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© Pasión desmedida

Todos los derechos reservados.


©Dylan Martins y Janis Sandgrouse
©Primera edición: Junio 2022
La novela es una obra de ficción. Cualquier parecido con los personajes,
lugares que se citan o cualquier otro tipo de coincidencia es fruto de la
casualidad. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de
los autores, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier tipo de
procedimiento.
ÍNDICE

OLIVIA Y SU MUNDO

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

EPÍLOGO

SONREIRÁS CADA DÍA

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

EPÍLOGO

EL DOLOR DE LA PRINCESA ALICE

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

EPÍLOGO
Olivia y su mundo
Capítulo 1

Miré a mi hermana mientras hacía un sonoro y estrepitoso ruido al tragar


las cucharadas del guiso, sabía que iba a abrir la veda y eso a ella le
gustaba, siempre se las ingeniaba para ser el centro de atención de alguna
manera u otra.

—¿Puedes dejar de hacer ruido, Romina? —preguntó mi madre, ya con


el hocico pronunciado como si fuera un animal. Además, ese día estaba un
poco enfadada por una factura abusiva que había llegado de la luz.

Mi hermana volteó los ojos en plan queja, no se le podía soplar en un ojo


pues todo se lo tomaba a la tremenda aun sabiendo que no tenía razón, pero
a ella le gusta pinchar y no tenía límites.

—Si sigues haciendo ese ruido —advirtió mi padre—, hoy te quedas sin
móvil.

—¡Papá! —protestó resoplando y cruzándose de brazos.


—¡Ni papá, ni leches! Come como una persona y no como un animal,
que ya tienes diecisiete años.

—Pues por eso, dejad de tratarme como una niña pequeña.

—Muchas luces no es que tengas —murmuré y los tres me miraron


como si me fueran a fulminar—. Vale, vale —levanté las manos.

—A ella no le decís nada…

—Olivia tiene ya veinticinco años y no nos suele dar problemas, es muy


responsable —contestó mi madre mirándola de una forma, como
queriéndosela comer.

—Pues mira para lo que dio, para azafata de eventos, no es que sea
mucho ejemplo —hizo una mueca con la boca.

—¡Romina! Ya te quiero ver comiendo y callada —inquirió mi padre—.


Tu hermana es azafata de eventos y de vuelo, que ahora tire más para tierra
no significa que no tenga un oficio digno y que no haya luchado por lo que
quería.

—Con diecisiete años, no querrás que lo tenga yo —se quejó sin


importarle que estaba sacando de quicio a mis padres cada vez más.
—No sacas ni buenas notas, ¿qué vas a tener tú a este paso? —respondió
mi madre mientras negaba con resignación.

—Tampoco las tengo terroríficas —hizo otra mueca mientras movía la


comida con la cuchara.

—Vamos a callarnos mejor —soltó mi padre mirándola con ese tono de


advertencia que tenía desde hacía un rato.

Y se hizo el silencio, ella sabía dónde estaba el límite de nuestro padre y


como le tocara mucho las narices, le metía la cabeza en el plato y la dejaba
encerrada hasta Navidad y para eso aún faltaban unos meses, así que mejor
que cerrara el pico y dejara las cosas como estaban.

Me levanté tras comer, puse mi plato y cubiertos en el lavavajillas, quería


ir a relajarme ya que esa noche tenía un evento muy importante y necesitaba
estar descansada, iba a durar hasta tarde.

Miré el Facebook y Mariola había colgado en su cuenta una foto de sus


piernas tomando el sol frente al mar, no le di ni un me gusta y mucho menos
un comentario. O sea, que nada… pero nada de nada. Hacía una semana que
no nos hablábamos y ninguna de las dos estaba dispuesta a dar su brazo a
torcer.

Resulta que Mariola y yo siempre habíamos sido uña y carne, no


podíamos vivir la una sin la otra, ahora hablo en pasado pues el enfado no
me hace ver más allá de eso, pero que la quiero es evidente, solo que me
hizo lo que yo consideré algo feo y se lo reproché. Ella me contestó, nos
enzarzamos en una disputa y hasta el día de hoy ninguna ha dado el paso
para arreglarlo.

Me dolió mucho que para su calendario de verano no hubiera contado


conmigo y cuando lo vi publicado la semana anterior y comprobé a las que
había escogido. Me sentó como una patada en los ovarios, lo peor de todo
es que ella se hizo la indignada, decía que no tenía que decirme nada, era yo
la que se lo debería de haber pedido, y claro, soy de todo menos vidente. No
sabía que lo iba a hacer, pensé que con las imágenes que lanzó en las redes
de todas las novedades se quedaría así.

Por otro lado, estaba Daniela, mi amiga del alma, nuestra amiga, mejor
dicho, ya que siempre fuimos el trío que formaba el tándem perfecto.

Daniela era profesora de primaria, tenía veintisiete años y tal como le


habían dado las vacaciones de verano se había ido con sus padres a un
crucero por los fiordos, así que llegaría en unos días y estaba ajena a lo que
pasaba entre Mariola y yo, aunque se olía algo por los mensajes que había
puesto en el grupo que teníamos y que le habíamos contestado de forma que
se notaba la tirantez que había entre nosotras.

Miré al tablón de corcho que había en una pared de mi habitación, llena


con fotos de las tres, de muchas épocas diferentes. Sonreí, aunque le tenía
esa inquina ahora a Mariola, sabía que era una parte muy importante de mi
vida.

Yo era la más irónica, Mariola la más descarada y Daniela era todo


dulzura, una romántica empedernida que soñaba con un príncipe azul que
apareciera con el caballo incluido, demasiado inocente.

Me quedé dormida mirando aquel corcho y recordando tantos momentos


vividos, casi todos buenos, habíamos hecho mil locuras juntas y aunque
cada una éramos de un padre y de una madre diferente, congeniábamos a la
perfección.
Capítulo 2

La alarma del móvil me despertó justo para que me diera una ducha, me
arreglara y saliera para el evento, me iba a llevar mi padre y me volvería en
taxi.

No solía llevarme su coche ya que eso me privaría de tomar alguna copa,


aunque no soy beber mucho, pero bueno, siempre algo caía ya que los
organizadores estaban muy atentos a nosotros y nos dejaban catar los vinos
que se exponían en ese tipo de eventos.

Un vestido negro de tubo hasta la rodilla, con un solo tirante sobre un


hombro y unos tacones bien altos, ya estaba acostumbrada a andar con ellos
y lo llevaba bastante bien.

Mi hermana me miró de arriba abajo cuando fui a salir, me dieron ganas


de soltarle algo, pero… ¡Iba tarde!

—Hija, estás preciosa —dijo mi madre cuando mi padre se levantó para


llevarme.
—Gracias —le di un beso de despedida.

—¿A mí no me das uno? —preguntó mi hermana con ironía.

—Claro, cuando dejes de ser un animal que absorbe mientras comes —le
sonreí con falsedad y salí detrás de mi padre que iba negando con la cabeza.

—¡Mamá! ¿Has escuchado? ¡Solo le pedí un beso! —decía haciéndose la


indignada mientras yo me alejaba.

—Romina, que nos conocemos… —Escuché a mi madre decirle


mientras yo estaba cerrando la puerta.

Mi padre me acercó dándome mil consejos por el camino, como siempre,


ya me los sabía de memoria, pero entendía esa inquietud que sentía como
padre, así que le contestaba “claro” y, “por supuesto” a todo.

Entré al evento y el encargado me explicó dónde debía ponerme para


entregarle una copa del vino estrella a todos los invitados.

Me coloqué tras ese mostrador de madera donde a un lado estaban las


copas y al otro, infinidad de botellas de las que iría sirviendo a los
asistentes.

No tardó en ir apareciendo toda “Pijolandia”, así es como yo llamaba a


esas personas que parecían que acababan de salir de la pasarela de Cibeles,
y eso que yo iba muy mona, a la altura de las circunstancias, pero es que
había algunos y algunas que se pasaban de querer aparentar. ¡Ni que fueran
de cotillón!

Le pedí a un chico de seguridad que me tirara una foto cuando no venía


nadie y me la hizo encantado, al menos él tenía una sonrisa de oreja a oreja,
no como las tontas que iban apareciendo con cara de superioridad y lo único
superior que tenían era aquello de aguantar a sus maridos mayores que
ellas, como si no se notara que eran amores de conveniencia...

Subí la foto al Facebook, Daniela no tardó en regalarme su “me encanta”,


siempre lo hacía, la que no lo iba a hacer era Mariola, al igual que yo no lo
hice con las suyas desde el enfado de los otros días.

Venga ir y venir de personas vestidas de lo más elegantes, parecía que


iban de boda, solo faltaba el arroz y el ramo volando por el evento, eso, y
una novia claro, pero vamos, ahí más de una firmaría instantáneamente por
casarse con el millonario que llevaba al lado. Además, era conocedora de
que muchas de ellas eran mujeres de compañía, eso me lo contaron en mi
empresa a modo de cotilleo hacía mucho tiempo.

Y en un momento dado, al mirar hacia la entrada, aparece un hombre de


esos sexys que te deslumbra con su presencia y te empieza a temblar hasta
el pulso.

—Buenas noches. ¿Un vino? —pregunté en tono un poco nervioso y eso


que intentaba que no se me notara, pero creo que mi cara lo decía todo y si
algo tenía es que era de lo más expresiva.
—Buenas noches —extendió su mano—. Me llamo Martín.

Joder y, ¿quién le había preguntado el nombre? Tenía que ser el único


que se presentara, precisamente él, hasta las manos comenzaron a sudarme.

—Mi nombre es Olivia —sonreí señalando el vino para que me dijera si


lo quería, aunque imagino que a saludarme precisamente no había venido.

—Claro, cómo no —murmuró con esa media sonrisa que lo hacía de lo


más irresistible y sensual—. Mucha gente, ¿verdad? —Miraba hacia los
jardines que, a decir verdad, ya estaban masificados.

—Alguna, sí —apreté los dientes aguantando la risa mientras le servía la


copa y se la ponía delante.

Veía que no se movía y se me quedaba mirando, sonriendo.

—¿Eres de la isla?

—Sí, soy de aquí —vamos, la pregunta tenía muy poca lógica ya que no
iban a llamar a una azafata de la península para venir a cubrir un evento a
Ibiza, a menos que seas una socialité de esas o algún personaje del corazón.

—Yo también —sonrió y se respondió solo, como si yo lo hubiera


preguntado, de todas formas, estaba bien saberlo.
Se puso a un lado mientras yo atendía a una pareja de chicos que acababa
de llegar, y, por lo visto Martín, no pensaba moverse de ese lado, eso o que
estaba esperando a alguien, ya hasta dudaba.

—¿Sueles cubrir este tipo de eventos?

—Sí, si es a través de la empresa que me lleva, los suelo cubrir, aunque


también muchos de día, esos me gustan más —sonreí.

—La noche es para disfrutarla, no para trabajarla —comentó


devolviéndome la sonrisa.

—Claro, siempre que el trabajo te lo permita. ¿A que te dedicas? —


pregunté mientras me echaba una copa para mí, lo tenía permitido y la
empresa sabía que no me excedía ni montaba ningún numerito.

—Doy fe…

El trago que acababa de dar, lo tuve que escupir al césped.

—¡Perdón! —solté una risa— ¿Eres cura? —rompí a reír.

—¡No! —Negó riendo mientras sujetaba su copa— Soy notario.

—Ahhh… —Me puse la mano en el pecho sin poder dejar de reír.


—Los curas intentan impartir la fe, los notarios la damos directamente
—decía en voz baja, acercándose por encima de la barra mientras levantaba
la ceja.

—Eres muy joven para ser notario…

—Tengo treinta y cinco años —sonrió.

—¡Ah, pues no eres tan joven! —¡Mierda! ¿Cómo le había dicho eso! Y
encima le había causado una carcajada de esas que suenan más a amenaza
que otra cosa— No, quería decir —reí poniéndome la mano en el pecho de
nuevo—, que no eres un niñato de veinte años —puse cara de resignación
implorando piedad.

—Y tú, ¿cuántos años tienes? —Volvió a levantar la ceja.

—Diez menos que tú —sonreí apretando los dientes.

—No eres tan niñata —carraspeó después de devolverme el comentario


anterior, tan niñata… ¡Qué majo!

—¿Me has llamado un poco niñata? —Lo miré haciéndome la ofendida.

—Para nada, lo mismo que tú no me quisiste llamar viejo, ¿verdad?

—No, no —ladeé la cabeza aguantando la risa.


Me hizo un gesto de que rellenara la copa mientras yo estaba con la
intriga de si esperaba a alguien o estaba intentando distraerse conmigo
porque había ido solo.

—Gracias —dijo cuando se la rellené.

—Estoy para servirle —sonreí con ironía.

—¿Segura?

—Bueno, para servirle copas —recalqué por si la pregunta iba por otro
lado, aunque con lo bueno que estaba no me hubiera importado.

—Sabía que tenías que especificar —decía mientras miraba hacia el


interior del jardín.

—¿Esperas a alguien?

—Sí, al anfitrión, quiero saludarle y que vea que vine —se acercó a mí
—. Una vez que lo haga, me escapo, no se va a dar cuenta con la de gente
que hay.

—Viniste por compromiso… —carraspeé.

—Algo así — apretó los dientes y apareció en ese momento el dueño de


los vinos.
Se saludaron efusivamente y luego se perdió a socializar con el resto de
la multitud.

—Ya eres libre —le dije riendo tiempo después cuando volvió a mi
puesto.

—Bueno, aún veo que quedan muchas botellas, cuanto más beba yo,
antes terminas tú.

—Me quedan dos horas, así que no te preocupes por mí.

—Claro que me preocupo, te pusieron muy pocos guardaespaldas para


un lugar como este —dio un trago como si no hubiera soltado nada.

—¡Venga ya! —reí negando— Eso te quedó muy ficticio.

—¿Y qué no es ficticio en esta vida?

—Eso también, pero te marcaste un regalo de oídos, digno de un niño de


veinte años —reí.

—De esos a los que tú llamas niñatos…

—Justamente esos —hice hasta un gesto de afirmación con el dedo de mi


mano.

—Tendré que cambiar la táctica. ¡Me cachis!


—Efectivamente —reí.

—Y alguien como tú debe de tener pareja… —dijo así, de pasada, como


quien habla de tiempo.

—Claro, alguien como yo que sea capaz de encontrar al guapo que me


aguante —volteé los ojos.

—¿Tan complicada eres?

—Digamos que especial…

—Seleccionas bien, entonces.

—Soy muy exquisita, sí —sonreí con amplitud.

—¿Y qué debe de tener un hombre para que capte tu atención?

—¿Me estás interrogando?

—Iba para comisario, pero luego me entró la vocación por la fe —sonrió


levantando la ceja y eso a mí me ponía con taquicardia.

—Pues no te voy a contestar, si no hay oficio, no hay beneficio —me


encogí de hombros.
Estuvimos charlando todo el tiempo, bromeando, casi no conseguíamos
tener una conversación seria, yo porque me ruborizaba e intentaba llevarlo
por el lado bromista y él, porque me estaba dando cuenta que era de lo más
hermético, vamos que lo único que soltó es que daba fe.

Quiso llevarme a casa, pero le dije que no hacía falta, insistió, pero me
negué y me negué hasta que… ¡Estaba sentada en el asiento del copiloto
junto a él!

—Entonces, ¿me vas a dar tu número de teléfono? —preguntó cuando


aparcó frente a mi puerta.

—Claro, apunta —se lo dije y esperé a que me diera el suyo, pero ante su
sonrisa y viendo cómo se bajaba para abrirme la puerta, me quedé con la
cara partida, vamos que no me lo dio.

Se despidió con dos besos y una sonrisa que me hizo entrar flotando por
encima del suelo, pero no me había dado su teléfono y, eso, bueno, eso me
había dejado un poco plof.

Entré sin los tacones para no hacer ruido y no despertar a mi familia, me


fui directa a la cama a fantasear con Martín, el chico de la fe.
Capítulo 3

Dos golpes en la puerta me desvelan haciendo que me acuerde de todos


los ancestros de ella, el incordio de mi hermana.

—¿¿¿Queee??? — grité de mal humor.

—Soy tu hermana favorita —dijo como si tuviera otra—, papá preparó el


desayuno.

—Pues que te aproveche, quiero dormir más. ¡Una trabaja por si no lo


recuerdas! —grité desde la cama.

—¡Bueno! Hoy a cualquier cosa le llaman trabajar —dijo asomándose


por la puerta, que abrió a sabiendas que me daba rabia si yo no lo
autorizaba, y claro, le tiré lo primero que cogí de la mesita de noche; un
libro de tapa dura— ¡A papá se lo digo!
—¡Claro que sí, guapi! Ve a papi —solté con retintín y esquivé el libro
que me mandó de vuelta.

Conociéndola como la conocía, sabía que se acababa de levantar, mis


padres aún estaban preparando el desayuno y ella había venido a tocarme
las narices.

Mi hermana siempre les recriminaba a mis padres que le hubieran puesto


Romina, y es que mi padre se llamaba Albano y claro, yo le tocaba la moral
cuando quería cantando eso de “Felicita”, la quemaba que daba gusto.

También es que era para matar a mis padres, ponerle a la niña Romina
para ir en consonancia con mi padre y el dúo ese tan emblemático.

Me quedé tirada en la cama un buen rato y cuando escuché abajo


desayunar a mi familia fue cuando aparecí, tenía un hambre de esas que te
sonaban las tripas como una canción de rock a todo volumen.

Sonreí al ver a mi padre que me miraba con ojos asesinos, ya le había ido
mi hermana con el chivatazo de que le había estampado un libro, pero yo,
que era una cobera, le besé diciéndole cuánto lo quería, al igual que a mi
madre.

—Eres una pelota de mucho cuidado —dijo mi hermana con un gesto de


asco increíble.

—No, solo tengo sentimientos hacia los que me dieron la vida y que
consiguieron que sea lo que hoy ves —le hice un guiño de esos irónicos.
—Os calláis, o me lío a hostias hasta que no haya un mañana mejor —
advirtió mi padre.

—Pero papá…

—¡Romina! —Le señaló muy enfadado con la cuchara que había movido
el café— Cállate, por tu bien y el de todos, cállate.

—No hay un día que haya paz en esta casa, desde luego que así es
imposible —contestó mi madre con ese hocico que últimamente no podía
esconder.

—Yo estoy…

—¡Olivia! Tú también cállate —advirtió mi padre sin dejarme terminar.

—Está bien… —Levanté las manos en son de paz e hice el gesto de


cerrarme la boca con cremallera.

Tras el desayuno se pusieron a preparar todo para irnos a la playa en plan


familiar, no es que tuviera muchas ganas, pero se lo había prometido y
solíamos hacerlo de vez en cuando, además la teníamos frente a casa.

Me tiré en una tumbona de las que llevábamos cada uno, ahí en plan
dominguero, con una sonrisa de oreja a oreja y rezando porque pasaran las
horas rápidas.
Mi hermana no dejaba de cantar con esos cascos que debía de tener a
toda voz y yo no paraba de resoplar ante los ojos de mi padre, que me
imploraban paciencia, esa que tan poca habitaba en mí.

Una notificación me llegó al móvil y casi me caigo de culo al ver que era
de Martín, su foto incluida, en el wasap.

«Buenas tardes, Olivia. Me preguntaba si te apetecería comer


conmigo…»

Joder, y yo en la playa a punto de comer una tortilla de patatas y un


salmorejo hecho por mi madre.

Me tenía que inventar una excusa y además ya, no podía decirles que me
iba con un hombre que había conocido la noche anterior, pero de que me
quería ir con él, me quería ir.

Les dije que me habían avisado para cubrir un evento y me tenía que ir,
no podía decir que no. Mi madre resopló, pero no dijo nada más que mi
padre me acercaría a lo que le contesté rápidamente que cogería un taxi.

«Estoy en la cala frente a mi casa, el tiempo de ir a cambiarme. ¿Una


hora?»

No tardó en responder…
«Estupendo, en una hora.»

Me despedí de mi familia ante la cara de mi hermana que me miraba


incrédula, como si hubiera sido una excusa para quitarme de en medio y ella
no podía hacerlo, así que tendría que hocicar con mis padres en su día de
playa.

Fui a casa, me duché y me puse un vestido blanco y corto, ibicenco, de lo


más elegante, holgado y con unas piedrecitas en el escote de pico, era como
un blusón. Completé el look con unas sandalias atadas al tobillo del mismo
color.

Una hora justo y ya estaba mandándome un mensaje de que saliera fuera.


¡Qué puntual!

Estaba guapísimo, con un polito blanco y unos shorts del mismo color,
vamos, que ni que me hubiera visto por un agujerito para que fuéramos
conjuntados, unas zapatillas tipo esparto de una firma bastante cara y ese
pelo ondulado al aire, para comérselo y no dejar ni los huesos.

—Estás muy guapa —decía mientras me daba dos besos y abría la puerta
del copiloto del coche.

—Gracias, tú tampoco estás mal —sonreí mientras me sentaba.

Dentro, la música de Malú me sorprendió mucho, a mí también me


gustaba, así que perfecta forma de comenzar ese día junto a él.
Tenía mucha templanza y la capacidad de ponerme nerviosa con esas
miradas mientras conducía, parecía que yo le gustaba, como mujer eso se
sabía, al igual que se notaba cuando un hombre te comenzaba a producir
ciertos cosquilleos en el estómago.

Además, me gustaba esa sensación de que fuera mayor que yo, como que
me sentía más protegida, más comprendida, no sabría cómo explicarlo, pero
con alguien de tu edad vais al mismo ritmo y es diferente, sin embargo, con
alguien más mayor como que te da más seguridad y te dejas llevar.

—Y, ¿cuándo tienes el próximo evento?

—Ahora mismo —solté seguido de una risa nerviosa.

—¿Ahora? —Me miró sorprendido mientras conducía.

—Eso le tuve que decir a mis padres, ya que estaba soportando pasar un
día de playa con ellos, pero me salvaste, mi hermana me saca de quicio y al
final lo único que hago es matar las horas —volteé los ojos.

—Vaya, he sido el causante de una ruptura familiar…

—Tampoco seas tan drástico, solo me salvaste de aguantar ahí rezando


para las horas pasaran —reí.

—¿Y tu hermana?
—Mi hermana como ya te dije es una quema sangre —le conté lo de su
nombre y el de mi padre y estalló a reír.

—Así que lo usas para meterte con ella…

—Efectivamente, eso y muchas cosas más, es fácil y no entiendo que


sabiendo que le gano en indirectas y haciéndola de rabiar, venga de nuevo a
buscarme cada día.

—Eso es porque te quiere mucho.

—Puede ser, pero también es porque quiere ser como yo y no puede, lo


primero porque no tiene mi edad y lo segundo porque no hizo mucho caso a
mis padres y la tienen atada en corto.

—Cada hijo es diferente…

—¿Tú no tienes hermanos?

—Sí, tiene veintisiete años, es médico y se llama Mateo.

—Buena edad, ya pude haberle conocido a él —bromeé.

—Eso fue un golpe bajo —carraspeó aparcando en un precioso


acantilado donde había uno de los restaurantes más finos de la isla.
—Bueno, aún te los puedo dar más bajos, el tiempo que tarde en coger
confianza.

—Gracias por avisar —me hizo un gesto para que no me moviera y se


bajó a abrirme la puerta, era todo un caballero y a mí esas cosas me
encantaban.

—Es curioso —dije mientras me ponía el vestido bien—, tú y yo nos


llevamos diez años, los mismos que tu hermano con la mía.

—Buen análisis —extendió su mano para que entrara primera y el chico


que nos recibió nos llevó hasta la mesa de un piso más abajo.

Era una especie de diferentes bajadas hechas en la misma roca del


acantilado y con las ventanas en abierto sobre el mismo material, así que
quedabas mirando hacia el mar, pegada al borde. Me encantaba esa
sensación, era una pasada, además entraba un fresco natural que parecía aire
acondicionado. Vamos, que se estaba de lujo.

Pidió que trajeran una botella de vino y de comida, me preguntó qué me


apetecía. De ser por mí, me habría pedido una hamburguesa con patatas
fritas, pero le dije que lo dejaba a su elección, era demasiado fino el lugar
como para pedir comida basura.

Brindamos cuando él levantó su copa y me hizo el gesto de chocarlas,


me encantaba esa parte caballerosa que no encontraba en jóvenes de mi
edad.
—¿Así que eres azafata de eventos, pero también de vuelos?

—Así es, señor notario —sonreí mientras jugueteaba con la copa—. Por
cierto, cuando me compre un piso supongo que me harás un descuento en la
parte notarial, ¿verdad? —hice una burla que le ocasionó una carcajada.

—A notaría no solo se va para comprar un piso…

—Claro, para temas de herencia, pero de eso me da “yuyu” hablar —me


encogí de hombros mientras él me miraba sonriente, le hacía gracia todo lo
que yo decía.

—Entre otras cosas…

—Vamos, que tú das fe de todo lo que se menea —reí nerviosa, como me


ponía cuando me miraba con esa intensidad mientras me escuchaba.

—Más o menos… —Arqueó la ceja.

—O sea, tú notario y tu hermano médico, tus padres se han debido de


quedar a gusto.

—Digamos que están contentos —sonreía.

—Fíjate los míos, querían que hiciera una carrera y al final estudié para
azafata y mi hermana estudia más bien poco, así están los pobres,
desquiciados perdidos —volteé los ojos y me eché un poco hacia atrás ya
que el camarero traía la comida.

—Bueno no seas exagerada, al menos trabajas de lo que quieres.

—Yo quise ser azafata de vuelo, lo que pasa es que como comenzaron a
contratarme por una empresa para los eventos de la isla, al final me
acomodé, pero en cualquier momento me encantaría comenzar a trabajar en
el aire y recorrer mundo.

—¿En qué trabajan tus padres?

—Mi madre es ama de casa y mi padre era oficial de la construcción,


tuvo un accidente laboral y lo indemnizaron, además de prejubilarlo
anticipadamente, pero bueno, ya trabajó bastante y como era muy
reconocido y tenía un buen salario, no le quedó mal la prejubilación. No son
ricos, pero la nevera siempre está bien llena y llega para algún caprichito de
vez en cuando.

—¿Y está bien del accidente? —Se interesó con el ceño fruncido.

—Bueno, le duele mucho la espalda desde entonces, eso ya es de por


vida, sobre todo, cuando el tiempo es más frío, pero está bien. Como ves,
mi familia es muy humilde, nada que ver con tu mundo. ¿A que se dedican
los tuyos?

—Mi madre ha sido notaria hasta hace un año y mi padre médico hasta
entonces también, ya se han jubilado, de ahí que mi hermano y yo
decidiéramos seguir sus pasos —sonrió con cariño—. Y me encantan las
familias humildes, las personas tienen valor por cómo son, no por lo que
tienen.

—En eso estoy de acuerdo —lo señalé mientras comenzaba a degustar


todo lo que nos habían servido de pescado y marisco—. De todas formas,
hace un par de años que comencé a trabajar de seguido y no les volví a
pedir nada, me llega para mis cosas y me sobra algo para reunir. Eso sí,
aunque no me dejan, siempre hago al mes un par de compras grandes para
la casa, se enfadan, pero yo me siento mejor colaborando, incluso le compro
ropa a mi hermana. Y, ¿qué es de tu vida?

—Muy simple, trabajar y vivir que no es poco —arqueó la ceja.

—Lo dices como si no estuvieras feliz —carraspeé.

—Digamos que no estoy pasando uno de mis mejores momentos, pero


ahora no me apetece hablar de esas cosas, mejor disfrutamos de esta
ocasión —me hizo un guiño.

—Claro —sonreí, pero un poco con el gusanillo de no haberlo entendido.

Me estaban poniendo nerviosa las notificaciones del grupo que me


estaban entrando, pero no me gustaba comer y mirar el móvil, menos en una
situación como esta, aunque me comía la curiosidad de saber de qué
hablaban Mariola y Daniela.
Martín se mostraba muy simpático, atento y con esos gestos que hacían
derretirme. Esa diferencia de edad me daba mucho morbo, para qué voy a
mentir…

En un momento que fue al baño aproveché para leer la conversación del


grupo. Daniela contaba que en el crucero se había liado con Lucas, uno de
los del equipo de animación y lo veía como su príncipe azul imposible, era
italiano, así que decía que había sido todo un viaje lleno de momentos y
detalles. Estaba claro que su historia se quedaba en el mar, donde la había
vivido.

Puse unos emojis de risas y les conté que estaba comiendo con un chico,
que me había escapado de un día de playa familiar con la excusa de estar
trabajando. Más que nada lo dije, por si se encontraban a mis padres por
casualidad, cosa que dudaba, pero bueno, lo dejé caer.

Daniela me contestó y como es obvio Mariola no, así que eso le hacía ver
a mi amiga que aquí había una brecha bastante grande, por lo que no tardó
en decirnos que quería en breve una reunión de alto riesgo y yo sabía lo que
significaba, aclarar las cosas y no permitir que Mariola y yo por ninguna
causa nos distanciáramos.

Martín volvió y miró su móvil que estaba sonando, me pidió un segundo


y se apartó para hablar por otra zona de las ventanas de piedra que daban al
mar, pero frente a mí, lo podía ver a unos metros, pero no escuchar, lo noté
un poco molesto con esa conversación, como agobiado, pero volvió con una
sonrisa como si nada le pasara.
Estuve hablándole de mis amigas, de lo que pasó con Mariola, él, cómo
no, comenzó a decirme que la balanza era la que mandaba, si tanto bueno
habíamos vivido, por algo así no se podía romper una amistad tan bonita
por mucho tiempo y menos por un error o por una tontería.

En el fondo tenía razón, pero mi amiga y yo éramos dos cabezonas


orgullosas y teníamos un pulso para ver quién cedía antes, aunque con la
vuelta de Daniela, algo me decía que se arreglaría todo rápido.

Café, helados y salimos del restaurante a las seis de la tarde…

Después fuimos a un club que era muy exclusivo y de gente muy pija,
vamos del gremio de Martín que lo era a lo grande, eso sí, no le gustaba
parecer ostentoso ni nada parecido, pero todo saltaba a la vista por sí solo.

Nos sentamos en dos amplias sillas de lo más cómodas, frente al mar,


con una brisa que corría que era gloria bendita y nos trajeron dos Ginebras
con tónica.

Me trataba con una mezcla de protección, cariño, deseo y como una niña,
era según el momento, pero la parte del deseo es porque lo notaba en sus
gestos a la hora de mirarme. Las mujeres nos damos cuenta de esas cosas,
pero, sin embargo, no se le veía lanzado para nada, era muy correcto en
todo momento.

—¿Y has viajado? —acababa de hacerme la pregunta del millón.


—No mucho, por eso mis ganas de comenzar una vida aérea, para
conocer mundo mientras trabajo. He estado por las islas de aquí, pero jamás
fui a la península.

—¿En serio?

—Te lo juro —reí.

—Eso tiene delito —carraspeó.

—No he tenido la ocasión.

—Si tuvieras la oportunidad de ir una semana a algún sitio, ¿dónde sería?

—De camping, no me llegaría ahora mismo para mucho más —reí.

—Venga, imagina que te toca un premio y te vas a donde quieras con


todos los gastos pagados. ¿Qué lugar escogerías?

—Pues depende… ¿A cualquier lugar o continente?

—Claro —rio negando, dándome casi por imposible y a mí eso me


gustaba, sacar un poco de quicio esa correcta cordialidad continua que
habitaba en él.

—Tengo varios sueños, uno el ir a ver una Aurora Boreal a Islandia o


Finlandia, conocer Marrakech y su transformación del día a la noche en esa
plaza tan famosa…

—Jamaa el Fna.

—¿Qué dices? —No había entendido ni papa.

—Es el nombre de esa famosa plaza de Marrakech.

—¿La conoces?

—Perfectamente —sonrió y miró hacia el mar como si le vinieran los


recuerdos—. He ido en varias ocasiones y siempre te quedas con la
sensación de que tienes que volver.

—Pues está entre mis preferidos, como Finlandia y también New York.

—New York es otro mundo…

—También lo conoces —volteé los ojos riendo y produciendo otra risa


en él—. Menos mal que Finlandia no, que de lo contrario…

—Lo conozco —dijo y lo miré con cara de resignación, hasta se me


escapó un suspiro.

—¿Qué te queda por conocer? —Me encogí de hombros.

—A ti —arqueó la ceja con esa media sonrisilla.


—Llévame a un viaje de esos y verás cómo me conoces con más rapidez,
eso sí, a gastos pagados que yo estoy pelada —sonreí.

—Lo sopesaré —seguía arqueando su ceja.

—No sopeses mucho, sí soy un amor, no te vas a enterar de que me


llevas a cuestas —seguí bromeando.

—Para nada, sería un placer hacerte de guía —carraspeó.

Yo que era de imaginación fácil y de lo más soñadora, ya me veía por


Marrakech a ritmo árabe paseando con él, o viendo una Aurora Boreal en
cualquier rincón de Finlandia y, cómo no, por New York, la ciudad que
nunca duerme. En fin, que era pobre y me iba a quedar en la isla a no ser
que me montara en un avión como parte de la tripulación.

Estuvimos charlando y terminamos picoteando algo para cenar ahí


mismo, luego me llevó a mi casa, sin mencionar nada para quedar de nuevo,
pero con un “nos vemos” y un guiño de ojo que sabía que significa hasta
pronto.

Mis padres dormían cuando llegué y mi hermana estaba en su habitación


despierta, podía ver la luz por debajo de la puerta.

Me cambié y me tiré en la cama de lo más emocionada, Martín me había


causado algo que me hacía estar en constante felicidad, con una sonrisa de
esas que se escapan sin poderlo evitar.
Capítulo 4

A mi hermana la iba a matar, directamente, sin anestesia…

Y todo por culpa de ese maldito despertador de hierro de los antiguos


que dejaba de vez en cuando en mi dormitorio para que chirriara a una hora
temprana y me desvelara el sueño.

Miré el móvil y eran las ocho de la mañana y encima domingo, el


despertador ese seguía sin parar debajo de la cama, me tuve que meter para
poder cogerlo. Desde luego que a perra no la ganaba nadie, pero de esta se
iba a enterar bien.

¿Qué hice? Pues me levanté y bajé a preparar un impresionante desayuno


para todos, iba a ser la excusa perfecta para después de haber tenido un día
duro de trabajo de mentira el día anterior, que me levantara para ponerle
todo por delante a mi familia, eso me lo alabarían y a ella le chirriaría, así
que me salió redondo.
—Hija, con lo tarde que llegaste y madrugar para prepararnos esto —dijo
mi madre mientras agarraba mi cabeza y la besaba. La cara de asombro e
incredulidad de mi hermana era para grabarla en video.

—Mamá, por vosotros lo que sea, siempre no podemos vivir esperando a


recibir por la cara, tenemos que poner nuestro grano de arena.

—Pero ayer llegaste muy tarde, hija.

—Lo sé, pero me apetecía hacerlo, puse el despertador y todo —sonreí


de forma dulce, pero con malicia por mi hermana que se estaba poniendo de
lo más encendida.

—Gracias, hija —dijo mi padre mientras acariciaba mi mano por encima


de la mesa—. Aprende de tu hermana —se dirigió a Romina.

—Yo mejor me callo —se hizo la cremallera en la boca—, que si no echo


a arder la casa.

—Mejor, cállate mejor —le advirtió mi madre.

Mi hermana se calló, ya que ese día había quedado con su mejor amigo
Abel y no quería liarla y quedarse castigada.

Abel y ella siempre iban juntos desde pequeños, además que él al


principio escondía su homosexualidad y se escudaba en mi hermana que lo
apoyaba en todo y sí lo sabía, así que fueron siempre como Pin y Pon,
inseparables.

Daniela escribió un mensaje en el grupo diciendo de quedar para comer


en el bar que tanto nos gustaba, uno en la playa que era un chiringuito muy
hippy, nos sentíamos allí como si fuera nuestra propia casa y era muy
barato.

Mariola dijo que le vendría genial desconectar un poco de su glamurosa


tienda, cómo no, ella haciéndose la diva, pero sabía que lo hacía para
hacernos la gracia, y digo hacernos porque, aunque no nos habláramos sabía
que se dirigía a las dos en ciertos comentarios.

Preparé el bolso para la playa, una capaza muy mona que me había
comprado de una firma que me encantaba, así que metí todo para irme con
las niñas a ese chiringuito que tanto nos gustaba.

Me coloqué mi vestidito rosa pastel de tirantes, cortito y con un cinturón


de la misma tela, quedaba monísimo y yo me veía guapísima.

Mi hermana me miró al salir con esa cara que parecía que me iba a
comer, yo le lancé un besito desde la puerta con todo mi amor infinito y eso
la hizo poner los mofletes hinchados, pero como ella había quedado, pues se
contuvo de contestarme, me lo puso facilísimo.

Cogí el coche de mi padre y conecté el móvil, la música no podía faltar,


en este caso Malú, estaba aún con la resaca de los momentos del día
anterior con Martín.
Martín, notario, joder eso sí que es un buen trabajo, no es que fuera
millonario, pero ganaba un pastizal seguro, eso sí, había tenido que estudiar
sacrificando mucho tiempo, pero la recompensa era brutal, aunque yo
también pude haber hecho una buena carrera, aunque ya se sabía, a floja no
me ganaba nadie y me decanté por algo más sencillo como prepararme para
azafata de vuelos y luego para eventos.

Me dirigí al chiringuito y allí ya estaba Daniela, nos fundimos en un


abrazo y nos pedimos una cerveza mientras me contaba del viaje y me
enseñaba infinidad de fotos, además, aproveché para comentarle lo que
había sucedido con Mariola.

—No podéis enfadaros y dejaros de hablar por esa tontería, no estuvo


bien lo que hizo, pero tampoco se puede dejar que la unión y el cariño que
os tenéis se vaya a la mierda por algo así. Somos las trillizas —hizo un
gesto a modo de riña.

—Ya lo sé y ya se me pasó un poco la rabieta. De todas maneras, ya


sabes cómo es Mariola, que se las trae.

—Pues entonces no quiero malos rollos y hoy se hará borrón y cuenta


nueva.

—Veremos con qué actitud viene Mariola. Además, eso se lo dices a ella
también.

—Seguro que buena, se le nota que te echa de menos, te lo digo yo.


—No lo tengo tan claro… —reí.

—¿Qué no tienes tan claro? —Escuché la voz de Mariola a mi espalda y


a la vez un abrazo por detrás.

—Nada, nada —reí y miré a Daniela, que sonreía al verla así.

Me dio un beso fuerte en la mejilla y luego se fue a abrazar a Daniela,


me había dejado con una sonrisa de esas tontorronas. La verdad es que la
quería mucho y no me sentía bien estando enfadada con ella, pero en ese
sentido éramos muy parecidas, de pronto echábamos a arder Troya, como
que nos comíamos a besos, imagino que esa es la esencia de una verdadera
amistad.

Pero estaba claro que conociéndola no se iba a quedar así la cosa…

—Una cerveza, por favor —le pidió al camarero y luego nos miró—. Tú
—señaló a Daniela—, ahora me vas a contar el viaje y el amorío con pelos
y señales —luego me miró a mí y me señaló con el dedo—. Y tú, me vas a
contar con quién comiste ayer y a quién te estás tirando.

—¿Yo tirarme? Tengo telarañas de esas con añejo —puse cara de


indignación.

—Bueno chicas, me toca contaros que Lucas, humm, mi Lucas, no


imagináis qué clase de hombre es, con ese acento tan sexy, me pasé todo el
crucero en una nube.
—Pues a mí los italianos me parecen unos ordinarios hablando en alto y
casi escupiendo a la cara —intervino Mariola—, parecen enfadados y
cuando se alteran le salen disparos de saliva, tal como os lo cuento —hizo
un gesto recordando.

—¿Qué dices Mariola?

—Pues eso, Daniela, que a ti es que se te cayeron las bragas con él, pero
yo estuve con uno y no veas cómo hablaba, levantando las manos y todo el
día escupiendo al hablar, vamos que no decía una frase sin ir acompañada
con esos gestos de manos levantadas.

—A ti te pasa cada cosa… —negué riendo.

—Tú ni opines y, por cierto, cuenta quién es ese chico con el que comiste
ayer…

—De pasar de mí a volverte muy cotilla, ¿no? —pregunté negando.

—Te lo buscaste y no me hagas hablar…

—Tengamos la fiesta en paz… —advirtió Daniela, resoplando.

—Eso quiero yo, fiesta —contesté aguantando la risa.


—Bueno, larga y cuenta. ¿Quién es él? ¿A qué dedica el tiempo libre?—
preguntó Mariola cantando.

—Pues mucho no os voy a contar, solo que es diez años mayor que yo,
está “to” bueno y tiene un pedazo de puesto de trabajo.

—Pues hija, no sé a qué esperas para buscar una barriga y dar el


braguetazo de tu vida.

—No soy como tú, Mariola —dije algo mosqueada.

—Joder, ¿ese no es Rosauro?

—Sus muelas todas —me agaché un poco para que no me viera, ya que
mis amigas estaban de espaldas a él y yo le cuadraba enfrente.

—¿Por qué te escondes?

—Daniela… —resoplé— Le llevo esquivando por el móvil desde que lo


vi liarse con la del Mercadona.

—Si tienen un hijo lo llamarán “Hacendado” —murmuró de forma


irónica, Mariola.

—Muy bueno, pero solo les duró una noche —saqué la lengua y lo vi
que venía a pasar justo por nuestra mesa.
Cogí la carta y me la puse en la cara, Daniela me intentaba hacer señas
con los pies y no la entendía.

—Olivia, ¿lees la carta al revés? —preguntó Rosauro, parándose ante


nosotras y mirándome por encima de ella riendo.

—Bueno, vale, es que no quería que me vieras —volteé los ojos y luego
lo miré con la sonrisa más irónica del mundo—. Piensa que, si no respondo
tus llamadas, tus mensajes y tus comentarios en las redes, es porque lo
último que me apetece en la vida es hablar contigo. ¿Lo has entendido
ahora, o te lo tengo que explicar con mímica?

—A ver, con mímica —mis amigas sonreían y él tan descarado lo hacía


peor, encima le pidió una cerveza al camarero y se sentó.

—No te vas a quedar con nosotras —le advertí negando rápidamente.

—Eso lo debe decidir la mayoría popular, lo que digan tus amigas —se
encogió de hombros.

—¡Ah no!, con lo perras que son para estas cosas. ¡Ni de coña!

—Voto porque se quede —levantó la mano Mariola, sonriendo


ampliamente. A perra no había quien la ganara.

—Yo también, y de paso que nos pague la comida que nosotras somos
unas pobres trabajadoras —contestó Daniela, haciendo el gesto de la
victoria con los dedos.

—Ni que yo fuera millonario —se rio—, pero por supuesto que os invito.

—No, no, quita, quita, ya me lo pago yo.

—Olivia…

—¿Qué, pesado?

—No seas orgullosa.

—Lo dijo el putero.

—¿Por qué dices eso? —preguntó y encima haciendo un puchero.

—Sabes por qué lo digo y lo que vi, así que desde ese momento para mí
tú no eres ná —respondí abreviando que quedaba más contundente.

—Pues me encantaría saber qué viste, porque te juro que ni sé de lo que


me hablas.

—Mercadona, Mercadona —canté la sintonía de esa cadena.

—¿Qué pasa en Mercadona?


—Las hay monas, ¿verdad?

—Pues no sé, no me dio por fijarme —hizo un gesto de no entender nada


y mis amigas por atrás haciéndome caras de riña para que me callara,
aunque conociéndolas estaban disfrutando—. Y ahora que lo pienso, espera
—comenzó a reírse y negar mientras buscaba algo en el móvil— ¿Te
refieres a estos dos? —Enseñó una foto de él un poco rara y al lado ella
vestida con el uniforme del súper en cuestión.

—Sí —sonreí con asco.

—Mi hermano gemelo Andrés y su novia —me enseñó una foto esta vez
de ellos dos con ella y mi cara fue de auténtico shock, con la boca abierta…

—La que has liado, pollita, la que has liado… —dijo Mariola
descojonada agarrando su cerveza.

—La lio él, por no hablarme de que tenía un hermano secreto —me
encogí de hombros.

—Gemelo, mujer, gemelo —me corrigió Daniela, ante mi mirada de


agotamiento.

—¿Y ahora qué? —preguntó Rosauro y llamó al camarero para pedir una
paella y pescado para todos.

—Ahora qué de qué, no entiendo.


—Me debes unas disculpas en una cena, un paseo, unas copas…

—Vas apañado… —me reí nerviosa.

—Vaya, veo que eres muy justa…

—No, pero ya pasó y pasó.

—Joder hija, dale una oportunidad al chico, metiste la pata tú —soltó


Daniela.

—Y tú, ¿por qué no te callas? —pregunté mirándola con ganas de


matarla y recordando la mítica frase del Rey a Hugo Chávez.

—Haya paz, tengamos una comida relajada, vine a comer solo y voy a
disfrutar de vuestra compañía y pagar el triple de lo que me iba a costar —
se rio provocando una risa en nosotros.

—Vas apañado si te piensas que entre nosotras hay paz y amor, lo


nuestro es una amistad a lo bruto —decía Mariola, ocasionando una risa de
Martín.

Vaya palo el que me había llevado con lo del hermano. Rosauro y yo,
estuvimos liados durante varios fines de semana, de sábado en sábado
noche, y la verdad es que me gustaba bastante, pero cuando lo creí ver, le
pillé un asco que ni aun ahora sabiendo la verdad se me pasa.
Rosauro tenía un taller mecánico muy bueno en la ciudad, con varios
empleados, pero él estaba ahí con los arreglos al pie del cañón y en la isla
estaba muy bien reconocido por su profesionalidad. No le faltaban clientes,
eso sí, trabajaba muchas horas.

Era guapísimo, rubio con el pelo hacia un lado, muy buen cuerpo,
atlético, y una persona muy noble. Bueno, hasta que supuestamente lo vi
con otra y aunque no teníamos nada más que un rollete, a mí me estaba
gustando entonces bastante, pero lo sucedido fue el detonante para no
quererlo ver ni en pintura.

Pero ahora era que no, ahora no me gustaba lo más mínimo y si encima
había que añadir que tenía en mi cabeza a Martín, pues peor lo tenía el
pobre.

Nos tiramos toda la comida con él y además un buen rato charlando,


luego las chicas se fueron juntas y él intentó hablar conmigo, pero le dije
que otro día, que ahora no era buen momento y finalmente lo aceptó.

Aproveché para pasar por las oficinas de la empresa que me contrataba


para todos los eventos que llevaban.

—Mi chica favorita. ¿Qué haces por aquí? —Me recibió feliz Ofelia, la
recepcionista.

—Pues a ver qué me tienen para los siguientes días —le di un abrazo—.
¿Tienes información?
—Pues parece ser que te pusieron una para el viernes por la noche —deja
que lo reviso—. Sí, así es, en Las Cuevas del Vino.

—Joder, a ese evento va media isla —resoplé—, pero bueno, lo que


pagan merece la pena. ¿Algo más?

—No, pero es que ya sabes que hasta mañana no tendremos los repartos
definitivos.

—Bueno me hago al cuerpo para la del viernes y ya me dirás. Por cierto,


¿cómo llevas lo del divorcio?

—Genial, ya no me levanto con pesadillas, ya he pasado de eso a


levantarme tras haber tenido sueños de lo más perversos —se puso la mano
en la boca riendo.

—¡Vaya, menudo cambio! —reí.

—Joder, que aún soy joven, me quedan tres años para los cuarenta.

—Pues sí, te queda mucha juventud por delante —la animé.

—No tanta como a ti —me hizo un guiño y cogió una llamada.

Le hice señas como que nos llamábamos al día siguiente y me marché.


Llegué a casa y estaba con rabia por no haber tenido señales de mi
notario favorito y yo, como que no me atrevía a escribirle.

Esa tarde mis padres habían salido a hacer la compra y mi hermana


estaba con su amigo por ahí, así que me quedé de lo más tranquila hasta
cerca de la hora de la cena en la que mi hermana aún no había llegado y mis
padres estaban relajados. Cené con ellos y luego me subí a la habitación,
tenía ganas de estar sola, de pensar y de acostarme temprano, me sentía
triste y no era por otro motivo que por no haber sabido de él…

Encendí la tele de la habitación y me puse a ver una serie turca, al menos


la vista me la iba a alegrar. ¡Cómo estaba el Caimán!, como yo le decía,
pero vamos que se llamaba Can Yaman, ese hombre que ahora arrasaba con
todas las féminas de medio mundo, incluida yo.

Le di a pausa y bajé a prepararme unas palomitas, tenía ansiedad,


necesitaba comer y eso que había cenado bien, pero claro, mi problema es
que cuando estaba nerviosa me daba por comer.

Cuando subí y me senté para seguir disfrutando de la telenovela, me di


cuenta de que me había entrado un mensaje y casi me caigo de lado al ver
que era de Martín.

«Mañana te recojo a las dos y media en tu casa. No hace falta que me


contestes. Sueña conmigo.»

Joder, ni opción a replica, pero así me gustaba, con decisión y con las
cosas claras, eso era madurez. Y yo me había venido arriba. ¿Ahora quién
era la guapa que se concentraba en la serie? ¡A la mierda el Caimán!

Miré varias veces el mensaje, lo de sueña conmigo me había llegado al


corazón, pues claro que iba a soñar con él, vamos que iba a tener que dar fe
de ello.

Me costó un montón relajarme, parecía una niña en una feria, hasta daba
vueltas a la habitación moviendo las muñecas con rapidez y es que eso de ir
a comer con él al día siguiente era mucho.

La puerta de mi cuarto se abrió sin previo aviso, no podía ser otra que
Romina.

—¿Qué quieres?

—Refregarte por la cara que hoy ligué —me hizo un guiño.

—¿Y qué quieres, que te aplauda? ¿Qué te felicite?

—Que te jodas —sonrió y cerró la puerta.

Qué mal estaba, por día peor, no sabía qué se tomaba esa, pero no había
un día que fuera normal, en fin, era mi hermana y no la podía descambiar.

Me acosté feliz por lo del día siguiente y esperando que esa noche
pudiera sonar con él.
Capítulo 5

Feliz, así me levanté esa mañana, con ganas de que llegara la hora en que
mi notario favorito me recogería para llevarme a comer.

Después de la tarde anterior con mis amigas, donde además de contarnos


las últimas aventuras y desventuras, y que tuve que comer con mi ex ligue,
que no le voy a llamar novio porque no lo era, recibir un mensaje de Martín
me hizo desconectar por completo.

Además de la cara de boba que de seguro tenía y de esa sonrisa que no se


me iba. Madre mía, ¿cuándo había sido la última vez que me sentía así? ¿A
los diecisiete? Sueña conmigo, fueron sus últimas palabras, y yo… pues le
iba a hacer caso, claro que sí.

Y hablando de diecisiete… por ahí se escuchaba a la alegría de la casa


haciendo lo que según ella decía, cantar.

Sí, como un jodido gato atropellado, la madre que la parió.


—¡A levantarse! —gritó la muy puñetera abriendo la puerta de mi
habitación.

—¡Que te den! —Menudos saludos mañaneros los nuestros.

—Chica, que tu madre dice que bajes a desayunar.

Mentira, mi madre no había dicho nada, que se pensaba la niña que yo


era tonta y no sabía que lo primero que hacía por las mañanas era venir a
darme por culo a mí.

Pero iba lista, porque a mí no me amargaba hoy el día nadie, y menos


ella.

¿Y pensar que cuando nació era lo más bonito que había en mi vida?

Tan pequeñita, tan dulce y según iba creciendo me miraba como si yo


fuera uno de esos superhéroes de los cómics, hasta que cumplió los catorce
y su hobbie favorito empezó a ser meterse conmigo, como si le hubiera
hecho algo, vamos.

—Va, que bajes que no tengo ganas de que me caiga la bronca por no
despertarte.

—¡Pero si mamá no me ha llamado! —grité poniéndome en pie y en


unos pocos pasos estaba en la puerta, cerrándola en todas sus narices.
—¡A papá que vas! —gritó desde el pasillo.

—¡Pues como siempre!

Unas respiraciones para relajarme y volvía a ser persona. Bueno, a


medias.

Bajé a desayunar y ahí estaba mi padre, con esa cara de pocos amigos
que se le quedaba después de que mi hermana le fuera con el cuento de la
mañana.

Me senté a la mesa con todos y empezamos a desayunar, hasta que


Romina, en uno de esos arrebatos tan suyos en los que o lo soltaba, o lo
soltaba, dejó la servilleta sobre la mesa dando un manotazo.

—¡Es que no lo entiendo! —gritó haciendo que mi madre se


sobresaltara.

—Pero, ¿qué pasa ahora, hija mía?

—¿Qué va a pasar, mamá? Que tu hija me grita, me cierra la puerta en


las narices, se lo digo a papá y él, ¿qué hace? ¡Nada! Mírale, ahí sentado
tomándose el café como si no le hubiera contado nada.

—Romina, tengamos el desayuno en paz, por favor te lo pido —dijo mi


padre sin apartar la vista de su café.
Desde luego, ya quisiera yo cuando tenga treinta años más ser tan
paciente como él, vamos que se tiene el cielo ganado con la niña.

Mi madre suspira, y por el rabillo del ojo la veo negando mientras mi


hermana sigue protestando, por lo bajini, como quien no quiere la cosa.

—Romina, si sigues así, la tenemos —por el tono serio de mi padre, sé


que le puede caer una buena, vamos que la deja en casa sin salir toda la
semana.

—¡Es que es injusto! A mí me cae la bronca por cualquier cosa, y a ella


porque sea la mayor ni siquiera un, Olivia —mi hermana pone la voz más
grave, tratando de imitar el tono de nuestro padre, y él la mira con el ceño
fruncido.

—Sí, es la mayor, y también la que ayuda en casa.

—¿Y yo no ayudo? ¡No me fastidies, papá! Que te diga mamá, ¿quieres?


¡Pregúntale, a ver quién es la que ayuda en casa!

—Las dos ayudáis, cariño —ahí está mamá intentando mediar—, de


diferente manera, pero ayudáis.

—¡Estoy harta! Olivia es la mejor, Olivia es la más estudiosa, Olivia es


la que trae dinero a casa. ¡Olivia, Olivia, Olivia! ¿Y Romina? Qué pasa
conmigo, ¿eh? ¡Parece que no existo, joder!
—¡Se acabó! —y hasta ahí había llegado la paciencia de mi padre.

Con un golpe en la mesa, y mirando a mi hermana se puso en pie antes


de dictar sentencia, como si de un juez se tratara.
Que alguien se apiadara de Romina.

—No voy a tolerar más discusiones sin sentido en esta casa, ¿me oyes,
Romina? Tu hermana trabaja dentro y fuera de casa, ayuda en todo lo que
puede igual que tú, y además acabó los estudios que ella eligió. ¿Me puedes
decir qué vas a estudiar tú? Porque, si mal no recuerdo, el año que viene
acabas el instituto y seguimos sin noticias de lo que quieres hacer.

—Pues no lo sé ni yo, papá. ¿Qué quieres que te diga?

—¡Lo que sea! Que estudies lo que sea, pero que estudies. ¿Es que
piensas pasarte la vida saliendo y ya está?

—¡Claro que no!

—Por favor, vamos a calmarnos un poco —menuda fe la de mi madre,


vamos, ni la que da mi notario.

