi cama y me recosté de golpe. Dejándome caer.
—Cuando —continúe— volvimos en el camino me dijo que había sido una bella tarde.
Me dijo que hacía mucho que quería volver al lago y que estaba feliz.
—Y tu ¿qué le dijiste?
—Le sonreí y le dije que había sido una muy linda tarde. Le agradecí por llevarme y por
todo, me sonrió y continuó conduciendo en silencio. Pero no fue todo lo que pasó realmente,
Soledad.
—¿Entonces? —me preguntó—. ¿Qué paso después?
—Se estación frente a la casa. Me sonrió y me dijo: “Eres hermosa”, nos miramos
fijamente, me cogió el rostro y me volvió a besar en su auto.
—Mierda…
—Si. Fue igual de emocionante. Me sonrió, le sonreí algo sonrojada y me dijo que
bajemos, que le ayude a bajar las cosas.
—¿Nada más?
—Si. Bajamos la canasta, me acompaño a la puerta de la casa de mi tía y me dijo:
“¿Quieres ir a desayunar mañana?”, le dije que sí.
—Esto que me cuentas me sorprende mucho, Adriana.
—¿Y cómo crees que estoy yo? —le dije.
—No lo sé. ¿Excitada, caliente, húmeda?
—¡Soledad! Que cosas dices… —No negare que algo de eso había.
—Es que amiga… No sé qué decirte… él es tu primo, y está casado. ¿En que estabas
pensando?
—Te juro que en se momento, pues nada. Solo me dejé llevar.
—¿Y qué harás? ¿Qué crees que pasara? Esto no habla muy bien de Daniel.
Las palabras de soledad, aunque duras, eran muy ciertas. En cualquier otra circunstancia
lo que sucedió sería el sello inconfundible de una traición, de un hombre que no respetó a su
pareja, a la cual dice amar; en cualquier otra circunstancia yo no hubiera permitido que
sucediera, hubiera cerrado los labios, hubiera volteado el rostro; no me hubiera convertido en el
instrumento de su engaño, de su pasión prohibida, su traición; pero en este caso, no sé si haya
sido por que vi que la evitaba, o porque me sentía segura de sus sentimientos, o si me daba
igual, pero me dejé llevar y por más que el sentimiento de culpa se asomaba, teñida con un
sabor a vergüenza, no podía sentirme… Bien. Me sentía… Emocionada. Pero no interesaba lo
que yo pensara o sintiera, la realidad estaba rodeándome, la realidad estaba solo a un centímetro
más allá de mi nariz.
—No sé qué pensar, te repito —le dije a Soledad—. No creo que lo haya hecho por…
—¿Por caliente? ¿Por la emoción?
—No lo sé… Quizá sentimos lo mismo.
—¿Y qué? —me dijo.
Parpadeé en silencio.
—Tienes razón… No hay un y que… No en esta situación.
Me erguí y me senté en la orilla.
Di un fuerte suspiro y miré el libro que estaba al pie de mi cama.
—Tienes que evitar que vuelva a pasar algo así, amiga. En otras circunstancias diría que
es algo que puede pasar, normal; pero en esta situación y los recientes sucesos en tu vida… —
hizo una pausa.
—No estoy utilizando a Daniel —dije con seriedad—, soledad. Y tampoco el a mí. Solo
fue algo que se dio.
—Pues bueno, sé qué harás lo correcto, amiga. No quiero que te metas en líos o que
termines sufriendo o decepcionada.
—Tienes razón. No te preocupes, Soledad. Te prometo que estaré bien.
—Muy bien. ¿Hablamos mañana?
—Claro. Es tarde ya.
—¿Iras mañana a desayunar con él?
—Iremos a la cafetería la otra vez.
—Pues bueno, trata ahí de hablar con él.
—Eso haré.
—Te quiero amiga.
—Yo a ti. Gracias por preocuparte.
—Para eso estamos.
Cortó.
Esa noche no dormí lo suficiente, aún estaba muy emocionada. No podía evitar temblar
un poco al recordar aquel beso en el bote, en medio del lago. Pero a la vez las palabras de
Soledad pesaban, pues tenía mucha razón. Una parte mía quería negar lo evidente. Quería negar
que mi primo y yo habíamos hecho algo que no estaba bien. Había traicionado a su esposa y yo
estaba dejándome llevar por algo que no era correcto, era mi familia. Pero era de esos
sentimientos extraño que a veces están por encima de cualquier moralidad. Me sentía
emocionada. Y me interesaba poco lo que pudiera pasar. Quería verlo otra vez.
Antes de dormir me llegó un mensaje dé el deseándome buenas noches. Le respondí
igual. Luego me respondió diciéndome que tenía muchas ganas de que fuera mañana, le dije que
yo también. Me sentía como una tonta, como una niña tonta otra vez. No podía evitar sonreír a
leer y releer sus mensajes. Entonces me quede dormida.
Capítulo 12: Secretos
A la mañana siguiente desperté temprano.
Encontré un mensaje de él, ponía que lo viera en la cafetería a las ocho de la mañana.
Le preparé a mi tía su desayuno y hablamos unos minutos. Me preguntó que tal la había
pasado ayer en el lago, pues no le conté mucho cuando llegué el día anterior; le conté que la
había pasado muy bien, obviamente no le iba dar más detalles. “Se te nota algo nerviosa”, me
dijo.
La verdad es que si estaba algo nerviosa. Me costaba verla a la cara, y estaba algo torpe,
creo que en el fondo me sentía como si hubiera hecho alguna travesura, alguna mala acción.
Como cuando niña. Ya sabes, es como cuando sabes que hiciste algo a espaldas de tus padres,
algo que no está bien y que, aunque trates de ocultarlo, sientes que se ve en tu rostro la verdad.
Era una sensación horrible. Mi tía se dio cuenta.
Dios mío, mientras más lo pensaba más torpe me ponía.
—¿Nerviosa? No tía… —respondí—. ¿Por qué lo dices?
—Pues eso digo… ¿Estas bien?
—Si. —Intenté sonreír—. Es solo que quede en ir a desayunar con Daniel. Creo que
voy tarde.
—¡Uy! Pues ve, no te preocupes, deja esas galletas aquí, hija. Me hubieras dicho.
—No. No te preocupes, tía. La cafetería está aquí cerca. Pero no quiero hacerlo esperar.
Aún era temprano, pero no quería que mi tía siguiera preguntándome sobre ayer.
Mientras más estaba ahí más me sentía avergonzada. Era como si mi tía me juzgara, aunque no
lo hacía, pues no tenía idea de lo sucedido. Me sentía como si le hubiera fallado. Se que era
tonto pensar eso, pero me sentía así. Jamás pensé que podría sentirme de esta manera.
Le dejé sus galletas y le subí un termo con agua tibia y el café. Me despedí y salí en
dirección a la cafetería. Le prometí traerle los pastelillos que le gustan.
Esa mañana mientras caminaba por la calle comencé a sentir un poco de remordimiento.
Me sentía por una parte nerviosa, por verlo; pero, por otra parte, sentía como si estuviera
haciendo algo malo. ¿Debí acaso decirle que no vuelva a hacerlo? ¿Acaso tendría que haberle
dicho que éramos primos y que él es un hombre casado? ¿Tenía que disfrutarlo tanto? No sabía
responderme. Mientras caminaba sentía emoción por llegar y encontrarlo. Ver su rostro bonito,
sus ojos tiernos. Sus labios… No. No. No podía pensar eso, no podía pasar otra vez.
Aunque si soy sincera, tenía muchas ganas de que me bese otra vez.
Cuando llegué a la cafetería él ya estaba ahí, donde la otra vez, en la misma mesita. Me
vio entrar y me hizo una señal con la mano, siempre sonriente él. Le sonreí y me acerqué
lentamente. Me recibió de pie y con un beso en la mejilla, por un instante se me paró el corazón.
Sobre la mesa había un folder que arrimó a un lado.
—¿Ordenamos? —me dijo.
—Claro.
Daniel le hizo una señal a la chica que atendía y tomó nuestras órdenes. En esta ocasión
pedí un café cargado y el igual. Sin nada más, solo las bebidas. Me preguntó que tal había
dormido y por mi tía. Le dije que había dormido bien, y que le dije a mi tía que le llevaría unos
pastelillos.
—¿Qué hay en esos papeles? —le pregunté.
—Son unos documentos que debo dejarle a un abogado. ¿Me acompañas luego de
desayunar? —preguntó—. No es muy lejos de aquí. En el municipio.
—Claro, no hay problema. ¿Estás haciendo algún trámite?
—Si. Ya lleva un tiempo, y solo hace unos días me decidí fírmalos. —Sonrió.
Asentí.
Tenía ganas de decirle sobre el beso, pero había mucha gente y él era conocido por ahí.
Mucha gente lo saludaba al pasar. No quería ser indiscreta, pero como me dijo Soledad, tenía
que hablar con él.
Durante el desayuno me dijo que había estado leyendo el libro que le recomendé y que
le había gustado mucho. Trataba de leer algunas hojas cada noche antes de dormir, me dijo que
le hacía pensar en mi cuando lo leía. Me sentí rara. Yo ya estaba por la mitad del libro que me
regaló, y la verdad también pensaba mucho en el mientras lo leía. Incluso más de dos veces
seguidas, cada noche, he soñado con él.
Terminamos de desayunar y pedimos los pastelillos para mi tía. Me dijo que lo
dejáramos en casa de ella y de ahí partamos al ayuntamiento. De paso aprovechó para saludar a
su mamá. Estuvo ahí un buen rato, yo me quede en el primer piso esperando. No podía dejar de
pensar en cómo tocar el tema. No quería hacerlo pensar que me había desagradado, pero
tampoco quería decirle que me había encantado. Que dolor de cabeza.
Bajó al rato y salimos.
El ayuntamiento estaba a unas tres cuadras de la plaza, hacia el norte, era un edificio
grande frente a un parque, en toda una esquina. Me explicó. Tendríamos unos minutos para
poder conversar. Me dijo que podríamos ir en taxi, pero le dije que no, que prefería caminar.
—Me agrada que te guste ir a pie —me dijo mientras recorríamos la calle—. Me gusta
caminar también.
—En la ciudad normalmente voy en taxi de aquí para allá. No es posible dar un largo
paso. Son las calles. No es que sea una ciudad peligrosa.
—Tengo entendido que Catalina Central es una ciudad muy tranquila y muy grande. He
ido unas veces, pero nunca la he recorrido del todo. Desde la casa de mi suegra no se ve tan
grande —me explicó.
—Quizá la siguiente ves que vayas podríamos dar un paseo por el centro de la ciudad.
No es tan bonita como la plaza de Santa Laura, pero hay mucho que ver. Hay bonitos parques,
muy grandes. Y muchas tiendas.
—Muy bien, la siguiente que vaya te llamaré, podríamos ir a cenar, no lo sé. —Me
sonrió.
Le sonreí también y continuamos caminando.
No encontraba el instante correcto para tocar el tema. Tendría que ser directa si quería
abordar el tema de una buena vez. No podía simplemente hacer como si no hubiera pasado.
Inhale profundo y exhale.
—Daniel —le dije.
—Dime, Adri. ¿Qué pasó? —respondió.
Solo sonreí como tonta. No me salieron las palabras. El me miró y me sonrió. Me rodeó
con su brazo, por detrás de mi cuello y me acercó a él. Me puse nerviosa, solo me dejé llevar,
pegándome a él.
Me miró y me dijo:
—Estás rara, Adri. ¿Todo bien?
Se detuvo y me detuvo. Me miró y esquivé la mirada. Me cogió del rostro con
delicadeza, con la mano que tenía libre, en la otra traía los documentos.
—¿Es sobre —continuó— lo que sucedió ayer? — me dijo.
Volví la mirada a él y asentí.
—Me gustaría decirte que lo lamento, Adriana. Pero te estaría mintiendo —me dijo.
—¿Qué?
—Que no te diré que lo siento, que no lo lamento —me sonrió—. ¿Tú crees que estuvo
mal?
No supe que decir. No super que hacer. Me encogí de hombros.
—Yo… No se… No sé qué decir, Daniel.
Me sonrió y acarició mi rostro.
—Pues hice lo que sentí en ese momento, Adriana. No me arrepiento. Pero si te hice
sentir mal, o que piensas que fue…
—No —le dije—. No. No te disculpes, no es así… Yo solo estoy algo confundida. Es
todo. No es que me hayas hecho sentir mal… Claro que no.
—Me alegra que no te sientas así. No te diré que no me sentí un poco preocupado de
como reaccionarias. Pero quiero que sepas que no pasará otra vez. —me dijo con seriedad—.
Fue una reacción, fue… un impulso, pero sé muy bien que no debí hacerlo; pero no lo lamento,
porque fue lo que sentí.
Me sonrojé. Él me sonrió.
—No lo lamento tampoco —respondí—. Solo que —sonreí— fue algo… Algo que no
esperaba y pues…
—No digas más —me dijo—. No pasará otra vez.
Si no me interrumpía, juro que iba a decirle que me había gustado. Agradecí al cielo que
me interrumpiera, porque hubiera sentido como una tonta.
Me guiño un ojo y me besé en la frente.
—Ya estamos cerca, solo unas calles más —me dijo y continuamos.
Nos detuvimos en el edificio del ayuntamiento algunos minutos después.
Ojeó los documentos y me miró.
—¿Me quieres esperar unos minutos? Puedes sentarte en las bancas del parque. —
Señaló con la mano—. Salgo en unos minutos. Te explico saliendo —me sonrió y me acarició la
mejilla.
Le sonreí y crucé la calle. El ingresó al edificio.
Me senté en una banca del parque justo al frente del ayuntamiento.
Cogí mi celular y me puse a revisar mis mensajes con él para entretenerme, pues no
sabía cuándo tardaría en volver. Entonces entró una llamada. Era un número que desconocía.
Respondí de todas maneras, pues pensé que podría ser una emergencia.
—Hola… —respondí.
—¿Adriana? —dijeron. Me costó reconocer la voz en ese momento.
—¿Quién es? —pregunté.
—Soy yo, Kevin.
—Kevin… Hola… Cuanto tiempo…
—Si. Mucho tiempo. ¿Cómo estás?
Kevin era la pareja de la mujer con la que me engañó Andrés. Él y yo nos habíamos
hecho amigos poco después de enterarnos de lo que pasó entre nuestras parejas. Bueno, a decir
verdad, pasó algo más que solo una amistad, pero luego nos distanciamos y no había sabido
nada de él desde entonces. ¿Por qué me llamaba ahora?
—Si, han sido como… ocho meses creo. ¿Cómo estás?
—Bien, muy bien. He estado fuera de Catalina. Me fui a Valladares, me salió una buena
oportunidad laboral ahí. Este número es nuevo, mi anterior número no existe más. Estuve
pasando mis contactos y me acorde de ti. Quise llamar para saludarte. Saber cómo estás…
—Pues bien, he estado… Bien.
—¿Quieres ir a beber algo? ¿Cenar? No se…
—Me encantaría, pero no estoy en Catalina tampoco.
—¿Ah sí?
—Si. Estoy en Santa Laura, en Pinedo.
—Pinedo, en provincia. Asu…
—Si. Vine para cuidar a mi tía, está un poco mal.
—Entiendo. Pucha, quería verte.
Sonreí.
—Me gustaría verte también. ¿Hasta cuándo estarás en Catalina?
—Ya me quedaré aquí. Termine mi trabajo en Valladares, haré negocios aquí en la
ciudad. ¿Recuerdas que te conté?
—Si. Claro que recuerdo. Qué bueno. Pues mira, yo vuelvo en una semana a Catalina.
Quizá ahí nos podamos ver. ¿Qué dices?
—¡Fantástico! —respondió—. Estaré esperando que vuelvas. Por cierto, ¿te enteraste?
—¿De qué?
—Del matrimonio pues… ¿No me digas que no sabias? Diablos…
—Ah… Eso. Tranquilo. Si me enteré.
—A mí me lo dijeron unos amigos, pero no les pedí más información. La verdad me
dejó de interesar hace mucho. Supongo que también tú estás en otras cosas ya.
—Si… —No le iba a decir que hace poco tuve una crisis, evidentemente. Parecía no
estar enterado de las últimas novedades entorno al matrimonio, no quise decirle nada más, no
era ya de mi incumbencia—. Pero ya no importa. Estamos en otra etapa de nuestras vidas,
¿verdad?
—Exacto. Bueno. Me alegra mucho saber de ti. Adrianita, te veré en una semana
entonces. ¿Verdad?
—Si. Te veo en una semana, cuando llegue a Catalina te llamaré.
—Genial, te espero. Un besote y cuídate mucho.
—Igualmente, Kevin.
Cortamos.
Me había sorprendido su llamada. Agendé su número.
¿Qué puedo decir de Kevin? Él y yo teníamos muchas cosas en común. Comenzando
por que a los dos nos vieron las caras de idiotas, las dos mismas personas. A él su pareja lo
engañó durante varios años; no tantos como a mí, pues ella y el solo llegaron a los dos año y
medio de relación. Yo lo encontré a él en el internet, revisaba mucho las redes de ella poco
después de que Andrés se fue, en esos tiempos estaba muy mal. No fue difícil encontrar a quien
fue su ex pareja, alguna foto que no borró fue la pista.
Tardó algunos días en responderme, pero finalmente me escribió. Le dije quién era, se
sorprendió de que le hablara, lo dejó claro, pero al final aceptó conversar conmigo. Al comienzo
solo hablábamos por mensajes de texto y alguna que otra llamada. Pero cuando tuvimos la
oportunidad de reunirnos para conversar en persona no lo pensé. En aquellos tiempos me había
alejado de muchas de mis amigas, incluso de Soledad, quien siempre me repetía que estaba
siendo una tonta en querer seguir escarbando en lo que pasó. Pero yo no entendía, yo solo quería
saberlo todo, que alguien me dijera porque ella era mejor que yo.
Él me contó muchas cosas de ella: como era, que le gustaba, como era como pareja, me
contó muchas cosas. Me contó cómo se conocieron, como se enamoraron y como las cosas se
fueron volviendo extrañas con ella hasta que simplemente lo dejó y le dijo en su cara lo que
había estado haciendo con mi entonces pareja desde hace muchos meses. Ella fue mucho más
dura de lo que yo había pensado al decirle la verdad a su pareja. Me sentí identificada con él y
con lo que había sentido, aunque el parecía conllevarlo mejor. Habían pasado ya tres o cuatro
meses de lo sucedido, yo seguía en mi etapa desquiciada.
Recuerdo que cada vez que me sentía deprimida, desesperada, llena de ira, me era fácil
escribirle a él. Me decía ven a mi apartamento, vamos a conversar. Yo iba y nos quedábamos
horas desahogándonos, hablando mierda y media de ellos. Yo le contaba las cosas que iba
descubriendo, indagando por internet, comunicándome con familiares de ella incluso, vaya que
estaba desquiciada. Mas de una vez me gané que me llamaran psicópata. Él era el único que más
o menos me entendía. Soledad solo me criticaba, pero era por mi bien.
Con el tiempo el me comenzó a llamar más seguido, a preguntar cómo estaba, me
invitaba a su apartamento a beber un trago cuando se sentía deprimido o cuando lo estaba yo,
algunas veces nos quedábamos horas hablando por teléfono, yo entre lágrimas contándole mis
cosas, mis sentimientos, él contándome su frustración con lo sucedido, sus deseos de buscarlos
y decirles tantas cosas.
Pronto solo me sentía bien cuando hablaba con él. El supero esa ruptura antes que yo,
me di cuenta porque cada vez él hablaba menos de ella. Casi siempre era yo la que los traía a las
conversaciones. Habremos estado ene se plan alrededor de dos meses, aproximadamente.
Recuerdo que un día los vi en el centro, cuando estaba comprando unas cosas, los vi paseando
en el centro comercial. Los seguí, quería hacerles un espectáculo, tiré las cosas que había
comprado y les grité desde donde estaba, no sé si me escucharon en realidad. Se fueron en un
taxi, muy felices y muy enamorados, eso me destrozó. Llamé a Kevin, desesperada. Hubiera
sido capaz de cualquier cosa en se momento.
Me dijo que lo esperara en el centro comercial. Llegó en su auto, lo más rápido que
pudo. Me contuvo, pues estaba muy loca, desesperada, fuera de mí, lloraba como una
desgraciada. Fuimos a su apartamento, no quería volver al mío. Le dije que quería beber, al
comienzo se negó, pero insistí; finalmente trajo una botella de whisky y comenzamos a beber.
Solo podía pensar en esos dos malditos, quería vengarme. Quería hacerles daño. No sé en qué
momento pensé que acostarme con Kevin sería la venganza perfecta.
Entonces lo hicimos. El no quiso, soy sincera, él se negó. No estaba tan ebria todavía,
como para no acordarme. Finalmente utilizando mis trucos de mujer lo pude convencer. Esa
tarde nos acabamos esa botella de Whisky y tiramos como dos animales salvajes. Lo disfruté
como una fiera, como una loca. En mi mente eso era mi venganza. En mi mente nada más, pues
la verdad al día siguiente cuando me desperté, apestando a alcohol, con sabor a vomito en los
labios y necesitando otro pantalón, no me sentí nada orgullosa de mí.
Kevin y yo no nos volvimos a ver después de ese día. Me escribió unas veces,
saludándome, preguntándome como estaba, pero no nos vimos más. Creo que después de ese
día comencé a darme cuenta de que si seguía así me convertiría realmente en una demente.
Como tanto me habían llamado ya. Le conté todo lo sucedido a Soledad, me dijo mi vida entera.
Pero trató de entenderme y siempre estivo a mi lado.
No tengo nada malo, en realidad, que decir sobre Kevin. Siempre me pareció un
muchacho agradable, lo conocí en el peor momento de mi vida, bueno de ambos, y pues algo
aprendimos de los dos. Creo que tan mal recuerdo de mí no debe tener. Aunque verlo
nuevamente sin duda me causara mucha vergüenza.
Debo aceptar también que, si esperaba que me llamara, y no lo sé, seguir viéndonos.
Pero fue lo mejor. No hubiera salido nada bueno de aquello, después de todo aun estábamos
muy mal en esos tiempos. A pesar de que parece ser muy maduro, más maduro que yo por lo
menos, estoy segura que pensó en mi en ese instante. Pero ahora que ha pasado el tiempo, es
comprensible que desee retomar la amistad, si es que hubo alguna, él está mejor y yo pues… No
lo sé, ya no creo ser tan estúpida como antes. Ya no me duele tanto pensar en Andrés. Aparte,
tengo muchas otras cosas en las que pensar ahora.
Mi primo salió varios minutos después.
No se le veía muy animado.
Cruzó la calle y se sentó a mi lado. Trató de forzar una sonrisa, pero era evidente que no
estaba bien.
—¿Pasó algo? —le pregunté preocupada.
No me dijo nada. Solo me miró y me sonrió.
—¿Podemos ir a otro lugar? ¿Vamos a caminar por ahí? Quisiera contarte algo —me
dijo.
Creo que fue de las pocas veces que lo veía serio.
Asentí y nos fuimos de ahí.
Nos dirigimos al parque de San Fermín, estaba detrás del convento, a orillas del rio
Cillcen, un rio que pasa cerca del pueblo. Recuerdo que habíamos ido algunas veces de niños.
Esta vez fui yo quien lo guio, pues recordaba que no estaba lejos. Caminamos por el lugar casi
en silencio. No me dijo nada, estaba pensativo. Me cogí de su brazo y así anduvimos por el
parque y hasta el pequeño puente que lleva del parque hasta el bosquecillo de álamos. Nos
detuvimos en medio del puente. Se recostó sobre el borde, mirando al rio.
Me quedé a su lado, en silencio. Estaba muy extraño, no quería molestarlo o ser
indiscreta. Espere a que el me dijera que sucedía.
Finalmente habló.
—Me contaste que habías pensado en casarte. —Asentí—. Todas las mujeres tienen se
sueño; pero algunos hombres también. Yo cuando me casé fue un día muy feliz. No estuviste
ahí, y no te lo reprocho. Pero a lo que voy es que de verdad fue un día muy especial—sonrió,
pero con ojos tristes—. Ese día pensé que se había cumplido uno de mis sueños. Es decir,
siempre pensé en encontrar a una buena mujer, una que mamá quisiera, una que conociera a
papá, una que soñara conmigo y a la que todos miraran y envidiara. Cecilia se convirtió en esa
mujer —me dijo.
—Lo sé. Se nota que… Son una buena pareja —le dije.
—Cuando conocí a Cecilia yo acababa de salir de una relación. Eso creo que te había
comentado. Una relación en la cual no la pase muy bien. Es decir, fui muy tonto. Me enamore
demasiado, se podría decir; entregue todo, día y noche. Duramos juntos cerca de cuatro años, a
pesar de que mamá nunca estuvo de acuerdo, menos papá.
—¿Por qué razón? —pregunté.
—Pues no lo sé, creo que ellos veían algo que yo no. No podría decirte, pero ellos
tenían razón. Ella terminó engañándome con un amigo mío. ¿Crees? Los encontré en el
departamento que alquilábamos.
—Que estúpida…
—Mas estúpido fui yo. Me dijo que solo había sido un beso y en esa ocasión. Que no
había pasado nunca más, que ella me amaba y esas cosas que dices cuando no quieres perder a
alguien, más aún cuando te pagaba el apartamento y te compraba todo lo que le pedias.
Finalmente, pues la perdoné —sonrió avergonzado—. Si, estaba yo muy enamorado. Me lloró,
yo lloré, me dijo que jamás pasaría, que se sentía culpable, hizo todo un show. La perdone y
continuamos, pero desde ese día todo me parecía dudoso, me ponía celoso de todo, me sentía
muy inseguro. Llegamos incluso a la violencia. No me siento orgulloso de eso, pero alguna vez
la empujé y se cayó, cuando le reclamaba.
—Dios mío…
—Si. no me siento nada orgulloso en serio. Pero nunca fue mi intención. Siempre
peleábamos y volvíamos, terminábamos llorando los dos. Fue una relación toxica, como está de
moda decir.
—¿Y qué pasó con ella? —pregunté— ¿Cómo terminaron?
—Pues una vez llegué al apartamento y encontré bajo mi cama una billetera que no era
mía. Me di cuenta que había dejado entrar a alguien y que me estaba engañando otra vez. Lo
peor fue que era la billetera del mismo amigo.
—¿Qué paso en ese momento?
—La esperé, quería que me explicara. Y cuando llegó pues me dio la explicación más
estúpida que se le pudo ocurrir. No le creí nada. La encaré y le dije que se largara, que no podía
estar más con ella. Y me dijo toda la verdad. Me dijo que efectivamente me estaba engañando
con él y que ya no me amaba, que era yo un imbécil, que todos me veían la cara que sentía asco
de verme la cara y muchas cosas más.
Me dio mucha pena escuchar esas cosas, mucha rabia también. Coloqué mi mano en la
espalda de Daniel y le di unas suaves caricias como forma de consuelo. No entendía por qué me
contaba esto, solo sabía que él no estaba bien.
Continuó.
—Ella se fue, no la volví a ver. A pesar de que algunos días después no sabes como la
extrañé. Bebía, no dormía, me deprimí. Papá se dio cuenta de eso y me busco en mi
apartamento; conversamos, fue la primera vez desde que tenía ocho años que papá me dio una
bofetada y me dijo que me comportara como hombre. Fue lo que necesitaba, creo. Hablamos
como dos hombres ese día, no como padre e hijo. Fue la última vez que hablamos así, nos
tomamos un vino y me dijo que me dejara de estupideces. Me dijo que no iba a irme al diablo
por una mujerzuela. Luego de ese día, decidí olvidarme de ella. Dejé de pagar el departamento,
regresé a casa y comencé a trabajar con papá tiempo completo.
—Qué bueno. El tío siempre era muy bueno dando consejos.
—Luego de eso estuve solo varios años. Me recupere. Salí con algunas chicas, pero
nada serio. No me sentía con ganas de adentrarme en una relación, aparte pues aún me sentía
algo inseguro. Pero no había perdido el sueño de algún día encontrar a una buena mujer. Creo
que es una moñada —sonrió—, pero bueno.
—Es lindo que pienses así, Daniel.
Me sonrió y acarició mi rostro otra vez. Continuo con su narración.
—Pasaron varios años y conoció a Cecilia. Te conté como la conocí, fue una casualidad.
Una completa causalidad de la vida. Una que terminó en un matrimonio, Adriana.
Cuando no me llamó Adri supe que era muy serio lo que trataba de decirme.
—Lo sé… se casaron. ¿Por qué me cuentas esto, Daniel? —le pregunté.
—Porque han sido varios años de matrimonio con Cecilia. La he amado, me ha amado,
mis padres la aman, ella ama a mis padres. Mi padre antes de morir nos deseó muchos años de
felicidad, muchos hijos, mi madre pregunta más por ella que por mi hermana; pero el amor entre
nosotros se ha acabado, Adriana. —No podía creer lo que me estaba contando—. El amor entre
nosotros acabó hace mucho. Y esos papeles que me has visto llevar de aquí allá, eran los
papeles del divorcio. Los firmé ayer en la noche.
—No puedo creer lo que me dices… La vi en casa hace unos días, estaba de lo más
normal. Incluso dijo que….
—Es toda una pantomima —interrumpió—, es por mamá. Le rompería el corazón saber
que me voy a divorciar. Le dije a Cecilia que no le diga aún. Le diré yo.
—Pero… Me cuesta creerlo, en serio.
Daniel sonrió, con ojos tristes. Sabía que me diría algo más.
—Eso no es todo. Me entere hace poco, de sus propias palabras, que está enamorada de
alguien más. Que ha estado conociendo a alguien desde hace muchos meses, cuando la relación
se comenzó a enfriar. Y que cuando firmara los papeles, ella se iría de regreso a la ciudad y que
comenzaría una relación con él. Me dijo que lo amaba.
—Dios… ¿Te estuvo…? ¿Ella…? —No fui capaz de pronunciar la palabra engaño. Era
muy fuerte decirlo en ese momento.
Daniel se encogió de hombros.
—No sé qué pensar. Ella me ha jurado que no. Pero ha ido a la ciudad muchas más
veces que yo en estos años. Y si te soy sincero, el amor se le acabó a ella. Porque a mí esto —
unas lágrimas cayeron de sus ojos, mientras su vos se quebraba— me está doliendo como no te
lo imaginas, Adri.
Solo pude abrazarlo. Pegarme a su cuerpo y apretarlo fuertemente entre mis brazos.
Claro que lo entendía. Lo entendía perfectamente. Ese dolor que se siente en el interior, que no
puedes calmar, que no puedes quitarte, que arde hasta herirte, que te quita el sueño, el hambre,
la calma. Claro que te entiendo, Daniel. Claro que te entiendo. Y me duele mucho que lo estés
viviendo en estos momentos.
Me quedé ahí abrazándolo, acariciándolo mientras desahogaba su dolor. Juro que jamás
había sentido a Daniel tan quebrado y tan frágil. En el fondo quería quebrarme, pero no. Tenía
que ser fuerte y estar a su lado.
—Todo estará bien —le dije—. Eres un buen hombre.
Acaricie su rostro y me acerque lentamente.
Me miró, me acerqué más.
—Adri… —me susurró.
—Daniel…
Mi frente rosó la suya, cerramos los ojos, podía escuchar sus latidos, su respiración
agitada. Me dejé llevar por lo que sentía, no me importó nada. Lo besé. Nos entregamos en un
dulce rose de labios. Nos besamos, nos abrazamos. Y nos quedamos entrelazados, sentía su
cabeza en mi hombro y sus latidos fuertes en mi pecho.
—Gracias por estar aquí —susurró.
Yo solo me quedé en silencio y lo presioné fuerte contra mí.
Capítulo 13: Cara a cara
Decidimos ir a caminar por el bosquecillo.
Respirar un poco de aire fresco siempre le hacía pensar mejor, decía el. Le relajaba el
sonido de las hojas de los árboles y de la naturaleza, las aves, el viendo.
Caminamos lentamente, no le dije nada para que pudiera pensar y tranquilizarse.
Entendía que estaba pasando un mal momento y lo difícil que debe ser para él. Me ponía a
pensar que hubiera pasado conmigo si me sucedía algo así, es decir fracasar en un matrimonio,
por una traición; yo me salvé de eso por un pelo, el sin embargo lo estaba viviendo en carne
propia. Imaginaba lo que debía sentir, explicarle esto a los familiares, el alejamiento, la
vergüenza, la tristeza los recuerdos.
Me enganche de su brazo y caminamos pro el sendero lentamente, no muy lejos de la
orilla del río. El me miraba de vez en cuando y acercaba su cabeza a la mía y me sonreía con
ternura. Parecía el muchachito de antes, aunque ya no lo éramos, no éramos más esos niños de
hacía muchos años.
—No le vayas a decir nada a mamá —me dijo—. Voy a buscar la manera de decírselo
cuando se recupere, no quiero que se sienta mal o se preocupe mientras esta en cama.
—No te preocupes —respondí—, no le diré nada. ¿Cuándo se ira Cecilia? Tendrás que
decirle algo a tu mamá; ella suele venir algunas veces en la semana.
—Me dijo que ni bien salían los papeles del divorcio ella se iría a la ciudad. Ya
entregué los papeles, asumo que su abogada la notificará más tarde y seguro el lunes se estará
yendo; o quizá se vaya mañana, no quiere más estar en casa.
—¿Entonces sigue en tu casa?
—Si. Yo me quedaba en el mueble. Le dejé la habitación a ella.
—¿No se quedará con algo? —pregunté—. Es decir, estaban casados.
—No. Ella dejó claro con su abogada que no quería absolutamente nada de mí.
—Bueno… Eso creo que es positivo, dentro de todo.
Mi primo se encogió de hombros.
—Supongo que si quiere comenzar de nuevo con alguien es mejor que nada la ate a mí,
ni niños ni dinero, ni propiedades. Es como un tremendo “no te necesito para nada”, ¿no crees?
—No lo veas así. Es un gesto que no muchas mujeres harían. Si lo que me dijo mi tía es
cierto, la vitivinícola es una empresa muy prospera. Pero bueno. Ya olvida eso. Ya está hecho.
—Tienes razón.
Se detuvo cerca al rio y me miró a los ojos, me regaló una sonrisa.
—Gracias por estar conmigo en estos momentos difíciles, Adri. —Me dijo.
—No agradezcas. Es lo menos que puedo hacer.
Me sonrió y me dio un fuerte abrazo.
Nos quedamos un rato ahí, lanzando piedras como cuando éramos niños.
Volvimos y cruzamos el puente.
Ahí en el parque mientras caminábamos una niña que vendía flores se nos acercó. Cogió
un ramito de rosas y se lo acercó a Daniel, quien lo recibió.
—Para que le regale a su novia —le dijo la pequeña niña.
Él y yo nos miramos y sonreímos. El me entregó las rosas y le dio un billete a la niña
que se fue corriendo muy contenta en busca de otra pareja. Me sentí alagada con ese gesto.
Continuamos paseando un poco más por el parque y llegamos al paradero. Me dijo que tenía
que ir a trabajar.
—¿Estás seguro? —le pregunté.
—Si —respondió—. Tengo algunas cosas allá. Hay mucho trabajo y no quiero que se
retrase. Parece mentira, pero si te descuidas un día algo sucede —sonrió y me tomó de las
manos—. Voy a embarcarte en un taxi a casa de mamá, yo me iré caminando a casa, ahí está mi
auto.
—Puedo ir caminando desde aquí —le dije.
—No. Claro que no, está un poco lejos. Te iras en taxi, me sentiré más tranquilo así, no
es que aquí sea peligroso, pero dame ese gusto.
—De acuerdo. Gracias. —Le sonreí—. ¿Cuándo te veo? —pregunté.
Me sonrió.
—Mañana domingo no trabajamos en la fábrica. ¿Quieres ir a que te dé un recorrido?
—Sería fantástico —respondí—. Ya no recuerdo la última vez que fui.
—Perfecto. Entonces mañana te llevaré. Te busco en la tarde, ¿te parece?
—Claro, te esperare.
Nos quedamos en el paradero unos minutos, hablamos un poco de cualquier cosa y
detuvo un taxi, me abrió la puerta.
—Ve con cuidado. —Me dijo y me abrazó con fuerza—. Muchas gracias, Adri —me
dijo y me sonrió—. Me hace muy bien estar contigo.
Me miró fijamente y me sonrió. Juro que pensé que me besaría, quería que lo hiciera,
pero no fue así. Me dio un beso en la mejilla y me ayudó a subir a la parte trasera del taxi. Le
indicó al taxista la dirección y se despidió de mi nuevamente, acariciando mi mano.
Lo vi desde el auto quedarse ahí en el paradero mientras me alejaba. Seguía blandiendo
el brazo, despidiéndose. Cuando estuve a suficiente distancia comenzó a caminar en la otra
dirección. Durante el camino a casa de mi tía juguetee con la rosa entre mis dedos, pensaba en
lo que me había contado Daniel, me sentía un poco triste por él, me daba mucha pena que
pasara por estas cosas, aunque me animaba saber que estar a su lado lo ayudaba, aunque sea un
poco. Era irónico, al comienzo pensé que él me estaba ayudando a mí, no que yo lo ayudaba a él
también a sentirse un poco mejor.
Cuando llegué a casa de mi tía y entré escuché una voz con ella. Era la voz de Cecilia,
la había reconocido. Subí y haciendo gala de la mayor hipocresía la saludé amablemente y
sonriente. Mi tía me preguntó que tal estuvo el paseo y le respondí que muy divertido. Cecilia
sonrió y me preguntó por Daniel.
—Se fue a la vitivinícola —respondí—, tiene trabajo. Quizá vuelva más tarde.
Asintió y sonrió.
—¿Te quedaras a almorzar, hija? —le preguntó mi tía a Cecilia.
—No. Solo vine a saludarle un momento. Tengo algunas cosas que hacer —le dijo.
—Es una pena —agregué—. De todas maneras, recién comenzaré a cocinar. ¿Quieres
algo ene especial tía? —pregunté.
—No es necesario, hijita. Cecilia trajo comida para nosotras.
—Si, prima —terció ella—. Preparé lomo de pato y quise traerles. Esta en la cocina.
—Muchas gracias, prima. Iré a calentarlo, es hora de que almuerces, tía.
—Gracias, hijita. De verdad estas ayudándome muchísimo, es un ángel mi sobrinita.
Cecilia sonrió.
Yo asentí y me dirigí al primer piso.
Escuché a Cecilia despedirse y bajar las escaleras, algunos cuantos minutos después que
bajé, yo me encontraba en la cocina, servía un plato para mi tía; ella se me acercó por el pasillo.
—Hasta luego, prima —me dijo muy sonriente.
—Hasta luego —respondí.
Se dio media vuelta y se iba por el pasillo cuando no me pude aguantar, en serio no
pude. Tenía que sacármelo del interior.
