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La vida que queríamos

Pierre Ducrozet
215 pgs. Monte Ávila editores

Del desastre…

Creo que, fuera de algún clásico; esta es la primera vez que leo a un francés. En la tapa trasera del
pequeño volumen que es la novela, puede leerse que el autor es apenas un año mayor que yo, y que ya
desde 2011 (con su primera novela) es un escritor galardonado. Y es entonces que pienso que yo no soy
escritor, no lo fui y dudo que alguna vez lo pueda llegar a ser. En cambio, creo que, de cierto modo me
encuentro en una posición similar a la Manel, uno de los protagonistas de la novela; alguien con
ilusiones, con expectativas, y a quien la vida le recuerda que ya no hay sueños que se puedan cumplir.
Algo así me siento.
En el párrafo que presenta a la novela, ese pequeño párrafo de la contraportada, nos dice que es
una novela de la desilusión, y que la misma nos presenta un “viaje simbólico hacia la desesperanza”. Y
sí, de cierto modo es así. Todos los personajes se encuentran como resquebrajados, llenos de dudas, de
desconfianza ante la vida y el mundo; cargados todos de grandes dosis de cinismo. Son jóvenes
todavía. Treinta y pocos, si mal no recuerdo; pero parece que ya han vivido todas las decepciones y
desilusiones que se pueden vivir en una vida, y quizá más. Supongo que esto es solo posible si vives
esperando realizar cada cosa que sueñas, si esperas en verdad cambiar el mundo a tu manera; y vives en
función de ello, con todo tu ser en ello. Yo, tan (al menos al parecer) “quemeimportista”, nunca me he
comprometido con nada al punto de apostarme la vida en ello. Creo, no lo sé, que tiene que ver en algo
el desapego. Pero los personajes de Ducrozet apostaron todo, creo yo, y quedaron medios muertos,
vacíos.
Manel, Quentin (Camille, Sean) Lou, Eva, y Théo son los nombres de los personajes. Manel es
quien está peor de los 5. Parece que en verdad perdió el juicio, por completo; tan es así que termina
asesinando a varias personas creyendo que se encuentra en una partida de ajedrez contra el mundo y
que necesita deshacerse de las piezas que le hacen frente. Lou, antes pareja de Manel, está tan
decepcionada del mundo, que todo le importa un comino. Eva y Théo, hermanos, parecen ser los más
cuerdos; aunque igual están fragmentados, vacíos, inconformes con sus vidas y sin saber qué hacer con
ellas. Quentin, es un completo desdoblado. Se hace llamar Camille, luego Sean. No le va mal, al menos
consigue cierto éxito y fama. Pero todo con él es una impostura. Es falso: su nombre, su biografía, sus
emociones y sentimientos. Parece ser que olvidó ser alguien, y se encuentra tan vacío que necesita
reinventarse una y otra vez. Termina en la cárcel, por acostarse con menores de edad.
Al leer la novela sentía una profunda melancolía, quizá recordando el pasado, recordando las
ilusiones que tuve, los ideales (si es que los hubo) que se apagaron… Y quizá, en algunos momentos,
me sentía identificado con las emociones de los personajes, los pensamientos, los vacíos. ¿Quién no, al
fin y al cabo, si su vida ha transcurrido disolutamente, sin oficio ni beneficio…? O que, de cierto modo,
se siente así. Es en realidad, complicado, vivir la vida en una sociedad que marca las pautas que debes
seguir.
La vida que queríamos es una novela triste, aunque no termina mal. Pero es sumamente triste, o es
quizá solo melancólica, nostálgica. No sé. Me recordó a mis propios vacíos, pero también me recuerda
que a pesar de ellos no soy una persona tan descentrada como estos personajes periféricos de Ducrozet.
Es una buena novela; curiosamente de lectura fácil aunque con un narrador con el que hay que estar
muy atento. La narración parece estar en segunda persona, como si alguien le hablara al personaje. No
obstante, esto, podemos identificar momentos de narración heterodiegética, con una voz narrativa
omnisciente. De hecho, es así siempre, pensándolo bien. Y quizá se sienta rara la voz porque, hablando
en segunda, y a veces cambiando a primera persona (cuando se mete dentro del personaje), tiende a
confundir al lector.
Habrá quien desestime la novela por pensarla ajena a sí mismo. No dudo de que existan personas
que sientan que sus personajes sean forzados, quizá muy muy de bad movie o de buena película muy
rebuscada. No lo sé. Habrá personas que pensarán que es poco probable que existan personas como los
personajes de la novela, inconformes consigo mismo aunque vivan una vida económicamente estable
(es decir, dudar de que alguien pueda resistirse al aburguesamiento). Es cierto. Viéndolo así, la novela
nos habla de personas que se resisten al aburguesamiento.
Finalmente, quizá se puede decir poco de esto, pero creo que a través de las páginas de la novela
podemos encontrarnos con la superficial, vana y secular vida del continente europeo; o del primer
mundo, en general. Es notable, sobre todo, la poca o nula importancia de la espiritualidad. La nueva
jefa de Lou, en un momento dice: “somos pocos los que sostenemos que es vital nutrir el alma” (p.
167). ¿Y nutrir el alma con qué? Pues con cultura, claro. Y supongo que la gran mayoría en Francia
pensará que la vida espiritual consiste en degustar del arte. ¿Será así, o quizá solo divago en torno a un
tema que no tiene nada que ver con la novela?
En fin, lo cierto del caso es que me gustó la novela; me agradaron sus personajes; y no dudaría en
recomendarla y en volverla a leer. Ya habrá ocasión, Dios mediante.

Carlos Alfredo
 

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