—Adela, te juro que yo trato de calmarme, pero tu hija no me lo pone


fácil.
—¡Ah! ¡Que ahora resulta que solo soy tu hija! —Mira a mi madre, que
tan solo niega, y vuelve a la carga— ¡Cualquier día me voy de casa y no me
veis más el pelo! ¡Lo juro!

—¡No digas tonterías, hija! Todavía eres menor de edad.

—¡Deseando estoy de cumplir los dieciocho! ¡O de que esta —gritó


señalándome—, se vaya de casa y me deje vivir tranquila!

—¿Que yo no te dejo vivir tranquila? —Hasta ahí podíamos llegar,


vamos, lo que tenía que escuchar— ¡Pero si ni te molesto! ¡Al contrario,
eres tú la que incordia, día y noche, viniendo a mi habitación! ¿O es que te
pedí yo que me informaras ayer de que habías ligado?

Si digo que se ha quedado blanca, me quedo corta. Vamos, que ahora


mismo es casi transparente con respecto al color de la pared del salón.

A ver, que mis padres no son unos antiguos ni nada de eso, pero quieren
que se centre en los estudios y no en salir por ahí todo el día, y si además le
añadimos que conozca a algún chico que la distraiga más todavía pues mal
lo lleva la chiquilla.

—¡Eres! ¡Eres! —Me mira con los ojos cargados de odio, se levanta y se
va.

—Y que no tengamos un solo día tranquilo en esta casa —mi madre


suspira y tras ponerse en pie, empieza a recoger la mesa.
Yo la ayudo, como siempre, y cuando estamos las dos solas en la cocina
la doy uno de esos achuchones por la espalda que me gustan y ella me coge
la mano con cariño.

—¿Por qué discutís tanto, hija?

—Si yo lo supiera, mamá.

—Antes no era así, todo el día protestando y quejándose. ¿Qué le pasó


para que cambiara mi angelito?

—Eso solo lo sabe ella, mamá. Si algún día quiere, que nos lo cuente.

—Si hasta le compras ropa, que por mucho que tú te enfades con ella la
quieres mucho.

—Bueno, no estés triste. Venga, que te acompaño a la compra —estoy


saliendo de la cocina cuando recuerdo la cita con Martín— ¡Ah! No comeré
en casa, que he quedado con una amiga.

—Muy bien, cariño.

Y así paso el resto de la mañana, comprando con mi madre y tomando un


pequeño aperitivo antes de volver a casa, que ella también tiene derecho a
un ratito de desconexión de su día a día.
A la vuelta, con toda la compra colocada, voy a mi habitación, escojo un
conjunto compuesto de falda y blusa en color celeste y me doy una ducha.

Me seco un poco la melena, un toque de maquillaje que haga resaltar el


azul de los ojos y lista para salir.

Ni dos pasos doy en el pasillo cuando veo a mi hermana que acaba de


subir las escaleras. Resopla, me mira y pasa como si fuéramos dos
desconocidas.

Vale que es una adolescente, pero podría ser un poquito menos dañina
con quienes más la queremos, o sea, su familia.

Físicamente somos como la noche y el día, vamos igual que mis padres.
Yo he salido a nuestra madre, morena de ojos azules y muy parecidas
físicamente, mientras que ella es como nuestro padre, rubia de ojos
marrones.

Es una preciosidad, y no lo digo porque sea mi hermana, sino porque es


cierto.

Pero tiene esa cosita ahí clavada de que no se parezca en nada a nuestra
madre.

—Me voy ya —entro en la cocina donde están mis padres terminando de


preparar la comida y me despido con un sonoro beso—. Os quiero.
—Y nosotros a ti, hija. Pásalo bien.

—Sí, mamá.

Dos y media en punto y estoy saliendo del portal. Miro a un lado y otro
de la calle hasta que doy con él, con mi notario.

Sonríe al verme y cuando me acerco, se inclina para darme un beso en la


mejilla.

—Estás preciosa. ¿Vamos?

Asiento y, como siempre, me abre la puerta del coche. Desde luego, es


un caballero, de esos de los de toda la vida.

Pregunto dónde vamos, pero tan solo responde que me va a gustar el


sitio.
Así que nada, a esperar a llegar y ver si es cierto. Aunque seguro que sí.

Y desde luego no me equivocaba ni un poquito. Uno de los restaurantes


más tranquilos de toda la isla, decorado con esas puestas de sol que nos
ofrece cada rincón de la misma.

Entramos y enseguida nos llevan a la mesa, al fondo del salón junto a


uno de los ventanales que da al mar.

Desde luego, comer con estas vistas es una maravilla.


—¿Qué tal el día? —pregunté cogiendo mi copa de vino.

—Tranquilo, de los pocos que hay. Algunas firmas y poner al día unos
asuntos.

—Eso está bien, que el trabajo no sea muy estresante.

—Y tú, ¿qué has hecho hoy?

—Pues aparte de discutir con mi hermana, que eso ya es el pan de cada


día, fui a la compra con mi madre y la invité a un desayunito de media
mañana.

—¿Sueles esperar mucho a que te llamen para ir a un evento? —preguntó


mientras mirábamos la carta.

—El viernes por la noche tengo uno en Las Cuevas del Vino, así que otra
vez a ponerme elegante y con la mejor de mis sonrisas —contesté poniendo
esa tan estudiada para los días de trabajo.

—Tienes una sonrisa preciosa.

—¡Na! —Le quito importancia con un movimiento de la mano—. Esta


es la del trabajo. La mía es mucho más bonita y natural.

—Todas tus sonrisas son bonitas, Olivia.


¿Y lo bien que sonaba mi nombre con ese tono de voz? Era hipnótica, de
verdad, de esas que cuando te dice aquello de “un, dos, tres, duerme” caes
fulminada.

—Es usted un zalamero, señor notario.

—No, simplemente hago gala de mi vocación, dar fe de lo evidente.

Pasamos el tiempo de la comida charlando, pero le notaba raro, como si


no estuviera realmente ahí conmigo.

Sonreía, me miraba como la vez anterior pero su cabeza… no, esa no


estaba ahí realmente.

—¿Te preocupa algo? —pregunté, queriendo salir de dudas.

—No, ¿por qué lo dices?

—Porque estás… pero no estás. O sea, quiero decir, tu cabeza está en


otra parte, no aquí.

—Bueno, tengo algunos asuntos que aún no he resuelto —me respondió


con el ceño fruncido—. Es algo complicado.

—Vale, no quería molestarte.


En ese momento suena su teléfono, lo saca del bolsillo interior de la
chaqueta y por el gesto, desde luego que la llamada no le hace mucha
gracia.

—Enseguida vuelvo.

Lo veo alejarse con el teléfono en la mano, hasta que sale a la calle y ahí
empieza a hablar con quién sea que le ha llamado.

Cojo mi móvil y mando un mensaje al grupo con mis chicas, a ver qué se
cuentan ese par de locas.

Poca cosa, Mariola desesperada porque esperaba un pedido que al final


no le ha llegado y Daniela, comiendo con sus padres.

—Lo siento, pero tengo que marcharme —la voz de Martín hace que me
sobresalte, porque no lo esperaba—. Te pido un taxi y que te lleve a casa.
De verdad que lo siento, pero… —Se queda callado, mirando alrededor en
busca del camarero que, en cuanto le ve llamarle, viene y él le pide la
cuenta.

Pues sí, dicho y hecho.

En cuanto le traen la cuenta saca la tarjeta y paga sin mirarla siquiera. No


hemos terminado de comer, bueno, es que solo hemos tomado el primer
plato.
Salimos a la calle y antes de llegar a su coche, Martín para el primer taxi
que ve, le da cien euros y le pide que me lleve a la dirección que le dé.
Sube a su coche, sin siquiera despedirse de mí, y sale como si le
persiguiera la policía. Madre mía, ¿quién le habrá llamado?

Entro en el taxi antes de que se largue con el dinero y me deje aquí más
tirada que una colilla y cuando me pregunta a dónde vamos, lo tengo más
claro que el agua.

—Pues mira, me vas a llevar al centro comercial y me vas a dar lo que


sobre de los cien euritos que te ha pagado el rubio, que me voy a dar un
atracón de pizza que ni he comido.

Ahí lo lleva, que este a mi costa no se hace el día. Vamos, y que sin
comer yo a mi casa no vuelvo.

Y ya que estaba fuera, sin ganas de volver a casa aún, me doy un paseo y
aprovecho para ir a visitar a mi amiga a su tienda de ropa. Que sí, que tengo
varios modelitos que pueden ir perfectos para el viernes, pero si veo alguno
que me guste lo compro y lo estreno.

En cuanto Mariola me ve entrar sonríe de oreja a oreja, y es que sabe que


si estoy aquí es que busco algo, aunque a veces cuando no me llevo nada
vuelvo con un café para cada una y uno de esos muffins rellenos de
mermelada de fresa que tanto le gustan.

—Tú trabajas este fin de semana, como si lo viera —sonríe y me abraza


antes de llevarme hasta la parte de lo que recibió a finales de la semana
pasada—. Oye, pero, ¿no estabas comiendo tu notario?

—Sí, por eso voy así vestida —dije señalando el conjunto—, pero
chiquilla, le han llamado por no sé qué urgencia y me ha subido a un taxi
para que me llevara a casa. Vamos, que el taxi me ha traído y como
prácticamente habíamos empezado a comer, he ido a la pizzería.

—¡Anda que avisas! Bueno, vamos a ver qué puedes llevarte hoy.

—Tengo evento en Las Cuevas del Vino, algo así elegante para un cóctel.

—Genial, porque tengo el modelo perfecto para ti. Ven conmigo.

Y efectivamente, mi amiga tenía un don para dar con el atuendo que toda
mujer necesita para lucir elegante y en consonancia con el resto de
asistentes al evento al que acudiría.

En cuanto vi lo que había escogido, me quedé prendada, de verdad que


sí.

—Perfecta, hija. Si es que te queda todo bien —me dijo antes de darme
un pequeño azotito en el trasero. ¡Qué manía tenía, oye!

—Bueno, pues ya tengo modelito. ¿De verdad me queda bien? Mira que
a esos sitios va cada estirada…
—Vas divina, de verdad. Podrías pasar por una de esas estiradas en vez
de la chica que sirve copas.

—Quién sabe, igual un día abres tu segunda tienda, y después la tercera,


hasta que te hagas mundialmente conocida, y me lleves un día a un evento
de acompañante.

—¡Qué más quisiera yo que ser mundialmente conocida! Bueno, anda,


vamos a guardar todo esto y te invito a un café.

—¿Con muffin? —pregunté sonriendo, porque bien sabía yo que iba a


caer uno, o dos, con el café.

Tras una tarde con mi amiga, de esas que nos gustaba disfrutar y que por
una tontería habíamos dejado pasar unas cuantas, regresé a casa, en taxi eso
sí, y feliz con mis compras.

Mi hermana en cuanto me vio llegar se subió a la habitación, mientras mi


madre se encogía de hombros porque otra cosa, la mujer, no podía hacer.

No tenía hambre, así que le di las buenas noches a mi padre, cogí mi


botella de agua y subí a la habitación para ver un poco más de esa novela a
la que estaba enganchada.

La protagonista era un amor, además de alocada, y con cada ocurrencia


que no era de extrañar que el Caimán se riera con ella.
Me desperté sobresaltada, no sabía qué hora era, pero me había quedado
dormida. Miré la hora en el móvil y eran las dos de la madrugada. Escuché
de nuevo el mismo ruido que me había sobresaltado, así que me levanté y
abrí la puerta.

No había nadie, tal vez me lo hubiera imaginado. Cogí la botella y bajé a


la cocina, con cuidado y de lo más sigilosa para no despertar a mis padres,
ni a la niña de la casa, que esa era capaz de soltarme una de las suyas por
haberla despertado.

Me extrañó ver la luz del porche encendida, ya que si estábamos las dos
en casa cuando mis padres se acostaban siempre la apagaban.
Miré por la cortina del salón, en plan vieja del visillo, y me quedé
alucinada.

¿Quién coño era el ligue de mi hermana? ¡Joder! Menudo cochazo tenía


el niñato, la madre que le parió.

Debía ser un veinteañero de esos a los que papá le prestaba el coche,


pero, a ver, ¿qué narices hacía mi hermana a las dos de la madrugada en
la…?

—Joder, Romina. Como te vean las vecinas… —murmuré al ver a mi


hermana comerle los morros al muchacho. Al que no pude ver bien.

Desde luego, si mi padre bajara ahora, le caía a la niña la del pulpo, que
lo sé yo. Mi madre no le diría nada, simplemente la taparía.
Pues como iba a hacer yo, qué remedio.

Ahí me puse a apagar y encender la luz del porche, que no es que yo


supiera código Morse ni nada de eso, ¿eh?, pero al menos así la niña se dio
por enterada y salió corriendo del coche.

En cuanto entró, en pijama y con pantuflas, y me vio en la cocina, tan


solo asintió, imagino que ese era su modo de decirme gracias por no montar
un numerito.

Bien sabía ella que nuestro padre, desde el accidente, dormía algo peor y
solía bajar de madrugada a tomar una valeriana.

En fin, que a los diecisiete se puede hacer cada locura… que para mí se
queda.

Regresé a mi habitación, me metí en la cama y dejé que el sueño me


atrapara de nuevo.
Capítulo 6

Otra vez ese maldito despertador sonando bajo mi cama. ¿Cuándo


cojones lo metió, si lo revisé antes de ir a dormir?

Me levanté y fui a su cuarto con la botella de agua en la mano y se la tiré


por encima mientras dormía, sus chillidos se escucharon en toda la casa,
pero a mí me dio igual, me fui hacia la cocina a tomar un café.

Escuché a mi madre pelear con mi hermana y luego venir con mi padre a


la cocina.

Encima que la tapé la noche anterior, esta vivía en guerra con el mundo y
ese mundo era aquel de ella misma y sus paranoias mentales.

—Es que una no se puede levantar tranquila, estoy hasta las narices decía
mi madre con un enfado monumental.
—Lo que no es normal es que me meta el despertador debajo de la cama
y como es tuyo, de recuerdo de la abuela, pues no lo puedo romper —hice
un gesto de lado con la cara.

—Hija, de verdad, tiene ocho años menos, pasa de ella.

—¿Defiendes que me levante a las ocho con esa lata dando zumbidos?
Madre mía, ya lo que me faltaba por escuchar.

—No, si no sé para qué os digo nada, desde luego que en vez de cuidaros
os matáis.

—Vamos a desayunar en paz —murmuró mi padre soltando el aire.

Mi hermana apareció después de ducharse, vamos que ya iba en remojo


para la ducha, pero bueno, que ahí apareció con cara de militar, enfadada y
ofendida, ella que comenzó todo.

—Os juro que en cuanto cumpla los dieciocho años me voy de esta casa
—decía con la mano para arriba y para abajo.

—Bueno, aún te quedan unos meses, así que desayuna, nos relajamos
todos y espero que no tenga que volar el desayuno, ya estoy que reviento —
decía mi padre mirándonos a las dos.

—Yo hoy tengo cosas que hacer, esta noche trabajo y quiero la fiesta en
paz —dije en un intento de que todo se calmara, más que nada por la cara
de mi padre.

—Dios mío y solo es mitad de julio y me quedan dos meses aguantando


esta cruz —murmuró mi hermana cuando ya se debería de haber callado.

—Si quieres te pago un curso de verano —le dije con una sonrisa.

—Mejor un campamento —me la devolvió con ironía.

—Mejor me voy a desayunar a la calle porque hoy me habéis terminado


de tocar los huevos —soltó mi padre levantándose, cogiendo las llaves y
saliendo de mi casa. La primera vez que le veía así.

—Lo habéis conseguido —dijo mi madre levantándose y dando su


desayuno por concluido.

—Tienes menos luces que un seiscientos —miré a mi hermana con asco


y negando.

—¡Adiós!, habló la digna.

—¡Vete a la porra! —exclamé yéndome a la habitación a cambiarme para


irme a la calle, que quería ver un par de cosas.

Salí de casa y al doblar la esquina me encontré a mi padre en la terraza


del bar desayunando con dos vecinos, los saludé y me dijo que me llevara
su coche, pero no tenía ganas más que de andar, y estábamos prácticamente
en el centro, a un lado la playa y al otro el casco urbano.

Mi padre, pobrecito, en el fondo me daba pena de que tuviera que


aguantarnos cada día con las broncas en casa, pero es que mi hermana no
me lo ponía fácil y encima yo que me encendía rápidamente como una
mecha y explotaba. Pues eso, la cosa se agravaba y terminamos en una
discusión donde al final los más afectados eran nuestros padres.

Muchas veces pensaba en tener una conversación con mi hermana y que


todo cambiara, pero era imposible, al menos hasta ahora todo lo que había
intentado había sido en vano, encima se me ponía chula y me echaba en
cara un montón de cosas que no tenían sentido, en fin, aún les quedaban a
mis padres unos años de lucha. ¡Qué tranquilos se iban a quedar cuando las
dos nos independizáramos!

De mi cabeza no se podía borrar la imagen de Martín diciendo que se


tenía que ir y dándole cien euros al taxista, ni que me fuera a llevar a un
circuito por la isla, y encima sin saber más de él.

Era todo tan surrealista que a veces pensaba que ese hombre tenía algo
tan oscuro que ni lo podía decir. Eso, o que, como notario que era, podía ser
muy prudente con todo y no le gustaba ir contando a la primera de cambio
nada, esperaría un poco a que me conociera más o simplemente pasaba de
hacerlo.

En fin, fuera lo que fuera a mí me encantaba con sus misterios, sin ellos,
con la rabia que me hacía tener esa sensación de no saber qué pasaba y
demás, pero es que me gustaba con lo bueno y con lo malo, esa era la
realidad.

Fui a la tienda de Mariola, allí estaba, pero no en la tienda, en la terraza


de la cafetería de al lado.

—¿Cuánto tiempo necesitas para desayunar? —pregunté bromeando y


sentándome con ella.

—Toda la mañana —me hizo un guiño—¿Qué haces tan temprano en la


calle?

—Hemos tenido una coyuntura familiar —resoplé.

—Te has vuelto a pelear con tu hermana… —se rio.

—Y mi padre dejó el desayuno y se fue a la calle a desayunar solo, pero


vamos, me lo encontré ahora en el bar de la esquina con dos vecinos, así
que ni vamos a tener que poner una denuncia por desaparición, ni porque se
haya tirado de un acantilado —bromeé negando y volteando los ojos.

—Pobre Albano.

—Hija de la gran fruta la Romina —sonreí.

—De verdad, no entiendo cómo vuestros padres no os ponen ya en


vuestro sitio.
—Dirás a mi hermana, yo no ando tocando los cojones a nadie.

—Bueno, pero podrías frenarla.

—¿Crees que no lo he intentado?

—Cambiando de tema, hoy tienes el evento.

—Sí, hija, además va un Tik Toker de esos que van arrasando, de esos
que no dan palo al agua, hacen dos bailecitos copiados en cinco segundos y
se desembolsa un pastón mensual. Nos vamos a tener que abrir una cuenta
de esas y hacer las tontas.

—Desde luego que sí, es por lo que hoy en día se gana dinero y sin dar
palo al agua. Por cierto, ¿sin noticias del que da fe? —me preguntó
arqueando la ceja.

—Nada, ni lo más mínimo.

—Qué raros son los hombres, de verdad, cada día tengo más claro que
me quedaré soltera y entera.

—Pues nada, si es así, nos vamos a vivir Daniela, tú y yo juntas y a la


mierda los hombres.
—¡Sí claro!, no tengo yo otra cosa que hacer que irme con vosotras dos a
vivir —rio.

—Mala amiga —negué riendo.

—Defensa propia, se llama.

—¡Los cojones! —negué.

Me despedí de ella y fui a por lo que había salido, que era un par de
cosas que me hacían falta, sobre todo, una barra de labios que yo usaba
mucho en color rojo y era fija, la mía ya no daba para más y eso que yo era
de exprimir las cosas al máximo, que una tenía de todo menos posibilidad
de derrochar dinero.

A la hora de la comida mi padre estaba con una cara de esas de que como
se dijera lo más mínimo iba a arder la casa, así que intenté no hacer caso a
las provocaciones de las miradas de mi hermana pues al final le veía a mi
padre marchándose de nuevo, esta vez a comer al bar.

Después de comer me fui un rato a la playa frente a mi casa, había


quedado con Daniela para irnos un rato ya que luego yo tenía evento.

—Te juro que no puedo vivir sin Lucas, no sabes cuánto lo echo de
menos.
—Pues nada, me pagas un viaje en crucero y nos vamos las dos para que
lo vuelvas a ver.

—Para volverlo a ver, me lo pago solita —me sacó la lengua en plan


graciosa.

—Desde luego, tener amigas para esto… —negué.

Estuvimos tumbadas al sol y dándonos algún que otro baño, luego me fui
a casa a prepararme y como no había nadie llamé a un taxi para que me
llevara al evento.

Iba monísima, con una falda corta tipo princesa en color blanca, arriba
una camiseta negra de tirantes a juego con las sandalias de tiras y con su
buen tacón.

A todo esto, sin saber qué cojones le pasaba a Martín, para no dar señales
de vida y mucho menos para que se fuera de aquella manera. Para ser
notario parecía un prófugo de la justicia, en fin, pero, ¿qué podía esperar de
un hombre con una vida acomodada laboralmente y siendo un bombón?
Pues nada, imagino que nada, pero una que es un poco princesita pues oye,
se piensa que su príncipe azul la va a rescatar y llevarla a un palacio donde
la felicidad reinará todos los días de su vida.

Llegué al evento y el responsable me dio la identificación personalizada


que tenía que poner en un lado de mi pecho, como las cajeras del
supermercado, y así fue como me puse a un ladito para entregar una copa de
vino blanco a todos los que iban apareciendo por allí.
Una tonta, dos tontas, tres estúpidas y, ¡vamos para bingo! Como en cada
evento las acompañantes de los asistentes siempre iban con esa altivez
característica de las que se pueden presagiar que eran mujeres de compañía,
en fin, tontas y más tontas que se creían alguien del brazo de algún
millonario.

Y, cómo no, ¡sorpresa! Ahí estaba él, como siempre, cuando menos te lo
esperabas…

—Vaya…

—Hola, Olivia —sonrió señalándome una copa.

—Hola, señor notario —sonreí con ironía— ¿Vienes a por lo que sobró
del taxi?

—No —sonrió negando—. Vengo porque me invitaron y porque, como


me dijiste, estarías aquí trabajando. Por cierto, estás muy guapa.

—Esperando a encontrar al amor de mi vida —sonreí bromeando.

—Ajá —cogió la copa que le di y se echó a un lado para que sirviera a


otros invitados.

—¿También vienes a saludar al anfitrión e irte?


—Se dice a hacer acto de presencia.

—Es verdad —volteé los ojos—, que un señor notario tiene que llamar
todo por cómo le dé la gana.

—Te veo un poco enfadada.

—Un poco dice… —Hice un gesto de cansancio.

—¿Y eso del amor de tu vida?

—¿Tengo que aclararlo para que des fe?

—Bueno, luego lo discutimos en el coche

—¿En el coche? ¿Quién dijo que me iré contigo?

—Te llevaré a tu casa.

—Bueno, eso tendré que decidirlo yo, ¿no?

—Podemos negociarlo…

—¿Notario o banquero? —resoplé y sonreí a una pareja que venía hacia


mí.
—Las dos cosas se me dan bien —carraspeó.

Lo miré mientras servía y hasta los clientes notaron mi sonrisa irónica


hacia él, pero bueno, yo también notaba que ellos eran una pareja de
mentira, al ser ella de compañía y no decía nada, así que, arreando que es
gerundio.

Se iba y venía, saludando a unos y otros, yo lo observaba y de vez en


cuando me pillaba mirándolo y me hacía un guiño para luego volver hacia
donde yo estaba y quedarse un poco a mi lado buscándome la lengua.

Esa noche me tocaba recepción y cuando ya todos pasaron por ahí, mi


trabajo finalizó, así que me senté a tomar algo con Martín, ese irresistible
hombre por el que sentía predilección y que jugaba al misterio, porque
aparte de saber a qué se dedicaba, que tenía un hermano y que los dos
habían seguido los pasos de sus padres, ya no sabía nada más. En fin, ¡un
hombre hermético!

—De verdad, ¿no me vas a decir por qué te tuviste que ir las dos veces
de aquella manera?

—Bueno, quizás algún día…

—Algún día cuando ya no sepa más de ti, ¿no?

—¿Piensas que desapareceré en algún momento?


—Pienso que eres raro, sinceramente —reí negando mientras daba un
trago de la copa.

—¿Cómo de raro?

—Me estás tocando la moral, vale ya con las preguntitas que me estás
recordando a Romina.

—¿A tu hermana? —preguntó riendo.

—A esa misma, a la de “Felicita”.

—Dime una cosa. ¿Qué esperas de mí?

—¡Bueno, bueno!, baja los humos que no espero nada.

—Pues tienes demasiadas preguntas para no esperar nada… —Arqueó


una ceja.

—Ninguna, solo tengo una curiosidad. ¿A quién debes dinero para salir
corriendo siempre cuando te llaman?

—No le debo nada a nadie —se encogió de hombros.

—Pues lo parece, hijo.

—Es tu percepción, solo son obligaciones que me surgen y…


—¿No me digas que los notarios estáis de guardia como los médicos?

—Digamos que sí, pero, que no quiero achacar el que me tuve que ir a
eso. Digamos que fueron asuntos urgentes familiares.

—Eso está bien —en ese momento me di cuenta que había girado el vaso
un poco más de la cuenta y… ¡Mierda! Joder, me había puesto la falda
guapa.

—¡Vaya! —Se levantó y me hizo un gesto para que me esperara.

Fue a una de las barras y pronto volvió con unas toallitas húmedas, eso
sí, el chaval era caballeroso un rato.

—No hace falta que… —Nada, ya estaba limpiando mi falda mientras


me miraba sonriente, el corazón se me ponía a mil por hora y creía
desfallecer. Y es que, aunque no lo quisiera reconocer, Martín me gustaba
por momentos un poco más.

Estuvimos bromeando bastante tiempo, le intentaba sacar cosas de su


vida, pero no había forma y lo peor de todo, es que me ponía el corazón a
mil, sabía cómo ponerme nerviosa y cómo manejar la situación, debía ser
que de algo debían valer esos diez años que me sacaba.

Si había algo que tenía claro es que tenía dos opciones, seguirle el rollo a
su manera de que apareciera cuando quisiera o me escribiera cuando
también le apeteciera quedar y al momento y ya, o darle carpetazo después
de esta noche, pero esta segunda opción como que no la veía. Si había que
jugar, se jugaba, como una guerrera, quién sabe si hasta ganaba la partida.

Fuimos para el coche y me ofreció el brazo para que me agarrara a él.

Me daba la sensación de que con esa caballerosidad es como si me


tratara como a una niña pequeña, por sus gestos, su forma de hablarme era
demasiado protectora y me daban ganas de cogerlo por el cuello y decirle,
“¿y el polvo pa’ cuando?”

Aquello era algo que me causaba mucha inquietud, el no saber por qué
iba a ese paso conmigo. A ver, no es que yo fuera una de las que le gustara
tirarse a uno a la primera de cambio, pero joder, atracción había por parte de
los dos, eso era evidente, pero, ¿qué cojones estaba esperando, a que un
cura nos diera la bendición? Bueno, mira, no estaría mal, señal de que nos
estaríamos casando, fíjate la sorpresa que sería para mis padres ver a su hija
casada con un notario. ¡Casi nada! Y cómo le jodería a la perra de mi
hermana, ya es cuando se tiraría de los pelos y no precisamente de la
cabeza.

Volviendo a donde estaba, que no era en otro sitio que, de camino a mi


casa en su coche, ese que conducía mirándome de reojo y sonriendo, estaba
claro que le encantaba ponerme nerviosa y de sobra lo hacía, me temblaba
hasta la campanilla de la garganta.

Paró delante de la puerta y me giré para mirarlo cuando… ¡Beso! ¡Me


había robado un beso! Y no, no un beso de esos que te limpian hasta las
muelas, para nada, un beso como el que me daba mi primer amor con doce
años, cogiéndome desprevenida y piquito que va, así fue. ¿Y qué esperaba o
cómo iba a reaccionar? Pues muy sencillo, ni opción a ello tuve, fue
robarme el beso, separarse y bajarse para venir a mi puerta a abrirla con una
sonrisa de oreja a oreja. ¡Cabrón! Murmuré sin que se enterara. ¿Cómo me
podía dejar así? Que sí, que tenía veinticinco años y quizás me veía como
una jovenzuela comparada con él, pero joder que sabía hacer lo mismo que
una de treinta y cinco en ciertos temas.

Me bajé del coche riendo mientras negaba, sí, riendo y mirándolo como
si lo fuera a matar por lo del beso, que realmente era por todo lo contrario.
¿Cómo podía ser tan…?

—Hasta otro día —arqueó la ceja, cerrando la puerta del copiloto.

—Ciao…

Me dirigí a la puerta sonriendo y le hice un gesto con la mano cuando se


aseguró de que entraba, estaba esperando ahí en su coche.

Entré con sigilo para no despertar a nadie y menos a la niña del exorcista
que dormía en la habitación de al lado, esa que esperaba que no me hubiera
metido el despertador debajo de la cama, hasta me agaché para comprobarlo
y no contenta con eso, cerré la puerta y puse una silla detrás por si se atrevía
a ponerlo de madrugada, me enteraría cuando tratara de entrar.

Me tiré en la cama resoplando e indignada con ese beso, que sí, que me
había hecho una ilusión tremenda, pero, ¿un beso más intenso no pudo
haber sido? Un beso en condiciones de esos que te desgarran el alma, en fin,
capaz y todo que el chaval fuera virgen con todos esos estudios que lo llevó
a estar concentrado tantos años. ¡Vete tú a saber…!

Me puse los auriculares y de fondo a Iker Jiménez, siempre solía


escuchar algún que otro podcast, me encantan esos programas de misterio,
sobre todo, cuando hablaban de ufología, era una apasionada de esos temas
y ahora necesitaba desconectar de ese momento que me había dejado con
más preguntas que respuestas. ¡Había que joderse con el notario!
Capítulo 7

Miré el móvil y eran las once de la mañana, sin rastro del despertador, de
niña del exorcista ni de mi familia, en la casa no se escuchaba ni una mosca,
seguramente mis padres se habían ido al mercado, les encantaba ir los
sábados a comprar pescado y carne, así que me tocaba desayunar sin tener
que escuchar a la “Felicita” gruñendo.

Un cafecito y me senté en la encimera de la cocina, mirando hacia el


exterior, el ventanal era gigante y entraba un sol que comenzaba a picar, el
calor de ese día se iba a hacer intenso.

En ese momento me llegó un mensaje de las chicas para irnos a la playa


a comer al chiringuito y darnos algún que otro baño, planazo, sin noticias de
este hombre lo mejor era irme con ellas, además algo me decía que volvería
a estar unos días sin dar señales de vida.

Metí en la bolsa de esparto la toalla, el neceser con el móvil y demás, me


puse un bañador blanco con florecitas de muchos colores bordadas, que me
había regalado Mariola de su tienda y el vestido camiseta que me había
comprado en el centro comercial. ¡Monísima de la muerte!

En ese momento entraron mis padres por la puerta justo cuando iba a
salir.

—¿Vas para la playa, hija?

—No, mamá, me voy al Caribe —bromeé mientras la besaba.

—Ahí me debería de ir yo —respondió mi padre y mi madre carraspeó a


modo de riña.

—¿Qué? ¿Acaso no me lo merezco después de llevar muchos años


cargando con tres mujeres? —preguntó sacando el lado bromista.

—Bueno, yo me voy, ahí os dejo negociando el viaje —salí riendo.

Llegué a la playa y ya estaban las dos locas en las hamacas del


chiringuito que eran para los clientes y nosotras lo éramos, con creces.
Digamos que entre nuestras cosas favoritas estaba ir a comer ahí, tomar un
calimocho o una cervecita y tirarnos en esas hamacas que tantos nos
gustaban, y eso que eran duras de narices, pero no nos íbamos a ir al de al
lado que eran camas balinesas que costaban cincuenta euros y aparte
tomarte una cerveza costaba cinco euros, comer allí ni os cuento, te tienes
que dejar un riñón y parte del otro.
—Os digo una cosa, yo hoy no me muevo de aquí hasta que me recoja —
advirtió Daniela.

—Vamos, como muchas veces, de aquí al cielo, perdón, a tu casa —le


respondió Mariola.

—Hoy ponen buena música en vivo y luego el ambiente ya sabéis.

—Como en toda la isla. ¿Dónde no hay ambiente un sábado por la


noche? —pregunté negando. En fin, que ya sabíamos que Daniela en
sábado y en la playa, era imposible que no cerrara el bar y si te
escantillabas, hasta lo abría por la mañana.

—Bueno, que eso, que no me comáis el tarro que estoy de relax.

—Mira esta, joder con la Danielita como está hoy —decía Mariola,
poniendo cara de asco.

—Buenas tardes —una voz masculina y conocida nos hizo girar a la vez
el pescuezo hacia arriba.

—Joder… —murmuré en alto al ver a Martín— ¿Me tienes puesto un


GPS?

—Si así fuera, ¿crees que te lo diría?


En ese momento se acercó el camarero y Daniela lo despachó rápido, ni
tiempo le había dado a llegar hasta nosotros.

—Cuatro cervezas bien frías y unas aceitunitas —gritó y hasta el


camarero riendo levantó las manos y se giró.

—Gracias —le dijo Martín y le dio dos besos a cada una, menos a mí,
que me dio uno por toda la cara en la comisura de los labios.

Puso una de las hamacas de delante pegada a nosotras y se sentó al otro


lado de la mesa.

—Va, escupe. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Sencillo, has cambiado tu foto de wasap por una en la que estás en


bañador y diciendo “Azulino me espera”, así que, blanco y en botella —se
encogió de hombros y mis amigas se echaron a reír aplaudiendo lentamente.

Y la puñetera verdad es que lo puse para que supiera dónde estaba,


aunque no pensé que fuese a venir y como yo llamaba al restaurante
Azulino y se lo había contado, pues nada, aquí estaba y yo aguantando la
baba que se me caía sin poder evitarlo. ¿Cómo podía estar tan bueno?

—No es por nada… —se rio Mariola.

—A ver qué sueltas ahora… —murmuré poniendo los ojos en blanco.


—Veo que hoy también nos sale la comida gratis —soltó y escupí toda la
cerveza encima de Daniela, que estaba a mi lado y yo mirando hacia ellas
por lo que iba a decir Mariola. Iba por lo de Rosauro, pero me eché a reír
pues yo también veía que otro día por la cara.

—Serás…

—Joder, lo siento —no dejaba de reír.

—Pues nada, iré ahí a la ducha a refrescarme que huelo a Heineken —


resopló enfadada y miré a Mariola, que lloraba aguantándose para no reír y
Martín se frotaba la frente apretando los dientes.

—Tampoco pasa nada porque se eche un poco de agua —volteé los ojos.

Volvió advirtiendo que una vez más y me tiraba su vaso por encima,
como si no la conociera y fuera capaz.

Martín nos escuchaba con esa sonrisa y yo aún me preguntaba el motivo


de su sorpresa, pero bueno, me encantaba tenerlo ahí.

No tardamos en ponernos a charlar todos mientras observaba como


siempre me miraba con el rabillo del ojo. Las chicas aprovecharon para irse
a dar un baño y dejarnos a solas un momento, las conocía y sabía que algo
me había venido a decir el señor notario.

—Venga, escupe y dime qué te trajo hasta aquí.


—Tus amigas me caen muy bien, pero quedan descartadas —arqueó la
ceja.

—Va, no empieces con tus misterios —negué.

—No, no son misterios, me pregunto si te apetecía venirte hasta mañana


al hotel de los gallegos.

—¿A uno de los más caros y exclusivos de la isla? ¿En pleno Julio? ¿Tú
sabes cuánto te va a costar eso?

—Me hacen precio —hizo un guiño—. Los dueños son clientes míos.

—Bueno, clientes tuyos son media isla, menos yo, que no se me perdió
aún nada en una notaría.

—¿Y?

—¿Hasta mañana?

—¿Te da miedo?

—¿Me estás retando?

—¡No! —rio.
—Déjame pensarlo… —carraspeé.

—¿Te doy miedo? —Arqueó la ceja.

—¡Qué leches! Me apunto —reí.

—Si te parece nos vamos después de comer.

—Claro, ahora te va a tocar pagar la comida.

—No me preocupa —sonreía.

—Ni a mí tampoco, créeme.

—Gracias por aceptar —me miró con esa carita mitad de ángel y su parte
de demonio, que estaba segura de que la tenía.

Las chicas volvieron y pedimos varias cosas para picotear, no queríamos


un plato único, queríamos probar un poco de todo y eso hicimos, eso sí, se
pidió para un regimiento. Entre mis amigas, que comían más por los ojos
que por la boca y Martín que no escatimaba a la hora de pedir, nos
montamos un banquete digno de boda.

Tras la comida nos metimos a darnos un baño los cuatro, luego nos
tomamos un café y Martín pagó la cuenta, además, le dejó unos cubatas
pagados a cada una, para ver cómo tocaban las palmas y le hacían la ola las
muy descaradas, nos fuimos muertos de risa.
Entré en mi casa para coger ropa y él me esperó en la esquina con el
coche. Mis padres estaban en el salón y les dije que esa noche no dormiría
en casa, me contestaron que tuviera cuidado, sabía que habían dado por
hecho que me quedaría con las niñas.

Cogí un vestido y sandalias para cenar y un cambio de ropa para el día


siguiente, incluido bañador. No sabía si pasaría el domingo con él o saldría
corriendo. A misterios no había quién lo ganara.

Salí emocionada, esto había sido una grata sorpresa y, sobre todo, que
esa mañana me había quedado rayada por lo del beso del día anterior, eso sí,
más me gustó el que ahora me dio en la playa en la comisura de los labios.

Encima iba a dormir con él, vamos que, si esta noche no pasaba nada, es
cuando me tiraría por la ventana de la habitación. No podía ser el hombre
de hielo y menos alguien como él.

Sonrió al verme llegar con una bolsa más grande, monísima, eso sí, que
yo era pobre, pero me podía permitir algún que otro capricho y además sin
gastar mucho, que yo era mucho de comprar rebajas, incluso de un año para
otro.

Nos dirigimos a esa preciosidad que solo conocía por fotos, era un hotel
con pocas habitaciones y todas en plan bungalós, dos habitaciones por cada
bloque, uno arriba y otro abajo.
Nos tocó el de abajo, directo a una de las piscinas que casi podían rozar
el mar en la altura, aquello era como salvaje pero muy cuidado, muy
coqueto y el blanco predominaba, a juego con la isla.

La habitación era preciosa, con un minibar, una cama gigante, pero no de


matrimonio, era como dos de matrimonio juntas, ahí se podía jugar hasta al
escondite, además de un baño impresionante en piedra, todo era en piedra.
Una maravilla para vivir un año, vamos que esto como apartamento para mí
era suficiente, eso sí, sí tuviera cocina.

Dejamos las cosas y fuimos a un bar de las instalaciones, era de caña y


madera, una cucada para tirarse una foto y hasta parecer que estás en
Hawái.

Ese bar estaba rodeado por una especie de lago donde te podías meter y
poner por fuera la bebida, eso sí, te la llevaban y todo. Allí había más
camareros que clientes, pero es que el sitio era de postín, de esos que, si no
fuera por una ocasión como esta, no pisaría en mi vida.

Al final decidimos tomarla en el lago, no había más que dos parejas y a


mucha distancia, no había aglomeración como en otros establecimientos
turísticos y lo más gracioso es que no tardaron en traernos un cuenco con
frutos secos.

—Se nota que tienes dinero —reí.

—Te equivocas, no suelo venir a sitios así, voy a hoteles de cien euros la
noche —reía.
—Ah y esto es porque vengo yo…

—No, porque los dueños estaban locos porque viniera, realmente no he


pagado ni un duro —arqueó la ceja.

—Bueno ya te lo gastarás en copas y en cena —sonreí.

—Nuestra tarjeta que di cuando pedí la copa —se refería a la de la


habitación—, está bajo el régimen de todo por la cara.

—¿En serio?

—Ajá.

—Joder, pues esta noche me voy a poner las botas con el “todo incluido”
este, estaba deseando catar uno, lo que no sabía es que iba a hacerlo, pero a
lo grande.

En ese momento se puso detrás de mí y su cabeza sobre mi hombro, con


una mano agarró mi cintura y con la otra aguantaba su copa sobre el poyete.

Se me erizó la piel y sentí ese mordisqueo en la oreja, que hizo moverme


y notar su miembro tras de mí, madre mía, esta noche iba a ser la mía.

—Me recuerdas a la canción “Despacito” —murmuré en tono de retintín.


—Quiero recorrer tu cuerpo despacito… —comenzó a cantar en voz baja
sobre mi oído y un escalofrío me recorrió por completo.

—No cantas mal —carraspeé nerviosa.

Lo escuché sonreír en mi oreja y, ¡por favor!, me estaba poniendo como


una moto que acababan de arrancar, pero tenía que disimular, no podía
parecer una loca que estaba muriendo por caer en sus brazos y descubrir ese
lado sensual que debía tener Martín y que ahora lo estaba comenzando a
notar.

Me giré y me quedé mirándolo, me tenía acorralada con sus brazos y una


mirada que hacía que me flaquearan hasta las piernas, pero es que no era
fácil estar ahí, me imponía, me imponía muchísimo y a la vez me causaba
aquello que pocos hombres habían causado en mi vida.

Me besó sin previo aviso, bueno miento, se quedó mirando unos


segundos mis labios y fue hacia ellos como si fuera un imán que atrae sin
desenfreno y yo, yo me dejé llevar, notando cómo él también dejaba
entrever ese deseo que era irrefrenables entre los dos.

Y no me quedaba otra que admitir que aquello me gustó, ese y todos los
que se vinieron sucediendo toda la tarde en los que los juegos y tonteos no
dejaron de sucederse.

Cuando fuimos a la habitación a cambiarnos para cenar quiso ducharse


conmigo, pero le dije que no (gilipollas de mí), que tenía hambre y que
luego hablaríamos después de una botella de vino.
Él lo acepto, en el fondo yo sabía que luego pasaría algo en la cama, pero
es que me entró toda clase de nervios así de golpe irme a la ducha desnuda
y hacerlo con él. ¿Gilipollas? Puede, pero yo también tenía mi vergüenza y
mis nervios.

Fuimos a cenar a una de las terrazas, al aire libre, la noche era perfecta y
estaba toda llena de velas, aquello era idílico y encima con él, con ese
hombre que había dado por fin un pasito más.

Pedimos un poco de marisco y una ensalada, además de una botella de


vino blanco de esas bien buenas, no es que entendiera mucho, pero por la
marca sabía que sí lo era.

Brindó por esa noche y por nosotros, sin decir mucho más. Eso de
“nosotros” sonó bonito, pero claro, yo no quería hacerme pajas mentales, si
quería algo de mí que me lo dijera claro y directo, ese “por nosotros” podía
ser por el polvo que íbamos a echar o por la noche que nos quedaba por
delante.

Charlamos mucho, eso sí, de nada en particular y de la vida en general,


no me contaba apenas nada de él, era de lo más hermético, pero claro, lo
mismo su prudencia e ir poco a poco era esencial para él. ¡Vete tú a saber!
Yo solo sabía que estaba ahí y que, ante todo, era lo que deseaba en esos
momentos, así que, no era para ponerme a comerme el coco con preguntas
que no tendrían respuestas.
Se notaba la tensión sensual que había entre nosotros y claro, fue
bebernos la copa de vino, cenar, tomar una copa y terminar en la habitación.

Entramos y no tardó en pegarme a él y comenzar a besarme con


desenfreno, los dos lo deseábamos y yo, aunque nerviosa por todo lo que
me imponía, me dejé llevar.

Sus manos comenzaron a subir por mi pierna metiéndose por debajo del
vestido, apretó mis glúteos con fuerza y hacia él, casi notaba sus dedos por
medio de ellos apretando con firmeza.

Me levantó y rodeé su cintura con mis piernas, se sentó en el borde de la


cama conmigo en alto y se deshizo de mi vestido, aquello fue un momento
de lo más fuerte, pues esos brazos y esa mirada impactaban y mucho.

Me movió por encima de su miembro para que lo notara, tuve que soltar
el aire mientras él me dirigía para luego deshacerse de mi sujetador con una
habilidad digna de alguien que sabía lo que hacía y que estaba muy
acostumbrado, pues tardó tres segundos.

Mordisqueó y lamió mi pecho, luego me levantó y me giró, bajó mi


braga y me hizo sentar sobre él, con las piernas abiertas por las suyas.

Eché mi cabeza hacia atrás al notar su mano entrar por esa parte tan
íntima que le deseaba, con la otra me agarraba pellizcando mi pecho, me lo
esperaba imponente, pero no tanto y tan a la ligera, aunque sabía lo que
hacía.
Metía sus dedos y luego jugueteaba con mi clítoris mientras yo notaba su
miembro pegado a mi culo, aquello me estaba volviendo loca, me sentía sin
poder moverme, estaba a su merced y fue brutal cómo me llevó al orgasmo
a la vez que no les daba tregua a mis pezones, esos que me dolían y gustaba
a la vez, pero él hacía caso omiso a mis chillidos llenos de gemidos.

Caí casi desfallecida hacia atrás, él me puso con cuidado sobre la cama y
se desnudó, se puso un preservativo e inclinó mis piernas, pegando mis
caderas al borde de la cama, pero levantándolas con sus manos.

Me penetró rápido y sin esperar, llenándome por completo, haciéndome


gritar al sentirlo. Comenzó a darme estocadas que casi no me dejaban
respirar, aquello era un momento salvaje, jamás había tenido una sensación
así. Lo que estaba claro es que lo estaba disfrutando y me sentía bien de ver
su rostro de placer, aquello fue brutal y cuando digo brutal es que no me
había visto en una mejor en mi vida.

—No te vistas —me advirtió y señaló para que me acomodara en la


cama.

Entró al baño y lo escuché lavarse, luego salió desnudo, con ese cuerpo
impresionante que tenía y se echó junto a mí, acarició mi cara y apagó la
luz.

Me quedé pegada a él, que me arropaba en sus brazos, dispuesta a dormir


así, desnudos como Dios nos había traído al mundo. Pensé en lo que
acababa de pasar, aquello había sido espectacular y no me lo esperaba así de
ninguna manera.
Eso sí, seguía con ese hermetismo que parecía que era lo más valioso de
su vida. Imaginaba que, poco a poco, si nos seguíamos viendo se iría
abriendo a mí, no podía ser de otra manera, al menos eso esperaba.

Me costó quedarme dormida, era una bomba de pensamientos, no podía


quitar de mi cabeza ese momento tan sensual, tan atrevido, eso, o que yo
aún no había espabilado mucho en ese sentido, pero fue un momento de lo
más excitante y novedoso, quizás porque con los otros hombres que me
había acostado había sido diferente y más liviano, más lento, haciendo más
cosas que estas, pero con otras pautas. Realmente me había gustado
demasiado ese control que tuvo sobre mí.
Capítulo 8

No sé ni qué hora era, solo que las manos de Martín empezaban de nuevo
a recorrer mi cuerpo. Comenzó a besarme por mi pecho, bajando
lentamente, tenía muy claro hacia dónde iba…

Y ahí fue, abriendo mis piernas con seguridad y metiendo su cabeza


entre ellas, gemí al notar su lengua entrando y jugueteando por mi zona,
mientras yo me agarraba a las sábanas y me contenía de chillar, sus dedos
también entraron en juego.

Ni buenos días, ni leches, eso era un despertar en condiciones y yo estaba


con la respiración agitada y temblando, es lo que me hacía sentir, un
temblor que recorría cada rincón de mi piel.

Llegué al orgasmo con su lengua, esa que se movía a la velocidad de la


luz y que en todo momento supo cómo conseguir que mi excitación fuera a
más hasta explotar de aquella manera.
Luego con un gesto de su mano en mi cadera, me indicó que me girase y
pusiera a cuatro patas, ahí que fui yo como una gata sensual levantando mis
caderas bastante y abriendo las piernas para que pudiera hacer bien lo que
los dos estábamos deseando.

Entró agarrándose a mis caderas con fuerza y comenzó a entrar y salir, de


manera sincronizada, yo volví a excitarme de una forma que no era normal,
pasaba de haber quedado sin fuerzas a volverlas a tener por completo.

Su miembro era imponente, me causaba un poco de dolor al final de mi


túnel, pero el placer lo compensaba y lo hacía de lo más excitante.

Él casi no hacía ruido, pero emitía unos gemidos contenidos que


indicaban que lo estaba disfrutando y mucho.

Llegó al orgasmo y se quedó sobre mi espalda besuqueándola.

—Vamos a la ducha —murmuró con esa voz desgastada.

Nos metimos en la ducha y me puso de espalda, era como si todavía no


hubiese acabado y no, parecía que no…

Me hizo apoyar las manos en una barra de la pared y con sus piernas me
indicó que abriera las mías, levantó un poco mis caderas y luego noté cómo
se echaba gel en su mano, uno precisamente que él había llevado, esa mano
en la que sus dedos no tardaron en introducirse en mi vagina para lavarla,
esta vez en plan tranquilo.
Sus dedos salieron y se echó agua, luego un poco más de gel.

—Tranquila, no te muevas —puso uno de sus dedos en la entrada de mi


culo, ahí no sabía cómo reaccionar, en la vida me habían tocado por ahí.

Era cuidadoso, pero seguro, sabía lo que hacía y lo masajeaba por fuera,
pero cada vez entrando ese dedo un poco, no me llegaba a doler, era un
poco incómodo, pero a la vez excitante, yo me agarraba con fuerza a la
barra.

Entró un poco más hacia y de la reacción me contraje.

—Relaja, relájate —murmuró tocando mi cadera en señal de que lo


hiciera.

Intenté relajarme después de que sacó su dedo y echó más gel para seguir
con la jugada, lo iba notando cada vez más adentro y yo iba haciendo más
fuerza en esa barra, que al final parecía que iba a partir.

—Relaja —murmuraba en voz baja, tranquilo.

Consiguió meter su dedo dentro y lo fue moviendo con cuidado, mientras


yo me quejaba, aunque no era una queja de dolor pleno, era una mezcla y
sensación muy rara que nunca había experimentado, entre molestia y placer.

Sacó su dedo, se lavó un poco bajo ese chorro de agua y me hizo girar,
me enjabonaba el pecho y mi cuerpo mientras me miraba con unos ojos de
deseo que parecía que no se le pasaba. Mordisqueó mis labios, los besó, me
pegaba a él, parecía que el juego seguía y yo me sentía una niña en los
brazos de un hombre, pero era una sensación increíble.

Al final terminamos de ducharnos y nos liamos una toalla para salir del
baño, yo llevaba otra en la cabeza.

—Siéntate ahí y tócate para mí —dijo señalando un sillón de dos plazas


que había frente a la cama, él se sentó en el borde de esta para verme de
frente.

—Me da vergüenza —murmuré sonriendo.

—No la tengas —me hizo un gesto para que me sentara.

Lo hice, abrí las piernas sin quitarme la toalla, comencé a tocarme


mientras lo miraba y veía el deseo en él.

—Abre un poco más —exigió con ese tono pausado y excitado, e hice
caso.

Y ahí, sin más, me empecé a tocar hasta volverme a excitar, aunque


reconozco que el rubor no se me pasaba, pero bueno, como una campeona
llegué a un orgasmo que me hizo gemir para él de nuevo.

Lo miré agotada y vino hacia mí para levantarme, me quitó la toalla, me


llevó al borde de la cama e hizo que me sentara en él, abrir mis piernas,
subirlas inclinadas y se puso en medio, me levantó las caderas con sus
manos y me penetró. Madre mía, iba a acabar conmigo, pero no, resistí a
ese otro momento tan apasionante como brutal.

Tras hacerlo se dirigió hacia el baño mientras sonreía y me indicaba que


ya me podía vestir para irnos a desayunar.

Salimos a uno de los bares que servían desayuno del hotel, él iba
cariñoso, bromista, me hacía gestos que conseguían derretirme y yo, estaba
volando a tres metros sobre el suelo.

Tras el desayuno y sin que nos hubiéramos levantado de la mesa, le llegó


un mensaje y con ello su típica frase: “Me tengo que ir…”

No dije nada, nos dirigimos a la habitación a coger las cosas e indicó a


un taxista que me llevara. Joder, ¿no tenía ni tiempo para llevarme él?

Nos despedimos con un beso y sin quedar en nada, típico en él. Me fui
hacia mi casa con esa mezcla de felicidad y tristeza a partes iguales.

Entré en casa y no había nadie, ese día mis padres habían quedado para ir
a la casa de la playa de unos amigos suyos a comer, así que mi hermana
estaría por ahí perdida y yo aproveché para llamar a mis amigas y quedar en
vernos en el Azulino.

Me cambié, me puse monísima para ir a la playa y llegué de lo más


emocionada, las dos cotillas comenzaron a interrogarme y les conté todo
con pelos y señales mientras sus gestos eran de asombro total.
—Entonces el tío folla como los ángeles…

—Mariola, como el mismísimo demonio —le contestó Daniela.

—Folla como nunca antes nadie me folló, con esa seguridad, control,
decisión… Joder, yo me sentía a su merced. Hasta el dedo en el culo… —
me puse las manos en la cara riendo y negando.

—Todo eso para luego recibir un mensaje e irse.

—Así es —contesté.

—A ver si va a ser puto —reía Daniela.

—No, no, es notario —solté una carcajada—. Y ahora soy yo la que doy
fe que folla brutal.

—Una cosa… —dijo Daniela con cara de pensante— ¿Y si lo espiamos


mañana?

—Joder, ¿en serio vais a ir a espiarlo?

—Yo aún no dije nada —advertí—, pero ojo, que no me importaría ir a


ver hacia dónde va cuando sale de notaría.
—¡Esa es mi chica! —contestó Daniela, señalándome con el dedo muerta
de risa.

—A mí es que ya me da mucha intriga ese hombre, es como si me fuera


a quedar mucho tiempo a su merced, quedar cuando le dé la gana, salir por
patas como viene haciendo y poco más, no sé, pero hay algo que no me
cuadra.

—Es notario y quizás no quiere que le vean con una chica mucho más
joven.

—Daniela hija, que me llevó al hotel de sus clientes, se coló en el evento


el viernes y que, por esa parte, aunque lo pensé no puede ser. Me lleva a
restaurantes y demás, vamos, no lo veo esconderse mucho, al menos esa
impresión es la que me da.

—Bueno, pues lo vamos a perseguir hasta descubrir qué pasa ahí, es muy
raro que siempre salga por patas de esa manera.

—¿Y qué más da? Si encima el tío folla del carajo y te lleva a sitios
espectaculares para ponerte mirando a la península —dijo Mariola, con un
ataque de risa de esos que se escuchaban en toda la playa.

—Bueno, que la Olivia y yo nos vamos a ir a perseguirlo, algo


descubriremos, al menos dónde vive, con quién queda y todo eso.

—Todo eso dice… Desde luego, estáis como puñeteras cabras, pero loca
estoy por enterarme de vuestras investigaciones.
—¿Y si nos pilla?