—¿Por qué le hiciste esto? —pregunté.
Cecilia se detuvo y volvió sobre sus talones, con expresión de confusión, en ceño
fruncido. Sonrió y me dijo:
—¿El lomo?
—No me refiero a la comida —dije en voz baja. No quería que mi tía oyera.
—¿Entonces? Creo que no entiendo, Adriana —me dijo, con seriedad.
—Me refiero a Daniel.
Cecilia arqueó las cejas, si entendía; pero le sorprendió. Miró hacia el techo unos
instantes, le preocupaba que escuchara mi tía también. Asintió lentamente.
—Ya te contó… No me sorprende —dijo manteniendo la voz baja.
—Me contó. Exacto. ¿Por qué? ¿Por qué hacerle eso a él? —reitere la pregunta.
—¿Por qué debería yo darte explicaciones a ti? Te conozco hace unos días.
—Porque es mi primo. Lo quiero y no me gusta que le hagan daño. ¿Qué te parece?
—Me parece que eres una metiche. Una muy, pero muy metiche jovencita. Esto es algo
que nos compete completamente a él y a mí; si te contó fue por que confiaba en ti, no para que
fueras por ahí hablando de eso.
—Te lo estoy diciendo a ti en tu cara, no le digo a nadie más.
—Y así espero que mantengas tu boca, cerrada. Mi suegra… La mamá de Daniel no
debe saber nada.
—Lo sé muy bien. Solo te hice una pregunta.
—¿Qué es difícil de entender, niña?
—No soy una niña.
Se acercó unos pasos hacia mí.
—Pues entonces compórtate como una mujer. Comprende que a veces el amor se acaba.
¿Qué nunca te ha pasado? No todo es para siempre. No soy una niña estúpida, tengo 31 años, he
vivido posiblemente más cosas que tú. He vivido un matrimonio, muy bonito en su momento,
pero que se acabó, y listo. Se que Daniel no lo ha tomado bien, y solo estoy esperando que firme
los papeles para poder irme y ser feliz. ¿Tiene algo de malo? Yo no lo he engañado. Preferí
decirle la verdad, preferí alejarme de él antes de dejarme llevar por lo que siento.
—Pues él está sufriendo mucho. Tú, sin embargo, te ves muy feliz.
—Tú no sabes nada. No es fácil para mí tampoco.
—¿Me dirás que no tienes alguien esperándote ya? —espeté.
—¿Eso es lo que más le duele, ¿no? Que haya encontrado a alguien que si se preocupa
por mí. Que me da tiempo, atención. Tu primo puede ser muy bueno, pero también es un tonto a
veces. Antes de que todo esto pasara ya la relación estaba enfriándose. No sé qué haya pensado
él, pero yo no fui feliz con él estos últimos años. Desde la muerte de su padre se dedicó casi
exclusivamente a trabajar. Se olvidó que tenía esposa. Este matrimonio no fue lo que por un
momento soñamos. Y ya no te diré más. No te incumbe.
—Di lo que quieras, yo sé muy bien que estas engañándolo.
—¿Y de ser así que? Yo soy una mujer hermosa, una mujer joven. Tengo derecho a que
un hombre de verdad me haga sentir como una mujer querida, amada… No un tonto que
romántico que se le olvida la pasión, que se le olvida que se necesita más que una flor de vez en
cuando. Un hombre de verdad. ¿Sabes qué es eso? Lo dudo mucho —me miró de abajo arriba la
muy maldita.
—Eres una zorra —le dije, tratando de mantener la voz baja.
Ella me sonrió, y bufó.
—Di lo que quieras, pequeña idiota. Y puedes decirle a tu primo lo que quieras, la
verdad me interesa muy poco. Solo estoy esperando que firme el divorcio y así poder largarme
de este pueblo y no verle la cara nunca más. —Regresó unos pasos para atrás.
—¿Cómo puedes ser tan… Desgraciada? ¿No te queda nada de amor verdad?
—El amor no es suficiente a veces. Cuando madures te darás cuenta.
—Jamás entenderé que alguien engañe a otra, que lo haga sufrir, eso no lo poder
entender.
—Pues prepárate para sufrir mucho en tu vida —me dijo.
—Ya he pasado por eso —respondí—. Por eso te puedo decir que lo que le haces a
Daniel es terrible. No sabes lo que se siente.
—Piensa lo que desees. Tú no sabes nada. Solo hablas… Porque estas de lado de él,
pero las cosas son diferentes desde mi perspectiva. No niego que es muy bueno, por eso es que
no le pediré una sola moneda, ni casa, ni nada. No lo voy a necesitar. Haz algo bueno por él,
convéncelo de que firme los papeles. Porque con o sin divorcio ya está decidido, no me voy a
quedar aquí mucho tiempo. Verlo ya me causa suficiente tristeza.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Simplemente cuando llega, llega. Nadie espera que algo así suceda. Cuando me casé
con Daniel lo hice muy enamorada, es cierto, pero el amor se acaba a veces. Y eso no significa
que uno no pueda amar otra vez. Quizá tu preferirías quedarte con alguien que no amas, pero yo
no. Quizá antes, cuando era una niña estúpida pensaría eso, ahora no. Tranquila, no me mires
así, madurarás algún día —me dijo.
—¿Madurar? ¿Dónde hay madurez en buscar a otra persona estando con alguien? Si
comenzabas a sentir algo por otro debiste dejar a Daniel en ese instante. ¿O me dirás que
conociste a ese hombre de verdad hace muy poco?
—No. Claro que no. Lo conozco hace mucho. No tengo por qué mentir, él lo sabe. Sabe
quién es. Y no lo estoy engañando. Solo me he tomado el tiempo para darme cuenta de que ya
no amo a Daniel y que no tiene sentido alguno tratar de salvar la relación. No funcionaría. No
podría tampoco decir que no lo intenté. Mi destino simplemente no es estar a su lado. Le va a
doler, claro que sí, pero ya es tarde. Se demoró demasiado en darse cuenta de que también soy
importante, si no lo era para él, lo fui para otro. Si para ti eso es engañarlo… Solo confirmas lo
que pienso, eres una estúpida.
La miré con ojos encendidos de fuego. Me parecía tan fría y dura. Ella me miraba con
ojos de víbora. Me daba tanta rabia.
—No encontraras a alguien como Daniel —le dije.
—No. Es cierto. No encontrare a alguien como él; pero eso puede entenderse de muchas
maneras. Tómalo como quieras, chiquilla. Lo que es yo, no me arrepiento de esta decisión, es lo
mejor para no hacerlo sufrir y no sufrir yo. Ya entenderás algún día, no todo es risas y besos,
¿sabes? Ahora… Espero puedas mantener la boca cerrada y fingiendo que te caigo bien las
ultimas veces que nos veremos por aquí. Que te puedo prometer no serán muchas.
Se dio media vuelta y dirigió a la puerta. Se despidió desde la entrada de mi tía e incluso
de mí. Se fue entonces. Qué momento para más incómodo. En realidad, hubiera deseado
arrancarle las greñas. Respiré profundo y le llevé el almuerzo a mi tía.
Yo no almorcé, se me había ido el apetito.
Me quedé en mi cuarto a intentando leer un poco, tratando de relajarme; pero me fue
complicado, no podía dejar de pensar en todo lo que estaba sucediendo. Ahora entendía mejor la
soltura de Daniel conmigo.
Estaba segura de que si hubiera estado bien en su relación jamás se hubiera atrevido a
besarme o a comportarse tan cercano y lindo. Quizá lindo sí. Pero bueno, seguía siendo mi
primo y aun me costaba ver un poco a la cara a mi tía luego de lo que sucedió. Lo que si es que
me sentía menos culpable con la maldita de su mujer. Y pensar que me sentí como una perra por
besarlo teniendo esposa. De haber sabido que era una maldita desgraciada… En fin.
Mis sentimientos estaban desbordantes, sentía colera, tristeza, frustración y rabia; pero
también me sentía feliz, pues Daniel se había librado de una mala mujer y resultaba que no
estábamos haciendo nada tan malo, quería pensar. La verdad es que. Cuando vi a Daniel tan
sensible, me hizo querer abrazarlo, besarlo, protegerlo. Por eso me atreví a besarlo yo. Jamás
me había sentido así, ni siquiera con el imbécil de Andrés.
Me quedé dormida, me despertó el celular varias horas más tarde.
Era Soledad. Estaba más que segura que se volvería loca con todo lo que le tenía que
contar.
Capítulo 14: La vitivinícola
Al día siguiente.
—¡Fabuloso! —exclame.
Mi tía intentó ponerse de pie y lo logró. No podía avanzar mucho, pero podía sostenerse
y dar unos cuantos pasos; eso era muy bueno, pues estaban funcionando los medicamentos y los
ejercicios.
—Ya no me duele, la cadera —me dijo—, pero aún me siento algo débil, pero ya me
pude levantar. —Sonrió.
—Es normal, tía. En unos días más podrás recuperar las fuerzas y podrás caminar como
antes. Ya verás. Solo hay que seguir con los ejercicios y con los medicamentos. Escuchaste lo
que dijo el doctor.
—Si. Está bien. Pensé que ya no tendría que seguir recibiendo inyecciones.
—Lo sé, pero aun debes seguir con ellas. Te redujo la dosis, eso es bueno. Quiere decir
que cada vez necesitas menos.
En la mañana el doctor de la familia había venido a darle a mi tía su control. La había
encontrado mucho mejor y me dijo que hacía muy bien en ayudarle con sus ejercicios, que
continuáramos así. Dejó medicamentos para la semana y algunas indicaciones.
—¿Saldrás verdad, hija? —preguntó mi tía.
—Si. Voy a ir con Daniel a la Vitivinícola. —Le ayudé a regresar a la cama.
—Yo fui hace como tres meses. No había vuelto a ir desde que falleció tu tío, muchos
recuerdos. Pero me atreví y está muy bonito.
Subió a su cama y le cubrí las piernas. Me senté en el borde.
—En un rato más viene Daniel. Me dijo que después de almorzar vendría.
—Ese chico. Esta delgado. No sé qué come. Ya le dije a Cecilia que le dé más carne y
más menestras. ¿No lo ves flaco tu?
—No. Creo que no. Bueno, no sé cómo estuvo hace unos meses.
—Cachetón y panzón. Rico mi gordo. Pero ahora está flaco, se parece a su papá que era
un esqueleto. —Mi tía sonrió—. Y con esa barba que se está dejando, peor. Feo como su padre.
Me hizo sonreír también.
—Creo que está trabajando mucho.
—Si. Eso es verdad; desde que su padre falleció él se hizo cargo. Ya le he dicho, puede
contratar personal que se encargue, pero no; es igual a Rodrigo —mi tío—, terco. Tu tío vivía
más en la fábrica que en casa. De no ser porque lo amaba como no te imaginas, no hubiera
aguantado. Bueno, aparte de eso tenía a mis niños corriendo y haciendo escandalo las 24 horas
del día. Por eso admiro a Cecilia, esa mujer es un ángel.
Solo sonreí y asentí. ¿Qué más podría hacer? Si supiera, se muere.
Mi tía continuó.
—Ya le he dicho a Daniel, debe darle más tiempo a su esposa. Aun no tienen niños, ella
necesita a su esposo o se terminará aburriendo.
—Pero eso solo pasaría si ella no lo amara… ¿Verdad? —Me atreví a preguntar.
Mi tía se encogió de hombros.
—Los jóvenes de hoy no son como éramos hace años atrás, hija. Antes separarse no era
una opción; ahora existen divorcios rápidos. ¿Qué me iba a yo a querer divorciar de Rodrigo?
Mi padre me hubiera regresado con él a gritos. Mi mamá segura se volvía loca y mi hermano…
Hay dios. Y eso que lo pensé en algún momento. —Miró hacia arriba—. Con el perdón de mi
difunto marido —dijo—, él sabe que es verdad; pero lo amaba, y siempre fue bueno conmigo.
Era un poco obstinado y renegón, amaba el campo, sus plantaciones, yo lo entendía. Pero hoy,
las cosas son diferentes. Tienen un esposo, luego se separan, tienen otro, se separan y así… No
juzgo a nadie, pero en mis tiempos tenía más valor elegir a un hombre; aceptarlo, porque nunca
te obligan, y quedarte con el sobre todos los problemas. Por algo son pareja. Así que por eso
digo que Daniel debe darle más atención a su esposa o quien sabe que podría pasar. Yo no
pongo las manos al fuego por nadie, Cecilia es una buena chica, sé que ama a mi Daniel; pero
muchas veces me ha dicho que se siente sola en algunas ocasiones. Mas aun porque ella quería
niños. Pero Daniel no se da el tiempo, he llegado a pensar que no quiere, o que no lo ha pensado
aún.
Eso no lo sabía.
—Entiendo tía. Los tiempos cambian, pero como bien dices, cuando hay amor… uno
soluciona los problemas con la pareja. Conversa. No se va. No abandona.
—Exacto —me sonrió y acarició mi mejilla—. Tu ya encontraras a alguien así. Eres
muy bonita y muy inteligente. Ya verás. Dios me tiene que dar vida para verte casada y con
hijos.
—Tía… —Me hizo reír.
—Por cierto, hablé con mi hermano anoche.
—¿Con papá?
—Si. Estuvimos hablando un buen rato. Le di una idea.
—¿Cuál?
—Le dije que debería venir con Sandra —mi mamá—, con tu hermanita —Saida—,
contigo para año nuevo, como los viejos tiempos. La casa es grande, podría convencer a tus
primos y pues Daniel vive aquí cerca, él no tiene excusa y siempre la pasamos aquí los tres. ¿No
te parece buena idea?
—Me parece una excelente idea, tía. Hace mucho que no venimos en familia.
—Eso le dije al cabezón de tu padre. Faltan varios meses para las fiestas, si les
comunico desde ya no habrá excusa. Porque luego dicen que uno comunica muy tarde. ¿Tú
crees que se pueda?
—Creo que sí, tía. Yo estaré feliz de regresar.
—La estas pasando bien aquí, ¿verdad? —Me sonrió.
—Si. Aun me queda una semana más. Los boletos los compre para el sábado en la tarde.
—Pues trata de relajarte esta semana. Le diré a Daniel que te lleve al bosque, las
cataratas, pueden ir a las granjas, es muy bonito ahí. Hay mucho que pueden hacer. Ese hombre
necesita relajarse también. creo que tu visita le está haciendo bien también, no lo había visto tan
activo fuera de la vitivinícola, hija. Eso le hará bien a ese cabeza dura.
Sonreí como tonta, sabía que era por mí.
—Tienes razón, tía. Esta muy estresado; pero —hice una pausa— ¿qué no hace esas
cosas con Cecilia? —pregunté y me puse de pie. Me dirigí a la ventana.
—Pues ahora que lo dices… No lo sé. Hacen otras cosas supongo, no los veo juntos
hace tiempo, antes íbamos a comer los tres, o íbamos al bosque, al rio. Deben estar muy
ocupados, seguro. Igual a veces no hay tiempo y yo me he vuelto un poco aburrida con esas
cosas. —sonrió—. Y pues también para quienes vivimos aquí esos lugares se convierten en
lugares comunes. A veces la gente de aquí optan más por irse al centro comercial, o los pueblos
cercanos donde hay más cosas que hacer. Supongo que ellos se divierten a su modo —sonrió.
—Es cierto, tía. Igual seguro podremos hacer algo antes de que vuelva a la capital.
El auto de Daniel llegaba por la calle.
Se estacionó al frente y tocó la bocina antes de bajar.
—Hablando del rey de roma —dijo mi tía sonriendo y encendiendo el televisor.
—Ahí viene.
Daniel se detuvo en la vereda.
—¡Vamos, Adri, baja! —me dijo
—¡¿No subirás a saludaras a tu mamá?! —le respondí.
Mi tía terció.
—Me llamó hace un rato, hija. Está bien. Hazle recordar que traiga dos o tres mistelas y
unos semisecos. Para que lleves para la ciudad, linda.
—Ah, ok. Gracias, tía. Entonces voy con él.
Me acerqué a ella y me despedí.
—Vayan con cuidado —me dijo.
Bajé, saludé a Daniel y nos dirigimos a su camioneta.
Me abrió la puerta y subí.
Me sonrió tan lindo como siempre.
—¿Es verdad que el doctor dijo que mamá está mejorando? —me preguntó subiéndose
al auto.
Subí también y él me colocó el cinturón.
—Si. Dijo que pronto recuperara las fuerzas en la cadera. —Le expliqué— Pronto estará
como nueva.
—Qué bueno. Mamá a veces dice cosas que uno quiere oír. No le gusta preocupar a
nadie. De no haber sido por que las vecinas me dijeron que la vieron caerse, seguro hasta hoy no
sabría que le sucedió. Ay mi mamá es… —Sonrió—. Pero al menos está mejorando. Se que es
gracias a tu ayuda también, gracias por eso, Adri.
—No agradezcas, Daniel, lo hago con cariño. Quiero mucho a mi tía.
Encendió el auto y partimos.
—No pude escribirte anoche —me dijo después.
—No te preocupes. Me llegó tu mensaje en la mañana. Me estoy acostumbrando a ellos
—sonreí—. Supuse que llegaste tarde y cansado del trabajo. ¿O acaso ocurrió algo?
—Bueno. Tuve una pequeña discusión con Cecilia.
—¿Ah sí?
—Si. Creo que no le gustó que te contara lo que pasaba en mi matrimonio —me dijo.
Me sentí muy avergonzada.
—Daniel, lo siento mucho. En serio lo siento demasiado —insistí—. No quise que
tuvieras problemas con tu… Con Cecilia. Es solo que no me aguanté las ganas de reclamarle.
Lo siento, lo siento, lo siento, Daniel.
Me miró y me sonrió. Colocó su mano sobre mi pierna y me dio unas palmaditas.
—Tranquila… Tranquila. No pasa nada. Hiciste lo que pensaste que era correcto.
Aparte ya no interesa. Se ha ido.
—¿Se fue? —dije sorprendida.
Daniel suspiró y continúo conduciendo.
—Si —respondió—. Su abogado se encargará ahora de todo. Te dije que solo quería
que los papeles estuvieran firmados. Ya nada la ata aquí. Me dijo muchas cosas. Le reclamé
otras, te juro que no iba a hacerlo, pero por alguna razón tuve esas fuerzas para enfrentarla y
decirle lo que sentía, lo que pensaba. No te voy a decir que me siento bien ahora. Sería mentir.
Pero creo que ya no tiene sentido seguir guardando alguna esperanza. —Sonrió y me miró—.
Así debió pasar. La voy a extrañar, aún tengo sentimientos por ella; pero pues… el amor se
acabó, como mi matrimonio.
—Estuviste bebiendo —le dije—. Por eso no subiste donde mi tía.
Pude olerlo desde que entre al auto, no dije nada para no avergonzarlo, pero no pude
callarme. Él sonrió y me evitó la mirada.
—No te mentiré. Cuando se fue me termine una botella de whisky yo solo. No me
siento orgulloso, pero me sentía muy mal. Te juro que no soy de beber tragos fuertes. Pero en
serio solo quería olvidar y dormir. No pasará otra vez. Prometido.
—Eso espero, no debes beber. Al menos no así. ¿Por qué no me llamaste? Pudimos
haber conversado.
—Si, pensé en llamarte, Adri. Pero no quería incomodarte. Son tus vacaciones, no
viniste para ser la psicóloga de nadie.
—Pero que dices… No. No hay problema, si deseas hablar, en cualquier momento
puedes llamarme. Somos… Primos, amigos… Sabes que te quiero y que Puedes contar
conmigo. Además, no me gusta verte mal.
—Muchas gracias, Adri. Lo tomaré en cuenta. Eres muy linda conmigo. También te
quiero. —Me sonrió tierno—. Ya no pensemos más en esas cosas. Tratemos de que sea un buen
día. Te llevaré a ver la fábrica de vinos, el sembradío, los almacenes y te presentaré a algunos de
los trabajadores.
—¿Domingo también trabajan?
—Algunos trabajan domingo, hacen inventarios y así, yo mismo voy algunas veces, es
un día tranquilo y te permite hacer algunas cosas que en la semana no. Además, algunos
trabajadores viven ahí.
—No sabía eso. Bueno, ya los conoceré.
—Lástima que no es época de vendimia.
—¿La recolección de las uvas, ¿verdad?
—Ah, estas informada —sonrió—. Papá siempre habla de eso. Sabes que le gusta
mucho el vino y todo lo relacionado.
—Pues no es fecha, aún faltan unos dos o tres meses más. Pero en estas épocas las vides
están dando frutos y se ven hermosos. Pasaremos por ahí, para que puedas ver, te mostrare todo
el lugar. Te encantara.
Se le veía muy emocionado cuando hablaba de los viñedos, de la fábrica. De verdad le
gustaba su trabajo. Me hacía sentir emocionada.
Condujo por la ruta que nos lleva del pueblo al campo. Cruzamos por varias granjas
enormes y grandes terrenos de sembrado. Me explicó que para que las uvas se den mejor era
necesaria una altura adecuada, por lo que los campos donde sembraban estaban algo lejos del
pueblo y de las demás granjas. Solo seguimos el camino, asfaltado en su gran mayoría, pensé
que sería más rustico, pero no. Pasamos por pequeñas localidades en el camino, siempre
rodeados del campo, cercas, árboles, animales de granja y parcelas.
Alrededor de unos 45 minutos, siguiendo un largo camino trochado, habíamos llegado a
lo que era la propiedad de la familia. Un enorme cartel, sobre un arco daba la bienvenida a la
propiedad de la familia Mendoza, cercada con linderos de roca en toda su extensión de varios
kilómetros. Seguimos un sendero, a lo lejos se veía la fábrica y otros edificios.
—¿Recuerdas este lugar? —me preguntó.
Miré a mi alrededor y la verdad es que no recordaba nada del lugar.
—No. Realmente nada. Este lugar es enorme.
—Papá compró más terreno, poco antes de enfermar. Con eso logramos hacer crecer la
producción. Todo esto que ves es nuestro. ¿Vez la tierra? Esas parcelas que nos rodean están
destinadas para sembrar nuevas variedades de uvas que hemos conseguido. Tenemos previsto
comenzar la siembra en una o dos semanas más.
—Es enorme. ¿Esos edificios de allá?
—Son los almacenes, las fábricas y las oficinas. Todo está organizado como una
empresa cualquiera. Esta primera área es completamente de la materia prima, las vides, luego
están los almacenes, y de ahí las áreas de producción y las oficinas. Es como cualquier otra
empresa, hay mucha gente trabajando aquí, entre ingenieros y jornaleros, mucha gente sin la
cual esto no funciona.
—Incluyéndote —agregué.
—Por su puesto. Aunque mi trabajo es más administrativo, al menos estos últimos años.
—¿Cómo así?
—Antes estaba más involucrado en la producción, en las maquinas, me gustaba estar ahí
donde está la acción, pero cuando creció la empresa tuve que contratar más ingenieros y
especialistas, mi trabajo se remitió a papeleos, contratos, números… Bueno es lo que estudie. —
Se encogió de hombros.
—Es verdad, algo de eso me dijo mi tía. Que interesante.
—Ya estamos llegando. Iremos a las oficinas, necesito revisar algo y luego estaremos
libres —me sonrió y siguió conduciendo.
La propiedad era realmente grande, rodeada a la distancia por colinas y crestas de
montañas; hasta donde alcanzaba la vista podía ver los sembradíos, alzándose sobre ellos
algunos almacenes, máquinas y tractores. Era un lugar muy bonito. Por ser domingo no logré
ver a mucha gente, pero Daniel me dijo que con el trabajan un total de casi setenta y siete
personas en los días de mayor producción.
Llegamos al centro del lugar, precisamente frente al edificio de administración.
Daniel estacionó el auto cerca y bajamos. Fuimos recibidos por algunos trabajadores
que saludaron amablemente.
—Este es el lugar desde donde se administra todo —me dijo —. Los demás edificios
que ves alrededor son los almacenes y las fábricas donde se procesa, fermenta, almacena todo.
Ya te mostrare, acompáñame dentro un instante.
Asentí y fui tras él.
El edificio estaba casi vació, subimos al segundo piso por las escaleras y solo pude ver a
dos personas que pasaron y que saludaron amablemente también. Daniel me presentó
amablemente, cruzó algunas palabras con ellos y continuamos.
Su oficina se encontraba en el fondo, al final del pasillo.
Abrió con su llave y entramos. Era una bonita oficina, amplia y muy moderna.
—¿Qué tal? —me preguntó—. Aquí trabajaba papá. La he dejado más o menos como él
la tenía. Salvo la computara y la televisión. —Se dirigió tras su escritorio y encendió su
computadora—. Toma asiento.
—Gracias. Es una bonita oficina. —Me sonrió.
Había varias fotos de él y de Cecilia en un mueble en la pared, así como de mi tío y mi
tía. Me iba a sentar en el mueble al lado de la puerta, pero en ese instante entró una joven.
—¡Hola! —dijo y golpeo unas veces la puerta. Traía una enorme sonrisa en el rostro y
en sus manos un folder. Estaba vestida de forma casual. Era muy linda.
—¡Delia! —saludo Daniel bastante sonriente—. ¿Cómo estás?
Rodeó su escritorio y se acercó a la puerta.
Se saludaron con un abrazo y un beso en la mejilla.
—Te presento a Adriana, mi prima. —Me presentó.
—Hola —respondí—. Mucho gusto.
Estrechamos la mano y sonreímos.
—¿Cómo estás? —me dijo sonriente—. Soy Delia. Trabajo con tu primo.
—Si —terció Daniel—, ella es la ingeniera que se encarga de todo lo que es la calidad
de la tierra de siembra y las nuevas clases de uvas. Toda la última producción es gracias a ella y
a sus técnicas. —Dijo sonriente y orgulloso.
—No le hagas caso, es un exagerado —dijo ella—, todo trabajamos duro aquí. Es un
trabajo en equipo.
—Que modesta —le respondió el sonriente—. ¿Qué tal? ¿Tienes los resultados? —
preguntó y regresó tras su escritorio—. Dame un minuto, Adri —me dijo.
Asentí y me senté en el mueble.
Dalia fue tras él y le dio los papeles que traía.
Se acercó a él y le comenzó a describir el contenido de los documentos. Le decía cosas
que no podía entender, pero era algo acerca de la tierra y la calidad de las uvas. Algunos
números y nombres raros, la verdad no tenía idea. Pero se veían muy serios por instantes y en
otros se reían y se veían muy familiares. Fue extraño. Me sentí un poco… ¿Celosa?
Luego de varios minutos salimos los tres de la oficina. Nos dirigimos a la entrada.
—¿Hasta qué hora te quedaras? —le preguntó Daniel a Dalia.
—Ya me estoy yendo —respondió—. Solo quería dejarte estos papeles. Como dijiste
que vendrías hoy, quise aprovechar, Dani. —Le dijo Dani. Dani… No sé, me sentí realmente
incomoda. Que ridícula que soy.
—Pudiste enviármelo por correo, Dalia. Eres muy amable.
—Nada. Quería explicarte en persona. Como sabes son datos fundamentales. Además,
no es ninguna molestia. —Lo cogió del brazo con delicadeza—. Quería verte. Saber que estas
bien.
Daniel sonrió.
—Gracias. Si, estoy bien. No te preocupes. Ya te contaré después —le dijo.
Ella lo abrazó, le dio un apretó fuerte que el respondió. Ella estaba al tanto de lo que le
había pasado. Era evidente si eran amigos del trabajo. No pude evitar sentirme un poco celosa.
No sentí esto ni por Cecilia. Fue raro.
Se separaron lentamente.
Ella le sonrió.
—Te veo el martes.
—Pasa un lindo domingo —le dijo Daniel.
Dalia se acercó a mí, quien estaba a unos pasos.
—Adriana. Un placer, cuídalo por favor —me dijo estrechándome la mano—. Que
coma un poco más, cada día está más flaco este hombre. —Me guiño el ojo y me sonrió.
Yo solo asentí. Me sentía muy incómoda. Que extraño.
Se fue por el camino, en dirección al pequeño estacionamiento cerca del edificio.
Daniel se acercó a mí.
—¿Lista para conocer la vitivinícola? —me preguntó.
—Si. Claro. ¿Dónde vamos primero?
Traté de sonreír. Pero aún me sentía… Celosa.
Me llevó primero a las plantaciones. Ahí me presentó a algunos trabajadores que
estaban limpiando y revisando las vides. Me enseño como reconocer las mejores uvas y cuando
no serán buenas, me enseñó a medir la altura para calcular cuando estarán listas. Fue muy
interesante. Me explicó la diferencia entre las uvas y sus clases. Luego de ahí me llevo a ver la
molienda, en los edificios de producción, me mostró las maquinas que utilizan para separar las
uvas buenas de las que no servirán, así como algunas sobras, ramas y desechos.
Por momentos se me pasaban los celos, pero luego volvían cuando recordaba que
pasaba todos los días con aquella hermosa chica. Trataba de no sentirme así, pero era difícil. Era
raro, normalmente no soy alguien celosa. Menos tendría que serlo con Daniel, me sentía tonta.
Trataba de ocultar mi incomodidad y pasarla bien, él no tenía culpa de nada. Traté de
mantenerme animada y de que el no notara mis gestos.
—¿Dónde pisan las uvas? —le pregunté cuando nos dirigíamos al área de prensado.
—Ya no hacen eso. Bueno si lo hacemos, pero para otra clase de vinos. Mas caros en
realidad. Es más tradicional. Pero es más costoso y tarda más. Las maquinas han hecho que ese
proceso, el prensado, sea más efectivo. Es un proceso lento y requiere un método.
Me mostró las enormes maquinas. Eran enormes y muy complejas. Me explicó que
tenía al menos cuatro ingenieros encargados de esos procesos para asegurarse de que todo
estuviera perfecto. Este proceso asegura que la uva libere todo su jugo y sabor. Hasta ese
instante no sabía con precisión lo complejo del vino. Me explicó que la fermentación era una de
las etapas más importantes, del proceso de la uva para convertirla en vino, y que el tiempo aquí
era importante para conseguir un vino perfecto.
Me llevó al área de clarificación. Donde había unos enormes tanques, donde me explicó
que se limpiaba el producto, para el destino siguiente y final, que eran los barriles de madera. El
añejamiento en las barricas.
Me mostró uno de los cuatro almacenes de añejamiento. Unos enormes y altas bodegas
en donde añejaban las barricas con vinos. Ahí también se encargaban del control de calidad. Me
explicó que había especialistas que se encargaban de clasificar y calificar la producción para
luego comercializarla, aunque ese proceso lo hacían en otro lugar ahora; pero que pronto lo
quería hacer ahí mismo. Me explicó de la forma más clara que pudo, pero me dijo también que
existen otros procesos, dentro de los que me explicó, que eran un poco más complejos de
explicar sin los encargados. Le dije que no era necesario, había entendido y de verdad me había
quedado asombrada.
—Nunca veré un vino de la misma manera, Daniel —le dije.
—Es todo un viaje —respondió—. Espero te haya gustado el recorrido. No soy muy
bueno explicando estas cosas, es más fácil hacerlas.
—Te entendí perfecto.
—¡Gerardo! —llamó a uno de sus trabajadores en la bodega—. Por favor, tráeme dos
mistelas, un rose, dos tintos y semiseco de borgoña. Gracias.
El hombre asintió y se dirigió a la parte trasera de la bodega.
—Te vas a llevar eso a la ciudad. Para mi tío, mi tía. Para ti te daré aparte.
—Sabes que no es necesario, Daniel.
—Nada de eso. Es un regalo. Además, siempre envió a la ciudad. Es un gusto.
—Bueno. Muchas gracias.
Me sonrió.
Me hice la tonta unos segundos, riendo y mirándolo, pero al final no me aguanté.
—¿Y dónde trabaja Dalia? —pregunté. Fue un impulso.
—¿Dónde? Pues en todas partes. Es la ingeniera de producción. Está al tanto de todos
los procesos, desde la siempre hasta el trasiego. Es muy buena en su trabajo.
—Se ve muy joven.
—Tiene… treinta. Se graduó hace cuatro años, es de la ciudad. Su padre era socio de mi
papá, distribuidores. Papá le dijo que a penas terminara que venga aquí a trabajar, sabía que era
muy buena y que ama lo que hace. No he visto a nadie ponerle tanta preocupación y amor al
mosto. Ella es fantástica —dijo con una sonrisa.
—Y muy hermosa. —¿Por qué dije eso? Tonta.
—¿Cómo dices? —sonrió extrañado—. Si, si es muy hermosa. Espera —río—. ¿Esa
cara que pones? ¿Qué estás pensando, Adri?
—¿Qué cara? ¿Por qué te ríes? No pienso nada, tonto. —Me puse roja otra vez, creo
que fui muy evidente.
—Es solo una amiga del trabajo. Solo somos amigos.
—Pues parecían muy cercanos… muy amigos ¿Ella sabe de tu divorcio? —le pregunté.
—Si. Lo sabe. Le conté todo por lo que estaba pasando. Lo hice hace mucho, se dio
cuenta que no estaba bien, conversamos muchas veces. Es una buena amiga.
Hice un gesto, una mueca. Daniel se dio cuenta, sonrió y se me acercó.
Me cogió de la mano con delicadeza, y con su otra mano tomó mi rostro, buscando mi
mirada.
—¿Estás celosa, Adri? —me preguntó con esa sonrisa de tonto—. Si es así, no deberías.
Ella no es tan bella como lo eres tú.
—No estoy celosa —espeté, aun avergonzada—. ¿Por qué lo estaría? Tu y yo somos…
Primos. Nada más. Le evite la mirada.
Recordé las palabras de Soledad la noche anterior. Le había contado lo sucedido en el
puente con Daniel y me dijo que tuviera mucho cuidado, pues era evidente que él también
estaba confundiendo y mezclando muchas emociones conmigo y que a su vez yo estaba también
sintiendo cosas que no debería; pero que eran normales en la situación por la que estábamos
pasando. Yo tenía muy claro que esto era una locura, pero también estaba segura que lo que
sentía al besar sus labios no era solo confusión, era otra cosa. No estaba aún segura que. Y esto
que estaba sintiendo ahora, estos celos… Era nuevo.
Le evadí la mirada, el aún me sostenía el rostro y la mano.
Sonrió, pude verlo de reojo. Estábamos solos en el almacén.
De un rápido movimiento me acercó a él. Volví el rostro y entonces me dio un
apasionado beso. No pude evitar dejarme llevar. Quede atontada, realmente sorprendida. Pero
en esta ocasión si me sentía celosa, una parte mía quería alejarse, la otra quería seguir
besándolo.
Hice lo único que se me ocurrió.
—¡Au! —Gritó Daniel—. ¿Me mordiste? —dijo llevando el dorso de su mano a sus
labios—. ¿Por qué me mordiste?
—Por besarme.
—Pero… ¿Cómo que por...?
—Señor —el trabajador nos interrumpió apareciendo por donde había salido, traía una
caja en sus manos—, tengo lo que me pidió.
Daniel aun algo sorprendido, y sobando su labio, asintió y le pidió que le acerque la
caja.
—Gracias —dijo tomándola—. Puedes continuar con tu trabajo.
El señor sonrió, se despidió y se fue.
Daniel dejo la caja en el suelo.
—¿Por qué me mordiste? —me dijo sonriendo.
—Me besaste a la fuerza.
—No. Fue… Una reacción.
—No. Mi mordida fue una reacción —no pude evitar sonreírme—. Tú te lo buscaste.
—Y te ríes —me dijo—. Solo trataba de que se te pase lo celosa.
—No estaba celosa.
—Bueno, está bien. Te creo —dijo y pasó su lengua por su labio—. Me mordiste duro,
Adri. —Se agachó y cogió la caja—. Me está doliendo.
Avanzó hacia la salida.
Fui con él.
—Que exagerado —le dije.
—No, en serio. Me dolió.
—Me harás sentir mal.
—Pues deberías. Me duele mucho.
—¿Es en serio?
—Se va a hinchar, Adri. Se supone que las enfermeras quitan el dolor, no lo causan.
Me hizo reír. Nos reímos como tontos.
La verdad fue que me había gustado ese beso repentino. Pero estaba algo molesta. Creo
que si se me pasó la mano en esa ocasión. Aunque sabía que él estaba bromeando, no le había
mordido tan fuerte. ¿Es raro que lo haya disfrutado? Dios mío… De verdad que estoy loca.
Todo el camino de regreso se la pasó molestándome por la mordida que le había dado.
Al comienzo me sentía algo avergonzada, después pues me hacía mucha gracia; aunque si se le
había puesto un poco rojo el labio.
Volvimos a casa y me ayudó a pasar la caja con los vinos.
Subió a despedirse de mi tía y luego lo acompañe a la puerta.
—La pasé muy bien, Daniel —le dije.
—Me alegra. Igual yo, Adri. Ha sido una linda tarde —me sonrió—. Aun me duele el
labio —me susurró y guiñó—. ¿Tienes algo que me quite el dolor?
—Una inyección podría ayudar —respondí divertida.
Me tomó de la mano y me miró con esa cara de bobo.
—Tienes una sonrisa muy hermosa —me dijo en voz baja—. Eso basta para sentirse
mejor. Ya no me duele nada.
—Tonto —le dije sonrojándome.
Nos quedamos en silencio unos instantes, como buscando algo en el espacio. Sostenía
mi mano, jugaba con mis dedos, yo sentía el calor en las mejillas. Quería que me besara. En el
fondo repetía: “ya bésame tonto no te morderé”. Yo no me atrevía a hacerlo otra vez.
—Esta semana es la última que estarás aquí. He pensado en salir más temprano del
trabajo y pasar más tiempo contigo. Aún hay algunos lugares donde no hemos ido, podríamos
ver una película, cenar… ¿Te gustaría?
Claro que me gustaría. Me encantaría. pensé.
—¿Y el trabajo? —le dije—. ¿No habrá problema?
—No pasará nada por salirme unas horas antes. Estas semanas han sido complicadas,
todo está en orden. Además —me besó la mano— esta es la última semana que estarás aquí, y
seamos sinceros, no sabre hasta cuando volverás o podre ir a Catalina. Hagamos que sea
inolvidable. —Me sonrió con esos ojos lindos y tan tiernos.
Me hizo suspirar el muy tonto, me sentía… No quería decirlo.
—Claro. Hagamos… Hagamos que sea inolvidable.
Se acercó a mi lentamente. Mi corazón latió tan rápido. Por un instante sus labios
estuvieron a centímetros de los míos, entrecerré los ojos, lista para besar sus labios, pero se
desvió a mi mejilla.
—Te veo mañana, Adri —me susurró en el oído.
Se apartó y me sonrió.
—Hasta mañana —le dije confundida. En serio pensé que me besaría. El muy tonto…
Creo que sabía que esperaba que me besara.