—Anda Olivia, si nos pilla hacemos las que pasábamos por ahí, además
me dejas a mí responder que soy de respuesta ligera.

—Perfecto, como tenga que contestar yo, vamos apañadas, me pondría a


sudar, nerviosa y tartajosa. Quita, quita, ni imaginarlo quiero.

Me quedé pensativa y sonriendo, mientras tomaba el sol no dejaba de


darle vueltas al asunto, me parecía gracioso eso de ir a vigilar sus
movimientos, a la vez que me venían los recuerdos de la noche anterior y de
esta mañana en la que el sexo fue un gran descubrimiento a su lado. Había
sido como algo diferente, pero es que él lo era y me gustaba la sensación
que producía en mí.

Me acordaba de su sonrisa, esa donde se le formaban unas comillas en


los extremos de su cara y es que era tan jodidamente sexy y guapo, que
hacía derretirme con un solo pensamiento.

El día en la playa lo pasé entre pensamientos y risas con las chicas,


estaban disparatadas y no hacían otra cosa que bromear con todo lo que me
estaba pasando. ¿Pero, cómo se podía calificar aquello? ¿Romance?
¿Comienzo de algo? ¡Yo qué sé! Solo sabía que no quería que acabase de
ninguna de las maneras.

Por la tarde regresé a mi casa, me puse a charlar un rato con mis padres y
me fui a la habitación con un sándwich mixto, necesitaba descansar, sobre
todo, estar sola conmigo misma. Tenía una sensación de cacao mental, que
no podía con ello y es que lo que estaba viviendo con Martín, era algo tan
fuerte que ni yo sabía describirlo y no me refería a fuerte de amor, sino de
sensaciones y momentos en los que estaba descubriendo a un hombre que
me atraía demasiado, sobre todo, sexualmente.

Las chicas comenzaron a bromear por el grupo, Mariola nos decía que
exigía que nuestra investigación fuera impecable, a lo que Daniela
contestaba que le íbamos a sacar hasta la letra del documento nacional de
identidad y bueno, yo me reí. Solo imaginarme con ella de esa guisa, era
algo que me hacía hasta temblar

Esa semana ni sabía cómo la tenía de trabajo, así que me acostaba sin
nada planificado más que lo que fuera surgiendo, menos mal que un día de
evento era como una semana de trabajo ya que me lo pagaban bien, hombre
no una millonada, pero tampoco me podía quejar. Era pobre pero feliz,
bueno tampoco pobre, pobre, me sentía muy afortunada con trabajar y tener
algo de ahorrillos, por muy pocos que fueran.

Al final me puse los cascos y les dije a las chicas que mañana
hablaríamos. Tenía ganas de desconectar, de pensar, de escuchar música, de
meterme en mi mundo y sobre todo de recordar. El sábado había sido toda
una sorpresa cuando se presentó con esa propuesta que no dudé ni un
momento en aceptar, además fue maravilloso cómo lo pasé junto a él y no
solo en la cama, sino en el momento del lago tomando copas en el hotel.
Entre sus muestras de mimos, de cuidado, de hacerme sentir bien, era todo
un pervertido caballero, al final esa era la conclusión que sacaba de todo
aquello.
Capítulo 9

Lunes, y no uno cualquiera, sino de esos en los que una se levanta con
las pilas cargadas y el modo detective encendido desde ya.

Analizando anoche, y por qué no decirlo, hasta bien entrada la


madrugada, el fin de semana, no sé cómo definirlo realmente.

El viernes, y para no variar, empezamos la mañana movidita en casa.


Como dice mi madre, ni un desayuno tranquilo podemos tener.

La niña, que sigue en sus trece, y que en cuanto cumpla los dieciocho se
larga. Debe ser que el novio tiene pisito propio porque si no, me extraña que
se mude a casa de su amigo Abel, aunque con las ganas que tenía la madre
de ese muchachillo de tener una hija, tampoco me extrañaría que acogiera a
mi hermana.

Por primera vez en mis años de vida, y más desde que tengo uso de
razón, mi padre se fue de casa, cabreado y sin desayunar. Vamos que
Romina se cubrió de gloria en esa mañana de viernes veraniego.
La noche, para mí, no es que fuera mucho mejor.

No había tenido noticias de Martín desde que me dejó plantada el día que
quedamos a comer. Ni un mensaje, ni una llamada, nada en absoluto.

¿Raro? ¡Coño, pues claro! Que se había largado a toda leche con el coche
y me dejó allí tirada para que me fuera en taxi.

Pero, ¿quién apareció en el evento esa misma noche del viernes en la


que, casualmente y como le dije a Martín durante nuestra breve
conversación, yo trabajaba?

Exacto, él, el notario.

Ahí que se presentó por sorpresa. ¿No podía haberme llamado los días
anteriores? Que no era necesario que me invitara a comer, vamos más que
nada porque me veía otra vez a medias y con un taxi pagado, pero un café…

Pues no señor, el misterioso notario apareció de noche en el evento, y


cuando le eché en cara que me dejara plantada, que no me llamara ni diera
una mísera señal de vida, tuvo la cara de esquivarme. Ale, como los niños
chicos.

Todo el evento paseando por allí, charlando con los asistentes mientras
yo ofrecía copas de vino con la mejor de mis sonrisas, pero por dentro le
estaba arrancando los pelos al rubio de uno en uno.
Y llegó el final de la noche, deseando estaba de llegar a casa para
quitarme los zapatos, que estaba más que acostumbrada a ellos, pero tantas
horas de pie de un lado a otro al final se acababan resintiendo mis pobres
piecitos.

Solo que antes de que me marchara, Martín y yo volvimos a


encontrarnos, de manera nada casual eso seguro, y me trajo a casa.

Estaba enfadada con él, no se había puesto en contacto conmigo en


varios días, y al preguntarle evitó darme respuestas. Cuando paró frente a
mi casa, y me besó me quedé en shock, porque era lo último que esperaba.

El sábado tras aparecer como siempre, por sorpresa y sin que le esperara,
por la playa donde estaba con mis amigas, claudiqué y acepté irme con él,
de modo que acabamos la noche en un hotel, dejándonos llevar por esa
atracción que nos rodeaba, y nos acostamos.

Desayuno con diamantes, qué bonita película, porque el que yo tuve el


domingo no fue precisamente de los mejores.

Me desperté con Martín a mi lado, nos sentamos a desayunar y antes de


que me terminara el café, ya estaba recibiendo uno de esos mensajes que le
hacían salir corriendo. De verdad que no entendía tanto misterio.

Acabé quedando con Daniela y Mariola para ir a la playa, porque


necesitaba relajarme un poco y de paso soltar lo que tenía dentro,
principalmente el no entender el motivo de sus salidas tan precipitadas.
Y ahí estaba la idea del siglo, pues me propusieron que siguiera al
notario para ver qué escondía.

Pues aquí vamos, a empezar la mañana.

Duchita, vaqueros, camiseta y deportivas, que vamos de incógnito


Daniela y yo. Sí, Daniela es la otra espía, que Mariola tiene que atender su
tienda.

—¡Buenos días, familia! —saludé emocionada entrando en el salón


donde ya estaban los tres sirviéndose el desayuno.

Tanto Romina como yo, había días que nos levantábamos algo tarde,
pero mis padres nos esperaban para desayunar con nosotras.

—Bueno días, hija.

Besé a mi madre y después a mi padre, antes de sentarme a la mesa y


tomar un café con tostadas. Mi perdición.

Mi hermana estaba de lo más callada, cosa rara en ella, la verdad, pero


mejor aprovechar que estaba así, para hablar con mis padres tranquilamente.

—Papá, necesito el coche —le dije con una sonrisa.

—Claro, cógelo hija —me respondió.


—Claro, cógelo hija —murmuró Romina por lo bajini, pero la habíamos
escuchado los tres perfectamente.

—¿Has dicho algo, Romina? —preguntó mi padre, a lo que ella


respondió con un simple, alto y claro, no— Eso me había parecido.

Pues sí que estaba mal el asunto en casa. El comportamiento de mi


hermana podría ser por el chico con el que salía.

No me gusta juzgar a la gente, ni mucho menos, pero si es uno de esos


muchachos de los que ni estudia ni trabaja y la lleva por una senda que mis
padres no quieren… Pues como que me iba a enfadar y mucho con la niña.

Cogí las llaves del coche, mi bolsa bandolera, me despedí de la familia y


antes de reunirme con mis amigas en la cafetería cerca de la tienda de
Mariola donde habíamos quedado, me pasé a ver a Ofelia por si tenía algún
trabajo previsto para mí esos días.

Me dijo que, al ser lunes, de momento no le habían pasado las agendas y


tras un café de máquina rápido con ella, salí pitando para la cafetería.

—¡Hombre, aquí llega Angelina Jolie! —gritó Mariola al verme.

—¿Por qué me llamas así, petardita? —pregunté dando un par de besos a


cada una.
Me pido un café y me siento con mis chicas a disfrutar de una mañana
soleada de julio.

—Hija, que la Jolie hizo una peli de espías y, como vosotras vais hoy en
ese plan con tu notario, ha sido verte así morenita y de ojos claros y me ha
venido ella a la cabeza.

—Mariola, si aquí la morena es Angelina, ¿quién soy yo? —le preguntó


Daniela arqueando la ceja.

—Pues tú… así, tan rubia y con los ojos verdes… —Mariola piensa y
cuando da con lo que quiere, sonríe y vuelve a hablar— Greta Garbo, que
esa hizo un papelón de Mata-Hari.

—Mira, porque la mujer es buena en lo suyo, pero de verdad que ya


podías haberme buscado una de nuestra época.

—Va, ¿cómo habéis planteado el día? —preguntó Mariola, evitando


responder a Daniela.

—Yo he pensado en ir a la notaría, esperarle y cuando acabe de currar,


seguirle con el coche. He traído el de mi padre —les dije y ellas asintieron.

—Perfecto, buen plan. ¿Nos vemos para comer?

—Claro, te damos un toque.


Nos tomamos el café mientras ultimamos los detalles de nuestra
investigación, parecíamos tres agentes de la CIA intentando dar caza a un
loco psicópata, de verdad, y nos despedimos de Mariola para empezar
nuestra aventura.

Una hora llevamos aquí las dos de cháchara metidas en el coche, a unos
pocos metros de la entrada del edificio donde está la notaría de Martín,
cuando veo salir al rubio con un traje gris que quitaba el sentido.

—Ahí está —susurré a mi amiga, como si él pudiera escucharme.

—¡Pues coño, arranca!

—¡No grites, idiota!

—Pero si no puede oírnos. Hija, que quejica eres, por Dios.

—Venga, ponte el cinturón que ahí vamos.

Y sí, arranco y seguimos a Martín callejeando por la isla.

Que él hace una paradita en la gasolinera, nosotras la hacemos un


poquito más adelante para verlo cuando salga.

Que el señor entra a por pan, pues esperamos a que salga.

Y de camino para hasta en el kiosco para comprar la prensa.


—Olivia, hija, yo para policía y hacer vigilancias no valdría. ¿Es que
tiene que parar en tantos sitios?

—Va, calla, no me distraigas a ver si le voy a perder.

—Pues lo que faltaba.

—Venga que seguro que ya llegamos al restaurante donde vaya a comer.

—Y qué, ¿no sirven pan allí y se lo tiene que llevar de casa, como los
tuppers? —preguntó ella toda seria.

—Joder, tienes unas cosas, hija mía.

—Pues las mismas que tú. Anda, métete a la derecha que al final lo
pierdes.

Un giro rápido de volante y mientras me pitaba el coche ante el que


acababa de colocarme, me centré en seguir al señor notario, hasta que
llegamos a una urbanización de casas unifamiliares, pero como no éramos
residentes, no podíamos entrar.

Vemos el coche de Martín alejarse y damos media vuelta para ir a comer


con Mariola.
—Pues vaya plan, le hemos seguido hasta su casa. Este hoy se hace unos
huevos con patatas para comer, de ahí el pan —soltó Daniela, mientras
rebuscaba en la guantera del coche.

—¿Se puede saber qué haces?

—Tu padre siempre lleva aquí algo de comer —dijo como si nada,
mirando dentro como quien busca el cofre del tesoro—, pero debe ser que
Adela le ha confiscado todo porque no hay ni caramelos, oye.

—Daniela, que mi padre no come a escondidas de mi madre.

—Claro, claro y tú te lo crees.

Ante mi silencio, mi amiga me mira, arquea una ceja y después de unas


cuantas risas de esas en las que ves a la gente ponerse roja como un fresón
de palos y que piensas que si no respira pronto se asfixiará, mi amiga me
mira cerrando la boca de golpe.

—Que te lo crees de verdad. Por favor, Olivia. Tu madre le tiene


prohibido comer bollos y alguna que otra cosa de snack. Hija, soy algo así
como el camello de la comida basura de tu padre. Pensé que lo sabías.

—¡La madre que te parió! ¿Qué voy a saber yo? Si en casa no come ni
un triste bollo y patatas y cosas de esas tampoco.

—Normal, que Adela es mucha Adela.


—¡Qué cabrona eres! Pues se acabó, ¿me has oído? Nada de pasarle a
Albano comida de tapadillo que se lo chivo a mi madre y te hace persona
non grata en mi casa.

—¡Qué saboría eres, coño!

—Anda, ponle un mensaje a Mariola que estamos llegando, que cierre la


tienda, pero ya, que hay reunión de espías.

—A esa le tengo que buscar yo un nombre en clave, vamos, como que


me llamo Daniela.

—Pues corre, busca, pero después de avisarla.

Cuando llegamos al bar donde hemos quedado con Mariola para comer,
Daniela grita nada más salir del coche, que ya tiene el nombre perfecto para
ella. Me dedica esa sonrisa de mala que pone a veces y sinceramente miedo
me da preguntar.

Pero no me da tiempo ni a abrir la boca, ya que en cuanto nuestra amiga


nos ve acercarnos nos saluda.

—¡Al fin llegan la Jolie y la Garbo!

—¡Mira, pero si es la Johansson! —respondió Daniela.


—¿Quién has dicho?

—Scarlett Johansson, esa chica tan mona que cuando va de pelirroja


como tú, hace el papel estelar de Viuda Negra, y a ti te va que ni pintada,
maja, que eres como la araña. Te apareas con el macho y los despachas
rápido.

—¡Qué hija de puta! —gritó Mariola— Me la tenías guardada desde esta


mañana. Yo no soy como la jodida araña esa, no me los como ni les arranco
la cabeza. Bueno, vale, sí que me los como, pero ellos disfrutan.

—¡Ya vale, por Dios! —protesté— Vaya dos, la que me ha caído con
vosotras.

—¿Habéis averiguado algo del notario?

—Sí, dónde reposta combustible, en qué panadería compra el pan, su


kiosco de prensa favorito y que vive en una urbanización a la que no
podríamos entrar ni, aunque fuéramos los mismísimos Ángeles de Charlie
—respondió Daniela.

—Vamos, que no tenemos una mierda.

—Nada, hija —respondí resignada.

—Pues habrá que cotillear en Internet. Vamos a ver, ¿cómo se llamaba el


pollo? —preguntó Mariola, a lo que le di nombre y apellido del notario,
alias el pollo desde ahora y empezó a teclear en su móvil.

Mariola miraba el móvil, fruncía el ceño, nos miraba a nosotras y volvía


de nuevo a fijar los ojos en la pantalla, con el dedo venga subir y bajar, y
subir y bajar, hasta que tras chasquear la lengua nos miró antes de hablar.

—Huele a chamusquina.

—¿Qué dices, Mariola? Si no se está quemando nada —le dije mirando a


nuestro alrededor.

—¡Que pava, hija! Me refiero al notario, que huele a chamusquina. No


hay nada de él en Internet. Ni bueno ni malo, es anónimo total.

—Bueno, el hombre cuidará su privacidad, joder que es notario no


ministro —dije, mosqueada.

—Ya, eso está muy bien, pero, ¿ni siquiera tiene una triste cuenta en una
red social? Por favor, que hoy en día todo el mundo la tiene. ¡Si hasta las
abuelillas se hacen virales con algunos vídeos caseros y acaban con su
propio canal!

—Ahí la Johansson lleva razón, Olivia —dijo Daniela.

—Pues no sé qué coño hacer, porque cada vez que nos vemos tiene que
irse tras una llamada misteriosa. Vamos, que me ha echado un polvo y si te
he visto no me acuerdo —protesté.
—Yo no es por nada, pero…

—No lo digas, Mariola, por favor. Sea lo que sea que estés pensando, no
lo digas.

Tras hacerle esa petición a mi amiga, llamé al camarero para que nos
tomara nota. Se me había quitado hasta el hambre, me estaba poniendo a
darle vueltas a la cabeza y no quería pensar en lo peor, que a saber qué es lo
peor que podría estar pasando para que el notario me toreara de ese modo.

Porque sí, después de la noche del sábado y de que hiciera la espantá el


domingo por la mañana, ya estábamos otra vez igual, sin noticias suyas.

Mientras comíamos y charlábamos recibí un mensaje. Saqué el móvil del


bolso rápidamente esperando que fuera Martín, pero no, no era el notario
quien me escribía, sino Rosauro, mi ex ligue.

—Por Dios, ¡qué pesado! —dije guardándolo de nuevo en mi bolso.

—¿Qué te pasa? —preguntó Daniela— ¿Quién es un pesado?

—El notario no, ya te lo digo yo —respondió Mariola.

—¡Nos ha jodido mayo con sus flores! Hasta ahí he llegado, petarda.
—Rosauro, que lleva todo el fin de semana escribiéndome y yo
ignorándole, pero el tío no se da por aludido. Él sigue ahí, pico pala, a ver si
le contesto.

—Es que deberías contestarle, Olivia —me dijo Daniela—. El chico está
interesado, al menos en cenar y que habléis. Hija, mira que confundirle con
su gemelo.

—¡Y yo qué sabía! Si no me contó que tuviera un hermano y mucho


menos que fuera gemelo.

—Claro, quedabais para lo que quedabais y… hablar es lo que menos


hacíais —soltó Mariola.

—Mira, Viuda Negra, que todavía te tragas el tenedor —le dije


señalándola con los dientes de este.

—Qué agresiva, por favor y eso que desfogaste hace dos noches.

—Te la estás ganando, Mariola, de verdad. Mira, el haber estado sin


hablarnos unos días por una chuminá te va a parecer poco en comparación
con el tiempo que me tiro sin dirigirte la palabra y sin comprar en tu
exclusiva tienda —le advertí.

—Vale, vale, tranquila. Madre mía, para haber follado, cómo nos
ponemos.
—¡Mariola! —protestó Daniela, a lo que nuestra amiga hizo el gesto de
cerrarse la boca con una cremallera y después simuló tirar la llave.

—Eso, que en boca cerrada no entran moscas —le dije.

—Olivia, cálmate que al final hasta te da fatiguita, hija —me pidió


Daniela, y, cómo no, le hice caso.

Tras un buen café, de esos donde la sobremesa se alarga más de la


cuenta, y en la que entre las tres volvimos a planear ir en comando de
investigación al día siguiente, dejé a Daniela en casa y me fui para la mía.

Agotada, así estaba, física y mentalmente.

Y es que no entendía el misterio que rodeaba a Martín, de verdad que no.

Tanto secreto para un notario era raro, vamos, que, aunque llevara la
herencia de algún alto cargo del gobierno a mí me importaba un pimiento,
que lo podía contar que yo no iba a ir cotilleando con nadie.

¡Por Dios, pero si veía a gente de lo más variopinta en los eventos y no


decía ni esta boca es mía! Y me he encontrado con cada famoso que… para
mí se queda.

Saludos a mis padres, besos y abrazo a porrillo y le digo a mi padre que


necesito el coche para el día siguiente.
—Ya sabes que puedes usarlo cuando lo necesites, hija. No siempre voy
a llevarte yo a los sitios, que ya no eres una niña.

—Gracias papá, a ver si me da para ahorrar un poquito más y me compro


un coche a plazos dando una buena entrada —le dije y él sonrió negando.

Y es que no quería que me gastara dinero en un coche si el suyo estaba


prácticamente nuevo y podía utilizarlo siempre que quisiera.

Antes de entrar en la habitación escuché a mi hermana reírse, cosa que


me provocó una sonrisa. Caminé de puntillas sin hacer ruido y me pegué
todo lo que pude a su puerta.

No soy ninguna cotilla, pero sin duda esa risa es la de una adolescente
recién enamorada.

—¿En serio? —Escuché que preguntó— Claro que quiero, de verdad,


pero todo el fin de semana va a ser complicado, mis padres… —Silencio,
sin duda estaba escuchando a su chico— Sí, Abel me cubriría, claro que sí,
pero no quiero ponerlo en un compromiso.

Bueno, pues tal vez tenga ahí mi oportunidad de volver a tener a mi


hermana de vuelta, si la ayudo con esto…

Doy unos golpecitos en la puerta, le pide al chiquillo que espere y me da


paso. Eso sí, al verme resopla y cuando va a decirme que me vaya, le pido
silencio.
—Anda, deja que hable contigo un momento —susurro y ella arquea la
ceja.

—Esto… ¿puedes esperar que hable con mi hermana? —preguntó a su


chico.

—¡Pero no le cuelgues!

—A ver, ¿qué quieres? Luego le dirás a papá que yo te molesto.

—Te he oído desde el pasillo…

—¿Ahora también me espías? —gritó, pero le tapé la boca a tiempo.

—¡Que no grites, idiota! Que cuando te diga mi plan, hasta me perdonas


que haya cotilleado un poquitín de nada.

—Un poquitín, dice, valiente mentirosa. Va, habla que tengo a mi novio
al teléfono.

—Eso ya lo sé, boba, de ahí que quiera hablar contigo. A ver, te está
invitando a pasar el fin de semana con él, ¿verdad?

—Sí, pero ya sabes que a papá y mamá… —respondió con carita de


pena.

—Bueno a papá y mamá déjamelos a mí, pero dile que sí, que vas con él.
—¿Por qué quieres ayudarme?

—Porque yo también he tenido diecisiete, tonta. Anda, solo te diré una


cosa, vas a pasar el fin de semana conmigo y las chicas, ¿estamos? Incluso a
Abel le tienes que decir eso.

—Vale, vale —me miró fijamente y antes de que me levantara de la


cama, se lanzó a abrazarme—. Gracias.

—De nada, pero esto me vale una tregua de dos semanas sin discutir,
¿eh? Que papá y mamá estén tranquilos unos días.

—Trato hecho. Ahora vete, que tengo que decirle que me puedo ir con él.

—Solo una cosa, ten cuidado, ¿quieres? En todo, ya me entiendes…

—¡Ay, que sí! Qué pesada —me dijo, pero al menos tenía una sonrisa en
los labios.

Salgo de la habitación y la escucho reírse. Espero que al menos, así,


tengamos unos días de paz en la casa, por mis padres más que nada.
Veremos cómo llegamos al fin de semana y que no le pasa nada a mi
hermana y su chico, porque entonces la liamos, pero gorda.
Capítulo 10

Martes, empezamos la mañana con la misma rutina que el día anterior.


Salvo que, según lo acordado anoche con mi hermana, no hay peleas en el
desayuno, cosa que a mis padres alegra y extraña a partes iguales.

Tras ayudar a mi madre con unas cositas, salgo de casa para ir al


encuentro de las dos patas de mi banco.

Llego a la cafetería y ya están las dos organizándome la jornada, vamos


ni que yo fuera de la alta sociedad y necesitara asistentes personales, en fin,
las dejaremos hacer, si ellas son felices quién soy yo para negarles nada.

—Hola, guapetona —me saluda Mariola, dándome dos besos.

—Hola, agentes —digo guiñando el ojo.

—¿Agentes? —preguntó Daniela— A ti qué te pasa, ¿qué te has dado un


golpe en la cabeza?
—No, joder, pero a ver, se supone que somos espías, ¿no? Pues eso,
agentes secretos.

—¡Ay la madre…! Chiquilla, estás fatal, de verdad.

—Va. ¿Me habéis pedido café?

—¡Coño, ordeno y mando! —grita Mariola— Qué eres, ¿la jefa del
comando?

—¡Anda, pues claro! ¿No soy yo la que se ha liado con el notario y sus
misterios?

—¡Mira, qué buen título para una peli! —soltó Daniela.

—Y luego la que está fatal soy yo, mira quién habló.

—Olivia, a ver, ¿qué vais a hacer hoy la Garbo y tú? —preguntó


Mariola.

—Yo de primeras cagarme en tus muelas, petarda —respondió Daniela.

—No te enfades, anda, que eres nuestra Mata-Hari particular favorita.

—Paso de ti, Mariola. A ver, Olivia de mi corazón, dime, por favor, que
no vamos a volver a seguir al notario igual que ayer, porque me voy a la
tienda con esta —dijo señalando a nuestra amiga— y al menos me gano
unas pelillas.

—¡Toma ya! Si viene es cobrando, esta de gratis no me ayuda —protestó


Mariola.

—Hombre, a ver si te crees que voy a ir a pasarme las horas de pie por
nada.

—Daniela, sabes que tenemos que seguirle, no queda otra. Yo tengo que
sacar algo en claro de ese hombre —dije encogiéndome de hombros.

—Vamos, que me compro un arsenal de regaliz para las horas de espera.


¡Ale!, pues ahora vengo.

Se acaba el café de un sorbo y sin decir ni una palabra más, se levanta


para ir hasta la tienda de chucherías que hay en la esquina de la calle. No es
golosa la amiga, madre mía…

—¿Estás segura que esto es lo mejor, Olivia? —me pregunta Mariola.

—Te recuerdo que fue idea vuestra que hiciera de espía, así que ahora no
me hagas esa absurda pregunta.

—Vale, pero, ¿no sería mejor que dieras tu brazo a torcer, dejaras de ser
tan puñeteramente cabezona y lo llamaras para hablar con él?
—¡No! —aseguré rotundamente— Si tiene algo que contarme, que lo
haga que no me voy a asustar ya de nada. ¿Tan grave puede ser lo que
oculte como para no querer contármelo? Vale que nos conocemos de hace
poco, pero para colarse entre mis piernas no le ha importado mucho.

—Ni a ti tampoco —me dijo sonriendo.

—Pues mira no, una alegría que me llevé para el cuerpo.

Daniela llega con una bolsa llena de regaliz y, ya sí, nos despedimos de
Mariola para ir a la notaría.

En el camino mi amiga me dice que estuvo buscando anoche a ver si


encontraba algo en Internet, lo que fuera, de Martín, pero no tuvo suerte.

Cosa normal porque, si Mariola, que si se hiciera hacker se forraba, no


encontró nada en ninguna de las webs donde suele cotillear las noticias de
farándula o los estilismos de la gente chic del mundo entero, qué iba a
encontrar ella que es una dulce profesora de primaria.

Nos quedamos como ayer, dentro del coche a unos metros de la notaría y
pasamos el tiempo comiendo regaliz y haciendo test de esos que solíamos
hacer en las revistas cuando éramos adolescentes.

Madre mía, cómo han ido pasando los años, mi hermana pequeña antes
de que nos demos cuenta tiene los dieciocho y para colmo, con amenaza de
irse de casa.
En el reloj veo que aún falta para que el señorito salga de trabajar, así
que me recuesto en el asiento y cierro los ojos, pero me dura poco la
tranquilidad pues me llega un mensaje al móvil.

—¿No miras quién es? —pregunta Daniela.

—No hace falta, seguro que es Rosauro. ¡Qué pesadilla, por favor!

—¿Y si es tu madre? Igual necesita el coche.

—Me habría llamado —respondí sin abrir los ojos.

—Qué eres, ¿adivina, ahora?

—Joder, ¡qué pesada, madre mía! —grité incorporándome y sacando el


móvil del bolso que había dejado en la parte de sus pies.

Al ver el nombre de Rosauro no puedo evitar poner los ojos en blanco y


enseñárselo, a lo que ella dice un solo “humm” como quien te cuenta que
hace calor.

—¿Se ha quedado contenta la Garbo? —pregunté dejando el móvil en el


hueco donde debería ir el cenicero, pero como ninguno fumamos, pues no
hay.

Rosauro seguía, erre que erre, insistiendo para que aceptara cenar con él.
¿Cómo le hacía entender qué no quería volver a verle?
Que digo yo que si te ignoran los mensajes te das por enterado, ¿no?
Pues está visto que él no, desde luego.

Y otro mensaje, y otro más, así hasta que cuento siete.

—¡Pues anda que no insiste! —grita Daniela— De verdad, queda con él,
solo por lo interesado y entregado que se le ve, vaya.

—Que no voy a quedar con él, que paso. No quiero.

Se acabó la conversación. Daniela se cierra la boca con una de sus


cremalleras invisibles y vuelve a abrirla para comerse un regaliz.

Le cojo uno de la bolsa y seguimos haciendo esos test que ella encuentra
en Internet y así pasamos el rato, hasta que le vemos salir, nos ponemos el
cinturón y empezamos el seguimiento.

—¡Ay la madre que le parió! —grita mi amiga en cuanto le vemos parar


en la gasolinera— Esto es una broma, ¿verdad? Porque me parece que estoy
teniendo un déjà vu de esos.

Y no, no era una broma, porque el señor notario hizo exactamente lo


mismo que el día anterior.

Gasolinera, panadería, kiosco y a la urbanización. Y nosotras, detrás.


—Pues me gusta a mí dar estos paseos contigo en coche —me dijo con
ironía—. Lo de hacer turismo y tal… está genial. Sí, todo un acierto.

—¿Te vas un poquito a la mierda, guapa? —grité y ella empezó a reírse.

Paré el coche en una gasolinera, salí a respirar y esperar a que mi amiga


dejara de reír porque si no la iba a matar. Cuando me dijo que podíamos
irnos, el coche no quería arrancar.

Un intento, dos, tres y… Que no, que el coche no hacía nada.

—¡Me cago en tus muelas, petarda! —grité a mi amiga que me miró


asustada.

—Pero, ¿qué he hecho ahora?

—¡Si no te hubieras empezado a reír como una loca, estaríamos casi


llegando!

—¡Coño, que la culpa es mía! No haber parado, ¡no te jode!

—Y ahora, por no llamar al seguro y que se entere mi padre, ¿sabes lo


que voy a tener que hacer?

—Pues no —me respondió encogiéndose de hombros.


—¡Llamar a Rosauro y que mande a alguien a buscarnos! —grité con
todas mis fuerzas.

—Hija, que no te vas a morir por pedirle ayuda.

—Ya, pero por si no lo recuerdas, estaba evitándole. Ahora toca llamarle,


pedirle que nos recoja y aguantar que me siga insistiendo para cenar con él.

—Que es una cena, ¡por Dios! No te ha pedido que os caséis.

Evito contestarla porque, si lo hago, seguro que acabo agarrándola del


cuello.

Respiro hondo, cojo el móvil y busco en la agenda el nombre de


Rosauro. Cuando pulso el botón de llamada, no hay vuelta atrás.

Un tono, dos, tres, cuatro…

—¿Olivia? —pregunta justo cuando iba a colgar.

—Sí, esto… hola.

—Hola, ¿estás bien?

—Eh… pues no. Oye, puedes… ¿puedes mandarme a alguien con la grúa
para recogernos con el coche? —Ya estaba dicho.
—¿No tienes seguro en el coche?

—Sí, sí, pero… Es que no quiero que mi padre se entere de que he


pedido una asistencia. Cuantas menos explicaciones…

—Vale, pásame ubicación y te mando a alguien.

Cuelgo dándole las gracias y le mando un mensaje con la ubicación.


Daniela me mira, me encojo de hombros y le digo que va a mandar a
alguien a buscarnos, así que mientras esperamos mejor hacerlo sentadas,
aunque sea con las puertas abiertas para no asarnos en el coche.

—Por ahí viene una grúa —me avisa Daniela.

Dejo de mirar el móvil justo cuando veo aparecer la grúa y dentro va


Rosauro. Perfecto.

—Hola, chicas —saluda con una sonrisa llegando hasta nosotras.

—Hola —dijimos las dos al mismo tiempo.

—¿Qué le pasa?

—No lo sé, lo he parado y ya no arranca —respondí.

—A ver, déjame un momento.


Se sienta en el sillón del conductor, gira la llave y nada, le veo pisar el
acelerador al mismo tiempo que la gira y el coche sigue muerto.

Sin decir nada, abre el capó y se asoma a trastear en el motor. Daniela y


yo nos miramos levantando las cejas porque, si de nosotras dependiera de
que hubiéramos tenido que mirar ahí para saber qué le pasaba al coche,
seguiríamos buscando.

—Vale, lo cargo y vamos al taller —dijo Rosauro, tras cerrar el capó.

Una vez estamos listos, vamos a dejar a Daniela primero en su casa, y


después al taller para que miren el coche. Solo espero que no sea mucho
porque a mi padre le da un ataque, vamos.

En el camino no me dice nada puesto que va haciendo gestiones por


teléfono, en un momento dado que necesita tomar nota de unas cosas, soy
más rápida que él y cojo una libreta y un bolígrafo que hay en el salpicadero
y anoto lo que él va repitiendo.

Cuando llegamos al taller le pide a uno de los chicos que baje el coche y
lo meta dentro, me lleva hasta su despacho y cuando entro cierra la puerta.

—¿Sabes qué le pasa al coche? —pregunto.

—Voy a echar otro vistazo por si no es eso, pero creo que sí. Hay un
cable que se suele pelar bastante y que conecta la batería con el motor de
arranque, es poca cosa, pero claro, hay que desmontar, pedirlo, cambiar y
volver a montar.
—Vamos, que por un cable “pelao” de nada, echo aquí el día —resoplé.

—Pues me da que sí, pero oye, estás en buena compañía y además te


invito a comer.

—¡Pues sí! Lo que te vaya a pagar por reparar el coche de mi padre, te lo


vas a gastar en invitarme a comer.

—¿Y quién ha dicho que vayas a pagar nada? —preguntó recostándose


en su silla con los brazos cruzados.

—Hombre, tú lo arreglas, yo lo pago.

—Olivia, si es eso no vas a pagar ni un céntimo, que te quede claro —


aseguró señalándome con el dedo.

Unos golpecitos en la puerta y cuando él da paso, el chico que se ha


encargado del coche entra y le dice que ya está listo para que le eche un
vistazo.

—Quédate aquí, ahora vuelvo —me pidió, y mientras él hacía lo que


fuese que iba a hacer en el coche de mi padre, aproveché para llamar a casa
y decirles que no me esperaran hasta tarde, que iba a estar con Daniela en
un día de chicas.

Mensajito a mi amiga para que me cubriera la coartada y listo.


Rosauro apareció diez minutos después y confirmó que era el cable de
las narices, algo que al parecer es más habitual de lo que pudiera
imaginarse, aunque fuera un coche relativamente nuevo.

—Ya lo he pedido, en cuanto llegue se pone uno de los chicos con él, y te
lo dejamos como nuevo otra vez —dijo sonriendo.

—Gracias, de verdad. En serio que habría llamado al seguro, pero… no


quería hacerlo por algo que podría ser una tontería y que después mi padre
se enterase.

—Tranquila, que yo no le voy a decir nada —respondió guiñándome un


ojo—. Venga, vamos a comer.

Tras coger las llaves del coche, salimos del despacho y se despide de los
chicos que se marchan a comer, baja el cierre y me lleva a un bar que hay
cerca del taller.

Nada que ver con los restaurantes donde me ha llevado Martín, pero en
este lugar huele a hogar.

Es un bar pequeño, pero con el sitio muy bien organizado donde se puede
disfrutar de la comida casera en varias mesas que, por lo que veo, están
todas ocupadas.

—Rosauro, ya creí que no venías —le dijo una mujer más o menos de la
edad de mi madre.
—Es que he tenido un trabajo urgente que atender, pero ya estoy aquí.

—Pues hijo, no tengo mesa. Si podéis esperar… —La mujer me mira y


sonríe al volver a mirarlo a él.

—Pilar, ella es Olivia, una amiga y clienta. El trabajo urgente —Rosauro


sonríe y guiña el ojo mientras me señala con un leve movimiento de cabeza.

—Hola, encantada —saludo tendiéndole la mano.

—Mira qué rebonita y apañada es la muchacha. Me gusta para ti.

Rosauro se ríe a carcajadas en cuanto ella suelta esa perlita y yo siento


que me pongo roja como la grana.

Vamos a la barra a tomarnos una cerveza mientras esperamos que se


quede una mesa libre y él no deja de mirarme de ese modo en que siempre
me ponía nerviosa.

—Así que pensaste que era yo el que estaba ligando con la del súper,
¿eh? —pregunta antes de dar un trago a su cerveza.

—Pues sí, pero si me hubieras dicho que tenías un hermano, y además


gemelo, no habría hecho el ridículo.
—Bueno, eso ya es agua pasada, ahora estamos aquí para comer juntos y
ya solo me deberás una cena para disculparte y arreglado —dijo guiñando el
ojo como quien no quiere la cosa.

—No voy a cenar contigo, así que no insistas.

—Sí lo harás, ya verás.

—¿Es que no te has dado por enterado de que no quiero saber nada de ti
y por eso no respondo tus mensajes?

—Bueno, me has llamado, que es más que escribirme.

—¡Por una urgencia! Vamos, que, si no es porque se me estropea el


coche, a mí no me ves el pelo, chaval.

—Sí, te lo habría visto. Olivia —dijo colocando un mechón de pelo


detrás de mi oreja—. Sabes que tenemos química y nos llevamos bien. No
puedes evitarme siempre.

—Rosauro, no quiero nada más contigo. ¿Qué hemos tenido? ¿Cuatro


polvos?

—Más de cuatro, ya te lo digo yo… —sonríe de medio lado y se encoge


de hombros.
—¡Los que sean! De verdad, que no va a volver a pasar nada entre tú y
yo. Hijo, date por enterado.

—Rosauro, ya podéis ir a la mesa —le dijo Pilar, con una sonrisa.

Nos sentamos a la mesa y tras echar un ojo al menú, no me puedo resistir


a la ensalada de pasta y el pollo asado, que por lo que he visto en otras
mesas tiene una pinta buenísima.

Le pregunto a Rosauro qué tal va el negocio y con una sonrisa que le


llega a los ojos me asegura que va muy bien, mucho mejor de lo que
esperaba.

Y es que estaba especializado en coches de alta gama, por lo que, si a eso


le añadías la profesionalidad no solo de él, sino de todos sus empleados,
tienes un taller de renombre donde cualquiera con un coche que puede
costar más que un piso, sin exagerar, quiere que se le hagan las revisiones y
reparaciones oportunas.

Vamos, que el modesto utilitario de mi familia es una nimiedad al lado


de lo que puede llegar a ganar con ese otro tipo de coches.

La comida estaba riquísima, era como comer en casa, vamos. La tarta de


queso y frambuesas del postre, para repetir, y eso hice mientras Rosauro y
Pilar se reían al verme morderme el labio cuando pedí el segundo trocito.

Después de un café regresamos al taller, solo que no había llegado nadie


aún.
—Les dije que podían retrasarse media hora, ya que han ido tarde a
comer —me dijo volviendo a bajar el cierre.

Vamos a su despacho y cuando entramos me coge de la muñeca y me


pega a él, haciendo que mis manos queden sobre su torso, porque del susto
en algún sitio me tenía que agarrar.

—¿Qué haces? —pregunto apartándome un poco.

—Quiero besarte y me llevo conteniendo desde que te vi esperando


sentada en el coche —susurra sin dejar de mirarme los labios.

¡Madre mía! Que no, que yo no quería que me besara. Me voy apartando,
pero él, con la mano entre mi cabello me acerca al tiempo que se inclina.

Justo cuando está a punto de hacer lo que ha dicho, unos golpes en el


cierre resuenan por todo el taller.

Rosauro mira hacia fuera, después al reloj que cuelga en la pared de su


despacho y resopla.

—¡Ay que joderse! Siempre me traen los recambios media hora después
de abrir y hoy son puntuales —se queja, pero yo internamente estaba
bailando la conga, porque me acababa de librar de algo que podía llevarnos
a una situación incómoda— No he terminado contigo, preciosa.
Tras un beso en la frente, que acepto como si fuera el de un buen amigo
que se preocupa por mí, sale del despacho y yo respiro aliviada.

Si llega a besarme, aquí arde Troya, porque por mucho que me atrajera
Rosauro en su momento, ahora mismo no puedo pensar en nadie que no sea
Martín, el notario de los misterios.

Al final llamo a Iker Jiménez a ver si puede venir con su equipo a


investigarle y que me saque de dudas.
Capítulo 11

Y seguimos con los misterios del notario. Madre mía, esto es como para
una peli de esas de sábado a mediodía.

Estamos a viernes y desde el domingo pasado por la mañana cuando se


fue tras el mensaje, no he sabido nada de Martín. Desde luego, este un caso
más que claro para aquel programa de televisión, “Sin noticias de”, porque
vamos, ni un mensaje dando señales de vida.

Si es que ya hasta que apareciera por sorpresa en algún sitio me servía,


pero nada.

Viernes y me veía ya como los días anteriores, porque sí, el lunes y


martes fuimos Daniela y yo en misión secreta, siguiendo al señor notario de
las narices, para verle hacer lo mismo los dos días, pero como se dice que
no hay dos sin tres… el miércoles allá que volvimos.

Las cosas en casa la mañana del miércoles siguieron tranquilas, mis


padres sonrientes, pero con esa mirada de no entender qué nos pasaba a
Romina y a mí para no estar a gritos.

Un desayuno más en el que hablamos como personas civilizadas, algo


que incluso yo agradecía.

Tras ayudar a mi madre con las verduras que iba a usar para la comida,
me despedí de ellos, diciendo que no iría a comer y salí para encontrarme
con mis amigas.

—Y llegó la Jolie —dijo Mariola, con su perfecta sonrisa.

—Buenos días, socias —saludé sentándome mientras llamaba al


camarero con la mano y antes de que llegara le pedí el café.

—La Garbo me ha contado vuestra aventura de ayer.

—Bueno, aventura… —resoplé— Menudo susto, pensaba que me había


cargado el coche de mi padre.

—¿Qué era al final? —preguntó Daniela.

—Un puñetero cable pelado hija mía.

—¡Sus muelas! —gritó Daniela y empezó a reírse.

—Eso pensé yo, pero lo peor fue que tuve que aceptar comer con
Rosauro, que no estuvo tan mal, pero siguió insistiendo en que cenara con
él, y mira que le dije por activa y por pasiva que no, pero no había manera.

—Hija de verdad, eres más siesa. Dale al chiquillo la oportunidad de


disfrutar de ti disculpándote.

—Mariola, vete un poquito a la mierda, anda cariño —le dije a mi amiga.

—Va, haya paz, chicas —pidió Daniela— ¿Y se solucionó rápido lo del


coche?

—Pues hasta la tarde no estaba listo. El caso es que… Rosauro casi me


besa.

—¡No me jodas! —gritó Mariola.

—La cosa se pone interesante, sigue.

—Nada, que después de comer volvimos al taller, pero no había llegado


nadie aún —dije mientras removía el café que acababan de traerme—, y es
que les había dado permiso para ir más tarde puesto que salieron con retraso
a comer.

—Vamos, que el mecánico te quería dar un repaso a los bajos… —


comentó Mariola, sonriendo y moviendo las cejas.

—¡Qué fina!
—Daniela, Mariola tiene razón. Ese iba con las intenciones claras, pero
el de los recambios llegó justo para impedir que me besara y la cosa se nos
fuera de las manos.

—De verdad, te podías haber dado una alegría para el cuerpo y mira, la
desaprovechas. Voy a tener que hablar con Rosauro a ver si me hace a mí
una revisión completa. Bajos y chasis, vamos —dijo Mariola, poniendo
morritos.

—Pues todo para ti, te lo regalo con lacito incluido.

—Tranquila, que por el momento voy bien servida.

—¡Uy! Eso es nuevo —se sorprendió Daniela.

—¿Nuevo? Hija, si Mariola tiene más actividad física que nosotras —


respondí.

—Sí, pero hacía tiempo que no decía que estaba bien servida. A ver, que
esta se tira a un tío dos o tres veces y ya. La última vez que aquí la
Johansson dijo estar bien servida, llevaba casi tres meses con un pimpollo
que, ¡ojito! Venga, desembucha que vamos bien de tiempo —le pidió
Daniela.

—Solo puedo deciros que me tiene como el notario a Olivia, que me


pone mirando a la península y me quedo como nueva. El tío sabe lo que
hace, no se anda con remilgos.
—Otra que ha dejado abierta la puerta de atrás —rio Daniela.

—Pues sí, para qué lo voy a negar —respondió Mariola.

—¿Es de la isla? —pregunté con curiosidad.

—Sí, y para más INRI, competencia mía.

—Pero, ¡qué me dices! ¿Te estás tirando a un tío de la competencia para


quitártelo de encima? —soltó Daniela, casi a gritos.

—Por Dios, ¡qué manía con gritar, la madre que te parió! —protesté.

—Calla, que esto interesa. A ver si aprendo y cuando venga un profesor


a quitarme el puesto, me lo puedo camelar así.

—Daniela, de verdad, tienes unas cosas…

—No me lo tiro para eso, idiota —contestó Mariola riendo—. Es más, él


ni siquiera me ve como competencia, porque ha compartido conmigo
algunas ideas de marketing que quiero llevar a cabo.

—Eso está bien, que, aunque seáis rivales no sea tan exagerado como un
concurso de belleza, donde la que más o la que menos es capaz de tirar
escaleras abajo a las otras para quitarse competencia —aseguró Daniela.
—El caso es que estoy bien con él, y… no sé, por primera vez llega el
viernes y estoy deseando verle otra vez y pasar el fin de semana juntos. Con
otros no me había pasado eso.

—¡Ay, que se nos ha enamorado la Viuda Negra! —gritó Daniela,


emocionada, al tiempo que daba una palmada llevándose las manos a la
barbilla.

—¿Enamorarse? ¿Ella? —pregunté señalando a Mariola, pero al mirarla


y por esa sonrisa de tonta que tenía, supe que si no lo estaba completamente
ocurriría y no tardaría mucho— ¡Que va a ser que sí!

—No sé si enamorada, pero quisiera que este me durara algo más que
esos casi tres meses de la última vez que estuve tan bien servida.

—Pues lo tienes fácil, si os veis muy a menudo los fines de semana…

—No todos, Olivia, porque él a veces sale de viaje por negocios, pero sí
que el fin de semana que está aquí me invita a su casa.

—Al final, acabáis todas con el churri que os ha puesto la vida por
delante menos yo —se quejó Daniela.

Y es que ella no había vuelto a tener noticias de su Lucas desde que


acabó el crucero.
Yo le decía que lo llamara, que, seguro que el muchacho hasta se
alegraría, pero todo lo que tenía de dulce y romántica enamoradiza, lo tenía
además de cabezona.

Decía que no llamaba, y no llamaba la tía. Bueno, en el fondo como yo,


que a Martín le seguía para ver qué ocultaba, pero no le llamaba ni, aunque
estuviera a las puertas de reunirme con nuestro creador.

Que el señor notario es guapo, me gusta, sabe cómo hacerme temblar


cuando me tiene a su merced en la cama, pero también me iba a tener que
llamar él, porque yo no lo haría.

Algo más tarde que los dos días anteriores, Daniela y yo salimos de la
cafetería para acomodarnos en el coche hacer nuestra particular vigilancia
frente a la notaría.

Sí, con regaliz para un regimiento y en esta ocasión una de esas revistas
de cotilleos que nos había prestado Mariola.

Y como siempre puntual, a las dos y media, salía mi notario por la


puerta. Esta vez, hablando por teléfono y con cara de pocos amigos.

En fin, que allá íbamos nosotras detrás.

—Olivia, te lo digo, si este hombre vuelve a hacer el mismo recorrido


que ayer, mañana me quedo en la tienda con Mariola —me dijo mi amiga
cuando vio que llevaba camino de la gasolinera.
—No te va a dar ni un céntimo por ayudarla.

—Hija, si me invita a comer me doy por pagada. Que aquí contigo al


final se me queda culo carpeta, de tanto tiempo sentada.

—¿Y lo bien que lo pasamos? Recorriendo la isla, en plan turista como


dijiste.

—Tus muelas, niña. Anda, mira para adelante que al final o le perdemos
o nos chocamos con otro.

Afortunadamente para nosotras no hizo parada en la gasolinera, ni


tampoco fue a la panadería.

Giró un par de calles antes de llegar y callejeamos hasta que aparcó


frente a un restaurante escondido en una de esas calles.

Yo lo hice también y, con gafas de sol y una gorra cada una, camufladas
para pasar desapercibas si nos veía, bajamos y caminamos por la acera de
enfrente.

En la puerta le esperaba un hombre con el que se saludó estrechándose la


mano y una vez entraron, los perdimos de vista.

—Pues nada, que ha quedado para comer —dijo Daniela.


—Eso parece. ¿Qué hacemos? Nos vamos, ¿no? —pregunté mirando a
mi amiga.

—Yo tengo hambre.

—No pienso entrar en ese restaurante a comer, que nos pilla.

—Mujer, que ahí al lado hay una cafetería. Venga, nos comemos un
bocata de lomo con queso, que se me ha antojado.

—¡Uy, uy, los antojos! ¿Nos has hecho tías? Menudo ojo el de Lucas,
¿no? —pregunté para picarla.

—¡Tus muelas, loca! No me lo nombres, que me pongo mala.

—Anda, si es que mira qué no querer llamarle…

—¡Habló el mudo y dijo lo que pudo! —soltó con las manos levantadas
— Que tú estás siguiendo al notario en plan acosadora.

—¡Los cojones acosadora! Si lo que quiero saber es qué esconde, tanto


secretismo, tanto salir corriendo.

—Chica, es que no sé qué puede esconder. Vale que es notario, pero no


sé, no debe guardar secretos de estado a los del CNI, ¿no?
—¡Yo qué sé! Ya no sé ni qué pensar, de verdad. Anda, vamos a por ese
bocata de lomo con queso y un refresco y si pueden ponernos unas patatitas
con kétchup, hemos triunfado.

—Patatitas con kétchup y lo que la niña quiera. Hasta helado nos vamos
a comer.

—¡Eso, vivan los antojos de Daniela! —grité riendo.

—¡Vivan!

Nos cruzamos con una señora que nos miró y acabó riendo con nosotras,
si es que, cuando nos juntábamos, éramos un show andante.

Comimos en la terraza, de modo que teníamos bien localizada la puerta


del restaurante para cuando saliera Martín a emprender viaje de nuevo.

Que sí, que le íbamos a seguir hasta la Patagonia si hacía falta para ver si
averiguábamos algo.

Mientras nos acabábamos el café, vimos salir a mi notario con el otro


hombre, pagamos rápidamente y camufladas de nuevo fuimos al coche para
seguirlo cuando se marchara.

¿El destino de Martín? La urbanización impenetrable.


¿El mío? Volverme loca porque no sabía nada de ese hombre.
—¡Madre mía! Hija, ni que Martín fuese el mismísimo Bruce Wayne,
adinerado notario de día, justiciero de noche.

—Daniela, por tu madre, no me toques las palmas que me conozco —le


dije mientras volvíamos de nuestro tercer día de seguimiento.

Al menos habíamos cambiado la rutina, porque un tercer día de


gasolinera a casa y me paraba delante de él, a decirle cuatro cosas.

Bueno, no, porque si ni siquiera le llamaba para que me explicara el


motivo de sus ausencias…

En fin, dejé a Daniela en casa y después aparqué cerca de la playa,


necesitaba estar sola así que di un largo y tranquilo paseo por la playa.

Poco antes de la cena llegué a casa, ayudé a mi madre a empanar unos


filetitos, hicimos una ensalada y tras ese momento en familia donde, de
nuevo reinó la paz y la tranquilidad sin esas puyitas de la señorita
“Felicita”, les di las buenas noches y subí a mi habitación.

Cogí el portátil, me metí en Internet y rebusqué hasta la saciedad a ver si


daba con algo sobre la vida de Martín, que al paso que iba hasta Daniela
tendría razón y ese hombre era como Batman.

Pero nada, ni una foto, ni una pincelada, el jodido notario parecía que no
existía.
Entonces pensé, ¿y si me había mentido con su nombre? ¿Y si no se
llamaba Martín, y estaba yo buscando a un puñetero fantasma?

Puse en el buscador el nombre de su hermano y para mi suerte había


varias páginas en las que se hablaba de él.

Martín, mi notario, no me mintió con su nombre, pero que no saliera


nada suyo era de un raro que alucinas.

El hermano, por el contrario, salía con el reconocimiento de uno de los


mejores médicos de la isla, nada de cotilleos de faldas ni cosas de esas, todo
relacionado con la medicina o por haber acudido a alguna que otra gala
benéfica.

Seguía sin encontrar nada de mi notario, así que cerré el portátil, lo dejé
en la mesa y me acosté.

El jueves iba de seguimiento otra vez y esperaba encontrar algo más


porque, de esta, juro que me acabaría volviendo loca.

Y sí, el jueves fue una nueva oportunidad para descubrir algo del notario,
lo que fuera, pero me cago en todo lo cagable, no obtuvimos nada de nada.

Daniela y yo ya íbamos en el coche como quien se hace un viaje de


vacaciones, con música, comida, bebida, y sobre todo paciencia, mucha
paciencia, porque volvimos a ir a por pan, al kiosco y a la urbanización. Esa
que era como una fortaleza inexpugnable donde el hombrecillo que vigilaba
desde su caseta de la entrada, te daba el mismo miedo que Cerbero, el
guardián de la puerta del reino de Hades, el inframundo griego.

Total, que, de vuelta para nuestros rediles, pero en vez de eso cambiamos
de idea y nos fuimos a ver a Mariola, que ya que estábamos por la calle no
nos íbamos a encerrar en casa, pues me acabaría volviendo loca por culpa
de los misterios de mi notario.

—¡Hombre, pero si son Thelma y Louise! —gritó Mariola, al vernos


aparecer en el bar donde solía comer.

—Ahora resulta que somos dos locas huyendo de la poli, ¡tócate las
narices! —protestó Daniela, y yo no pude evitar reír— Pues ahora te jodes y
pagas la comida, pelirroja,

—¡Otra ordeno y mando! De verdad, desde que os juntáis tanto, esto es


un suplicio. Bueno, qué, ¿hemos averiguado algo?

—¿Hemos? Olivia, ¿aquí la señora ha preguntado hemos? —me


preguntó Daniela, con las cejas arqueadas.

—Nada. La verdad es que lo de ayer fue lo único diferente que hizo a


otros días. Bueno, hoy no ha parado en la gasolinera antes de ir a por el pan
—respondí.

—Y la prensa, por favor, no olvidemos ese dato importante —soltó


Daniela con retintín.
—Vamos a tener que entrar en esa urbanización… —dijo de repente
Mariola, pensativa, con la mirada perdida.

—Pero, ¿es que te has vuelto loca? —le preguntó Daniela— Chiquilla,
de verdad, que eso es más difícil que encontrar una aguja en un pajar.

—Nada es difícil ni tampoco imposible. Al guarda ese nos lo camelamos.

—Definitivamente, Mariola, estás para que te encierren.

—Sí, sí, pero si yo finjo inocentemente que no me arranca el coche,


como que no va a salir a ayudarme, ¿verdad? —preguntó, con pestañeo de
esos inocentes que dice ella.

—Vale, supongamos que el guarda sale, amablemente, a ayudarte. ¿Qué


ganamos con eso?

—Muy fácil, Daniela —respondió Mariola mirándose las uñas— ¿Entrar


en la puñetera urbanización y ver dónde vive el notario?

—¡Acabáramos! Claro, vamos a tener que ir casa por casa hasta que
demos con el coche de Martín. Luego hay que salir de allí, ¿sabes? Y ni esta
—dijo señalándome— ni yo, tenemos el poder del teletransporte, o de la
invisibilidad, y no digamos ya lo de levitar para salir por encima de la
caseta.

—Madre mía, acabamos en las noticias —protesté.


—Vamos a comer, anda, que tengo más hambre que un perro chico —
dijo Daniela, mientras llamaba al camarero.

Y allí estuvimos las tres, comiendo, charlando y riendo mientras Mariola


insistía en que teníamos que conseguir entrar en la urbanización y salir sin
ver vistas. ¡Ja! Pues anda que no lo veía ella fácil ni nada.

La comida dio paso a los cafés, los cafés a seguir charlando como hacía
tiempo que no nos tomábamos un día de diario para pasarlo juntas.

Mariola siempre ha tenido plena confianza en las dos chicas que trabajan
en la tienda con ella, así que se podía permitir estar una tarde sin pasar por
allí, ellas bien sabían que, si había cualquier cosa urgente, podían llamarla e
iba a la tienda, pero por norma no la molestaban.

La tarde avanzaba y nosotras allí, sentadas en el bar, chismorreando de


los hombres, bueno, más concretamente de nuestros hombres.

Daniela seguía loca por su italiano, ese Lucas la había dejado marcada
pero bien. Por lo que nos había contado del tiempo que estuvieron juntos en
el crucero, el muchacho estaba interesado, cosa que nos hacía preguntarnos
por qué no la llamaba.

Pero claro, teníamos prácticamente el mismo caso conmigo, el notario de


mis desvelos tampoco llamaba ni escribía, pero al menos se aparecía por
sorpresa en los eventos en los que trabajaba o cuando me cotilleaba la foto
del estado del wasap.
La de veces que le insistimos para que llamara a su Lucas, pero nada que
no hubo manera. Hasta me planteé cogerle el móvil y llamarle yo, y una vez
que contestara ponerle a ella el puñetero aparato en la oreja, pero me
contuve, no fuera que encima me ganara yo un bofetón de los suyos.

Que aquí la rubia era pequeña, pero con una mano bien larga.

Mariola era un caso aparte. Ella era la única que estaba en contacto con
su chico, del que por cierto no nos había dicho ni el nombre, vamos que el
tío igual era de esos empresarios importantes y lo suyo sí que tenía que ser
secreto de estado.

Aunque no se veían tanto como ellos querían, hablaban por teléfono muy
a menudo, así que por eso la pelirroja tenía esa sonrisa perenne en el rostro.
Una de felicidad, de esas que se nos pone a todo el mundo cuando sentimos
que el amor ha llamado a nuestra puerta.

Desde luego, con la cara de pavas que teníamos las tres en ese momento,
si hubiese aparecido la famosa caravana de Lo que necesitas es amor, nos
podría llevar para hacer un programa. Lástima que hiciera tantos años que
no se emitía.

—Pues nada, me voy yendo para casa, chicas —dijo Mariola, cuando el
reloj marcaba las siete y media.

Toda la tarde ahí las tres, viendo la vida pasar, relajadas, riendo y
desconectadas del mundo.
Y tan desconectadas, que cuando miré el móvil vi que lo tenía en silencio
y no me había enterado de ninguno de los mensajes de Rosauro.

—Joder, mira que es pesadito el pobre —resoplé tirándolo en la mesa.

—¿Qué pasa? —preguntó Daniela.

—Rosauro, que ya está otra vez con que cenemos.

—¡Hija, por Dios! Dale el gusto al pobre hombre, que solo quiere cenar.

—Sí, y pillar postre también —dijo Mariola que, cuando Daniela la miró
arqueando una ceja, se encogió de hombros—. No me mires así, que sabes
tan bien como yo que es verdad lo que digo.

—Nada, pues una alegría para el cuerpo —saltó Daniela.

—Que no, que yo no quiero ya alegrías con él. Yo solo puedo pensar en
el notario. De verdad, ¿qué mierda ha hecho ese hombre conmigo?

—Olivia, que estás más enamorada de lo que pensabas, hija mía.

—Mariola, no tiene gracia…

—Es que no estaba haciendo ninguna gracia, solo constato un hecho.


Mira, soy como tu notario. Doy fe.
—Me voy a callar, que al final sube el pan. Me voy a casa —dije
poniéndome en pie— ¿Te llevo, Daniela?

—No, voy dando un paseo que quiero ir a mirar unas cosillas antes.

—Vale, pues nos vemos mañana.

—Al seguimiento me apunto yo también. Que quiero ir de turismo por la


isla —saltó Mariola, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Vete un poquito a hacer puñetas, corre.

Me despedí de ellas y una vez dentro del coche me decidí a llamar a


Rosauro.

—Dime, Olivia.

—¿De verdad que no piensas darte por vencido? —pregunté.

—Deberías saber desde el martes que no. Solo te pedí una cena.

—Vale, está bien. Una cena, y nada más.

—Con eso daré por entendidas tus disculpas.


—Recógeme en hora y media en mi casa, me llevas a cenar donde
quieras, y se acabó. Ni un mensaje más, ¿de acuerdo?

—Ya veremos…

—Rosauro, que no voy a cenar siquiera.

—Vale, vale. Nos vemos en dos horas.

Colgó y yo sentí que no estaba haciendo lo correcto, pero tenía que


hacerle ver que no podía seguir en ese plan, que dejara de insistir tanto.

Llegué a casa y nada más entrar en la cocina avisé a mi madre que no me


quedaba a cenar, le di un beso en la mejilla y subí corriendo a mi
habitación.

Una ducha rápida, unos vaqueros, camisa de tirantes finos y unos


tacones. Monísima.

A la hora que le pedí que me recogiera me llegaba un mensaje para que


bajara. Me despedí de todos y salí para ver al chiquillo que a insistente no le
ganaba nadie.

—Estás muy guapa —me dijo en cuanto me subí al coche.

Nada que ver con Martín, que me esperaba siempre para abrirme la
puerta. Este se había quedado dentro sentadito.
Bueno, si ya empezaba a hacer comparaciones… malo.

—Gracias, algo cómodo, nada más.

—¿Dónde quieres ir? Con tan poco tiempo no he podido hacer reserva en
ningún sitio.

—Bueno, pues vamos a algún bar de la playa. Se cena tranquilo y bien, y


aunque tengamos que esperar un poquito suelen tener mesas.

—Pues a la playa entonces.

Y para allá que fuimos.

Aparcamos cerca de un par de restaurantes y entramos en el que más


mesas libres tenía.

Nos llevaron a una con vistas al mar y allí empezamos la noche.

Charlamos de su trabajo, de lo bien que le iba y lo agradecido que estaba


por ello. La verdad es que haberse ganado en poco tiempo esa reputación de
cara a la clientela y, sobre todo, a los propietarios de coches de alta gama,
era algo que pocos, pero que muy pocos, habían conseguido en la isla.

—¿Y el coche de tu padre, ya va bien?


—Sí, sí. Menos mal. No se ha enterado de nada, gracias a Dios. A ver,
que no pasa nada, pero no quería preocuparle por una tontería.

—Como te dije, es una avería de lo más común en todos los coches, así
que puedes estar tranquila, le podría haber pasado a él también.

—Pues menos mal que fue a mí, porque él se habría puesto nervioso —
dije sonriendo.

—¿Y qué hacías por allí? Estabas un poco lejos de tu casa.

—Nada, que salimos a hacer unas compras y quisimos ir a una tienda de


regalos que hay por allí —mentí, porque contarle que estábamos siguiendo
a un ligue mío, igual no se lo creía.

—¿Cómo te va a ti el trabajo?

—Bien, ayer me llamaron para un nuevo evento el viernes por la noche.


Lo bueno de este trabajo es eso, que al ser eventos nocturnos tengo el resto
del día estás libre.

—Tienes que ver en esos sitios a mucha gente importante.

—Sí, aunque la verdad es que hay mucho postureo. Quiero decir, la


mayoría no están casados y acuden con mujeres que se nota a la legua que
son simples acompañantes.
—O matrimonios de conveniencia —dijo arqueando la ceja.

—Sí, también puede ser.

Seguimos charlando mientras disfrutábamos de la cena y, a decir verdad,


no me sentía para nada incómoda.

Tras los postres, y como se estaba bien en su compañía, le pedí que


diéramos un paseo por la playa.

Me quité los zapatos y Rosauro sonrió al verme, pero se encogió de


hombros e hizo lo mismo con sus deportivas.

Sentir la arena entre los dedos era tan relajante, que a menudo me
gustaba poder dar estos paseos y mejor si era de noche, como ahora,
contemplando el reflejo de la luz de la luna en el mar.

—Acabaste con lo nuestro sin decirme nada, sin una explicación, Olivia
—me dijo Rosauro poco después mientras caminábamos.

—Creí que estabas con otra, no pensarás que me iba a molestar en ir a tu


taller a decirte que no me llamaras para volver a follar —me defendí.

—Habría agradecido hasta eso, fíjate. Porque, el no saber qué había


pasado para que no contestaras mis mensajes, ni me devolvieras las
llamadas, me estaba volviendo loco. Así que encontrarte el otro día con tus
amigas fue un alivio.
—Lo siento, de verdad, pero lo pasado, pasado está. Ya no hay
posibilidad de nada más entre nosotros, ya te lo dije.

—Claro que lo hay —se paró cogiéndome la mano y me giró para que
quedara frente a él—, no puedes negar que congeniábamos. Y no me refiero
solo en la cama, no me creas tan gilipollas como para quererte para eso y
nada más.

—¿Es que me querías para algo más? Porque nosotros cuando nos
veíamos era para tomar una copa el sábado por la noche y acabar en tu piso
follando como conejos.

—Porque me gusta verte disfrutar del sexo, ver tu cara cuando alcanzas
el placer absoluto entre mis manos. Olivia… —Me miró con ese brillo en
los ojos que ya conocía bien, habían sido varias veces las que habíamos
estado juntos y el deseo en su mirada lo decía todo— Podemos darnos una
oportunidad, ya has visto que no hay otra y no me interesa nadie más —
aseguró acariciándome la mejilla— ¿Crees que te insistiría tanto con mis
mensajes para verte si me interesara por otra mujer?

—¡Y yo qué sé! Los hombres a veces son complicados de entender.

—¿Y las mujeres no? —preguntó arqueando una ceja.

—Tal vez —respondí encogiéndome de hombros.


Siguió mirándome unos minutos mientras su mano estaba posada en mi
mejilla y la acariciaba con el pulgar. Cuando le vi inclinarse me tensé un
poco, esperaba que no intentara besarme como el día que estuvimos en su
despacho.

Respiré aliviada al sentir sus labios en la frente.

—Será mejor que te lleve a casa —me dijo con una sonrisa que me
pareció demasiado triste para las que solía dedicarme.

Regresamos al coche y durante el camino de vuelta a mi casa Rosauro no


dijo una sola palabra, se limitaba a conducir con el codo apoyado en la
puerta y toquetearse la barbilla, pensativo.

Al llegar, paró el coche y me giré para despedirme, sonreí y le agradecí


una noche tan bonita, tranquila y relajada.

—Entonces, ¿no te arrepientes de haber cenado conmigo? —preguntó


arqueando la ceja.

—No, de verdad. Ha sido una buena noche. Tal vez podríamos repetir,
pero como amigos, nada más.

—Sabes que me pides demasiado, no podría ser solo un amigo más,


Olivia.

—Es eso, o nada. No puedo darte algo que no siento, Rosauro.


—¿Y por qué no lo intentas? Estábamos bien, lo sabes.

—Es… complicado —evité mirarle, no quería que notara en mis ojos el


tormento que llevaba por dentro.

Rosauro me cogió la barbilla con dos dedos, hizo que volviera a mirarle,
llevó la otra mano a mi nuca, me acercó a él y me besó.

Quise apartarme, pero fue todo tan rápido y como había abierto la boca
ante la sorpresa, no pude evitar que se acercara más a mí y su lengua
buscara la mía.

Le di un empujón en el pecho para apartarle y en cuanto lo hizo le solté


tal bofetón que sonó en el silencio que nos rodeaba como si del estallido de
un látigo se tratase.

—Pero, ¡a ti qué coño te pasa! —grité mientras la veía pasarse la mano


por la mejilla. Joder, si a mí me estaba escociendo la palma, no quería ni
imaginar lo que él sentía—. ¡Vete a la mierda!

Abrí la puerta y salí sin dejar de soltar sapos y culebras por la boca, si me
viera mi madre en este momento, se pensaría que me había poseído el
maligno.

—¡No vuelvas a llamarme! ¡Ni a escribirme! ¡Olvídate de que existo!


Cerré con un portazo que si hubiese sido mi coche hasta me habría
dolido, pero como no lo era, que se jodiera. Se había atrevido a besarme aun
sabiendo que no quería nada con él, que nuestro momento pasó y ya está.

Entré en casa y vi a mis padres y mi hermana viendo la televisión, les di


las buenas noches y subí a mi habitación.

Necesitaba estar sola, olvidarme de lo ocurrido, porque de lo contrario,


cogería el primer taxi que me llevara a la casa de Rosauro y seguiría
gritándole lo imbécil que había sido. Joder, una noche tan bonita y acabar
de esa manera.

De nuevo otro día más, viernes, por la mañana. Ducha, desayuno y antes
de salir mi hermana me llama para que suba a su habitación.

—Dime.

—¿Hablarás después con mamá y papa? —me preguntó.

—Sí, durante la comida les digo que vamos a pasar el fin de semana con
las chicas. Yo esta noche tengo que trabajar, pero saldremos juntas y
diremos que me esperas junto a ellas en casa de Mariola.

—¿No dirán ellas nada? Mira que si mamá se entera de esto algún día…

—Que no, tranquila, que ahora que voy a verlas y las pongo al tanto de
todo, pero, por favor, tú ten cuidado estos días, que no quiero tener que
decirles a papá y mamá que les mentí por ti.

—Que sí, no te preocupes, que no va a pasar nada. Mi chico es muy


responsable, ya le conocerás —me dijo con una amplia sonrisa.

—¡Vaya! Así que va en serio la cosa, me alegro, mi niña —me acerqué a


ella y la abracé como hacía años que no la tenía así conmigo y, lo mejor de
todo, ella me devolvió el gesto. Le besé la coronilla y al apartarme su rostro
era el de aquella chiquilla que me mirada con todo el amor del mundo—
¿Eres feliz con él?

—Sí, aunque parezca imposible porque llevemos poco tiempo, pero… no


sé, es como si nos conociéramos de siempre.

—¿Es de tu edad?

—No, él… —se quedó callada unos instantes, la vi tragar nerviosa y tras
recorrer con la mirada toda la habitación evité que se sintiera peor y fui yo
quien habló.

—Es mayor, ¿verdad? —ella asintió— No pasa nada, algunos


adolescentes maduran pronto, pero otros son un poco cabra loca.

Se echó a reír y yo con ella, una risa que me moría por escuchar siempre,
como en los años en que las cosas no eran tan malas como ahora.
Porque mi niña pequeña había crecido y con la edad su forma de ser
cambió, sin motivo aparente al menos para mí, pero así lo hizo.

—Bueno, me voy que tengo que avisar a las chicas de que estos días
somos tu coartada —dije yendo hacia la puerta.

—¡Ay, por Dios! Ni que fuera a robar un banco y os tuviera que


interrogar la policía —me dijo entre risas.

Salí de casa y fui al encuentro de mis amigas, a esa cafetería en la que, si


nos dieran oportunidad, podríamos tener una pequeña participación en
acciones. Pasábamos allí más horas que en nuestras propias casas.

—Llegó la Jolie, ya estamos todas —dijo Mariola en cuanto me senté.

Pedí el café que me trajeron enseguida y di el primer sorbo, necesitaba


esa dosis de cafeína para ser un poquito más persona, y eso que había
tomado uno en casa, pero, o me hacía con una segunda dosis mañanera, o
no me aguantaba ni yo misma.

—Hoy vamos las tres, que he dejado a las chicas en la tienda —me
informó Mariola.

—Pues muy bien, así seremos tres para hacer turismo, porque lo que es
el notario no nos va a sorprender hoy, a no ser que vaya a comer con
alguien —soltó Daniela.
—Ya veremos qué pasa. Mariola, te necesito para este fin de semana.
Bueno, en realidad os necesito a las dos.

—¿Y eso? —preguntó Daniela.

—Veréis, Romina se ha echado novio no hace mucho y el lunes por la


noche la escuché hablando con él. Al parecer quería llevarla a algún sitio
este fin de semana y ya sabéis que mis padres como que no la iban a dejar,
así que voy a decirles que nos vamos las dos a tu casa —dije señalando a
Mariola—, para tener un finde de chicas las cuatro.

—¡Tócate las narices, ahora somos la tapadera de una adolescente para


irse a pecar con el noviete! —gritó Mariola, entre risas.

—Madre mía, para lo que he quedado. De crucero con mis padres y


mintiendo por una cría de diecisiete —resopló Daniela—. Esto cuando se lo
cuente a mis nietos…

—¡Ah! ¿Qué vas a tener nietos? —pregunté.

—¡Hombre, pues claro! Yo quiero ser una feliz abuelita rodeada de


churumbeles correteando por el jardín de mi casa.

—Espera, que esta peli mola mucho —rio Mariola dando palmas—.
Sigue, por favor. Deléitanos con tu bonita historia, amiga mía.
—¡Vete a la mierda, anda! Vamos, ni que no me fuese a casar nunca.
¡Que tengo veintisiete años, joder!, no creo que me quede para vestir santos
como mi tía Amparito —protestó Daniela.

—Hija, tu tía Amparito es mi ídolo. Ahí la tienes, con casi sesenta años,
soltera por elección y se ha follado a todo pollón.

—¡Mariola! —la regañó Daniela.

—¿Qué? A ver si te crees que la única que habla con tu tía Amparito eres
tú, mona. Que ella viene mucho por mi tienda, a comprar o a invitarme a un
café. ¡Anda que no me ha contado a mí cosas!

—Vale, pues no quiero saberlas. Con lo feliz que era yo en mi


ignorancia, pensando que la tía Amparito era una aburrida. ¡Madre mía,
ahora no voy a poder mirarla a la cara! —se quejó Daniela.

—Hija, qué exagerada. ¿Tú no te has estado metiendo entre las piernas al
del crucero? Pues hazte a la idea que tu tía ha sido igual.

—¡No me jodas! Con la de viajes que se ha hecho siempre.

Yo ya no sabía dónde meterme para no reírme tanto. Pobre Daniela, la


que estaba pasando. Y Mariola que era una capulla y cizañera como la que
más, no hacía más que pincharla.
Terminamos los cafés y fuimos al coche para instalar de nuevo nuestro
centro de operaciones frente a la notaría.

Risas, puyitas, regaliz y cotilleos del mundo de la farándula mientras


esperábamos, y ahí apareció el señor notario, con un traje negro que le hacía
de lo más apetecible.

—Arranca, coño, que te has quedado “alelá” —me pidió Mariola.

Puse el coche en marcha y empezamos con el seguimiento, nada de parar


en la gasolinera, tampoco en la panadería, ni en el kiosco.

Le seguimos al restaurante al que había ido el otro día, donde se encontró


con el mismo hombre.

—Pues nada, otra comida de negocios que tiene el señor notario —dijo
Daniela.

—Y aquí acaba el seguimiento, chicas, que hoy sí que como en casa.


Tengo que decirles a mis padres lo del fin de semana y además me voy a
pegar una buena siesta que esta noche toca currar.

—Ale, marchando entonces. Vaya día he ido a escoger yo para


acompañaros —se quejó Mariola.

—Anda, que el lunes hacemos otra ronda —comentó Daniela, pero yo


me negué en redondo mientras las tres nos reíamos a carcajadas.
Dejé a las chicas en la cafetería y me marché a casa.

En cuanto entré por la puerta vi a mi hermana sonriendo y con los dedos


cruzados, pobrecilla como mis padres dijeran que no podía irse el fin de
semana conmigo.

Pusimos la mesa entre las dos mientras mi padre escuchaba las noticias y
cuando estaba todo listo, ayudamos a mi madre a servir la comida.

Entre charla y risas vi el momento oportuno para hablar y lo aproveché.

—Por cierto, Romina, esta noche te vienes conmigo cuando salga para el
trabajo —dije y pronto me gané las miradas curiosas de mis padres.

—¿Y eso, por qué? —me preguntó ella disimulando.

—Bueno, nos vamos a pasar el fin de semana con las chicas a casa de
Mariola. Mañana todo el día en la playita, al sol, comiendo en los
chiringuitos y por la noche, pijama party.

—¿En serio? —Qué bien fingía la cabrona, podría ser actriz si quisiera.

—¿Y a qué se debe que quieras llevarte a tu hermana? —preguntó mi


padre.
—¡Ay, papá! Pues porque sé que nos lo vamos a pasar bien las cuatro
juntas. Además, que no vamos a hacer nada malo. Esta noche mientras yo
trabajo ella irá con las chicas para comprar lo necesario para los días que
estemos todas en casa de Mariola y en cuanto acabe mi turno, un taxi y a
reunirme con ellas.

—Albano, deja a las chicas que pasen el fin de semana juntas. Ya no


tenemos dos niñas —intervino mi madre a quien debo decir que le brillaban
los ojos por la emoción.

Y no me extraña, que vernos a mi hermana y a mí una semana entera de


tan buen rollito, era como si les hubiera tocado la lotería.

—Está bien, pero por favor, Romina, haz caso a tu hermana en todo, ¿de
acuerdo? Y a Mariola y Daniela también, que son las mayores.

—¡Anda! Ni que yo no lo fuera —me quejé en broma poniendo morritos.

—¡Qué boba eres, hija! Solo os pido una cosa, tener cuidado y pasarlo
bien.

—Sí papá, tranquilo —le aseguramos mi hermana y yo a la vez.

Terminamos de comer, Romina y yo recogimos la mesa y mientras ellos


se quedaban en el salón viendo la televisión, yo me subí a descansar. Me
esperaban unas horitas de trabajo de pie y en tacones que ya me estaban
pasando factura y ni se acercaba la hora de irme.
No me molesté ni en cambiarme, en cuanto me quité lo que llevaba me
metí en la cama en ropa interior, puse la alarma en el móvil, cerré los ojos y
me dejé llevar al mundo de los sueños.
Capítulo 12

La siesta me había sentado como una patada en el culo, de esas que no


quieres que nadie se te cruce por el camino y mucho menos de que te soplen
en un ojo porque puedes liar la tercera guerra mundial.

Me preparé después de la ducha y ya entró mi hermana a la habitación


con esos nervios y su bolsa de fin de semana preparada. ¡Vaya paz le
íbamos a dejar a los papis!

Salimos despidiéndonos de ellos y claro, mis padres me dijeron mil


veces que tuviese cuidado con ella. Mi hermana volteaba los ojos mientras
negaba como pensando que confiaban muy poco en ella.

Daniela nos recogió y dejamos a mi hermana donde el coche ya la


esperaba, pero nos quedamos más atrás, buena era la niña para que nos
acercáramos a saludar, así que allí se quedó y luego me acercó a mí al
evento, se llevó mi bolsa y quedamos en vernos en casa de Mariola que le
había dado una llave para cuando yo llegara.
Llegué al evento y este se celebraba en un sitio muy bonito ya que los
jardines de la finca eran preciosos y estaban llenos de barriles en blanco
para que los asistentes apoyaran las copas, era un lugar que brillaba, miraras
por donde lo miraras.

Aquí el trabajo era lo mismo de siempre: una recepción, servir copas y


poco más… Dos horas en las que sonreír, saludar con un gesto de cara para
no gastar saliva y… ¡La madre que lo parió! ¿Cómo cojones se habían
enterado de este evento?

—Hola, Martín —reí ofreciéndole una copa.

—Hola, Olivia —sonrió cogiéndola.

—¿Qué te trae por aquí? —Arqueé la ceja.

—Sabía que estarías y me apeteció venir.

—Genial, el chico sorpresa.

—¿No te gusta?

—Sí —reí ruborizada y puse unas copas a los nuevos asistentes—, pero
siempre me coges fuera de juego.

—De eso se trata —dio un trago mirando hacia todas partes.


Había llegado casi al final de mi jornada, parecía que lo tenía todo
controlado o a mí me daba esa impresión.

Así que se quedó a mi lado hasta que terminó la recepción y, cómo no, al
salir de allí, nos montamos en su coche, sin más, dando por hecho que me
iba donde él quisiera, pues no me preguntó dónde llevarme.

Llegamos a una parte de la isla donde había apartamentos pequeños, no


era un hotel, me extrañó mucho pues no vivía en él, pero rápidamente me
aclaró que se lo compró hacía poco y que aún estaba casi sin estrenar,
aunque ya lo tenía equipado y no le faltaba detalle.

Una habitación, salón, un dormitorio, baño y terraza, todo muy bonito y


minimalista.

Sacó dos camisetas blancas, sin estrenar, de manga corta y me dio una
para que me cambiara y me la pusiera, eso sí, me hizo un gesto que nada de
sujetador, me eché a reír, pero es que me ponía de lo más nerviosa.

Nos fuimos a la cocina que era de tipo americana con el salón y me senté
en una banqueta de la barra que separaba ambas estancias, él comenzó a
servir dos copas y puso unas patatas chips en medio.

Me miraba súper sugerente y le comenté que iba a poner un mensaje a


mis amigas para que no me esperasen, que iría al día siguiente y me dijo
que mejor el domingo.

—Pero tienen mi ropa —reí.


—Tengo bastantes camisetas y algunos bóxer anchos sin estrenar que te
deben de hacer muy sexy —me hizo un guiño—. No saldremos para nada.

—Vaya, gracias por avisarme —negué riendo.

—¿No te apetece?

—Sí, pero ya me podrías haber avisado para traer mis cosas —resoplé
riendo.

—No te harán falta, todo lo necesario ya lo tengo aquí.

—Una camiseta y un bóxer, ajá…

—No —rio y dio un trago a su copa—. Mucho más que eso, nos lo
vamos a pasar genial.

—¿Bebiendo y comiendo? —pregunté para buscarle la lengua.

—Y jugando…

—¿Al parchís? —reí.

—Bueno, no precisamente… —Se colocó detrás de mí dejando su copa


sobre la mesa.
Me abrazó y besó mi cuello, yo sentí en ese momento que todo
comenzaba a revolotear y que solo con el contacto de él, ya me ponía de lo
más subida de tono.

—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar? —murmuró en mi oído y a mí


se me pusieron los bellos de punta.

—Explícate.

—¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar este fin de semana?

—Me estás poniendo muy nerviosa —reí, y él se puso de nuevo frente a


mí al otro lado de la barra, mirándome con ese rostro que me tenía de lo
más tonta.

—Nunca has jugado en el sexo, ¿verdad?

—Lo del otro día que me metiste un dedo por el culo… no cuenta, ¿no?
—volteé los ojos causándole una risa.

—No, solo quería tantear, pero bueno, digamos que los tiros van por ahí,
en si estarías dispuestas a dejarte llevar por mí.

—¿Voy a salir ilesa? —Arqueé la ceja.

—Claro, eso no lo dudes, puede ser un poco molesto pero muy


placentero.
—Me estás cagando, literalmente —dije con movimiento de cara
incluido.

—No —rio—, tendré mucho tacto…

—¿Para qué? —pregunté acongojándome cada vez más.

—Tranquila —me hizo un guiño.

Tranquila decía el tío, después de soltarme eso que dejaba entrever que
iba a jugar conmigo a más no poder, pero bueno, yo lo deseaba, con todas
sus fantasías y cosas que se le ocurrieran, señal que me deseaba.

Dio un trago bien largo y se dirigió hasta a mí mirando hacia el suelo y


sonriendo, se colocó atrás, metió sus manos por debajo de mi camiseta y
comenzó a subirla para deshacerse de ella, contuve la respiración, levanté
las manos para ayudarle a sacarla, mientras de fondo sonaba la canción
“Otra como tú” de Eros Ramazzotti.

—No te muevas —murmuró en mi oído y me lo mordisqueó para luego


apartarse.

Miré la copa y me la bebí de un trago, algo me decía que me iba a hacer


falta.
Lo escuché volver y acto seguido puso algo sobre mis ojos que
directamente se quedó fijado al ser anudado detrás.

—Martín… —dije soltando entre nervios, excitación y un poco de


incertidumbre.

—No digas nada, yo te lleno la copa y te la pongo delante.

—No es por eso —resoplé.

—No hables, por favor, utiliza los sentidos.

—Joder, es que me estoy asustando.

—Schhh…

Escuché poner la copa delante de mí, la cogí al tacto, di un trago y noté


la cubitera de hielo, acto seguido se puso detrás de mí y…

—¡Auch! —exclamé cuando noté un cubito de hielo en cada pezón.

—Relájate —murmuró en mi oído.

Notaba como si mis pezones se fueran a romper, se habían puesto como


rocas y hasta lo podía sentir.
Puso un hielo en un vaso, pude escuchar cómo lo metía y con esa mano
cruzada la puso sobre mi hombro y comenzó a bajar su otra mano con el
hielo y lo metió por dentro de mis bragas haciéndome un gesto para que
abriera las piernas, lo hice, pero no le bastó pues con otro gesto me indicó
que más.

Aquella sensación del hielo entre mis partes y haciendo un intento de


entrada para luego llevarlo al clítoris, me estaba dejando de lo más excitada.

Lo sacó y lo escuché caer en el vaso, sería el mismo, uno que habría


puesto para eso.

Me levantó y me pegó a la barra, bajó mis bragas hasta dejarlas caer al


suelo y me hizo un gesto para que dejara mi cuerpo recostado sobre la
encimera. Abrió mis piernas un poco más y noté cómo cogía de nuevo un
hielo y, claro, fue a mis partes de nuevo hasta terminar en mi culo donde se
quedó jugueteando con él y el hielo que parecía que iba cubierto por un gel
o algo, era una sensación extraña.

Volvió a poner el hielo en el vaso, me giró y me subió a la mesa, me puso


en el borde y abrió mis piernas, noté que abría como una especie de estuche,
ya hasta me imaginé que acabaríamos en una escena a lo “Nueve semanas y
media”.

Acarició cada uno de mis pezones echándole una especie de crema que
causaba frío, luego calor, luego de todo, era una sensación de lo más
extraña, no tanto como cuando me puso como una especie de pinza en cada
pezón, solté el aire rápido y me quedé a cuadros, noté cómo echaba un
spray alrededor de cada uno.

—Esto te aliviará…

Asentí con la cabeza y cogí aire para luego soltarlo, me hizo tumbar
hacia atrás y me puso las piernas reclinadas y abiertas al borde, hizo que mi
culo quedara lo más hacia afuera posible.

—¿Preparada? —Sentí cómo se ponía unos guantes de látex.

—No, la verdad —reí nerviosa.

—Piensa en que solo vas a disfrutar —dio dos toques a mi pubis—.


Relájate y disfruta, iré con tacto.

—Me da un poco de…

—Confía en mí —noté cómo metía dos dedos con algo de gel y el tacto
de esos guantes que lo hacía todo más fácil.

Se puso a tocar mi interior sin sacar los dedos, hacía un poco de presión
hacia mí y con la otra mano apretaba mi bajo vientre.

—Perfecto —murmuró en ese tono calmado que lo único que conseguía


era ponerme más nerviosa, pero yo quería disfrutar, en mi vida había tenido
un momento así y no quería desaprovechar la oportunidad, aunque me
sintiera ahí expuesta y un poco vulnerable.

Sus dedos se fueron con gel también a mi culo, comenzó a masajear con
un dedo la entrada y yo sabía que iba hacia dentro. Hice un intento de
relajarme y fue entrando con cuidado, su otra mano acariciaba mi muslo
con apretones de esos que te intentan relajar, pero en mi caso creo que me
ponían más nerviosa, pero yo quería estar así para él, y sentirme totalmente
libre de hacer lo que en esos momentos me apetecía.

Su dedo fue entrando y casi lo comencé a notar jugueteando en mi


interior, era incómodo y placentero a la vez, era excitante y con él dentro
metió algo a presión en mi vagina.

Sacó el dedo y me puso otra cosa a la entrada de atrás, como una gelatina
que fue metiendo y se hizo firme dentro.

Sus dedos fueron a mi clítoris y comenzó a tocarlo con tanta rapidez y


presión que empecé a moverme como loca y notaba todas mis partes a
presión, aquello era una locura y encima él tirando de lo que apretaban mis
pezones.

Grité tanto mientras gemía que pensé que se iba a enterar todo el edificio,
pero me daba igual, en ese momento solo me salía chillar mientras venía
aquel brutal orgasmo.

Me agarró las manos y me levantó, me llevó hacia la ducha, quitó la


venda de mis ojos y me sonrió, aún tenía eso dentro de mí por ambos lados.
Se sentó en una especie de escalón que había dentro de la ducha y me
puso frente a él con las piernas abiertas a ambos lados de las suyas, sin dejar
de mirar hacia arriba tiró un poco hacia fuera y partió como una especie de
globo que reventó en mi vagina y me hizo sentir un montón de excitación y
una sensación de lo más placentera.

—Gírate —hice caso y me hizo ponerme contra la pared, levantó mi culo


e hizo lo mismo con el de atrás, chillé y todo, esta sensación era mucho más
fuerte aún y notaba caer el líquido entre mis piernas.

Se puso de pie, yo seguía contra la pared, cogió el grifo de la ducha, lo


abrió, se puso gel en las manos y comenzó a limpiarme con sus dedos por
delante y por detrás, echando agua en todo momento, yo chillaba al notar
cómo ponía el grifo en mis orificios y a la vez me metía los dedos, parecía
que iba a desfallecer de placer, pero aguanté.

Nos duchamos y yo esperando a hacerlo, pero no, salimos a la


habitación, me volvió a echar hacia delante de la encimera y me lo hizo a
perrito, dando palmadas a mi cachete y de forma eufórica, me tiraba de los
pezones ya que no me había quitado las pinzas y yo me revolvía en un
momento entre placer y dolor, pero que me gustaba.

Cuando terminamos entró al baño a asearse y me dijo que esperara, yo


solo deseaba que me quitara ya las pinzas de los pechos e irme a dormir, me
había dejado muerta.
Se acercó con un bóxer y una camiseta puesta, sonriendo, me dio un beso
y me quitó lo de los pezones, luego los masajeó con un gel para aliviarlos.

—Quiero que duermas con esto—me enseñó tres bolas de mayor a


menor con una cuerdecita, vamos, que sabía lo que era.

—Si lo deseas… —sonreí, en el fondo me gustaba ese juego que se traía.

—Échate en la cama boca arriba.

—Vale.

Le hice caso e incliné las rodillas y abrí, me agarré a las sábanas y me


pidió que me relajara, que no las agarrara, hice caso y cerré los ojos notando
cómo aquello entraba y lo acomodaba en mi interior.

Se tumbó a mi lado y me abrazó.

—Gracias —dijo mientras me tapaba y me dejaba desnuda abrazada a él.

—¿Por?

—Por dejar que pueda disfrutar de ti.

—Yo también disfruté.

—Me alegra que lo veas así. Entonces, ¿mañana seguimos?


—Claro —sonreí nerviosa mientras cerraba los ojos recostada sobre su
pecho.

Besó mi frente y apagó la luz, ahí fue cuando me di cuenta que estaba en
el lugar correcto, con el hombre perfecto y descubriendo todo aquello que
tantas veces había fantaseado.

Por la mañana me desperté y me di cuenta de que estaba en la cocina,


entré al baño, me aseé, me puse una camiseta blanca con un bóxer que había
dejado allí para mí y aunque no era el despertar que había imaginado, sí que
necesitaba un poco de respiro pues aún me dolían hasta las muelas.

Llegué a la cocina y en la encimera ya había de todo, zumo, mermelada,


tostadas y esos cafés que estaba preparando, todo eso cantando en voz baja
la canción de la banda sonora de la película “La boda de mi mejor amigo”
“I Say a Little Prayer”.

Me miró sonriendo y siguió cantándola, no parecía aquel hombre de la


noche anterior, ahora era ternura y… ¡Beso que me dio! Me agarró por la
cintura mientras cantaba y me besó echándome hacia atrás.

—Te veo muy feliz —aseguré, él seguía cantando y sonriendo. Me dio el


café, me senté y mordisqueé una tostada mientras veía a ese Martín tan
desconocido. Se sentó continuando la canción—. Ah, ya lo entiendo, me
estás pidiendo matrimonio… —bromee y afirmó sin dejar de cantar
sosteniendo la taza en sus manos.
Pues nada, ahí lo dejé que terminara a capela aquella canción que tan
bonita sonaba en su boca.

—Esto no está pagado, te acabo de dar un concierto matinal.

—Matinal, la hostia que tienes, eres bipolar, vaya cambio de la noche a


la mañana y nunca mejor dicho.

—¿Y cuál prefieres?

—Ahora mismo otro café, por favor.

—Marchando una capsula para mi niña.

—Gracias, papi —sonreí con ironía.

—Si yo fuera tu padre…

—¿Qué? —reí.

—Te iba a tener castigada todo el día —me hizo un guiño.

—Pues qué divertido, me iba a parecer a la Romina.

—Bueno, ya se supone que habéis comenzado la tregua, que encima se


sacó novio y te tiene que agradecer que la taparas.
—No me fío, esta revienta en cualquier momento.

—Le tienes poca fe —puso mi café sobre la mesa y se volvió a sentar.

—No le tengo ni una, pero bueno, le voy a dar el voto de confianza que
para algo lo he intentado, sobre todo, por la salud mental de mi padre que al
final termina con la camisa de fuerza por nuestra culpa y no es plan.

—Tienen el cielo ganado vuestros padres —sonreía.

Esa mañana tenía un brillo especial, diferente, de esos que no había


conocido en él, era como si fuera otra persona, me encantaba verlo así.

En ese momento me entró un mensaje de mi hermana preguntándome si


todo estaba bien, tuve que sonreír, aunque la que debí de preguntárselo era
yo.

Olivia: Todo bien. ¿Tú qué tal?

Romina: Bien, pero me pueden asesinar, que ni te preocupas.

Olivia: Me acabo de levantar.

Volteé los ojos y le enseñé lo que me había dicho mi hermana.

—Joder, es verdad, es tu hermana menor y no sabes qué clase de hombre


es con el que está —me hizo un gesto de riña bromeando.
—No me calientes, porque voy a por la niña y se queda sin fin de semana
y tú te quedas solo —le advertí con el dedo.

—Está bien —levantó las manos con esa sonrisa pícara—. Seguro que es
todo un señor, que la está cuidando como yo a ti.

—¡Para! Espero que no le haga a mi hermana las cosas que tú me haces a


mí.

—¿Tan mal lo pasaste? —Arqueó la ceja.

—No, pero no me fío de que se lo hagan en ella —le saqué la lengua.

—Bueno, ella sabrá lo que tiene que hacer —levantó las cejas.

—Es menor de edad —lo miré sacando hocico.

—Me dijiste que pronto cumplía los dieciocho…

—¿Y? —Lo amenacé con el cuchillo.

—Vale, vale, me callo —carraspeó.

—Más te vale.
—Pero para que veas cómo la defiendes, en el fondo os matáis, pero
mira…

—Es mi hermana y la única que tengo —volteé los ojos.

—¿Te canto?

—No —reí—, ya con el concierto mañanero tuve suficiente.

Me sonreía y yo, bueno yo me caía de ese taburete que sujetaba mi culo


mientras desayunaba.

Tras el desayuno se puso a poner en la mesa comida y a prepararla, no


me dejaba ayudarlo decía que le diera charla. ¡Encima cocinillas! ¿Tenía
algún fallo este señor? Bueno sí, hermético y misterioso, dos cualidades que
me ponía un poco encendida, lo mío era no soportar la intriga y lo peor de
todo es que tenía metido en la cabeza algo y era que tenía algo que
esconder, por muy piadoso que fuera, no sé, pero joder tanto secreto cuando
se tenía que ir debía tener una razón y de bastante peso. ¡Capaz de ser
narco!

No, no, eso no podía ser. ¿Cómo se la iba a jugar de esa manera? Pareja
tampoco podía ser, a la vista está que estaba conmigo aquí y había
aparecido por eventos solo y me llevó de hotel además de restaurantes y eso
en la isla para un notario no sé yo, pero era inviable, así que debía ser… ¡Yo
qué sé!
Lo miraba cocinar mientras nos sonreíamos y un millón de preguntas
rondaban por mi cabeza, pero no quería formarme una paranoia mental que
no me dejara disfrutar de esto tan bonito que me estaba pasando.

Estaba cociendo pasta y huevo, una especie de pasta que no había visto
en mi vida, eran como conchas negras, decía que me iba a encantar, era una
pasta que haría al salmón y nata, así que aquello pintaba muy, pero que muy
bien.

Me gustó ver cómo picó la cebollita en trocitos muy pequeños, la refrió,


luego echó el salmón ahumado, la nata con un poco de pimienta molida
blanca, sal y ya tenía la salsa.

—¿No le echas los huevos duros?

—No —sonrió—. Son para preparar otra cosa, luego los preparo
mientras tomamos un vino, lo que pasa es que la pasta la quería dejar ya
hecha, no me gusta comerla recién cocinada.

—Eso es como mi madre, que el potaje no le gusta comerlo en el día,


siempre quiere de un día para otro.

—Se mezclan mejor los sabores y queda el caldo más contundente, a mi


madre le pasa igual y yo, bueno yo me como los que ella me manda en la
cacerolita.

—Así que tu madre te manda comida —por fin le sacaba algo de


información, hasta casi me pongo a llorar de la emoción, pero no, le iba a
tirar de la lengua bastante más.

—Bueno, no exactamente, digamos que mi madre es muy comodona y


últimamente lo que menos hace es cocinar, siempre está comiendo en la
calle con mi padre, o la chica que tienen por la mañana trabajando en la
casa les prepara lo que le piden para comer, así que eso de mandarme
comida es cuando un día le coge muy inspirada, cocina y le sale esa alma de
prepararme una ollita. Eso sí, le tienes que repetir cien veces lo rica que le
salió o te lo pregunta un millón de veces.

—Y a ti por lo que veo te encanta cocinar…

—Digamos que sí y me relaja, pero soy muy especial, hay ciertos tipos
de comida que me cuestan mucho hacer, por ejemplo, los potajes. Soy más
de preparar comidas más innovadoras, además me gusta preparar los platos
como si fueran de alto gourmet, nada de poner un plato mal puesto, la
comida tiene que ir con una presentación impoluta.

—Pues luego lo comprobaré —sonreí.

—¿Cuál es tu comida favorita?

—Los menús del Burger King —reí.

—Para matarte… —negaba riendo mientras iba mezclando la salsa con


la pasta.
—¿Y la tuya?

—Soy un gran amante del marisco y todo lo que tenga que ver con ello,
me gusta comerlo en las ensaladas, sopas, en plan mariscada. Es igual que
con el pescado, a mí todo lo que tenga que ver con el mar ya me parece una
delicatessen.

—A mí me gusta el marisco también, y el pescado según, odio las


espinas y me ponen mala.

—Eso es porque no lo sabes comer —levantó la ceja cerrando la olla en


la que había puesto la pasta limpia con la salsa rebujada. Eso sí, las ollitas
eran para verlas, vamos no sé cuánto le abrían costado pues no entiendo
pero que eran esas dignas de cocinas de altura.

—Habló el listo —volteé los ojos—. Y aparte del marisco y pescado, que
ya veo que te gusta, ya que hasta la pasta es al salmón, ¿qué otra comida te
gusta? Una más normal me refiero.

—Normal te refieres de más a diario, ¿no?

—Obvio —volteé los ojos.

—Me gustan mucho las lentejas, eso sí lo cocino yo, no cuenta como
potaje.
—No, no, cuenta como Sushi —sonreí negando y a él se le escapó una
carcajada—. ¿Y nunca te comes un buen plato de patatas con huevos fritos
mojados por una barra y media de pan? —pregunté aguantando la risa.

—Bueno, con un poco de pan, sí —se vino hacia mí, me agarró del brazo
y fuimos hacia el cuarto—. Ahora te cambias y nos vamos a ir precisamente
a por el pan y a comprar algo de postre.

—¿Y qué me pongo, el vestido del evento? —pregunté negando.

—No, en aquel primer cajón tienes ropa para cambiarte —me dijo y se
metió en el baño.

¿Me iba a vestir de hombre? ¿Y de zapatos qué me ponía, las zapatillas


del albornoz que había en el baño?

Abrí ese cajón que parecía un baúl, no veas si era grande.

¿Y esto? Había una bolsa de Intimissimi, vamos de una tienda de ropa


interior, luego otra de “Mariola´s” yo a mi amiga la mataba, seguro que le
vendió de todo y una de una tienda de zapatos, además de un perfume de
Carolina Herrera, el tacón que tanto me gustaba.

Puse todo sobre la cama y abrí la ropa interior, tres braguitas preciosas en
colores, blanco, negro y rosa pastel. Tres sujetadores monísimos a juego
con las bragas y un camisón de algodón divino, en plan camiseta hasta la
rodilla, de manga muy corta y cuello redondo, en el centro un corazón rosa
con purpurina.
En la bolsa de Mariola´s iba una falda corta de volantitos que me
encantaba, como todo lo de su tienda, una camiseta celeste que era súper
chula y además dos vestiditos cortos para diario que eran una monada.

En la de los zapatos unas sandalias preciosas y unas chanclas que


también eran una cucada.

Me puse uno de los vestiditos en color verde safari, era de tirantes


anchos, hasta la rodilla, con botones de madera y un cinturón, me quedaba
monísimo, además con esas sandalias de color cuero que eran de lo más
cuquis y un pequeño tacón rectangular.

—No deberías de haberte gastado dinero en esto, lo mismo que fuiste a


Mariola para que te vendiera estas prendas, le podrías haber dicho que se las
ingeniara para darte la bolsa que se iba a quedar mía para el finde, pero
gracias, de verdad.

—Te queda genial el vestido —me besó haciendo caso omiso a lo que le
decía.

—Gracias de nuevo —resoplé riendo.

No es que se hubiera gastado el oro y el moro, eran prendas de firmas,


pero de las comunes, a las que cualquiera puede acceder, bueno el perfume
se había pasado, pero es que todo aquello para mí fue tan emotivo por el
simple hecho de ir a buscar cada cosa y preocuparse en no fallar, que me
había hecho mucha ilusión.
Salimos del edificio y nos montamos en el coche, fuimos a un pueblo
cercano donde aparcamos a la entrada y comenzamos a andar esa pequeña
avenida que dividía el pueblo en dos, era una pedanía muy tranquila, pero
con un encanto especial.

Al ser sábado aquello estaba lleno de puestos ambulantes por las calles,
compramos pan tierno en una panadería que tenía su fuego de leña y hacía
un pan de campo de esos que te comías como si fuera jamón y si encima lo
acompañabas mojándolo en huevos, o le untabas un paté, ya era para
morirte de gusto.

Compró una tarta helada en una heladería que era una maravilla para la
vista, me hubiese comido hasta el cristal del mostrador, aquello estaba
puesto directamente para que todo te entrara por los ojos y yo que no era
comilona…

Salimos de allí y entramos a la plaza del puerto, tres puestos de pescado,


tres de carne y tres de verdura, eso era, pero tenía un encanto especial.

—Voy a comprar todo para hacerte esta noche una sopa de marisco —me
hizo un guiño.

—¿Con el calor que hace? —pregunté boquiabierta.

—Ni que te lo fueras a tomar en una terraza a las dos de la tarde —reía
—. Es para cenar y la casa está fresquita con el aire acondicionado —se
mordisqueó el labio mientras levantaba la ceja
—Es verdad, bueno vale, vamos a por ese marisco —sonreí con desgana.

—Luego querrás repetir.

—¿Lo de anoche? —pregunté buscándole la lengua.

—No recuerdo lo de anoche —carraspeó poniéndose delante de un


puesto.

—Joder, encima de hermético con mala memoria. ¡Vaya regalito! —


murmuré mientras él sonreía pidiendo al chico el marisco para la sopa.

—Digamos que olvido para volver a revivir los momentos con la misma
intensidad —murmuró girando el cuello para que no le leyera los labios el
pescadero.

Me contuve de contestarle porque al final se iba a enterar toda la plaza de


lo que pasó la noche anterior y como que no quedaría muy fino. <<Por
favor, que iba con un notario>>, pensé aguantando que saliera la carcajada.

Luego compró verdura y nos fuimos a una terraza a tomar un vino


blanco.

Se estaba de vicio, era una mañana preciosa, aquel lugar daba mucha
paz. Veías a la gente del pueblo por allí comprando las cosas para el día:
que si el pan, la carne, que si habla con una vecina, que si la otra te para y te
pregunta por tu hija y termina preguntándote por tu prima la que se fue a
California con el americano que vino a la isla y se enamoró de ella. Total,
que ahí se estaba de vicio y yo no dejaba de esta atenta a todo menos a
Martín, que se había empecinado en no hablar y estar mirándome con esa
sonrisa picarona que me ponía de lo más nerviosa y es que el tipo se las
traía.

Me estaba buscando con esa mirada pensativa. ¿Qué se le estaba


ocurriendo ahora a este hombre bipolar, o tripolar, o lo que quiera que
fuese?

Nos fuimos hacia la casa, me cambié y me puse el camisón tan cuqui que
me había regalado y me senté a verlo preparar esos huevos cocidos que
tanta intriga me ocasionaban, pues mi madre los hacía partiéndolos por la
mitad, les sacaba la yema, los mezclaba con tomate y atún y luego los
rellenaba, vamos como se hacían de toda la vida.

Pues no, él no los hacía así, preparó en la licuadora un salmorejo bien


espeso, rellenó los huevos, los espolvoreó con la yema y le puso unos
piñones encima. ¡Flipando en colores me quedé!

Y verlos colocados en aquel plato que parecía de la vajilla de la Presley,


era algo digno de fotaca para el Facebook, y la pasta también toda colocada
con mucho cariño, hasta el pan lo cortó y lo puso sobre una cesta de
aluminio con una servilleta blanca.

Estaba riquísima esa pasta y, joder, cómo estaban los huevos, yo gemía
con cada mordisco y el fruncía la cara aguantando la risa.
Nos pasamos todo el tiempo charlando sobre comidas y eso que yo era la
reina de la llamada basura, aunque he de reconocer que tenía buen paladar y
no hacía ascos a las demás comidas, pero joder, este hombre tenía una mano
digna de enamorar a cualquier estómago.

—Ve a cambiarte, en el cajón de al lado tienes algo que te debes de poner


—me hizo un guiño y me dio una palmada en el culo.

—Como sean unas bolas de esas, me las metes tú —le advertí


bromeando con el dedo.

—No, no era eso, pero irás con unas puestas, ahora que me diste la idea,
concederé tu deseo —decía mientras me metía en la habitación negando.

Me reí mientras iba a descubrir qué me debía de poner y sonreí al ver un


precioso bañador blanco de lo más elegante y un pareo del mismo color,
ahora entendía las chanclas de esta mañana, además una bolsa para la playa
con una toalla dentro, monísima, vamos, a gusto iba servido.

Salí en plan modelo, bolsa incluida, y sonriente.

—Ven, te pongo las bolas —dijo en un tono que me hacía dudar si era en
broma o no.

—¡Una mierda! —corrí a la puerta y la abrí, si me había hecho poner eso


es porque nos íbamos a dar un bañito.
—Luego es peor —reía. Lo vi entrar en la habitación a lo que intuí que
era a cambiarse.

Salió con una camisa blanca de manga corta de nylon, un bañador celeste
pastel y unas zapatillas menorquinas, estaba guapísimo, encima llevaba un
sombrero de paja tipo cowboy. ¿Cómo no me iba a enamorar ese hombre?

—Te la has buscado… —dijo echándome la mano por el hombro y


metiéndome en el ascensor.

—Yo no hice nada.

—Pues por eso —hizo un carraspeo.

—¿Dónde voy a ir yo con unas bolas en mis partes? ¡Estás chalado! —


reí.

—Habla bien —arqueó la ceja.

—Pues da gracias que solo dije que estás chalado y no algo más…

—Vaya, encima tendré que darte las gracias —ladeó la cabeza, le


encantaba buscarme la lengua.

Bajamos a la cala que había de la urbanización y el mar invitaba a entrar


de lleno.
Extendimos las toallas cerca de la orilla y nos metimos a darnos un baño.

—El bañador te queda realmente bien.

—Este y cualquiera que me ponga, una que tiene cuerpo —dije


bromeando de forma chulesca y su respuesta fue cogerme en brazos y…

Correr hacia dentro conmigo encima, eso hizo, lo quería matar, pero
también me lo quería comer. Era maravilloso, me hacía sentir una princesita
cuidada por un gran príncipe.

Nos bañamos, besamos, tomamos el sol, charlamos, nos reímos, todo eso
que nos hacía sentir bien.

Estuvimos hasta viendo el atardecer, el pobre Martín subió varias veces a


bajar alguna cerveza bien fresca.

Subimos por la noche y comenzó a preparar esa sopa de marisco, pero


claro, antes tuvimos un calentorro momento sexual mientras nos
duchábamos, un pinchito de esos rápidos, pero que te ponen a mil por hora
y te hacen vivir un momento explosivo.

Joder, cómo preparaba la comida, todo elaborado de forma impecable,


iba preparando y limpiando, su cocina estaba impoluta, la tenía en todo
momento de lo más reluciente y cada cosa que preparaba la iba poniendo de
forma minuciosa en algún cuenco o plato, eso sí, todo de la misma línea. Se
veía que era una persona que le gustaba verlo todo perfecto.
La sopa le salió que me quedé mataita y muerta, como yo decía, aquello
era uno de los sabores más placenteros que había probado en mi vida, un
deleite para los sentidos.

De postre, la tarta helada que compramos por la mañana en el pueblo,


acompañada de un Baileys.

Tras la cena nos tiramos en el sofá de lo más melosos, pero esta vez todo
fue diferente, nada de sexo salvaje, ahora estaba su alma más romántica,
cuidadosa, mimosa. En definitiva, que en el sexo tenía una manera de ser de
lo más bipolar, pero eso a mí me encantaba.

Tras una hora de pasión nos fuimos a la cama, el día había sido una
maravilla, pero me daba mucha pena que llegara el domingo y con ello
volvernos a separar, yo lo quería a mi lado, siempre, a cada día, a cada hora.

Por la mañana lo escuché colgar el teléfono y la cara se le descompuso,


ni falta le hizo decir que nos teníamos que ir cuando yo, ya lo tenía todo
recogido y con una cara que me llegaba al suelo.

—Lo siento… —dijo agarrando mi cara y besándome.

En taxi me fui después de tomar un café a la velocidad de la luz, así que


fui directa para casa de mis amigas, eso sí, el taxista me dio la vuelta de los
cien pavos, me salía más rentable que me mandara en taxi que ir a trabajar,
en fin… ¿En qué consistían esas llamadas?
Puse a mis amigas al día, que flipaban mientras preparaban el desayuno,
yo me senté cabizbaja, había sido todo alucinante, pero como siempre la
mierda del móvil hacía de las suyas.