—¡Mamá, vendré mañana! —dijo desde la acera.
—¡Descansa, hijo! —le respondió mi tía desde su alcoba.
Se dirigió a su auto, antes de entrar blandeó el brazo sobre su cabeza, despidiéndose.
Cerré la puerta y me quedé ahí como tonta un instante, pensando en él.
Solo pude sonreír como tonta.
Capítulo 15: Una semana inolvidable
Cada día luego de aquel domingo fue realmente muy emocionante.
Se que muchos suelen decir: “una semana inolvidable”, refiriéndose a cualquier semana
en la que hicieron cosas divertidas; pero la verdad es que en mi caso si fue una semana que
pasará al recuerdo como la semana en la que me sentí más feliz, más libre, más querida,
protegida, e incluso amada, que nunca. Y a la vez, cada noche mientras miraba el techo de mi
habitación, luego de cortar la llamada, luego de repasar en mi mente el día a su lado, me
llegaban aquellas dudas, aquellos temores; que, si bien eran propios de cualquier viaje
emocional tan intenso y especial, pues me hacían tocar un poco la realidad.
En esa semana me volví a sentir enamorada. Me enamoré.
Me enamoré de Daniel. No voy a negarlo. No me pondré en aquel tonto plan de no
saber para la mitad de la semana que estaba completamente enamorada de él. El solo escucharlo
llegar en su camioneta, el solo escucharlo saludar desde la entrada, el verlo sonreír me causaba
emoción y hacía que mi corazón latiera. Solo verlo a los ojos y que me sonriera a mí me hacía
sentir calor en el pecho y en el rostro. No importaba cuanto mee esforzara por aparentar no
ponerme roja, no avergonzarme, era inútil, él sabía que me causaba esa sensación y jugaba con
eso.
Me había enamorado de sus gestos conmigo. Me enamoró su atención, su preocupación,
sus palabras, como parecía siempre atento a mí, a que necesitaba o a que me sintiera bien. Lo
que comenzó como un gesto de amabilidad, posiblemente, se convirtió poco a poco en un gesto
romántico de afecto hacia mí que no había visto hace mucho para conmigo. Llego un punto en
el que realmente no lo reconocí como mi primo: era un hombre que me hacía sentir mucho más
querida que cualquier otro me haya hecho sentir. Me hizo ver lo estúpida que había sido
pensando que aquel sujeto con quien pase tantos años, mendigando atención y amor, nunca fue
la mitad de caballero y no mostró la mitad de afecto y atención que si me mostró el en estas
semanas. Me mostró que era capaz de olvidarme de Andrés, de olvidar como se sentía lo que él
hacía por mí.
Pronto me di cuenta de que podía enamorarme de nuevo. Me di cuenta de que, con amor
y dulzura, con amistad y sinceridad podía lograr abrir mi corazón. Me mostró que por un
momento soñamos, que por un momento todo es posible. Cuando caminábamos del brazo,
incluso de la mano unas cuantas veces, sin importarnos que nos vieran; me hacía sentir que me
cuidaba, que me quería a su lado, que no importaba que haya pasado a nuestro alrededor y con
nosotros; lo que importaba es que estábamos juntos y que debíamos aprovechar cada momento,
ya fuera mirando al horizonte, recostados en el gras, limpiando la casa, leyendo sentados en la
alfombra de la sala de casa de mi tía, donde fuera.
Cuando me besaba todo a nuestro alrededor parecía desaparecer. Se que suena trillado,
típico de una historia de amor, de una mala novela o de alguna canción romántica; pero en serio
así lo sentía. No sé qué tenían sus labios o que pasaba conmigo, si era el pecado o lo prohibido,
pero me sentía en otro mundo. No fueron muchas las ocasiones en que nos besamos esa última
semana; desde que lo mordí, creo que se contuvo; pero las veces en que lo hizo fue como salir
de mi cuerpo. Sentía como si me llevara a un viaje fuera de mí. Ese pequeño instante previo en
el que te llenas de miedo, de emociones, de ansiedad y piensas si está bien o no, desaparecía.
Sentía sus brazos a mi alrededor, el calor de su respiración, su calor, sus latidos que casi
rompían su pecho y que se mezclaban con los míos y me dejaba llevar.
En varias ocasiones se me quedaba mirando como idiota. Me miraba y me miraba
mientras hablábamos, o mientras mirábamos una película en la televisión, leyendo en la sala o
cuando simplemente estábamos en el parque mirando el rio, o sentados en una roca en el
bosque.
— ¿Qué? —le decía yo.
—Eres muy hermosa —me respondía.
Algo en mi pecho se encendía. Volvía a ser una chica tonta otra vez. Algo que pensé
que jamás volvería a sentir por alguien más. Una chica tonta y enamorada. Una chica que se
deja llevar por un instante. Se sentía bonito, era tierno verlo con su cara de tonto. Era lo que me
decía que el sentía lo mismo. Aunque no me lo dijo, no fue necesario; porque tampoco yo
hubiera sido capaz de decírselo.
¿Era necesario de todas maneras? Podría pensar que sí, pero la verdad es que no.
Hubiera sido tonto. Un desperdicio de emociones. Creo que en el fondo ambos sabíamos que los
días pasaban y que debíamos vivir estos seis días que nos quedaba como quisiéramos. Dejarnos
llevar, engañar al amor por un instante. Soñar juntos, decirles a nuestros corazones que esto no
durará para siempre, que se dieran el lujo de perderse en lo que íbamos sintiendo, confundirme,
enfadarse, sufrir, latir como nunca. No había tiempo para el reproche, no había tiempo para
analizarlo con la lógica que nunca lleva a nada. El amor no es lógico, el amor no es así. Esto
tampoco era amor. El amor es otra cosa.
Esta última semana no existió pasado, no existió futuro. Mientras estuve en sus brazos,
mientras nos entregamos a lo que sentíamos, solo existía el ahora. Nuestra fantasía, nuestra
angustia por hacer eterno cada minuto. Esta semana fue realmente la más bella que había vivido
en varios años. No lograba recordar cuan feliz y a la vez cuando frustrada me sentí. Jamás había
sentido esta felicidad y esta desdicha, no había renegado tanto por mi apellido. Porque, si el no
fuera mi primo, la felicidad sería completa.
Me quedaría en Santa Laura, conseguiría un traslado al hospital del pueblo. Me quedaría
con él. Viviríamos felices, madurando el amor día con día. Pasaríamos las tardes juntos, las
noches haciendo el amor. Los fines de semana nos quedaríamos en casa a ver películas juntos o
pasearíamos por el lago. El me daría todo el amor que ahora es imposible, yo me entregaría a él
cuándo y cómo nos naciera de lo más profundo de nuestros cuerpos. Nada nos daría miedo. Pero
no es así. La realidad era diferente.
Los días pasaban, pronto nos quedaban menos horas. Las fantasías y las ilusiones se
iban volviendo más fuertes, mientras las distancias se iban haciendo cada vez largas. El miedo
se apoderaba de mí. Ya las noches no terminaban con suspiros y deseos de que sea mañana.
Ahora el deseo en mis manos, en nuestros abrazos, en nuestros besos tenían un sabor a “detén el
tiempo”. para las horas, quédate siempre aquí.
—No quiero que sea mañana —me dijo mientras me tenía fuertemente entre sus brazos.
Nos encontrábamos en el bosque, cerca al lago, mirando las estrellas.
—Tampoco yo —respondí, acurrucada a él.
Sentí su suspiro, profundo, penetrante.
—Aún faltan dos días, pero daría lo que fuera para que no llegaran. Daría lo que fuera
por que te quedaras aquí.
Suspiré también. No dije nada. Sabía que no me pediría que me quedara. No podría
hacerlo, sería más duro el momento de partir, el momento de estrellarnos con la realidad. No
dije nada, solo me acurruque a él, alimentando el sentimiento de cariño y afecto que nacía entre
nosotros. Sentí sus brazos apretarse contra mí, sentí su calor, sentí su amor.
Las noches poco a poco se hacían más largas y perdieron la magia de la fantasía. Se
volvían los pocos momentos realistas, en los que, acostada en mi cama con el libro entre mis
piernas, libro que cada día tenía menos hojas que leer tal y como mi propia historia con él,
entonces me ponía a pensar. Me cuestionaba, me criticaba. Yo misma no me entendía. ¿Por qué
no romper con la hipocresía? ¿Por qué seguir fingiendo que no somos más que primos? ¿Por
qué seguir bajando la cara cuando veo a mi tía luego de un bello día con Daniel? ¿Por qué
seguir fingiendo que no estaba haciendo algo malo? ¿Por qué no aceptar que estas cosas pasan?
¿No sería la última que se enamora de su primo? Mi tía sospechaba, era evidente, pero ella
jamás me diría nada. Me sentía avergonzada, pero no podía decir una palabra. Estaba segura de
que nos había oído. Aunque nunca me dijo nada.
Luego de las largas llamadas en que reíamos, donde hablábamos de cosas que cara a
cara eran algo complicadas y nos decíamos que nos queríamos; al cortar, me estrellaba con la
realidad. La fría y solitaria realidad. Cada vez había menos tiempo, menos sueños, menos
historia de amor. Las palabras de Soledad retumbaban siempre a esas horas. Se había convertido
en la voz de la razón por un instante en mí. Era ella quizá la única que hacía que no me dejara
llevar completamente por esta fantasía, por esta emocionante historia de amor, era mi ancla que
me hacía detenerme un instante antes de entregarme por completo a lo que podría ser tanto lo
más bello que he vivido como lo más doloroso que me podría suceder.
Aunque era un ancla, que cada vez era más ligera.
No recordaba haber disfrutado tanto una caminata por el parque o por el bosque cerca
del rio. No recordaba la última vez que disfrute tanto ver una película en la televisión comiendo
canchita y riendo. Había olvidado lo que se sentía sentarse y beber vino con un hombre,
conversando de todo, riéndonos de todo, conociéndonos un poco más; profundizar en nuestras
emociones, nuestros pensamientos, temores; dejarnos llevar por la desinhibición y perder
miedos y vergüenzas, ser quienes somos sin vergüenza y sin reproches. Había olvidado que
podía despertar el romanticismo en un hombre, para que sea capaz de poner música suave para
nosotros, bajar las luces y de la mano llevarme a sus brazos y bailar.
Aquella noche en su casa fue una noche muy romántica para mí. Fue la última noche
que pasé en Santa Laura. Fue una noche que no vamos a olvidar jamás. Esa noche la luna salió
hermosa, gigantesca, era para los dos, un regalo que desde su balcón la podíamos apreciar.
Jamás había sentido el vino tan dulce, jamás había sentido unos labios tan apasionados y
jamás… Jamás me habían hecho el amor así.
Despertamos juntos y sonreímos. No nos dijimos nada más.
Fuimos a desayunar a la cafetería de siempre, bebimos café; conversamos, reímos y
luego le llevamos el desayuno a mi tía. Ella no nos dijo nada. No sé si sospechó de lo que pudo
haber pasado, no sé si ella simplemente actuó como esperábamos que lo hiciera, no lo sé. Solo
sé que esa mañana me sentía casi tan feliz como triste. Feliz porque luego de mucho me sentí
mujer, me sentí amada y hermosa, especial; triste porque me quedaban pocas horas para irme, y
como dijo Daniel: sin saber cuándo volveríamos a vernos.
Mi tía estaba mucho mejor de sus piernas. En esta oportunidad quiso cocinar ella, me
dijo que prepararía algo delicioso para agradecerme la visita y todo lo que le ayudé. Insistí en
que no era necesario, pero ella no me dio oportunidad. Daniel me dijo que me llevaría a la
estación en la tarde. Se quedó con nosotras el resto del día. Almorzamos juntos, converse con
mi tía, nos reímos mucho. Daniel me ayudó a empacar y a llevar mis cosas al auto.
Cada minuto que pasaba tratamos de disfrutarlo, pero ya no quedaba mucho para irme.
Odio las despedidas, las odio.
Capítulo 16: Un momento difícil
Daniel me esperaba en la camioneta, había llevado mi equipaje y las cosas que llevaría a
casa. Yo me despedía de mi tía en su habitación. Se encontraba acostada en su cama.
—Gracias por todo tía, nuevamente, estoy muy agradecida pro alojarme.
—A ti, muchas gracias a ti —me dijo acariciando mi rostro—. Me ayudaste mucho
aquí, aparte con mis ejercicios; eres una muy buena chica. Te vas con una expresión muy
diferente a la que trajiste el primer día. ¿Estas feliz?
—Lo estoy tía. Aunque ahora un poco triste, no me gusta despedirme.
—A mí tampoco, hijita. Ha sido muy bueno tenerte por aquí. Vas a regresar para año
nuevo, ¿verdad? —me dijo.
—Por supuesto que sí, tía. Convenceré a papá, a mamá a mi hermana y estaremos aquí
para año nuevo. —La tomé de las manos y me incliné para darle un beso en la frente. Ella me
abrazó fuertemente, con mucho cariño.
—Ve con cuidado, hijita —me dijo.
—Te llamaré cuando llegue a casa. Y te llamaré más seguido también.
—Eso espero, hija. Ahora ve, que no quiero ponerme sentimental.
—Te veré pronto, tía. —Me levanté y me dirigí a la salida—. No olvides los ejercicios y
caminar quinte minutos al día, dos veces al día.
—No lo olvidaré —me respondió. Sus ojitos estaban rojos al igual que los míos.
Bajé las escaleras al vestíbulo de la entrada, dejé las llaves en el colgador y salí de la
casa.
Me despedí nuevamente desde la vereda, mi tía me respondió desde el segundo piso.
Subí al auto, Daniel lo tenía encendido ya. Partimos a la estación del tren.
Casi no dijimos nada durante el camino hasta la estación. Creo que no hizo falta, la
verdad no sabría tampoco que decirle. Fue uno de esos momentos en que bastaba con que
estuviera ahí, regalándome su silencio, su presencia, me bastaba saber que estaba ahí. Me miró
algunas veces y me sonrió, luego presionó mi mano sobre mi pierna. Eso era lo único que quería
en ese momento.
Cuando llegamos a la estación me ayudó a sacar mis maletas, las cargó el en realidad.
Yo me acerque a la caseta de información para confirmar mi boleto. Tenía que esperar un poco,
el tren no partía hasta dentro de algunos cuantos minutos. Me dijo que fuera al andén y que
esperara ahí a que llamaran. Así lo hicimos.
Nos sentamos en una de las bancas frente a las vías, frente al enorme tren. Ahí
esperamos.
—Hace muchos años que no viajo en tren —me dijo finalmente.
—Es bonito. Aunque un poco ruidoso —respondí.
Nos miramos y sonreímos.
—Que —le dije.
Se encogió de hombros. La sonrisa se le borró un instante, sus ojos profundos me
miraron.
—Voy a extrañarte muchísimo —me dijo y colocó su mano sobre la mía nuevamente y
la presionó.
—Yo también voy a extrañarte muchísimo, Daniel. —Sentía que mi voz se quebraba.
—Han sido dos semanas muy… Emocionantes —sonrió.
Asentí.
Se inclinó sobre mí y me besó en la frente.
—No quiero que pienses que… Lo que pasó fue…
—No te preocupes —lo interrumpí—. Lo que pasó fue hermoso.
—Quiero que sepas que en mi mente solo estabas tú. En mi corazón también, solo tú.
No había rencor, no había recuerdos… Solo tu y yo.
—Lo sé, Daniel. No podría pensar de otra manera —le sonreí.
—¿Y ahora que pasará, Adriana? —Suspiró.
Suspiré y parpadeé unas veces. Coloque mi mano sobre la de él, que tomaba la mía.
—Tu y yo siempre vamos a ser familia, Daniel. Tú sabes muy bien que eso no va a
cambiar. Y sabes también como yo que… Podríamos lastimar a muchas personas, comenzando
por nosotros dos.
—Yo sería incapaz de hacerte daño a ti.
—Lo sé, Daniel. Eres quizá el mejor hombre con quien… Por quien he sentido tantas
cosas en tan poco tiempo. Pero sabes que… No hay manera de que esto se convierta en algo
más.
Asintió y me miró con ojos tristes. Ojos que me decían que entendía lo que estaba
sucediendo. Pues no había otra manera. No la había. Me dolía tener que decirlo.
—Tampoco creo haber sentido algo así, Adriana. Creo que esto es de esas cosas que te
acompañaran para siempre, ¿sabes? Olvidar esta semana no es una posibilidad. Tampoco está en
mis planes olvidarte. —Me sonrió.
—Y yo tampoco quiero olvidar —le dije.
Me acarició el rostro con delicadeza, con dulzura.
—Eres tan hermosa. Tan bella, me gustas tanto.
Me sonrojé y sonreí como boba. Ni en un momento como ese podía dejar de ser lindo y
ponerme nerviosa.
—Tú también me gustas, Daniel.
—Prométeme que mantendremos comunicación. Prométeme que te veré nuevamente.
Que no será esto solo algo que sucedió en el verano y que dejaremos como un recuerdo de una
travesura más entre primos. Prométemelo.
—Te lo prometo, Daniel.
—No quiero que sea esta la última vez que te vea. No quiero que sea una despedida.
Quiero que sea un breve adiós, quiero soñar con que te veré en año nuevo, en mi cumpleaños,
en el cumpleaños de mamá. Así como cuando niños. Quiero que tomemos un café, un vino.
Quiero volver a ir al lago, quiero pasear contigo del brazo. —Me presionaba la mano fuerte, yo
a él también—. Quiero poder robarte un beso una vez más.
—Tonto —le dije. Unas lágrimas escaparon de mis ojos.
—No llores. —Me secó las lágrimas y me sonrió—. Soy un tonto, lo sé. Un tonto que te
quiere ver de nuevo, Adri. Un tonto que está muy enamorado.
Me lancé a él, lo abracé y lo apreté contra mí y me solté a llorar como una idiota.
Ocultando mi rostro de él, no quería que me viera llorar, no me había visto llorar nunca. Pero
simplemente me rompía el corazón, simplemente sus palabras quebraron mi corazón. Ese tonto,
tonto. ¡Tonto!
—Tranquila, no llores. Nos volveremos a ver —me dijo.
—Lo sé —dije entre sollozos.
—¿Por qué lloras? —me preguntó.
—Porque… Te extrañaré mucho, tonto.
Pero no lloraba por eso. Lloraba porque sabía que ese amor que el sentía era real. Era
tan bonito, tan tierno, pero tendría que irse poco a poco. Tendría que desaparecer y quedar como
un recuerdo de algo que pudo ser, pero que no será nunca. Me dolía en el alma tener que asfixiar
ese sentimiento que nació y nunca podrá madurar. Me dolía saber que luego de ese día poco a
poco se ira yendo con él, hasta que un día solo será un recuerdo. Un recuerdo triste.
La alarma de abordaje sonó.
El hombre de los boletos bajó del tren y comenzó a gritar:
—¡Pasajeros de Santa Laura a Catalina, abordar por aquí! ¡Abordar ahora!
Nos separamos lentamente.
Él me sonrió y me secó las lágrimas.
Me dio un último beso en los labios, esta vez más tierno que apasionado.
—Para el camino… —me susurró y se puso de pie. Levantó mi equipaje—. Vamos, o
perderás el tren, Adri.
Me sequé las lágrimas y sonreí.
Asentí y fui con él.
Nos detuvimos cerca a la entrada al tren. Dejó mis cosas en el suelo y me abrazó otra
vez.
—Ve con cuidado, llámame. Estaré esperando.
—Claro que te llamaré —le dije—. Aún no he terminado el libro. Cuando lo acabe
tenemos que conversar sobre él.
—Tampoco he terminado el que me recomendaste. Pero estoy cerca de la mitad, está
muy bueno. Creo que tenías razón, es un muy buen libro.
Nos abrazamos y nos quedamos en silencio un instante, hasta que el boletero nos dijo
que tenía que abordar ya. Sonreímos. Un poco avergonzada cogí mi equipaje y me dirigí al tren.
—Hasta pronto, Daniel.
—Te veré pronto, Adri.
Metió sus manos en los bolsillos y presionó sus labios. Sus ojitos se enrojecieron.
Pronto trató de dibujar una sonrisa. Yo lo miré una vez más y me dirigí al interior del vagón. No
sé si se quedó ahí hasta que el tren partió, no sé si se fue. No lo sé. Me gusta pensar que se
quedó ahí hasta que el tren partió y luego dio unos cuantos pasos tras de él, como en las
películas.
Yo en el interior del vagón, sentada, sostenía en mis manos el libro que me había
regalado. Con los ojos llenos de lágrimas suspiraba y sollozaba. Me sentía tan confundida, tan
triste, pero era una tristeza muy distinta a la que me llevó a Santa Laura. Era una tristeza que se
sentía como amor, más que como dolor.
“Para mi bella primita, Adri, con todo mi corazón. Espero disfrutes este libro como lo
disfruto yo cada vez que lo leo. Nunca olvides que todos nosotros por un momento soñamos.
Tu primo Daniel.”
Sonreía con lágrimas en los ojos mientras leía la dedicatoria que me escribió el día que
me dio el libro.
Daniel. Ay Daniel, eres un tonto.
Capítulo 17: Conflictos emocionales
—Te tengo que decir, mi querida Adriana —me dijo Fernando—, que lo que me has
contado supera completamente la mejor novela que haya escrito. En serio que sí.
Levantó su taza de café y bebió unos sorbos.
Había pasado ya un mes desde que me fui de Santa Laura. Me encontraba con un amigo
en la cafetería cerca del hospital, Fernando, era un viejo amigo de la universidad, llevamos unos
cursos juntos en mi segundo año de estudios. Recuerdo que alguna vez me confesó que le
gustaba, pero nunca sucedió más con él. Hemos hablado bastante estas últimas semanas, pues
volvió a la ciudad para dar clases, es profesor de literatura en la Universidad Nacional de
Catalina. Recuerdo que siempre fue muy comprensivo y de mente abierta con los temas de
pareja, a pesar de estar casado con la misma mujer desde que puedo recordar. A diferencia de
Soledad, Fernando tiende a ser más relajado y suelto a la hora de explorar sentimientos y
emociones, por lo que contarle a él lo sucedido con Daniel se me hizo más sencillo.
—Tienes que darme los derechos, Adriana, tengo que escribir esto. —Me dijo sonriendo
—. Esto es oro puro, linda.
—Creo que igual lo harás. —Sonreí —. ¿Qué opinas? Ahora que sabes todo lo que
pasó.
Levanté mi taza y bebí un sorbo. De verdad me interesaba su opinión. Me había
escuchado muy atento los últimos minutos.
—Pues es muy interesante todo lo que me has contado. Se ve que has vivido muchas
cosas desde que terminaste con Andrés, dicho sea de paso, es un imbécil, y pues pienso que no
deberías ser tan rígida con lo que sucedió.
—¿Rígida?
—Si. Te juzgas demasiado, linda.
—Es que es mi primo… En el momento, antes de irme de Santa Laura, me sentía
emocionada, incluso feliz; lo que pasamos me parecía lindo, aun lo pienso, pero cuando pasaron
los días me sentí un poco avergonzada. Es decir, había hecho algo con mi primo que pensé que
jamás podría hacer. Y me sentí un poco mal.
—Tonterías, Adriana —me dijo—. Por lo que me contaste puedo entender que se
gustaban, o se gustan, y es normal. Es completamente normal que suceda eso cuando dos
personas están en el mismo… Sendero de las pasiones. Lo que es yo, pienso que te juzgas
demasiado. ¿En serio piensas que eres la primera que pasa por eso? Por dios, Adriana.
—Yo sé que no. —respondí—. Pero es complicado.
—Lo es, pero depende desde que punto lo quieras ver también.
—¿A qué te refieres?
—¿Tú y tu primo sigues manteniendo comunicación? —Asentí—. Pues entonces no ha
cambiado nada, solo la cercanía. ¿Hablan mucho?
—Si. No como los primeros días, pero sí. Está con trabajo, yo igual; pero siempre me
escribe o me llama. Muchas veces hablamos horas.
—¿Sigues sintiéndote emocionada al hablar con él?
—Si. Claro aun me rio como tonta al recibir sus mensajes.
—Entonces lo que sucedió sigue encendido. No fue solo algo que sucedió y ya. Me
pediste mi opinión, ¿cierto? Ok. Yo opino que deberías quitarte de la cabeza lo que sea que esté
impidiéndote disfrutar de esto que vives.
—¿Te refieres a pensar en toda mi familia? ¿A la sociedad?
—¿Qué más da? Es que tienes que entender; parece que pasó algo muy fuerte entre
ustedes. Si no haces nada, eso se perderá en el tiempo. Es tan simple como eso. ¿Qué hacer?
—¿Tu qué harías? —le pregunté.
Sonrió. Bebió un poco más de café, hice lo mismo.
—Pues yo de estar en tu posición, si una prima mía se enamorara de mí, exploraría
todas las posibilidades de esta situación de la manera más natural posible. Tengo algunas primas
que si se enamoraran de mi… créeme que no lo pensaría dos veces —me dijo guiñando un ojo y
sonriente—. Claro, en estos momentos pues no podría, pero estando soltero nada me lo
impediría. Esas cosas que surgen con esa fuerza hay que disfrutarlas, la vida es demasiado corta,
Adriana. Si no disfrutas de esos pequeños momentos que nos regala la vida, sabe Dios porque,
pues uno acaba arrepintiéndose.
—Creo que tienes mucha razón, pero es difícil. Me cuesta mucho pensar en que
podríamos llegar a más sin que nos juzguen tanto.
—Entonces lo has pensado.
—Lo he analizado muchas veces, y siempre llego a la misma conclusión: es imposible.
Mantenerlo en secreto ya es bastante difícil.
—¿A qué te refieres?
—Pues me quedé con mamá una semana, mientras conseguía otro apartamento. Cuando
él me llamaba algunas veces, en las noches, mi hermana esta por ahí oyendo, o mamá, y me
ponía nerviosa que me oyeran que hablaba con él.
—¿Qué problema habría? ¿No les dijiste que pasaste dos semanas con él?
—Bueno, no con él precisamente. Además, no saben que se ha divorciado aún. Mi
hermana me escuchó hablar y reírme en la madrugada, me quede junto a ella en su habitación; y
bromeó con que estoy saliendo con alguien otra vez, yo me puse roja y lo negué.
—Es que sigues pensando que haces algo malo. Eso es peor.
—Aunque también es más emocionante, no voy a negarlo —respondí.
—Exacto. Lo es. —Sonrió.
—No lo sé, a veces me siento mal. El sigue muy ilusionado.
—¿Y tú? —preguntó—. ¿Me dirás que tú no?
Me encogí de hombros.
—He intentado ya no sentirme así, creo que no tendría sentido seguir pensando cosas,
fantaseando, pero luego me llama, o me escribe y por más que haya decidido ya no sentir…
Vuelven los sentimientos y me cofundo aún más. Hay ocasiones en las que no me escribe, uno o
dos días, y cuando lo vuelve a hacer me late fuerte el corazón. Incluso le he reclamado, no
directamente, y pues él me explica a veces sin que le diga. Trato de castigarlo indirectamente,
no hablándole, él se da cuenta, el sí me lo dice: Me dejas olvidado, Adri. El no siente vergüenza
de mostrarse frágil, de querer cariño.
—Se ve que es un chico de buen corazón.
—Lo es. Es un tierno, un lindo —sonreí. Fernando se dio cuenta y sonrió también.
Era imposible negar que sentía muchas cosas por Daniel. EL pensar en él, el recordar
aquellas dos semanas, era algo lindo, pero cada vez me confundía más y me hacía sentir…
como perdida, perdida en mis propios deseos y pensamientos.
—Tu sonrisa lo dice todo, Adriana. Estás enamorada.
—No. —Negue con la cabeza—. Lo estuve en un momento. Pero ahora creo que ya no
lo estoy. No quiero estarlo.
—¿Y él? —me preguntó.
—Eso. Precisamente eso. Yo ya no sé si él lo esté. Ha pasado un mes, y unos días, y la
verdad no sé qué siga sintiendo. Me dice que me quiere, que me extraña, que un día de estos
vendrá a visitarme, pero no lo sé. Quizá sí, quizá solo sea un apego, una necesidad, quizá solo
este respondiendo a lo que yo le doy. Como dice Soledad, él también está en proceso de superar
una ruptura amorosa, y entre él y ese trayecto estoy yo. ¿Cómo puedo saber que lo que siente es
real y no solo… una parte de su proceso?
—¿Lo fue el para ti?
Me quede en silencio. Repasando en mi cabeza todas las posibles respuestas a esa
pregunta. Por donde lo viera me era muy difícil darle una. Una real, que no me haga parecer una
mala persona. No negaré que he pensado que yo lo utilicé también. Pero yo no quise hacerlo. Lo
que sentí fue real, aun siento ese calorcito ene l pecho. Aun puedo sentir su aroma en mi piel,
aun siento sus susurros en mi oído al recordar.
—No. No fue parte de mi proceso. Yo ya no amaba a Andrés cuando comencé a ver a
Daniel como un hombre. Andrés dejó de ser importante desde el momento que se fue de casa y
me engañó. Solo que yo no era capaz de verlo.
—Eso es muy maduro. ¿Habrías mentalizado eso sin Daniel?
Parpadeé. Inspiré profundo y suspiré.
Sonreí y levanté un hombro.
—Creo que me hubiera costado mucho más si no hubiera sido por él —respondí y me
lleve a los labios mi taza de café.
Fernando bebió de su taza también.
—Todo indicaría que ambos se apoyaron en un momento complicado. Pero ambos
tenían que su pasado quedaría ahí, con ese mal sabor de boca que deja un fracaso amoroso. A
veces transitamos por esas vías, y siempre aparece alguien para hacer más llevadero el trayecto.
Algunas veces se convierte en un compañero y a veces solo se convierte en el instrumento para
saber volver o definitivamente seguir en esa vía hasta encontrar el destino.
—Tú tienes más experiencia en estos conflictos emocionales. ¿Qué piensas realmente?
¿Crees que algo bueno saldría de todo esto? ¿O que está destinado a terminar en uno de tus
cuentos, en un anaquel en alguna librería? —pregunté.
Fernando me sonrió amablemente.
Se encogió de hombros y jugó con la cucharilla en su taza.
—¿Recuerdas a la chica de la que te hable hace poco? —me preguntó.
—¿La protagonista de tu novela?
Él sonrió y asintió.
—Exacto, la chica que conocí, de la que me enamoré y la que casi acaba con mi
matrimonio. Precisamente ella.
—¿Qué hay con ella? —fruncí el ceño—. He leído el libro, sé que sucedió.
—-Exacto. Lo que no cuenta ese libro, es la realidad concreta. Lo que pasó después.
—¿Hay un después? —pregunté.
—Si. Y ésa si es una verdadera historia que no puedo contar. Pero, como toda buena
historia no acaba con el felices por siempre. Como ya sabes. Yo cuando escribí la novela estaba
pasando por muchos conflictos, tanto en mi casa, como en el trabajo, como en mi cabeza. Ya
sabes, días de poca escritura y mucho alcohol. Mi mujer lejos, mi amante perdida. Encontré en
escribir la novela el escape perfecto de mi depresión, sublimé mi dolor en una obra, que, si bien
no es la que más ha vendido, es la que más me ha gustado. En resumen, y retomando, lo que no
cuenta aquella novela es que luego de todo ese tránsito emocional tan caótico, pues la paz
regresó por sí misma. Esa relación tan esquizofrénica, tan loca, tan desproporcionada y a simple
vista sin sentido, se filtró por sí misma.
—Creo que no te estoy entendiendo —le dije.
Fernando sonrió.
—Lo que trato de decir, es que, en estos casos, cuando hay algo bueno dentro de todo,
por más que no se vea, con el tiempo se va filtrando de las partes todos aquellos temores,
ansiedades, dudas, celos, odio; y si hay algo bueno en el fondo lo que saldrá de ahí terminará
siendo lo que debió ser. En mi caso, por ejemplo, aquella protagonista de mi novela y yo
terminamos reuniéndonos nuevamente, no hace más de dos años.
—¿Dos años más tarde de que lanzaste la novela?
—Exacto. Pasaron dos años, dos años en el que yo ya había dado por perdida aquella
relación, aquella amistad, aquella… bella historia de amor, pero de amor prohibido. Que, como
entenderás, no podía florecer. La vida se encargaría de reunirnos, de hablar, y de quedarnos,
para el bien de ambos, solo con lo mejor de lo que sucedió entre nosotros. Una bella amistad.
—¿Quieres decir que se siguen viendo? —pregunté.
—Así es. —Apuró su taza de café—. Somos muy buenos amigos al día de hoy.
Tenemos incluso un negocio juntos, invertimos en un pequeño restáurate en el centro: “Villa del
Mar”. Ve cuando desees. Eres bienvenida.
—Gracias, no sabía eso ¿Y tu esposa sabe de esto?
Me miró y sonrió. Hasta a mí me parecía tonta mi pregunta.
—¿Sería tan emocionante? —Cogió un cigarrillo de su bolsillo y lo llevó a sus labios.
Sonreí y bebí de mi taza de café.
—Creo que ya voy entiendo lo que me tratas de decir, Fernando.
—Por favor, expláyate… —invitó encendiendo su cigarrillo—. ¿Te molesta? —Negué
con la cabeza, no me molestaba que fumara—. Adelante.
—Lo que importa es, siempre, lo que está detrás de todo. Es decir, lo que realmente nos
mueve. En mi caso es ese sentimiento que nos impulsó en un principio. Siempre vamos a tener
Venecia —sonreí—. Creo que entiendo, Fernando. Con el tiempo sabre si lo que sentimos se
convierte en algo bueno para ambos, trasciende o solo queda como el recuerdo de una etapa que
pudo ser más difícil.
—Y dependerá de lo que tu desees. Él está en otra etapa, aparentemente. Lo que no hará
tu decisión más fácil.
—Él tiene más claro lo que siente.
—Lo sabe. Pero no es fácil tampoco para él. Me ha tocado estar en su posición, es
difícil cuando lo que deseas depende de arrancarse de la piel tanto prejuicio y tanta critica. Por
eso es que reprimir todo lo que sentimos, en estos casos, casi siempre termina explotándonos.
—Lo sé.
—Quería mi opinión, pues es que te quites de la cabeza tanto prejuicio y temor. Que te
lances y que arriesgues. La vida es muy corta, Adriana. —Sonrió—. No tienes nada que perder
en realidad. Claro, sigue siendo una decisión completamente persona. Yo solo te digo lo que yo
creo. —Se encogió de hombros y echó humo de lado.
Tenía razón. Si no me atrevía, nunca sabría que podría pasar, pero en serio me costaba
desprenderme de la vergüenza, la sola imagen de verme aceptando tener una relación con
Daniel me causaba mucha ansiedad. Sería feliz, lo disfrutaríamos, seguro que sí, pero pensaba
en mamá, en papá, en mis hermanos, mis amigos… Era complicado. No estaba lista para eso, no
me era una posibilidad. Pero olvidarlo, dejar que los sentimientos se enfríen y desaparezcan
poco a poco tampoco me gusta amucho. Estaba hecha un manojo de dudas.
Lo que me quería decir Fernando tenía lógica, siempre tendremos el recuerdo, siempre
seremos familia y siempre podremos vernos. Pero siempre también estará la duda razonable,
ahora para lo que pudo suceder. Y como bien me dijo, la decisión Yo aun sentía muchas cosas
por Daniel, pero me costaba cada vez disfrutar de ello, pues sabía que más temprano que tarde
uno de los dos aceptará la realidad absoluta y se apagará esa llama que encendimos tan de prisa
y que aún sigue ardiendo, pero que cada vez quema menos, y se acerca a la piel de mis dedos.
Las últimas semanas hemos hablado, es verdad, pero cada vez las conversaciones se
hacen más frágiles y más simples. Algunas veces incluso tarda más en responder, algunas veces
incluso no responde. Esta ocupado, pienso; pero luego vuelve a escribirme y me cuenta que
sucedió, me dice cosas lindas, y vuelvo a sentir que es el mismo. Algunas veces yo no le
respondo, pensando en que es lo mejor, pero me es difícil ver su mensaje y pensar que si no le
escribo se olvidará de mí, y no puedo pensar eso. No logro aceptar que suceda así.
—Estoy loca, Fernando.
Me miró y me sonrió.
—Es lo que me gustó de ti en aquellos años. Y qué bueno que yo no a ti —bromeó.
—Eres un estúpido —le dije sonriendo.
Nos soltamos a reír.
Pedimos dos cafés más y continuamos conversando.
Capítulo 18: Una duda razonable II
—¿Y qué fue de ese tal Kevin? —me preguntó Fernando unos minutos más tarde
endulzando su café.
—Kevin… —Sonreí—. Pues hemos estado viéndonos algunas veces.
—Cumpliste tu palabra de ir con él a cenar o a beber algo.
—Si. Cuando volví a Catalina pensé en que lo sucedido con Daniel iba a quedar ahí. Tu
entiendes. Vine pensando que ahora que estábamos lejos, pues no tardaría mucho en olvidarlo,
en que todo vuelva a ser como antes. Aparte me estuvo escribiendo algunas veces durante mi
última semana en Sta. Laura, pero casi no le respondía, como entenderás mi mente estaba en
otra parte. —Fernando asintió—. Cuando regresé a Catalina Kevin me llamó al día siguiente; el
domingo, temprano. Me preguntó si había vuelto ya, y pues le dije que sí. Me invitó a almorzar,
y así lo hicimos. Nos hemos visto algunas veces desde ese día, nos hemos hecho muy cercanos.
—¿Te fías de él? —me preguntó Fernando.
—¿A qué te refieres? —repuse.
—Digamos que es extraña esa relación de amistad.
—Lo mismo repite Soledad. —Sonreí—. Es raro, no lo negaré, pero cuando lo conoces
te das cuenta que es un chico bueno, con buenos sentimientos y muy respetuoso. Ya superó a
Estefanía, está concentrado en su trabajo y cuando salimos la pasamos muy bien, no ha
intentado nada, algunas veces lo cojo del brazo y me dice cosas lindas, pero es por ser amables.
—No lo conozco, pero por lo que me contaste… Creo que no me fiaría de él si fuera tu.
—¿Tú crees? —repuse.
—Pues —Se encogió de hombros— ¿Cuántas personas te han dicho lo mismo que yo?
—Me lo ha dicho Soledad; también me lo dijo mamá cuando le hablé de él, ella sabía
quién es; me lo dices tu.
—Bueno, digamos que lo que pensemos no importa. Nosotros vemos esa relación desde
el exterior. Al fin y al cabo, eres tú la que decide con quien salir y a quien brindarle tu amistad.
Pero es una relación bastante interesante. —Sonrió.
Sonreí también.
—Pues viendo en perspectiva, no entiendo por qué. No es diferente a otro amigo con el
que pueda salir si lo piensas bien.