—Hija, quita esa cara que te folló el viernes a lo grande, el sábado a lo


caballeroso y encima te hizo un montón de regalos. ¿Eres gilipollas?

—Pues lo seré, pero ese móvil rompe toda mi paz y felicidad, tiene algo
oculto, lo sé.

—Mira —Mariola se acercó a mí con el dedo de forma amenazante—.


Ya quisiera yo que me follaran así y luego me pagaran un taxi con el que
sobraría encima casi ochenta euros que iban para mi buchaca. Secreto sí,
pero tú, bien pagada estás.

—¡¡¡Cabrona!!! Que no soy una puta.

—No, pero sí que te salen rentables los polvos —intervino Daniela,


causándome un ataque de risa.

—Anda, iros a la porra —cogí el café—. Os juro que tengo una rabia
increíble.

—Desde luego, qué mal reparte los pañuelos Dios… —resoplaba


Mariola.

—De verdad que sí —dijo Daniela.


—Para empezar, tú te callas que te pusiste fina con el italiano —le
contesté a Daniela—. Y para seguir, Mariola, que ya tienes a tu amigo el
follador para los fines de semana.

—Menos este, bonita —me contestó la pelirroja.

—Mira, ya quisiera yo aquí a Lucas follándome y que saliera corriendo,


al menos me lo pasaría pipa, pero hija, que llevas con él desde el viernes,
¿qué necesitas?

—Irme a vivir con él, eso necesito —dije muerta de risa.

—Pues suerte, guapa.

—Daniela, ¡que te den!

—Joder, encima que te desea suerte… —murmuró Mariola.

—Mariola. ¡Qué te den a ti también!

—Ojalá, ojalá —sonreía en plan burla—. Deseando estoy que llegue el


próximo fin de semana a ver si alguna de mis amigas las locas, no me dice
que me necesita de coartada para cubrir a su hermana pequeña.

—¡Eh, eh! —protestó Daniela—. Que yo soy hija única.


—Tú te libras, pero aquí la Jolie no tiene escapatoria —respondió
Mariola y acabamos las tres riendo.

Pasamos toda la mañana en la casa de ella y entre las tres preparamos la


comida, mi hermana se incorporó justo a la hora del almuerzo y venía de lo
más feliz, decía que al día siguiente daría una noticia bomba, solo le hice
jurarme que no estaba preñada y dijo que, para nada, partiendo de ahí, la
espera para saber qué tenía que decir se hacía más liviana.

Después de comer fuimos hacia mi casa en un taxi y mis padres se


pusieron contentísimos al ver que llegábamos sin discutir, además
sonrientes, así que, alegría que se llevaron.

Me metí en el cuarto toda la tarde, tristona, y es que Martín y yo ni


siquiera nos mandábamos mensajes, en fin… Después de lo bonito tocaba
un golpe de realidad de esa que terminaba mandándome al punto de partida.

Esa noche la cena fue de lo más tranquila, yo veía a mi padre con cara de
incredulidad y mi hermana con gesto de lo más enamorada, así que el
cuadro se ponía de lo más interesante.

Me fui temprano a la cama, quería descansar, desconectar y dormir para


no comerme el coco.
Capítulo 13

Lunes, y la mañana se presentaba con sorpresa por parte de Romina, pero


no sabía de qué tipo.

En fin, otra con misterios como el señor notario.

Hablando del diablo… Sin noticias en todo el domingo desde que me


volvió a mandar en taxi para casa.

Como siempre, ducha rápida, ropa cómoda y bajando a desayunar, que a


mí me llamaba mucho el café recién hecho.

Ahí estaban todos en la cocina preparando lo que había que llevarse al


salón.

En cuanto me vio mi hermana me sonrió con un guiño de ojo, vamos que


la niña había venido contenta de su fin de semana de… No, mejor no pensar
que ella también había tenido un fin de semana muy parecido al mío,
porque dudo mucho que el novio se la quisiera llevar para jugar al parchís.

—Tengo una noticia que daros —anunció mi hermana cuando estábamos


ya sentados.

—¿Qué es, hija? —preguntó mi madre.

—Tengo novio —soltó, así, sin tantear un poco a mis padres.

Y claro, el pobre de Albano escupió el trago de café que acababa de dar.

—¿Cómo has dicho?

—Que tengo novio, papá.

—Y yo que pensaba, iluso de mí, que nos ibas a decir que ya sabías lo
que querías estudiar.

—¡Ay, papá, por favor! Todavía tengo tiempo para decirlo.

—¿Que todavía tienes tiempo? En unos meses empiezas el último curso,


y te lo advierto, antes de Navidad quiero que me digas qué has elegido, o te
juro que te pongo a estudiar lo que a mí me dé la gana.

—Vale, vale, antes de diciembre tengo todo decidido.


—Eso espero —respondió mi padre volviendo a dar un sorbo al café.

—Entonces, tienes novio —dijo mi madre y escuché a mi padre resoplar.

—Ajá, sí, y es un encanto, mamá. Me trata como a una reina.

—Bueno, los jóvenes de hoy en día son todos muy… —Mi padre se
quedó callado un momento, pensando la mejor palabra que añadir a
continuación— educados y encantadores con las jovencitas hasta que
consiguen lo que quieren.

Para mi padre, conseguir lo que quieren, no era otra cosa que arrebatarles
la inocencia a las chiquillas.

Vamos, que se cree mi padre que Romina y yo seguimos siendo vírgenes.


Si él supiera…

—Él no es así, te lo aseguro. Es mayor que yo y…

—¿Cómo de mayor? —preguntó mi padre arqueando la ceja.

—Un poco, pero eso no importa. Me trata bien, me cuida y eso es lo


importante. Deberíais estar felices por mí, aunque solo sea por una vez en
vuestra vida, digo yo —protestó mi hermana y ahí fue cuando decidí
echarle un capote, como solía decirse.
—Si te trata bien claro que se alegran, Romina —dije sonriendo—.
Seguro que, aunque sea un poquito mayor que ella no pasa nada, papá. Más
maduro será, seguro. Ya sabes que los chiquillos de entre quince y diecisiete
no lo son tanto.

Me quedé en diecisiete por si el novio tenía diecinueve o veinte, pero


vamos que muchos incluso a esa edad aún no habían madurado mucho que
digamos…

—El caso es que este viernes es su cumpleaños y me ha pedido que os


invite para que le conozcáis. Quiere presentaros a su familia —dijo mi
hermana y en ese momento no me caí de culo porque estaba sentada.

Joder con el chiquillo, sí que iba rápido, sí. A ese paso la veía casada
antes de los diecinueve. Madre mía, esto había que pararlo.

—Pero hija, ¿cuánto tiempo llevas con él? —Se me adelantó mi madre
con la pregunta.

—¿Qué más da? Si es mucho o si es poco no importa, mamá. Es buen


chico, de verdad y quiere hacer las cosas bien.

—Romina, mira que como me digas que estás embarazada…

—¡No, papá! No os voy a hacer abuelos todavía, de verdad, qué mal


pensáis de mí siempre —dijo en tono lastimero.
—Y, ¿cómo es que quiere conocer a tus padres tan pronto? —pregunté.

—Porque sí, porque quiere. Ya os lo he dicho, quiere hacer bien las


cosas. Vamos en serio, de verdad que sí.

Ella lo decía tan convencida, con ese brillo de adolescente enamorada en


los ojos, que hasta la creí.

Tal vez era verdad, podría ser que un muchacho que no llegara aún a los
veinte se hubiera enamorado locamente de la joven Romina y quisiera pasar
el resto de su vida con ella. Oye, eso era muy bonito.

—Entonces el viernes noche de cena familiar. ¡Guay! —grité levantando


las manos y ella me sonrío— A ver qué me pongo… Tenemos que
impresionar a los consuegros, mamá. Eso sí, una cosita os digo… Si recibo
una llamada… no os asustéis si invito a la cena a alguien.

—¿Tú también con novio, hija? —preguntó mi madre.

—No, bueno… nos estamos conociendo, dejémoslo ahí.

—Desde luego, vaya dos. ¿Queréis que me siente mal hoy el desayuno,
hijas mías? —preguntó mi padre, pero no muy enfadado.

—Albano, se nos hacen mayores las chiquillas. Bueno, pues a ver qué
me pongo para conocer a los consuegros —dijo mi madre encogiéndose de
hombros.
Mi hermana empezó a reír y decir que no era necesario que nos
arreglásemos mucho, que los padres de su novio iban a preparar una
barbacoa.

Mi padre acabó claudicando y aceptando que su niña realmente ya no era


tan niña. Que alguna vez tendría que ser la primera que les presentara a un
novio.

—Pero te podías haber esperado hasta los veinte para traer al primero,
hija mía —dijo después entre bromeando y en serio.

Acabamos de desayunar, ayudé a mi madre a recogerlo todo y salí para la


agencia a ver si tenían algo para mí.

—¡Buenos días, Ofelia! —saludé feliz y sonriente.

—¡Uy! Qué contenta vienes tú hoy para ser lunes, ¿no?

—Hija, es que me tendré que tomar la vida con alegría y una sonrisa bien
puesta nada más levantarme, porque de lo contrario…

—Esa carita… Tú tienes mal de amores, me parece a mí —pero qué bien


me conocía la jodía.

—No sé si será eso, pero que hay un hombre que me tiene loca y no por
amor, sí. Es que tiene algún secreto que no me cuenta. Todo lo que le rodea
es un misterio.

—Bueno, bueno, ya será menos. Anda, vamos a tomar un cafecito que


llevo días sin verte.

—Sí, mejor, que después de la noticia que nos ha dado mi hermana, creo
que sigo en shock.

—¿Qué se cuenta la benjamina de la casa? —preguntó mientras


sacábamos los cafés de la máquina.

—Que se ha echado novio, hija y lo mejor, es que el viernes es el


cumpleaños del chico y nos invita a una barbacoa para que nuestros padres
conozcan a los de él.

—¡Anda! Mira qué bien, un chico joven que va en serio.

—De joven nada, o bueno, no sé cómo de joven porque mi hermana dice


que es mayor que ella, pero no desvela la edad que tiene el chiquillo.

—Será uno de esos veinteañero que van a la universidad, seguro.

—No sé, pero ella está enamorada, se le nota en la mirada como dice la
canción.

—Pues que disfrute del primer amor, que suele ser bonito y nunca se
olvida —dijo Ofelia con la mirada soñadora.
Después del café y que me informara de que no había ningún evento
previsto para esa semana todavía, le dije que si salía algo para el viernes me
avisara, pues no me importaba perderme la dichosa barbacoa con los
suegros de mi hermana.

Me despedí de ella con uno de nuestros abrazos y salí para reunirme con
mis compinches.

La cafetería de al lado de la tienda de Mariola se había convertido en


nuestro centro de operaciones, ahí conspirábamos como las espías que
éramos para ver qué gilipollez hacíamos para seguir a Martín.

—Buenos días, señoras —dije sentándome pues ninguna me había visto


llegar.

—Buenos días, ¿qué tal tus padres? ¿Os hicieron muchas preguntas
anoche? —se interesó Daniela.

—Nada, no preguntaron nada, pero esta mañana sí, a Romina, claro. Y es


que la niña ya ha soltado la bomba de que tiene novio.

—¡Ole su chochete moreno! —gritó Mariola haciéndonos reír.

—Hija, que Romina es rubia —dijo Daniela.

—Pues por eso la llamo chochete moreno.


—No tienes remedio, Mariola, de verdad que no —me quejé riendo.

—Va, y qué han dicho tus padres.

—Aparte de flipar en colores, pues nos hemos quedado todos alucinados,


porque el novio cumple no sabemos cuántos años el viernes y nos han
invitado a cenar para que nuestros padres se conozcan.

—¡Toma ya! Al final se casa la niña antes que nosotras, verás tú… —
dijo Daniela.

—Cómo lo sabes, hija… —respondí porque ya me veía yo esperando al


príncipe, o al sapo, que para el caso…

Terminamos los cafés y allá que nos fuimos las tres en mi coche para la
notaría. De nuevo aparcadas a unos metros de la puerta y esperando que
saliera Martín para seguirle.

—En serio, me siento como una policía de narcóticos —dijo Daniela.

—¿De narcóticos? —preguntó Mariola.

—Pues sí hija, porque vamos siguiendo a un hombre trajeado y que lleva


un señor cochazo. Eso en cualquier peli es un narcotraficante de manual.

—Menos mal que este es notario —aseguré.


—O el negocio es de tapadillo.

—¿Como tú pasándole comida prohibida a mi padre? —Me giré para


mirarla.

—Tocuhé.

—Chicas —dijo Mariola—, atentas que sale el pimpollo.

Y sí, por la puerta ya salía Martín.

Nos pusimos en marcha tras él y otra de paradas. Estaba ya de la


gasolinera y la panadería hasta el mismísimo moño de la cabeza, porque soy
fina, que si no habría soltado cualquier barbaridad.

—La urbanización parece bonita… —comentó Mariola cuando ya


estábamos regresando.

—Pues yo le estoy cogiendo tal asco, que, si me ofrecen una casa aquí
por muy barata que sea, no me vengo a vivir ni muerta —dije mientras me
cabreaba un poco más conmigo misma.

—Anda, boba, que antes de lo que crees estás viviendo ahí con el señor
notario —comentó Daniela.
—¡Los cojones! Que no, que no voy a vivir yo ahí. Venga, vamos a
comer, que hoy me zampo una hamburguesa de las dobles. Estoy ya del
notario y sus misterios… ¡hasta el moño!

—Pues hija, yo hasta el coño —saltó Mariola.

—¡Ole qué fina mi niña! —gritó Daniela y acabamos las tres muertas de
risa.

Nos acercamos al centro comercial y nos damos el gustazo de comernos


esas hamburguesas grasientas que de vez en cuando apetecían, pero con
bastante kétchup y mahonesa como a nosotras nos gustaban. Patatas, helado
y café de postre que no faltaran.

Cuando acabamos fuimos a la tienda y nos encontramos a las chicas


desbordadas de clientas.

Fue llegar y ponernos Daniela y yo a atender también con ellas y


Mariola, en cosa de hora y media estábamos libres.

—Gracias, chicas —dijo Mariola—. Voy a tener que contar con vosotras
más a menudo. Se os da bien vender.

—Pues ya sabes, tú me pones un sueldecillo estas semanas de verano que


quedan y me vengo —respondió Daniela.
—Nada, que de gratis la tía no hace una mierda. Anda, vamos a por un
café…

Nos tomamos el café y tras quedar con Mariola y Daniela en vernos al


día siguiente, volví a casa, preparé una cena rápida con mi madre y después
de ver un rato la televisión con la familia, me fui a la cama.

Nada, que no tenía noticias de Martín, parecía que le costara mucho


ponerme un mísero mensaje para decirme algo, lo que fuera, ¡qué sé yo!
Con un simple “buenos días” o “buenas noches” me bastaba, y si le añadía
un “te echo de menos”, yo, más feliz que una perdiz.

Pero no, ese hombre no mandaba mensajes, a no ser que fuera como el
primero que recibí invitándome a comer.

Me metí en la cama, cerré los ojos y esperé que me llegara el sueño.


El martes sería otro día.

Y desde luego que lo fue. Otro día de seguimiento sin sacar nada en
claro. Mariola cada vez estaba más convencida de que teníamos que
colarnos en la urbanización y ya estaba planeando hasta cómo hacerlo, pero
no contaba nada la hija de su madre.

Daniela se negaba a venir con nosotras, decía que estaba empezando a


tener el culo ya cuadrado con la forma del asiento, ni que fuera Homer
Simpson que dejó marca en el sofá.
Para ser martes yo ya estaba hasta el mismísimo de ese hombre, que le
seguimos otra vez hasta el restaurante donde se encontró de nuevo con el
tipo de las veces anteriores.

Que, o era un cliente, o a saber quién.

Y como ya había hambre nos quedamos en la terracita del bar donde


comimos Daniela y yo la semana pasada. Pues nada, otro bocata que cayó,
pero esta vez de pollo, tomate, lechuga y mahonesa.

—Bueno, o mañana o el jueves hay que entrar en esa urbanización,


chicas —dijo Mariola, mientras nos tomábamos el café.

—Pues me dirás cómo, bonita, porque ahí no se entra tan fácilmente —


respondió Daniela.

—Pues sí que vamos a entrar fácilmente, sí, eso dejádmelo a mí.

—Chica, qué misterioso todo —dijo Daniela—. Tú que eres, ¿familia del
notario?

—¡Ojalá lo fuera! Así le podría contar a esta pobre mujer qué esconde mi
primo.

—Mira qué rápido se ha puesto parentesco —dije señalando a la


pelirroja.
—Hombre, es que todo el mundo tiene un primo notario, o mecánico, o
policía, o abogado, o médico —contestó.

—Pues yo no —me encogí de hombros riendo.

—Yo menos —dijo Daniela.

Cuando vimos salir a Martín corrimos al coche y le seguimos, de verdad


que ya me sentía como los paparazzi siguiendo a los famosos todo el día.

Nada nuevo, se pasó por una perfumería y salió con una bolsita en la
mano.

—Mira, seguro que te ha comprado otro regalito —me dijo Daniela.

De ahí fuimos a la urbanización y nosotras de vuelta a la tienda de mi


amiga.

Me quedé un rato con ellas, charlando mientras Mariola organizaba el


almacén y seleccionaba las nuevas prendas que había recibido esa misma
mañana.

La echamos una mano para montar el escaparate y cuando cerró me


despedí y fui a casa.

Necesitaba cenar y dormir, empezaba a tener un dolor de cabeza


constante de tanto pensar en el señor notario de las narices.
Miércoles, y la mañana empezaba con Romina en un estado entre feliz y
nervioso, ya que apenas si quedaban unos días para que nos presentara al
pipiolo con el que salía.

Mamá quería tener un detalle con los anfitriones, llevar un vino o algo,
pero mi hermana decía que no era necesario, que era solo una barbacoa y
ya.

Mi padre estaba demasiado tranquilo a mi parecer. Eso de que su niña


tuviera novio… ¿No debería tenerlo un poquito más nervioso? Aunque
mejor así, tranquilito y sin sobresaltos.

Desayuno en familia, ayudar a mamá con la masa de las croquetas y


saliendo para ver a las chicas.

Desde luego, que de esta podíamos echar currículos para trabajar como
ayudantes de un detective privado.

—Ya estamos todas —dijo Daniela cuando llegué—. Así que venga,
desembucha lo que has planeado, Mariola.

—Pues como para hoy ya no podemos, mañana entramos en la


urbanización.

—¿Os habéis vuelto locas del todo o qué? —pregunté.


—Hija, que va a ser fácil.

—Mariola, te repito lo de la semana pasada. Ni vas a poder distraer tanto


al guarda, ni esta ni yo levitamos para salir después sin ser vistas.

—Olivia, ¿quieres escuchar con las orejitas, coño? Me deja el de la


tienda de al lado su furgoneta de reparto —dijo Mariola.

—¡Ay la hostia! —gritó Daniela—. No me digas que vamos a hacer lo


que estoy pensando porque…

—Efectivamente, nos vamos a hacer pasar por las decoradoras de la


tienda de muebles que vamos a colocar unas lámparas, que eso pesa poco
para nosotras.

—La madre que te parió. ¿En serio crees que nos van a dejar entrar, así
como así?

—Pues claro, tonta. En esas urbanizaciones pijillas comprarán en tiendas


como la de mi vecino de al lado.

—Desde luego, de esta salimos en las noticias. Si es que estoy viendo los
titulares… —dijo Daniela y volvió a hablar levantando la mano derecha
haciendo un abanico— Tres mujeres se cuelan en una urbanización
siguiendo a un importante notario y le secuestran metiéndolo en la
furgoneta de una tienda de decoración.
—Eso es muy largo para ser un titular —protestó Mariola.

—Vale, a ver qué tal este: Detenidas tres mujeres por vigilar a importante
notario.

—Eso ya es más posible —dije yo.

—Desde luego, no sé para qué me molesto en querer ayudarte, hija.


Menos mal que este fin de semana veo a mi chico y se me olvida el estrés
de diario.

—Así que, tu chico, ¿eh? Aquí huele a bodorrio —dijo Daniela.

—Tus ganas de ponerte pamela, cabrona —respondió Mariola con cara


de asco.

Vamos, que a la pelirroja lo de casarse no le iba, pero si le llega su churri


con un anillito hincando rodilla, esta llora de la emoción y dice que sí como
toda hija de vecino.

—Bueno, entonces qué, entramos, ¿no? Es que ya quiero ver si el notario


vive como Batman, por Dios.

—Mariola, entramos, pero como nos pillen… —dije señalándola con el


dedo.
—Nada, tranquila, que no nos pillan. Venga, levantado el culo, señoras,
que seguimos de misión secreta —nos pidió Mariola mientras Daniela y yo
resoplábamos.

Y seguía sin saber nada de él, ni llamadas ni mensajes. Me daba en la


nariz que esperaría a hacerlo el viernes para que quedáramos a cenar y pasar
el fin de semana juntos, apostaba el cuello a que así sería, por eso en casa ya
estaban avisados de que, si recibía llamada, allá que me llevaba yo al
notario a que conociera también a mis padres. Si hasta en el fondo me hacía
ilusión y todo.

Esperamos frente a la notaría hasta que vimos salir a Martín y le


seguimos, fue a comer a un bar él solo y como había una cafetería justo
enfrente, nos pedimos unas raciones y comimos allí las tres, esperando que
mi notario saliera para ver a dónde iba.

Mientras miraba hacia la puerta recordé el fin de semana que habíamos


pasado, la manera en que me dejé llevar por él para que hiciera conmigo lo
que quisiera y es que nunca, jamás, había sido tan confiada con una pareja.

Martín, a pesar de sus secretos y misterios, me daba esa confianza que


me hacía ponerme en sus manos y me llevara a alcanzar el placer más
absoluto.

—Tierra a Olivia —escuché a Daniela llamarme y la miré sonriendo—.


Que te has quedado en tu mundo, hija.

—Lo siento, estaba pensando.


—Pues deja eso para luego, que el notario está saliendo —dijo Mariola.

Y vuelta a seguir a Martín, callejeando por la isla, hasta que paró en una
sastrería muy conocida.

—Bueno, pues si va a encargar trajes, nos podemos ir, porque no me voy


a quedar sentada unas cuántas horas en el coche —dijo Daniela, asentí y me
despedí de mi notario y sus misterios hasta el día siguiente.

Dejé a las chicas y fui a casa, necesitaba descansar un poco antes de la


cena, así que eso hice. Me eché un rato en la cama para desconectar y dejar
que el dolor de cabeza se me fuera pasando porque si no, el jueves aquello
iba a ser como una banda de música, pero de los que tocan heavy metal.

Tras mi sueño reparador estaba algo mejor, así que bajé a la cocina y
empecé a preparar la mesa. Mi madre había hecho croquetas como para un
cuartel militar, vamos, así que esa noche tocaba cenar lo mismo que habían
comido ellos.

Pero como a mí las croquetas me encantan, no me importaba darme un


buen atracón, eso sí, con una ensalada de acompañamiento.

—¿Has avisado en el trabajo que el viernes no puedes ir, hermanita? —


me preguntó Romina en ese tono de niña buena, que la verdad es que esto
estaba durando mucho ya.
—Pues me dijeron el lunes que no había ningún evento programado,
pero ya sabes que si me llaman de improviso tendría que ir. No puedo
rechazar un trabajo, Romina.

—Lo sé, pero es que de verdad que me hace ilusión que estéis los tres.
Quiero que conozcáis a mi novio, de verdad.

—Bueno, creo que podría decir que me puse mala… —dije


encogiéndome de hombros.

Después de cenar nos sentamos a ver una de las series que veía mi
madre, no tenía mala pinta y parecería que la trama era de lo más intrigante,
solo que no quería engancharme mucho así que les di las buenas noches y
me fui a la cama.

El jueves se presentaba movidito con las chicas. Desde luego, si no


salíamos en las noticias poco nos iba a faltar.

La mañana del jueves llegó, y con ella la loca de Mariola dando saltitos
como una niña la mañana de Reyes.

De verdad, ni que fuéramos a ver la casa de un famoso, ¡madre mía!

Allá que nos subimos las tres en la furgoneta de la tienda de decoración


para ir a la notaría. Salimos con tiempo suficiente para llegar justo cuando
saliera Martín, ya que no queríamos estar mucho tiempo ahí paradas con la
furgoneta, porque el rótulo cantaba un poco, la verdad.
En cuanto llegamos a su edificio le vimos salir y paramos con las
intermitencias puestas disimulando mientras ojeábamos la tablilla donde los
chicos del reparto tenían los albaranes de entrega.

Albaranes de los que nos habíamos hecho con uno poniendo el nombre
del señor notario por si el guarda de la urbanización necesitaba verlo.

A una distancia más que prudente para que no nos viera, seguimos a
Martín con la esperanza de que no hubiera quedado para comer con nadie,
sino que se fuera a casa, aunque tuviera que parar en sus sitios habituales.

Y así fue, primera parada gasolinera, seguida de panadería, kiosco y a la


urbanización.

—Este hombre es “don rutinas”, hija mía —dijo Daniela, resoplando un


poco.

—Pues como todo el mundo. Somos animales de costumbres —


respondió Mariola.

Una vez que vimos a Martín atravesar la verja, allí que fuimos nosotras
tres de lo más sonrientes.

—Buenas tardes, señoritas. ¿A dónde van? —preguntó el hombre con


una sonrisa de lo más amable. A mí hasta me daba pena contestar y, como
no abría la boca, fue Mariola quien lo hizo.
—¡Hola, guapetón! —Ahí esta ella, en todo su esplendor con ese descaro
que la caracterizada—. Venimos a entregar unas lámparas, que el muchacho
del reparto se olvidó ayer y las están esperando.

—¿A nombre de quién van?

Mariola, de lo más sonriente, cogió la tablilla y le dijo el nombre del


notario, a lo que el señor abrió los ojos con sorpresa antes de hablar.

—¡Pues corred, bonitas, que si os dais prisa le pilláis! Ha entrado un


poquito antes de que pararais. Seguid recto hasta la segunda calle a la
derecha, giráis y al final de la calle está su casa.

—¡Muchas gracias! Si es que además de guapo, amable. ¡Ay si yo fuera


más mayor…! —soltó Mariola mientras Daniela y yo, nos aguantábamos la
risa.

—O yo más joven, chiquilla —le contestó el hombre, que hasta colorado


se había puesto.

Una vez que dejamos atrás al guarda, le di zapatilla todo lo que pude a la
furgoneta para tratar de alcanzar al notario, y sí, allí que le vimos saliendo
del coche que había aparcado frente a la puerta del garaje.

Pasamos por su casa disimuladamente y menos mal que él iba distraído


con las llaves en la mano y nosotras con gorras y gafas de sol para que no
nos reconociera si miraba hacia la furgoneta.
Entró en la casa que se veía era grande pero no pudimos ver nada.
Ahora teníamos que hacer tiempo para no salir tan pronto de la dichosa
urbanización, así que fuimos por un par de calles y después hasta la salida.

En cuanto nos vio aparecer el guarda abrió la reja y a la que pasábamos


por su lado, Mariola le gritó una de las suyas.

—¡Te voy a recordar siempre, guapo mío!

El pobre hombre más rojo no podía estar y, Daniela y yo, muertas de risa
mientras Mariola soltaba suspiritos.

—Hija, ese hombre hoy no duerme solo de pensar en lo que le has dicho
—reía Daniela.

—Pobrecillo, tenía cara de buena gente —dije.

—Y le hemos mentido —comentó Daniela—. Vamos a arder en el


infierno.

—Bueno, si me espera un demonio decentemente potente, que me lleven


ya —soltó Mariola y volvimos a reír todas.

—No tienes remedio… —dijo Daniela.

Devolvimos la furgoneta al de la tienda, que no preguntó en ningún


momento para qué la necesitábamos puesto que nuestra amiga ya se habría
encargado de contarle una mentirijilla de las suyas, las dejé allí y me fui a
hacer unos recados.

Tenía que comprar algunas cosas que me había encargado mi madre, así
que me pasé por el súper y después fui a tomarme un café con Ofelia antes
de volver a casa.

¡Viernes, que te quiero viernes!

Ole ahí con qué alegría me levantaba yo. Bueno, digamos que es porque
esta noche por fin voy a conocer a mi cuñado. Joder, qué raro suena eso.
Madre mía, si parece que fue ayer cuando mi hermana me decía que jugara
con ella a las muñecas.

Cómo pasan los años, y los chiquillos crecen que da gusto.

A punto de cumplir dieciocho, mi niña qué mayor se me ha hecho.

Me preparo y bajo a desayunar con mi familia, pero nada más entrar en


la cocina ya veo a mi hermana nerviosita perdida.

—Romina, hija, para de moverte que parece que tienes chinches en los
pies —le pedí al verla dar saltitos de un lado a otro.

—¡Ay, déjame joder! —protestó, en ese tono que siempre utilizaba


conmigo y en cuanto la miré arqueando la ceja, se dio por advertida— Lo
siento, es que estoy nerviosa. Que voy a conocer hoy a mis suegros,
hermanita.

—Bueno, digo yo que serán personas normales y corrientes, como


nosotros. No creo que nos hayan invitado a una barbacoa para que seamos
nosotros el plato principal de carne —dije haciendo que mi hermana se
riera.

—¡No, no! —digo casi sin poder hablar por las carcajadas— Nos
pondrán algunos pinchitos, chuletas y cosas así. Vamos, no creo que quieran
cenarse a la novia de su hijo pequeño.

—¿Ah, que tiene más hermanos tu chico? —preguntó mi madre.

—Ajá, sí, un hermano mayor. Pero se llevan muy bien, por lo que me ha
contado él. Aún no le conozco, imagino que le veremos esta noche.

—Mira, pues a ver si está soltero y le gusta tu hermana.

—¡Mamá! —protesté y ella se encogió de hombros— Si os dije el lunes


que estoy conociendo a alguien. De verdad… Mira que eres alcahueta tú,
¿eh?

—Hija, es que te quiero ver así, como a tu hermana, feliz, sonriente y


con esa carita de enamorada.
—Sí, sí que tiene carita de enamorada. Le brillan los ojitos, mira —dije
cogiendo el rostro de mi hermana y girándolo hacia donde estaba mi madre.

—¡Para! —me pidió Romina riendo cuando empecé a pellizcarle los


mofletes como cuando era pequeña.

—¡Ay, lo que me gusta veros así, mis niñas! —aseguró mi madre


acercándose para darnos un abrazo a las dos a la vez—, y no todo el día
gritando y peleando. Con lo que os habéis querido siempre y lo que aún os
queréis, aunque os tratéis a palos.

—Mamá, los hermanos discuten, eso ha sido así desde que el mundo es
mundo —dije dándole un beso en la mejilla antes de ponerme a coger platos
y vasos para el desayuno.

En el salón estaba mi padre leyendo el periódico. Su costumbre de los


viernes no la perdía, era el único día que bajaba al kiosco temprano para
comprar la prensa deportiva, así se ponía al día de lo que había ido
ocurriendo, aunque viera las noticias en televisión todos los días.

—Buenos días, papá —saludé dándole un beso en mejilla.

—Buenos días, hija. ¿Estás bien? —preguntó dejando el periódico a un


lado.

—Sí, ¿por qué?


—Estos días te noto… rara. No sé, como preocupada, algo distraída.

—No te preocupes, papá, todo está bien.

—¿Seguro? No será por el noviete ese que dices que te has echado tú
también.

—¡Ay, papá! —reí sentándome a su lado— De verdad que estoy bien. Y


no es un noviete, solo alguien a quien estoy conociendo.

—Bueno, bueno —dijo levantando las manos—. Si tú no vas en serio


todavía con él, pues ya nos lo presentarás.

—Quién sabe, igual esta noche me llama de sorpresa para vernos y le


llevo a la barbacoa.

—Pues me gustará conocerle también.

—¡Ya viene el desayuno! —anunció mi hermana entrando en el salón


con la bandeja donde había puesto las rebanadas de pan de pueblo recién
tostadas junto con la mantequilla y la mermelada.

Mi madre venía detrás, con la cafetera, aceite tomate y sal en otra


bandeja.

Me levanté y fui a la cocina a por lo que faltaba, que eran la leche y el


azúcar.
Nos sentamos a desayunar y mi hermana nos dijo a qué hora teníamos
que salir de casa para llegar puntuales al cumpleaños de su chico.

Salí de casa prometiendo que llegaría para comer, que así además podía
tumbarme un rato a descansar en la cama.

Llegué a la cafetería donde ya estaban mis amigas y le pedí un café a la


camarera cuando me la crucé antes de sentarme.

—Buenos días, chicas.

—Mira qué animada viene hoy la Jolie —dijo Mariola—. Hoy conoces a
tu cuñado, ¿no?

—Sí, deseando estoy a ver cómo es el muchacho. Que, si luego no me


gusta para mi hermana, la voy a estar dando guerra hasta que le deje.

—¡Anda, mujer! No seas así —me riñó Daniela—. Tu hermana está


loquita de enamorada de su novio, como nos pasa a todas a esa edad.

—Sí, ¿y qué nos pasa también a todas a esa edad? —pregunté.

—Que nos dejan tiradas como a colillas unos meses después, cuando se
cansan de jodernos, para irse a joder a otra —respondió Mariola.

—Pues eso, que no quiero que se pegue mi hermana esa hostia.


—Pero se la tendrá que pegar, Olivia, es ley de vida hija. Tanto hombres
como mujeres tenemos que tener ese primer amor que nos da todo y
después nos lo quita, haciéndonos sufrir y sentirnos la persona más
desgraciada, hasta que nos levantamos un día y vemos que el sol ha salido y
brilla de nuevo para nosotros, para que disfrutemos de cada momento del
día —aseguró Daniela.

—Sí, hasta que se nos cruza otro gilipollas que nos vuelve a dejar hechas
una mierda —cortó Mariola.

—Amén —dije chocando los cinco con ella.

—Desde luego, vosotras parecéis que estáis enfadadas con el amor.

—Daniela, el amor es muy bonito, pero cuando sientes que por la otra
parte también hay algo. Si cuando te mandan a la mierda porque se quieren
follar a la más popular del “insti”, te das cuenta de que de amor un mojón y
pasan los años y lo único que conoces son renacuajos que ni siquiera son
sapos, pues tú me dirás.

—Olivia, te veo muy negativa. Ese notario está haciendo que te comas
mucho la cabeza.

—Bueno, supongo que algún día me contará sus secretos, que confiará
en mí de ese modo, para poder hablar de cualquier cosa conmigo.
—Seguro que sí —me dijo Mariola—. Bueno qué, ¿nos vamos de
seguimiento?

—No, hoy voy sola.

—¿Cómo es qué vas sola? —preguntó Daniela.

—Sí, total, irá donde siempre, no le vamos a pillar en nada y tengo que ir
a comer a casa, quiero dormir un poco para estar bien esta noche, no quiero
parecer un figurante de “Walking Dead”.

—Bueno, pues nada, nos quedamos sin ver hoy al notario. ¡Cachis! —
dijo Mariola.

Tras el café, y habiéndoles prometido que nos veríamos el domingo por


la tarde, fui de nuevo al coche para ir hasta la notaría.

Desde luego, cualquiera que me viera allí, día tras día, aparcada y
esperando, pensaría que soy detective privado o paparazzi.

Martín salió un poco antes de lo normal y hablando por teléfono.

Le seguí y, como de costumbre, llevaba camino de la gasolinera, pero se


desvió y tras un rato conduciendo llegamos a la playa. Aparcó y yo lo hice
un poco más adelante que él, de modo que le veía bien.
Se acercó al chiringuito, pidió una cerveza y algo de comer y ahí se
sentó, mirando al mar, cruzado de pies con su jarra fría en la mano.

Por un momento me sentí más cerca de él de lo que realmente estaba,


pero, ¿qué le pasaba? Ya no era solo que tuviera ese hermetismo conmigo,
que no me contara nada y fuera todo tan misterioso a su alrededor, había
algo que debía preocuparle porque no recordaba haberle visto así ninguna
de las veces que hemos estado juntos y tampoco en estas dos semanas que
llevaba siguiéndole.

—Martín, Martín… —murmuré poniendo el coche en marcha—


¿Llegará el día en que me cuentes todo? Yo confié en ti, ¿por qué no confías
tú en mí?

Entré en casa y ayudé a mi hermana a llevar vasos y pan mientras mi


madre servía la paella.

Papá estaba ya en la mesa, con las noticias en la televisión y una botella


de vino aireando.

—¿Y ese vino? —pregunté sentándome a su lado, como siempre.

—Pues que quería brindar con mis hijas, ¿algún problema?

—¡Ninguno, ninguno! —contesté riendo y con las manos en alto.


—Eso pensaba. Venga, los vasos, niñas —nos pidió para servirnos, pero
muy poco, pues sabía que no bebíamos, o al menos no mucho.

—¿Ya estáis empezando los brindis sin mí? —se quejó mamá— Desde
luego, toda la mañana con la paella para que no me esperéis.

—Mamá, solo lo está sirviendo —dijo mi hermana.

—Vale, entonces ponme un poquito a mí, anda.

Cuando los cuatro teníamos los vasos en la mano y antes de empezar a


comernos esa paellita rica de mamá, mi padre brindó por sus tres ángeles,
esos que Dios quiso poner en la Tierra a su lado.

Pero yo sabía que lo hacía porque mi hermana y yo, llevábamos ya


mucho tiempo sin gritarnos, sin protestar por todo, sin que la niña se
quejara. Solo que al final acabaría estallando de un momento a otro, yo la
esperaba, claro que sí. Esperaba que me soltara una de esas perlitas suyas,
en las que hasta solo con pensarlo me llamaba de todo menos guapa.

Terminamos de comer y le pedí a mi madre que se sentara en el sofá, que


yo me encargaba de recogerlo todo y preparar el café.

Mi hermana se escaqueó que dio gusto, pero bueno, esta vez lo dejaría
pasar porque estaba nerviosa, que una no conocía a los suegros todos los
días.
Me senté a tomar el café con mis padres y por un momento pensé que
eso era lo que yo quería, tener a mi lado al hombre que me quisiera toda mi
vida, que compartiera sus momentos buenos y los malos, que viéramos
crecer a nuestros hijos, que nos enfadáramos con ellos si discutían.

Quería tener ese amor por la familia que ellos vivían.

Les dejé viendo la televisión y me subí a la habitación para echarme un


rato a descansar. Escuché la risa de mi hermana y sonreí, pues sabía bien
que estaba hablando con su novio, ese al que en apenas unas horas nos
presentaría a toda la familia.

¿Sería posible que yo algún día pudiera presentarles a Martín?

Quién sabe, la vida da muchas vueltas, pero esperaba que sí. Les
gustaría, estaba segura de eso.

Martín les caería bien a mis padres, incluso a Romina.

Me desvestí y así, en ropa interior, me dejé caer en la cama. Pronto cogí


el sueño, uno en el que, cómo no, apareció él, el de la fe, el señor notario
que me llevaba por la calle de los misterios.
Capítulo 14

El despertador era de lo más gracioso sonando debajo de mi cama, mira,


no había algo más plácido que despertar con él.

—¡¡¡Romina!!! —grité con todas mis fuerzas. ¡Qué poco me duraba la


paz con esta niña!

—Tranquila, ¿eh? Que lo hice para que no te quedaras dormida, hija.


Tranquilita que nos estamos llevando bien —decía estirando las manos
desde la puerta.

—Te juro que, si me vuelves a poner un día más el despertador debajo de


la cama, no va a haber vida para que vuelva a hablarte —dije apretando los
dientes y luego resoplando.

—Bueno, vale, ya me voy —señaló al pasillo y fue escondiéndose detrás


de la puerta hasta que desapareció.
Me daba una rabia levantarme con ese puñetero despertador, lástima que
era de mi madre sino ya estaba empotrado en la pared.

Me fui hacia el baño a ducharme, en un rato tocaba hacer acto de


presencia en el cumpleaños del novio de la niña. Vaya manera de conocerlo,
ni que fuera a pedirle matrimonio.

Me puse un vestido de los que me regaló Martín de la tienda de Mariola,


uno negro suelto hasta la rodilla y de un solo tirante, con unas sandalias
negras chulísimas, soñaba con que me llamara esa noche y que lo vería,
vamos le pondría la ubicación y lo presentaría como un amigo, pero, de que
iba, iba.

Lo de Martín ya era algo demasiado fuerte, era como si mi mundo solo


estuviera centrado en él. ¡Maldito misterioso!, ojalá diera señales de vida y
me alegrara este día.

Nos montamos en el coche y nos dirigimos a la dirección que mi


hermana llevaba en el GPS, cuando llegamos a la puerta ya se podía ver que
eran personas de mucho dinero.

—Por cierto, una cosa… —dijo cuando tocó el timbre— Mi novio es


médico, así que comportaos porque otro así no encuentro —sonrió y en ese
momento abrió la puerta del jardín un chico monísimo y con una sonrisa
con la que ya se podía saber que era él.

—Él es Mateo, mi novio —nos saludó a todos y pasamos hasta el jardín.


Sus padres salieron con una sonrisa, aquello era impresionante, un chalet
de lo más lujoso.

Nos pasaron a un porche donde comenzamos a tomar un vino, eran


majísimos, cuando de repente de la casa salió…

Me quise morir, era Martín y una mujer de su mano.

—Mi hijo Martín y su mujer, Hannah —dijo la suegra de mi hermana y


yo me quise morir.

Martín y su mujer… ¿Se puede sentir una persona más humillada en su


vida?

Encima llevaba el mismo vestido que yo, se me estaban viniendo muchas


cosas a la cabeza, pero solo me dije una y era que no le iba a destrozar el
día a mi hermana y menos a su novio que no tenían culpa de nada.

Hannah se acercó a darnos dos besos y presentó a Martín, que también


me besó como si no me conociera. ¿Podía ser más rastrero?

—¡Qué coincidencia!, las dos con el mismo vestido —me dijo la mujer
de Martín—. Me lo regaló mi marido junto a otro muy bonito también en
verde safari.

Sonreí por no gritar toda la mierda que se me agolpaba en ese momento


en la cabeza, le había regalado lo mismo que a mí, era un sinvergüenza.
Miré mi teléfono y con disimulo me aparté a hablar, hice lo primero que
se me vino a la mente.

—Hola, preciosa, qué sorpresa tu llamada —respiré aliviada al


comprobar que me lo había cogido después de que le exigí de que a mí no
me volviera a llamar— ¿De verdad eres tú, o es una alucinación mía?

—Hola, Rosauro, sí soy yo, te echo de menos, estoy en un rollo de


cumpleaños. ¿Te vienes? —solté de golpe sin cortarme un pelo.

—Dicho así… Pásame la ubicación que me monto en el coche y voy,


además ya estoy duchado y todo —carraspeó.

Lo puse en situación de lo del cumple, no de lo de Martín, ninguno sabía


del otro así que más fácil lo tenía, ya que Rosauro no se daría cuenta de
nada y a Martín le iba a demostrar cómo se jugaba.

Ubicación enviada, el cuerpo temblando y me acerqué a mi madre, me


puse a su lado que estaba hablando con la de Martín y avisé a mi hermana
que venía mi acompañante, incluso intervino su madre y me dijo que por
supuesto que también era bienvenido...

Y tanto que lo sería, como que me llamo Olivia, que lo iba a ser.

Martín no sabía nada ni se había enterado de que venía nadie, estaba a un


lado junto a su mujer, que tenía una cara de pija que no podía con ella.
Me llegó el mensaje de que estaba en la puerta y salí personalmente a
abrir, entró y le di un beso en los labios, desde el porche nos veían y entré
con él de la mano.

—Bueno, pues aprovechamos hoy las presentaciones y os presento a mi


novio —sonreí cuando, de repente…

—¡Hombre Martín! —dijo Rosauro, feliz y acercándose a abrazarlo.

—Hola, amigo —se abrazó a él, mirándome casi queriéndome fulminar.

Lo que me faltaba, eran amigos y por lo que comenzaron a hablar


mientras yo me cagaba en la vida, en el karma y en todo. Encima Martín era
cliente de Rosauro y por lo visto habían comido varias veces, vamos que
conocía también a Hannah, a la que le dio un abrazo muy cariñoso.

Dicho esto, entre que mis padres me felicitaron por la nueva relación y
que todos allí felices menos yo, pues era para que la tierra me tragara por lo
menos.

Me bebí la copa de vino de un trago y me eché otra, necesitaba que el


alcohol hiciera algo en mí, qué desgraciada me sentía y qué fuera de lugar.
Lo peor de todo es que, aunque veía tristeza en los ojos de Martín, con los
que me crucé en varios momentos, yo no lo creía, para mí ya estaba más
que muerto.
Casado… ¡Hijo de puta! No solo había jugado conmigo, que al fin y al
cabo no era su mujer, pero ella, vaya mierda de hombre tenía al lado y cómo
se la estaba pegando a lo grande.

Yo no sabía dónde meterme cuando nos sentamos todos en aquella mesa


ovalada gigante de uno de los porches del jardín, su padre y el mío se
pusieron con la barbacoa que estaba pegada. Rosauro me hacía caricias en
la mano, estaba súper emocionado el pobre, qué cabrona era yo, lo sabía,
pero es que en ese momento fue lo mejor que se me ocurrió, sin saber,
claro, que el karma me tenía preparada la sorpresa de que ellos se
conocieran.

Hannah no paraba de hablar de su viaje el fin de semana anterior a París


por su empresa online de una línea de cosméticos, ahí tenía la respuesta al
porqué pudo pasar el fin de semana conmigo, además de porqué desaparecía
tan rápido siempre, en fin… Qué ganas tenía de cogerlo por el cuello y
abrirle la cabeza.

Martín hablaba con Rosauro y yo los escuchaba, a mi madre con la


suegra de mi hermana y ya estaba a punto de estallar, me faltaba la
respiración, sentía tanto asco, odio y de todo, que era una olla exprés de lo
más hinchada.

Mi hermana se veía feliz y su suegra encantada con ella a pesar de verla


como una niña, como ella decía, pero todo iba bien. Mis padres estaban
encantados en esa familia que nos habían recibido con mucho cariño, todo
idílico, pero con un secreto, ese que no se podía desvelar y que era muy
difícil de digerir y convivir con ello.
Fueron poniendo entrantes, la carne y demás, yo solo quería vino y más
vino, mi madre me miraba como diciendo que me estaba pasando. ¿Y qué
más me daba? En esos momentos solo quería desaparecer de allí, de la isla
y de todo el planeta.

Rosauro le daba mucho tema de conversación a Martín, pero claro, la que


más charlaba era su mujer, que ya me estaba comenzando a caer como una
patada en los ovarios. Pasó de parecer simpática a ser de lo más estúpida del
mundo, con un ego por las nubes y creyéndose algo que no sé si era, pero
tonta, era un rato.

Tras la cena pasamos a las copas, helados y no sé qué más, aquello era
una tortura china, no acababa y a mí ya me picaba el cuello, los brazos y
todo el cuerpo, me iba a dar una urticaria.

Mi familia hablaba con mucho cariño a Rosauro y este se desvivía en


atención con ellos, además de mostrar una educación exquisita, eso sí,
correcto era un rato, como el puñetero Martín, ese al que le partiría en la
cabeza toda la vajilla.

Rosauro se encendió un cigarrillo y le quité uno, me miró extrañado y los


ojos de Martín, parecían que se saldrían de las órbitas.

Mis padres no me dijeron nada porque sabían que solo fumaba de vez en
cuando, en alguna boda o evento familiar, pero no era habitual que yo lo
hiciera y la cara de Martín era digna de una foto.
Rosauro estaba de lo más atento y cariñoso conmigo, me hacía caricias
en la pierna y me robaba algún que otro beso, vamos que Martín debía estar
flipando, lo mismo que yo, así que se pensé… << ¡Que se joda!>>, que lo
de él tenía más delito y de los gordos.

Casado… Esa palabra es la que más me azotaba la cabeza, era lo último


que podía imaginar, en fin, me la había dado con queso y lo de los vestidos,
eso sí que me había dejado alucinada, había que tener poco tacto y mucho
morro.

La noche se iba alargando y yo como le prometí a mi hermana no me


moví de allí, pero tuve que ir al baño tres veces a soltar todo lo que llevaba
dentro, que no era otra cosa que rabia y, además, mucha.

Volví a la mesa y Hannah hablaba con mi hermana, se estaban


intercambiando los teléfonos en plan cuñadas, la gracia fue cuando me lo
pidió a mí y encima me hizo una llamada perdida para que la grabara. La
cara de su marido era un poema y la mía, la mía bueno, era esa que solo él
podía entender y que llevaba el mensaje de que como se le ocurriera algún
día buscarme, se iba a enterar.

No lo quería volver a ver ni en pintura, eso sí, si mi hermana continuaba


con su novio, por desgracia me lo iba a tener que encontrar en algún que
otro momento.

Mis amigas no dejaban de hablar por el grupo, pero yo ni lo abría solo


veía las notificaciones, esto no era para contarlo por esa vía y cualquier
frase que pusiera me lo iban a notar, así que al día siguiente las pondrías al
tanto.

Al día siguiente… Solo de pensarlo me ponía peor, pues sería momento


de justificaciones. A ver, lo que había hecho con Rosauro no tenía nombre,
pero ahora, ¿cómo deshacía la que había liado? Y ahí lo tenía de mi mano
por debajo de la mesa y con constantes muestras de cariño, besaba mi
mejilla, hablaba de mí como la mejor mujer del mundo y aquello era lo más
surrealista de mi vida.

Rosauro dijo que en estos días prepararía una comida en su casa y


comeríamos los cuatros, yo me quedé en silencio como llevaba haciendo
todo el tiempo, pero obviamente eso no iba a suceder, vamos hasta ahí
podía llegar, a comer en plan amiguis, un mojón para el de la fe.

—¿Desde cuándo lleváis juntos? —preguntó Hannah y a mí se me giró el


cuello hacia ella, mientras Rosauro soltaba una risa.

—Un año —sonreí en plan simpática dándole una patada en el tobillo a


Rosauro para que no me corrigiera.

—No me habías dicho nada, amigo —dijo Martín, con una sonrisa más
falsa que su vida.

—No se presentaría la ocasión, de todas formas, últimamente nos vimos


poco, ¿quizás un par de veces y en mi taller?
—Tienes razón… —sonrió, pero su cara era para estamparla en un
marco.

—¿Y desde cuándo estáis casados vosotros? —pregunté con ironía, pero
sonriente. “dientes, dientes que eso es lo que jode…”

—Desde hace cinco años —lo besó emocionada.

—Me encanta ver cómo a pesar de que pasan los años, siguen las parejas
con ese amor —murmuré en alto.

—Ya nos hemos decidido a buscar hijos —se puso a aplaudir y yo la


seguí aplaudiendo igual, con toda la ironía del mundo.

—Ojalá tengáis muchos —no se me quitaba esa risa de la cara.

—Con cuatro me conformo —se llevó la mano a la boca como si le diera


vergüenza decirlo.

—Claro, es buen número, yo quiero media docena, ¿verdad, cariño? —le


pregunté a Rosauro.

—Por supuesto, esta misma noche si quieres lo buscamos —me hizo un


guiño.

—Venga, cuando salgamos de aquí nos vamos a tu casa y nos tiramos


todo el fin de semana haciéndolo, además, sé de una técnica de dejar los
pies hacia arriba después del sexo para que cuaje mejor y el espermatozoide
encuentre al ovulo —puse los dedos en uve.

—Nosotros también, vida —le dijo ella riendo al de la fe.

—Claro, claro —vamos sonó a, un mojón para ti. Tenía la cara Martín de
esas que se le vestía de verde y parecía un Guardia Civil.

—Pues mira, si salimos embarazadas a la vez, podemos irnos a comprar


ropitas para los niños.

—Claro, de amiguis —dije yo, que cada vez se me hacía más


insoportable, joder qué ganas de cogerla por los pelos, llevarla a la piscina y
tirarla de un empujón.

—Por cierto, estaba pensando en mañana hacer una comida en el jardín


de mi casa y que vengáis los cuatro —se refirió a su cuñado, mi hermana,
Rosauro y yo.

—Por supuesto que vamos —dijo Rosauro, afirmando con la cabeza y


mirándome.

Yo sonreí pensando que iba a ir una mierda, vamos ni loca, por la


mañana me iba a entrar una fiebre que iba a estar malísima de la muerte, en
fin, la que se había liado en un puto instante.
Por fin terminó la velada y claro, Hannah ya había hablado con mi
hermana para lo del día siguiente. Vamos que, si se creía que iba a ir, iba
apañada.

Le dije a Rosauro que cuando me levantara le llamaba, que me debía ir


con mis padres, así que nos despedimos con un beso y me metí en el coche.

Mi madre iba loca de contenta, a mi padre también se le notaba feliz y mi


hermana se había quedado con el novio que iban a pasar la noche juntos, ya
con el consentimiento de mis padres, en fin, que la felicidad en ese coche
podía palparse. Lástima que todo lo mío fuera fingido, pues yo me sentía
muerta en vida.

Llegamos a casa y fui directa al cuarto, me tiré en la cama llorando, sin


hacer ruido, pero la pena, la tristeza y el dolor tan grande que sentía tenía
que echarlo de alguna manera.

Era todo, el engaño, los vestidos iguales, el tener una vida y arrastrarme
a un lugar que no me correspondía.

Yo era libre, pero quería vivir una historia con alguien siendo los dos
iguales, de la misma manera, yo no había nacido para ser la otra de nadie y
meterme en medio de un matrimonio. No era así la cosa y a él, eso le
importó una mierda, solo quería utilizarme, acostarse conmigo y vivir una
vida paralela. ¿Hasta cuándo pensaba estar así?

No recordaba en mi vida haber pasado una noche tan dura, jamás, no


dormía veinte minutos seguidos, miraba el móvil y las horas no avanzaban.
A las siete estaba en la cocina tomando el primer café, mirando el móvil y
esperando a que una de mis amigas estuviera en línea, necesitaba irme con
ellas, ya hasta tenía la bolsa de fin de semana preparada.

A las nueve me habló Daniela y le dije que iba para allá, mi madre se
levantó en ese momento y se sorprendió, le dije que me iba con las niñas a
desayunar churros y ya pasaba el fin de semana con ellas.

Cogí un taxi y salí de allí, me ahogaba, necesitaba contar a mis amigas


todo y desahogarme, chillar, llorar, hablar, no aguantar este dolor yo sola.

Llegué y Daniela al verme la cara me abrazó, Mariola apareció


estirándose ya que se acaba de levantar.

Me senté en el sofá y reventé a llorar cuando trajeron el café, les conté


todo y estaban incrédulas, no se lo podían creer.

—Pero a ver, así que el novio de tu hermana es su hermano y encima


llegas y te lo encuentras con su mujer, esa de la que tú no sabías de su
existencia. Luego llamas a Rosauro para hacerlo pasar por tu pareja y
resulta que conoce a Martín y a su mujer. ¡Tócate los cojones! —decía
incrédula Mariola.

—Yo te juro que, si me pasa a mí, allí ruedan cabezas y el numerito que
se forma es monumental.

—Ya, Daniela, pero yo no podía joder a mi hermana, ni a mis padres y


encima que descubrieran que había estado con un hombre casado.
—Bueno, es que tú no lo sabías.

—Daniela, que vale, pero no era momento y, además, su mujer no tiene


culpa de nada por muy gilipollas que sea.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—Eso me pregunto yo, pero te puedo jurar que no quiero saber nada más
de Martín en mi vida y que si tiene lo que hay que tener que me busque, que
le voy a decir lo más grande.

—Vale. Y, ¿con Rosauro?

—En un rato me llamará para ir a la casa de Martín, de película vamos,


pero le diré que estoy con fiebre y vómitos, que cuando me ponga bien, ya
nos veremos.

—Querrá ir a verte, ya lo has presentado a la familia.

—Presentar sí, pero de ahí a que entre en mi casa… —Saqué el dedo.

—Bueno, pues tú relájate que no merece la pena sufrir por alguien así, de
todas formas, es lamentable cómo se cae un mito —decía Mariola negando
indignada—. El día que vino a comprar los vestidos se llevó solo los tuyos,
es que no entiendo lo de los vestidos de la mujer, ¿mandó a comprarlos a
alguien o los compró online? —decía resoplando.
—Lo mismo todos los trajes que vendiste eran mandados a pedir por él
para todas sus amantes de la isla, verás que cuando vea a alguien con uno
puesto, ya sé a quién se folla.

—Qué bruta eres —negó Daniela.

—Por cierto… —dijo Mariola señalándome— Yo soy tú y, si él ha


jugado, yo jugaría más. ¿Por qué no vas a su casa hoy con Rosauro con el
mejor de tus modelitos de día, con una sonrisa de oreja a oreja y mira, ya
descubres cuál es su entorno conyugal, encima lo pones nervioso, celoso y
das a entender que te importa una mierda? Yo lo haría.

—Y yo —respondió afirmando Daniela.

—Lo he pensado, pero sé que lo voy a pasar muy mal.

—Tómate dos chupitos antes de ir, eso ayuda.

—¡Daniela, por Dios!, que me estoy tomando el café y me estás


hablando de alcohol —volteé los ojos.

—Entonces, ¿vas?

—Otra, una con el alcohol y otra con la impaciencia. No creo que sea
buena idea, pero no me voy a quedar con las ganas de hacerlo —nos
echamos a reír—. Qué queréis que os diga, después de todo el tiempo que
hicimos de detective, ahora que me abren la puerta voy a entrar y, además,
le voy a seguir el rollo en todo a la mujer, voy a parecer súper amigui suya
—sonreí con ironía.

Estaba de los nervios, lloraba y reía a partes iguales, era una noria de
sensaciones y sentimientos que explotaban de cualquier manera, pero era
duro, muy duro y una gran putada, porque si algo tenía claro es que me
había enamorado de ese puñetero hombre.

No tardó en llegarme el mensaje de Rosauro, le dije que me recogiera en


la tienda de Mariola a la una, si algo tenía claro es que de ahí salía vestida y
de lo más mona.

Nos fuimos las tres para allá, Mariola los sábados por la mañana ya no
curraba, lo hacía una de las chicas que tenía contratada, pero ahí fuimos a
buscar el modelito del día.

Y bueno si lo encontramos… Para empezar, un bañador blanco de un


solo hombro que era con trozos transparentes y otros tupidos, una pasada de
fino y cómo marcaba la silueta, luego escogimos una especie de poncho de
crochet caído hacia un hombro y que dejaba entrever el bañador, además de
unos zapatos de esparto de color blanco, con una buena cuña y agarrado al
tobillo.

Me veía guapa delante del espejo del probador, además, me sentía más
segura.
Me colgué mi bolso grande que curiosamente era blanco con un símbolo
delante de un ancla y lista, salí que me esperaba Rosauro.

Quedé con las chicas en que ya las llamaría y me monté en el coche, por
supuesto no tardó en besarme mientras me decía que estaba de lo más sexy,
menos mal que al menos era guapo y estaba bueno, de lo contrario sería
para matarme.

Llegamos a la urbanización y entró con el coche directo al jardín de su


casa, bueno de su caserón, era impresionante y tenía una preciosa piscina y
junto a una zona de picnic.

¿Sabéis quienes estaban en la piscina? Mi hermana y Hannah que me


saludaban felizmente.

Martín con su hermano estaban de pie tomando un vino en el porche de


entrada a la casa.

Fui directa hacia las chicas, estaba claro que a Martín no me iba a
acercar, así que me senté en el borde de la piscina y Hannah no tardó en
empezar con sus tonterías. ¡Qué cruz…!

Más tarde salieron del agua y nos acercamos a los chicos, le di dos besos
a mi cuñado y a Martín la mano, todos se quedaron a cuadros, pero joder,
era notario y le debía mis respetos, por favor.

Nos enseñaron la casa, ni qué decir tiene que era impresionante, con
mucho gusto. Su habitación de matrimonio era una suite presidencial digna
de película, con una bañera de hidromasaje en los pies de la cama.

—Uy, esta habitación me recuerda a la de Grey —dije riendo con ironía.

—Bueno, bueno, parece, pero no, mi Martín es muy romántico, nada de


sexo salvaje y eso —decía y la cara de su marido era un poema.

Nada salvaje decía, si ella supiera…

Si es que al final era para reírse, no sabía ni con quién se acostaba, no lo


conocía y menos esa parte morbosa que tenía el desgraciado. Qué asquito le
estaba cogiendo, o no, yo qué sé. Yo tenía ganas de reír y llorar a partes
iguales.

Mi hermana, qué es como es, de lo más graciosa y estúpida a la vez, no


paraba de bromear sin saber que me tocaba esa fibra que ya estaba al límite,
pero bueno, entendía que en ese estado de enamoramiento era normal que
se volviera más tonta de lo que era.

Nos comenzamos a tomar el vino sentados en la mesa, la comida ya la


tenían preparada, pero pusieron unos entrantes para tomar relajadamente esa
deliciosa bebida.

—Me contó tu hermana que eres azafata de eventos y también tienes


carrera de vuelos.

—Sí, soy piloto —sonreí.


—¡Estúpida! —gritó mi hermana bromeando.

—¡Ah no perdón!, me he liado, azafata de vuelos —sonreí con ironía.

Me bebí el vino de un trago mientras se reían por lo que entendieron


como una broma y esa no iba a ser la última de muchas, ese día les iba a dar
a todos para el pelo, iba a cobrar hasta los vecinos de los chalets de al lado,
bonita estaba yo, así que otro vinito para el cuerpo, que se iba a liar la de
Dios.

Martín estaba blanco, tirando para transparente, le costaba hablar, no era


capaz de mirarme a los ojos y me evitaba constantemente, eso le pasaba por
mentiroso, descarado y manipulador.

Su mujer estaba de lo más tonta con el tema de los niños, otra vez de
nuevo con el temita y Martín con cara de no saber dónde meterse, pero que
se jodiera, él solito se lo había buscado y tenía a esa mujer porque quería,
que nadie lo había obligado.

—Hermana —dijo Romina en la mesa.

—Dime.

—¿Sabes que Mateo me ha pedido irnos a vivir juntos a su casa y me va


a ayudar a estudiar una carrera?
—Entonces papá lo pone en un altar encima de la cama —se rieron
todos.

Martín intentaba disimular, pero le costaba hablar, estaba con ese


semblante que no sabía si era triste, acongojando, o cagándose en mis
muelas por haber venido, pero es que él solito se lo había buscado, solito…

Tras la comida las chicas se metieron en la piscina y yo me quedé ahí


sentada con los chicos, ya que daba por saco lo daba bien. En un momento
dado le pedí permiso a Martín para entrar al baño, por supuesto, a
educación no me ganaba nadie y me dirigí al señor notario con todo ese
respeto que se merecía, (véase como ironía).

Entré al aseo y me eché a llorar, no pude evitarlo, aunque quería parecer


dura toda aquella situación me venía muy grande.

Al salir me crucé en el pasillo con Martín, creo que me estaba esperando.

—Olivia…

No le dio tiempo a decir ni una palabra más, le solté una hostia que debió
escucharse en toda la urbanización. Salí afuera como si nada hubiera
pasado, pero eso sí, con un poco más de rabia sacada.

En mi vida le había pegado a nadie, ni tirado de los pelos a ninguna


amiga cuando éramos pequeñas, cero violencias, cero todo, pero esa hostia
me salió con toda la furia que me entró al escuchar mi nombre en su boca.
Me lo dijo cabizbajo, como queriéndome pedir perdón o que se fuera a
justificar, pero no todo en esta vida tiene justificación y menos lo que él
había hecho conmigo. Podía haber ido de frente, decirme la verdad y yo
decidir si quería liarme o no con él, pero con mentiras no y menos de ese
tipo.

Rosauro estaba de lo más cariñoso, yo le sonreía y fingía que me sentía


bien con él, pero la verdad es que me estaban entrando los nervios y me
sentía asquerosamente mal con toda esta situación.

Yo creo que a Martín esa hostia lo dejó tan fuera de juego, que se quedó
toda la tarde ido, pensativo, es más, Rosauro, con quien estuvo todo el
tiempo hablando se fue con Mateo y las chicas, pues Hannah era más
porculera que mi hermana. Qué manera de llamar la atención y de querer
ser el centro de todo.

Les puse un mensaje a las chicas diciendo que cuando saliera de allí iba
para su casa, me iba a quedar con ellas a dormir. Estaba claro que a mi casa
no volvía esa noche.

Mariola y Daniela no dejaban de mandarme mensajes para que les diera


un adelanto ya que hasta que me vieran más tarde, no aguantarían la intriga.
Solo les dije que se había llevado a escondidas la hostia del siglo.

Pasamos la tarde allí de copas, me di algún que otro baño en la piscina y


me encontré a Martín mirándome de reojo en muchas ocasiones. ¡Que le
jodieran! Le iban a dar mucho por el culo, porque este cuerpo no lo iba a
tocar más en su puta vida.
Por la noche pidieron sushi, la velada se iba alargando y Martín no
dejaba de beber a lo bestia, hasta su mujer le dijo que estaba bebiendo
mucho y é le hizo el gesto con la mano de que se callara. Encima chulo, con
dos cojones, notario, infiel y chulo.

Mis amigas esa noche no habían salido, se quedaron de pelis y palomitas


como ellas decían y no paraban de pedirme que me fuera ya, que me
inventara algo y me fuera de allí para que les contara mi maravilloso e
idílico día, pero no, me iba a quedar la última y más ahora que tenía un
punto que no veas.

Mi hermana estaba desmadrada, no dejaba de beber y decir tonterías, al


novio se le caía la baba y los demás reían, yo también, pero con ironía, ese
día me caía mal todo.

No paraba de recordar todo lo sucedido entre Martín y yo y ahora estaba


ahí con su mujer que rebosaba felicidad por todos lados y él con una cara de
estar muerto en vida. Era el precio de hacer las cosas mal y haber jugado
con varias faldas a la vez y suerte que era yo, llega a haber sido otra la que
el día anterior descubre todo el pastel y en casa de sus padres se lía la de
Dios.

Cerca de las tres de la mañana nos despedimos y Rosauro me llevó a


casa de mis amigas, quiso que me fuera con él a la suya, pero le dije que me
encontraba fatal y ya hablaríamos por la mañana.
Eso sí, salimos de casa de Martín y la mujer diciendo que en estos días
teníamos que volver a reunirnos, que le hacía muy feliz esa pandilla que
habíamos formado. ¿Perdona? ¿Pandilla? Para flipar, no sabía quién estaba
peor si el descerebrado de su marido o la loca de su mujer.

Rosauro me dio un beso de esos con lengua, que por poco aspiran hasta
el primer empaste, en fin… Me sentía sucia, asquerosa, mal, triste y con
ganas de desaparecer.

—¡¡¡Desaparecer!!! Eso quiero —dije cuando entré en casa de Mariola y


ellas seguían despiertas esperándome.

—Joder nena, que no se acaba el mundo, dentro de dos meses estás feliz
con otro y esto olvidado.

—No quiero estar con nadie, me niego, todo es una puta mierda.

—Mujer, piensa que tampoco has escuchado sus razones.

—¿Razones? ¿Qué me diga que es infeliz en su matrimonio? ¿Que no la


ama? ¿Rollos de esos? Mira, los dos son independientes económicamente,
no les hace falta estar juntos y encima están buscando un bebé. No hay
excusa que me haga perdonarlo y menos con este asco que siento dentro de
mí.

—Tiene razón —le dijo Mariola a Daniela.


—Claro que la tiene y la hostia bien merecida.

Estuvimos charlando hasta las cinco de la mañana en la que ya nos


fuimos a dormir, el día había sido demasiado largo y mi cabeza estaba que
no daba para más, eso sí, no me quedé dormida tan fácilmente, las
imágenes, palabras, cosas que fui enlazando y todo, no paraban de
agolparse en mi cabeza.

El domingo a las diez estaba en la cocina a base de cafés y fumando de la


cajetilla que tenía Mariola, vamos, fumando como nunca, pues yo era de
fumar solo en celebraciones, pero ahora necesitaba cualquier cosa que
calmara esta ansiedad que sentía.

Las chicas no se levantaron hasta la una así que me puse a cocinar pasta,
pero no la del pijo de la fe, sino con refrito de verduras, chorizo, tomate y
mucho queso, el de toda la vida, además, preparé unas empanadillas de atún
ya que vi que tenía los paquetitos de masa solo para rellenar.

Rosauro me mandó un mensaje para invitarme a comer, pero le dije que


estaba con resaca en casa de las chicas y quería descansar del finde tan
movido que había tenido, eso sí, creo que le sonó a chino, pero lo que me
faltaba era comerme el coco también por él, en fin… Estaba jodida, lo viera
por donde lo viera.

Las chicas se levantaron y me dieron un abrazo de esos de osos, aparte


les tenía hecha la comida, así que más felices no podían estar. Pasaron
directamente hasta de desayunar, tenían hambre y preparé la mesa, nos
pusimos a comer y charlar. La verdad es que, si no fuera por ellas y por esos
ratitos, no sé qué sería de mí, estaría como una loca llorando en mi cuarto
acordándome de todo y, la verdad, las penas compartidas, son más
llevaderas.

Más tarde nos fuimos a la playa a darnos un bañito, ellas se tomaron unas
cañas, yo no podía ni oler el alcohol, el fin de semana había sido todo a
golpe de vaso así que me tomé una Coca Cola Cero, me puse los cascos y
me quedé dormida tumbada un buen rato.

Mi hermana me mandó un mensaje para decirme que estaba con Hannah


y que le había dado para mí una pulsera de su firma online, que se le había
olvidado darme el día anterior, vamos un regalo a mí, os juro que me entró
veneno por el cuerpo.

Rosauro no paraba de mandarme mensajes para saber cómo estaba y yo


ahí en la playa diciendo que me moría, que me sentía fatal que debía tener
un virus o algo.

De la playa nos fuimos a una pizzería a cenar, hablé con mis padres y les
dije que iría por la mañana, esa noche no me apetecía volver y como las
chicas estaban animadas a pasar otra noche juntas, pues ahí que me quedaba
yo.

Durante la cena Daniela recibió un mensaje de su italiano, qué nervios no


le entraron que tiró todo su refresco encima de la pizza y tuvimos que pedir
otra. Así andábamos, para que nos encerraran…
Sentía la necesidad de que todo cambiara, de levantarme por la mañana y
que todo hubiese sido un mal sueño, que ni siquiera lo hubiese conocido,
eso es lo que deseaba, arrancarlo de mi vida, de mi corazón y dejar de sentir
este dolor y este vacío tan grande que habitaba en mí.

Tras la cena paseamos un poco, la noche estaba animada como cada


verano en la isla. Nos paramos en algunos puestos de artesanía y
complementos, había un chico haciendo unos colgantes de plata preciosos
que los enganchaba al cuero y quedaban de lo más mono. Nos empezó a
hablar de las piedras que estaba engarzando y, sobre todo, de una que decía
que por sus propiedades y tal daba mucha energía y conseguía levantar el
estado de ánimo, yo no creía en esas cosas, pero no dudé en comprarla.

De allí fuimos a la heladería más buena de la ciudad, una que tenía todo
tipo de helados, lo más inimaginable te lo encontrabas allí. Nos pedimos
uno mientras paseábamos, además nos tiramos un selfi con ellos que
Daniela colgó en la red y nos etiquetó, menos mal que Rosauro no veía esas
cosas, sino estaría flipando y mandándome a la mierda, que mira, no me
importaría que lo hiciera, es más me vendría de lujo.

Volvimos a casa y nos sentamos un rato en el sofá, pero no tardamos en


irnos a la cama ya que Mariola trabajaba al día siguiente. Yo, por cierto, no
sabía ni cuándo tendría evento, solo esperaba que fuera una semana
tranquila ya que no estaba con muchos ánimos para ir a ningún sitio.

Me metí en la cama y me di cuenta de que tenía un mensaje de Martín.


Martín: Dime dónde podemos vernos mañana, necesito hablar contigo,
sé que ahora mismo todo lo que diga ni lo aprobarás, ni lo entenderás, pero
todo en la vida se puede explicar y yo necesito hacerlo, juro que no te
pondré una mano encima.

Vamos eso sí que era seguro, no me la iba a poner jamás, a ver si este se
pensaba que después de lo ocurrido, me iba a abrir de piernas y decirle que
me metiera las bolas o lo que le diera la gana. ¡Venga ya!

Solo le contesté con el emoji del dedo grosero, ese que decía que se
montara ahí y pedaleara…
Capítulo 15

Escuché a Mariola desayunar pues se tenía que ir a trabajar. Entré al


baño, me aseé y salí a tomar un café con ella.

—¿Cómo te encuentras?

—Bueno, con la sensación de querer que la tierra me trague… —Le di


un beso en la mejilla y me puse a preparar un café.

—Quédate aquí los días que quieras, Daniela dice que por ahora no se
piensa ir.

—Pues me parece que me apunto, necesito un poco de desconexión de


mi casa, no quiero que me vean así.

—Perfecto, ve si quieres en mi coche a recoger ropa y hablas con ellos.

—Sí. ¿Te llevo a la tienda y aprovecho?


—Vale, pero date prisa que se me echa la hora encima y viene un pedido
grande que tengo que colocar con Samira rápidamente, mientras Indira va
atendiendo.

—Pues no tardo —di un trago al café y me lo bebí del tirón.

Daniela apareció, dijo que ella se quedaba en la casa limpiando y que


prepararía la comida para cuando llegara Mariola, ya que esta trabajaba solo
de mañana y yo volvería antes.

Me cambié y nos fuimos, la dejé en la tienda y fui hacia casa de mis


padres.

Mariola solía ir andando a la tienda y, además, llegaba en nada, rara vez


se llevaba el coche.

Mis padres me recibieron con una preciosa sonrisa y me senté con ellos a
desayunar ya que solo había tomado un café, me apetecía otro e intenté
comer un poco de pan, pero nada, tenía el estómago cerrado.

Se tomaron bien el que me fuera unos días a casa de Mariola, a pasarlo


con las chicas. Además, desde ahí me llevarían a currar los días que tuviera
eventos y mis padres sabían lo responsable que era, así que, sin problemas.

Preparé una maleta con bastantes cosas y me despedí de ellos, luego pasé
por un súper a comprar pan y aproveché para hacer una compra ya que no
me gustaba estar de gorra. Cogí refrescos, capsulas de café, leche, carne y
un montón de cosas, vamos un carro hasta arriba.

Avisé a Daniela para que bajara a ayudarme y entre las dos metimos las
bolsas y la maleta en el ascensor.

No había visto a mi hermana porque estaba durmiendo, pero me llegó un


mensaje de que al día siguiente nos invitaría a comer, se refería a mis padres
y a mí, nadie más, bueno sí, su novio.

Joder, no sabía qué bicho le había picado a esta, era capaz de decir que se
independizaba o se casaba, en fin… Qué rollo de todo, aunque le dije que
no tenía ganas, iría, que estaría en el restaurante donde me había dicho que
nos reuniríamos.

Me puse a quejarme de eso, Daniela se reía sin parar y me decía que lo


sentía, pero ahí seguía revolcada.

—Qué marrón tienes con todo. ¿Sabes? Estoy pensando en algo…

—Yo también he pensado una cosa, así que no te rías.

—A ver, suelta… —me dijo mirándome con esa carita de miedo porque
sabía que a veces no tenía buenas ideas.

—Voy a activarme en la agencia de vuelos para que me negocien una


compañía, quiero comenzar a volar y cambiar un poco la forma de ver la
vida. Por cierto, perdona. ¿Qué estabas pensando?

—¿¿¿En serio te vas a activar???

—Sí, necesito cambiar de aires, esto me está superando. Dime, ¿en qué
estabas pensando?

—En que nos viniéramos a vivir aquí con Mariola, tengo ganas de
independizarme y mira, con lo mal que nos va a todas en el amor, ¿qué
mejor que nos mimemos un poco las tres?, pero si me dices que te vas a
volar…

—Ya, yo me vendría, pagaríamos todo entre las tres y podría


mantenerme bien, pero ahora mismo necesito salir de esta puta isla.

—Bueno, pues yo sí me vendré con ella y pagamos a medias, tengo


ganas también de cambiar un poco.

—Pues hazlo, Mariola está harta de decírnoslo. Aunque ahora mismo, de


aquí a que me llamen me quedaré con vosotras, así voy aportando yo
también, tampoco me apetece estar en casa de mis padres, no sé, no es buen
momento para mí y no quiero ahogarme más allí.

—Claro, tonta —me abrazó.

Preparamos la mesa y no tardó en llegar Mariola, así que nos sentamos a


comer ese delicioso plato que con tanto cariño nos había preparado Daniela.
Pusimos al día de todo a Mariola que estaba flipando en colores diciendo
que no se nos podía dejar solas, que cambiábamos todo en un instante.

Rosauro no paraba de llamarme y mandarme mensajes, le dije que no


estaba bien y necesitaba estar con las chicas, lo aceptó poniendo un
emojiseguido de tristeza y ya, tampoco estaba yo para calentarme el coco
más de lo que ya lo tenía.

Nos fuimos a la playa, queríamos pasar la tarde allí que para eso era
verano y tocaba disfrutar, a pesar de estar con los ánimos por los suelos.

Nos tiramos en las hamacas del chiringuito y nos pedimos tres refrescos,
ese día íbamos de buenas, nada de alcohol, solamente playa, sol, relax y a la
mierda los problemas y tristezas.

Pero bueno, una cosa era pensarlo y otra hacerlo, porque mi cabeza era
un cine de diapositivas, de esas que se te agolpan las imágenes de los
momentos vividos y no puedes por mucho que quieras apartarlas de la
mente, en fin, que estaba tocada y hundida, como los barquitos.

—Hola…

Levanté el pescuezo, bueno, lo levantamos las tres. Yo no me vi la cara,


pero creo que era la misma que la de mis amigas, como si hubiéramos visto
al mismísimo demonio.
—¿Qué cojones haces aquí, Martín? —pregunté y no de muy buenas
maneras, la verdad.

—Un café por favor —le pidió al camarero que rondaba por allí.

—¡Ah no!, tú aquí no te tomas el café.

—Déjalo, así nos sale la consumición gratis —dijo Daniela, soltando una
carcajada que me hizo reír hasta a mí y a todos, vamos hasta Martín se rio.

—Solo me quiero tomar el café y disculparme —dijo arrastrando una


hamaca y poniéndola frente a nosotras.

—Tú tienes un morro que te lo pisas, chaval.

—Olivia, comprendo que estés enfadada y que hasta tus amigas piensen
que soy el peor hombre del mundo.

—¡Ah no, a mi ex no le quitas el título! — dijo Mariola y Daniela lloraba


de la risa. Yo volteé los ojos.

—Bueno, me da igual lo que me vayas a decir, simplemente no me


apetece hablar contigo y si piensas que me vas a venir con justificaciones
que voy a digerir como si nada hubiese pasado, vas apañado.

—Solo necesito media hora contigo a solas y que hablemos.


—Mira, yo contigo a solas no voy ni a la esquina, ni, aunque me digan
que allí hay un billete de quinientos euros, menos aún te voy a escuchar con
gente delante y de lo que tú y yo sabemos que pasó, quédate tranquilo que
de mi boca no saldrá. La clase no es cuestión de dinero y a mí me sobra
clase, tú quédate con tu maldito dinero, con tu guapa mujer y que la vida te
haga justicia.

—Eso no es justo.

—¿A mí me vas a hablar de justicia? ¡Jaaa!

—No seas así.

—¿Perdona? —Quedé en silencio cuando el camarero le trajo el café—


No serás tú quién me tenga que decir cómo debo o no debo ser, más que
nada porque no eres ejemplo de nada y como no lo eres, calla esa puta boca
que te ves más bonito.

Mis amigas se fueron al agua dando por hecho que esta guerra era
nuestra, eso sí, desde lejos me hacían señas para que le diera duro.

—Olivia, de verdad, te pido que hablemos de lo que tú…

—¡Qué te calles! Me pones enferma —dije entre dientes.

—Estoy partido en mil pedazos.


—Pues ya sabes, a la funeraria y que te preparen una caja de pino, uno
menos.

—No seas tan cruel…

—¿Tan cruel? ¿Estás loco? No sé cómo tienes la poca vergüenza de


hablar de crueldad, cuando no conoces la empatía y el respeto por nada.

—No he jugado contigo.

—Cállate —murmuré con un enfado monumental—. Cállate o te juro por


mi vida que no me voy a controlar. Vete, por favor, vete.

Me levanté y me fui hacia el agua con mis amigas, desde allí vimos que
se quedó tomando el café y luego se fue.

Las chicas estaban flipando, la verdad que hicieron bien en no meterse,


aunque yo ya les había advertido ante estos casos, eso sí, graciosas fueron,
pero eran así en toda su esencia. Eso sí, si llega a aparecer en plan chulesco,
estas se lo hubiesen comido con papas y no dejan ni rastro.

Lo mío era una locura, esa sensación de amarlo con todas mis fuerzas y
odiarlo de igual manera, de querer tenerlo abrazado y de no quererlo ver ni
en pintura. Así me sentía a dos lados contrapuestos de los sentimientos que
herían mi alma de forma descomunal y sin tregua.
Estuvimos en la playa hasta que cayó el sol y nos fuimos a la casa donde
nos duchamos y nos pusimos a preparar unos sándwiches vegetales.

Mariola, los días entre semana le gustaba acostarse temprano para ir a


trabajar descansada, así que nos echamos en el sofá un rato a charlar y
luego nos fuimos a dormir.

Me quedé muy rayada pensado en la aparición de Martín en la playa. ¿En


serio se pensaba que iba a hablar conmigo, tapar el sol con un dedo y que
yo volviera a ser la otra y me conformara como si él fuera mi única opción?
Desde luego que había que tener moralidad…

Desperté por la mañana cuando escuché cerrarse la puerta de entrada, era


Mariola que se había ido a trabajar.

Me levanté y después de asearme fui a prepararme un café, Daniela había


salido temprano, tenía que recoger a su madre y llevarla un momento a
hacer un trámite así que me preparé el desayuno, lo hice tranquila y luego
me fui a la agencia de aire para activarme.

Era una agencia como la de eventos, ellos buscaban compañías que


necesitasen tripulación y luego negociaban tu contrato, así que dejé todo
listo y me dijeron que lo mismo me podían llamar en una semana que en
dos meses, que era cuestión de que encajara en la adecuada.

Luego me pasé por la agencia de eventos y Ofelia me dijo que en esos


días se preveían eventos, pero no sabían cuándo. Tuvieron un parón porque
había sido la semana de las fiestas de una de las zonas más importantes de
la isla, así que no se celebraron eventos esos días.

Pasé a hablar con Carmina, una de las jefas de eventos y le comenté lo de


la agencia aérea, me dijo que, sin problemas, que ellos me mantendrían
activa hasta que me llamaran del otro lado y que luego ya sabía que, aunque
me fuera al aire, cuando quisiera regresar tendría las puertas abiertas y eso
me dejaba muy tranquila.

Me recogió Daniela en la puerta, ya había dejado a la madre y me había


puesto un mensaje, así que me acercó al restaurante donde había quedado
con mis padres, luego quedamos en vernos.

Mis padres, hermana y novio ya estaban allí, los saludé y me senté


esperanzo esa noticia que no tardó en llegar.

—Los otros días queríamos que las dos familias os conocierais para
poder daros luego la noticia y que la vierais con otro enfoque —decía mi
hermana y todos la mirábamos esperando a que soltara ya lo que fuera—.
Sé que soy muy pequeña, en unos días cumplo los dieciocho años, pero me
llegó el amor y de esto tan bonito estamos esperando un hijo…

Así tal cual, había que joderse. ¡Embarazada! Sin anestesia, con toda la
tranquilidad del mundo y no solo eso, después de mis padres felicitarles y
bajo mi asombro tomarlo como si no pasara nada y todo fuera
maravillosamente perfecto. Hasta yo fingí esa felicidad, aunque no me
hiciera ni puñetera gracia.
No contenta con ello nos cuenta que ya los padres y hermano de él lo
saben y les habían comunicado que los padrinos seríamos Martín y yo.
¿Qué cojones estaba haciendo el karma para ensañarse así conmigo?

Sonreí, pero con una cara de gilipollas y de querer salir corriendo que no
podía con ella. Esto parecía una broma de mal gusto que le estuvieran
gastando a mi vida, no podía ser todo más escabroso y enrevesado.

Tras acabar de comer y tomarnos los correspondientes cafés en la


sobremesa, mi hermana se fue con el novio y mis padres me acercaron a
casa de Daniela.

Entré pálida, me faltaba hasta el aire, mis amigas dormían la siesta cada
una en un sofá y yo me fui al cuarto a tumbarme a ver si era capaz de
quedarme dormida.

Qué locura era todo, nadie está preparado para tanto en tan pocos días,
había sido como una película de comedia romántica donde todo es
surrealista, así me sentía yo, pero siendo la protagonista y sin cobrar un
duro por verme en el papel de mi vida.

Me levanté dos horas después y las dos ahí seguían casi a las nueve de la
noche durmiendo la siesta, alucinante.

Me puse a mirar en el frigorífico si había todo lo que iba a necesitar, las


iba a sorprender con una cena con calorías por un tubo, pero las iba a dejar
alucinadas.
Se despertaron hambrientas así que me puse a preparar lo pensado.

Abrí tres baguettes que ya había descongelado, unté mayonesa a cada


parte, les puse unas salchichas gordas alemanas que había refrito un poco,
eché patatas de jamón de paquete trituradas bastante, kétchup, queso rallado
y luego las puse tapadas con su otra pieza. Ahora tocaba cubrir cada una
tanto por arriba como por abajo con beicon entrelazado y para el horno.

Cuando las saqué, lo vieron todo compacto y que se cortaba a rodajas


quedando perfectas. Comenzaron a alucinar, nunca lo habían hecho y
cuando la probaron, quedaron más que encantadas.

Ni diez minutos y el telefonillo de la calle sonó, lo cogió Mariola y me


dijo que era para mí, al voltear los ojos me supuse lo peor.

—¿Qué? —grité para toda la calle.

—¿Puedes bajar que quiero hablar contigo?

—Claro que no, guapi.

—Al menos por lo que nos une y ahora más, que seremos los padrinos —
había que tener cara para soltarme aquello, el señor notario.

—¡Que te den!
Colgué y volví a la cocina a seguir cenando, mis amigas aguantaban la
risa y al final terminamos estallando las tres, la verdad es que quien pasara
por la calle en ese momento, se habría quedado alucinado por mi
contestación.

Mandaba narices, ahora resulta que como íbamos a ser padrinos pues nos
teníamos que aguantar. ¡Un mojón para él!

Nos pasamos la cena riendo, la verdad es que reí a pesar del dolor del
momento, pero todo era tan surrealista que hasta a mí me causaba risa y reír
no era malo, yo estaba lidiando con mi dolor, quería ser feliz y esto era
parte del proceso, reír y llorar a partes iguales.

Tras la cena nos sentamos a charlar sin tele ni nada, las tres con todo en
silencio en el salón más que con nuestras tonterías y además de nuestro
asombro al ver la insistencia de un hombre que no respetaba su vida, su
matrimonio y a la mujer con la que había decidido unirse.

Era algo a lo que no dábamos crédito. De la noche a la mañana conoces a


un tío, aparece y desaparece como si fuera mago, te llena los oídos, la vida.
Te regala cosas que se supone que solo hace contigo y de repente te das
cuenta que todo era mentira, que no era ni la sombra de lo que creías de él y
todo ese ser cariñoso, atento y correcto, era un retorcido al que le gustaba
jugar a dos o más bandas y que no tenía ni el más mínimo sentido de la
sensibilidad.

Te enteras de todo un buen día y no contento con ello, te das cuenta que
en cierto modo se va a convertir en alguien de tu familia, el tío de tus
sobrinos, el cuñado de mi hermana y ya para más INRI, el padrino de mi
ahijado o ahijada. ¿Se podía ser más desgraciada en esta vida?

Estuvimos charlando un par de horas antes de irnos a dormir y la verdad


que di gracias a ese momento en el que las chicas me arrancaron muchas
sonrisas, encima hicieron una parodia de todo esto, que me tuve que echar a
llorar de la risa, para colmo Rosauro, a mensajes dando por saco y yo
largas. Por otro lado, Martín enviando mensajes que yo no abría ni tenía
pensamientos de abrir, así que entre los dos comenzaron a sumar
notificaciones y me fui a la cama sin exagerar, con unas veinte y eso que a
Rosauro le iba contestando, pero bueno… Decidí desconectar pues no
quería envenenarme, agradecía mucho el rato que había tenido de risas con
las chicas y me quería quedar con eso cuando me fui a dormir.

Lo de mi hermana había sido un varapalo de esos que no te esperas, así


estaba de revolucionada las últimas semanas dando por saco y peleando por
todo, además de amenazar con irse en cuanto cumpliera su mayoría de edad,
y tanto que se iría, ahora lo tenía yo más claro que nunca.

No podía coger el sueño, para colmo había dormido la siesta y eso que
me llevaba en contra, pero una parte de mí quería dormir ya, no pensar, no
recordar y sobre todo no sufrir con esos recuerdos que se me clavaban en la
mente y eran como puñales que se iban directos a mi corazón.

Dolía mucho el amor y cuando no era real, era una sensación de


desasosiego que te deja sin fuerzas y, sobre todo, te mata lentamente de
tristeza.
El miércoles me levanté y me dijeron de la agencia de eventos que a la
semana siguiente tenía dos, uno el viernes y otro el sábado, así que este fin
de semana lo tenía libre y el otro a expensas de que me llamaran de lo de
los vuelos.

Esta mañana me iba con Daniela a pasear y comprar algo en la


pescadería, queríamos freír pescado a mediodía y el antojo era de las tres,
así que mientras Mariola trabajaba nosotras nos íbamos a encargar de todo.

Estuvimos de tiendas de ropa, nos compramos algún caprichito y a


Mariola le regalamos entre las dos una trilogía de una novela que estaba
loca por leer, así que ahí fuimos a darle la sorpresa.

Fuimos a la plaza, compramos un poco de pescado variado y ya para casa


a preparar la comida ya que cuando llegara Mariola queríamos tenerla lista
para luego irnos a la playa.

Se emocionó con los libros y nos comió a besos, luego disfrutamos del
pescado frito y para la playa, eso era lo que queríamos irnos a tirarnos en
una tumbona y darnos algún que otro baño.

Rosauro estaba insistente en que nos viéramos, pero yo seguía dándole


largas y diciendo que no estaba bien y que necesitaba mi espacio, sabía que
no estaba actuando bien con él, pero no sabía hacerlo de otra manera, no
podía tomar el timón cuando mi vida había naufragado y me sentía a la
deriva.
Nos quedamos ahí dormidas después de tomar un café y cuando nos
levantamos nos metimos en el agua, la sorpresa fue al salir y ver que ahí
estaba Martín.

—De verdad, hijo… ¿Me vas a dejar en paz?

—Claro, el día que hables conmigo —su tono era triste, pero yo es que ni
me lo creía y menos me importaba.

—No tengo nada que hablar, no quiero saber el porqué de las cosas,
puedes hacer lo que te dé la gana y si a alguien le tienes que dar
explicaciones que sea a tu mujer, no a mí.

—No es a ella a quien se las quiero dar.

—Pues no eres nadie para dármelas a mí y mucho menos cuando ni las


quiero, ni las necesito.

—Solo te pido que me des cinco minutos.

—Quizás cuando a mí me dé la gana.

—Cuando quieras, lo espero —hizo un gesto de despedida con la cabeza


a las chicas y a mí.

Se fue y nosotras como siempre flipando en colores sin entender nada y


mucho menos sin saber qué cojones quería, pero fuera lo que fuese yo no lo
quería escuchar, el daño estaba hecho y por mi parte todo finiquitado,
enterrado y con ganas de olvidar esta pesadilla en la que se había convertido
mi vida por su culpa.

Nos quedamos en la playa toda la tarde, me la pasé escuchando la música


del chiringuito en aquella tumbona, de vez en cuando iba a refrescarme y
ya, no tenía ganas ni de hablar, mis amigas en cambio no paraban de
hacerlo, pero no de nosotras, sino de todo lo que iba surgiendo.

De allí me fui a casa de mis padres a cenar que estaba enfrente y se lo


había prometido, las chicas se fueron para la casa y ya quedé en que más
tarde aparecería yo.

Nos sentamos en la cocina a charlar, la niña estaba con el novio que ya


estaban preparando la casa que tenía Mateo, pero que estaba vacía. La
compró hacía un año y la estaba comenzando a amueblar y preparar para el
nacimiento del bebé ya que se irían a vivir allí.

Mis padres se creían que iba a aparecer con Rosauro, pero les dije que no
era nada formal y que por ahora ya se me habían pasado las ganas de verlo,
quería centrarme en el tema de vuelos y quería avanzar en la vida, sola y sin
ataduras.

Me entendieron y respetaron, incluso notaron algo de tristeza en mí, que


pensaron que era mejor no hacerme preguntas, mostrarme su apoyo era lo
mejor que podían hacer en estos momentos y así lo hicieron.
Lo que más rabia me daba es que les había mentido con el tema de
Rosauro, pero es que ponerme ahora a contar algo, como que no, al final les
tendría que contar todo para que supieran la verdad y ese todo implicaba
muchas cosas que le harían mal a ellos y joderían el momento de mi
hermana, así que calladita me veía mejor y no estaba dispuesta a liarla.

Estuve con ellos hasta las once, mi padre me llevó a casa de Mariola, ella
ya estaba durmiendo y Daniela en el sofá viendo un programa de televisión.

Nos pusimos a charlar un buen rato antes de irnos a la cama y luego al


tirarme en ella me puse a llorar de nuevo, en silencio, con esa sensación
como de que me arrebataban la vida, como si no estuviera haciendo nada
bien y nada me fuera a salir de manera normal. Demasiadas cosas al revés,
todo sin sentido, no había explicación para de repente sentir que mi vida era
solo aquello, que me habían engañado, era como si sintiera que me habían
manipulado sin piedad, como si yo solo hubiese sido un trozo de carne al
que pagarle un hotel, una comida y un taxi con una generosa propina. Todo,
a cambio de sexo, a cambio de satisfacer a un hombre sin principios, sin
corazón, sin ética y sin escrúpulos. Una persona tan deplorable, que lo
único que quería era su propia satisfacción y tener cuanto quisiera a costa
de todo, así veía a Martín y el muy sinvergüenza seguía insistiendo en
hablar conmigo. ¿Acaso quería asegurarse de que no hablara y ganarse mi
empatía? No, no iba contar nada, pero tampoco le iba a dar la opción a
escuchar lo que quería, lo único que me importaba era olvidarlo y que se
quedara con su puta vida.

No hay peor dolor que ese que no se puede sacar, esa era la verdad, sentir
que quieres explotar y gritar, que deseas cogerlo por los hombros, apretarlo
fuerte y gritarle en toda su cara “¡¡¿Con que derecho te crees para jugar
conmigo?!!”

En fin, no podía hacer nada más que ir digiriendo poco a poco ese dolor
y rabia que me consumían, más que ir comprendiendo que la vida no se
trataba de todo lo que hiciéramos con buena fe y desde los buenos
propósitos, ya que te podía venir alguien que de repente cambiara tu mundo
y te hiciera chocarte con la realidad, esa que no era otra que dejarte claro
que por desgracia todo el mundo no es igual.

Me costó dormir, como tantas noches en las que dar vueltas y mirar el
reloj constantemente se habían vuelto parte de mi rutina, pero con la
esperanza de que todo iría cambiando con los días, aunque claro, Martín no
podía seguir apareciendo constantemente, de lo contrario, me costaría un
mundo poder encontrar ese punto en el que todo fuera cambiando. Lo tenía
jodido, lo tenía realmente jodido.

Por la mañana me levanté temprano y preparé el desayuno a Mariola, así


que cuando se levantó se encontró todo en la mesa y desayunamos juntas.

Daniela era un caso aparte, si no tenía responsabilidad pues le daban las


tantas en la cama, como buena profesora disfrutaba bien de las eternas
vacaciones de verano de las que gozaban esa rama y es que yo debí haber
estudiado eso, aunque mi trabajo me gustaba y la posibilidad de ahora
comenzar a volar mucho más.

Tras irse Mariola yo me puse a preparar unas lentejas, las tres teníamos
ganas de comerlas y mi madre precisamente el día anterior me dio un
chorizo especial de Jabugo y una bolsa de lentejas pardinas, así que
aproveché, preparé el fondillo y las dejé haciendo a fuego lento como ella
me había enseñado.

Daniela se levantó un rato después y me tomé otro café con ella, lo que
me faltaba a mi eran muchos cafés, si me soplaban en un ojo era capaz de
liarme a hostias hasta con el vecino que me encontrara al bajar a por el pan,
en fin, quién me había visto y quién me veía.

Nos pusimos a limpiar la casa, con música y cantando a toda leche, al


menos eso animaba y me hacía reír viendo a Daniela cantar intensamente
todos esos temas de verano que tanto le gustaban.

Queríamos dejar la casa perfecta para el fin de semana, además de


ayudar a Mariola que era la que estaba currando y no queríamos que hiciera
nada en sus ratos libres, para eso estábamos las dos y el piso que era
pequeño se limpiaba a fondo en nada.

Llamaron al telefonillo y fui como una bala, pensé que era Martín y me
dije que le iba a chillar tanto, que de la vergüenza que iba a pasar no iba a
venir más, pero no, no era él, era un chico repartiendo publicidad en los
buzones, así que le abrí y seguí limpiando el salón que lo habíamos movido
entero para dejarlo como los chorros del oro y encima oliendo a esas
lentejas que Daniela no paraba de gemir diciendo que olían de vicio.

Terminamos de limpiar todo cuando llegó Mariola y aprovechamos para


ducharnos y luego sentarnos a comer.
Mis lentejas habían sido todo un éxito y es que mis amigas, al igual que
yo, sentían devoción por esa comida, además, no éramos de esas que decían
que cuchareo en verano nanai, todo lo contrario, si eran lentejas cualquier
época del año era buena.

Daniela no paraba de hablar de Lucas, ya que por lo visto estaban


hablando y viendo la forma de verse de nuevo, en algunas de sus vacaciones
cuando él, bajara del barco. De todas formas, en breve le daban un mes o
dos pues resulta que lo iban a cambiar de barco dentro de la misma
compañía, pero con otra ruta por el Mediterráneo.

Así que Daniela fantaseaba con ese encuentro y nos hacía partícipe de
sus emociones, inquietudes y de ese amor que sentía por él.

Mariola esa noche había quedado con aquel empresario para cenar, ese
que le estaba comenzando a mover todas las mariposas del estómago, ese
que era de su competencia pero que la tenía babeando como una niña
pequeña y es que el amor cuando llega o aparece en forma de lo que sea,
nos vuelve gilipollas. Así estábamos las tres, cada una con su historia, pero
en un estado de esos que sabes que algo pasa, en fin, mi amor vino en forma
de diablo y con ganas de reírse de mí. ¡Maldita sea!

Mira a dónde llegaban mis nervios que aparte de las lentejas hice un par
de huevos fritos para cada una, también hice tres de reserva para quien
quisiera y me comí cuatro en total. Mis amigas me llamaban loca porque
decían que se me iba a disparar el colesterol y yo aseguraba que, si no me
atacaba el colesterol, me daría un paro cardiaco por culpa de el de la fe, así
que me los comí sin remordimiento mojando casi una barra de pan de esas
tiernas, se me iba a poner el culo hermoso, pero me daba igual, yo era feliz
mojando esas yemas tan ricas y saboreando cada mordisco. A la mierda los
kilos y a la mierda todo, la ansiedad ese día me había despertado el hambre
y le había dado por ahí, así que ahí estaba comiendo hasta reventar y
haciendo oídos sordos de las riñas de mis chicas.

Tras la comida decidimos irnos hasta las ocho a la piscina de una


urbanización privada donde dejaban entrar a Mariola, luego volveríamos ya
que ella se iba a cenar con su chico y nosotras nos pediríamos unas pizzas o
cualquier guarrada.

Llegamos a la piscina y la verdad que había poca gente, se estaba de


escándalo, nos tiramos en una hamaca cada una, fui a un bar que había allí y
pedí tres cafés que me dieron en esos vasos de corcho, así que ahí
estábamos de lo más felices café en mano y luego bañito por toda la cara.
Eso de tener enchufe para entrar a los sitios era la caña.

Había pensado en ir a hablar al día siguiente con Rosauro, su insistencia


me ponía nerviosa y yo no quería seguir con ese juego, no era feliz y ni
mucho menos le quería seguir engañando. Me parecía muy sucio por mi
parte hacer daño cuando no quería que me lo hicieran a mí, así que cogería
el toro por los cuernos, me plantaría en su taller y le diría que no quería
seguir, pondría como excusa que quería comenzar a ejercer de azafata de
vuelos, así que rezaba porque lo entendiera y me diera esa tregua que
necesitaba, ya que sus insistencias me tenían de los nervios.

Por otro lado, estaba Martín que no dejaba de aparecer en los sitios, de
mandarme mensajes que no contestaba nunca y de ser un pesado que no
entendía que no quería escucharlo, ya dijese lo que dijese no lo iba a creer y
como no lo iba a hacer, no quería alimentar mi alma con más mentiras que
se le ocurrieran para salvar su culo o para lo que quisiera que fuera. Ya era
hora de que me dejaran un poquito en paz, quería comenzar de cero y en lo
último que ahora quería pensar era en hombres, eso que no iba a meter a
todos en la misma bolsa, pero ahora estaba demasiado mal y sentía rechazo.

—Voy a acabar haciéndome lesbiana —solté cuando nos metimos en la


piscina provocando un ataque de risa a mis amigas.

—Ni que eso fuera una profesión —dijo Daniela.

—Bueno, pero lo mismo pruebo y me gusta.

—Dicen que todas las mujeres tenemos una parte de bisexual.

—Pues a ver si saco la mía —reí volteando los ojos.

—Pero vamos, si lo dices para pasar ya de los hombres, déjame decirte


que las mujeres somos más cabronas, así que piénsatelo no vaya a ser que
pruebes, te guste y encima la cagues —decía bromeando Mariola.

—¡Qué le va a gustar a esta ninguna mujer! — dijo en alto Daniela— Si


un poco más y se nos mete a viciosa, anda que no se lio con gente de la isla.

—Tampoco con tantos bonita, a ver si me estás llamando ligerita por


toda la cara y te quedas tan campante, que ni de coña soy así.
—Bueno, tampoco una santa…

—Daniela, cállate, tengamos la fiesta en paz.

—Haya paz chicas, que no quiero irme de cena y dejaros a las dos
enfadadas —nos pidió Mariola.

—¿Como tú y ella cuando yo estaba de crucero?

—Efectivamente —dije sonriendo con ironía ignorando el ataque tan


gratuito que nos acababa de hacer.

—Anda y que te den un poquito —le contestó Mariola y luego se hizo un


largo por la piscina.

Estuvimos ahí en remojo como una hora, eso sí, soltándonos de todo y es
que parecía que el ambiente estaba cargado o que se podía oler casi a fin de
semana y nuestros cuerpos sabían que esos días la terminábamos liando de
una forma u otra y nos estaban preparando.

Fuera lo que fuese pasamos la tarde de lo más bien en aquel residencial


que parecía fantasma, no exagero, en la piscina había como ocho personas
aparte de nosotras, aunque la gente solía tirar para la playa si bien es cierto
y más entre semana, los fines se ponía todo más lleno y quizás
aprovechaban para quedarse aquí.
Llegamos a la casa y la primera en ducharse fue Mariola que se tenía que
preparar y cuando ella lo hacía seriamente tardaba una hora y con la cita
que tenía por delante ya sabía yo que iba a necesitar un rato en chapa y
pintura, esa que era más especialita que todas las cosas y que encima tiraba
de videos de YouTube para maquillarse y la verdad es que tenía mano, se le
daba bastante bien.

Nosotras nos duchamos después y Mariola salió preciosa, iba


espectacular. A ese hombre se le iban a caer los palos del sombrajo al verla
y es que estaba de dulce, aunque era muy guapa, como mi Daniela, esas dos
locas que eran partes importantes de mi vida.

Daniela y yo discutimos un rato sobre qué pizzas pediríamos y aunque


queríamos pedir dos, las queríamos para compartir y es que no nos
poníamos de acuerdo ese día en nada, era como que todo lo que dijésemos
una u otra, la contraria lo rebatía.

Al final nos decantamos por una de cuatro quesos con carne picada y una
de barbacoa, que fue un visto y no visto, en veinte minutos tuvimos al
repartidor en la puerta con ellas en la mano.

La comimos viendo una película de amor, si es que encima teníamos


delito, ver algo romántico en un momento que ella estaba echando mucho
de menos a su italiano y yo estaba para que me dieran por saco, con esas
sensaciones que tenía tan raras y con toda una batalla que se estaba librando
en mi cabeza.
Al final terminamos llorando cuando acabó la película y es que nos lo
teníamos merecido, debíamos de haber puesto una de terror y ponernos a
chillar como locas y desfogar todo lo que llevábamos dentro.

Luego nos fuimos a dormir, al día siguiente tenía claro que quería ir a
hablar con Rosauro, zanjar algo que me agobiaba mucho y que no quería
seguir alimentando con mentiras ni con nada, él no se lo merecía y yo no
era así, por lo que la decisión estaba tomada.
Capítulo 16

Viernes de nuevo, y llevaba pasando la peor semana de mi vida.

Me había instalado de manera oficial e indefinida en casa de Mariola


junto con Daniela. Pobres mías, el coñazo que les estaba dando.

Tras un fin de semana que si pudiera borraría de mi memoria, el lunes me


presenté aquí con una maleta llena de ropa.

Mariola me abrazó, igual que Daniela, y me dijo que el tiempo que


necesitase podía quedarme con ella.

Después de aquel primer mensaje de Martín en el que me pedía vernos


para contarme sus miles de excusas, seguí recibiéndolos, igual que
llamadas.

Era curioso cómo, ahora que no quería saber nada de él, mostraba más
interés en mí.
Claro, que sería que no quería perder a la tonta de turno que calentaba su
cama en las ausencias de la mujer.

Su mujer, menuda estúpida me parecía, además de caerme como el culo.


Y mi hermana encantada con ella, que parecían amigas de toda la vida. ¿En
serio? Por favor, pensé que Romina tenía dos dedos de frente.

Pero, ¡qué va! Que mi hermana nos soltó una bomba más atómica que la
de Hiroshima.

¡Que me ha hecho tía! Para matarla, vamos. Con razón querían ella y el
novio que se conocieran nuestros padres, para tantear el terreno y contarlo.

¿Y lo más divertido del asunto? Que iba a ser la madrina de la criatura,


junto con Martín. Si es que soy de esas personas que ponen un circo de
pulgas y dejan de saltar, seguro.

Martín, valiente cabrito que se presentó ese mismo martes por la noche
en casa de Mariola para que le escuchara. Pues le escuchó su tía la del
pueblo porque lo mandé a la mierda por el telefonillo, ni subir lo dejé.

Estaba esperando que me llamaran de alguna compañía, la que fuera,


para activarme como azafata de vuelo, necesitaba salir de aquí y ver la vida
desde otros lugares.

Hacía días que había hablado con una empresa para que me buscara una
compañía, sin importar cuál ni dónde me mandaran, pero que me encontrara
algo que me permitiera salir de esta mierda de isla a la que estaba odiando
tanto como me odiaba a mí misma.

Y es que seguro que a tonta no me ganaba nadie.

Por otro lado, estaba Rosauro, el que sin saber nada de lo mío con Martín
ahí había estado, a mi lado, fingiendo algo que no era, al menos por mi
parte porque al chiquillo se le veía de lo más entregado.

Llamadas y mensajes durante toda la semana que ignoré, y es que me


pasaba como con Martín, no quería saber nada de ninguno de los dos.

Qué mierda todo, de verdad.

Me levanté, tarde, para qué engañarnos, me tomé un café y después me


di una de esas duchas en las que lo único que quieres es purificarte, como si
un chamán te estuviera pasando un manojo de hojas con las que te da
latigazos por todo el cuerpo, pues igual.

Mariola se va siempre temprano a la tienda, aunque Samira e Indira, las


chicas que trabajan con ella, están ahí las primeras para empezar la jornada.

Daniela hoy tenía que hacer algunas cosas así que me han dejado sola en
casa y durmiendo hasta que me ha dado la real gana.

Un vestido veraniego, mis sandalias planitas y de paseo por la isla.


Y menudo paseo, que sin darme cuenta estaba en el taller de Rosauro, se
notaba que mi subconsciente quería hablar con él. Me quería morir.

—Hola —dije al ver a uno de los chicos que me miró sorprendido—


¿Está Rosauro? Soy una amiga.

—No, el jefe ha salido un momento a un recado. Si quieres puedes


esperarle en el despacho.

—Sí, claro, muchas gracias.

Cuando va a acompañarme, le digo que no se preocupe, que sé dónde es,


así que allá que voy solita, ante la mirada de los chicos que, aunque solo me
vieron una vez aquí, me sonríen y saludan.

Me senté en una de las sillas frente al escritorio y miré todo lo que me


rodeaba. Varias fotos de Rosauro con coches que había restaurado, algunas
de modelos antiguos, otras de los que tuvo en el taller. Y una, en la que al
verle se me formó una sonrisa en los labios.

Él solo, delante de la puerta del taller, con los brazos extendidos y una
amplia sonrisa.

Sin duda esa es de cuando inauguró su negocio.

—¿Olivia? —cuando escuché su voz me giré en la silla, pues no me


había enterado siquiera que había abierto la puerta, y al verle ahí parado,
con un traje que le quedaba como un guante, creo que se me cayó hasta la
baba.

Nunca le había visto así vestido, siempre suele ir en vaqueros y camiseta


o como mucho una camisa. Pero hoy… Hoy era todo un hombre de
negocios.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó acercándose y sentándose enfrente


—. ¿Llevas mucho tiempo esperando?

—No, no mucho. Y en cuanto a qué hago… pues no lo sé, la verdad. Salí


para dar un paseo y acabé aquí.

—Bueno, así al menos te veo y me quedo más tranquilo sabiendo que


estás bien.

Acortando la distancia que nos separaba, se inclinó y me dio un beso en


los labios que, sinceramente, no me molesté ni en evitar. Ya para qué.

—Te invito a comer, ¿quieres?

—Vale, total, no tengo nada mejor que hacer.

—¡Vaya! Me alegra eso de saber que soy un pasatiempo en horas


muertas.

—No es eso, es que yo…


Y no pude más, rompí a llorar como una idiota por todo lo que llevaba
arrastrando desde hacía días.