—¿Y estas segura que solo quiere ser tu amigo? ¿Me dirías que el solo buscar salir
contigo solo como amigos, sin otra intención? —me preguntó.
—Fernando, no soy una niña, es cierto que sale conmigo porque le parezco atractiva,
que se yo; pero de ahí a que quiera algo más, creo que es lo suficientemente maduro para saber
que eso no es una posibilidad. Me cuesta pensar que eso podría pasar. Él puede creer muchas
cosas, sentir muchas cosas; de ahí a que piense que es posible, son dos cosas muy alejadas.
—¿Y por qué? ¿Por qué no querría intentar algo contigo? ¿O tu con él? Dices que es un
chico normal, como todos. —Bebió un sorbo de su taza.
—No seas tramposo. —Sonreí—. Me refiero a que, si ya estar con mi primo es una
locura, estar con el ex de la nueva pareja de mi ex, es muy pero muy surreal. Me cuesta verlo
como algo posible.
—¿Por qué te pasan estas cosas eh? —dijo divertido.
—No seas burlón.
—No. No, no lo tomes así, es que de verdad es complicado. Es confuso. Pero, te lo has
buscado y hay algo de ironía en todo esto. Los dos chicos que quieren estar contigo, son una
imposibilidad para tu ética y moral. —Se río—. Creo que tarde o temprano vas a tener que
tomar una decisión. Y si no te sacas de la cabeza tantas represiones sociales o como quieras
llamarlo, pues podrías quedarte con una frustración constante cuando todo esto pase. Porque
pasará, Adriana.
—¿Tú crees que me arrepienta? —le pregunté.
—No creo que te arrepientas. Creo que te quedaras con una duda razonable.
—Otra duda razonable… Odio las dudas razonables.
—Es que no hay otra opción. Si decides por el primo y comienzas a explorar con él lo
que puede ser una relación emocionante, secreta, apasionante; podrías darte cuenta de que una
vez pasada la intensidad y la emoción, solo fue eso, una experiencia. Por otro lado, si aceptas
dejar ahí las cosas, comenzar con Kevin, explorar la posibilidad de estar con alguien que no
tiene mayor pecado que haber estado con una tramposa que tiene un pésimo gusto para elegir
hombres, sin ofender, podrías darte cuenta que podrían tener algo; ya tienen en común algunas
cosas y creo que lo conoces bien, según dices. —Se encogió de hombros—. O quizá la opción
más madura de todas…
—Quedarme sola —completé.
—Quedarte sola. —Asintió.
—Lo he pensado muchas veces —agregué—. Es decir, estoy sola por ahora.
—No realmente —me dijo—. En tu cabeza hay un mundo. No creo que salgas con
Kevin, o te pases las tardes esperando el mensaje de Daniel, convencida de que no va a suceder
nada. La realidad de estar sola radica en aceptar que no necesitamos la atención de nadie, más
que la que nos damos nosotros. —Levanté una ceja, él lo notó—. Es la parte difícil. No me
mires así, ambos sabemos que te gusta mucho la atención, Adriana. —Sonreí, era cierto. Me
había olvidado lo mucho que me conocía Fernando.
—Tienes razón, lo acepto. ¿Pero qué puedo hacer? Tengo mucho en que pensar. —
Suspiré—. Creo que al final me quedaré sola. Engordaré y me compraré unos gatos. ¿Qué
dices?
Fernando se río.
—Difícil que hagas eso, Adriana. Eres una chica muy linda, si no es tu primo, o el tal
Kevin, seguro habrá por ahí algún otro loco —sonrió.
Me hizo reír también.
—Te pasas… En serio, Fernando.
—Es una broma. Hay que tomárselo con gracia.
Las veces en que salí con Kevin, estas últimas semanas, han sido divertidas No negaré
que la pasamos bien. Creo que he comenzado a conocerlo desde un punto de vista diferente. Ya
no perdíamos el tiempo hablando de nuestras ex parejas, o de las cosas que hicieron o harán.
Han sido muy contadas las veces en que tocamos el tema. No era necesario, por parte de él todo
estaba superado, por mi parte pues pocas veces he vuelto a pensar en Andrés. Era muy raro que
recordara. Desde que me cambie del apartamento he estado pensando más en mí, en mi trabajo,
algunos proyectos; claro, también en Daniel y el Kevin, pero eso es diferente. Incluso volví a
salir con mis amigas, algunas que no veía hace mucho. Soledad estaba muy contenta por mí,
según ella se notaba que era otra. Lo que no había logrado aun Kevin, era que cuando esté con
él deje de pensar en Daniel. Pues algunas veces venía a mí su recuerdo, y era difícil sacarlo de
mi mente, por más que Kevin era divertido y muy inteligente, era completamente distinto a
Daniel. No sentía eso que despertaba en mi Daniel con unos cuantos gestos. Como dice
Fernando, lo que tuve con Daniel fue algo fuerte, que sigue ardiendo aquí. No podría disfrutar
realmente de nadie si no me quitaba esto del pecho, si no me decidía de una buena vez.
Pensar en eso me daba dolor de cabeza.
Cuando salía con Kevin e íbamos al cine, a comer algo o a beber un trago y bailar, la
pasaba muy bien. Es muy divertido, un chico con visión, le gustan los negocios y sabe tratar a
las chicas. Algunas veces me he acostado en mi cama a pensar en que sucedería si nos lanzamos
a algo más, pues, aunque él no me ha dicho nada aun, esto segura que lo hará pronto. Pues
vamos saliendo casi tres semanas seguidas y la verdad es que cada vez lo noto más cercano, más
cariñoso, más galante y su forma de hablarme y de coquetear son cada vez más evidentes. Yo
trato de mantenerme neutral, no me ha nacido responderle de la misma manera, pero es porque
aún pienso mucho en Daniel.
Muchas veces he pensado en la posibilidad, ¿sería algo tan malo estar con él?
Finalmente, la relación de Andrés y Estefanía parece que fracasó. No he sabido mucho de eso,
solo que la boda se canceló, no se pospuso. No me interesa de todas formas. Entonces ¿Por qué
no pensar que algo entre Kevin y yo funcionaria? Daniel y yo no es una posibilidad muy
realista. Me gustaría, sí, pero es algo que no puede suceder, por más que… por más que aún lo
tenga en el corazón, tan dentro que no puedo sacármelo.
Lo que me decía Fernando me hacía pensar mucho. Tendría que decidir tarde o
temprano, pues mantener equilibrado esto que me está pasando es cada vez más difícil. Lo más
irónico de todo esto es que de poder quitarme a los dos de la cabeza, no lo haría. Lo que nació
con mi primo es muy especial, fueron las dos semanas más bellas que puedo recordar en
muchos años. Y Con Kevin, había encontrado a un chico que se interesaba en mí, que me
respetaba, que me quería y con el que me divertía mucho. ¿Qué sentía por Kevin? Me gustaba,
no puedo negarlo, es muy atractivo, muy divertido y tiene un trato muy bonito. Que dolor de
cabeza. A veces me pregunto por qué no pude conocerlo en otras circunstancias.
—¿Cuándo lo veras nuevamente? —me preguntó Fernando.
—Mañana, me invitó a cenar mañana. Iremos a un restaurante en el centro. ¿Sabes?
Creo que me dirá para estar.
—¿Tú crees?
—Como te dije, ha estado un poco raro en estos días. Sus mensajes, sus llamadas, sus
regalos. Soledad me dijo que ese restaurante es muy elegante, y romántico.
—Según lo que me dices, pues tienes razón. ¿Qué has pensando? ¿También vas a
despreciarlo? —Sonrió—. Pensé que yo era especial.
—Tonto —Sonreí—. Tu nunca me dijiste para estar.
—Es verdad. No me diste oportunidad. Pero no estamos hablando de eso —sonrió—.
¿Y si lo hace? ¿Si se declara? ¿Qué piensas hacer? —me preguntó.
—Pues eso no losé. Digamos que lo hace, pues… Como acabas de decir, voy a tener
que decidir. Tienes razón cuando dices que la vida es una sola, que hay que vivir, que debemos
dejar esos miedos de lado. —Me encogí de hombros—. Tal vez deba considerarlo, tal vez pueda
comenzar algo, no lo sé. Es un buen chico. No quiero quedarme con esa duda razonable.
—¿Y qué hay de Daniel? —me dijo.
Sonreí, entornando los ojos un poco.
—Creo que Daniel siempre será alguien muy importante. Como dices, me ayudó a
transitar por este camino, de no ser por él quizá ese viaje no hubiera sido tan terapéutico. Tan
beneficioso.
—Quizá él tampoco hubiera decidido formar esos papeles —me dijo bebiendo su café.
Levanté una ceja. No lo había pensado así.
Tenía razón, Daniel se decidió poco después de lo que pasamos juntos.
—¿Crees que fue por mí, Fernando? —levanté mi taza de café, bebí un sorbo mientras
esperaba la respuesta.
Mi amigo asintió mientras saboreaba su bebida y dejaba la taza en la meza.
—Creo que los dos se han ayudado a superar estas etapas. Pero creo que en el fondo los
dos sabían que luego de esa semana que vivieron regresarían a sus vidas. Es por eso que lo
vivieron tan intensamente, rompiendo con todo lo establecido. Tu mima lo dijiste. Fue porque
estaban en otro mundo, en una fantasía que sabían que no duraría mucho. Quizá de haber tenido
la libertad suficiente, todo el tiempo del mundo, no haber tenido las limitantes de la sociedad y
el qué dirán, no lo hubieran disfrutado con tal pasión. ¿No crees? Tú lo sabias. Sabias que
cuando te fueras del pueblo poco a poco la pasión, el amor, la emoción iría desvaneciéndose. No
quiere decir que lo que hay detrás, ese calor, se apague; pero si es verdad que esos sentimientos
necesitan ser alimentados, ser tratados… El amor es así, es tan frágil a veces. Y es más frágil si
con él hay inseguridad.
—No me lo haces más fácil, Fernando.
Me sonrió y se encogió de hombros.
—No es fácil. Tampoco te mentiré, por eso las novelas de amor son tan atractivas, es
más fácil ver a otros transitar esos senderos, es más sencillo pensar o entenderlo cuando no estás
tú pasando por eso. De ser fácil nadie sufriría por amor, o tendría esos conflictos emocionales.
—Eso es verdad. —afirmé.
Me quede en silencio un instante. Suspiré.
—Tómalo con calma, Adriana —me dijo—, cualquiera sea tu decisión trata de tomarla
conscientemente. Al final se trata de que tú te sientas bien con tu decisión, así como asumir las
consecuencias con esa misma seguridad con la cual decidimos. Ahí radica la importancia de que
nuestras decisiones deben ser tomadas en completo control de nuestras emociones y
sentimientos. De esta forma cuando las cosas no salgan como esperamos, estaremos preparados
—Asentí, él tenía mucha razón—. Bueno, cambiando de tema, más o menos: ¿Terminaste el
libro? —me preguntó.
—Si. Fue un final agridulce. Por un momento soñamos. Pensé que terminaría con ellos
juntos, el chico y la chica del comienzo. ¿Lo has leído verdad? —Fernando asintió—. Entonces
sabes que ese final es muy duro. ¿Acaso así es la vida? Dios mío…
—No. La vida es más dura, mi quería Adriana. Leí ese libro hace muchos años, tiene al
menos 40 años esa novela. Lo recomiendo como lectura en mis cursos algunas veces. Es muy
fuerte, pero refleja precisamente lo que se busca en el amor y lo que muchas veces encontramos:
dolor, traición, decepciones y conflictos afectivos, emocionales, psicológicos. Todo teñido de
pequeñas pinceladas de felicidad. Amar puede ser el comienzo de una historia, pero nunca es el
final. No uno bueno al menos. Hablando claro de cuentos.
—¿Cómo acabaras el mío? Dijiste que lo escribirías. —Pregunté.
Fernando me miró, entornó los ojos y río nasal.
—Pues con lo que me has contado no necesitaría más. —Jugó con la cucharilla en su
tasa—. Creo que tengo el final perfecto, claro tendría que aumentar algunas escenas, algún
personaje más por ahí, haría a la esposa del “héroe” una verdadera perra, y quizá el personaje de
la protagonista, tu, lo haría más de cascos ligeros.
—¡Ey! ¡No! Capta mi personalidad… —Sonreí—. Hazme como soy. Dulce, tierna, muy
sexy y sobre todo…
—¿Aburrida? —Sonrió.
—¡Escribe esa historia y te denunciaré! —Le dije divertida.
Ambos nos soltamos a reír.
—El aún no termina el libro que le recomendé —comenté—, pero es comprensible,
tiene muchas más páginas y él trabaja mucho. Pero me ha dicho que está muy enganchado y que
le está gustando cada vez más. Algunas veces conversamos sobre eso, me quiere sacar
información de la trama, pero no le digo nada, para que no pierda la emoción de seguir leyendo.
Además, él tampoco me dijo que el libro terminaría así, el que el me regaló.
—Bueno, es mejor así. Nada es más horrible que alguien te cuente el final de un buen
libro. ¿O te hubiera gustado saberlo?
—Pues creo que sí, así hubiera estado preparada. Cuando lo terminé tuve que llamarlo,
le reclamé. —Sonreí—. O sea, no de mala manera, pero me entiendes. El libro fue muy bueno,
pero de verdad me rompió el corazón.
—El libro te da muchas pistas de lo que sucederá. Como todo en la vida. Si pones
atención, es fácil saber cómo todo llegará a su desenlace. Ese es el arte de contar una historia,
poner esos detalles ahí, pero tan sutiles que solo captas de forma inconsciente. En la vida es
igual. Algunos lo llaman instinto; otros, presentimiento. Son solo esos detalles que captamos de
una manera que no entendemos y nos van a guiar al inevitable final. “La vida es una novela
escrita de magistral forma, nos dan los títulos de cada capítulo, pero no nos dicen nunca el
contenido”. Edwart Sanjai. Uno de mis escritores favoritos.
—Pues sí. Tienes razón, Fernando. Supongo que el contenido lo vamos escribiendo
nosotros…
—Así es. Uno nunca sabe que esperar de la vida, hasta que te estrellas de cara con ella,
y entonces te das cuenta que pudo ser diferente si ponías más atención. La novela que leíste
habla algo acerca de eso. Habla del aprendizaje.
—Lo sé. Es una buena novela, entiendo por qué le gustó tanto a mi primo. Pero te juro
que nunca pensé que la chica había muerto hace muchos años, la historia la cuentan como si
estuviera pasando a la par, pero en realidad era de atrás hacia adelante en el caso de él. Pensé
que lloraba a su esposa, no a la chica que conoció en ese campamento. —Suspiré—. De solo
recordar me pongo triste.
—Tranquila. Si la historia fuera lineal, no tendría ese impacto. Me alegra que te gustara.
Podría recomendarte algunas parecidas, si quieres llorar un poco más.
—No. No. Gracias, ya no quiero saber nada de esos dramas, volveré a mis aventuras
épicas y románticas con finales felices. Aunque te diré que si es de esos libros que nunca voy a
olvidar. Me alegra haberlo leído. Aunque al final… Me hizo llorar mucho. Diablos, tienes razón
es como la jodida vida.
Fernando me miró y sonrió. Apuró su taza de café.
Nos quedamos hablando unos minutos más, de su trabajo en la universidad, de mi
trabajo en el hospital. Incluso recordamos anécdotas del segundo año en la UNC, la universidad
de catalina. Fue divertido, sirvió para quitarle un poco la tensión de los temas de los que
hablamos al principio. Había sido terapéutico poder hablar con él. Se que Soledad no me juzga,
pero es más crítica, en cambio Fernando me comprendía, había pasado muchas cosas en su vida
y muchas de ellas relacionadas justamente con los amores imposibles, platónicos, amores
pasajeros y pues su forma de ver la vida me hacía sentir comprendida. Complementaba
perfectamente con la voz de la razón, papel, que a veces toma Soledad.
Tenía una duda razonable en la mente. Acerca de Daniel, de mí; de Kevin y yo. La duda
de si realmente uno de los dos era la respuesta a lo que estaba sintiendo y por qué. Ya no tenía
en mente a Andrés, lo recordaba alguna vez, pero pasaba rápido. Cuando estaba con Kevin la
pasaba muy bien, tiene mi edad, pero es muy maduro; con Daniel, la distancia no había hecho
que se apague lo que sentía, pero si había reducido la intensidad de las emociones.
No podía hacer más que analizar la situación y esperar que cuando deba decidir, como
me dijo Fernando, lo haga desde la razón y no desde las emociones, lo haga decidida en que
será lo mejor para mí, y para ellos también. Pero me preguntaba, o, mejor dicho: tenía una duda
razonable: ¿Puede alguien no salir lastimado aquí?
Esa era mi duda razonable.
Se hizo tarde y Fernando tuvo que regresar a casa. Fue agradable verlo después de
tiempo. Me dijo que lo mantenga actualizado sobre mi “historia”, conociéndolo usara mucho de
lo que hablamos para crear algo. No tengo problemas con eso. Se que él ya sabe cómo acabará
esto incluso antes que yo. No hay que ser un escritor para saberlo, eso me lo dejó claro. Por
ahora seguiré avanzando de página en página hasta que pueda decidir como acabar este cuento.
Pues tarde o temprano debe terminar, y tendré que hacerlo yo misma, pues en la vida real no
existe alguien que vaya pensando por mí y que me lleve de escena en escena. Esta es la vida
real, y en la vida real no basta con pasar unas hojas.
Fernando me acompaño al paradero y me embarcó en un taxi. Nos despedimos con un
abrazo y con la promesa de reunirnos un día de estos con Soledad, beber unas copas y
conversar. Le dije que me parecía una fantástica idea, hacía mucho que no nos reuníamos los
tres.
Me fui y en el camino revisé mi celular, había dos mensajes nuevos. Uno de Daniel y
otro de Kevin. No sé por qué, pero primero respondí el de Kevin.
Capítulo 19: Decisiones
Kevin me recogió en mi apartamento al día siguiente.
Me esperó fuera, en su auto. Iríamos a cenar, como me prometió. La verdad había
estado muy emocionada, me había arreglado muy bien pues me dijo que era un lugar más o
menos elegante, así que me puse un bonito vestido y unos pendientes caros que me regaló Kevin
hace unos días. No los quise aceptar, pero insistió y no vi nada malo en eso tampoco.
Soledad y yo habíamos hablado en el trabajo, ella me insistió en que no era buena idea
que siguiera saliendo con Kevin, que tarde o temprano querrá ser más que amigos. Yo le dije
que era muy posible, y que tal vez no estuviera tan mal aceptarlo como pretendiente o
directamente comenzar a salir con él ya no como amigos. Ella insistía en que era una locura.
Finalmente me dijo que era decisión mía, y que yo decidiría. Pero como siempre, me dio su
opinión como buena amiga que es. Era comprensible su antipatía por él, pues ella no entiende
que aquello que pasó entre él y yo no fue un abuso de su parte, para ella él se aprovechó de mí y
se fue, pero la verdad es que no fue eso lo que sucedió. Aunque también es comprensible que
salir con el ex, de la mujer que se metió con tu pareja es bastante retorcido si lo piensas
demasiado.
Ciertamente yo estaba segura de que esta noche Kevin me propondría ser pareja, y no
puedo negar que me sentía alagada, luego de Daniel no me habían hecho sentir así. Sentirme
emocionada por ver a alguien, hacer cosas juntos. Kevin era bastante encantador, nos
conocíamos ya, sabia como tratarme y no había intentado nada inapropiado, era bastante
correcto. Mas allá de darme la mano para bajar del auto, acercarme el brazo para cogerme de él
y caminar juntos, algún largo abrazo y muchas sonrisas, no había dicho o hecho nada que me
hiciera pensar de más. Pero con él es distinto, pues hay una historia detrás. Él ya había
despertado en mis emociones, pero emociones muy confusas.
En una de nuestras conversaciones le pregunté por qué no me había vuelto a buscar
después de lo que hicimos, es decir acostarnos; me dijo que tenía muchas ganas de hacerlo,
buscarme, seguir viéndonos; pero, que, dada nuestra situación en ese momento, que lo que
sentía en esos momentos era mucha confusión, conflictos con sus emociones y pensamientos y
que había comenzado a despertarse en él algunos sentimientos por mí. Agradecí que fuera tan
directo. Me dijo que luego de que nos acostamos él se convenció de que si seguía viéndome se
enamoraría, y que eso no podría pasar, no en aquellos momentos. Me lo dijo sin vergüenza
alguna, como dije es muy maduro. El domingo que nos vimos hablamos largamente, de todo;
incluso le conté lo que pasé en Sta. Laura, obviando que Daniel es mi primo. No estaba
preparada aun para contarlo con tanta soltura. Si bien le he contado a Fernando y a Soledad,
pues ellos son de confianza, Kevin también lo era, pero en este caso preferí obviar ese detalle.
Más aun luego de rencontrarme con el después de más de un año. Supongo que el también habrá
tenido mucho cuidado con lo que me contó que hizo en la provincia de Valladares.
Respecto al tema de Kevin, Fernando mencionó algo importante ayer, algunos nos
acompañan a salir el sendero del sufrimiento, algunos son instrumentos para salir, creo que el en
realidad nunca fue ni uno ni el otro. Quizá Kevin no sea una mala elección, quizá vaya siendo
hora de tomar la decisión correcta.
¿Dónde quedaba Daniel en todo esto? Pues sigo sonriendo como tonta al recordar
nuestra semana juntos. Sigo sonriendo al ver el libro que me regaló, sigo suspirando al recordar
nuestra despedida. Y cuando me llegan sus mensajes, sigue latiéndome el corazón, aunque cada
vez es menos frecuente que hablemos como antes, horas largas sin hablar de algo, a la vez que
nos decimos todo. Algunas veces es tan fácil no responder, otras veces deseo tanto que me
escriba. Daniel aún sigue latiendo dentro de mí, aun siento su piel sobre la mía algunas veces y
siempre estaré agradecida de que estuviera conmigo en esos momentos tan difíciles. Creo que el
piensa que fui yo quien lo ayudó en aquel momento, lo que ignora es que fue el quien me ayudó
a mí. Eso hacía más difícil desprenderme de tanto que siento. Pero a diferencia de Kevin, Daniel
y yo nunca podríamos tener algo. No soy capaz, no puedo pensar en que eso se dé sin herir a
tanta gente.
Terminé de alistarme y bajé al primer piso. No conseguí nada más abajo del quinto piso,
no me importó, tampoco tenía para pagar un mejor apartamento, pero para mí sola estaba bien.
Kevin me esperaba ahí, cuando me vio me sonrió y dio un sobresalto, me pareció lindo.
Se había puesto un saco y se le veía muy guapo. Es un hombre guapo, siempre peinado y
afeitado, a diferencia de Daniel, que siempre parece estar descuidado, pero tiene ese talante
masculino, agresivo, aunque es más tierno que rudo. En fin. No quería pensar en él ahora. Debía
concentrarme en Kevin, disfrutar esta noche.
—Estas muy bella —me dijo. Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla—. Veo que
usaste los pendientes. Qué bueno, pensé que no te habían gustado.
—No, nada de eso. —Jugué con ellos con mis dedos—. Son muy lindos. Me gustan
muchos. Estaba esperando un momento adecuado para utilizarlos. Ya que iremos a un
restaurante bonito, creo que es la oportunidad perfecta.
Le sonreí. Él sonrió y asintió.
—Me alegra, me alegra realmente. Bueno, vamos. La reservación es para las ocho de la
noche, tenemos suficiente tiempo, podemos beber algo en el bar antes de cenar. ¿Qué dices? —
Abrió la puerta del copiloto y me ayudó a subirme.
—Claro, no hay problema. Me vendría bien un vino antes de la cena.
—Perfecto. —Me cerró la puerta y rodeó el auto, abrió la puerta y entró—. Te va a
encantar ese lugar— me dijo sonriente.
—Estoy segura que si —respondí.
Partimos.
En el camino conversamos un poco, nada relevante en realidad, del trabajo, del tráfico,
se le veía algo nervioso. Normalmente hablaba mucho, en esta ocasión lo notaba pensativo, no
quise preguntarle para no incomodarlo. Llegamos en pocos minutos al restaurante, estaba en el
centro de la ciudad, en una zona bastante bonita. Hacía mucho que no iba a un lugar así.
La “Rosa dorada”, un restaurante bastante ficho, como suele decírsele aquí en Catalina a
los lugares elegantes. Era más elegante de lo que pensé, no estaba acostumbrada a ir a lugares
así, con mi sueldo de enfermera no gano tanto, es decir, no como para estos lujos. Sin embargo,
Kevin había hecho buenos negocios en la ciudad y estaba ganando muy bien. Siempre ha sido
un hombre mentalizado en trabajar y ganar dinero, las veces que salimos siempre me lleva a
lugares bonitos y algunos caros. Yo siempre llevo mi dinero, aunque muchas veces la paga todo,
aunque con él se siente natural, nunca he sentido que lo hace por… Por inseguro.
Nos recibieron amablemente luego de estacionarnos, nos dirigimos a recepción y
confirmó las reservaciones. Teníamos veinte minutos antes de que podamos ingresar, por lo que
nos dirigimos al bar, por un pasillo cerca del vestíbulo.
Nos sentamos en la barra, no había muchas personas. El bar tender nos saludó
amablemente y nos invitó a probar sus tragos. Pedí un vino, y Kevin un ron. Nos atendieron
rápido y amablemente. El lugar era cómodo, buen ambiente y se sentía glamoroso.
—¿Vienes mucho aquí? —le pregunté.
—Te voy a ser completamente sincero —me dijo—. Siempre quise venir aquí. Muchos
amigos me hablaban maravillas de los platillos, del ambiente que hay en este lugar; pero nunca
tuve la oportunidad de venir. Quería hacerlo cuando fuera una oportunidad especial.
Me sonrió y jugueteaba con su vaso de ron, donde los hielos tintineaban contra el
cristal.
Yo lo miré y entorné los ojos con una sonrisa.
—Salud. —Levantó su vaso y lo acercó a mi—. Porque sea una bonita cena.
Toque mi copa con su vaso, tintinaron.
—Lo será, Kevin. Siempre la paso muy bien contigo. Eres un buen chico.
Me sonrió y bebió de su vaso. Yo hice lo mismo.
—He estado pensando —dijo bajando su vaso de ron—, hay algo que quería contarte.
Creo que no lo hice en su momento, pero me ha estado dando vueltas. No soy de mentir u
ocultar cosas, y creo que esto es importante.
—¿De qué se trata? Puedes decirme —le dije frunciendo el ceño—. ¿Es algo malo?
Se encogió de hombro.
—No necesariamente. Pero creo que sería adecuado contarte.
—Pues dime. ¿Qué ha pasado?
—Pues hace una semana más o menos, recibí una llamada. Me llamó Estefanía.
Arqueé las cejas de la sorpresa.
El me volvió la mirada, la llevó a su vaso de ron, el cual hacia tintinear con los hielos.
No dije nada, esperé que él continuara.
—Me llamó —continuó—, no sé de donde obtuvo mi número. —bebió un sorbo y
volvió la vista a mi—. Fue muy extraño. No me dijo quien le dio mi número, pero supongo que
pudo ser alguna amiga en común, aún tenemos algunas. —Asentí—. Lo más extraño fue la
razón por la que me llamó.
—¿Qué quería?
—Pues eso es lo que más me sorprendió. Me llamó entre lágrimas, no le entendí bien lo
primero que me dijo. Pero estaba muy muy mal. Le dije que se calmara, que no le estaba
entendiendo, pero seguía entre sollozos. Le pregunté dónde estaba y logré entender que estaba
en casa de su hermana. Fue un impulso. Le dije se tranquilice, que si deseaba que habláramos.
Creo que esperaba eso, pues más o menos logró vocalizar: Parque Benedicto. Yo lo conocía
muy bien, está detrás del edificio de su hermana. Le dije que en veinte minutos estaba ahí.
—Se reunieron entonces —concluí.
—Si. Como te digo, fue un impulso. —Continuó jugando con los hielos en el vaso—.
Yo ya no siento nada por ella. No tenía que guardarle ningún rencor, simplemente pensé en ir y
escucharla. No esperaba nada, no esperaba disculpas o explicaciones, solo pensé en demostrarle
que a pesar de todo yo podría ser capaz de estar ahí. Entiendes, alguien que ya superó lo que
sucedió entre nosotros alguna vez.
—¿Y qué quería decirte? —pregunté. Bebí de mi copa. Escuchaba muy atenta.
—Cuando llegué estaba ella ahí en la banca del parque. Se le veía muy despejada, traía
los ojos rojos, estaba pálida descuidada. No la reconocí, cuando la vi, no la reconocí. Siempre
fue una mujer bella, que se cuidaba, le gustaba arreglarse, la Estefanía que vi ese día no era la
que recordaba. —Hizo una pausa, apuró su trago y dejó el baso en la mesa. El barman le ofreció
servirle otro, pero dijo que no con la cabeza—. Cuando me vio llegar se lanzó hacia mí, me
abrazó y lloró en mis brazos. Solo pude acariciar su espalda, su cabello y decirle que se calme,
que hablemos. Luego de algunos minutos se calmó, le di un pañuelo desechable, tenía uno de
milagro. —Sonrió—. Se calmó y pudimos hablar, Adrianita. Me contó todo.
—¿Qué es todo?
—Pues lo que sucedió con Andrés, hasta que… Terminó con él.
Habían terminado entonces. Yo hasta ese momento no tenía idea, pensé que se habían
dado un tiempo, hasta que pudieran arreglar el tema de la boda y quizá algún problema entre
ellos. Fue lo que me dijo Sofía, pero ignoraba que había terminado. Aunque la hermana de
Andrés me dio esa información antes que Kevin hablara con ella. No pude evitar sorprenderme
un poco al escuchar eso, no me imaginaba que terminarían tan pronto.
Continuó:
—Me dijo la razón, Adriana. Me dijo que él seguía pensando en ti. —No esperé
escuchar eso, fue más sorprendente aun—. Me dijo que pocos días antes de la boda encontró en
su computadora algunos videos y fotos tuyas. Le pidió que las borrara, que no las tenga ahí,
pues él sabía que ella era un poco celosa y sensible con ese tema, es decir contigo. Pero él se
negó a hacerlo, discutieron, ella le reclamó, el aceptó que tenía, dentro de todo, buenos
recuerdos contigo, que ella no debía sentirse así, que ya eras parte de su pasado y que se casará
con ella en pocos días, pero Estefanía no entendió.
—¿Todo eso solo por unas fotos en su computadora? —pregunté.
—No. No solo es eso, Adrianita. Ella me contó que se había vuelto muy celosa con él,
que le costaba confiar, cada vez que se iba a trabajar o salía, ella no podía estar tranquila y que
estaba volviéndose loca. —No me sorprendía, me imaginaba lo difícil que sería estar con un
hombre el cual engañó a su pareja por estar contigo; tendrías siempre ese cosquilleo que
molesta, sabiendo que si lo hizo una vez…Continué escuchando—. Dijo que le revisaba el
teléfono, sus correos, lo hacía a escondidas, y pues que discutían mucho.
—Yo pensé que estaban muy enamorados —interrumpí—. Muchas veces me contaban
que los veían muy felices, muy enamorados y románticos. ¿Qué hay con eso? Acaso…
—Apariencias. Ella me dijo que el si hacía esos gestos, pero eran como para demostrar
que estaba enamorado que realmente él no era así, como bien sabes. Me dijo que en comienzo si
le gustaba sorprenderla, ser romántico, tierno, atento; pero poco a poco fueron aumentando las
inseguridades, de ambos, no solo de ella. Él tampoco era el más seguro.
—¿Y con todo eso por qué demonios casarse? O querer hacerlo.
—Está embarazada.
Eso si fue un baldazo de agua helada. Quedé estupefacta. Apuré mi copa de vino y le
pedí al barman que me sirva un poco más. Realmente había sido una noticia muy sorprendente.
Kelvin me lo contó más sosegado, pues supongo ha tenido tiempo de procesar aquella
información. Por otra parte, Andrés siempre había querido ser papá. Me sorprendió lo pronto
que había sucedido con Estefanía, pues yo sabía que seguro y serían padres, pero tan pronto en
realidad no. Aun no entendía muy bien por qué me contaba estas cosas Kevin. Seguí
escuchándolo nada más.
—Continua —le dije.
Asintió y prosiguió:
—Tiene tres meses. Todo va bien aparentemente. Me contó que apenas se enteró
Andrés se emocionó muchísimo. Y fue entonces que decidieron apresurar todo para poder
casarse, pues querían que naciera en un matrimonio, en una familia. Pero ella no estaba segura
del todo. Pues sabía que era muy pronto. Él era el más emocionado con la boda y el niño. Ella
estaba feliz por su embarazo, pero tenía aun muchas dudas con respecto a Andrés, pues se dio
cuenta de que no lo conocía realmente. Más aun luego de ver las fotos que aun guardaba y que
discutieran. Ella le preguntó si aun sentía algo por ti, él le dijo que algunas veces te recordaba y
que por eso no eliminaba las fotos, pero que no sentía ya más. Ella, evidentemente, no le creyó.
Decidió lo que ella consideró lo mejor en ese momento.
—Cancelar la boda —agregué.
—Exacto. Me dijo que le dolió mucho, pero que si se casaba con él nunca seria feliz.
Que había sido un error querer llevar tan lejos su relación. No piensa que el niño sea un error,
pero cree que sería un error mantener una relación con Andrés, pues no confía en él, sabe que
no es lo que aparenta y que aún no te ha olvidado. Es lo que ella piensa. Por esa razón le dijo
que posponga la boda y luego que la cancelara. Andrés y ella ya no están juntos. Ella decidió
terminar con él y desde entonces ha estado en casa de su hermana. La ha buscado unas veces
para conversar, volver, solucionar sus problemas, pero ella está decidida a ya no saber de él. No
como pareja, me dijo; pero sabe que estarán unidos por ese niño para siempre.
Asintió y suspiró.
Nos quedamos en silencio unos segundos. Había mucha información que procesar.
Muchas revelaciones que no esperaba. En su momento me hubiera alegrado, hasta me hubiera
regocijado saber que su relación se había ido a la mierda, pero en estos momentos, en realidad,
no sentía más que… Sorpresa. No podía llamarlo de otra manera, me sorprendía todo lo que me
contó Kevin. No hay duda que lo que mal comienza mal acaba. Me daba un poco de lastima
incluso, pues una criatura que nazca en esas circunstancias, con sus padres en esa situación, no
debe ser sencillo. Y pensar que alguna vez pensé en embarazarme de Andrés, pero siempre algo
me lo impedía, no me sentía segura, estoy seguro que para él esta situación tampoco debe ser
fácil. Pero es lo que le ha tocado, me imagino que tarde o temprano tendrán que arreglar sus
problemas. Mas allá de eso, no deseo nada más.
—¿Entonces te llamó para contarte eso, Kevin?
Asintió.
—Quería hablar con alguien. Su hermana está de viaje, nadie sabe que está embarazada,
solo ellos dos, y bueno, ahora nosotros, Adriana. Me pidió disculpas también. Me dijo que
lamentaba mucho lo que me hizo. Se sintió extraño, pues hace más de un año hubiera deseado
escucharlo de ella, hubiera sido satisfactorio, pero ahora fue como… —encogió un hombro—.
Como escuchar cualquier otra cosa. Ya no necesitaba escucharlo. Solo le dije que no se
preocupara, que todo estaba bien. Traté de tranquilizarla, pues en su estado no era bueno.
—¿Fue todo lo que paso? —pregunté.
—No. No fue todo. La acompañé a su edificio, al apartamento. Le preparé un té de
hiervas y conversamos un rato más. Traté de que se animara. Me preguntó que estuve haciendo
todo este tiempo, no nos veíamos hace mucho después de todo. No le dije nada de ti, está más
que claro. Aunque ella sabía que tú y yo nos vimos alguna vez, no se quien le pudo dar ese dato.
Me agradeció mucho el estar ahí con ella, me abrazó y… —Asintió lentamente—. Me besó.
No supe que decir, no supe que sentir, no supe cómo reaccionar. Fue rarísimo. Él se
quedó en silencio, me evadió la mirada y paso el dedo sobre el borde de su vaso. El Barman se
acercó, esta vez Kevin aceptó que le sirvieran otro trago, con dos hielos más.
—¿Y qué más? —le dije.
—Me dijo que aún me quería. Me dijo que muchas veces pensaba en mí, y que se
arrepentía de lo que hizo. Que lamenta que sea muy tarde ya. Me dijo que, si yo pudiera
perdonarla algún día, le gustaría que fuéramos amigos al menos. —Sonrió—. Ser amigos, ¿te
imaginas? Salir a pasear con ella y su bebe, comer helados los domingos. —Suspiró y bebió de
tu copa.
—¿Qué le dijiste? —pregunté.
—Le dije que no podría ser amigos. Que no podíamos vernos más. Solo fui porque
estaba mal y porque pensé que así la ayudaría, y por qué tenía que verla una vez más, para estar
seguro de algo. De que la decisión estaba tomada. Ese beso me demostró que ya no sentía nada,
que había acabado por fin, y que ese temor que aun guardaba en el fondo de mi corazón se había
desvanecido. —Se encogió de hombros—. Ya la había perdonado hace mucho, dejó de doler al
poco tiempo, pero tú me entiendes, en el fondo siempre queda algo, un cosquilleo, un temor a
que pasará. Me di cuenta que con ella… Ya no podría pasar nada. —Sonrió y levantó su vaso de
ron, lo acompañé con el mismo gesto—. Salud, Adrianita. Salud por eso.
Brindamos.
Me alegraba saber que Kevin había superado de esa manera a Estefanía. Me hacía sentir
segura de él, de su madures, más aún ahora que estaba comenzando a considerarlo como
potencial relación. Creo que me ha contado todo esto para que sepa de manera clara y precisa
que tanto Estefanía como Andrés forman parte de un pasado y que está enterrado, que no hay
donde más buscarle. Por otro lado, lo que me contó a mí me había dejado sorprendida, muy
sorprendida, pues vinieron a mí algunos pasajes de mi pasado con Andrés, un pasado reciente en
realidad. Iba a ser padre, lo que tanto quería, y lo que pudo ser alguna vez entre nosotros. En su
momento me emocionaba mucho pensar eso, ahora… Con lo reciente, pues la verdad algo me
dice que fue una bendición real el no tener hijos con él. Y estaba el hecho de que el aun pensaba
en mí. ¿Qué era esto que sentía aquí? No estaba segura. Fue extraño, por un instante latió mi
corazón. Por un instante sentí un placer culposo por saber que Andrés no había olvidado quizá
del todo nuestra historia. Soy una estúpida, lo sé.