Rosauro me cogió las manos, levantándome y acercándome para que me


sentara en su regazo, empezó a consolarme como si de una niña pequeña se
tratara.

Madre mía, ¡qué vergüenza! Pero debía reconocer que entre sus brazos
me sentía bien. Realmente estaba consiguiendo que me calmara.

Uno de los chicos entró a decir que se marchaban y Rosauro le pidió que
por favor echara el cierre, que enseguida saldríamos nosotros.

—¡Eh, tranquila! ¿Quieres hablar de ello? —preguntó acariciándome la


mejilla.

Tan solo negué con la cabeza, que aún mantenía pegada a su pecho.
Respiré hondo y el aroma de su colonia me hizo sonreír. Me había quedado
dormida alguna que otra noche sobre su pecho, disfrutando de ese olor que
lo envolvía y le caracterizaba.

Sentí sus labios posarse en mi cabeza y una de sus manos deslizarse de


arriba abajo por mi espalda, sin duda me estaba consolando en este
momento de idiotez momentánea en el que me veía ahora mismo.

Levanté la mirada, con los ojos y las mejillas cubiertos de lágrimas, y me


encontré con esa sonrisa que Rosauro solía poner cuando me miraba.
Me secó las mejillas y cuando se acercó para besarme, llevé mi mano a
su nuca para atraerlo más a mí, entreabrí los labios y dejé que me besara
como quería en este momento.

¿Sería porque estaba demasiado sensible y necesitaba una muestra de


cariño, por pequeña que fuera?

No lo sé, sinceramente, pero quería que Rosauro me besara.

Y ese beso nos llevó a otro, y otro, y uno más, hasta que nuestras
maneras fueron quienes decidieron lo que ocurriría a continuación.

Rosauro se puso en pie dejándome en el suelo y sin dejar de comernos a


besos le quité la chaqueta dejándola caer al suelo.

Mientras él me acariciaba las piernas y se aferraba con fuerza a mis


nalgas, pegándome a él para que notara su erección en mi vientre,
desabroché tan rápido como pude los botones de su camisa para poder pasar
las manos por ese torso duro y cálido.

Sin darme tiempo para reaccionar, me cogió en brazos y me sentó sobre


su escritorio, me recostó despacio con una mano sobre mi pecho y me dio
un último beso antes de colocarme con el culo en el borde, quitarme las
braguitas y dejar mis piernas una en cada hombro suyo.

Así, abierta y expuesta ante él como me tenía, me dio un señor orgasmo


entre pasadas lentas y rápidas de su lengua jugueteando con mi clítoris,
mordisquitos, pellizcos con dos dedos y penetrándome con ellos hasta que
grité de puro placer.

Cuando acabó me subió el vestido por completo, dejándolo hecho un


montón de tela sobre mi pecho, se bajó la ropa y tras colocarse un
preservativo me penetró de una sola embestida que casi me mueve sobre el
escritorio. Me aferré con ambas manos a él y rodeé la cintura de Rosauro
con las piernas, haciendo que se pegara aún más y que sus penetraciones me
llegaran mucho más profundas.

Yo gritaba, con los ojos cerrados y dejándome llevar. Y entonces todo


cambió en mi mente. No era Rosauro quien me estaba tomando de aquella
manera salvaje en ese escritorio, sino Martín.

El hombre que se había apoderado de mi mente también lo había hecho


de mi cuerpo que, en cuanto notó unas manos sobre los pechos, pellizcando
en mis pezones, volví a esa noche en su apartamento, donde la mezcla de
dolor y placer me hizo sentir una mezcla de sensaciones que jamás había
vivido.

Y ahí estaba yo, recostada en sobre una tabla siendo follada, en mi mente
por Martín y en la realidad por Rosauro.

Dos hombres tan distintos, tan fáciles de diferenciar, pero que se habían
mezclado en este momento en que el placer me nublaba la razón, para que
mi mente me dijera lo que realmente quería. No era a Rosauro, ni mucho
menos, sino a él, al notario embustero, mentiroso e infiel que se me había
cruzado en el camino de la vida para jodérmela de la peor manera.
Unas pocas lágrimas traicioneras escaparon de mis ojos y aunque esperé
y deseé con todas mis fuerzas que Rosauro no las viera, lo hizo, las secó y
se inclinó para besarme mientras me seguía penetrando, fuerte y rápido, y
yo me sentía la peor persona del mundo.

Unas cuantas embestidas más y ambos llegamos al orgasmo, casi a la


vez, compartiendo un beso que a mí me pareció el del mismísimo Judas.

—Joder, Olivia, si vienes más a menudo a verme, te aseguro que estaré


encantado con estas visitas, preciosa —murmuró volviendo a besarme.

Le empujé ligeramente con las manos y él notó enseguida lo que le pedía


sin palabras. Se apartó, me ayudó a incorporarme para bajarme del
escritorio y mientras él se subía los pantalones yo me ponía la braguita.

Escuchamos que llamaban al portón y tras darme un beso en la frente fue


a abrir mientras se abrochaba la camisa.

Me apoyé con ambas manos en el escritorio, con los ojos cerrados y


sintiéndome como una mierda.

—<< ¿Qué cojones acabas de hacer, Olivia?>> —me dije, quitándome


de un manotazo una lágrima.

—Preciosa, mira quién ha venido —dijo Rosauro y al girarme quise


morirme.
Y es que la visita no era otro que Martín, que estaba ahí, ante mí, con
cara de muerto en vida y en cuanto supo lo que había pasado en ese
despacho, le cambió el rostro.

Vamos, que no había que haber ido a estudiar a Oxford para saber que
habíamos echado un señor polvo allí mismo. Yo despeinada, Rosauro que le
había abierto la puerta terminando de vestirse y por si querías más indicios,
en el ambiente se podía distinguir ese ligero olor a hormonas desatadas.

—Siento interrumpir, venía a ver si podía dejarte el coche para que le


echéis un vistazo —dijo Martín mirando a Rosauro, evitando cruzar la
mirada conmigo—. Al ver tu coche supuse que seguías dentro, por eso he
llamado.

—Claro, sin problema, no te preocupes. Te hago orden de entrada y te


puedes llevar uno de mis coches. Preciosa, en cuanto acabe nos vamos a
comer, ¿sí?

Tan solo asentí y es que me sentía tan mal, que no me salían ni las
palabras, y si hubiese abierto la boca habría sido capaz de decir cualquier
cosa, cualquier gilipollez, seguro.

Me salí a esperar a Rosauro a la calle, no quería estar en el mismo sitio


que Martín con tal de no soltarle otra hostia como la que le di en su casa.

Ganas desde luego no me faltaban.


¡Que estaba casado, por el amor de Dios! ¡Casado!

Apoyada en el coche de Rosauro, así me encontraron los dos cuando


salieron del taller. Martín se fue hacia el coche que Rosauro le había
prestado y él se acercó a mí, me rodeo la cintura con ambos brazos y me dio
un breve beso en los labios.

—Nos ha interrumpido tu concuñado, pero podemos seguir esta noche en


mi casa —me dijo, besuqueándome el cuello y dando algunos mordisquitos
en mi oreja.

—Rosauro, tenemos que hablar… —le dije y al notar el tono serio de mi


voz, me miró, frunció el ceño y asintió.

Me cogió de la mano para ir al bar de la otra vez a comer, donde nada


más llegar nos llevaron a una mesa y pedimos lo que íbamos a tomar del
menú.

—Se ha acabado, pero esta vez es definitivo, ¿verdad? —preguntó


Rosauro, cuando nos habían tomado nota.

—Sí, pero no es por… —me callé pensando en qué podía decirle, pero
no quería decirle esa mierda de “no es por ti, es por mí”, que sí que era así,
pero me parecía una estupidez decirlo— He pedido que me activen para
trabajar, soy azafata de vuelo y quiero empezar a dedicarme a ello. Necesito
ser libre y volar me dará esa pequeña libertad y, la verdad, mantener una
relación a distancia… no es la mejor forma de empezar algo, ¿no crees?
—Sí, lo sé, es solo que ahora que habíamos vuelto a estar juntos, no sé,
es raro.

—Yo… Lo siento mucho, de verdad, y más después de…

—¿De haber tenido el mejor sexo en semanas conmigo, preciosa?


Tranquila, me quedará un bonito recuerdo de lo que tuvimos —respondió
guiñando un ojo— Además, hay quien se despide solo con un beso de la
que fue su pareja siempre, nosotros nos hemos despedido a lo grande.

—El polvo del adiós, qué fuerte —dije y al ver que Rosauro sonreía, no
pude evitar empezar a reírme, a lo que él me siguió.

—Olivia, si estar lejos de esto es lo que quieres y necesitas ahora mismo,


hazlo. Eres libre, nada ni nadie te ata a esta isla. Eso sí, a mí me dejas en tu
lista de amigos, esos a los que llamar, escribir y visitar de vez en cuando.

—Tranquilo, lo haré. Prometo no ignorarte más.

—Eso espero y si algún día necesitas hablar, de lo que sea, ya sabes que
yo estoy aquí para ti.

Asentí al tiempo que sonreía, y es que a pesar de que acababa de dejarle,


otra vez, y justo después de que me recolocara los chacras, el aura y a saber
qué más, no me había mandado a la mierda.
Quería quedarse ahí, al otro lado de mi vida por si alguna vez le
necesitaba.

—Gracias, Rosauro, de verdad.

Comimos charlando de mis planes a corto plazo, esos en los que volar
era lo que más quería. Recorrer mundo y conocer diferentes lugares, aunque
fuera tan solo por la ventana de un hotel, pero al menos me sentiría libre al
alejarme de cuanto me rodeaba.

Sobre todo, de la tentación de plantarme con el coche frente a la notaría


de Martín para seguirlo en sus rutinas diarias, solo que ahora sabía que
había una mujer esperándole en casa.

Me despedí de Rosauro en el taller, insistió en llevarme a casa de


Mariola, pero no quise, preferí pasear y eso hice, me fui hasta la playa, me
quité las sandalias y caminé por la orilla notando el agua cubrirme los pies.
Esa sensación era algo así como dejar que lo malo se fuera con ella, como
cuando llueve, que dicen que purifica no solo la tierra sino a quien decida
quedarse bajo el agua.

Para cuando regresé a casa las chicas ya estaban allí, Mariola me abrazó
al verme la cara y es que no voy a mentir, me había pasado todo el día
llorando y tenía ya los ojos rojos como tomates e hinchados como globos.

Les conté lo ocurrido, lo mal que me había sentido mientras tenía a un


buen hombre entre mis piernas y pensaba en un completo gilipollas.
Me consolaron, me prepararon un vaso de tila y me metieron en la cama.
Desde luego que en días como ese se notaba quiénes eran las mayores en
este grupo de tres.

Estaba a punto de dormirme cuando recibí un mensaje. No quería mirar


el móvil por miedo a que fuera Martín, pero al final lo hice para sonreír al
ver el nombre de Rosauro.

Rosauro: Te invito a cenar mañana y después nos tomamos una copa.


Eso sí, solo como amigos. ¿Qué me dices?

No dudé siquiera un momento en la respuesta, porque la verdad es que


con él me lo pasaba bien, así que le dije que aceptaba y quedó en recogerme
en casa de Mariola a las nueve.

Dejé el móvil en la mesita, me recosté tumbada mirando hacia la ventana


y contemplé la luz de la luna que iluminaba el cielo esa noche.

A veces había querido ser una estrella, de esas que están ahí arriba, en el
firmamento, brillando y destacando sobre ese manto oscuro que cubría el
mundo.

Pero me había tocado ser una persona, de esas que ríen y disfrutan de las
locuras, pero que también lloran y se odian cuando en un solo segundo su
mundo cambia. Y el mío, el mundo de Olivia, lo había hecho y a lo grande.

Cerré los ojos, me concentré en mí y dejé la mente en blanco, no quería


pensar en nada ni en nadie, así que con el silencio que me rodeaba y la
mente puesta en ese lienzo en blanco que a partir de ahora sería mi vida, me
dejé llevar por los brazos de Morfeo a un sueño que esperaba me resultara
de lo más reparador.

Sábado, y en cuanto Mariola y Daniela supieron que iba a salir con


Rosauro, no se les ocurrió otra cosa que llevarme de tiendas por la mañana.

Bueno, de tiendas no, a la de Mariola solamente.

Y es que querían que me pusiera guapa a más no poder para pasar un


sábado de lujo en buena compañía.

Vestido ibicenco en color blanco con tirantes finos y las sandalias de


cuña, monísima, de verdad que sí, pero además se habían empeñado en que
me diera un ligero cambio en el pelo, así que a la peluquería de la misma
calle de la tienda y me hicieron un corte a capas que no me sentaba nada
mal.

A la nueve ya estaba Rosauro mandándome un mensaje, me despedí de


las chicas y bajé a encontrarme con él, que me esperaba dentro del coche,
como siempre.

—Hola, guapísima —saludó dándome un sonoro beso en la mejilla.

—Hola.
—¿Lista para quemar la noche? —preguntó poniendo el coche en
marcha.

—Hombre, tanto como quemar… A ver si acabamos con los bomberos


detrás nuestro.

Nos reímos y salimos de allí de camino a donde fuera que Rosauro me


llevaba para cenar.

Llegamos a un restaurante que tenía muy buena pinta. Nos llevaron a la


mesa y una vez sentados Rosauro pidió un vino que no tardaron en
servirnos.

Estaba fresquito y tenía un ligero sabor afrutado, así que entraba solo.

Pedimos una tabla de ibéricos para compartir y como plato principal la


especialidad de la casa, pasta con queso gorgonzola.

Acababa de irse el camarero cuando juro que sé que me quitó hasta el


hambre.

—No puede ser… —susurré, pero Rosauro me escuchó perfectamente y


al ver hacia dónde había mirado yo, se giró.

—¡Anda, tu hermana y su chico con Martín y Hannah! —dijo Rosauro,


con un tono de alegría en la voz que yo no entendía, la verdad.
Cuando le vi levantar la mano para saludarles, juro que quise arrancarle
el brazo entero. ¿Se podía ser más tonto, por favor?

—¡Hombre, pero si es mi hermanita! —dijo Romina, acercándose para


darme un abrazo.

—Hola —la saludé sin ganas, que conste.

—¿Qué hacéis aquí, parejita? —preguntó Hannah, esa mujer con una
sonrisa estúpida en la cara puesta todo el día.

—Nada, a ver si adoptamos una langosta de aquellas —contesté


señalando el acuario—, para ampliar la familia, pero no nos terminamos de
decidir.

Si digo que me miraron los cinco con cara de gilipollas, no exagero. Puse
los ojos en blanco ante tanta idiotez junta en un mismo rincón y tuve que
decir que era una broma.

—¡Mateo! —gritó mi hermana colgándose del brazo de su chico— ¿Y si


pedimos que junten nuestra mesa con la suya? —preguntó señalando en la
que estábamos nosotros.

—¡No, no, por Dios! —supliqué, aunque ellos pensaran que lo hacía para
no molestarles en su velada de familia súper híper mega happy, por favor.
Martín ni me miraba, bueno sí que lo hacía, pero por el rabillo del ojo.
Rosauro sonreía ante la espontaneidad de mi hermana, pero a ver, que
estaba en plena adolescencia y además hormonada con mi sobrinito
creciendo en ella.

Había que joderse, que hasta en eso se me había adelantado la niña.

Pues nada que como lo que ella dijera iba a misa para su chico, ahí que
se nos acoplaron en la cena. Vamos, que al final sí que iba a quemar la
noche, pero prendiendo fuego a algún gilipollas de los que me
acompañaban.

Entre dos camareros no tardaron en juntar una mesa grande con la


nuestra y tomaron nota de lo que ellos querían.

Mi hermana afortunadamente se había tomado muy en serio lo del bebé y


pidió agua y una ensalada ligera para cenar.

Las conversaciones se iban sucediendo hasta que, doña empresaria


importante con una tienda online que le iba de maravilla, abrió la bocaza al
darse cuenta de que de las muestras de cariño de Rosauro hacia mí de las
otras veces no quedaban ni los restos.

—Os veo como apagados, chicos. ¿Va todo bien? —preguntó con esa
sonrisa falsa en la cara.

—Sí, perfectamente —dije con una sonrisa igual de falsa que la suya o
más.
—Olivia y yo lo hemos dejado —y ahí estaba el otro bocazas de la
noche.

Mire a Rosauro con la ceja arqueada y él se encogió de hombros.

—Preciosa, son tu familia y mis amigos, tienen que saberlo —me dijo
cogiéndome la mano por encima de la mesa para darme un leve apretón, así
que suspiré y asentí para que siguiera hablando—. Olivia ha pedido que la
activen de nuevo como azafata de vuelo.

—¿Lo saben papá y mamá? —preguntó mi hermana, a lo que


simplemente asentí con un leve gesto de cabeza— Pues se habrán alegrado
mucho.

—Pero no tenéis que romper —dijo mi cuñado Mateo—. Que no se va a


vivir al extranjero, tío. Tendrá vuelos largos, sí, pasará semanas fuera,
también, pero, joder, que no va a dejar de venir a visitar a sus padres y, por
ende, a su novio. Anda que no hay parejas que están cada uno en una punta
del mundo y todo funciona.

—Para ti es fácil, colega, tienes a tu chica aquí, pero una relación a


distancia sería complicada —contestó Rosauro—, así que hemos preferido
quedar como amigos.

—No pensé que fuera eso de lo que hablasteis ayer en el taller cuando os
vi —dijo Martín que abría la boca por primera vez en toda la noche.
—¿Estuviste con ellos? —preguntó Hannah— ¿Con los dos?

—Sí, ya te dije que fui a dejarle el coche, por eso volví a casa con uno de
los de Rosauro.

—Se te olvidó comentar que habías visto a nuestra cuñada.

—Mujer, no querrías saber que me los había estado tirando a los dos en
el despacho —dije así, sin pensar y solo por la cara que pusieron Martín y
su mujer, de esas de haber probado una lata de asquerosa comida de perro,
valió la pena lo que solté.

Mi cuñado Mateo pilló la broma enseguida, igual que mi hermana y


Rosauro, pues empezaron a reírse, pero doña estirada parecía que acababa
de meterse un palo por su fino y delicado culo antes de hablar.

—Esas vulgaridades no hacen gracia, Olivia.

—Bueno, te sorprenderías de lo que podría llegar a ser vulgar, como tú lo


llamas, pero que para otras personas es placer absoluto. Eso de que te hagan
llegar al orgasmo mientras tienes unas pinzas en los pezones…

Rosauro y Martín parecía que se habían sincronizado para escupir el vino


a la vez. Empecé a reír en cuanto se miraron y, claro, allá que fui otra vez
con mis puyitas.
—Chicos, chicos, por favor. Que se va a pensar la mojigata de Hannah
que nos follamos los tres en el despacho ayer y ya si le decimos que nos
estuvieron viendo tus empleados acabamos la noche con ella en urgencias.

—¡Olivia! —protestó mi hermana, pero como me conocía muy bien,


pues estaba muerta de risa.

—Parece mentira que seáis hermanas, no te pareces en nada a Romina —


soltó Hannah, y ahí sí que me encendió.

—Pues mira, aquí la niña es como yo, gritona, chula, rebelde y un


poquito hija de puta, aunque nuestra madre sea una santa que tiene el cielo
más que ganado esperándola. No se puede decir lo mismo de otras personas
que, por desgracia, te muestran una cara para después dejar que veas la otra.

—Ahí llevas razón —me dijo Hannah—. Hay mucha que va de mosquita
muerta pero que se mete donde no deberían, entre relaciones y demás cosas
sin pensar el daño que hacen a otra gente.

—Mira, estoy de acuerdo contigo —le dije levantando mi copa de vino


para simular un brindis antes de dar un buen trago. Vamos, como que me
acabé la copa de una vez.

—El problema es que a veces la gente no quiere explicaciones de lo


ocurrido — dijo Martín mirándome fijamente a los ojos— y debería darle a
esa persona al menos la oportunidad de contar los hechos tal y como son.
—Bueno, anda que si tuviéramos que estar escuchando tonterías y
mentiras…

—Olivia, Martín tiene razón —me dijo Rosauro—. Muchas veces es


mejor que sepamos según qué cosas de boca de quienes pueden contarnos la
verdad.

—Y yo que pensaba que íbamos a cenar tranquilos hablando de las


cositas que tendremos que comprar para mi bebé —dijo mi hermana
pasándose la mano por esa barriguita aún inexistente.

—¡Camarero! —grité y le pedí otra botella de vino cuando me miró.

Así pasamos la velada, entre puyitas lanzadas al aire para nadie en


general y al menos las mías para dos personas en particular.

El vino entraba solo, y ya no sabía si se movía el restaurante o era yo


quien lo hacía.

Cuando acabamos de cenar mi hermana y Mateo se fueron para casa de


él, vamos que se iban a poner a jugar a los médicos, y nunca mejor dicho.

Yo quería irme también, pero me dije que no iba a dejar que me jodiera
la noche esta mujer y mucho menos el notario de las narices.

Así que, agarrando a Rosauro del brazo, empecé a caminar con él hasta
un chiringuito que había allí cerca, junto a la playa.
—¿Venís? —le preguntó Rosauro al matrimonio feliz.

—¡No! —grité yo mirándole con cara de pena, lo juro, que me estaba


imaginando yo a un cachorrito con mirada triste y quise imitarla.

—Preciosa, que solo van a ser unas copas —me susurró Rosauro antes de
darme un beso en el cuello.

—Para haberlo dejado, estás tú muy besucón con la chiquilla —se quejó
Martín y no tuve más remedio que fulminarle con la mirada.

—Te importará a ti mucho si me besuquea o no, hemos quedado como


amigos, pero… —Me acerqué a él y a la insulsa de su mujer y susurré—
Con lo bien que me folla, no descarto que caiga más de uno cuando venga a
la isla.

Pálido, así se quedó el notario. Vamos, que, si le hubieran dado permiso


para soltar espumarajos por la boca en plan poseído, lo habría hecho.
Su mujer, por el contrario, sonrió. Igual es que le debí hacer gracia en ese
momento.

—Si quieres repetimos esta noche, preciosa, que a mí contigo ganas no


me faltan —me dijo Rosauro, rodeándome por la cintura y pegándome a su
espalda.
—No lo descarto, advertido quedas —respondí encogiéndome de
hombros.

Al fin llegamos al chiringuito, que a mí el camino se me había hecho


eterno y eso que estábamos cerca. Joder con el vino de las narices, qué bien
me había sentado y cómo se me había subido. Verás tú la resaca del
domingo…

—Tengo una duda, chicos… —dije de repente, media hora después de


haber llegado al chiringuito donde, por cierto, se estaba en la gloria sentada
en esos sofás tan cómodos— Cuando dije en la cena que nos lo habíamos
montado los tres en el despacho, os sorprendisteis por la mentira, pero no lo
negasteis. Entonces… ¿Vuestro silencio quiere decir que alguna vez habéis
compartido chica?

Toma zasca en toda la boca para el notario, que bien sabía que me había
acostado con él y después con su amigo.

—Martín jamás haría algo de eso con nadie —contestó Hannah,


adelantándose a lo que sea que ellos fueran a responder.

—¡Bueno! Te sorprenderías, de verdad. Hay mucha gente que va de


puritano y tal, ¿no? Que le ves un lado romántico y eso, pero luego se
sueltan un poquitín el pelo y no veas las que lían —dije sonriendo mientras
miraba a Martín.

Doña finolis no respondió, Martín se terminó la copa de un trago y tras


ponerse en pie se despidió de nosotros mientras su mujercita le cogía la
mano.
Para matarla, de verdad. Bueno, a él primero, por mentiroso y cabrón.

—¿Qué te pasa hoy, Olivia? —preguntó Rosauro, una vez nos quedamos
solos.

—Nada, no me pasa nada —cogí mi copa, la acabé de una vez y le pedí


que me llevara a casa.

—¿No quieres venir a la mía? —preguntó arqueando la ceja y con esa


sonrisa pícara de quien sabe que si juega bien sus cartas puede acabar la
noche ganando la partida.

—Solo somos amigos, ya lo sabes.

—Anda, vamos que mañana vas a estar tú bonita de ver, toda resacosa.

Con el primer paso que di casi me caigo, así que Rosauro me cogió en
brazos y así me llevó hasta el coche.

—¿Por qué no pude escogerte a ti como pareja, Rosauro? Con lo bueno


que estás siendo conmigo… —murmuré.

—Porque no soy yo quien el destino te tiene reservado, preciosa.

Y después de eso, no recuerdo nada más hasta ahora, domingo por la


mañana, recién levantada y con un dolor de cabeza que parecía que estaban
haciendo las obras del metro en ella.

—¡Por Dios, qué dolor! —dije llevándome las manos a las sienes.

En ese momento entró Daniela con una buena taza de café en las manos.

—Anda, bebe, y tómate la pastilla que verás que día vas a tener hoy.

—¿A qué hora llegué anoche? —pregunté.

—No era tarde, así que la pregunta no es a qué hora llegaste, sino cómo
llegaste.

—¡Madre mía! —protesté.

—Sí, eso —dijo Mariola entrando en la habitación—. Madre tuya.


Borracha y dormida en brazos de Rosauro, así llegaste anoche, jovencita.
¿Qué coño te pasó?

—Que en el restaurante aparecieron mi hermana y Martín con sus


respectivas parejas, entre vino y puyas pasamos la noche, que después de la
cena nos fuimos con el notario y la mujer a un chiringuito y ahí seguimos
con lindezas.

—Creo que no queremos saber qué dijiste, ¿verdad? —preguntó Daniela.


—Bueno, solo a modo de broma dije que me había liado con los dos en
el despacho de Rosauro, pero es que la señora palo en el culo me estaba
buscando ya desde ese momento.

—¡La madre qué te parió! Qué a gusto te quedarías después de soltarlo,


es como si te estuviera viendo.

—Pues sí, Mariola, muy a gusto, aunque fuera mentira.

—Hija, mentira, mentira… tampoco —dijo Daniela—No a la vez, pero sí


que te has liado con los dos.

—Pues también es verdad, fue una mentira a medias. Bueno, ya da igual.


Lo hecho, hecho está.

—Anda, levanta que hemos preparado un desayuno de esos de


campeonas —me dijo Mariola cogiéndome la mano.

—Imagino que el pijama me lo pusisteis vosotras —dije saliendo de la


habitación.

—No pensarías que íbamos a dejar a Rosauro hacerlo, aunque seguro


que al chiquillo no le habría importado —contestó Daniela.

Desayuné con mis amigas y cuando fui a darme una ducha vi que mi
móvil estaba encendido.
Un mensaje de Rosauro preguntando si estaba bien, contesté con un
simple sí y lo apagué, no quería saber nada de él, y tampoco de Martín, que
apostaba mi primer sueldo en una compañía aérea a que también me
mandaría algún mensaje.

Hoy quería estar sola, bueno con mis amigas, esas que no me fallaban
nunca.

Necesitaba un domingo de chicas, comiendo chucherías y helado


mientras veíamos alguna película, a poder ser de esas comedias que te
hacen reír hasta el dolor de tripa y de mandíbula.

Mariola dijo que para comer iba a preparar una lasaña de verduras, como
la que nos preparaba su madre cuando éramos adolescentes y quedábamos
un sábado para estudiar y después salir al cine y a comer hamburguesas.

Daniela bajó a la tienda del barrio donde se hizo con un buen cargamento
de regaliz, chucherías varias y helados de diferentes sabores.

Madre mía, ese domingo nos íbamos a convertir en Bridget Jones, qué
pena de nosotras.

Ya nos estaba viendo a las tres, en el sofá, con el pijama gritando el


famoso “All by myself”.

Pues sí, acabamos viendo la película de esa pobre mujer con la que en
ese momento yo compartía una pequeña depresión.
Solo me animé un poco cuando una vez que acabó, Mariola cogió su
móvil y lo conectó a los altavoces del salón donde empezó a sonar “It’s
raining men” de Geri Halliwell.

Y allá que nos pusimos las tres, como locas, a cantar a grito pelado,
simulando tener un micrófono en la mano, mientras subíamos y bajábamos
por el sofá, íbamos de un lado a otro del salón, con melenas al viento y
moviendo caderas al ritmo de la música.

Si no llamaban los vecinos a la policía, esa suerte que teníamos, desde


luego, porque tal y como estábamos no era para menos.

Terminada la función, agotadas y con la respiración entrecortada,


acabamos dejándonos caer en el sofá muertas de risa.

Desde luego, nada mejor que mis amigas para sacarme del comedero de
cabeza que tenía.

Que sí, que seguía hecha una mierda, volviéndome loca pensando en un
hombre que me había ocultado algo tan importante como su matrimonio,
pero en ese momento me sentía viva, feliz y sin presiones porque, como
dice la canción, todas y cada una de las mujeres de este mundo pueden
encontrar a su chico perfecto.

¿Por qué no iba a encontrarlo yo? Claro que lo haría, solo que quizás
estaba previsto que me llegara más tarde, no como a mi hermana que mira
si lo ha encontrado pronto.
Pedimos pizza para cenar mientras nos dábamos el maratón del siglo con
la pobre Bridget, entre risas y lágrimas con ella y esas situaciones en las que
posiblemente más de una mujer se hubiera visto en su vida.

Mi madre llamó a Mariola para saber cómo estaba puesto que me había
intentado localizar en mi móvil, pero como lo tenía apagado fingí que se me
habría quedado sin batería.

Charlé un rato con ella, le aseguré que estaba bien y le mandé muchos
besos para ella y para mi padre.

Cuando acabamos, cerca de la una de la madrugada, nos fuimos a la


cama que ahora tocaba descansar.

Mañana… Mañana sería otro día.


Capítulo 17

Para ser lunes, el que estaba bautizado por todos como el peor día de la
semana, para mí fue uno de los mejores desde hacía días y es que empezar
la semana con una noticia de las buenas de verdad, no tenía precio.

Recibí la llamada que esperaba, esa en la que mi futuro iba a cambiar y


para mejor, sin duda alguna.

La agencia a la que fui para que me activaran como azafata de vuelo me


llamó para decirme que había una compañía buscando nuevo personal y yo
les cuadraba bastante, sobre todo, por mi disponibilidad inmediata, así que
me ofrecían un vuelo al mes de cinco días en destino, con lo cual podía salir
una semana entera al mes de la isla y cambiar de aires.

Acepté, por supuesto, vamos que no pensaba dejar escapar esta


oportunidad de trabajo ni loca.

Me di una ducha rápida, tomé un café y una tostada volando y me fui a la


agencia de eventos para hablar con la jefa.
—¡Buenos días, Ofelia!

—Buenos días. Hoy sí que vienes tú contenta, ¿eh? —dijo tras darme un
abrazo.

—Sí, y mucho, porque… ¡Voy a volar una vez al mes!

—¡Vaya, qué sorpresa! Me alegro mucho por ti, cariño. La jefa está libre,
así que pasa y se lo cuentas.

Asentí, fui hasta el despacho de Carmina y tras un par de golpecitos me


dio paso.

—Buenos días.

—¡Oh, hola preciosa! Pasa y siéntate. ¿Cómo va todo? Te veo muy


sonriente.

—Sí, tengo motivos. Me han llamado por lo que te comenté de azafata de


vuelos.

—¡Ah, sí! ¿Y?

—Pues me han ofrecido un vuelo al mes en una compañía, con cinco


días en destino, así que estoy de lo más contenta. El primero es este viernes
—dije sin perder la sonrisa.
—¡Cuánto me alegro! En ese caso puedo seguir contando contigo para
los eventos de fin de semana siempre que estés disponible por aquí en la
isla. ¿Qué te parece?

—Genial, un buen dinerito extra siempre viene bien.

—No se hable más entonces, sigues estando en nómina —sonrió con un


guiño de ojo.

—Perfecto. Pues estamos en contacto, como siempre. Espero que me


llaméis para algún evento.

—Claro. Y de verdad me alegro, si es que hasta te ha cambiado la carita


desde que te vi el otro día.

—Bueno, cuando recibes una buena noticia no es para menos.

Me despedí de la jefa, tomé un café rápido con Ofelia y después fui a una
pastelería a por esos dulces que tanto le gustaban a mi madre.

Iba a ir a comer sin avisarles así que, al menos, no llegaría con las manos
vacías.

En cuanto entré me llegó el olor del guiso que estaba preparando mi


madre, fui a la cocina, pero no había nadie así que dejé los pasteles en la
nevera y salí para ir al salón.
Allí estaban los tres viendo un programa de cocina.

—Hola, familia.

Al escucharme, todos se giraron y sonrieron al verme. Sí, mi hermana


también, cosa rara, sería por eso de que iba a ser mamá.

—Hola cariño, no te esperábamos —dijo mi madre levantándose para


darme unos besos de los suyos.

—Me apetecía comer con vosotros así que me he dicho, venga, para casa
de los papis y darles la buena noticia.

—¿Qué noticia, hija? —Se interesó mi padre.

—Ya me han llamado para ser azafata de vuelos.

En ese momento todo fueron felicitaciones, risas, alegría, abrazos y


besos por parte de mi familia.

Les dije que había comprado pasteles para celebrarlo y entre mi hermana
y yo pusimos la mesa para comer.

El guiso, como siempre, riquísimo y los pasteles que tomamos con el


café, deliciosos.
Mi hermana se subió a dormir un rato, el embarazo la tenía más cansada
de lo normal a la pobre, así que ahí me quedé un rato con mis padres.

—¿Cuándo vas a volver a casa, hija? —preguntó mi madre.

—Pues por el momento no lo sé, mamá. Me está sentando bien estar con
las chicas. Ya solo el hecho de no andar discutiendo con Romina, es un
alivio.

—Bueno, si necesitas estar con tus amigas, me parece bien, pero vuelve,
¿de acuerdo?

—Tranquila mamá, que vendré a comer con vosotros.

—Mi niña, qué alegría que vayas a surcar los cielos —me dijo mi padre.

—¡Bueno! Que tampoco voy a ser marino mercante para surcar mares —
respondí entre risas.

—Tú ya me entiendes… Te veo feliz y eso es lo que más me gusta.

—Y a mí, papá, y a mí.

Poco después me despedí, le mandé un mensaje a Daniela y le pedí que


fuera a la tienda de Mariola, quería contárselo a las chicas y no podía
esperar más.
En cuanto llegué allí, vi a las dos trasteando con unos vestidos nuevos
que había recibido mi amiga.

—¡Hola, hola! —saludé de lo más feliz.

—¡Hombre! Qué contenta estás tú hoy, ¿no? —preguntó Daniela.

—Y no es para menos. ¿Tomamos un batido de helado y os cuento?

—Venga, sí, que me apetece un poco de dulce —respondió Mariola.

Dejamos a Samira e Indira en la tienda y fuimos a la cafetería de siempre


donde nos pedimos un batido de helado y unas tortitas para merendar.
Menudo subidón de azúcar para el cuerpo.

—A ver, desembucha… —me pidió Mariola.

—Tenéis delante a toda una azafata de vuelo —dije sonriendo.

—¡No fastidies! ¿Ya te han llamado? —preguntó Daniela.

—Sí, esta mañana.

Les conté lo que me habían ofrecido y al decirles que no podía


rechazarlo ambas asintieron. Desde luego que no podía hacer otra cosa que
aceptarlo, porque la verdad es que era una buenísima opción para empezar a
dedicarme a algo para lo que había estudiado.
—No sabes cuánto me alegro, Olivia —aseguró Mariola.

—Y yo, de verdad. Al menos te va a servir para salir de aquí unos días.


¿Te han dicho cuándo empiezas?

—Sí, este viernes tengo que estar a las siete en el aeropuerto, salgo para
Turquía según me han dicho.

—A ver si allí conoces a algún lugareño apañado y vives tu propia


pasión turca, como la película —soltó Daniela.

—¡Vamos, lo que me faltaba! Otro más para la lista de amoríos de este


verano. Nada, nada, yo voy solita y vuelvo igual.

—Sí, como aquí la Garbo que del crucero se trajo un italiano.

—Pues una historia de amor bien bonita la mía —respondió Daniela.

—Claro, claro, de amor y pasión de puerto en puerto. Anda, que mucho


amor, pero bien que te puso mirando al océano en el camarote.

—¡Pero mira que eres bruta, hija mía!

—Vale, tengamos la fiesta en paz chicas. Además, que tengo algo que
proponeros —dije
—Ya que voy a tener un sueldecito más y que me gustaría
independizarme… ¿Por qué no compartimos entre las tres los gastos de tu
piso, Mariola? Podríamos vivir juntas al menos este año, ¿cómo lo veis?

—Pues yo genial, me apunto —dijo Daniela.

—Perfecto, compañeras de piso. Me parece una buena idea. Estos días


con vosotras han sido geniales así que, acepto chicas.

Un brindis por nuestra nueva independencia de Daniela y mía, claro está,


y cuando acabamos la merendola azucarada fuimos a la tienda para colocar
lo que había recibido Mariola.

En cuanto acabamos decidimos irnos a cenar a un chino, me apetecía


comer arroz tres delicias y pollo agridulce, mientras que Daniela decía que
quería rollitos de primavera y Mariola algo de sushi.

Fuimos al que estaba cerca de casa de los padres de Daniela, aquel


restaurante llevaba años abierto y esperábamos que así se mantuviera
mucho más tiempo.

Ya en el instituto ese lugar fue el elegido para nuestras ocasiones


especiales, por lo que no podía faltar hoy que no solo celebrábamos mi
incorporación al mundo de la aviación, sino que, además, Daniela y yo al
fin nos íbamos a independizar.

A ver, que en casa de los padres se vive bien, te dan mimos cuando los
necesitas y eso, pero las amigas te entienden en esos momentos en los que
no quieres ni mirarte al espejo.

Sobre todo, si has pasado una mala racha, como el caso de las tres en
estos momentos.

Hoy estaba algo más tranquila, y es que no había recibido ningún


mensaje ni tampoco una llamada de Martín.

Quién sabe, igual ya estaba empezando a entender que no iba a escuchar


nada de lo que tuviera que decirme.

Mentiras, básicamente, ya que no podía tener ninguna excusa buena para


haberme ocultado a una mujer que le esperaba en casita.

—Venga, un brindis —propuso Mariola, levantando su copa de vino—.


Por nosotras y la nueva vida que nos espera.

—¡Por nosotras! —gritamos Daniela y yo.

Después de cenar nos marchamos dispuestas a descansar, al día siguiente


Daniela y yo íbamos a ir a por algunas de sus cosas a casa de sus padres y
queríamos ir temprano, bueno sin madrugar mucho que últimamente
arrastrábamos un cansancio importante.

En cuanto llegamos les di las buenas noches a mis nuevas compañeras de


piso y me fui a la cama, estaba tan agotada que no me molesté en buscar
pijama, cogí una de las camisetas del cajón y me dejé caer entre las sábanas.
Últimamente no dormía bien, así que llegaba a la noche con una pesadez
de párpados que espera que me venciera el sueño lo antes posibles, solo que
a veces me despertaba de madrugada y ya no podía volver a conciliar el
sueño.

Para mi suerte, esa noche no fue así y es que, entre la emoción por la
noticia de primera hora, la celebración con mi familia y después con las
chicas, además de haber ayudado a Mariola en la tienda, me tenía tan
cansada que fue apoyar la cabeza en la almohada y caer rendida en un sueño
de lo más profundo, gratificante y reparador.

Veríamos qué nos tenía deparado el día siguiente.

El martes amanecimos temprano en casa de Mariola, y es que la pelirroja


nos despertó a Daniela y a mí, como si se acabara el mundo ese día y
hubiera que preparar mochilita y salir corriendo.

—Pero chiquilla, ¿quieres dejar de gritar, que ya me he despertado? —le


pidió Daniela.

—¡Por Dios que necesito que me ayudéis hoy en la tienda!

—Tranquila Mariola —le dije— ¿Qué pasa?

—Samira e Indira, que ayer comieron algo que les ha sentado mal y
están las dos para el arrastre. Mira que les tengo dicho que no vayan al bar
de Jacinto, que cualquier día se comen la ensaladilla en mal estado, pues
ellas ni caso.

—Anda, anda, venga que nos arreglamos en un momento y vamos a la


tienda —dije cogiendo ropa para ir a darme una ducha.

—Yo voy haciendo café y luego me apaño —comentó Daniela.

Ojalá todas las crisis fueran como esa, que sus empleadas estuvieran
pachuchas y tuviéramos que ir nosotras a echarle una mano en la tienda.

Con lo que nos gustaba a Daniela y a mí atender a las mujeres que


entraban buscando algún modelito digno de una cena de gala.

Problema resuelto, todas listas y desayunadas y salimos para empezar la


mañana.

Me gustaba a mí eso de trastear con vestidos y maniquíes, que le preparé


un escaparate de los chulos a la jefa con todo lo que había llegado el día
antes. Además, que fui a la tienda de decoración, sí, esa que nos prestó la
furgoneta el día que nos colamos en la urbanización del notario, y les pedí
algunos cojines y mesitas de lo más cuquis para el atrezo.

Vamos, que gustó tanto entre la clientela que acabé vendiendo hasta los
cojines. Tuve que ir a la tienda a por más y ya de paso le di el dinero el
dueño.
Que me quería coger de dependienta, me dijo, y yo agradecida pero ya
tenía mi trabajo.

Después de comer el de la tienda de decoración se pasó por allí a ver si


necesitábamos algo, y al ver el escaparate que le había montado a mi amiga
me dijo que le acompañara para darle un cambio al suyo.

Dos horas estuve allí seleccionado y combinando cosas. Vamos que


cuando acabé me dijo que si eso funcionaba me volvería a llamar para hacer
otro cambio y yo encantada de ayudar, que no se me caían los anillos y no
es solo porque no llevara ninguno.

De vuelta con las chicas vi que estaba cada una con una clienta así que
me puse a colocar la ropa que habían dejado en los probadores y no se
habían llevado, hasta que entró una nueva víctima de los modelitos de mi
amiga.

Bueno, pues la sorpresa me la llevé yo cuando reconocí a la recién


llegada.

—¡Anda, Olivia, qué sorpresa! —exclamó Hannah, la mujer de Martín,


cuando me giré.

—Hola —no dije nada más, ni falta que hacía.

—No sabía que trabajaras aquí.


—Y no trabajo, pero la dueña es mi mejor amiga y hoy necesitaba que le
echara una mano.

—Pues yo estoy enamorada de los modelos que tiene, son divinos. Tengo
algunos actos a los que acudir y quería echar un vistazo a ver qué puedo
llevarme. ¿Me ayudas a elegir?

Quise decirle que no, que se encarga Mariola que entendía más que yo, o
incluso Daniela y todo con tal de no tener que aguantarla, pero no podía
porque ellas seguían atendiendo a dos mujeres.

—Vamos, te enseño lo que recibió ayer.

Y eso hice, llevarla a la zona que colocamos esa mañana con los
vestidos, faldas y blusas que había usado para organizar el escaparate.

Hannah iba escogiendo blusas y yo con ella para decirle con qué falda o
pantalón combinaba mejor la que tenía en la mano.

Me armé de toda la paciencia que pude, de verdad que sí, solo porque iba
a comprar en la tienda de mi amiga, que, si yo fuera dependienta en
cualquier otra, esta se iba con las manos vacías y a mí me habrían
despedido por maleducada con la clientela.

Pero es que no podía con ella, de verdad que no. Esta mujer era superior
a mis fuerzas.
Con esa altanería y creyendo que es la reina del mundo. Si es que la
había tratado poco y no la soportaba, de verdad. ¿Por qué Dios, el destino,
el karma, el universo o quien coño fuera, se empeñaba en ponerla en mi
camino?

Después de media hora con ella, entre sus “es que con este no me veo
bien”, “no, este no termina de convencerme” o el mejor de todos “es
precioso, pero mejor para una cena con mi marido”, estaba a punto de
arrancarle los pelos por mechones, de verdad.

Diez vestidos, seis faldas, cuatro pantalones y las mismas blusas y la hija
de su santa madre no decía que no se veía bien con nada.

Me faltó poco para tirarle un zapato a la cabeza, si no fuera porque


Daniela me lo quitó de la mano a tiempo, antes de que lo soltara y le diera a
esa gilipollas.

—Olivia, tranquila —me pidió cuando me quitó el zapato.

—¿Tranquila? Que es la mujer de Martín.

—¡No me jodas! —gritó Mariola a mi espalda—Anda, ve al almacén a lo


que sea que ya termino yo de atenderla.

—Olivia, este sí me convence —dijo Hannah saliendo del probador con


un vestido negro de raso, entallado y de tirante ancho con escote en v que
no le quedaba mal— ¿Con qué zapatos podría quedar bien?
—Pues… —Miré la zona de complemento y vi todo lo que podría
combinar a la perfección con el vestido.

Y allí que me dirigí para hacerme con unos bonitos zapatos rojos de
tacón de doce centímetros, así como el bolso de mano también en rojo, unos
pendientes y gargantilla a juego de obsidiana negra.

Se lo llevé al probador y cuando acabó de ponérselo, salió encantada


para lucirlo.

Mariola me sonrió asintiendo con la cabeza, y con ese gesto supe que le
acababa de pegar un buen sablazo a la tarjeta del notario.

Madre mía, no quería ni pensar lo que se iba a dejar esta mujer en ropita
hoy.

De todas las faldas y blusas que se había probado anteriormente al final


me dijo que se llevaba dos de cada que le encantaban, así que a tirar de
tarjeta que iba la señora.

—¿Tomamos un café? —me preguntó cuando le entregué las bolsas,


pero justo en ese momento entraban dos mujeres y mis amigas estaban
ocupadas con otras clientas, así que decliné la invitación— Bueno, otra vez
será. Nos llamamos. Adiós, cuñada.

Y con ese “cuñada” me terminó de matar la muy asquerosa. Que yo no


era nada suyo, cuñada mi hermana no yo, pero me callé, para qué decirle
nada si lo que quería era perderla de vista.
—¿Se ha ido contenta? —preguntó Mariola, mientras nuestras clientas se
probaban lo que habían escogido.

—Encantada de la vida, menudo palo a la cuenta del notario —dije


dando un silbidito.

—Ya he visto que te has ido a por lo más caro, qué puñetera has sido.

—Que se joda Martín, ¿no quiere una mujercita que luzca mona? Pues
ahí la lleva, con setecientos euros en ropa que usará una vez o dos como
mucho.

—Qué pena que aquí no vendo lencería, me voy a tener que plantear
ampliar mercado —dijo Mariola en plan pensativa.

—Pues claro que sí, boba. Te haces con un par de firmas buenas y de
aquí ya se llevan el pack completo.

—Pues no lo descarto…

Reímos y volvimos a atender a las mujeres que poco después salieron de


lo más contentas con sus nuevos modelitos.

Recibí un mensaje de mi hermana invitándome a cenar con ella y su


chico, le dije que no me apetecía, que estaba cansada porque llevaba todo el
día en la tienda con Mariola y ella me pidió por favor que fuera.
Mi hermana, pidiéndome a mí algo por favor, increíble pero cierto y no
me iba a ver en otra igual, así que acepté.

Me dijo que nos veíamos a las nueve y media en uno de los chiringuitos
de la playa y le aseguré que allí estaría.

Se lo comenté a las chicas así que me fui antes para casa, necesitaba
darme una ducha y ponerme algo más cómoda.

En cuanto llegué preparé unos shorts vaqueros, una camiseta que caía
sobre el hombro izquierdo dejándolo al descubierto y unas sandalias planas
y cómodas.

Una ducha relámpago, un moño de esos despeinado y modernito, un


poco de maquillaje y lista para la cena sorpresa que me había surgido.

El lugar que había elegido la parejita no quedaba lejos, así que fui dando
un paseo y cuando llegué y los divisé, no pude evitar sonreír.

La verdad que para ser Mateo diez años mayor que Romina, se le veía de
lo más meloso con ella, y a mi hermana se le notaba mucho en la mirada
que el amor era mutuo.

—Hola, chicos —saludé llamando la atención de los tortolitos que


estaban haciéndose carantoñas.
—Hola, hermanita —Romina se puso en pie y me dio uno de esos
abrazos que te llegan al alma, madre mía, la de años que hacía que no me
daba uno así.

—Pues sí que te tienen mimosa las hormonas, sí —dije riendo.

—¡Anda, boba! ¿Es que no puede una darle un súper abrazo a su


hermana?

—Sí, pero cuando en los últimos años lo que ha recibido han sido gritos,
puyitas y o insultos, pues normal que me extrañe.

—Bueno, eso es agua pasada. ¿Qué quiere beber? —contestó mientras


nos sentábamos.

Pedí un refresco, no quería beber alcohol y cuando vino el camarero mi


cuñado pidió unas raciones para que cenáramos todos.

—Esto es lo que me gusta —comentó Mateo cuando nos trajeron la cena


—, unas raciones en la playa y además con dos chicas tan guapas.

—Anda el cuñado, ¡qué listo! Que me habéis invitado para que él


presuma de muchachas, ya veo, ya —dije aguantando la risa.

—No mujer, queríamos pasar un rato contigo —respondió mi cuñado.

—Y, ¿por qué, si puede saberse…?


—Punto uno, eres la hermana de la mujer que va a tener a mi hijo. Punto
dos, vas a ser la madrina de ese bebé. Punto tres, me caes bien.

—¡Ole mi cuñado! Que le caigo bien, dice, Romina.

—Claro que le caes bien, so tonta —dijo mi hermana entre risas—. Ya le


he dicho que eres oficialmente azafata de vuelo, y se ha puesto de lo más
contento.

—Sí, por fin alguien me podrá traer un recuerdo de distintos lugares del
mundo.

—Joder, cuñado, ni que tú no viajaras.

—Por mi trabajo, menos de lo que me gustaría, la verdad, pero bueno, en


cuanto podamos irnos de viaje tu hermana y yo, ya he visto algunos
destinos que quiero que conozcamos juntos.

—Os veo bien, chicos, de verdad. Y pensar que cuando me dijo que eras
un poco mayor pensé en un veinteañero…

—Hombre, veinteañero soy, otra cosa es que esté algo alejado ya de los
veinte.

Empecé a reír y ellos me siguieron. La verdad es que me caía bien, nada


que ver con su hermano, que ahora mismo estaba en mi lista de personas a
las que odiar con todas mis fuerzas.

Ni qué decir tiene que estaba encabezada por él y su queridísima y


amada esposa. Allá se amarguen la vida mutuamente el uno al otro, hasta
que la muerte los separe. Que para eso se casaron.

¿Sería ella igual que él y tendría amantes?

Mejor no pensar en ellos y centrarme en el pescado frito, las patatas alioli


y el buen ambiente que me rodeaba.

Estar con mi hermana y de tan buen rollito la verdad es que me parecía


mentira, pero por si no me volvía a ver en otra como esta, mejor disfrutar
del momento y que fuera lo que Dios quiera.

A las doce, cuando ya me despedía de ellos, Mateo se ofreció a llevarme


a casa así que allá que fuimos los tres para su coche.

Una vez me dejaron en la puerta, mi hermana salió a despedirse con un


abrazo y me dijo que teníamos que repetir esto más a menudo.

Desde luego que el médico la estaba cambiando a pasos agigantados, que


en tan poco tiempo había empezado a madurar y hasta a ser un poquito más
sensata.

—¿Te vas para casa con los papás? —le pregunté a Romina.
—No, esta noche la paso con él en su casa.

—Nuestra casa, pequeña, a ver si te acostumbras —intervino Mateo,


desde el interior del coche.

—Que sí, pero es que todavía se me hace raro.

—Bueno, iros ya que se hace tarde. Me subo que hoy estoy agotada.

—Nos vemos pronto, ¿eh? Que has dicho que sí —me señaló con el dedo
y me hizo reír, le di un beso y me despedí de ellos.

Cuando subí a casa las chicas estaban dormidas, así que procuré hacer el
menor ruido posible y me fui a la habitación.

Me cambié rápidamente y me metí en la cama, de verdad que tenía los


pies más doloridos que en mis días de evento con tacones.

Segundo día que no tenía noticias de Martín, desde luego que era como
si se le hubiera tragado la tierra. Porque a ver, una mudanza repentina a otra
ciudad, o incluso a otro país, como que no podía ser porque su mujer estaba
en la isla. Así que debía ser que al fin se había dado por vencido y que el
mensaje de que me dejara en paz le había llegado alto y claro después de
tanto insistirle.

Mejor, la verdad, aunque, en el fondo, la idiota que llevo dentro desearía


recibir un mensaje suyo, uno de esos en los que insiste en que le dé solo
cinco minutos para explicarse.

Pero no, ni cinco, ni uno tampoco. Explicaciones, ¿qué explicaciones?


Excusas es lo único que me iba a dar, que le veía venir.

Que si su matrimonio hacía tiempo que no iba bien, que si esto, que si lo
otro, que la voy a dejar porque me he enamorado de ti…

Lo que un hombre casado suele decirle a su amante y nunca cumple.

Cerré los ojos, dejé la mente en blanco y me quedé dormida como un


bebé.
Capítulo 18

Llegó el miércoles y con él la mudanza de Daniela, sí, esa que íbamos a


haber hecho el martes pero que no pudimos porque estuvimos en la tienda
todo el día con Mariola.

Desayunamos y para casa de sus padres que nos fuimos.

En cuanto nos vieron empezaron los besos y abrazos y es que, si algo


tenían nuestros respectivos padres, es que querían a nuestras amigas como
si fueran una hija más.

Nos pusieron un café y unos bollos que había comprado su madre esa
mañana, y cuando le dijimos que habíamos ido para coger algunas cosas de
Daniela y que nos independizábamos las dos con Mariola, casi le faltan
pañuelos del disgusto.

Empaquetamos sus cosas de trabajo, algo más de ropa y nos despedimos


de sus padres, prometiéndoles que iríamos a comer algún día las tres, y es
que echaban mucho de menos a su Daniela.
Dejamos todo en el piso y tras organizarlo Daniela bajó a hacer algo de
compra mientras yo pegaba una buena limpieza.

Eso sí, con música que me animaba el momento maruji y se pasaba el


tiempo volado.

Y tanto que pasó rápido, que cuando llegó Daniela con la compra estaba
yo guardando todos los productos de limpieza en el armarito.

Estaba feliz esa mañana, así que decidí preparar algo rico para comer con
las chicas.

Pasta gratinada con pollo y pimientos del piquillo, que se me había


antojado.

Daniela recibió una llamada de su italiano, ese que la llevaba por la calle
de la amargura y que la tenía loca de amor.

Y es que al final va a resultar que se puede mantener una relación a


distancian por mucho que yo pensara que no.

Mariola llegó justo cuando la comida estaba lista, y Daniela también


decidió hacer acto de presencia, que se había pasado ese tiempo charlando
con su amorcito.
—Huele que alimenta, ¿qué comemos hoy? —preguntó Mariola
cogiendo un vaso de agua.

—Pasta gratinada con pollo y pimientos del piquillo.

—¡Ole! Daniela que al final la Jolie se nos hace chef, ya verás.

—¡Qué va! A esta no la bajamos ya de un avión ni queriendo.

—Desde luego, yo la cocina para desestresarme, y disfrutar de la


gastronomía que sabéis que soy de buen comer —dije sirviendo la comida.

Nada más dar el primer bocado, Mariola me dijo que eso tenía que
volver a prepararlo, igual que Daniela. Si es que cuando me ponía a trastear
en la cocina no se me daba tan mal.