Pero si de algo estoy segura, es que yo no tengo la madurez de Kevin, de cruzarme con
Andrés creo que no sería tan amable con él. No porque aún sienta algo por él, bueno o malo,
sino porque en esta historia es el personaje más desagradable. Y de verdad hay algunas cosas
que debería saber. Incluso logro sentir algo de lastima por Estefanía, se dio cuenta muy tarde,
pero muy tarde.
Capítulo 20: Kevin
—Ha sido una cena deliciosa, Kevin. —Limpie mis labios con la servilleta—. Es la
ternera más suave que he comido.
—¿Qué tal el vino? ¿Quieres un poco más? —me ofrecí, levantando la botella con
cuidado y acercándola a mi copa, yo asentí—. Muy bien.
Algunos pocos minutos luego de conversar en el bar, el recepcionista nos mandó a
llamar. Nuestra mesa estaba lista y podíamos entrar al salón de mesas. Así lo hicimos. Kevin
había reservado una bonita mesa para dos no muy al fondo del salón, cerca de los músicos. Si,
había músicos tocando suave música clásica, me sorprendió. Era un salón enorme, lleno de
mesar muy elegantes, abovedado, con enormes candelabros y arañas de cristal, cuadros en las
paredes, alfombra y decorados en madera tallada. Todo se veía elegante y fino. Por un instante
me sentí como fuera de lugar, al ver a tanta gente elegante, con trajes caros. No había ido a un
lugar así.
Nos atendieron con rapidez, muy amablemente se nos acercó un mozo, se presentó muy
respetuosamente, nos dijo que sería nuestro mozo particular. Ordenamos, nos trajeron unas
bebidas para esperar y algunos aperitivos deliciosos; cuyo nombre ignoro, eran como pequeñas
frituras con verduras. No pregunté el nombre.
Ordené ternera en salsa de mostaza, Kevin pidió pollo al pimiento. Me preguntó si
deseaba vino o champaña, ordenamos un vino. Un vino bastante caro, no era nacional, me di
cuenta por el nombre, era un semiseco bastante bueno, pero nada que envidiar al que producían
en Santa Laura, no pude evitar comparar. Obviamente no mencione nada. Solo lo disfruté.
Conversamos un poco de cualquier cosa mientras cenábamos. Fue una cena amena,
deliciosa, divertida. La estaba pasando muy bien con Kevin. Durante la cena algunas veces él se
me quedaba mirando, con cara de bobo, luego sonreía y me continuaba comiendo. Yo solo
sonreía. Sin duda Kevin no me había llevado ahí solo porque sí, estaba más que segura que en
cualquier momento me diría algo sobre sus sentimientos e intenciones conmigo. Las mujeres
nos damos cuenta de esas cosas, más cuando son tan transparentes como él. Es gracioso, con
Daniel nunca estaba segura de que haría o que pasaría, era algo que me gustaba. Pero igual y
estaba siendo yo una exagerada. De todas maneras, solo me quedaba esperar. Hasta el momento,
fuera de esa incomoda conversación en el bar, había sido una bonita cena, Kevin es muy
divertido.
Me gusta que siempre tiene un interesante tema de conversación. Películas, música,
algunos libros, video juegos, anécdotas, etc. Siempre se ríe de las cosas que digo, no como
burla, como enfatizando que soy divertida, que lo hago reír. Ríe como bobo, pero cuando le
cuento cosas serias, muestra una gran atención y preocupación, luego me comenta y trata de
darle una opinión, aunque no se la haya pedido, pero no me molesta. Es un muchacho bastante
hablador. No diría que me recuerda a Daniel. Mi primo es divertido, tierno y con el todo es
divertido, pero de una forma completamente diferente. Con Daniel sentía otras cosas, ese
cosquilleo en el corazón, en la panza, él era mi amor de la infancia, supongo que por eso. Kevin
me hace sentir algo similar, pero con él es como que todo tiene una pauta, un paso, sé que va a
suceder, y eso me da seguridad. La seguridad de que con él las cosas podrían funcionar, algo
que con Daniel no pasará. Aunque ese cosquilleo al verlo a los ojos, y cuando el me ve, no lo he
vuelto a sentir.
Si era sincera conmigo, pues esperaba que Kevin tarde o temprano confesara sus
sentimientos e intenciones, pero me preocupaba tomar la decisión incorrecta. Yo aún tenía
muchas cosas en la cabeza, en el corazón y él, con lo que me contó, me dejó claro que su
corazón y su mente están más que listos para volverse a enamorar. Y era eso lo que me asustaba
un poco, pues yo no podía darme el lujo de tomar una decisión en base a lo que esperen de mí,
debía hacerlo pensando muy bien en las consecuencias, como me dijo Fernando, debía dejar de
lado algunas emociones, pensamientos. Decidir pensando en lo que yo quería en realidad. Pero
es difícil. No estoy segura del todo en que quiero.
En la tarde me llegó un mensaje de Daniel. Me hizo latir el corazón. Me dijo que me
extrañaba mucho. A penas abrí el mensaje y lo leí sonreí como una tonta, porque, aunque mis
días transcurrían muy deprisa, entre el trabajo en el hospital, el departamento, mi familia,
Kevin; aun extrañaba ver a Daniel. Extrañaba poder salir con él, verlo en las tardes, habrán sido
solo dos semanas, pero vaya que parecieron mucho más. Le respondí de inmediato, le puse que
también lo extrañaba, que lo quería mucho y que espero poder verlo pronto. Me respondió un
poco más tarde, me dijo que me quería también, que extrañaba verme cada día y que cuando
pasaba por el almacén no puede dejar de pensar en mí. Fue lindo, me hizo reír y recordar.
Había pensado que luego de que le conté acerca de Kevin, se iba a poner celoso o algo
así, pero no. Porque sí, le había contado a Daniel acerca de Kevin, no le dije como lo había
conocido, pero si le comenté, en una de esas largas conversaciones de madrugada, que había un
amigo con el que salía algunas veces. Me preguntó si era algo serio, pero le fui sincera, le dije
que no. Luego de eso no me escribió unos días, pero finalmente volvió a hacerlo, eso me alegró.
Pensé que se había puesto celoso, me gustaba pensar que sí, aunque la verdad no me dijo nada.
¿Por qué le hablé de Kevin? Pues porque en el fondo quizá debe entender que tarde o temprano
ambos tendríamos que salir con otras personas, enamorarnos de alguien más. Estoy segura que
él sabe que no me va a ser tan fácil, así como yo pienso que tampoco el podrá olvidarme tan
pronto. Como me dijo Fernando, es cuestión de esperar.
Kevin también sabía de Daniel, él pensaba que era un amigo de la familia, un chico que
trabajaba en la fábrica de mi familia; que habíamos tenido un romance de unos días y que
gracias a él había olvidado por un momento a Andrés. Ninguno de los dos hacía demasiadas
preguntas sobre el otro, era como si no existieran para quien independientemente. Ambos
parecían ignorar la existencia del otro, pero a la vez parecían competir en el interior de mi
corazón.
El mesero recogió los platos y nos dejó en la mesa solo la botella y las copas.
Levantó su copa, quería brindar, yo hice lo mismo.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque ha sido una buena cena, con la mejor compañía y porque no la pasaba tan bien
desde hace mucho. ¿Tu? ¿Por qué quieres brindar? —me dijo.
Sonreí e hice un gesto.
—Mmm… Pues creo que por que ha sido una buena cena, la estoy pasando muy bien y
pues porque hay salud y todo nos va yendo muy bien.
—Salud.
—Salud. —Chocamos las copas y bebimos.
Kevin bajó su copa y su expresión dibujó seriedad.
—Adrianita —me dijo—. Quería que hablemos de algo, algo serio.
—Claro. ¿Qué sucede, Kevin? —respondí, imaginando ya de que se trataba.
Sonrió y bajó la mirada. Inhalo y exhalo profundamente, volvió a dibujar seriedad en su
fas y me miró a los ojos. Se le veía convencido, seguro.
Aclaró su garganta y habló:
—Se que no te va a parecer extraño lo que quiero decirte, Adrianita. Se que tal vez has
estado pensando en cuando tendríamos esta conversación, cuando te diría lo que voy a decir. No
soy tonto, no eres tonta, sabes muy bien que estas semanas he estado bastante pendiente a ti, te
he buscado más, te he llamado más, nos hemos escrito, salido y sabes sobre todo que para mí es
muy importante verte feliz, verte bien; y que sepas que es importante también lo es. —Yo lo
escuchaba con seriedad y asentía—. Pues bien, yo no estaba seguro aun de lo que realmente
siento, de si es o no apropiado sentirme así, porque al fin y al cabo hay una historia detrás de
nosotros —gestualizó con las manos— que no es muy agradable, pues no nos conocimos como
las personas suelen hacerlo. No digo que este mal, es solo diferente. Pero sí que influye. Influye
pues siempre será un recuerdo poco agradable, ya sabes. Por esa razón te conté lo de Estefanía,
porque quería que supieras que para mí el tema de mi ex pareja está enterrado, y que lo que
mejor me ha quedado de aquella historia que se llevó dos años de mi vida, pues fue conocerte.
—Le sonreí, no pude evitarlo, fue lindo—. Se que a estas alturas sería tonto negar que siento
muchas cosas por ti, más que la amistad que tuvimos y tenemos. Así que trataré de ser lo más
directo y concreto posible, y perdóname si no puedo, y me extiendo de más, a veces me pasa.
Aclaró su garganta nuevamente, pasó saliva y me sonrió.
Continuó.
—Cuando decidí llamarte, buscarte, lo hice con la clara intención de recuperar la
amistad, que fue lo que valoré de ti en un comienzo, aunque terminó en algo más, créeme que
extrañe más nuestra amistad. Conversar, vernos, salir un rato, etc. Cuando me alejé sabía que no
hubiera sido nada bueno para ambos seguir viéndonos, como te comenté, me tomé la libertad de
pensar por los dos. Lo hice porque sabía que estábamos muy inestables, inmaduros y
hubiéramos hecho cualquier cosa impulsados por el rencor que tenías en nuestros corazones. —
Yo asentí. Tenía mucha razón en lo que estaba diciéndome—. Muchas veces pensaba en ti,
cuando estaba en casa, a trabajando, quería verte llamarte cuando me sentía mal, pero sabía que
no era correcto. Así que me fui de viaje para trabajar y ganar dinero, olvidarme un poco de todo
lo que estaba pasando. Funcionó, aunque no negaré que me costó mucho dejar de pensar en ti.
Pues lo que sucedió para mí no solo fue sexo, fue algo más y no quería pensar por ti, pero me
gustaba creer que también para ti fue especial.
—En aquel momento —interrumpí— lo fue. Pero cuando te fuiste, y no nos volvimos a
ver debo aceptar que me sentí mal.
—Yo lo lamento. —Alargó su brazo y cogió mi mano —. No fue mi intención que
pensaras eso. Es solo que no quería complicar las cosas.
—Hiciste bien —respondí—. Los dos estábamos mal, y en ese momento haber
continuado esa amistad nos hubiera terminado dañando. Pero me tomó tiempo pensarlo así. En
su momento me sentí mal; no por ti, sino por mí.
—Cuando comencé a sentir cosas por ti, no quería que crecieran bajo la sombra de
Estefanía. Quería que fuera algo que nace y crece de nosotros, de esa relación, de dos chicos
que un día se conocieron, aunque se conocieron de una forma muy particular. —Sonrió.
—Hiciste bien —respondí—. No puedes construir nada sin antes haber destruido todo
lo que está en ruinas debajo. Eso lo leí en un libro hace poco, creo que es muy cierto. Si no
puedes estar completamente seguro de que tu pasado ya no afecta a tu presente, entonces no
podrás nunca estar seguro de que lo que haces es lo correcto, más aún si arrastras contigo dolo,
rencor, miedos. Creo que hiciste lo correcto y como te dije: fuiste mucho más maduro que yo y
creo que lo sigues siendo, Kevin.
Kevin asintió con una sonrisa en los labios, sus ojos me miraban con ese brillo especial
de quien mira aquello que ama, sus dedos delicadamente acarician los míos, sentía la calidez de
su calor en mi palma. ¿Que estaba esperando? Es un buen hombre. es un buen partido, dirían
algunos. Cada vez era menos importante quien era, como lo conocí, al menos para mí.
Soledad, mi voz de la razón, y yo habíamos conversado sobre la posibilidad de una
relación con Kevin. Ella nunca se fio de él, creo que la impronta que tuvieron fue negativa; pues
luego de que tuve relaciones con él, la primera con la que hablé fue Soledad y ella me vio mal,
una imagen desafortunada. Recuerdo que me dijo de todo y de él también. es comprensible que
no se fie de él, porque más allá de ese suceso, y por más que le haya explicado, ella sigue
pensando mal de él. Una duda razonable, que el mismo Kevin no ha podido responder de una
forma convincente, debo aceptar, es porque siguió solo tanto tiempo, desde que se fue. Es un
cuestionamiento ridículo, pero razonable. Pero como es comprensible, no le podía preguntar
eso, él me ha dicho, además, que ha salido con varias chicas, pero que no ha llegado a más.
¿Para qué ahondaría entonces? Tendría que creerle nada más, pero Soledad no. Ella cree que él
ha estado ilusionado conmigo todo este tiempo, y que no ha superado aquello que pasó entre
nosotros, y que ha esperado todo este tiempo para poder acercarse a mí, esperando que yo
estuviera mejor, escapando a la vez de su ex relación. No cree que el este realmente enamorado
de mí, por más que actúe como si lo estuviera. Algo de razón debe tener, obvio esta que, su
opinión es para mí muy importante. Pero en estas semanas saliendo me ha demostrado muchas
cosas, de ser todo mentira solo para llevarme a la cama otra vez, sería un poco absurdo. Pero si
algo he aprendido es que hay que escuchar a las personas, sobre todo a las que te conocen de
verdad y se preocupan por ti.
Siempre va a ser importante escuchar aquellos consejos, pero finalmente quienes
decidimos somos nosotros. Y pues el momento de tomar una decisión estaba acercándose.
—Adriana —continuó Kevin—, lo que te quiero decir es que… Me gustas mucho, eso
ya lo sabes. —Sonrió—. Me pareces una chica muy bella, muy interesante. Te he conocido
mucho más en estas semanas, y solo puedo decir que mientras más te conozco más me gustas y
más —llevó su otra mano a su pecho— siento que nace algo aquí. Algo que me cuesta contener
día con día. Adrianita —suspiró—, quiero que sepas que me estoy enamorando de ti —me dijo.
Por fin lo había dicho.
Por fin vocalizó aquello que ya sabía. Lo extraño aquí, era que no sabía que sentir,
pensé que cuando lo dijera sentiría algo, pero no. No sentí nada. Soy totalmente sincera. Fue
lindo, no lo niego, pero no sentí que mi corazón latiera, no sentí que mis manos sudaran, no
sentí que todo desaparecía. Solo sentí que ahora me tocaría a mi hablar y que eso iba a ser muy
difícil.
Realmente iba a ser muy difícil. Sobre todo, viendo su mirada, esa cara de bobo, una
cara de enamorado, una mirada expectante, una sonrisa dulce en los labios y su mano
presionando la mía. Por un instante me imaginé que hubiera sido Daniel quien me lo dijera.
Pues nunca lo dijo, aunque tampoco yo. Me imagine que fuera Daniel quien estuviera frente a
mí. Estoy segura que otra hubiera sido mi reacción.
—¿No tienes nada que decirme? —me preguntó Kevin sonriéndome.
Yo lo miré y le sonríe.
—Si, claro que sí, Kevin. Tengo mucho que decirte también.
Me miró y me sonrió con ternura, entornando los ojos.
Ya estaba lista, ya sabía que decirle. La decisión estaba tomada.
Capítulo 21: Una decisión
—Kevin, yo no estoy enamorada de ti. —Fui directa y franca con él, su expresión
cambió de una mirada tierna a una más de resignación, asintió lentamente, me sostuvo la mirada
—. Yo a diferencia tuya aun mantengo muchas dudas en mi cabeza, en mi corazón y no sería
justo para ti que yo decidiera algo o dijera algo con la esperanza de que nazca pronto o después
lo mismo que tú me estas brindando, en este caso tus sentimientos.
—Entiendo, Adrianita —me dijo.
—Yo solo hace poco he sentido muchas cosas por Daniel, el chico del que te hablé,
fuiste testigo de cómo regresé de Sta. Laura. Y eres testigo también de que en estas semanas
contigo pues… Las cosas han cambiado, ya no estoy enamorada de él, pero tampoco lo he
olvidado. Y entiendo perfectamente que tú has superado todo tu pasado y estas más que listo
para comenzar algo con alguien, una relación, enamorarte, y así. Pero yo aun no, me cuesta un
poco sentir que ya estoy lista, aun pienso muchas cosas y aun en mi mente me cuesta mucho
sentir que ya está, que puedo pasar la página. Se que soy una tonta.
—No, no lo eres —Me presionó la mano—. Disculpa si te pongo en una situación así
diciéndote estas cosas, Adrianita. No es mi intención.
Le sonreí.
—Cálmate —le dije—, no me pones en ninguna situación. Solo me has dicho que estas
enamorado de mí.
—Lo sé, pero no quiero que eso sea motivo para…
—No te preocupes, Kevin. —Coloqué mi mano izquierda sobre la de él y presioné con
delicadeza—. Está bien. Lo que quiero que entiendas es que yo no puedo aun, así como estoy,
permitirme enamorarme nuevamente. Lo que pasó en Sta. Laura fue algo fuerte, intenso, tú
sabes. Nunca diré que fue un error, mucho menos que fue producto de una necesidad afectiva o
de un tema platónico; yo sé perfectamente lo que sentí. —Kevin asintió—. Pero también soy
consciente de que no va a suceder nada más con él. Se que no te he dicho por qué, pero créeme,
basta con que sepas que es imposible que pase algo. No es posible.
—Cuando me contaste eso decidí no preguntar más, o el por qué, pues consideré que era
algo muy personal. ¿Me podrías decir por qué? Creo que podría entenderte mejor. No losé.
Suspiré y consideré en ese momento que ya era ridículo no decirle a Kevin que es lo que
me impedía convertir lo que sentía por Daniel en algo más. Finalmente, él había sido sincero
conmigo, pensé que se lo debía contar, de esta manera me comprendería mejor. Además, ya no
tenía sentido mantenerle ese misterio.
—Está bien, Kevin. Te diré porque razón con Daniel nunca podríamos llegar a algo
más. Lo que sucede es que él es mi primo —le dije.
Él se quedó en silenció y asintió. Frunció el ceño e hizo una mueca con los labios.
—¿Era solo eso? —comentó—. Es que no me parece tan grave. Es decir, alguna vez me
ha gustado una prima, o alguna prima me ha dicho que le gustaba; claro, cuando éramos
pequeños. Creo que te comprendo, siendo adultos es un poco más complejo, pero tampoco es
algo tan difícil de entender.
—Pues esa es la razón por la cual lo que sucedió con Daniel no puede salir de Sta.,
Laura, no va a florecer más, y pues quedará ahí. Yo aun siento cosas por él, y por esa razón me
cuesta abrir mi corazón para alguien más. Mas aun si esta persona está enamorada de mí, porque
no quiero hacerla sufrir, es decir, no quiero hacerte sufrir.
—No me harías sufrir, Adrianita. No lo harías jamás. —Presionó mi mano—. Quiero
que sepas que lo que siento por ti es verdadero, es limpio, es puro, es… Es para ti. Pero sé muy
bien que el amor no es sencillo, enamorarse tampoco lo es; y no espero que te enamores de mí
de un día para otro, o en una semana o en un mes; esos son milagros hermosos que pasan alguna
vez y baso determinadas circunstancias; pero, como tú sabes, muchas veces no llegan a
madurar. Lo que yo te ofrezco es que me des la oportunidad de enamorarse, lentamente, paso a
paso, que el tiempo no sea una excusa, que el tiempo juegue a nuestro favor, porque mientras
más tiempo pasemos y más me dejes demostrarte que te quiero y que, aunque nuestra historia
sea algo difícil de entender, saquemos de ella algo bueno. —Se encogió de hombros y me sonrió
con ternura, yo lo escuchaba atenta, seria—. No pienses que estoy proponiéndote matrimonio,
solo te estoy pidiendo una oportunidad para que ambos comencemos a construir algo, quizás
hermoso, de lo que fue una etapa muy desagradable para ambos. Demostrar que no importa que
una persona haya pasado tantas cosas en su pasado; cuando realmente se dispone a sentir y
querer de nuevo, puede lograr milagros, maravillas.
Me sonrió y me hizo sonreír, lo que había dicho era muy tierno, muy lindo y sobre todo
era muy maduro y muy realista. Tenía razón, no me había que nos casemos, me estaba invitando
a sentir de nuevo, a enamorarnos con tiempo y cuidado. Era una buena oportunidad para
comenzar a alejarme de tantas dudas, entregarme quizá a algo que podría florecer, algo que esté
más cerca del suelo y no tanto en las nubes.
Era verdad que con Daniel nunca llegaríamos a nada, no bajaríamos de las nubes,
aunque había pasado mucho tiempo en las nubes. ¿Podría recordar cómo se siente pisar el
suelo? Kevin podría ayudarme a sentir en mis pies el piso otra vez, caminar juntos. Pero tenía
que pensarlo bien; las nubes siembren van a estar encima de nosotros hasta en el día más
soleado. Tenía que tener mucho cuidado, tendría que decidir por ambos en este juego, y
francamente ignoraba que tanto Daniel, en estas semanas, ha sabido colocarme, en su corazón,
en el lugar correcto. Es decir, ¿Qué tanto el será consciente de que nuestra historia acabó aquel
día en la estación? Que tontería, yo misma no me creí eso. Pero alguien tenía que comenzar a
creerlo.
—¿Quieres tiempo para pensarlo? —me preguntó Kevin, sonriéndome.
En realidad, no había mucho que pensar.
—Solo quiero pedirte dos cosas, Kevin. —Asintió—: Primero, no quiero que pienses
que esto será fácil o que es inevitable un final feliz; y segundo, quiero que siempre seas sincero
conmigo, yo lo voy a serlo contigo.
—Claro, por su puesto, Adrianita. Te dije, no es esta una proposición de matrimonio,
pero tampoco es un juego para mí. Prometo cumplir con lo que me pides.
Le sonreí.
—Entonces, siendo así, creo que podríamos… Ya sabes, comenzar a intentar algo
juntos.
—¡Adrianita! —Kevin dibujó encantadora sonrisa. Pude sentirlo exhalar, más relajado
—. Esto me hace muy feliz. —Presionó fuerte mi mano y la acercó a él. Me besó el dorso de la
mano. Fue muy tierno. Me miró con esos ojos tiernos y me sonrió—. De verdad estoy muy feliz.
—Igual yo, Kevin. Eres un muy buen hombre.
Había tomado la decisión, finalmente.
No fue muy difícil en realidad, no quería cometer el error de seguir enganchada con
algo que no iba a florecer más allá de aquel buen recuerdo. Error que cometí con Andrés, pensar
que había algo ahí que funcionaría. Decidí darme una oportunidad, esta vez una que si podría
convertirse en algo. Lo que suceda a partir de ahora será completamente lo que tenga que
suceder, ya no lo que deseo que suceda, haría que ser franca con lo que uno siente y si bien aún
en mi corazón había mucho que procesar y colocar en su lugar, ahora podría hacerlo sabiendo
que tenía a Kevin para acompañarme en este nuevo camino.
Me sentí bien, me sentí alegre, convencida. Ahora comenzaría una nueva etapa en la
que debía procesar de forma diferente lo que sentía, dejarme llevar. Me había quitado de la
cabeza algunas dudas, como dijo Fernando, dejar de pensar en el que dirán, y comenzar a pensar
en lo que quería yo, y lo que yo quería en este momento es darme una nueva oportunidad para
sentirme enamorada y que eso pueda crecer más adelante en, quien sabe, tal vez amor.
Daniel. Daniel es alguien que sigue afectando en mis emociones, incluso en este
momento, puedo sentirlo presente; pero siendo lo más franca conmigo, él es solo una ilusión, un
sueño de dos chicos enamorados de la fantasía, dos chicos que no se conocieron lo suficiente en
realidad, aunque no fue necesario. Aquellas dos semanas fueron para mi muy bellas, las mejores
de mi vida hasta hoy, pero siempre fui consiente de eso precisamente, hasta hoy. Daniel era un
tema que aun debía solucionar, procesar, por que tarde o temprano tendría que ser sincera con
él. Se que no estaba en nuestro trato implícito ser sinceros con nuestras vidas personales, pero si
quería comenzar algo bien, convencida y dejar atrás cualquiera atadura que me impidiera
avanzar, tendría que saberlo él. Si todo lo que sentimos era real, y me quiere, como yo lo quiero,
el entenderá.
Capítulo 22: Lo que dura una llamada
—Ha pasado una semana —me dijo Soledad, nos encontrábamos en la sala de
enfermeras descansando unos minutos—. ¿Qué tal te va con Kevin? —preguntó cogiendo una
taza.
Me comía un pastelito, en el mueble. Ella se encontraba en la barra sirviéndose un
chocolate caliente.
—¿Y ese milagro? —dije con las cejar arqueadas—. Pensé que no te interesaba saber de
nosotros —sonreí divertida.
—Ay que graciosa eres… —me respondió con sarcasmo, pero sonriendo—. Deberías ir
a la televisión. Ya déjate de esas cosas. —Avanzó hacia mí y se sentó a mi lado en el mueble de
la sala—. ¿Cómo vas con eso?
—Pues bien. No ha sido una semana tampoco. Han sido cinco días si contamos hoy. Me
sorprende que preguntes, porque nos vemos todos los días y no me habías dicho nada desde que
te conté. Y como pensé que te incomodaba el tema, pues no te he dicho nada.
—No es que me incomode el tema. Eres mi amiga, me gusta saber que estás bien. Y
bueno, es verdad que no es santo de mi devoción ese muchacho, pues se te ve feliz. —Bebió de
tu taza—. Y si eres feliz, tus amigos lo somos.
Me hizo sonreír. La verdad me agradaba que me preguntara, no tenía con quien hablar
de estas cosas. Había estado conversando por mensajes con Fernando, pero no es igual que con
una amiga. Mi voz de la razón.
—Gracias. Pensé que estabas enfadada conmigo o algo así.
—No. Claro que no, a lo mucho un poco confundida, pero nada más. Como entenderás
no imaginé que comenzarías algo con ese muchacho, pensé que lo tendrías por ahí, ya sabes.
—¿No es peor eso?
—Bueno, puede que sí; pero, al menos no es tan definitivo como aceptar sus
sentimientos. Aunque bueno, como dije: se te ve feliz y eso me gusta. ¿Qué tal como es? —
preguntó.
Sonreí. Ella se acomodó en el mueble.
—Primero te diré que no es que me estoy enamorando, pero si es verdad que estos días
he aprendido a abrirme un poco más a su cariño a su afecto, algo que me costaba un poco al
comienzo; ya no me siento extraña. Como sabes al comienzo, el primer mes que salimos, no
había abrazos, besos. Ahora pues sí, y los disfruto, aunque al comienzo fue como: ¿Qué es esto?
¿No? —Sonreí, ella asintió—. Es una sensación rara.
—Pero ustedes… Habían… —Sugirió.
—Lo sé, lo sé. Pero es como un comenzar de cero. Ya sabes, dejando atrás esas cosas.
Incluso besarlo fue como besarlo por primera vez. Aunque ahora que recuerdo, solo lo besé
aquella vez. La cosa es que se sintió extraño. Pero fue lindo. —Mordí mi pastelillo.
—¿Y qué hay de aquello? —dijo con insinuación.
—¿Sexo?
—No. Me refiero al primo. No me has dicho nada de él un par de días. Desde la última
vez que hablamos casi. Será que ya lo estas dejando atrás.
—Pues tal vez —dije suspirando—. No hemos hablado mucho últimamente. Y eso que
no le dije nada sobre este tema.
—Pensé que lo harías.
—También yo. Quería hacerlo en estos días. Tal vez esperar un poco más. Ya sabes,
que lo que tengo con Kevin madure un poco más. Quizá no funcione finalmente. Entonces… —
Hice una pausa.
—¿Entonces qué? ¿Aunque piensas en el primo como…?
—No. Claro que no. Pero pues, quizá si le cuento el sí lo tome demasiado en serio. Lo
conozco, es muy sensible. Se que hasta el último momento que me fui estuvo enamorado, y
cuando me vine a la ciudad seguro siguió pensando en mí, así como yo. Estoy segura que debe
haber una razón por la que ya no me escriba o me hable seguido. La verdad he tenido el impulso
de hacerlo, pero luego me pregunto: ¿Tiene sentido?
—¿Ya no lo extrañas, Adriana? —preguntó Soledad.
Suspiré e hice una mueca, pensativa.
—Me cuesta mucho responderlo. Pienso en él, cada vez menos, pero cuando recuerdo lo
que sucedió, lo sigo recordando con mucho cariño. Me hace sonreír recordar su carita, sus
abrazos, ya sabes. Aun cuando veo la foto que guarde en mi computadora… Sonrío como una
tonta.
—Así como ahora —me dijo sonriendo.
—Así precisamente. Pero creo que sí dejó de escribirme debió ser por algo. Seguro me
escribe en estos días, ya verás. Yo creo que no puedo, creo que será mejor así.
—¿Kevin sabe que te escribes aun con él? ¿No le incomoda?
Me encogí de hombros.
—Pues no. Al menos hasta cuando me escribió por ultima ves, no me dijo nada. Llegó
un mensaje de Daniel cuando estábamos en el centro comercial, y le comenté a Kevin que era él
y me dijo ¿no vas a responder? Y le dije que no. Se encogió de hombros y seguimos hablando.
Creo que no le importa. Es demasiado seguro para ponerse en ese plan. Sabe que no podría
pasar nada.
—Pues eso es algo positivo.
—¿Qué decía su mensaje?
—Decía: “Mamá te envía saludos, espera que estés muy bien. Te extrañamos. Te llamo
más tarde, Adri”. Pero no me llamó, hasta ahorita.
—Debe estar ocupado. Me dijiste que eran fechas importantes para sus entregas.
—Es verdad, debe ser eso. Pero también puede que esté haciendo otras cosas.
—¿A qué te refieres?
—La chica que trabaja con él, ese día que los vi juntos noté un poco de afinidad en
ellos. Ella es muy atractiva y parecía muy cercana con él, como lo miraba, lo tocaba. Aparte es
su confidente, seguro le ha contado de nosotros. Seguro le ha aconsejado lo más evidente. ¿Tú
que le aconsejarías?
—Eso mismo que te imaginas. Que no se ilusione contigo.
—Lo vez.
—O sea que te da celos esa chica. —Soledad soltó una risa.
—En su momento sí. Ahora ya no. Pero si esta soltero, y le gusta, quizá a ella no le
importe acercarse más. —Me encogí de hombros—. Ya no importa de todas maneras. Yo ya
estoy comenzando algo con Kevin. Me daría gusto saber que Daniel también; pero no sé si me
lo diría. Esa es la cuestión. Por eso esperaré un poco para contarle lo mío con Kevin.
—Lo importa aquí es que estas feliz —dijo y bebió un sorbo de su chocolate—. Y si tu
estas feliz, yo tengo que preocuparme menos —sonrió.
—No te rías. —La empujé juguetona—. ¿Qué fue del hombre de la morfina?
—Pues nada. Sobrevivió gracias a mí. De no haberme percatado de tu error, estarías
presa. Y hasta hoy no has pagado tu deuda conmigo. —Sonrió—. Te tengo en mis manos —dijo
divertida.
—Estoy muy agradecida contigo. Menos mal no se dio cuenta, ¿verdad? —pregunté.
—Era un doctor, Adriana.
—¿Un doctor?
—Si. Bueno, interno. Estoy segura que se dio cuenta. Pero bueno, igual no lo he vuelto
a ver. Era muy guapo, es una lástima.
—No me asustes. ¿En serio anda por aquí?
—Tranquila, aquí rotan a cada rato. Lo más probable es que ya no este por aquí.
Además, nena, de haber querido denuncia lo hubiera hecho hace mucho.
—No parecía un médico.
—Estaba saliendo del hospital cuando tuvo el accidente en el estacionamiento, por eso
estaba en emergencias. Me contó que se tropezó con una botella y se dobló el pie y bueno, quien
diría que casi muere ese día —sonrió.
—Ya, no digas eso. Mala.
Reímos juntas. Se que no estaba bien, pero era bueno que ese recuerdo ahora se vuelva
una anécdota, entre comillas, divertida. Me alegraba mucho poder confiar en Soledad. Es una
excelente profesional. Me alegraba también saber que ya no estaba tan reticente con el tema de
Kevin. No esperaba salir un día los tres, pero al menos poder contarle mis cosas sin que me
ponga mala cara. Cambiamos de tema hasta que nuestro descanso terminó. Regresamos a
nuestras labores.
Estos días con Kevin habían sido lindos. Lo veía en las noches, luego del trabajo. Salía
a las 6 de trabajar y llegaba a casa. Él llegaba a verme cerca de las 7:30pm por su trabajo. Luego
de eso íbamos a cenar fuera, o comprábamos algo y comíamos en mi apartamento viendo
televisión. Bebíamos un café y conversábamos. También fuimos a dar una vuelta por ahí, y
luego volvíamos a mi apartamento. Nos quedábamos conversando en su auto, fuera de él o en
las escaleras del pórtico de mi edificio. Me escribía en las mañanas y en la tarde.
Preguntándome si ya había desayunado o comido. Él sabe que el trabajo en el hospital es
complicado y muy exigente.
Siempre se iba un a las diez y media de la noche, porque sabía que debía descansar,
poco a poco deseaba que se quedara más tiempo, pero él vive lejos. Me ha dicho que ha pensado
en mudarse más cerca, así ahorrar en gasolina y estar más cerca de mí. Me pareció lindo, sé que
lo hace por mí. De verdad se preocupa por mí, es un buen chico. Poco a poco me acostumbro
más a verlo y tenerlo cerca. Sus besos siempre están llenos de mucha dulzura y esa pequeña
dosis de pasión que te hacen sentir maripositas. Pienso que no me va a costar mucho
enamorarme de él.
Aun no le he dicho ni a mamá ni a papá, menos a mi hermana. Le dije a Kevin que
mantendré esto en secreto un tiempo. Él no tiene problema con esto, su familia vive en Catalina
del mar. Él me entendió, no puso ningún, pero, es bastante comprensivo. Equilibra muy bien el
brindarme atención, darme cariño y preocuparse por mí. Cada día me sentía más feliz y
satisfecha en haber tomado la decisión de darme una oportunidad con él.
Fernando fue al primero que le conté. Cuando llegué a casa aquella noche le escribí, le
dije que había tomado la decisión de darle una oportunidad a Kevin. Le dije que efectivamente
el no solo me veía como amiga y había estado esperando el momento para revelarme lo que
sentía. Me dijo que no le sorprendía, que era más que evidente. Y se alegró de que me haya
atrevido a aceptar darme esta oportunidad, pero me dijo que tuviera mucho cuidado esta vez.
Que utilizara toda la experiencia que he adquirido para saber cuándo abrir realmente el corazón
y que sobre todo no cometa los mismos errores del pasado. Me dijo que un no se fiaba de Kevin,
pero que esperaba que todo me saliera bien. sus palabras fueron claras y concisas, y un muy
buen consejo.
Al día siguiente despedía a Kevin desde la entrada a mi edificio; eran cerca de las once,
se había quedado un poco más, el tiempo se nos fue volando. Entonces recibí la llamada de
Daniel. Me había escrito horas antes, cuando estaba con Kevin, me preguntó si podía llamarme,
obviamente tuve que decirle que no, pues estaba con Kevin y no quería incomodarlo, a pesar
que él me dijo que respondiera, que no haría ruido. Kevin sabía que aún no le había dicho nada
a Daniel, y que lo haría después. Yo decidí escribirle y decirle que me llamara cerca de las once,
por que saldría un momento a buscar algo que necesitaba. Y así lo hizo.
Subía las escaleras a mi apartamento.
—Hola, Daniel. ¿Cómo estás? Perdona que no haya podido responder antes.
—No. No te preocupes. Aproveché para seguir leyendo un poco —me dijo—. Ya en
unos días lo acabo. Esta muy bueno. ¿A dónde fuiste?
—Fui a comprar… Unas medicinas.
—¿Medicinas? Estas mal…
—No. No. Son cosas… De mujeres. Tu entiendes.
—¡Oh! Disculpa.
—No pasa nada.
—Llamaba porque quería hablarte, quería escucharte. Estos días no pude, he estado
llegando muy tarde del trabajo.
—Te entiendo, no te disculpes, Daniel.
—Estalló uno de los depósitos de fermentación, esos enormes barriles plateados
conectados con tuberías.
—¡Ay Dios! Los recuerdo. ¿Alguien salió herido?
—No, no. Tranquila. Fue durante el descanso de los trabajadores. El supervisor del área
olvidó cerrar unas válvulas y se ocasión una sobre tensión, algo así. La cuestión es que
perdimos mucho dinero en producción y tiempo. hemos estado trabajando día y noche para
poder alcanzar la meta del mes.
—Espero puedan lograrlo, Daniel.
—Si, eso mismo espero. No queremos quedar mal con la empresa extranjera. Tu
tranquila, yo lo resuelvo. Pero he tenido que estar ahí y pues no tuve tiempo para escribirte o
llamarte. Discúlpame, Adri.
Sonreí.
—Está bien, Daniel. Yo también he estado muy ocupada en el hospital.
—Si. Como sé que duermes temprano y he estado llegando a casa alrededor de las doce,
pues ya no quise llamarte. No he podido ir a ver a mamá tampoco, juro que este fin de semana
todo tendré todo listo y podre ir a verla.
—¿Cómo está mi tía?
—Mucho mejor, Adri. Esta caminando ya como nueva. Tus ejercicios le ayudaron
muchísimo. Te envía muchos saludos, ella sabe que estas ocupada, pero espera que le llames
pronto.
—Es verdad, no he podido comunicarme como en los primeros días. Te juro que le
llamo mañana en mi descanso.
—Eso le alegrará muchísimo.
Llegué a piso y me dirigí a mi apartamento.
—¿Y cómo has estado estos días? —me preguntó.
—Bien. Ocupada con el trabajo. Acostumbrándome a mi nuevo apartamento.
—Es verdad, te habías mudado. Lo olvidé completamente.
—No hay problema. La primera semana a mí también se me olvidaba —sonreí.
—¿Cómo es eso? —rio del otro lado de la línea.
—Tomé un taxi en dirección a mi antiguo edificio.
Nos soltamos a reír, fue una anécdota real.
—¿Dónde vives ahora? Quizá pueda ir a visitarte cuando vaya a la ciudad.
—Eso sería fabuloso. No estoy muy lejos de mi trabajo. Estoy Calle San Rubén #165,
apartamento 4-B, en el distro de Marrones, lado este, catalina central. No es un lujoso edificio,
pero es cómodo. —Abrí la puerta a mi apartamento, ingresé y dejé la llave en el colgador—. Y
vaya que estoy sacando piernas aquí.
Reímos nuevamente.
—¿Y tú como estas, Daniel? Aparte claro del trabajo y los problemas. Me refiero… A
ti.
—Oh, pues bien. —Hizo una pausa—. Si, estoy bien. Me llamó hace poco.
Me detuve en medio de mi sala.
—¿Ah sí? ¿Qué quería? —pregunté.
—Preguntó por mamá. Quería saber si ya le había contado. Le dije la verdad, que aún
no había podido hacerlo. Luego me preguntó por mí. Quería saber cómo estaba y así.
—¿Y cómo te sentiste? —pregunté.
—Pues que te diré. Fue difícil escucharla nuevamente.
—Me imagino. ¿Qué le dijiste?
—Le dije que estaba bien. Le dije que trabajaba y pues… Que le deseaba lo mejor y que
pronto le diré a mamá. No hablamos mucho realmente, habrá sido unos minutos. Fue raro, juro
que pensé que no me llamaría.
—Suele pasar, han pasado solo unas cuantas semanas, Daniel. Solo no dejes que esto te
afecte, ya sabes, aún está fresco. Debes mantener los ánimos arriba. No quiero verte mal —le
dije sonriendo.
Pude escuchar una risita tras el teléfono.
—Estoy bien. Tengo mucho que pensar, aparte… Ella está en mi pasado ya. Si bien
sabes que no se puede sacar a alguien del corazón tan pronto, a veces te das cuenta de que en
realidad ya no estaba hace mucho. He pensado bastante estas semanas, acerca de todo, Adri.
Creo que en realidad lo que ella me dijo era cierto.
—¿Qué cosa?
—Que falle mucho como esposo.
—Eso no es verdad.
—Lo es, Adri. Este tiempo sin ella ha sido una especie de experimento de introspección.
Pude ver dentro de mí, dentro de mi hogar. Pensar un instante en ella, en cómo se pudo sentir. Y
la verdad es que, como me dijo, no basta a veces solo ser romántico alguna vez al mes, o
mostrar el amor cuando uno se acuerda o el tiempo nos da. Creo que fallé en estar ahí, estar
presente.
—Tu trabajas mucho, justamente para darle lo mejor…
—No culpo al trabajo —agregó—, el trabajo no tiene la culpa. He podido salir antes,
organizarme mejor. Creo que lo que ha sucedido con mi matrimonio fue algo que era inevitable,
pues descuidé a la mujer que, sin duda, se casó conmigo muy enamorada. Mamá me lo dijo
incluso alguna vez. Que cometía el mismo error de papá. Creo que, si hubiéramos tenido hijos,
quizá ella no se hubiera sentido tan sola.
—No sé qué decirte, Daniel.
Ciertamente no podía decirle nada. Seguía pensando que Cecilia era una desgraciada
por hacerle eso a Daniel, pero pues algo de razón tenía el. En este especial caso el sí pudo hacer
algo más por su matrimonio. Lástima que ella decidió hacer algo mucho antes.
—No hay mucho que decir, Adri. Ella sabe que la amaba, sabe que soy un idiota
también. Pero pues se acabó, y ya no hay marcha atrás. Estoy seguro que ella será feliz, y yo
pues no volveré a cometer esos errores. Creo que de algo sirven estas experiencias. Y Estoy
seguro, Adri, que, de no haber sido por ti, esto hubiera sido mucho más difícil para mí.
—No lo creo.
—Si. Así es, estuviste ahí conmigo en una de las etapas más duras de mi vida. Eso
jamás lo olvidaré. Gracias por eso. Pude haberme hundido en la tristeza, en la soledad, pero
estuviste ahí.
Me hizo sonreír, me hizo sentir tan especial. Quería decirle la verdad, que él había sido
quien me ayudó a mí, pero… No pude. No quería parecer débil, quizá; o simplemente no quería
que pensara que fue mutuo. Dos locos sufriendo dándose soporte emocional. No es tan
romántico. No quería que pensara que lo que pasó puso estar guiado por problemas afectivos,
soledad o inestabilidad. Aunque la verdad es que para ese momento yo ya no pensaba en
Andrés. Solo pensaba en él, en Daniel.
—Para eso están las personas que nos quieren. ¿Verdad?
—Así es. Y tú sabes cuánto te quiero, Adri.
—Lo sé. Y tú lo sabes también, sabes cuánto eres para mí.
Pude sentir su sonrisa tonta tras el celular.
Seguimos hablando unos minutos más, mientras recogía los platos de comida de mi sala
y los levaba a la cocina. Me contaba sobre el libro, le conté un poco sobre mi trabajo, cosas así.
—¿Y has salido estos días? —me preguntó.
—¿Salido a dónde? —repuse, como evadiendo la pregunta.
—Ya sabes, me dijiste que habías estado saliendo con un amigo.
—Ah, pues sí. Si, salimos unas veces. Es un buen chico.
—Ya veo… ¿Y qué tal?
—¿Qué tal… cómo? —Sonreí.
—Ya sabes. ¿Es algo serio? —preguntó.
—Serio… Bueno… —Hubiera sido una buena oportunidad para decirle, pero preferí no
decirle nada por el momento—. Solo salimos, ya sabes. Es soltero, es divertido.
—Entiendo. Debes gustarle seguramente.
Reí.
—¿Por qué ríes? Eres una mujer muy bella, Adri. —Hasta por teléfono lograba hacerme
sentir calor en el rostro este tonto—. Es probable que le gustes.
—Bueno, es posible. Pero en estos momentos no… No estoy considerando esas cosas.
Ya sabes. Estoy concentrada en mi trabajo —¡Tonta, tonta, tonta de mí! Era una buena
oportunidad—. Pero, quien sabe. Tal vez después. Eh… ¿Y tú? ¿No has salido con nadie en este
tiempo? —pregunté.
—Pues no he tenido mucho tiempo para salir o conocer gente nueva. Recuerda que aquí
en provincia no es tan sencillo cruzarse con gente diferente, casi siempre es la misma. Aunque
algunos amigos de aquí fuimos a casa de Dalia, la ingeniera, fue su cumpleaños la semana
pasada. Fue divertido. Hacía mucho que no me reunía con amigos a bailar, beber unas cervezas,
comer, ya sabes.
—Ah, tu amiga del trabajo. Si, la recuerdo. Es muy linda. Me alegra que salieras a
divertirte. —La sensación de vació en el estómago ora vez. Aun me provocaba un poco de celos
aquella chica. Que locura—. Dalia es una chica muy linda… ¿Has pensado en salir con ella? —
pregunté, presionando los labios.
El río.
—La veo todos los días. Almorzamos juntos, algunas veces la llevó a su casa. ¿Salir no
sería redundante? —Rio.
—Ya sabes a que me refiero. Salir como…
—¿Cómo pareja? —completó.
—¿Por qué no? Seguro le gustas.
—No lo sé. No estoy pensando en eso ahora —me respondió—. Aún tengo algunas
cosas en mi mente, en mi corazón. Creo que primero tengo que analizar muy bien eso. Antes de
hacer cualquier otra cosa, Adri.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
—Tienes toda la razón, Daniel.
—Te extraño mucho, Adri. No sabes cuánto me gustaría verte —me dijo de repente.
Me dejó fría. Me sorprendió, me enterneció.
—Ay, Daniel. —Me senté en mi mueble—. Yo igual, Daniel. Ya nos veremos pronto.
Prometí ir para año nuevo, ahí estaré.
—O quizá pueda verte antes.
—¿Piensas venir a la ciudad?
—Depende de algunos negocios que tengo. No puedo prometer nada. Pero lo primero
que hare será ir a visitarte.
—Qué lindo. Eso me gustaría. Yo no pudo ir antes de año nuevo. Aunque sabes cuánto
me gustaría.
—Lo sé. Bueno… Te dejo descansar. Te estaré llamando o escribiendo en estos días,
Adri. Descansa, te envío un fuerte beso, primita.
—Y yo a ti, Daniel… Te quiero mucho, primo.
Pude sentir su sonrisa.
Cortamos.
Esa sensación cálida que te deja hablar con alguien especial. Ese calor en el pecho.
Pero a la vez esa sensación de angustia, esa inseguridad, ese vacío al recordar que luego de
cortar la línea regresamos a nuestros mundos. Suspiros. Suspiros y más suspiros. Por un instante
fue como estar nuevamente con él. El calor que transmite su voz, esa emoción de saber que
piensa en mí, estos celos tontos de pensar que puede haber alguien más. Celos sin derechos.
Celos estúpidos. Por un instante me hizo olvidar todo. ¿Kevin? También, se fue. Se fue de aquí.
Pero solo lo que duró la conversación.
Tendría que decirle tarde o temprano. Tendría que hablar con él, si quería que mi
relación con Kevin funcione, que crezca; entonces, debía tener muy en claro que nada puede
suceder en mí, con Daniel, ni en mis sueños ni en mi corazón ni en la realidad. Por qué no
puedo evitar sentirme un poco culpable. Se que no he prometido nada, pero tampoco es justo.
Daniel. Ay Daniel. Mientras no logre sacarte de mi corazón por completo, creo que no podre ser
feliz con alguien. Y si no lograba dejar de sentir este… Calor… Este vacío al pensar que él
puede estar con alguien más, amar a alguien más, enamorarse… no poder sacarlo de mi pecho.
Me quedé pensando en él varios minutos más; luego, simplemente me quedé dormida.
En mis manos, el libro que me regaló y entre sus páginas, aquella flor un poco seca. Ya no estoy
enamorada, losé, pero lo que hay en el fondo, sigue siendo muy fuerte. Y es por eso que me
cuesta decirle que estoy intentando enamorarme una vez más.
Capítulo 23: Algunos cambios
Decidí vivir al máximo mi relación con Kevin. Quitarme por un instante las dudas y los
pensamientos que me atrapaban en un imposible. Decidí que, si comenzaba a disfrutar
realmente de lo que estaba pasándome, podría dejar de pensar tanto en lo que sucedió, porque
siendo sincera algunas comparaciones llegaban a mí de vez en cuando; principalmente cuando
mi corazón comenzaba a latir cada vez más por Kevin. Fernando me dijo que era como una vela
que antes de apagarse brillara fuerte y quemará la mecha para intentar mantenerse encendida.
No quiere decir eso que dejara de querer a Daniel, a él siempre lo he querido y fui capaz
de amar. Ahora debía regresar esos sentimientos a su lugar. Ayudó un poco que, en los días
siguientes, luego de aquella llamada, dejara de escribirme tan seguido. Ignoro por qué, pero creo
que fue algo bueno. Sus mensajes posteriores, durante las siguientes semanas, luego de algunos
fueron de lo más simples y vacíos. Casi solo respondía los míos, hasta que dejé de escribirle. Al
comienzo me pareció extraño, incluso me pregunté si le había pasado algo; esperé que pronto
volviera a ser el mismo, pero luego simplemente dejé de esperar un nuevo mensaje cariñoso de
su parte. Fue lo mejor. Era de esperarse, tarde o temprano sucedería.
Por otra parte, mi relación con Kevin iba en mejora; bueno, no en mejora, porque no
estuvo mal. Me refiero a que me dejé llevar por el cariño, el sentimiento. Me nacía cada vez más
abrazarlo, besarlo. Jugar con él, comportarme como una niña boba. Jugarle bromas, ponernos
apodos tontos. Mientras pasaban los días, me gustaba más recibir sus mensajes en las mañanas
sus llamadas a la hora de almuerzo. Quedarnos horas en mi apartamento conversando, viendo la
televisión. Sus besos, sus abrazos, comenzaban a despertar en mi la pasión, con esa dosis de
ternura. Algunas noches me quedaba en su edificio, pasábamos la noche juntos, pero solo eso;
algunas otras veces se quedaba conmigo en mi apartamento.
Pronto me dejé llevar por la pasión de aquellos dulces besos. Al comienzo me sentía
algo dudosa, pero poco a poco me fueron sobrando las dudas, las inseguridades, el prejuicio y la
ropa.
Él no me exigió nada, fue muy respetuoso a pesar de que… Bueno, aquello que sucedió
en el pasado. Debo decir que, en esta ocasión, se dio natural entre los dos. Fue en mi
apartamento, era tarde, se nos habían pasado las horas viendo unas películas que alquiló.
Aunque más que verlas habíamos estado besándonos y jugueteando como cualquier pareja que
comienza a explorarse poco a poco.
—Bueno. Es tarde —recuerdo que me dijo, poniéndose de pie—. Tengo que irme.
—¿Por qué no te quedas?
—¿Quieres que me quede? —Preguntó con aire de sorpresa en la mirada—. ¿Estás
segura?
Me encogí de hombros y le sonreí.
—Tenemos más de dos semanas saliendo como pareja. ¿Por qué no? —Le alargué el
brazo, él tomó mi mano. Lo hice volver al sentarse en el mueble a mi lado—. Así puedes darme
más besitos. —Rodee su cuello con mis brazos, atrayéndolo a mí. Le di un beso en los labios,
uno muy apasionado—. ¿Qué dices?
—¿Podría decir que no? —Me sonrió y me devolvió el beso.
Esa noche hicimos el amor. Así lo sentí. Su pasión, su cariño, la delicadeza de sus
caricias, me hizo flotar entre nubes mientras nos envolvía el calor de nuestros cuerpos, el sudor
y la intimidad de un momento que sentí tan especial. No pensé en nadie, no pensé en nada, solo
me entregué con libertad y con… No lo sé, no era capaz aun de decirlo. Lo que si diré es que
aquella noche me sentí tan segura, tan libre y tan amada.
En mi mente ya no había comparaciones. Se había ido de mi mente esa absurda manía
de hacer comparaciones entre Kevin y Daniel, porque Andrés había desaparecido
completamente de mi mente ya. Habíamos comenzado a formar una buena relación. Incluso en
el transcurso de ese primer mes, habíamos ido a una reunión de amigos a un bar en la ciudad.
Fuimos él y yo en pareja, así lo presenté. Soledad pensó que era muy pronto aun, pero que más
daba ya. Me sentía feliz, tranquila. Había pensado incluso en presentarlo a mis padres, pero aún
tenía cierta duda en eso, que prefería esperar un poco. Sabía que era a la vez una manera de que
Daniel se enterara, pues mamá habla mucho con mi tía y ella, mi tía, siempre pregunta por mí.
Había llamado a mi tía algunas veces este mes. Preguntando por ella, por Daniel
incluso; pero siempre me decía lo mismo: “Está ocupado trabajando, está muy bien. Seguro te
llamará en estos días”. Cuando me respondía eso no podía evitar pensar en que algo estaba
pasando. Pero por otro lado no le daba muchas vueltas. Le enviaba mis saludos. Cuando le
timbré un par de veces y no respondió, dejé de llamarle más. Le envié un último mensaje,
literalmente le pregunté si le pasaba algo; no respondió. No lo volví a molestar.
Fue menos doloroso alejar mis pensamientos de Daniel, realmente pensé que sería más
difícil, pero esa distancia que se dio entre nosotros fue de mucha ayuda, como dije al comienzo.
Poco a poco fue quedando atrás, un bonito recuerdo colocado en el lugar donde debe estar. Al
igual que el libro, en lo alto de mi estante, con los demás libros. Suspiré fuerte el día que guardé
el libro, el cual había siempre tenido al lado de mi cama, y seguí adelante con esto que estaba
construyendo con Kevin. Si me preguntaban en ese momento, diría que fue lo mejor que me
pudo pasar.
Ese primer mes hicimos muchas cosas juntos. Fuimos a un pequeño viaje a las playas
del este, a nadar, a solearnos, comer delicioso en los diferentes restaurantes. Nos quedamos en
un hermoso hotel, todo el fin de semana fue muy romántico. También tuvimos una cena
romántica en casa, me sorprendió una noche que me citó en su apartamento. Ignoraba que sabía
cocinar, me preparó mi cocida favorita. Con unas velas y algo de ingenio logró convertir su
comedor en una escena romántica. Me sorprendió varias veces recogiéndome en el trabajo,
llevándome flores. Pronto me convertí en la envidia de mis amigas en el hospital, excepto de
Soledad, ella aún seguía algo insegura de mi relación, pero así es ella. Pero no fue el único que
hizo cosas románticas. Después de michos años, realmente de muchos años, planee algo para
sorprender a alguien. Faltaba una semana para cumplir un mes, él me dijo que había hecho una
reserva en un bello hotel y en un hermoso restaurante donde iríamos, yo decidí sorprenderlo con
algo. Sabía que le gustaban los relojes, y que tenía una bonita colección, así que me las ingenié
para comprarle uno muy bonito, con la diferencia de que le mandé a grabar nuestros nombres.
Se lo entregué aquel día, cuando fue a recogerme a mi apartamento para ir a celebrar
nuestro primer mes. Se emocionó muchísimo, estaba muy feliz, le encantó. Poco más y brinca
de la alegría. El me dio mi regaló también. Me compró un collar y unos pendientes de oro, muy
bellos en realidad. Me encantaron. Nos fuimos a la reservación utilizando nuestros regalos. Fue
lindo. Pasamos una hermosa velada, y una muy romántica noche en aquel hotel.
Habíamos pasado un mes juntos y casi sin problemas. Tuvimos una pequeña discusión
por un tema de unos cambios de horario que quería hacer yo, para poder ayudar a Soledad que
rotó a las madrugadas. Le consulté y me dijo que con el horario que tenía estaba muy bien, que
no tendría que cambiarme. Argumentando que nos veíamos poco de por sí, y que si cambiaba
nos veríamos menos. Le dije que era mi amiga y que quería estar con ella y ayudarla. Se
resintió, pero finalmente me dijo que no intervendría en mis decisiones. Así que decidí cambiar
de horario, pero Soledad me dijo que no lo hiciera, pues no quería causarme problemas con
Kevin. Finalmente, no lo hice. Pero fue por ella, no por Kevin. Había prometido nunca más
dejar de hacer lo que yo deseara o consideraba correcto por una pareja. Y menos mal Kevin no
era de los que manipulaba, me entendió, aunque sé que en el fondo se alegró más porque no
cambie mi horario.
La idea de mudarnos juntos había surgido cerca del primer mes. Realmente era un poco
triste tener que verlo irse en las noches, o a veces despedirnos en la mañana, cuando se iba muy
temprano. Algunas veces me quedaba yo hasta cuatro días en su apartamento, me quedaba más
cerca de mi trabajo de todas maneras. Me dijo que podría conseguir un piso más grande y que
podríamos estar juntos. podríamos pagarlo a la mitad, seria divertido, me dijo, y muy
emocionante. Compartir gastos, convivir. Algo que yo ya había vivido. Lo he estado pensando
mucho, pues la verdad creo que sería lindo vivir con él. Finalmente acepté.
Soledad y Fernando aquí coincidieron. Ambos pensaban que era algo apresurado.
Temían que tal vez estábamos yendo muy rápido, pero yo lo veía de forma diferente. Kevin es
muy aduro, y yo había aprendido mucho en estos últimos meses, ya no era la misma y estaba
muy segura de lo que comenzaba a sentir y en que culminaría. Sabía que era cuestión de tiempo
para poder decir que amaba a Kevin. Por qué enamorada ya lo estaba.
Y aquí es donde Fernando y Soledad difieren, pues él me dijo finalmente que si era mi
decisión que lo intentara y que siempre mantenga los pies en la tierra. Soledad por otro lado me
dijo que en esta ocasión no podía decir que tenía su apoyo, porque le parecía un paso demasiado
grande y que por más que había tratado, algo en Kevin nunca le termina de convencer. No pensé
que ella se alejaría de mí, solo por no coincidir con ella. No me habla desde ese día.
Le dije a Kevin que había estado pensando en que era hora de que conociera a mamá, a
papá y a mi hermana. Hablé con mamá, le había contado que estaba con Kevin y aunque
tampoco estuvo muy de acuerdo, al verme feliz y estable terminó por verlo con buenos ojos. Le
dije a mamá que en una semana podría venir a cenar y así presentarlo. Kervin estuvo muy feliz
de conocerlos, me dijo que le llevaría un regalo a mis padres y a mi hermana. Yo le dije que no
era necesario, pero insistió, conociéndolo no habría forma de convencerlo. Del mismo modo me
dijo que a fin de mes iríamos a Catalina del Mar, donde vivían sus padres, para presentarme. Me
pareció maravilloso.
Era un sábado por la tarde. Había salido al medio día del hospital y había decidido ir a
comprar algunas cosas al centro comercial. Necesitaba algunas cremas y algo de ropa, así que
aproveché para dar una vuelta por las galerías. Buscaba algo lindo, necesitaba algunas blusas y
algunos zapatos tal vez. Me entretuve observando un hermoso vestido largo en uno de los
aparadores y cuando volví la vista al corredor, sin querer, empuje a una persona. Hice que tirara
la bolsa con sus compras, las que cayeron.
Por inercia me agaché a recoger las cosas.
—Perdón, señor —dije cogiendo las cosas.
Me tomó unos segundos reconocer esa voz. Levanté la mirada, me costó reconocerlo,
pero era el sin dida. Quedé fría. Un instante quedé paralizada, no sabía cómo reaccionar. Me
puse de pie, soltando las cosas. Él se quedó ahí recogiéndolas.
—Tranquila —me dijo—. No se ha roto nada. Menos mal.
Yo no sabía qué hacer. Solo lo vi recoger sus compras. Pasaron tantas cosas por mi
mente, tantas dudas, tantos recuerdos, el vació en el pecho, el calor en el rostro. La colera, la
vergüenza. Maldije por un instante mi mala suerte de cruzarme con él ahí.
El terminó de recoger sus cosas y se puso de pie.
Me miró y sonrió. Yo seguía con sorpresa en el rostro. Sin saber que hacer ene se
instante. ¿Me daba media vuelta y me iba? ¿Le daba una bofetada? ¿Le escupía en el rostro?
¿Seguía de largo como si no existiera? No pude hacer nada de eso.
—¿Cómo estás, Adriana? —me preguntó Andrés.
Capítulo 24: Toda la verdad
—Pero dime algo… —me dijo acercándose un poco a mí, escudriñando mi rostro. Era
muy notoria mi sorpresa.
La gente seguía pasando por nuestro alrededor.
Parpadeé unas veces.
—No tengo nada que decirte, Andrés —respondí y me di media vuelta, dispuesta a
irme.
—No. Espera —me dijo.
Me detuve, no estoy segura por qué. Solo me detuve, no volví la mirada.
Él se acercó, escuché sus pasos.
—Solo escúchame un momento —me dijo—. No Te vayas. Ha pasado ya mucho
tiempo. ¿No crees que deberíamos hablar? ¿No crees que sería lo mejor?
Respiré profundo. Tenía una mezcla se emociones en mi interior.
—Tu y yo no tenemos nada de qué hablar. —Volví la mirada sobre mi hombro—.
Perdóname por tirar tus cosas. No te vi.
Continué caminando. Unos cinco o seis pasos, escuché su voz nuevamente.
—Adriana. Por favor. Solo dame unos minutos, por favor —insistió.
Yo trataba de ignorar sus palabras y buscar la salida. Por la sorpresa incluso olvide
momentáneamente donde estaba. Estaba en el segundo piso del centro comercial. Vi las
escaleras y me dirigí a ellas. No volví la vista en ningún momento. El seguía llamándome detrás
de mí.
Llegué al primer piso y me dirigí por el pasillo, en dirección a la salida, esquivando
personas, con la tonta idea de perderlo. NO quería verlo, no quería oírlo, me hacía sentir rabia,
rencor, angustia. Venían a mí recuerdos horribles.
—Por favor, Adriana. Solo un monito. —Escuchaba detrás de mí, por momentos lejos,
por otros cercano.
Finalmente me detuve y me volví hacia él.
—¡Vuelve a acercarte a mí y gritare y llamare a seguridad! —le dice amenazante,
apuntándole a la cara con mi dedo, muy enfurecida. —¡¿No te vasta con lo que me hiciste?!
—Adriana. Por favor —me dijo con tristeza en la mirada—, no hagas eso. Solo te pido
unos minutos. Ya ha pasado tiempo. No quiero… No quiero esto. Hablemos solo un instante.
Luego de eso…
—¡¿Luego de eso que?! —espeté. La gente que pasaba a nuestro alrededor comenzaba a
mirarnos extrañados.
—Luego ya no te molestaré… Dios mío, solo unos minutos. ¿Sí? —insistió.
Miré a mi alrededor. La gente nos miraba. Yo estaba muy enfadada, tenía el calor en el
cuello, en el pecho. Quería mandarlo al demonio, golpearlo. Quería escupirle en la cara y
hacerlo pasar vergüenza, humillarlo… Pero no. No podía hacer eso. Era una oportunidad, pensé.
Podría por fin saber de su boca todo lo que sucedió. Estaba en una nueva etapa de mi vida,
estaba feliz, estaba comenzando a enamorarme, posiblemente lo estaba ya. No podría estar
enteramente feliz si no cerraba este ciclo de mi vida con Andrés. Respiré profundo y traté de
calmarme. Por un segundo me trague toda la rabia.
El me miraba, no se había movido. Mantenía esa mitrada expectante en el rostro.
—Solo unos minutos. No te molestaré más.
—Solo unos minutos, Andrés. Solo unos minutos.
—Así será. Vamos al jardín de atrás. Ahí es menos ruidoso.
Nos dirigimos a la parte trasera del centro comercial, ahí había una pileta y algunas
bancas de madera donde nos pudimos sentar. El camino hasta ahí la pasamos en silencio. Yo
pensaba en que iba a decirle. Luchaba por controlar mis emociones, no quería estallar, no quería
llorar, no quería parecer nerviosa. Estaba preparada para decirle su vida entera si era posible.
Pero quería hacerlo sin derramar una maldita lagrima. Este hijo de puta, con el perdón de su
madre, no lo merece.
Tomamos asiento, el dejó su bolsa a un lado, yo coloque la mía entre ambos en la
banca. Pude verlo bien ahora que había pasado varios minutos. Estaba cambiado, estaba un poco
más subido de peso, siempre había sido delgado; se había dejado una barba que no le quedaba
muy bien, siempre lo recordé afeitado al ras. Seguía vistiéndose igual, con esas camisas de
cuadros y pantalones de drill, zapatos formales a donde vaya. Quizá era idea mía, pero lo veía
más frentón. No podía ver a aquel hombre con el que casi me voy al altar. No se le veía mal,
pero no podía reconocerlo. De todas maneras, había dejado de conocerlo hacía mucho.
El me miraba y miraba de reojo mientras nos dirigíamos a la banca. No me dijo nada.
Estoy seguro que le sorprendía verme también, pero es un fresco, no como yo. No sentamos y
siguió mirándome, me pareció que sonreía por momentos.
—¡Bien! —le dije—. Habla…
Asintió y aclaró su garganta.
—¿Cómo has estado? —preguntó.
—¿Eso quería saber? —respondí rauda—. He estado muy bien, Andrés. Muy bien.
—Me alegro. Me alegro mucho, de verdad. Es bueno. Ha pasado ya mucho tiempo
desde que…
—Desde que te fuiste del apartamento —intervine— como una rata. Escapando de mí.
—No fue así, Adriana. Es que no quería que hablemos en ese momento. Te pusiste
como una loca. Intentaste lanzarte de la ventana. ¿Qué querías que penara? No era sano que nos
viéramos. Se que te herí, no soy un idiota.
—Eres un idiota.
Suspiró.
—Merezco eso, merezco todo lo que me quieras decir. Pero pienso que mereces una
explicación también. Creo que es justo.
—¿Justo? Hubiera sido justo en aquel momento, Andrés. No ahora. ¿De qué vale ya?
No tiene sentido. —Me puse de pie.
—Espera —me dijo cogiéndome de la mano. Yo de un rápido movimiento me solté de
él—. No te vayas. Hablemos un poco más. Por favor. Solo unos minutos más.
Lo pensé un instante y finalmente me senté nuevamente, casi tan rápido como me
levanté.
—Habla de una vez. No tengo ánimos, ni energías para perderlo contigo.
—De acuerdo. Solo tenme algo de paciencia.
—Habla…
—Muy bien. Primero que nada, creo que mereces una disculpa. Aunque es un poco
estúpido, lo sé.
—“Disculpas”, eso se pide, tengo entendido, cuando toras una copa y manchas un
mantel bonito; pero cuando te acuestas con tu compañera de trabajo, como que no aplica.
Estúpido.
Andrés asintió, resignado. Continuó hablando.
—Por eso digo, es estúpido. Pero tenía que decírtelo. Tenía qué. Adriana, yo te amé
muchísimo. Muchísimo en realidad. Tú lo sabes. No puedes negar que fuimos muy felices
durante muchos años. Íbamos a casarnos, eso no era mentira, yo de verdad quería casarme
contigo. —Hizo una pausa respiró profundo—. Pero al pasar los años, cada vez más las cosas se
fueron enfriando, quizá para mí, yo nunca he sido un hombre detallista, un hombre de recordar
fechas, de planear viajes, sorpresas. Tú me conoces, soy más de hacer las cosas sin planearlas.
—Eso lo sé. Sin pensar…
—Por favor, déjame… Déjame explicarme.
—Continua…
—Yo disfrutaba mucho estar contigo y esos detalles que tenías conmigo. Pero me
estresaba saber que cada vez que llegaba el mes, debía planear algo, hacer algo, o te sentías mal.
No me lo decías, pero lo veía en tu cara. Y cada vez que tú me sorprendías con algo me sentía
tonto. Tu eres una mujer muy dulce, muy especial, pero necesitabas atención, mimos, tiempo…
Yo no podía, con el trabajo, las deudas, todo… Me era difícil pensar en eso. Al comienzo era
fácil, pero luego se volvió rutinario. Y tú, parecía que siempre estabas esperando de mi algo
más, como si no hiciera suficiente, como si darte un beso, estar contigo, salir de vez en cuando,
quedarme en casa para acompañarte los fines de semana no eran suficientes. Te consta que
cuando estábamos juntos jamás salí con amigos. No me iba a beber con ellos, me quedaba en
casa contigo. Tu leyendo tus libros o estudiando, yo avanzando algunos proyectos en la
computadora o viendo la televisión, pero a tu lado.
—¿Y en qué momento dejaste de amarme, Andrés?
—Yo no dejé de amarte cuando conocí a otra mujer, Adriana. Yo dejé de amarte cuando
comenzaste a querer que yo fuera alguien que no soy.
—¿Qué?
—¿Ya no te acuerdas? ¿Ya no te acuerdas de verdad? —me preguntó.
—¿De qué hablas?
—Aquellas discusiones… Cuando me decías que querías que cambie, que sea más
cariñoso contigo, que pasemos más tiempo, que salgamos. Que no sea tan frio, esa era la
palabra: frio. Que la pareja de tu amiga esto, que el esposo de tu amiga lo otro, que tus padres a
sus más de 18 años de matrimonio eran así y asa… ¿Cómo crees que se siente eso? Yo trataba
de ser cariñoso, darte mi atención mi tiempo, todo el que podía. Pero también debía trabajar. Si,
ese trabajo en que era un conformista. Me decías cada vez que podías que debía aspirar a más en
la empresa, que estaba desperdiciando mi potencial. Que debía aprovechar las oportunidades.
Me sacabas en cara que fue un doctor, amigo tuyo, quien me recomendó para que me dieran
aquella oportunidad. Perfecto… Pero fue mi esfuerzo el que me hizo quedarme ahí. Y te
recuerdo que me gustaba mucho mi anterior trabajo. Era feliz ahí. Intenté mucho para ascender,
pero insististe que lo que me ofrecía tu amigo era mejor y me cambié, como me pediste. Y sabes
que fue difícil mantenerme ahí y avanzar hasta donde estoy ¿Y qué pasó después? Me pedias
más tiempo para ti, sabiendo que hacía lo que podía. Todo era tiempo, atención contigo. ¿Por
qué? ¿No era más importante la calidad que la cantidad? Yo te amaba. Hice muchas cosas por ti.
Pero tu solo veías las cosas malas en mí. Esa mala manía de comparar siempre… Si tu amiga y
su esposo el cirujano iban a un restaurante bonito celebrando un mes más, tu esperabas que yo
te llevara también; si tu amigo el ingeniero llevaba a su esposa de viaje a costa del mar, tenía yo
que llevarte costa del sur… Dios… No era así. Así no Adriana.
—Ahora esperar que tú pareja sea un poco mejor es un pecado. —dije con ironía.
—No. Pero no puedes esperar que uno deje de ser quien es. Amando lo que puede ser,
mas no lo que es. Llegue a pensar que tu solo veías las cosas malas. Negativas. Poco a poco dejé
de interesarme en demostrarte algo. Total.
—Y entonces… ¡¿Por qué no me dejaste y te largaste?! —dice enfática—. ¡¿Por qué
herirme de esa manera?!
—Porque siempre que lo pensaba, siempre que quería irme y dejarte… Pensaba en todo
lo que habíamos formado, eran varios años, Adriana. Varios años juntos y me decía a mí
mismo: esto mejorará, debo adaptarme, tratar de mejorar la relación. Entonces trataba de
llevarte unos chocolates, o de estar en el apartamento a tu lado, salir a dar una vuelta, ir a cenar.
Pero siempre volvíamos a lo mismo. Nunca era suficiente.
—Pues debiste dejarme si ya no me amabas. Me estuviste mintiendo entonces.
—No. No es así. Yo solo tenía la esperanza.
—¿Entonces por qué me propusiste matrimonio? —pregunté— Si no me amabas ¿para
qué hacerlo?
—Cuando te lo propuse estaba convencido de que era lo que quería hacer. Estábamos
llegando a los cinco años de relación. Y a pesar de todo, de mis dudas, de mis miedos, de todo,
yo aun quería estar a tu lado. Pensé que asé te demostraría que lo que quería en realidad era
estar a tu lado. Pensaba en que así tal vez apreciarías más lo que teníamos. Además, era lo único
que repetías, matrimonio, casarnos, boda, iglesia, recepción. ¿Qué más podía hacer yo? Era
obvio que era lo que más querías. Yo no quería romper tu ilusión.
—Entonces no querías hacerlo.
—Si quería. Tenía la esperanza que así maduraríamos. Tomarías en serio lo que
teníamos. Verías que estábamos bien así. Lo tomarías con más calma. Seríamos tu y yo. Quería
que nos casáramos e irnos lejos tu y yo. Lejos de tus antipáticas amigas. De sus aburridas
reuniones, de los idiotas de sus esposos, novios, que se yo. Todos me parecían tan insoportables.
Hablando de frivolidades, de sus viajes de donde habían comido, viajado. ¿Qué no tenían más
en la cabeza? Quería casarme contigo para alejarnos de todo, ser tu y yo. NO te dije, y quizá no
me creas, pero incluso había buscado una casa en el centro. Una casa, porque quería tener hijos,
criar un perro. Pero lejos de tanta gente idiota.
Ignoraba algunas de esas cosas que él me contaba. No sabía si tomarlas en serio, pero
pensaba que a estas alturas no tendría sentido que el intentara convencerme de algo, por lo que
estaba casi segura de que hablaba en serio, al menos como forma de desahogo. Siempre me
pareció que no le caían mis amigos, que siendo sincera no eran los más maduros de todos.
Andrés nunca fue de los que se tomaba fotos y compartía lo que hacíamos, o de los que le
gustaba exhibirse con grandes gestos. No puedo decir que no hicimos muchas cosas juntos y
fuimos a muchos lugares, pero siempre entre los dos. Y pues si era verdad que siempre le exigí
más. Eso no puedo refutarlo. Era más fácil ver las cosas que no me gustaban de él.
—En ese tiempo, cuando me lo propusiste, ya conocías a esa… Mujer.
—Es verdad. Éramos solo amigos. Hablábamos mucho, yo te contaba de ella, inclusive.
—Lo que te convenía. Solo me contabas eso. No que comenzaron a acostarse.
—Eso fue después. Para entonces yo ya había pensado en dejarte. Pero las cosas se
dieron de formas diferentes. Me di cuenta que ni con el tema de la boda los problemas
acababan. Tu no me valorabas por quien era, lo dijiste bien claro. Querías que tu esposo fuera
un hombre que todos admiraran, que debía aspirar a un puesto más alto en la empresa. Que no
me conformara, que podía más. Pero eso exigía más tiempo trabajando y tampoco estabas
dispuesta a apoyarme entendiendo eso. Para ti yo tenía que darte todo mi tiempo, pero también
al trabajo. Debía dividirme o te sentías dejada de lado. ¿Quién te entiende? ¿Qué querías?
—Solo quería a un hombre que demostrara que podía con todo. Con el trabajo,
conmigo. Con sus sueños. No uno que se conformara. Uno que… fuera…
—Exacto. Uno que fuera como… No lograba ser yo. Di lo que quieras, Adriana. Los
dos cometimos muchos errores. El mío fue el más grande. Y no me refiero a engañarte con ella.
Sino no haberme ido a tes de hacerlo. —Bajó la mirada.
Me quedé en silencio unos segundos, analizando lo que me había dicho. Tampoco
podría, a estas alturas pensar como hace unos años, él tenía razón en varias cosas que decía.
Pero nada excusaba, como bien sabe, lo que hizo.
—Solo quería motivarte —le dije—. Quería que seas mejor, en todo. Yo era feliz con
cada pequeño logro, avance o cambio tuyo. Pero te duraba muy poco.
—No tenía sentido Solo apreciabas lo que no era yo. Poco a poco dejó de parecerme
bueno eso. Tendría que ser otro para que seas feliz. En aquel tiempo Estefanía y yo
comenzamos a ser más cercanos. Salimos unas veces, conversábamos mucho. Poco a poco me
di cuenta que me valoraba por quien era, no por lo que esperaba de mí. Ella no esperaba nada.
Solo que fuera yo y que estuviera a su lado. Eso me hacía querer hacer más por ella. Pero aun
así me costaba pensar en dejarte. No quería hacerte sufrir, estabas muy ilusionada con la boda y
todo.
—Debiste dejarme en ese momento. Cuando ya no sentías nada por mí.
—Nunca dejé de sentir cosas por ti.
—Cuando te acostabas con ella también… ¡Ha! Seguro ahí sentías mucho por mí. —reí
con fuego en la mirada.
—Cuando pasó eso…
—Cuando te la tiraste.
Guardó silencio y presionó los labios. no le gustó escucharlo. Asintió y continuó.
—Cuando sucedió, lo decidí. Decidí que se acabó. Tú puedes pensar que fueron muchas
noches con ella, escapándome a escondidas para hacerle el amor. Pero no fue así. Solo lo
hicimos dos veces, antes de que tú me escucharas hablando con ella esa vez.
—Menos mal, ¿no? Ahora me puedo sentir mejor, mira tú.
—No utilices el sarcasmo, escúchame. Ene se momento, decidimos que aquello que nos
orilló a eso, fue algo especial. Y que no podíamos continuar así. Primero decidimos dejarlo ahí.
Pensé que con eso que pasó podría decidirme a dejarte, no para estar con ella; si no a decidir
que ya no tenía más amor por ti. Te había traicionado. Pero esa semana, luego de que nos
distanciamos ella y yo me di cuenta que la extrañaba y ella a mí. Había nacido algo ahí. Fue la
señal. Volvimos a hablar. Decidimos que era hora de cambiar nuestras vidas. Ella… No estaba
bien con su pareja, ese sujeto era un demente. Celoso, obsesivo, depresivo, una total desgracia.
—¡¿Qué dices?! —No pude evitar sobresaltarme, estaba hablando de Kevin. Traté de
mantener compostura—. Seguro ella te dijo esas cosas.
—No. Claro que no. El, Kevin, me escribió muchas veces, cuando tan solo éramos
amigos ella y yo. Me decía que era un desgraciado, que me aleje de ella. Que no se la iba a
quitar. Incluso me buscó alguna vez en el trabajo intentando atacarme. La trató muy mal a ella
en mi delante. Y te hablo cuando ella y yo os conocíamos solo dos o tres semanas. Eso no es
muy normal.
—¿Por qué debería creerte eso? —pregunté nerviosa.
—¿Por qué debería mentirte sobre ese tipo?
Tenía razón en eso. No lo había pensado así. Sentí un frio recorrer mi espalda y recorrer
mis hombros. Kevin me había contado aquello de una manera completamente diferente.
—Puede que tengas razón, Andrés. Pero eso no tiene nada que ver, con que me hayas
engañado.
—Se que tampoco tiene importancia ahorita; pero si escuchaste bien aquella
conversación entre ella y yo, ese día que volviste al apartamento, pues puedes sacar tus
conclusiones.
—Escuché que le decías cosas muy bellas. Que la amabas, que esperabas poder verla
esta tarde. Que cada vez era más difícil despertar en esta cama, sin ella. Que pronto estarían
juntos y que podrían amarse sin esconderse. Eso es lo que escuché. Se te escuchó enamorado,
escuche cosas que a mí ya no me decías.
—Piensa bien en lo que te voy a decir, no tiene sentido pensar que, si me crees, hoy,
haga alguna diferencia. Yo iba a terminar contigo ese día. Iba a verla en la tarde, porque le iba a
dar mis cosas, para que la llevara a su edificio. Y esa tarde iba a ir a buscarte al hospital, a tu
salida. Iba a hablar contigo. ¿recuerdas que así te dije la noche anterior? Te dije que te iría a
buscar a las ocho, que teníamos algo que hablar. Tú me dijiste que estaba bien. Pero de seguro
nunca imaginaste que era eso. Es muy probable que no te lo hayas imaginado. La verdad a veces
no sé cómo veías tú la relación. Lo que a mí me decían es que se me veía infeliz, cansado,
frustrado. Pero esas eran las personas que me conocían a mí, que me veían día a día. Estoy
seguro que para tus amigas e incluso para ti, yo era el malo, el gritón, aburrido, frio. Y está bien,
no importa. Todos ven la relación desde sus tribunas, lo que importaba era como nos sentíamos
tu y yo. Y yo ya no me sentía feliz. Y estoy seguro que tampoco lo eras tu.
Ambos nos quedamos en silencio.
—Yo no quise hacerlo—dijo—. No quise que terminara así lo nuestro. Hiriéndote. Se
que ya no importa, pero te pido disculpas. Pero quiero que sepas que pensé mucho en ti después.
Quise acercarme a conversar a explicarte; pero estabas como loca. Contactando con la familia
de ella, acosándola por teléfono, en su casa, en su trabajo. Llamabas a mi madre llorando,
exigiendo que le dijera la verdad. Dios mío. Te desconocí. No solo tu estabas pasando un mal
momento. Pero claro, no entenderías en ese momento.
—¿Qué te hace pensar que te entiendo ahora?
—Que al menos llevamos algunos minutos hablando como personas civilizadas.
Asentí. No le dije nada. Quería escucharlo simplemente.
Continuó.
—Quiero que sepas que encontrarte fue como una bendición.
—¿Por qué? Así podrías expiar tus culpas… ¿Crees que voy a decirte que te perdono y
ser amigos, intercambiar números y reunirnos los fines de mes en tu casa a comer salchichas?
—Deja la ironía. Voy a ser papá en algunos meses, Adriana. —me dijo.
No pude fingir sorpresa. Supongo que interpretó mi falta de emoción y reacción como
una respuesta a tal noticia.
—Voy a tener —continuó— un hijo con Estefanía. Tiene casi cinco meses. Va a ser un
niño. —Sonrío y palmeó la bolsa que había dejado en el suelo, cerca de el—. Estoy comprando
algunas cosas para él y para ella, necesita algunas cosas.
—¿Ella? —dije sorprendida.
—Estamos viviendo juntos. Necesita algunas cremas, lociones, cosas así. —Me miró
extrañado—. Entiendo. Seguro algunos amigos te dijeron estas cosas, es normal. Tampoco quise
sorprenderte. Seguro supiste lo de la boda.
—Algo escuché.
—Se que te hablas con mi hermana. No me molesta. Y si, es verdad. La boda se
canceló. La canceló ella cuando se enteró de que íbamos a ser padres. Pero no le dijimos a
nadie. Algunos pensaron que había sido por una pelea, otros porque yo la había engañado, un
montón de cojudeces que la gente inventa. No fue por eso. Ella se enteró que estábamos
esperando y me dijo que sería mejor cancelar la ceremonia y todo. Pedir reembolsos de lo que
podamos, invertir lo que podamos en el bebé, cancelar la luna de miel, e invertir el gasto en
cosas para el bebé. Tú sabes que no la pensé dos veces.
—Me imagino. Me imagino, Andrés. ¿Pero por qué no dijeron nada? —pregunté.
Sonrió y se encogió de hombros.
—Ya sabes cómo son las mujeres. No quería decir nada hasta estar segura que todo
estaba bien. pasados los tres meses. Y pues ya va para los cinco. Solo le hemos dicho a un
círculo muy cercano. Ni mi madre ni hermana lo saben. Siguen pensando que estamos peleados
y tratando de solucionar —sonrió.
—Dios mío —susurré.
¿Kevin me había mentido entonces? ¿Acaso todo lo que me dijo era falso? No, no
podría ser verdad. Debía de haber una explicación lógica. Estos meses… No. No era verdad.
¿Por qué creerle a Andrés? Pero por otro lado él no sabía que yo estaba con Kevin. Estaba
ablando simplemente.
—¿Te pasa algo? —me dijo Andrés al verme ensimismada.
—¿Qué hay del ex de ella? —pregunté con fuego en los ojos.
—Pues… Ese demente de mierda siguió jodiendo hasta hace unas cuantas semanas, un
mes y algo aproximadamente. La llamaba, la hostigaba, el hijo de puta incluso la intentó
buscarla y hablar con ella. Ni sabiendo que estaba embarazada y que ya no lo amaba se quedó
tranquilo.
—¿Se han visto?
—Claro que no. No permitiría eso. Ese sujeto es un enfermo mental. Obsesionado.
¿Sabes que hace mucho tiempo me buscó? ¿Y sabes que me dijo? —Dios mío. Dios mío… me
daba una idea de lo que le dijo—. Me dijo que se había acostado contigo. Me buscó
especialmente para decirme eso, e intentó mostrarme fotos de ti en su cama, por supuesto no le
di crédito a tamaña locura. Ese tipo no es de fiar. Ese día le di tamaña golpiza que tuvieron que
detenerme varios guardias del edificio. —De verdad esto me estaba comenzando a dar mucho
miedo, no recordaba haberme sentido así de angustiada—. No lo volví a ver desde entonces, le
dije que si lo volví a ver lo mataría. Hasta que Estefanía me dijo que había vuelto no sé de
dónde. Se enteró que no nos casamos e intentó contactarla. El muy enfermo pensó que podía
recuperarla, pero ella le dijo toda la verdad. Aun así, insistió. Yo escuché toda la conversación.
Iba a coger el celular, pero ella me dijo que no, sabía que no iba a ser nada amigable. Le dijo
que no le volviera a hablar o me diría a mí. Y desde ese día no hemos sabido nada. Pero te juro
que si ese enfermito se vuelve a acercar… ¿Adriana? ¿Estas llorando? —me dijo.
Me levanté y me fui corriendo. No quería que me viera llorar.
—¡¡Adriana!! ¡¡Tus compras!! —escuché que me gritó a lo lejos.
Corrí y corrí sin detenerme hasta la calle. Paré un auto y me subí. Le dije al taxista que
condujera, no le dije destino. Solo le dije que conduzca. Que conduzca no importa a donde.
Lloré como una desgraciada. Grité, me desesperé, el taxista me hizo bajar a las pocas calles.
Caminé por ahí, llorando entre calles y parques. La gente miraba. Yo solo recuerdo caminar y
caminar hasta sentarme en una banca de un parque que desconocía. Ahí con la cabeza entre las
rodillas seguí llorando hasta simplemente no poder más.
Capítulo 25: Aprendizaje
—Gracias por traerme a mi departamento —le dije a Fernando.
—No te preocupes. No podía dejarte ahí —respondió, guiándome hasta el mueble
grande de mi sala. Me dejó ahí y corrió a cerrar la puerta del apartamento—. ¿Me contaras
ahora que te pasó?
—No tenía a quien más acudir —le respondí—, discúlpame si te saqué de algo
importante.
—No. No te preocupes. —Fernando volvió conmigo y se sentó en el mueble de a lado,
el pequeño—. ¿Quieres algo? ¿te traigo un poco de agua?
Asentí, de inmediato mi amigo se levantó y se dirigió a la cocina. Escuche algunos
sonidos metálicos, algunos golpes, el grifo abrir y cerrarse y volvió rápidamente. Se sentó y me
acercó un vaso de agua.
—Bebe un poco —Así lo hice, sorbo a sorbo—. ¿Te sientes mejor?
Dejé el baso en mi mesa de centro y me eche para atrás en el mueble. Llevé mis manos
a la cara, sobándola con suavidad.
—No —respondí—. No estoy bien. No me siento bien, Fernando. Soy la más estúpida
que puede existir.
—¿Qué ha pasado? ¿Quieres contarme? Me alarmé mucho cuando me llamaste. Pensé
que te había sucedido algún accidente o algo así. Te encontré hecha un manojo de nervios. Dios
mío, Adriana. ¿Me vas a decir que te pasó?
Suspiré profundamente. Creo que ya no tenía más lagrimas que soltar. Asentí.
—Te voy a contar, Fernando. Por que de verdad ahora eres el único que quizá me
entienda. Si hablo con Soledad, solo me dirá que me lo advirtió. Y con merecida razón.
—¿Qué ha pasado?
Me incliné hacia adelante, descansando los codos en mis rodillas, miré a Fernando,
quien tenía una cara de confusión, y le conté lo que me había sucedido. Con todo detalle de lo
que me había enterado hacía menos de una hora atrás. Mientras le narraba lo sucedido podía ver
varios gestos y muecas en su rostro, desde sorpresa hasta colera y decepción. Incluso un poco de
lastima, evidentemente por lo estúpida que había sido. No me dijo nada, dejó que habla y
hablara. Agradecí mucho eso. Sentía que estallaría si no le contaba a alguien.
—Vamos —le dije—, dime algo al menos. ¿Qué piensas?
Fernando tronó los huesos de su cuello, sin utilizar las manos. Inhalo y exhaló
profundamente y largamente. Estaba sorprendido sin duda. Asentía levemente mientras se
echaba para atrás en el mueble.
—Creo que… —comenzó—. Creo que esto es muy lamentable. Muy lamentable,
Adriana. No te diré lo que ya sabes. Solo puedo concluir que estoy seguro que no imaginaste
que tu encuentro con Andrés terminaría así.
Volví a echarme hacia atrás en el mueble. Levanté la vista al techo y ahí me quedé.
—No —respondí—. Pensé que terminaría mandándolo a la mierda. Es lo que estaba
lista para hacer. Pero ahora, incluso tendría que agradecerle al muy maldito.
—¿Algo de lo que te habrá dicho será verdad? Me refiero a Kevin.
—¿Importa?
—Pues claro. Algo dentro de todo debe ser verdad. Recuerda que todo debe verse en
perspectiva.
—Es un mentiroso, es un demente. Ya no sé que pensar. Incluso me asusta.
—Es compresible, Adriana. Pero tendrás que hablar con él. ¿Quieres que me quede
aquí?
Suspiré y negué con la cabeza.
—No es necesario, ya me siento mucho mejor. —Volví la vista hacia él—. Gracias.
Necesita hablar con alguien.
—No agradezcas, es tonto. Claro que cuentas con nosotros, tus amigos. Sobre todo, en
estos momentos. No te preocupes.
—Es que… Me diento tan… ¡Estúpida! —Golpeé mis puños contra el borde del muebla
al lado de mis piernas—. Me siento… Dios mío. Me lo advirtieron. Pero me dejé llevar,
quería… quería sentirme enamorada otra vez. Que me amen. No quería rendirme y estar sola.
Me merezco todo esto, Fernando.
—Nada de eso. No es tu culpa que ese tipo sea un mentiroso. No es culpa tuya. Tu solo
quisiste darte una oportunidad.
—Pero elegí al peor de mis opciones. Era tan evidente que esto se iría a la mierda,
Amigo. Soy una tarada.
—Ya deja de lamentarte, Adriana. No ganas nada. Mejor ahora que después. Me dijiste
que querían irse a vivir juntos… Eso hubiera sido un grabe error —me dijo—. Hubiera sido un
paso demasiado grande. Han ido demasiado rápido, creo que tarde o temprano te hubieras dado
cuenta de todas maneras.
Sonreí con aire burlón. Sarcástica.
—¿Cómo? Si hasta hace unas horas no podía pensar en otra cosa que verlo. Me estaba
enamorando, Fernando. Me duele todo esto, me siento traicionada. ¿Sabes como se siente?
Como haber despertado de un hermoso sueño, luego de haberte dormido habiendo vivido una
horrible experiencia. Así me siento. Me siento… Es horrible.
—Lo sé, te entiendo. Tienes todo el derecho de sentirte así. Pero ya está. Ya pasó.
¿Ahora que sigue? ¿Qué harás? Debes pensar de una vez. Se que no vas a echarte a llorar
mucho más.
—Ya lloré lo suficiente, Fernando. Ya no quiero llorar. —Me volví a inclinar hacia
delante—. Para colmo Daniel ya no me habla, se apartó de mí. Yal como dijiste, tarde o
temprano acabaría. Me quedaría sola.
—Yo no dije eso. Dije que debías decidir, y vivir, para después no cuestionarte. Y eso
hiciste.
—Pues sí. Pero elegí mal. Debí quedarme sola. Debí ser mas inteligente. Me olvidé de
mí, Fernando. De mí como individuo, pensé solo en mí como compañera, pareja, como alguien
que quería estar con alguien. Que estúpida. Este si me la gané, pero enterita —sonreí con
resignación—. Entera, Fernando—. Ahora entiendo lo que me quisiste decir con que debía
decidir estando segura, y que asumiera las consecuencias. No puedo renegar de nadie, pues la
decisión fue mía. Parafraseando lo que citaste esa vez: la vida es una novela que nos dan los
títulos de los capítulos, pero no nos dice que vendrán en ellos. Yo estaba en el capitulo de
Kevin.
—Uno nunca sabe como terminan esas historias, Adriana. A veces es difícil mantenerse
en ellas, a veces es mas sencillo, otras hay que saber cuándo pasar la página. En esta ocasión
tienes que cerrarla. Solo no te culpes. Tu no sabias que este tipo era un loco. Decidiste
siguiendo tus sentimientos, decidiste convencida, segura. Comenzaste a enamorarte, pero eso no
es malo.
—Lo malo es que me dejé llevar muy rápido por lo que sentía. En serio que cuando ves
todo en perspectiva, lo blanco no es blanco. Soledad va a mandarme a la mierda. —Sonreí,
Fernando sonrió conmigo.
—Nada, ella te ama. Te entenderá. Te va a gritar… —dijo enfatizando con sus manos y
sus muecas—. Pero luego te va a dar un abrazo y te dirá que no quiere verte triste. Irán a comer
algo, seguro a beber un trago y a seguir la vida.
Asentí y mantuve la sonrisa.
Suspiré profundo, alargué mi brazo y cogí el vaso con agua, lo apuré.
—¿Qué haría sin mis amigos? —pregunté y dejé el basó sobre la mesa de centro.
Fernando me miró y me sonrió.
—Molestar a tu familia tal vez —respondió y se soltó a reír.
Me solté a reír con él, tomé un cojín y se lo lancé.
—Eres malo —le dije.
—Y tu tienes un pésimo gusto en hombres. Con razón jamás te gusté.
—Idiota —le dije divertida y sonriendo.
—No me cansaré de repetirlo —dijo colocando el cojín a un costado.
Suspiré nuevamente y dejé la risa de lado.
—Gracias, Fernando, eres un buen amigo. —me miró con una sonrisa amigable y
comprensiva, asintiendo lentamente—. Tendrás mucho argumento para tu novela. ¿no? —le dije
sonriendo.
—Claro. Ya he avanzando un poco. Hasta tengo el título.
—¿Ah sí? ¿Cómo la llamaras?
—“Adriana —dijo enfatizando dramáticamente la voz—: entre pasiones, miedo y
traiciones”. ¿Qué me dices?
—Lo odio.
—¿Qué? —frunció el ceño—. No. ¿Hablas en serio? No dormí pensando ese título…
Piénsalo. Dale una oportunidad.
—Cámbialo. Suena muy pretencioso.
—Es perfecto, Adriana. Se queda.
—Que espeso que eres, Fernando. —Sonreí—. Inventa algo más lindo.
—No, esta bien como está. Así lo veras en las librerías.
Fernando siempre sabía cómo sacarme una sonrisa con alguna de sus anécdotas o
ocurrencias tontas. Eran algo exageradas y el mismo exageraba mucho a veces, pero eran
divertidas y me hacían siempre sonreír. Pedimos una pizza y bebimos una de las botellas de
vino de mi viaje a Santa Laura. Se quedó conmigo algunas horas, conversamos de muchas
cosas. Escuchando música, simplemente tratando de no pensar en lo que sucedió. Ya no tenía
sentido de todas formas.
Me sentí tan tonta en aquel momento. Verme en una relación con un sujeto tan
despreciable, tan falso, al que hace unas horas comenzaba a amar. ¿Cómo pude ser tan tonta?
Me preguntaba. ¿Es que acaso estaban tan necesitada por afecto, por sentirme amada, por amar;
que no me di cuenta de que estaba todo sucediendo demasiado rápido para ser verdad? El amor
no es así, pero se sentía como si lo fuera. Cálido, frágil, dulce en los labios, cálido en el pecho.
Que tonta fui. No vi mas allá de mi nariz, nuevamente. Las pequeñas pistas que te da la vida,
como en las novelas, aquellas pistas que nos dicen como será el inminente final. Ya no tenía ni
sentido llorar. Ya no valía la pena, había llorado ya lo suficiente. Ahora tenía que exigirle a
Kevin la verdad.
En algunos minutos más llegaría él. Y tendríamos que hablar seria mente. Le exigiré
toda la verdad, quería escucharlo de sus labios. esta vez todo. Por que no se que tanto de lo que
me haya dicho, en realidad, sea verdad. Me había mentido desde el momento en que lo conocí,
era obvio que mentiría nuevamente; pero esta vez no va a engañarme. No voy a ser la tonta otra
vez, ya lo fui suficiente tiempo. Y lloré demasiado, y me lamenté también.
Como bien me dijo Fernando: hay hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones.
Hayan sido buenas o malas. Hay que asumirlas, con la misma seguridad con la que las
tomamos. Eso haré justamente. Ya no más lágrimas, ya no mas lamentaciones. No permitiré que
nadie vuelva a lastimarme nunca más. Esta vez he tenido suerte, esta vez tengo la oportunidad
de no dejar que me sigan engañando. Aquí termina todo. No seré la idiota de alguien una vez
más.
Capítulo 26: Punto y aparte
Fernando me insistió en quedarse conmigo hasta que llegara Kevin. No me lo dijo, pero
estaba preocupado por que él me hiciera algo. Era un loco, pensaba. Yo estaba segura de que no
sería capaz de hacerme algo. Pero entendí su preocupación. Le dije que le llamaría cuando
termine de hablar con él. Le dije que debía hacerlo sola y que le agradecía muchísimo su
preocupación.
Entendió finalmente y algo dudoso se fue. Me quedé sola en mi apartamento.
Kevin me escribió alrededor de las siete de la noche, la hora en que normalmente esta
saliendo de su trabajo, me dijo que llevaría comida china para cenar. Que tardaría unos minutos
más. Le respondí que venga rápidamente que necesitábamos hablar. Me llamó entonces, pero no
respondí. Me serví una copa de vino y lo esperé en la sala, sentada en el mueble. En silencio,
pensando en todo lo que me había sucedido.
Pensaba en Andrés, lo que me había contado, en Daniel y lo mucho que comencé a
extrañarlo. Pensaba en Kevin, y como había sido capaz de mentirme de esa forma tan descarada.
Las palabras de mi madre y de Soledad retumbaban en mi cabeza. No te fíes de ese chico. Pero
como podría yo no fiarme, si estaba convencida de que había tomado una buena decisión. Al
final una intuición pesó mas que una decisión guiada evidentemente por emociones y conflictos
internos. Pero el tiempo no se puede retroceder.
Solo quería que me explicara, que me dijera por qué fue capaz de hacer todo esto. De
engañarme, de manipularme, de ilusionarme. ¿Qué pensó que nunca me enteraría? Ahora
entiendo por que lo dejaron. Es un loco de mierda. Y yo no me quedo atrás, soy una tonta.
Pasaban los minutos y mientras mas esperaba, me ponía mas ansiosa. Cogí el celular, revisé los
últimos mensajes que le envié a Daniel. Tenia tantas ganas de llamarlo, de escuchar su voz, que
me dé un abrazo, que me diga que todo estará bien. Pero ya no me hablaba, seguro estará
ocupado, tal vez enamorado, tal vez… simplemente ya me olvidó.
Treinta minutos más tarde escuché la perilla de la puerta sonar, era Kevin abriendo con
sus llaves. Él tenia un juego mías, y yo las de él.
—Hola, amor —dijo y colgó las llaves en el colgador—. ¿Qué pasó?
Yo me encontraba en el mueble pequeño, desde ahí podía verlo parado cerca a la puerta.
—Acércate —le dije.
Su expresión fue de sorpresa. Anqué mantenía una sonrisa en el rostro. Cuando se
acercó vio las bolsas que había cerca la puerta que da a la cocina. En ellas había colocado sus
cosas. Tenía en mi apartamento algunas cosas, como camisas, pantalones, prendas íntimas, algo
de dinero, unos papeles y demás cosas de higiene.
—¿Y esas bolsas? —preguntó acercándose y acercándose para besarme.
Evadí su beso con un movimiento de mi rostro.
—Siéntate —le dije seria.
—¿Estas bien, amor? —me dijo, la sonrisa se le había ido ya.
Tomó asiento en el mueble largo al lado mío. Miró la caja de pizza y la botella de vino.
Su expresión fue de confusión. No entendía, evidentemente.
—¿Todo bien, Adrianita? —me preguntó cerrando la caja de pizza.
Inhalé profundo y exhalé. Lo miré fijamente a los ojos, el estaba confundido, nervioso
incluso, había dibujado una sonrisa que más parecía una mueca en su rostro, como cuando tratas
de mantener la careta de estar bien en una situación desagradable.
—Te voy a dar la oportunidad de que seas tu quien diga la verdad —dije—. Había
pensado en lanzártela a la cara como un escupitajo, encararte con todo lo que siento en este
momento. Pero pensé: quizá sea capaz de asumir lo que hizo y al menos me demuestre que no
es tan hijo de puta. Así que, te preguntaré esto solo una vez, antes de que se yo quien hable —
inhalé y exhale nuevamente—: ¿Hay algo que me tengas que decir, Kevin?
Él me miró, su expresión ahora era más seria. Pensativo. Tragó saliva y parpadeó unas
veces. Me evadió la mirada, paseó la vista por el alrededor, como buscando algo dentro de su
cabeza. Se encogió de hombros. Pensé que evadiría la pregunta, pero no lo hizo, respondió a la
pregunta finalmente.
—Si. Si hay algo que tengo que decirte.
—Adelante —le dije con seriedad.
—Lo hice por nosotros. Lo hice por que estoy muy enamorado de ti, Adriana —dijo con
énfasis en las palabras—. Dios, Adriana. Yo te amo. Y si ese tipo seguía haciendo sombra en ti,
en mí, nunca podrías amarme. —No entendí que me estaba diciendo. Me confundió—. Lo hice
por los dos —se movió un poco en el mueble, acercándose más al borde, a mí—. Tienes que
entenderme.
—¿Entenderte qué? —le dije severa—. ¿Qué tengo que entender?
—Entiende que te amo. Todo lo que hice fue por amor. No por otra razón. —Bajó la
mirada—. Yo solo quería que pudieras concentrarte en lo nuestro, en que puedas ver lo bueno
que te puedo dar, ofrecer, no fantasías imposibles. —Levantó la mirada—. Por eso lo hice, por
eso le dije todo eso.
Estaba confundida. Estaba segura, por su mirada de ansiedad, que estaba diciendo la
verdad, pero, ¿sobre qué?
—Quiero que me digas, todo acerca de eso. ¡Inmediatamente! —enfaticé.
Kevin asintió con lentitud, resignado.
—Me lo encontré en la entrada al pórtico hace como tres semanas. Estaba ahí, traía en
sus manos una caja, parecía un obsequio. Lo reconocí por la fotografía que me mostraste.
Cuando lo vi, sentí celos, sentí… Sentí que venía para arruinarlo todo. ¡Habíamos tenido unas
semanas hermosas, Adriana! —dijo con emoción en sus palabras, pero desesperación en la
mirada—. Yo no podía dejarlo aparecerse así y meterse en tu cabeza otra vez.
Me di cuenta de quien estaba hablando.
—Yo —continuó—, solo quería que siguiéramos como hasta entonces. Que siguieras
enamorándote de mí. Que esto funcionara. Y ese tipo iba a ser un problema, siempre
escribiéndote, llamándote, perturbándote; Adriana, tu lo dijiste, el es solo una fantasía. ¿Por qué
seguir viviéndola cuando yo te ofrecía una realidad?
—Una realidad… Una realidad —repetí—. ¡¿Una realidad?! ¡Eres un hipócrita! —
exclamé y me incliné hacia delante—. ¡No me hables de realidades! ¡¿Qué le dijiste a Daniel?!
Se echó un poco hacia atrás, sorprendido por mi reacción, nervioso. Paso saliva y
respondió:
—Solo le dije la verdad.
—¡¿Qué verdad?!
—Que… Que lo que sucedió entre ustedes fue solo una fantasía, un simple juego, un
error. —En ese instante sentí como mi respiración se agitaba, sentía fuego creciendo dentro de
mi interior, sentía lava recorriendo mis venas.
De un rápido movimiento me puse de pie y de un veloz zarpazo le di una muy muy
sonora y fuerte bofetada en el rostro a Kevin, su cara quedó de lado. No hizo comentario
alguno, solo bajó la mirada y se quedó en silencio.
Me senté de golpe. Lo señalé con el dedo, enfatizando mis palabras.
—¡No tenías, ningún maldito derecho! —dije con los dientes apretados, los ojos
entornados y la respiración agitada. Estaba encendida en rabia y desprecio—. ¡No tenias por que
meterte en eso! ¡¿Qué te hizo pensar que podías intervenir?!
Kevin levantó la mirada y se acomodo nuevamente, llevó su mano derecha a su mejilla
izquierda, donde lo abofetee, y respondió:
—Yo solo quería que ya lo olvidaras… Que te concentraras en nosotros. Si él seguía en
tu mente, seguía en tu vida, nunca podríamos ser felices —dijo cabizbajo.
—Tu y yo nunca seriamos felices, Kevin —espeté—. Eres un maldito idiota.
—Lo hice por nosotros —levantó la mirada, la posó en mis ojos, los cuales comenzaba
a sentir llenarse de lágrimas. Me sentía tan frustrada, tan enfadada.
—¡No hiciste nada! ¡Solo entrometerte! ¡¿Qué mas le dijiste?! —pregunté.
Titubeó, pero prosiguió.
—Le dije que tú y yo estábamos enamorados. Le dije que si era un hombre de verdad
dejaría de escribirte, de molestar, que necesitabas olvidar eso que pasó para poder ser feliz. Que
ya no te buscara y que te olvidara. Que ya no querías saber nada de él, pero que no sabias como
decirle. Le dije que te daba vergüenza recordar lo…
Antes que terminara de hablar lo callé con una nueva bofetada, tan fuerte que se echó
hacia atrás en el mueble y se quedó ahí, inexpresivo.
—Eres un desgraciado. Eso es lo que eres. Me mentiste…
Volví a sentarme lentamente.
Kevin se incorporó en el mueble y sobó su mejilla. Sus ojos estaban rojos.
—No pensé en ese momento. Te juro que no quería mentirte. No quería lastimarte. Es
solo que el no te dejaba… No dejaría que te enamoraras de mí, yo veía tu rostro cuando él te
escribía, cuando…
—¿Y por que me mentiste con respeto a Estefanía y Andrés? —interrumpí.
Kevin quedó sin palabras. Su rostro palideció. Sus cejas se arquearon, sorprendido. No
esperaba que le dijera aquello, estaba segura de que no lo esperaba. Se encogió de hombros.
Balbuceó, no supo que decir, o que hacer. Agitó las manos, tratando de organizar sus ideas,
estaba perdido. Sabía que no podía seguir mintiéndome más.
—Así es, Kevin. Lo sé todo. Todo desde el principio. Las fotos que le quisiste mostrar a
Andrés, tu obsesión con Estefanía, el por qué me buscaste a mi después de tanto. Lograste
engañarme, lo acepto. Pero ya está, se acabó. No te voy a gritar, no te volveré a abofetear. Solo
te pediré que te vayas. Simplemente no quiero escucharte más.
—Pero, Adriana. Yo… Te puedo explicar. ¿Con quién hablaste?
Sonreí con ironía.
—Escúchame bien, Kevin —enfaticé con el índice sobre mi labio—. SI fuiste capaz de
decirle esas cosas a Daniel, sin ningún derecho y a mis espaldas, estoy segura de que lo que me
enteré no es tan si quiera la mitad de sucio, enfermizo y triste, de lo que en realidad debe ser. —
Me puse de pie—. Quiero que agarres esa bolsa con tus cosas, te vayas de aquí y nunca más
vuelvas a acertarte a mí.
Se puso de pie también.
—Adriana…
—¡Porque, si vuelves a acercarte, te voy a denunciar! —dije severa y señalándolo con el
dedo—. ¡¿Te quedó claro?!
Me miró y sus ojos comenzaron a derramar lágrimas. Entre sollozos masculló:
—Todo fue porque… Porque te amo. Yo... Si no te decía esas cosas, tu… Tu no…
Adriana —Trató de abrazarme, pero lo empuje raudamente haciéndolo caer sobre el sofá—.
Adriana… No… No me trates así. Te amo —insistió.
No pude evitar que las lágrimas cayeran por mis mejillas, pero no lloraría más, no por
un falso como este. Me daba mucha tristeza, pro que había comenzado a entrar en mi corazón,
pero todo eso que me mostró fue una mentira. Mas aun lo que le hizo a Daniel, no podría tener
algo de empatía como tamaño demente.
—Vete de una vez, Kevin. Por favor. No hagas esto mas difícil. No me hagas llamar
pensar que después de todo eres capaz de seguir creyendo que puedes conseguir algo de mí. De
mí ya no tendrás nada, ni la amistad. Una amistad que jamás debió existir.
—¡No! ¡No! ¡Adriana! —les lanzó a mis pies, abrazándome por las piernas—. ¡Adriana,
yo te amo! ¡Yo te necesito! —dijo entre sollozos, llorando como un niño—. ¡Por favor,
Adriana! ¡Yo sin ti me muero! —me insistió.
No supe que hacer, solo sentía las lagrimas caer por mi rostro, pero en mi corazón ya no
había espacio para el perdón. Luego de saber lo que había hecho, luego de que me engañó,
luego de manipularme, de entrometerse en mi vida. No podía sentir nada por este pobre
desgraciado. Solo sentía tristeza, sentía decepción. Lastima y no solo por él.
—Vete, Kevin… No vas a conseguir que te perdoné —le dije.
No me respondía, solo se agarraba de mis piernas y lloraba como un niño que ha
perdido a su mascota, o un juguete nuevo. Lloraba como si su vida hubiera acabado. ¿Era la
vergüenza? ¿era la frustración? ¿Quizá era empatía por lo que me había hecho? Claro que no.
Era un manipulador. No funcionaría conmigo. No más. La imagen que tenía de él había muerto
en la tarde. Para mí ahora solo era un mentiroso que se aprovechó de mí y que tenia que sacar ya
de mi vida.
Coloqué mi mano sobre su cabeza, sentí como se soltó un poco de mis piernas,
aproveché para empújalo y librarme de sus brazos. Se cayó hacia atrás, golpeando mi mesa de
centro, haciendo caer la botella y la caja de pizza. Yo me dirigí en dirección a la puerta de mi
cocina, cogí la bolsa con sus cosas y me dirigí a la puerta. Abrí la puerta y tiré la bolsa afuera.
El se puso de pie y se quedó ahí mirándome, con los ojos enrojecidos, llenos de lágrimas y
mocos chorreando de su nariz, que no se molestó en limpiar. Su expresión era de dolor, de
tristeza.
—Vete, Kevin —insistí—. No me hagas pensar que eres capaz de hacerme más daño.
Verte aquí comienza asustarme.
—Nunca, nunca te haría daño —respondió, lentamente comenzó a acercarse,
limpiándose las lagrimas del rostro y los mocos, aclaró su garganta y se detuvo frente a mí,
cerca de la puerta, me miró fijamente, resignado—. Solo quiero que sepas que todo esto lo hice
porque… No quería quedarme solo. Quería amar a alguien, que alguien me amara a mí. Pensé
que si… Pensé que contigo podría tener algo hermoso. Pensé que… Podrías amarme. Me
equivoqué, cometí muchos errores.
—Vete, Kevin. No era la forma.
Bajó la mirada, comenzó a llorar nuevamente.
—Adiós, Adriana —masculló.
—Lárgate, Kevin. —Caminó lentamente hacia fuera de mi apartamento—. Busca
ayuda, no estas bien. Y no vuelvas a tatar de buscarme. Entiéndelo por favor.
Levantó la bolsa y volvió sobre sus talones, me miró y asintió con mirada triste y
lágrimas en sus mejillas. Entonces se fue por el pasillo lentamente, cabizbajo, sombrío. Cerré la
puerta y me recosté tras ella. Llevé mis manos sobre mi rostro, y aunque lo había prometido, no
pude evitar soltarme en llanto. El ultimo que derramaré por un imbécil. Tenía que creérmelo.
Capítulo 27: Reflexiones
Esa noche, luego de hablar con Kevin, no pude dormir.
Me quedé despierta hasta muy tarde, me bebí la ultima botella de vino que me había
regalado Daniel. Pensaba en todo lo ocurrido, repasando paso a paso todos los errores que había
cometido, como pareja, como mujer, como amiga, como hermana, como hija. Pensaba en como
había podido ser tan estúpida. Pensaba en como pude caer nuevamente en las patrañas y
promesas de un tipo que casi no conocía, y pensé que conocía.
Me culpé, me culpé solo a mí. Ya no tendría sentido culpar a alguien más. Ni a Kevin ni
a Andrés ni a Daniel. Nadie era culpable de como me sentía. Se que muchos me dirían que debo
entender que no fue culpa mía; pero sin estupideces. Fui yo quien se quiso enamorar, fui yo
quien no tuvo control de sus impulsos, de esa fantasía de querer ser amada, sentirse valorada,
importante para alguien. Fui yo quien decidió prestarme para un juego. Finalmente fui yo
también la que salió de ahí.
Esa noche mientras pasaban las horas y repasaba fríamente cada palabra de Andrés, que
rememoraba cada escena lamentable de nuestros años como pareja; me daba cuenta de mis
errores con él, me di cuenta concienzudamente de que no solo él había fallado. Fallamos los
dos, ahora podía verlo, libre de ese dolor que me ataba a seguir pensando que era un simple
desgraciado. Lo era, por mentirme y por serme infiel. Pero no era el culpable único de que la
relación fracasara. Ya no me importaba, ya no tenía por qué seguir buscando respuestas. Ahora
podía créeme lo que muchos me habían dicho, mi relación estaba muerta desde hace mucho.
Mucho antes que el se largara con ella. Ahora solo me quedaba entender que así pasó, así es, y
así será. El vivirá su vida con merecer estar. Si es feliz, que lo sea. No podía, ni seria capaz, de
desearle algo malo. Estaba superado, y esta vez por completo.
Analizaba también, con cada sorbo de ese dulce licor, mi efímera relación con Kevin.
Era por momentos como estar soñando. Solo esta mañana estaba pensando en como
sorprenderlo con algo, ahora me daba tanta rabia haber perdido tiempo con él, haber abierto mi
corazón. Tiré por la ventana los regalos que me dio, los peluches, las joyas, el vestido que me
compró. Agradecí que no me regalara aquella mascota que vimos en el centro comercial. Seguro
terminaba en casa de mamá. Analizaba lo fácil que es tragarse las mentiras cuando uno esta
predispuesto, o cuando desea tanto algo que comienza a verlo donde no hay. Me sentí mal por
momentos, recordando los momentos lindos que pasamos, pero que resultaban agrios al saber
que era todo falso. Si bien no falsos, per se; de haber sabido la verdad, nunca hubieran existido.
Incluso llegué a sentir lastima por él. Fue lamentable la escena que hizo al final. No podía decir
que me sentía bien de verlo así, al igual que yo, obtuvo aquello que se ganó. Lo que merecía.
Espero, también como yo, que pueda aprender de todo esto. Aunque lo de él, sin duda, necesita
otra clase de ayuda.
Mientras pasaba la noche pensaba también en Daniel. Daniel, quien no se alejó por que
quiso. Había venido a verme. Hace tres semanas atrás, aproximadamente, cerca de esa fecha
dejamos de hablar, y recuerdo que en nuestra ultima llamada le había dado mi dirección. Debí
suponer que llegaría de sorpresa. Fue realmente una pésima suerte que se haya cruzado con
Kevin. Me imaginaba como se pudo haber sentido. Para empezar, que supiera que le había
contado aquello tan especial a un tipo con el que salía, que tonta; segundo, que piense que lo
que pasamos lo quería olvidar o que no me dejaba ser feliz; tercero, que crea que tan pronto lo
había olvidado. Inmediatamente todo aquello que Kevin le dijo, destrozaba todo lo que
hubiéramos podido haber hablado, quizá no del todo, pero si me dejaba a mi como una
hipócrita.
Estoy segura de que él no se lo creyó del todo. De eso puedo dar fe. Pero conozco a
Daniel, sé que, si tenía la más mínima sospecha de que estaba intentando ser feliz, y que el era
un problema para eso, sea o no con otra persona, el se alejaría. Para colmo en esas semanas
habíamos hablado muy poco, y se estaba perdiendo esa comunicación de antes. Y claro, el
comenzaba a sospechar que salía con alguien. No culpo que haya podido creerle a Kevin; pero
estoy segura de que no pudo creer que lo que sentimos en esa semana juntos fue mentira y que
ya no lo quería recordar. Eso no lo pudo creer.
Tengo que hablar con él, pensé esa madrugada. La botella se había acabado ya y el
sueño me ganó. Me quedé dormida en el mueble. Esa noche tuve varios sueños, soñé con
Daniel, soñé con Kevin, con Andrés. Todos en un enorme bote, alejándose de mí, observándolos
desde la orilla del lago. Yo no entendía por que los tres estaban juntos, solo podía ver el bote
alejarse. Detrás de mí la cabaña parecía estar llena de gente. Se escuchaba conversaciones,
buya. Me acerqué a la ventana. Era año nuevo dentro. Podía ver los adornos, la cena en la mesa,
mi madre, mi hermana, mis tíos. Celebraban con alegría, felices. Ahí, en los muebles, estaba yo,
pequeña sonriente. Tan feliz. Junto a mi sentado, con esa expresión de seriedad de aquellos
años, estaba Daniel. Tenía algo en sus manos, era un obsequio. Yo lo miraba y el me decía algo,
no podía escuchar que era. La buya de la música me lo impedía. Pero el me lo entregaba. Abría
el regalo y sonreía, me lanzaba a abrazarlo y le daba un beso en la mejilla. El me sonreía y me
abrazaba también. Luego se iba corriendo por el pasillo y yo iba tras él, como siempre, con mi
regalo en las manos. Volví sobre mis pasos, al lago, ya no lograba ver a nadie en el lago, el bote
solamente flotaba vacío. ¡Daniel! ¡Daniel! ¡¿Dónde estás, Daniel?! ¡Primo! ¡No te vayas!,
gritaba, con lágrimas en los ojos.
—¡No te vayas! —exclamé.
El ruido de mi grito, entre sollozos, me hizo abrir los ojos y despertar. Agitada y con
lagrimas en los ojos, que rápido sequé, me incorporé. Miré a mi alrededor. Había sido un sueño,
entré en consciencia a los pocos segundos. 7:24am, mi puerta sonó de repente. Me puse de pie y
me dirigí hasta allá.
—¡Ya voy! ¿Quién es? —pregunté.
—¡Soy yo, Fernando!
Quité el cerrojo y abrí. Mi amigo entró rápidamente.
—¿Estas bien? ¿Por qué no respondiste? Estuve llamándote… ¿Y ese olor? Dios…
Estás ebria. ¿Te sientes bien?
—Mejor que nunca, Fernando —le dije cerrando la puerta y acercándome a él.
—¿Segura? ¿Qué paso anche? —me preguntó.
Me dirigí a mi alcoba, el fue tras de mí.
—Vino y hablamos. Me enteré de algo más, Amigo. —Entré en el baño de mi alcoba y
abrí el grifo— Te vas a volver loco. —Me enjuagué la cara y bebí un buen trago de agua fría.
—¿Qué sucedió? ¿Qué más pudo hacer?
Cogí una toalla y me sequé la cara y las manos. Salí del baño y me senté a los pies de
mi cama.
—El muy… Se encontró con Daniel, aquí abajo en el primer piso, y le dijo una sarta de
idioteces sobre nosotros, sobre mí, sobre lo que pasamos en Sta. Laura. Por eso Daniel ya no me
habla, Fernando.
—Carajo, esto se escribe solo.
—Si. Fernando. ¿Trajiste tu auto? —pregunté.
—Si. Claro, esta abajo. ¿Quieres que te lleve a algún lugar?
—A Sta. Laura. Necesito hablar con Daniel hoy mismo.
—¿Qué? ¿Hablas en serio? —dijo incrédulo—. ¿No quieres pensarlo mejor? Estas con
resaca.
Me puse de pie y redirigí a mi ropero. Cogí algo de ropa limpia, pues seguía con mi
uniforme de enfermera color verde.
—Es domingo, ya no encontraré nada para Santa Laura, antes de las tres o cuatro de la
tarde y es demasiado. Tenemos que ir ahorita mismo. ¿Me llevaras o me iré como pueda? —
advertí, mirándolo de frente y con los brazos en jarra.
—Claro que te llevaré, serán como cuatro horas y media hasta allá. Quizá más.
—Llegaremos, llegaremos. Me alistare y salimos en 15 minutos.
—Bueno. Esta bien, iré a llamar a Barbara. —Dio media vuelta y se dirigió a la sala—
Le diré que hare un pequeño viaje.
—Fernando —lo detuve.
Volvió media vuelta con el celular en la mano.
—Dime…
—Eres un gran amigo, muchísimas gracias —Me acerqué a él y lo abracé fuerte, me
devolvió el abrazo.
—Ya, tranquila, Adriana. Todo estará bien. —Nos separamos y me cogió por los
hombros con suavidad—. Alístate. Salimos en quince. —me dijo con una sonrisa.
Salió de la habitación, yo me desvestí rápidamente y me dirigí a la ducha. Tenía que
alistarme lo antes posible y partir para encontrarme con Daniel. No se si había sido el sueño o si
realmente es lo que tenía que hacer, pero sentía que debía ir a buscarlo, explicarle todo y por fin,
decidirme por lo correcto. Había sido una noche de reflexiones, alcohol, pesadillas y sueños.
Ahora despierta, por fin, debía corregir todo lo que se había estropeado, mientras aun pueda
hacerlo.
Tardé exactamente quince minutos en alistarme, cogí una chaqueta, pues era época de
frio en Sta. Laura, cogí dinero, mi teléfono y nada más. Fernando me estaba esperando abajo en
su auto. Tan pronto salí y subí nos dirigimos a la carretera B45, rumbo a Santa Laura, provincia
de pinedo. Serían al menos cuatro horas de viaje, por la ruta más corta.
—¿Te dijo algo, Barbara? —le pregunté a Fernando.
—Que le traiga quesos y pan de uvas.
—¿Le dijiste que vas conmigo?
Sonrió y me miro un instante.
—La que esta borracha eres tú, no yo. ¿Querías que te llevara o no?
—Entiendo —respondí sonriendo—. Gracias Fernando. ¿Te molesta si duermo un
poco?
—Descansa. Tenemos un buen tramo que recorrer aún. No conviene que llegues con esa
cara que traes. Me detendré en la siguiente parada para comprar agua y algo para que comas.
Aún falta mucho.
Asentí y dormí tranquilamente hasta la siguiente parada.
Capítulo 28: Un viaje II
Desperté algunas horas más tarde, mucho más fresca. Ignoro en que momento Fernando
compró agua y algo de comer, pero lo agradecí sin duda. Me desperté con mucha sed y
hambrienta. Ya sin resaca recordé lo sucedido en la mañana, no me arrepentía, pero sigamos
que ahora pensaba mejor las cosas y que es lo que diría. En la resaca sucede algo interesante,
tiene momentos de lucidez, pero guiados por tu desinhibición. Pequeños momentos en que
sientes que todo es posible, y la vergüenza tarda en volver. Para cuando llega a veces ya es muy
tarde, pero en este caso, no me arrepentía. Tenía que llegar a Sta. Laura.
—¿Estas mejor? —me preguntó Fernando.
Asentí y me acomodé en mi asiento, al lado del conductor. Me desperecé y sobé mis
ojos con los puños. Cogí una botella de agua de la parte trasera y un sándwich, que rápido
ingerí, estaba hambrienta.
—¿Por dónde estamos ya? —pregunté.
—Estamos ya por los arrabales de Sta. Lorena, por la carretera B56. —Reconocí el
lugar por los grandes chopos que se veían a la distancia y rodeando parte del camino asfaltado.
No estábamos muy lejos. Quizá en unas dos horas estaríamos llegando. Fernando estaba
apurando la velocidad del auto hasta el limite señalado. Me quedé con la cabeza recostada en la
ventanilla, observando el camino, los cielos, la naturaleza. Las montañas que parecían seguirnos
en la lontananza, los bosques que se extendían en el horizonte, sobre las pequeñas poblaciones,
y propiedades de la zona. No se podía ver este lugar siguiendo la ruta del ferrocarril, pues el
seguía otro camino, pues hacía algunas paradas en diferentes poblaciones. Es la ventaja que
teníamos viajando en auto propio.
Tuvimos que detenernos a un lado del camino para recargar combustible, Fernando
había comprado en un galón, pues el camino era largo y no había gasolinera en muchos
kilómetros. Cambiamos de lugares y conduje yo por una hora más, hasta llegar al puente de San
Blas, puente que conectaba la provincia de Blas de las Aguas, con Pinedo. Estábamos cerca.
Fernando durmió un poco mientras yo conducía. Cuando llegamos a las laderas de Pinedo él
tomó el volante nuevamente, pues el camino era serpenteante y elevado, y yo no tenia mucha
experiencia en esos caminos. Ya estábamos en la provincia de Pinedo, la cual constaba de
varios pequeños pueblos, siendo Sta. Laura uno de ellos. Solo debíamos seguir la carretera y
llegaríamos a Santa Laura, al norte. No nos tomó mucho para ver a lo lejos el pueblo, rodeado
del campo, montañas y espesos bosques a la distancia. Era una vista que no se obtenía si
viajabas en tren.
Solo debíamos seguir el camino indicado y llegaríamos al pueblo. Mientras nos
acercábamos llamé a mi tía. Le pregunté por el paradero de Daniel. Titubeó, pero me dijo que
había ido a la cabaña en el lago. Me preguntó que estaba pasando, pero le dije que no se
preocupara, que solo había venido a conversar con él. Le dije que, por favor, no le avisará, que
quería darle una sorpresa. Mi tía me dijo que podía estar tranquila, que pasara a la casa más
tarde.
Le dije a Fernando que teníamos que ir al lado. Por suerte reconocí el camino en donde
estábamos estacionados. Ahí en la intersección debíamos tomar el camino hacía el este, en
dirección al bosque. De ahí era cuestión de seguir las indicaciones. Fernando encendió el auto y
partimos rápidamente hacia allá.
—¿Has pensado que le dirás? —me preguntó Fernando a medio camino.
Yo tenía la mitrada fija en el camino, en los árboles, en la montaña en el fondo, bajo el
enorme cielo lleno de nubes. Era un día nublado, corría mucho aire frio.
—No lo sé —dije con sinceridad—. Tengo mucho que explicarle. Estoy segura de que
entenderá. Estoy segura que no puede haber creído en todas las mentiras de Kevin.
—¿Solo eso, Adriana? —cuestionó.
Suspiré profundo.
—No —respondí—. Me he dado cuenta que quiero estar con él. Me di cuenta que ya no
tiene sentido ocultarle mis sentimientos. Le diré que me enamoré de él, que me fue difícil dejar
de quererlo y que, de no haber sido por el estúpido de Kevin, seguiría muy enamorada. Le diré
eso y… Veremos qué me dice. Espero siga sintiendo lo mismo. Yo creo que sí.
—¿Estás segura, Adriana?
—Estoy segura, Fernando. Esa semana que pasamos juntos fue una señal. No la vi, por
temores y el que dirán. Mira como terminé por eso. Ahora que más me da. Nadie me ha hecho
sentir así. Espero solamente que no sea muy tarde.
—¿Y si lo es? Perdón si sueno negativo.
—No te preocupes. Si es muy tarde y no cree en mí… Ya está, tendré que vivir con una
duda razonable. Por no haber sabido desprenderme de prejuicios y dudas a tiempo. Pero ahora
lo que importa es encontrarlo. Quiero abrazarlo, quiero verlo, quiero que sepa la verdad. Con
eso me conformo por el momento.
Fernando condujo con mucho cuidado, algo nervioso, pues no conocía del todo el
camino, estoy seguro que mas de una vez se sintió perdido. Finalmente pudimos ver el lago
desde lo alto de una pendiente. La cabaña estaba ahí a unos cuantos metros. Habíamos llegado
por la parte trasera de la cabaña, podía ver la puerta trasera y la camioneta de Daniel. Le dije a
Fernando que se estacionara ahí nada más. Me dijo que podría bajar si seguía el camino, pero le
dije que estaba bien ahí. Estacionó a un lado de la trocha, bajo la sombra de unos pinos. Bajé del
auto, Fernando bajó conmigo y rodeó el auto. Se apoyó en el guardafangos.
—Te deseo suerte. Te espero aquí. Es una bonita vista del lago.
—Gracias, Fernando. —Me encogí de hombros—. Pasará lo que tenga que pasar.
Fernando colocó su mano sobre mi hombro y me sonrió. «Anda», me dijo.
Bajé la pendiente con cuidado y me dirigí a la cabaña, no estaba muy alejada. Al ir
acercándome comencé a oír golpes secos, estaba cortando madera, es un sonido inconfundible.
Va a quedarse a pasar la noche, pensé. Me acerque siguiendo el sonido de los golpes y rodee la
cabaña por detrás. Ahí en la parte delantera, se encontraba Daniel.
Cortaba leña, estaba mas barbudo, con el cabello mas crecido, traía un bividí blanco,
sudado, sus jeans y esas enormes botas de campo. Se le veía tan varonil, tan atractivo. De solo
verlo me sentí segura, presa de una gran emoción. Un pequeño frio eléctrico recorría mi espalda
mientras me acercaba a Daniel.
Capítulo 29: Para siempre
—Daniel —le dije parada a unos metros de él, al lado de la cabaña.
Se volvió, por un momento su rostro demudó en sorpresa, luego en confusión.
Secó el sudor de su frente y susurró algo, asumo que mi nombre.
No aguanté mas y me lancé hacia él, hacía sus brazos. Soltó el hacha que traía. En un
primer momento no me rodeó con sus brazos, solo era yo sujetándome a él fuertemente,
sintiendo su calor. Pero pronto pude sentir sus músculos moverse a través de su pecho, sus
brazos me rodearon entonces. Su barbilla peluda rosó la coronilla de mi cabeza y la dejó caer
sobre mí, abrazándome fuertemente. Entonces supe que todo estaría bien.
Lentamente nos separamos, levanté la vista, lo tuve tan cerca a mí. Me miró con esos
ojos tiernos, se notaba confundido, no me extrañaba. No me esperaba ahí.
No me soltó, ni yo a él, seguía sujeta a su torso, el me rodeaba con su brazo izquierdo,
con el derecho levantado me quitó los cabellos del rostro, con delicadeza.
—¿Adri? —susurró—. ¿Qué haces aquí? —preguntó con una media sonrisa y el ceño
fruncido.
—Daniel —susurre también—, tenía que hablar contigo.
—Pero… Esto es una verdadera sorpresa, yo…
Me acerque con todo el cuerpo, me empine sobre la punta de mis pies para alcanzar sus
labios. No aguantaba más necesitaba besarlo, entregarme en un beso apasionado, sentir su
corazón latir junto al mío otra vez. Estaba a solo centímetros de sus labios, casi podía sentirlos,
pero se apartó de mi moviendo el rostro a un lado.
—Adriana… No puedo —me dijo.
Abrí los ojos, no entendí que sucedió. ¿Me rechazó? Me aparté un poco de él, me solté
de su torso. Él dio un paso hacia atrás y secó el sudor de su frente, me miró confundido. Luego
volvió la vista hacia la cabaña. Yo volví la vista también.
Ahí bajo el umbral de la puerta, cubierta solo con la camisa a cuadros azul, a medio
abotonar, cubriéndole solo lo necesario y sin prenda alguna más de pies a cabeza, se encontraba
Dalia, arreglándose un poco el cabello, observándonos con aire de confusión en la mirada.
—¿Todo bien, Dany? —preguntó.
Me sentí avergonzada. Retrocedí unos pasos y arreglé mi cabello, nerviosa.
Daniel asintió y respondió:
—Si. Todo bien, Daly. —Sonrió—. Es… Mi prima. Vino de sorpresa —le dijo.
—Oh… Adriana —respondió la joven ingeniera desde su lugar.
Me volví medio cuerpo y saludé con una sonrisa.
—Hola… ¿Cómo estás?
—Bien… —respondió.
Era una escena incomoda, realmente muy incómoda. Nos quedamos en silencio unos
segundos. Creo que esperamos que alguno tomara la palabra, finalmente fue ella.
—Dany, iré a ducharme… ¿Por qué no pasan a conversar? —sugirió.
—Creo que —me miró y luego volvió la mirada a Dalia— sería preferible ir a dar una
vuelta por la ribera del lago, si no te molesta, mi amor —le dijo, mi corazón se estrujó.
Dalia se encogió de hombros y me sonrió.
—No hay problema. Adriana, un gusto verte. ¿Te quedas a almorzar? —preguntó.
—No lo creo —respondí—. Solo vine… a saludar un momento.
—Aw… Que lastima. Bueno…Un gusto verte.
—Igualmente, Dalia.
Ella entró en la cabaña, me quedé frente a Daniel un instante. Fue muy duro. Pensé en
irme corriendo, me sentí tan ridícula, tan absurda. Todo estaba hecho ya, ya no había más que
hacer o intentar. Pero respiré profundamente. Mi primo se me acercó unos pasos y me tomó por
los hombros, me sonrió.
—¿Vamos a dar una vuelta? ¿Te parece?
Le evadí la mirada, me sentía muy avergonzada, el me cogió con delicadeza la barbilla
y volvió mi rostro hacia él. me sonrió nuevamente. Quedé presa de su mirada, solo puse asentir.
Caminamos en silencio por la ribera del lago, caminos algunos minutos, lejos de la
cabaña, yo lo seguía a él, caminábamos lentos. Seguramente pensando en que nos diremos al
detenernos. Eventualmente, volvía la vista y me sonreía, me esperaba y continuábamos.
Finalmente se detuvo cerca del viejo tronco quebrado, un enorme tronco a unos metros de la
orilla del lago, que fungía de asiento y perfecto punto de visión del lago. Desde ahí aun se podía
ver la cabaña a lo lejos. Se sentó y con la mirada y unos golpes al tronco me invitó a ir con él y
sentarme también.
Me dirigí lentamente y me senté junto a él. No podía evitar mantener mi cara de tonta,
de avergonzada, de ridícula. Me sentía tan pero tan avergonzada, que los calores los tenía en el
rostro. Me senté en silencio, no dije palabra alguna o hice comentario alguno. Solo nos
sentamos ahí algunos minutos, apreciando la belleza del paisaje.
Lo escuché suspirar algunas veces. Finalmente rompió el hielo.
—No esperaba verte tan pronto, Adri —me dijo.
Lo miré de reojo y asentí.
—Lo sé —mascullé—. Creo que no fue buen momento, ¿verdad?
Sonrió sin verme al rostro, mantenía la mirada en el horizonte.
—Nunca es mal momento para recibir una visita, Adri. Más aun si se trata de alguien
como tu —volvió la vista hacia mí—. Es solo que no pensé que regresarías a Santa Laura tan
pronto. Pensé que… Estarías muy ocupada, ya sabes.
—Yo… Me enteré de que fuiste a verme a mi edificio, Daniel. Fuiste y te encontraste
con Kevin. Quería venir a decirte que todo lo que te dijo ese hombre… No es verdad. El es un
loco, inestable y mentiroso. Ya no esta más en mi vida. Fue un error… Quiero que sepas que he
cometido muchos errores, Daniel.
No me dijo nada. Daniel solo volvió la vista y se quedó en silencio. Sonrió y asintió.
—Yo lo sé, Adri. No le creí una sola palabra de lo que intentó decir.
Fruncí el ceño, confundida, sorprendida. No lograba entender muy bien lo que me dijo.
¿Cómo que sabia que no era verdad? ¿Entonces?, pensé.
—No te entiendo… ¿Entonces por qué… ya no me hablaste más? —pregunté.
Parpadeó unas veces, suspiró y volvió la vista hacia mí.
—Jamás le creería las idioteces que dijo ese tipo. Se notaba inseguro, enamorado, solo
quería alejarme, seguro pensaba que era una amenaza. No le di importancia a las cosas que
según el tu dijiste. Yo las viví contigo, Adri. ¿Cree que no sabría reconocer los sentimientos?
Aquello que sentimos esa semana fue especial, fue único. Aparte te conozco, en la vida dirías
esas cosas.
—¿Entonces? —cuestioné.
—Pues entre todo lo que dijo, algo si era cierto. Solo algo, que me hizo pensar. Cuando
dijo que, si seguíamos soñando con imposibles, no podríamos ser felices en la realidad. No lo
dijo así, pero es lo que me dio a entender. Me dijo que el era una realidad, y que yo era una
fantasía. Pensé en eso. Tenía razón.
—Daniel…
—Espera —me dijo sonriendo—. Me di cuenta que teníamos que volar. Que en realidad
estaba muy ilusionado contigo, Adriana. No tiene sentido ocultarlo. —Se encogió de hombros y
sonrió—. Yo estaba enamorado de ti. —Lo dijo en pasado y mi corazón se detuvo, sentí tanto
frio—. Y en serio me estaba cegando a algo más… A algo más posible. No quiero decir, real;
por que lo que viví contigo, para mi fue muy real. Mucho mas real de lo que pude vivir en
mucho tiempo.
—Igual lo fue para mí, Daniel —Afirme.
—Cuando te llamaba, cuando hablamos por mensajes, cuando me llegaba un mensaje
tuyo, eran los únicos instantes donde sentía que latía mi corazón. Cuando no escribías, sentía
soledad en mí, sentía tristeza, angustia, celos. Celos… Pensando que quizá amarías a alguien
más. Tenía que tragarme todo eso. Pensé muchas veces en confesarte esto que sentía, pues fui
cobarde y no te lo dije. Pensaba en que no importaba. Me dijiste que siempre seremos primos,
familia, que podríamos herir a mucha gente, a nosotros. Finalmente fue verdad, dolía
muchísimo estar enamorado y no poder... Abrazarte, besarte, hacerte el amor.
—Daniel… No. —Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, la voz se me quebraba
de solo intentar vocalizar.
—Tranquila —me dijo, colocó su mano sobe mi hombro y presionó con suavidad—.
Cuando fui a verte había decidido serte franco. Había decidido confesarte que te amaba. Decidí
sorprenderte y pues… Que sea lo que Dios quiera. Si me aceptabas, pues dejaría todo para estar
a tu lado; si me decías que no, volvería a mi vida; en cualquiera de los dos casos, no me
quedaría con la duda de que puso pasar. Habría sido sincero conmigo, contigo. Cuando llegó
Kevin, y me detuvo, me di cuenta que ya tu habías decidido y que posiblemente pude ser, sin
querer, un obstáculo para que seas feliz. Y si algo yo deseo es que seas tu feliz. Y aunque todo
lo que dijo me pareció una reverenda idiotez, en algo tuvo razón ese sujeto.
Suspiró profundo y volvió la mirada al horizonte, en dirección a la cabaña. Me soltó el
hombro y me dio unas palmadas en la pierna, luego trocó sus manos, descansando sus codos
sobre sus rodillas, inclinándose cómodamente hacia delante, con una actitud más relajada.
—Cuando volví —retomó su narración— me encontré con Dalia. Me la tope en el tren
de regreso. ¿Gracioso no? Ella había ido a ver a su mamá. Nos encontramos y regresamos
juntos. Se sentó a mi lado, le conté a lo que había ido, me aconsejo muchas cosas. Me di cuenta
de que era una buena chica. Yo no sabía o no me di cuenta de que yo le gustaba. Hasta que la
invité a salir y me di cuenta de que la pasamos muy bien. Me dijo muchas cosas, me di cuenta
que ella me gustaba también, que teníamos tantas cosas en común… —Sonreía como bobo
mientras me contaba lo sucedido—. Comenzamos a tomarnos muy en serio lo que estábamos
haciendo. Tanto que le confesé a mamá lo de Cecilia, sentí que era hora de acerco, pues quería
contarle lo de Dalia. Así lo hice. Mamá al principio se enfadó, pero de ahí se alegró de que fuera
feliz yo.
Volvió la vista a mí y me sonrió. Secó con cuidado mis lágrimas. Traté de sonreír,
quería sonreír. Lo que me contaba era bueno, era lindo. Tenía que estar feliz, yo quería que el
fuera feliz. Y esa mirada, que la había visto conmigo, ahora la veía para ella. Y ella es buena.
¿Por qué me sentía tan mal entonces?
—No creas que eso —continuó Daniel— hizo que me olvidara de ti. Solo pensé que era
mejor que, al igual que yo, disfrutaras de una relación libre y tranquila. Concentrada solamente
en esa persona que elegiste. Y si resultaba algo bueno de eso, te sintieras feliz y libre de
compartirlo. Esperaba que un día me llamaras y me contaras sobre ese amor nuevo que
conociste, sobre ese chico especial. Me contaras todo lo bonito que han pasado juntos. Quería,
realmente, que eso pase. —Suspiró, su rostro demudó en un gesto de seriedad—. Pero que estés
aquí, así, y me digas estas cosas… —negó con la cabeza—. No me hace sentir bien. Lamento lo
que sucedió con él.
Me abracé a del de un rápido movimiento. El me rodeo con sus brazos, me apretó
fuerte. Las lágrimas brotaban de mis ojos, recorrían mi rostro y humedecían su pecho. No me
dijo nada más, solo me abrazó fuerte y acarició mi espalda. Pegó se rostro a mi cabeza y me
susurró con voz dulce: «Todo estará bien, Adri». Yo lo apretaba con todas mis fuerzas contra
mí.
Tenía una gran mezcla de emociones en mi corazón y en mi cabeza. Me alegraba,
realmente que sí, que este feliz, enamorado; pero, por otro lado, sentía que lo había perdido para
siempre. No podía reprocharle eso, no tenía derecho. Por mas que las lagrimas brotaban de mis
ojos, mis labios dibujaban una ligera sonrisa. Pues sabía ahora que el si me amaba, y que quiso
sacrificar lo que sentía por mí. Fue lo correcto, fue maduro de su parte, fue lo mejor. Lo que
sucedió después no fue culpa de nadie, mas que mía. Ahora el tenía una buena mujer que sin
duda lo ama y que estoy seguro lo ama siempre. Conmigo, conmigo siempre tendrá aquello que
nunca podremos borrar, siempre seremos familia, siempre será mi primo y siempre tendremos
aquella semana que nos enseñó muchísimo.
Me calmé y nos separamos lentamente. Secó mis lagrimas con sus dedos, con mucho
cuidado, manteniendo una sonrisa en los labios bajo ese frondoso bigote. Me arregló el cabello
y me tomó por el rostro. Me sonrió y acercó sus labios a mi frente, dándome un tierno beso.
—Siempre voy a quererte, Adri. Para toda la vida —susurró.
—Y yo a ti, Daniel. Para siempre.
Le sonreí, con los ojos vidriosos, riendo nasal y en golpecitos como tonta. No podía
controlarlo. Nos abrazamos y nos echamos a reír como un par de locos ahí al lado del lago.
Nuestra risa tonta se escuchaba en todo el bosque, sobre el lago, entre los matojos, recorriendo
el viento; se alejaba en la distancia, hacía eco en aquel hermoso lugar, en el cual siempre
vivirían aquellos recuerdos de él y yo. Aquel lago donde todo comenzó con un dulce beso y
ahora acababa con un fuerte abrazo y unas risas tontas.
Regresé con Fernando. Daniel me invitó a quedarme a comer, que le dijera a mi amigo
incluso, pero no, no quería interrumpir. Entendió y me dijo que le había gustado verme
nuevamente, y que esperaba que, en unos meses, en año nuevo, pudiera volver. Le dije que no
se preocupara que ahí estaré. Le dije que me despidiera de Dalia y que me disculpara, por si vio
algo que puede hacerle pensar algo malo, me dijo que todo estaba bien. nos abrazamos por
ultima vez y me dirigí donde Fernando. Daniel lo saludó blandiendo el brazo sobre la cabeza,
Fernando le respondió igual.
—¿Todo bien? —preguntó Fernando ayudándome a llegar a lo alto de la pendiente.
—Todo está bien, amigo —respondí sonriendo y llegando a la trocha—. Es hora de
volver. —Me volví y vi a Daniel ahí, cerca de la cabaña, despidiéndose de mí sacudiendo la
mano, hice lo mismo.
Dalia salió por la puerta trasera, esta ves vestida y se acercó a él. Daniel la rodeo con su
brazo y ambos se despidieron de mí. Yo me despedí de ellos sacudiendo mi brazo sobre mi
cabeza, con una sonrisa, una sonrisa sincera. Me alegraba mucho ver a Daniel feliz otra vez.
Fernando encendió el auto, abrí la puerta y nos fuimos de ahí.
De regreso por la carretera, camino a Catalina, Fernando, quien se había mantenido en
silencio, me preguntó si me sentía bien, la respuesta a esa pregunta fue clara y contundente:
—Me siento muy bien —respondí con una sonrisa, una sonrisa genuina, sincera.
—Eso me alegra, Adriana —me respondió sonriéndome.
—Creo que después de todo… Fue lo mejor, Fernando —continué—. Daniel es feliz.
Va a serlo por mucho tiempo, algo me lo dice, amigo. —Volví la vista hacia él, conducía, me
miró de reojo—. Tengo ese presentimiento. Creo que ambos hemos aprendido mucho en este
tiempo. me siento feliz. Me siento feliz por mi primo.
Fernando sonrió.
—Te dije que cuando los sentimientos son verdaderos, lo que queda al final es siempre
satisfactorio, siempre nos hará felices. Me alegro también por tu primo, y me alegro por ti,
Adriana. ¡Diablos!
—¿Qué pasa? —pregunté extrañada.
—Olvide el queso y el pan de uvas… —Chasqueo la lengua—. Tendré que comprarlo
en el super mercado.
—No, creo que hay algunos puestos de carretera, antes de salir de Pinedo. Seguro
encontramos algo ahí. Solo debemos desviarnos un poco por el camino rural. Recuerdo que
papá nos llevaba por ahí cuando volvíamos. No creo que nos perdamos.
—Muy bien. Entonces vamos por ese queso y ese pan. En el camino, me tendrás que
contar que hablaron tu primo y tu en el lago. Recuerda que será el clímax de mi novela.
—¿No puedes imaginarlo? Creo que tienes suficiente material —dije sonriendo.
—Vamos, ahórrame el trabajo. Recién llevo unas treinta páginas, es mucho trabajo.
—No. Quiero ver que te imaginas. —me crucé de brazos, divertida.
—¿Así estamos entonces? —dijo fingiendo indignación—. Nunca mas vuelvo a llevarte
de paseo a provincia.
—Ok, ok. Voy a contarte… No seas tan resentido.
—Y vas a pagarme el combustible también.
—¡¿Qué?! —Reí.
—Claro… tan bueno tampoco soy. —Comenzó a reír.
—Entonces no te dejaré usar mi vida para contar una historia… ¿Qué tal esa eh? —
amenacé divertida.
—¿Ah sí? Pues de por si es muy aburrida… He tenido que meterle dragones y brujas.
—Estas loco… —Me hizo reír.
Reímos mucho el resto del viaje de vuelta. Volví a Catalina satisfecha, conforme, sin
rencores, sin miedos ni dudas. Me sentía realmente feliz, por él, por mí. Esa conversación con
Daniel había logrado limpiar mi consciencia, mi corazón, mi mente. Ahora me sentía como una
mujer nueva. Creo que finalmente podría decir que me sentía estable. Y tengo que decir que se
siente… Fabuloso. Solo podía agradecerle a Daniel. Agradecerle y desearle que cuide mucho
eso tan hermoso que está naciendo entre él y Dalia.
No tengo que decir que cuando le conté todo esto a Soledad me dio un sermón, pero
bueno eso era de esperarse, me lo merecía. Al final se le pasó el coraje. Ella nunca se rinde
conmigo. Ahora, pues la vida sigue. Un capitulo acaba y comienza otro.
Capítulo 30: cuando menos lo imaginas
Dos meses pasaron desde mi última visita a Sta. Laura. La vida ha seguido de lo mas
normal. Hice algunos cambios en mi horario del hospital, pues comencé a estudiar una maestría,
quiero seguir avanzando en mi línea de carrera. Soledad también se inscribió, así que estamos
estudiando juntas nuevamente los fines de semana. Hemos conocido nuevas amigas de otros
hospitales, nos estamos divirtiendo y aprendiendo mucho.
Fernando, Soledad y yo nos vemos algunas veces al mes. Nos vamos a beber algo, a
baila o a comer, algunas veces en casa de él, otras veces en mi apartamento. Seguimos siendo
buenos amigos los tres. No acabó aun el libro, por cuestiones de su trabajo, pero esta avanzando
poco a poco, he leído los borradores y debo decir que no hay dragones ni brujas, pero esta
quedándole muy bonito. Ya quiero que lo acabe para poder leerlo y mandárselo a Daniel, se que
lo leerá y le encantará, Fernando lo ha puesto a el como el galán, seguro se sentirá alagado.
En tanto a Daniel, pues nos comunicamos muy seguido, me escribe contándome como
le va con Dalia, me envían fotos juntos. Están muy enamorados, disfrutan mucho trabajar
juntos, son el uno para el otro. Mi tía esta muy feliz con su nueva nuera, aunque suene medio
extraño, se llevan muy bien. Las veces que he llamado a mi tía siempre me habla maravillas de
ella. Me siento muy feliz por Daniel. De verdad que sí.
No he vuelto a saber nada de Andrés, su hermana me contó la ultima ves que hablamos
que estaba pensando irse fuera del país cuando nazca el bebé, hasta donde supe todo estaba
yéndoles bien. Yo feliz por ellos, no les deseaba nada mas que felicidad. Con respeto a Kevin,
pues no lo he vuelto a ver, ni saber de él. Supongo que se regresó a Valladares, ahí tenía
proyectos. Espero que haya conseguido ayuda. Mientras no se acerque a mí, que haga lo que
desee.
En cuanto a mí, me pasó algo interesante hace una semana. Me encontraba en el
segundo piso de emergencias, estaba llevando unos archivos cuando sin querer tropecé con un
doctor. Me hizo tirar mis papeles y muy amablemente me ayudó a recogerlos. Era muy
atractivo, muy lindo, me pareció conocido. Pensé que era normal, pues veía a muchos internos
por emergencias. Hasta que él me dijo:
—Yo la conozco, enfermera. —señaló entornando los ojos, como buscando en sus
recuerdos.
Me puse de pie, el también. Era bastante alto.
—Seguro nos hemos visto por aquí… Tengo varios años en emergencias, doctor —le
dije sonriéndole.
Me sonrió y se cruzó de brazos, escudriñó mi rostro, levantando una ceja
—Estoy seguro que te conozco… —Miró mi gafete—… Lic. Mendoza. La he visto
en… ¡Ya me acordé! —Enfatizó y se echó a reír—. ¿No se acuerda de mí? —preguntó.
Primero pensé que se trataba de un truco para acercarse a mí, algunos medico suelen ser
bastante coquetos con las enfermeras, no era la primera ves que me topaba con uno que trataba
de hablarme o confundirme para invitarme a salir. Con la salvedad de que este doctor me
parecía realmente atractivo, pero no me parecía conocido.
Negué con la cabeza y sonriendo algo nerviosa.
—¿De donde lo conozco, doctor? —pregunté.
El doctor se acercó a mí, y llevó su rostro cerca de mi oído, me sonrojé un poco, debo
admitir, entonces me susurró:
—Sobredosis de morfina…
Casi me muero de la vergüenza. Realmente me puse roja, no eché vapor por las orejas
porque no es físicamente posible, pero nunca me había sentido tan avergonzada.
—Doctor… Yo… De verdad, no fue… Yo… —Balbuceé nerviosa.
—Tranquila —me dijo sonriendo—. Tu amiga me explicó aquella vez. Cualquiera
puede cometer un error, mas aun si estabas bajo mucho estrés, como me dijo. Le sugerí que
tomaras vacaciones. Está bien, mírame estoy vivo.
—Ay, de verdad lo lamento… —Vi su gafete—. Doctor Albares. Le juro que soy muy
buena en mi trabajo, es solo que estuve pasando por…
Me interrumpió.
—No tienes que explicar. Yo se que eres muy buena —me sonrió—. Pero más bien, he
estado buscándote. Porque creo que me debes mínimo… Una cena. —Se encogió de hombros.
—¿Una cena? —dice confundida.
—Si. Creo que sería lo justo.
—Claro, yo le invito —le dije.
Negó con la cabeza.
—No. Creo que no me expliqué. Quiero que me acompañes a cenar. ¿Qué dices? —me
sonrió.
No pude evitar sonrojarme al ver su linda sonrisa. Que tonta, no se me quitaba esa
manía. No había podido controlar el sonrojo cuando me pongo nerviosa. Lo miré y le sonreí.
—Está bien —respondí—. Será un gusto, doctor.
Me alargó el brazo.
—Me llamo Esteban. Dime Esteban.
Le estreche la mano, presionó suave, pero con seguridad.
—Mucho gusto. Yo soy Adriana.
—Un placer, Adriana. —Me sonrió—. Mi turno acaba en dos horas. ¿El tuyo?
—En dos horas también.
—Fantástico —enfatizo—. Te buscaré en la sala de enfermeras. —Miró su reloj—.
Tengo que ir a ver una paciente. —Retrocedió unos pasos de espalda—. ¡Te veo en dos horas,
Adriana! —exclamó y se fue por el pasillo.
—¡Te veo en dos horas, Esteban! —respondí con una sonrisa.
Hemos estado hablando estos días. Es un chico muy divertido, inteligente, es pediatra.
Le encantan los niños y es muy querido en el hospital. Soledad me dice que le cae muy bien y
que tenía suerte de que el me haya encontrado antes de que ella lo encontrara a él. lo dice de
broma evidentemente, esta muy feliz por mí. Le comenté a Fernando y a Daniel, ambos
coinciden que parece un gran muchacho. Me gusta mucho, nos vamos conociendo y quien sabe,
quizá nazca algo lindo de este encuentro.
Si algo he aprendido en este tiempo es que, como dice el libro, nadie puede culparnos si
por un momento soñamos.

FIN.

Franck Palacios Grimaldo


17 de abril de 2020
Dedicado a AGF, por la inspiración.
Esta historia es mi forma de homenajear a Guy de Chantepleure y a su obra que mas a
influido en mi a la hora de escribir novelas: Mi conciencia vestida de rosa.

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