—Tengo una noticia que daros, chicas —nos dijo Daniela mientras
servíamos el café.

—Si me dices que tú también me has hecho tía, me tiro por la ventana —
dije, ocasionando la risa de mi amiga.

—No, no, eso no, pero sí que tiene que ver con el italiano.

—¿Has vuelto a tener noticias? —preguntó Mariola.


—Sí, que la ha llamado antes y se ha encerrado en la habitación como
una quinceañera —respondí.

—Me ha pedido que me vaya a pasar el fin de semana con él a Italia.

—¡Toma ya! O sea, que al final el del crucero quiere tema contigo —
soltó Mariola.

—Pues me pienso arriesgar, qué quieres que te diga, que desde la última
vez que estuve con él…

—Sí, sí, que tienes ganas de salseo tú.

—Como que tú no, ¿verdad, Mariola? —preguntó Daniela, arqueando la


ceja.

—Pues sí, pero tranquila que también me voy a pasar el finde con mi
empresario.

—No, si al final me voy a tener que buscar un turco —dije en broma.

—Y bien qué harías —contestaron las dos al unísono.

Para matarlas, vamos. Con lo que tenía yo encima solo me faltaba otro
hombre más que desbarajustara mi mundo.
—Nada, yo una temporada tranquila, viajando y conociendo mundo que
soy feliz.

—Claro que sí. Que te apetece un día darte una alegría, pues te
regalamos un Satisfyerde esos que dicen que dan un gustirrinín… —soltó
Mariola, provocando que Daniela escupiera el sorbo del café que acababa
de dar.

—Hija de mi vida, de verdad, no digas esas cosas cuando esté bebiendo


que mira cómo ha puesto todo —le pedí mientras le daba unas servilletas a
Daniela y entre las dos limpiábamos el estropicio.

—Que yo no lo he probado, ¿eh? Pero una clienta que tiene una prima
que trabaja en un sex shop, le comentó que va muy bien.

—Mariola, ya. Que no queremos saber las experiencias religiosas que


tienen tus clientas.

—Religiosas dice, está tú bien, Daniela.

—Ah, que me diréis que alcanzar el máximo placer en un orgasmo no es


una experiencia religiosa, vamos. Pues yo al menos me acuerdo del
todopoderoso cuando estoy en lo mejor.

—De verdad, ¿por qué siempre tenemos estas conversaciones? —


pregunté entre risas.
—Pues porque somos amigas y cotilleamos de esto. ¿O es que serías
capaz de hablar con tu madre de polvos religiosos y consoladores? —
respondió Mariola.

—Pues no, pobre mujer, me la cargo seguro.

—Que digo yo, que Albano a Adela le dará lo suyo…

—¡Mariola, por favor! No hables así de mis padres, que lo último que
quiero es imaginármelos en plena faena. Madre mía, qué visión —me quejé
tapándome los ojos con las manos.

—Bueno, y ¿nos piensas decir cómo se llama el de la competencia, o


tenemos que adivinarlo nosotras? —le preguntó Daniela a nuestra amiga.

—Os lo digo, pero ni una palabra, por favor.

—Chica, ni que fuera el número uno de los ricos de la isla —dijo Daniela
y al ver la cara de Mariola, que hasta se mordió el labio, no pudimos gritar
por la sorpresa.

—Pero, ¡qué me estás contando! ¡Serás cabrona! Qué callado lo tenías, la


madre que parió.

—Chicas, que Héctor es muy receloso de su intimidad y… bueno, creo


que esto va a buen puerto, pero de momento no queremos que se sepa. Si
salta a la prensa vamos a ser carnaza para tiburones y estamos tan bien…
—Desde luego, menuda sorpresa. Competencia decía ¡ja! Chica, ese es el
tiranosaurio rex de la ropa al lado de cualquier tienda.

—Ya lo sé, Olivia, pero teníais que conocerle, es de lo más cariñoso.

—Sí, sí, y el soltero de oro, que se lo rifan todas las ricas en edad
casadera y las madres de muchachas jóvenes.

—Lo sé, por eso todo es tan secreto de momento, Daniela.

—Tranquila, que nosotras, cremallera en la boquita que estamos más


bonitas —le aseguré a mi amiga para que no se preocupara, aunque de sobra
sabía ella que con nosotras tenía el secreto más que guardado.

Mariola salió para ir a la tienda y Daniela fue a comprarse algunas cosas


para su viaje a Italia, mientras yo me quedé en casa viendo un poco de
televisión, en plan relax tirada en el sofá.

Mi hermana me mandó un mensaje con una foto de una cunita que había
visto, era preciosa, en color blanco lacado con un osito durmiendo sobre un
cojín en color amarillo.

Por ahora era complicado saber el sexo del bebé, así que solo iban
mirando cositas que pudieran comprar en unos meses y es que tanto mi
madre como la de Mateo, les habían pedido paciencia y que no compraran
nada aún, ya que era mejor esperar al menos a los tres meses de embarazo
por si ocurría una desgracia antes, Dios no lo quisiera porque las dos
familias estaban de lo más emocionadas con la llegada de ese pequeñín.

Estaba preparándome un café y unas tostadas para merendar cuando


recibí una llamada de Rosauro. Me sorprendió al principio, pero como
habíamos quedado como amigos contesté la llamada sonriendo.

—¿Qué tal está el mecánico más simpático de toda la isla?

—Ahora mejor, preciosa —contestó y se le notaba la risa en la voz.

—Me alegro, pero dime, ¿es que estás mal?

—¿La verdad? —preguntó en respuesta.

—Claro, somos amigos, ¿no?

—Sí, eso es cierto —ahora su voz sonaba con algo de pesar.

—Va, Rosauro, ¿qué te pasa?

—Quiero hablar contigo. ¿Podemos vernos mañana para cenar? Yo


invito.

—Sí, así te cuento yo también novedades.

—¿Novedades? Ahora no me dejes con la intriga, anda.


—No, hasta mañana no te lo cuento. Venga, dime a qué hora me recoges.

—A las nueve, ¿te va bien?

—Perfecto, me va perfecto.

—Pues nos vemos mañana, preciosa. Que descanses.

—Y tú.

Colgué con una sensación rara en el cuerpo. Desde luego a Rosauro le


pasaba algo, no tenía duda, pero, ¿qué? Ya sabía que no podría haber nada
entre nosotros y parecía que había quedado todo aclarado, pero algo le
rondaba la cabeza.

Me puse a preparar una ensalada para la cena mientras escuchaba la


radio, en cuanto sonaba alguna canción de las que me gustaban ahí que
estaba yo moviendo las caderas como si no hubiera un mañana.

Las chicas llegaron casi a la vez, fueron a cambiarse mientras yo ponía la


mesa y cuando regresaron nos sentamos a comer.

—Mañana por la noche no ceno en casa —les avisé.

—¿Y eso?
—Me ha llamado Rosauro, que quiere hablar conmigo, no sé de qué.
Además, le he notado raro.

—Uy, a ver si va a querer tirarte la caña otra vez —dijo Mariola.

—No creo, sabe lo que hay. Y ya que voy a verle aprovecho y le cuento
lo del trabajo.

—Bueno, quizás es importante o solo que te echa de menos —comentó


Daniela.

—Pues echarme de menos no sé por qué, si realmente no hubo nada


especial.

—Hija, que ese hombre estaba coladito por ti.

—Ya será menos, Daniela —dije riendo.

—Es que aquí la Garbo todo lo ve desde el punto de vista romántico.

—Mariola, de verdad, parece mentira que tú también tengas un churri,


hija mía.

—Daniela, que no creo yo que me case con Héctor.

—¡Uy que no! Si el empresario hinca rodilla…


—Olivia, te casas tú antes, fíjate lo que te digo —aseguró Mariola, y
mira que a mí eso me extrañaba, que volvía a ser yo la soltera de las tres.

Recogimos la mesa y nos sentamos a ver una película que ponían en la


televisión y que llevaban tiempo anunciando, pero poco aguantamos, nos
quedamos dormidas a la mitad y acabamos por irnos a la cama.

La mañana del jueves la pasé organizando todo lo que me iba a llevar el


viernes en mi primer viaje oficial como azafata de vuelo.

No es que pensara llegar muy tarde después de cenar con Rosauro, pero
al menos así ya tenía el trabajo adelantado.

Cuando acabé preparé una tortilla de patatas para que las chicas cenaran
y es que Daniela fue a comer a casa de sus padres y Mariola, tenía bastante
jaleo en la tienda puesto que le llegaba un pedido que tenía que revisar y
después empezar a etiquetar y colocar todo, por lo que no vendrían a casa
hasta la tarde. Así que decidí irme a pasar el día a la playa.

Me puse el bañador con un vestidito fresquito, las sandalias, cogí la bolsa


de playa con una toalla, ropa para cambiarme y salí para mi despedida de la
isla por unos días.

Busqué un lugar cerquita de uno de los chiringuitos donde iba a comer,


extendí la toalla, me quité el vestido y saqué la crema protectora para darme
un poco, solo faltaba que me quemara y me pasara el viaje de trabajo
acordándome de mi día de playita.
Lástima que para llegarse una misma a la espalda sea tan difícil, menos
mal que una mujer que estaba al lado con sus preciosas hijas me vio
pelearme con la cremita de las narices y se ofreció a ponerme un poco.

—Muchas gracias —le dije cuando me cogió el bote de las manos.

—Mujer, para eso estamos las vecinas de toalla —respondió con una
sonrisa.

—Tienes unas hijas guapísimas.

—No son mías, son de mi hermana. La pobre trabaja toda la semana y


las niñas en casa se acaban aburriendo, así que me las traigo aquí que al
menos juega, nadan, llegan a casa agotadas del día y caen dormidas como
angelitos. Bueno, a la mamá le da tiempo a cenar con ellas.

—Pues tienes unas sobrinas de lo más bonitas.

—Muchas gracias. Y tú, ¿tienes hijos? Bueno, qué pregunta la mía,


estarían aquí contigo.

—No, no tengo, pero mi hermana me ha hecho tía.

Pasamos el rato charlando mientras las dos pequeñas jugaban a hacer


castillos en la arena.
Soraya, que así se llamaba la mujer, tenía cuarenta años y estaba
divorciada, su marido que decidió que la isla se le quedaba pequeña y
quería ver mundo, pero solo.

A la hora de comer nos fuimos las cuatro juntas al chiringuito y pedimos


una rica paellita para todas. A Martita y Lucía, que así se llamaban sus
sobrinas, de postre les compramos unos helados.

El resto de la tarde lo pasamos entre risas y baños con las niñas que eran
encantadoras y de lo más cariñosas.

Me despedí de ellas a eso de las seis y media y quedamos en que


volveríamos otro día por aquí.

Regresé a casa y las chicas aún no habían llegado así que preparé la ropa
que iba a ponerme y me fui a la ducha.

Envuelta aún en la toalla me sequé un poco el pelo y me hice una coleta


alta, me maquillé y terminé de arreglarme con el conjunto que había
escogido.

Una falda monísima de vuelo en color azul marino con una blusa blanca
de tirante fino, mis sandalias de cuña y lista para salir.

Rosauro estaba ya esperando en el coche cuando bajé, entré y tras un par


de besos salimos para donde fuera que me llevaba.
Que no fue otro lugar que el restaurante donde cenamos la última vez,
ese en el que por casualidades de la vida aparecieron el matrimonio feliz y
mi hermana con su novio.

—Estás preciosa, Olivia —me dijo cuando nos sentamos.

—Gracias, tú también vas muy guapo.

Y era verdad, se había puesto unos pantalones vaqueros y una camisa


blanca de lino.

—Bueno, ¿qué te pasa a ti, guapito de cara? —pregunté sin andarme con
rodeos.

—¿Podemos cenar, charlando de lo que sea, menos de lo que tengo que


contarte, por favor?

—Rosauro, no me asustes. ¿Te estás muriendo? —pregunté, acojonada


de verdad porque el chiquillo tenía una carita…

—¡No! —contestó riendo— No, mujer, no es eso. Tocaré madera que


todavía quiero hacer muchas cosas, ser padre, por ejemplo.

—¿Te gustan los niños?

—Me encantan, de hecho, quisiera tener tres o cuatro hijos, pero bueno
creo que si le digo eso a mi futura mujer igual me deja por el susto.
Me eché a reír y él me acompaño.

Seguimos hablando de nosotros, de lo que nos gustaba y lo que no, lo


que más odiábamos y lo que menos, y me sentía bien en su compañía. Una
lástima que no me hubiera fijado en él como pareja. ¡Maldito Martín, que se
cruzó en mi camino!

—Bueno, ahora una noticia de las buenas, buenas —dije cuando nos
trajeron el segundo plato.

—A ver, cuéntame esa noticia.

—Mañana tengo mi primer vuelo como azafata. ¡Y estoy atacada de los


nervios! —dije sonriendo.

—¡Eh, felicidades! Eso se merece un brindis. Va, copa en alto —dijo


levantando la suya y yo le imité—. Por tu nuevo trabajo, con el que vas a
recorrer mundo.

Chocamos las copas y dimos un buen trago al vino. La verdad es que le


veía feliz con mi noticia, pero aun así tenía los ojos tristones, así que había
llegado el momento de que me contara lo que fuera que le tenía tan
preocupado.

—Tu turno.
—¿Mi turno? —preguntó y yo asentí— ¿Para qué?

—Para hablar de lo que sea que te reconcome por dentro. Venga, habla
ahora, o calla para siempre —dije, como si estuviéramos en una boda.

—Casi es eso lo mejor, que me calle para siempre —contestó mirando su


plato al tiempo que negaba con la cabeza.

—Pues no entiendo por qué. A ver, dime, ¿tan grave es? Me estás
poniendo nerviosa, Rosauro.

—Prométeme que vas a dejarme hablar, no me interrumpirás y, sobre


todo, que no va a cambiar nada entre nosotros después de esta noche.

—Rosauro…

—Promételo, Olivia, por favor.

—Vale, lo prometo.

—Hannah sabe que Martín y tú estuvisteis liados.

Y así, con esa simple frase, toda la alegría que había sentido desde que
nos sentamos en la mesa, se fue de golpe.

¿Cómo narices se habían enterado ella de lo nuestro? No podía


entenderlo.
Se me cayó el tenedor sobre el plato y al escuchar el ruido que hizo fue
cuando reaccioné.

—¿Qué acabas de decir? —pregunté.

—Que Hannah lo sabe todo.

—Pero…

—Olivia, has prometido dejarme hablar, así que, por favor, no me


interrumpas, ¿de acuerdo?

—Vale —respondí, cogí aire y me preparé mentalmente para escuchar


cuanto tuviera que pedirme.

—Para que entiendas lo que te voy a contar de porqué sé que Hannah


está al tanto de lo vuestro, empezaré por el principio —dijo, pasándose las
manos por el pelo antes de seguir—. Conocí a Hannah hace años, cuando
vino a la isla de viaje por sus estudios. Me quedé prendado de ella y no paré
hasta que salió conmigo y estuvimos juntos el tiempo que duró su estancia
aquí. Aunque al volver a su país lo hizo con la promesa de que volveríamos
a vernos, que si regresaba a la isla sería para que estuviéramos juntos
siempre. Nos habíamos enamorado y yo acepté eso, empezando una
relación a distancia. Fue duro porque yo estaba empezando con mi negocio
y ni podía dejarlo desatendido ni tenía el dinero suficiente para viajar.
Yo escuchaba a Rosauro y no daba crédito a lo que me decía. ¿Estuvo
saliendo con Hannah? Y lo más importante…. ¿Martín lo sabría?

—Tiempo después me dijo que no podíamos seguir así, que la distancia


que nos separaba la mataba y que no podía hacerme eso, no sabía cuándo
podría volver y no quería que me atara a ella cuando podía conocer a
alguien con quien formar una familia. Lo que no sabía, y de lo que me
enteré después, es que me dejaba por otro. Cuando Martín me la presentó
como su prometida me quise morir. Esa noche me emborraché hasta el
punto de ir al hotel en el que ella se alojaba y pedirle explicaciones. Tan
solo me dio una: pudiendo casarme con un notario de renombre, no
pensarás que me voy a conformar con un mecánico de tres al cuarto.

Sí, esa es Hannah en todo su esplendor. Valiente hija de puta.

—Supongo que ahora, con tu negocio tan brillante, estará que se tira de
los pelos —dije, y él sonrió antes de reñirme.

—¿Qué te dije de no interrumpir?

—Lo siento. Por favor, sigue.

—Se casaron y como bien sabes, yo me hice un nombre entre la gente


con coches de lujo y el negocio fue subiendo poco a poco hasta el día de
hoy. Te conocí, me gustaste y me sentí atraído por ti como hacía años no me
sentía por nadie. Según me dijo Hannah, nos vio a ti y a mí una noche
juntos y cuando supo que Martín tenía un lío con alguien decidió seguirlo y
al ver que eras tú, me llamó para que habláramos. Fue poco después de que
descubriéramos que me habías confundido con mi hermano gemelo.

Sonreímos los dos al recordarlo y no pude más que volver a disculparme,


desde luego que eso nos quedaría como anécdota en resto de nuestra vida.

—El caso es que al contarle que ya no estábamos juntos me pidió que te


insistiera, que volviera a conquistarte y de ese modo dejarías a Martín. Sé
que fui un gilipollas, que no debería haber entrado en el juego de Hannah,
pero… estaba enamorado de ti, Olivia, quería que volviéramos a estar
juntos.

—Esto es…

—Una mierda, ya lo sé. Puede que por esa gilipollez te haya perdido
definitivamente y no sabes cuánto lamento haberte metido en eso en vez de
contarte todo desde el principio, pero si existía una posibilidad de que
volviéramos, por mínima que fuera, quería intentarlo.

—La noche que cenamos aquí…

—Tuve que decirle a ella dónde estaríamos y se encargó de reservar


mesa para ellos cuatro y que así volvieras a ver lo felices que son, según
ella. Aunque no sé, algo tiene que pasar en ese matrimonio para que Martín
haya sido infiel. Joder, que se casó enamorado como un quinceañero —dijo
con una sonrisa de medio lado.

—Yo no sabía que él estaba casado.


—Lo imaginaba, no te veía como una de esas mujeres que es capaz de
meterse en medio de un matrimonio, la verdad.

—Gracias, al menos me quitas un peso de encima. Solo me faltaba


quedar delante de ti como una buscona.

—Nunca serás eso para mí, Olivia. Eres una buena chica, de verdad que
sí. Tu problema es que has conocido al hombre de tu vida en un mal
momento.

—¿El hombre de mi vida, dices? ¡Ja! No quiero nada con él, Rosauro, de
verdad que no. Me ocultó que estaba casado.

—Tal vez tenga sus razones, yo te aseguro que de ser así no sé cuáles
pueden ser. Lo que sí sé es que está tan enamorado de ti como tú de él.

—No me hagas reír…

—No es una broma, preciosa. Os vi en el cumpleaños de su hermano, y


durante el día que pasamos en su casa. Cada vez que yo te tocaba le veía
por el rabillo del ojo y no me saltó encima en ningún momento porque no
quería que todos supieran que era él quien debería estar dándote esas
muestras de cariño.

—Insisto, si quieres a una persona no le ocultas que estás casado. Es


más, si estás casado y quieres a tu esposa, no te follas a otra, ¿verdad?
—Vale, tienes razón, pero, ¿viste la cara que tenía el día que nos pilló en
mi despacho?

—No me lo recuerdes, ¡qué vergüenza pasé!

—Se quedó con las ganas de partirme la cara, te lo aseguro. Y el día que
cenamos aquí, con ellos, respiró aliviado al saber que habíamos acabado. La
que no estaba muy contenta era Hannah, que me llamó al día siguiente para
que te hiciera entrar en razón y decirte que podríamos tener una relación en
la que estaríamos días, incluso semanas, sin vernos.

—La odio cada vez más. Mira que cuando la conocí no me gustó ni un
poco…

—Te puedo asegurar que cuando la conocí no era así, era una chica
encantadora, de verdad. No sé qué le pasó para que cambiara de ese modo.

Acabamos de cenar con un poco de mal rollo a nuestro alrededor, eso era
lo que provocaba Hannah, pero no iba a permitir que nos estropeara lo que
quedaba de noche, así que charlamos sobre su trabajo. Dese luego ese taller
era como un hijo para él, y bien orgulloso podía sentirse de lo que había
conseguido.

¿Mecánico del tres al cuarto, dijo la estúpida de Hannah? Solo espero


que a día de hoy se esté diciendo a sí misma lo gilipollas que fue porque
pocos talleres hay tan importantes en la isla como el de Rosauro.
Me dejó en casa y nos despedimos con un abrazo de esos que reconfortan
el alma. Le prometí que todo estaba bien con él, que, aunque me había
utilizado siguiendo las órdenes de su ex, nada había cambiado, seguíamos
siendo amigos, ante todo.

Y es que en el fondo yo también lo utilicé para darle celos a un hombre


que me había puesto la miel en los labios, para quitármela después de golpe.

Subí a casa y las chicas estaban viendo una película, no tenía ganas de
contarles nada y menos, justo antes de su viaje de fin de semana con sus
parejas y de mi primer vuelo de trabajo.

Me despedí de ambas, me puse el pijama y me metí en la cama con los


nervios agarrados en el estómago.

¿Se podía tener más mala suerte que esta? Justo la noche antes de mi
primer día de trabajo me acuesto con la cabeza dando vueltas a lo que me
ha contado Rosauro. De verdad, que esperaba poder dormir algo porque lo
que menos necesitaba era llegar al aeropuerto ojerosa además de nerviosa.

Hannah, ella lo sabía y había orquestado todo para que me alejara de


Martín. Pues bien, a gusto que podía quedarse ya la señora porque no iba a
volver a ver a su maridito en mi vida.

Para ella, pero para siempre, que ya lo dijo el cura, “hasta que la muerte
los separe”.
Capítulo 19

Me levanté con los nervios a flor de piel y con la cabeza que me iba a
explotar. Me duché, me puse el uniforme, tomé un café y bajé con la maleta
pues ya estaba el taxi esperándome para llevarme a la terminal.

Nerviosa estaba cuando llegué y me dirigí a la sala de encuentro con la


tripulación, pasé el control de seguridad que parecía que llevaba drogas o
algo ilegal, estaba con un ataque de nervios de esos que no puedes aplacar.

Allí estaban mis compañeras que se presentaron rápidamente, a mí me


tocó con Alicia y Carolina, dos hermanas gemelas que llevaban mucho
tiempo trabajando para la compañía, ellas estaban en clase business, la de
los ejecutivos, así que iría en esa cabina donde los pasajeros iban con un
trato más especial y un confort del que no gozaban el resto que iba en
turista. En el precio del pasaje iba la diferencia.

Fuimos todos hasta el avión y me dieron las primeras indicaciones, así


que me puse a preparar todo mientras Alicia recibía a los pasajeros con
otros compañeros de clase turista que iban indicando por qué pasillo debían
entrar.

Todos acomodados y nosotras con las comidas, bebidas y todo preparado


para en cuanto estuviéramos en el aire comenzar a servir a los pasajeros.

El vuelo iba a despegar y me tocaba ponerme a dar las instrucciones de


seguridad a los de mi cabina, así que intenté respirar hondo y hacerlo lo
mejor que podía mientras el avión comenzaba a maniobrar antes del
despegue.

Aparecí en cabina y por poco me da un infarto, sí, el karma seguía


jugando conmigo y dejándome claro que hiciera lo que hiciera, el pasado
me perseguiría.

Cinco pasajeros que no iban juntos y entre ellos uno que por nada del
mundo podía esperar, Martín…

El altavoz comenzó a emitir las instrucciones y yo me puse a dar las


indicaciones, intentaba concentrarme en ese momento exclusivamente en
eso, no podía pensar en otra cosa, no ahora, pero solo tenía una pregunta en
mi mente… ¿Y ahora, qué narices hacía ahí?

Martín me miraba serio, con los ojos tristes y sin dejar de observarme ni
un solo momento, imaginad si ya estaba nerviosa, ahora con esa situación
estaba que saltaba por la ventanilla del avión. En fin, el puñetero karma.
Terminé de dar las indicaciones y me senté para el despegue, me
temblaba el cuerpo y las manos me sudaban, no entendía qué hacía ahí y lo
peor de todo es que pensaba que mi hermana se lo había dicho y se había
arriesgado a seguirme. No sé, era todo tan escabroso, que mi cabeza ya no
daba para más, solo quería llorar, pero ahora tenía que aguantar el vuelo
como fuera y ya una vez en el hotel, sola, soltar toda la tensión que había en
mí.

Fui a por el carro con las tazas y el desayuno de cada uno, al último que
me tocaba preguntar era a Martín.

—Hola. ¿Qué desea, café, té o leche?

—Hola, Olivia. Café por favor.

Le puse el café, le di la bandeja con pan, mantequilla, mermelada,


croissant y un vaso de zumo.

—Gracias.

—No hay dé qué.

Seguí hacia adelante y me metí en el baño cuando coloqué todo lo


demás, aguanté para no llorar, pero resoplé mil veces por no decir que me
faltó darme varios cabezazos contra el espejo. Era todo demasiado, me
sentía vulnerable como si mi libertad dependiera de terceros, para colmo lo
del día anterior que me contó Rosauro de la hija de puta de su mujer, en fin,
demasiada mierda para digerir cuando menos fuerzas tenía.
Me dije a mí misma que era el primer vuelo y que me lo tenía que currar,
no me podía afectar que el de la fe, estuviera ahí sentado, aunque no supiera
con qué intención, pero vamos, seguro que se enteró por mi hermana y es lo
más claro que tenía, pero, ¿qué quería de mí? ¿Hasta dónde estaba dispuesto
a llegar por conseguir hablar conmigo o para convencerme de no sé qué?
No lo sabía, solo que era todo tan complicado y difícil que no podía
entender cómo todo se había liado en mi vida de aquella manera.

Me puse a trabajar como si nada pasara. Martín me mandó a llamar una


hora después.

—¿Qué desea?

—Otro café, por favor.

—Ahora mismo, señor.

Tenía que tratarlo así, no podía jugarme todo por lo que había luchado
por un arrebato de rabia que sentía hacia ese hombre y al que amaba a
partes iguales, esa era la realidad.

Conseguí fuerza de donde no las tenía, le preparé el café y se lo llevé con


la mejor de mis sonrisas, esa que escondía una tristeza que embargaba todo
mi ser y que me estaba consumiendo lentamente.

Durante el vuelo aparte de pedirme café, agua o cualquier cosa, no me


molestó para nada, creo que entendía que no era lugar, pero de todas
maneras yo iba a salir con la tripulación por otro lugar diferente al de él, ya
me estaba entrando la duda de que estuviera ahí por mí o por otro asunto,
además, ¿ese día no había trabajado?

Cada vez tenía más preguntas y menos respuestas, más incertidumbre y


menos fuerzas, esto se estaba convirtiendo en una espiral de esas que al
final se caen y te dejan por los suelos.

El comandante avisó de que comenzaba el descenso, fui a comprobar que


los asientos estaban en su posición, todos abrochados y me senté para el
aterrizaje, ese que casi cinco horas después nos hacía llegar a Turquía,
precisamente a la asombrosa Estambul.

Los pasajeros se fueron al igual que lo hizo Martín, con un hasta luego y
una sonrisa que escondía mucha tristeza, pero bueno, me iba a quedar con la
intriga de saber qué hacía allí.

Cuando todos se marcharon y nosotros habíamos dejado todo listo


salimos fuera con las maletas y un furgón nos llevó hasta el hotel donde nos
alojaríamos hasta el lunes que regresábamos en otro vuelo.

Me dieron las llaves de mi habitación y ya estaba en otro país, sola y con


tres días por delante en los que tenía claro que me iba a mover para conocer
aquella ciudad que siempre me pareció tan apasionante y más ahora que
estaba viendo series turcas y salían unos hombres que quitaban el hipo, así
que estaba decidida a no quedarme encerrada.
Me cambié de ropa y justo cuando abrí la puerta para irme a perder por
ahí…

—¡Martín, me has asustado! —dije poniéndome la mano en el pecho y


cerrando la puerta.

—Estaba a punto de llamar.

—¿Quién te dijo dónde estaba alojada y el número de habitación? —Me


parecía increíble que tuviera ese control sobre todo lo que me rodeaba.

—Eso es lo de menos. ¿Podemos ir a comer juntos, por favor?

—De verdad, ¿has venido hasta aquí para invitarme a comer?

—No, he venido para no dejarte sola en tu primer viaje, en un país como


este.

—¿Qué le pasa al país? —Me crucé de brazos negando.

—Bueno, tú me entiendes, acepta la invitación por favor, necesito hablar


contigo.

—¿Y me dejarás en paz de una vez por todas?

—Si me lo pides, sí.


Resoplé y me dirigí al ascensor, el venía detrás, en el fondo eso de que
hubiera venido a protegerme me encantaba, el problema es que no le podía
creer ya en nada.

—No entiendo por qué después de tantas mentiras eres capaz de insistir
—nos montamos en el ascensor.

—Jamás te mentí en nada, es muy diferente a que no me atreví a contarte


ciertas cosas.

—¿Ciertas cosas? De verdad, qué morro tienes…

—No soy mala persona, Olivia.

—¡Nooo! Jaaa. Por favor, de verdad, si quieres te escucho ahora todo lo


que me tengas que decir, pero chistes no, por favor —salí del ascensor.

Señaló a uno de los taxis que había en la puerta del hotel y le pidió que
nos llevará a no sé dónde, por lo visto se sabía mover por allí, así que me
monté en el asiento de atrás, me crucé de brazos y miré por la ventanilla a
todos los sitios que íbamos pasando, aquello era tan diferente como
apasionante, era un cambio brutal.

Iba pensando en que en el fondo que estuviera ahí me hacía muy feliz por
muy contradictorio y horrible que sonara, pero era la verdad. Lo tenía ahí,
fuera de la isla, lejos de su mujer, de todo y por mucho que no lo creyera,
creo que ahora sí lo quería escuchar, quería hablar con él cara a cara y
decirle todo lo que pensaba, sacar todo eso que me callé y que necesitaba
gritar a los cuatro vientos. Quería que entendiera que no era justo, que no
tenía derecho a haber hecho eso conmigo.

Por otro lado, me sentía liberada con lo de Rosauro, el que me hubiera


contado la cruel realidad me hacía quitar ese peso de la cabeza de sentir que
lo había utilizado. Qué inocencia la mía, qué gilipollas era para todo…

Martín iba delante hablando con el taxista y yo solo hacía pensar,


recordarlo todo cómo había pasado, con momentos en los que pensé que no
superaría en la vida como el momento que fui al cumpleaños de su hermano
y me topé de golpe con la realidad de todo.

Aquello era de locos, ni en una película de una mente brillante se le


ocurriría meter todo ese enrevesado que había sucedido con todo esto, lo de
Rosauro, entrar en ese juego por la petición de su ex que, para más INRI,
era la mujer de Martín, esa que tramó casi todo para conseguir apartarme de
su marido, o sea, conocedora de nuestra relación y con la frialdad de actuar
así, en vez de tener la dignidad de dejarlo y asumir que su marido no la
respetaba.

Todo, lo miraras por donde lo miraras, todo se había liado y encima


gilipollas de mí, llamo desde el cumpleaños a Rosauro, ese que estaba en
complot con ella, vamos que se lo puse a huevo y encima conocía a Martín,
ya para redondear todo, sin añadir que para colmo de los colmos mi
hermana no tiene más hombre para escoger que el hermano del que estaba
poniendo mi vida patas arribas, el señor que daba fe…
Y así me encontraba, en este punto donde por mucho que quisiera
canalizar todo me era más que imposible. No tenía una varita mágica que
tocara algo y todo se volviera al punto anterior a conocer a Martín. Cómo
hubieran cambiado las cosas…

Me quedé impresionada cuando paramos delante una especie de palacio


que era un restaurante, en un edificio bajo impresionante, nos pasaron al
interior que daba a unos jardines y donde la música era amenizada por un
grupo local. Aquello era atrapante, era meterte en otro mundo, hasta el olor
de la comida se podía respirar a distancia y el decorado de todo aquello era
una maravilla de esencia del país y con un gusto exquisito.

Nos acomodaron en una mesa en uno de esos rincones y nos pusieron un


té y aunque hacía calor apetecía, además el sabor era perfecto.

Martín pidió la comida, yo no entendía ni papa, pero el parecía que sí, así
que todo lo dejé a su elección, en el fondo lo que menos tenía era hambre,
los nervios estaban prevaleciendo ante todo y lo peor de todo es que en ese
momento estaba con una mezcla de tristeza y pena que no podía con mi
alma.

Necesitaba respuestas a pesar de saber que no me las iba a creer, pero las
necesitaba y era lo que quería, tenía claro lo que le iba a preguntar y lo que
me importaba para intentar comenzar a entender todo un poco, pero
necesitaba que fuera sincero, aunque me doliera necesitaba que así fuera.

—Olivia…
—No, no quiero que me cuentes una historia, quiero ser yo la que te
pregunte todo lo que me mortifica y tú me des las respuestas.

—Adelante, claro.

—Lo primero, hay que ser muy asqueroso de regalarme dos vestidos, los
mismos que le regalaste a tu mujer. ¿Cómo podías vivir tan feliz haciendo
ese tipo de cosas?

—Verás, además aquí te lo puedo demostrar —abrió sus mensajes y


buscó uno entre los de su mujer—. Como ves aquí me dice que vio dos
vestidos muy chulos, pero quería que fuera yo el que se lo regalara, le dije
que los pidiera por Internet con mi tarjeta, no tenía ni la más mínima idea
de que eran los mismos que te había comprado, eso fue al día siguiente.

Hija de puta, supo lo que me había comprado y quiso hacer lo mismo,


que él se lo regalara y lo tuvo a huevo para soltar eso en el cumpleaños y
me lo tenía que creer, estaba leyendo en la conversación lo que él me estaba
diciendo y con fecha y todo…

Primera pregunta y la respuesta se ponía en su favor, pero había muchas


más cosas que me tenía que aclarar y, claro, no iban a tener la misma
facilidad de salir victoriosas las respuestas como esta, esto era un golpe de
suerte a su favor, pero había muchas cosas que me tenía que convencer y sé
que no lo harían.

—Sigue, Olivia, vengo dispuesto no a recuperarte pues sé que eso no lo


querrás, pero sí a demostrarte con mi verdad de que no jugué contigo y que
cada momento que pasé a tu lado fue de corazón, te amaba, ahora daría la
vida por ti.

—¿Por qué no me dijiste que estabas casado?

—Por miedo, esperaba aguantar el secreto hasta octubre, para entonces


quería poder contarte todo.

—¿Hasta octubre? No te entiendo…

—En octubre, el día cuatro podré separarme libremente, ahora no puedo,


hay algo que hasta entonces nos tiene que mantener juntos ante los ojos del
mundo.

—No lo entiendo…

—Nos casamos con unas cláusulas, ella es de fuera como sabes, yo me


enamoré perdidamente sin saber que era un bicho, la conocí en un viaje a su
país, pero claro para que se pudiera casar conmigo y tener la nacionalidad
española teníamos que estar casados cinco años, esos que cumplimos el
cuatro de octubre. Ella haciéndose la víctima me hizo firmar que no lo hacía
para utilizarla y que si la dejaba antes de cinco años la mitad de mi
patrimonio sería suyo, o sea, si se quedaba sin nacionalidad, al menos se iba
con un buen dinero. Yo ciego por ella lo firmé y me casé, pero vamos eso lo
hizo jugando conmigo, me engañó como a un tonto y por eso estoy con ella,
aguantando hasta ese día en que podré ser libre, eso que llevo tanto tiempo
deseando. Ella había estado en la isla unos años atrás en un viaje de
estudios de su país en acuerdo con Baleares, pero entonces no la conocía.
—¿Y lo de los hijos que estáis buscando?

—Jamás, y menos desde hace dos años y pico que no tenemos ni


relaciones, eso lo dijo para sentirse bien, para hacer creer algo que no
existía.

Me iba a desmayar, si todo eso era verdad yo me cagaba en la vida, en el


universo y en su perra cara, vamos que me la cargaba, la tiraba por un
acantilado y que pareciera un accidente, bueno, no sería capaz, pero de que
daban ganas, las daban, pero, ¿sería todo cierto?

—Ya no sé qué decir, ayer tuve una información muy fuerte…

—¿De qué tipo?

—No sé si debo decirlo.

—Por favor, es momento de que aclaremos todo.

—Yo me estoy volviendo loca —comenzaron a brotar de mis ojos unas


lágrimas de tristeza increíble.

—Eh —acercó su mano y comenzó a secarlas—, no quiero verte llorar,


no quiero ocasionar esto en ti.
—Estoy hundida, estoy como un barco a la deriva, no entiendo nada, me
he visto envuelta en algo que se fue liando cada vez más y me hacía mucho
daño, no entiendo por qué no me pusiste sobre aviso de todo.

—Lo lamento, pero aquí estoy, quiero que sepas toda la verdad.

—La verdad es mucho más compleja, la verdad es que tu mujer hizo que
Rosauro, con el que yo había estado anteriormente antes de conocerte a ti, y
que para colmo fue pareja de ella, pero no quería un mecánico como
marido, me buscara e intentara liarse conmigo para apartarme de ti… —al
final terminé contándole todo con pelos y señales.

—Rosauro… ¡hijo de puta!, entrar al trapo y hacer eso, no lo puedo


entender y tampoco sabía que estuvo con Hannah. Esto es increíble, me
cago en todo —apretó los dientes y el puño con rabia y le hice un gesto ya
que estaba mirando hacia el plato y vi que era capaz de meter el puño en él.

—Relájate, por favor, esto se nos fue de las manos a todo el mundo.

—No quiero verte sufrir, eres lo que más he amado en el mundo en


mucho tiempo, para mí has sido lo más bonito que me pasó en la vida y no
soporto verte sufrir y menos tirándote en los brazos de alguien para calmar
el dolor que te he producido.

Sus palabras parecían sinceras y realmente para qué voy a mentir, yo me


las estaba creyendo y estaba mal, ya no solo por mí, sino también por él.
No sabía qué hacer, miraba la comida que movía de un lado a otro sobre
el plato y ni ganas de comer, sentía una presión en el pecho que no podía
con ella y encima tenía la sensación de no estar en el sitio correcto, que no
me pertenecía, era como querer, no poder y muchas cosas más, me estaba
volviendo completamente loca.

La tristeza de Martín era algo que me dolía en el alma, sí me dolía, sabía


que debía de haber sido sincero conmigo, pero también entendía que se
había metido en un vuelo para estar conmigo teniendo que cambiar citas del
viernes y el lunes para poder estar aquí.

Intentábamos comer, pero nada nos entraba y debo reconocer que esos
sabores en la boca era un deleite para el gusto.

Mi cabeza iba a explotar de odiarlo y amarlo, pero no sabía ni qué iba a


pasar, ni cómo coger la situación, ni nada de nada y es que me daba miedo
preguntar, hablar, hacer, actuar, me rompía el alma saber la verdad y verlo a
él así, ya no era yo que me sentía muerta en vida, era ver su rostro y sus
ojos de tristeza, agotado por todo, esa era la palabra, estaba agotado de
llevar esa vida que ya ni siquiera le pertenecía.

No bebimos ni vino, todo fue té con la comida y refrescos, estábamos


como en otra dimensión ya que era un momento un tanto duro, extraño y en
el que queríamos sacar todo aquello que nos mortificaba.

De allí nos fuimos a pasear por la parte moderna de la ciudad, anduvimos


un rato y dejamos de lado aquello que tan duro pasó entre nosotros, así que
cambiamos el tema a hablar sobre aquel apasionante país que lo tenía todo,
es más me dijo que al día siguiente nos íbamos a ir a pasear por el zoco y
que eso me iba a impresionar mucho.

Martín estaba alojado en mi hotel, mi hermana le había puesto al tanto de


todo, bueno realmente fue mi cuñado, ese que por lo visto ya sabía toda la
verdad y le comentó lo del viaje mío y fue el que le sonsacó todo a mi
hermana para saber el hotel y eso, luego una agencia de confianza le
notificó la habitación en la que yo estaba alojada, realmente al lado de él,
las dos puertas colindantes.

Lo del hermano me dejó en shock, sabía mucho de su historia y luego él


le contó lo que había pasado conmigo y lo guardó como el mejor de sus
secretos y bien que disimuló Mateo, al ser conocedor de todo.

Ni qué decir tiene que me alegré de que tuviera alguien con quién
desahogarse, ya que se veía que lo había pasado realmente mal y yo, bueno
desconocedora de todo lo vi como un animal, eso sí, increíblemente ahora
sentía lastima por él, al final la bipolar iba a ser yo.

Lo bueno de todo es que su mujer se había tenido que ir a su país unos


días y estaba fuera, así que él solo le dijo que tenía un congreso y
aprovechaba que era agosto para ir, se pensaba que él estaba en Francia,
aunque realmente pocas explicaciones le debía ya, solo aguantar hasta ese
puto cuatro de octubre, un día que no se me iba a olvidar en la vida.

Por momentos ya fueron apareciendo las sonrisas en nuestros labios,


hasta bromeábamos con todo y volvíamos a ser aquellas personas que
fuimos un día y sobre todo sin mentiras, al menos podía mirarlo a los ojos y
creer en él, cosa que pensé que jamás volvería a pasar.

El día se había hecho muy largo y decidimos cenar en su habitación del


hotel que tenía una preciosa terraza con vistas a la ciudad, era increíble, la
vi y me di cuenta de que la diferencia con la mía era abismal.

Mientras subían la comida fui a mi cuarto a ducharme y ponerme


cómoda, unas mallas ajustadas en color negro y una camiseta de tirantes del
mismo color, además cogí las zapatillas que había en el baño cortesía del
hotel y volví a la suya.

Me recibió con una sonrisa, estaba guapísimo con esa camiseta blanca y
su pantalón de deporte corto en color gris, estaba descalzo, con ese pelo al
aire y su olor, ese que me recordaba a los momentos vividos con él.

—Dame un abrazo —le pedí cuando entré y es que me salió del alma, lo
necesitaba, quería transmitirle que yo estaba ahí y que pasara lo que pasara
nos unía el sobrino que venía en camino, ese que pasaría a ser nuestro
ahijado.

No lo dudó ni un momento, me abrazó con una protección y ganas me


hicieron llorar, bueno a los dos se nos saltaron las lágrimas y terminó
besando mi frente con mucho cariño, creo que ni se atrevió a besarme los
labios, pero ahora mismo eso nos había quitado mucho dolor de dentro.

Trajeron la comida que consistía en unos kebabs durum especiales del


hotel que tenían una pinta bastante buena, con dos latas de Coca Cola Zero
y nos sentamos ahí mirando a la ciudad.

Esta vez nos zampamos la comida sin problemas, nos entró mejor y
reinaba una paz digna de valorar ya que había sido todo demasiado caos,
demasiado…

Nos dio ahí sentados hasta las doce de la noche que ya el sueño
comenzaba a hacer mella y sin decir nada me cogió me echó la mano por el
hombro para llevarme a su cama.

—Duerme aquí, por favor —dijo besando mi cabeza.

—No me pensaba ir a mi habitación —reí.

Y no, no me pensaba ir pues él se iba a quedar hasta el lunes y yo, yo


quería permanecer a su lado, cuidarlo un poco, algo me decía que me
necesitaba y realmente yo también a él, así que nos tumbamos abrazados,
yo con la cabeza sobre su pecho y así me quedé dormida, entre sus brazos y
pidiéndole al universo que, por favor, hiciera algo para ayudarnos a avanzar
juntos a pesar de lo complicada que tenía la situación hasta que llegara
octubre.
Capítulo 20

Me desperté y estaba mirándome sonriente, sonreí y me resguardé en su


cuello que besé con mucho cariño.

—¿Tienes hambre?

—Bueno, digamos que necesito mi café para volver a ser persona —reí.

En ese momento cogió mi barbilla con su mano y me besó los labios, yo


por supuesto lo seguí y terminamos ahí dejándonos llevar por esos
sentimientos que había entre nosotros y que eran realmente fuertes.

Me relajé, eso pasó que me relajé y disfruté de ese momento, sus manos
comenzaron a acariciarme por debajo de la camiseta y, poco a poco, fue
despojándome de mi ropa hasta dejarme completamente desnuda.

Me miraba con un brillo especial que me hacía sonrojar, comenzó a


juguetear mordisqueando todo mi cuerpo, lamiéndolo y terminando en esa
zona que tanto me gustaba que estuviera, hinchándola mucho más y
haciendo que mis gemidos no se pudieran contener.

Tras eso lo tiré hacia atrás y me fui a juguetear con su miembro, ese que
nunca había probado y que ya era hora que le hiciera tocar el cielo con las
manos y vaya si lo hice, llegó al orgasmo, pero apartándome para no
mancharme, encima tenía tacto, era todo un señor aunque echaba de menos
esa parte pícara de él, esa noche en la que los juegos me hicieron descubrir
una parte del sexo que me gustaba bastante.

Se aseó y volvió para colocarse entre mis piernas y hacerme el amor,


mirándome a la cara, con nuestros ojos perdidos en las miradas, como si
conectáramos con aquello que queríamos transmitir.

Luego nos duchamos entre abrazos, me enjabonó entera y jugueteó de


nuevo conmigo llevándome a otro orgasmo mientras el agua caía por
nuestros cuerpos.

Me puse un albornoz y esperé a que se cambiara. Luego nos fuimos a la


mía, para que yo me pusiera otra cosa, tras lo cual bajamos a desayunar y
después ir a perdernos por la parte antigua de la ciudad.

Mientras me cambiaba me miraba sonriente y con los ojos cubiertos de


deseo, me encantaba y no dejaba de toquetearme, le tuve que reñir pues así
era imposible terminar de vestirme.

Bajamos y nos sentamos en una terraza. El desayuno venía en una


especie de bandejas en varios pisos como si fuera una tarta, una pasada, ahí
había de todo y yo tenía un hambre que era capaz de comerme a un turco
empezando por los pies.

Parecíamos unos recién casados en plena luna de miel, era todo


atenciones, sonrisas y felicidad, juntos nos sentíamos plenos y esa era la
esencia que describía los sentimientos que había del uno hacía el otro.

Terminamos de desayunar y nos fuimos en taxi al Gran Bazar, ese zoco


que tantas ganas tenía por descubrir.

El Gran Bazar es un gran mercado conocido por ser uno de los más
grandes e impresionantes del mundo, con miles de tiendas y casi sesenta
calles, todo en la parte de la “ciudad vieja”, un lugar en el que perderte y
eso era precisamente lo que íbamos a hacer nosotros en cuanto nos bajamos
de aquel taxi y, cómo no. Martín pagó y es que con él, sacar la cartera era
como una falta de respeto, para eso estaba muy chapado a la antigua.

Yo me quedé loca al ver las cerámicas, alfombras, especias, telas, joyas,


prendas y todo lo que uno se podía imaginar y es que imponía y mucho ese
lugar, encima Martín preguntándome si quería todo lo que miraba.

—No porque lo mire significa que lo quiera —resoplé—. Me llama la


atención todo ya que es nuevo para mí —reí.

—Vale, vale —hizo un gesto con sus manos para que hubiese paz.

—Esto es como cientos de Cortes Inglés juntos —me reí alucinando con
cada paso que daba por aquel laberinto de calles llenas de tiendas.
Eso sí, qué pesados eran los comerciantes que casi te obligaban a entrar a
sus tiendas, pero para eso Martín tenía mucho temple y los cortaba rápido.

Era todo caótico, pero de lo más apasionante, al final me compró una


pulsera de plata vieja en una de las innumerables joyerías, me la quería
pagar yo, pero él no me dejó, bromeé diciendo que a la vuelta vería a la
mujer con otra puesta y él se echó a reír negando.

Había innumerables tiendas de imitación y todas parecían originales, era


increíble la copia que hacían de bolsos, chaquetas y prendas de marcas, pero
yo para eso era muy exquisita, o me compraba la marca, aunque no solía
usar muchas, o me compraba algo que no fuera de firma conocida, me daba
igual no ir de marca, pero de copias como que no.

Me reí lo más grande al ir esquivando a todos esos comerciantes que


hasta se peleaban por vernos entrar a sus comercios y a la hora del regateo
estaban bien aprendidos. Madre mía qué cabezones y cómo se enfadaban,
menos mal que Martín era muy rápido en ese sentido y si querían bien y si
no, ahí se quedaban, eso sí, nos decían en árabe de todo mientras nos
alejábamos y nosotros nos divertíamos mucho con aquella situación.

Compré tres fundas de cojines preciosas, bordadas y con unos colores


vivos, una para Daniela, otra para Mariola y la tercera para mí, así las
poníamos en el sofá de su casa. A mi hermana le compré una pulsera, bueno
todo eso terminó casi a hostias con él, pues lo quería pagar, pero no lo
permití, eran regalos que iba a hacer yo, así que yo pagaba.
Estuvimos toda la mañana perdidos por el bazar y luego a comer a un
restaurante que me quería enseñar.

De allí fuimos a un restaurante que tenía una terraza arriba con vistas al
Bósforo, era el estrecho que separa Europa de Asía y se veía impresionante
desde allí, esas aguas divisorias, era como un gran canal, aquello me llamó
mucho la atención.

Bueno y la comida, la especialidad de la casa era el pulpo, además de


unas gambas que probamos estilo pilpil y que no dejé de mojar pan en
ningún momento, ahí nos reímos ya que le conté lo de los otros días que
después de las lentejas me comí cuatro huevos con un montón de pan con el
que mojaba la yema.

La vida me sonreía y lo hacía por un momento, pero era ese instante que
yo quería retener después del sufrimiento que había tenido días atrás, ¿y
sabéis por qué? Por el brillo de sus ojos al mirarme, eso era el mejor
mensaje que podía recibir por su parte, el que me mirara como si yo fuera
su mundo.

Pidió una botella de vino para la comida, volvíamos a intentar ser


nosotros, me encantaba esa sobremesa agarrándome la mano por encima de
la mesa mientras disfrutábamos de esa copa, de nuestras charlas y sobre
todo sin tapujos, sin mensajes que le hicieran volver precipitadamente y
entendiendo que yo no era la otra ni una más, que yo era todo lo que él
necesitaba para ser feliz.
—Sabes, no sé qué pasará cuando volvamos, no tengo idea de nada, pero
gracias por venir a cambiar la imagen de todo y hacerme vivir estos
momentos que sin ti hubieran sido de lo más triste —dije en plan ñoña y es
que me sentía como una niña pequeña deseosa de gritar a los cuatro vientos,
que era la mujer más feliz del mundo.

—Va a pasar que voy a luchar por lo nuestro todos los días de mi vida y
que tú me vas a esperar hasta el cuatro de octubre que firme el divorcio y
grite al mundo entero que eres el amor de mi vida y para entonces, no
permitiré pasar ni un solo día sin ti.

—A la mierda Romeo y Julieta, esto es lo más bonito que escuché en mi


vida —mis ojos estaban brillosos y es que tenía ganas de llorar de felicidad.

—¿Sabes?

—Dime, tonto —mi tono era de una niña pequeña emocionada.

—No tengas miedo de nada, ahora ya lo sabes todo y te voy a cuidar


siempre, no te vas a tener que preocupar por nada, estaré a tu lado y no
enfrente, eso sí, me tienes que jurar que tendrás paciencia, pues no será fácil
estos casi dos meses que quedan hasta entonces.

—No te preocupes, estaré a la altura de todo, eso sí, como luego te


divorcies y te vayas con otra, te mando al otro barrio, hablando en plata, te
mato así sea lo último que haga con mi libertad —le saqué la lengua
mientras él sonreía y acariciaba mi mano.
—No lo haría por nada del mundo, eres todo lo que siempre soñé,
aquello que pensé que no existiría y aquí estás, demostrándome que existes
y que encima eres capaz de perdonar todo el dolor que te causé y que debí
haber evitado a toda costa.

—Mira Martín, como sigas diciéndome cosas me voy a poner a llorar


como si no tuviera nada más que hacer que eso, así que haz el favor y
cambiemos el tema —me sequé las lágrimas que me caían y él intentaba
secar con la yema de sus dedos.

—Está bien, quiero verte sonreír, aunque sinceramente verte llorar de


emoción es lo más bonito que he visto en mi vida —me hizo un guiño.

—Y ahora ese guiño que me pone toda…

—¿Toda qué? —carraspeó.

—Si lo sabes, ¿por qué me buscas la lengua? —carraspeé.

—Bueno, eso lo podemos solucionar luego —me miraba con esa


penetrante sensualidad que solo él causaba en mí.

—Luego solucionamos todo lo que quieras, pero ahora deja esos guiños,
¡por Dios! —le saqué la lengua.

—Bueno, y pensar que no me traje nada para jugar —hizo un carraspeo y


a mí me entró un cosquilleo que comenzó a recorrer todo mi cuerpo.
—Pues vamos a un sex shop y nos ponemos las botas —solté bromeando
y obviando que ahí no habría ese tipo de tiendas.

—Pues un momento —sacó su móvil, lo miró—. Ya tengo una localizada


y tiene muy buenas reseñas.

—¿Estás bromeando?

—No —giró el móvil y me la enseñó.

No me lo podía creer, me enrojecí como si fuera un tomate bien rojo, él


sonreía y volvía a guiñarme ese ojo y por su cara sabía que íbamos a
terminar en esa tienda y fue pagar la cuenta, salir, montarnos en un taxi y
pedir que nos llevaran a esa dirección, total, que en quince minutos
estábamos entrando a una impresionante tienda de productos eróticos de
calidad.

No exagero si digo que comenzó a coger geles de todo tipo y encima ni


me hacía caso con las preguntas, el leía el prospecto de las cosas y a la
canasta, además de coger bolas, pinzas para los pechos y un succionador,
todo eso sin contar que cogió un aparato que era un limpiador anal y yo le
dije que ni de broma, pero ni caso. También para la cesta, unas esposas, un
vibrador de varias posiciones, un dilatador anal y me estaba entrando un
mareo impresionante de pensar que todo eso iría para mí, además de unas
bolas de las que se perforaban en el interior, casi nada.
Eso sí, también cogió un montón de cosas que no me dio tiempo ni a ver.
Total, que pasamos por caja y la factura era más gorda que un vuelo por
Europa, casi trescientos euros que se dejó en la tienda, al chico solo le faltó
aplaudirle y comerle a besos.

De ahí nos fuimos al hotel, ni café ni hostias, las seis de la tarde y ya nos
íbamos a encerrar a su imperiosa habitación, eso sí, exigí que nos subieran
dos cafés para tomar antes de que comenzara aquel juego con el que me
había amenazado que duraría toda la tarde y parte de la noche. En fin, iba a
coger un dolor de todo que iba a flipar, pero es que me encantaba jugar con
él.

Casi me mata cuando paré a comprar un paquete de tabaco en la puerta


del hotel, pero es que me apetecía ese cafelito con un cigarro en la mano, ya
sabía que él detestaba el humo y todo eso, pero, ¡se iba a aguantar!

Nos tomamos el café en la terraza, mirándome a modo de riña.

—Deja de mirarme así, es solo un cigarro.

—Eso es veneno —levantaba la ceja.

—Es solo uno, sabes que no fumo, pero me apetecía.

—Te vas a librar porque ahora vas a pagar el cigarro bien caro —
carraspeó.
—A mí no me amenaces, ¿eh?

—No, solo te advierto.

—Pero vamos, esas cosas se hacen por la noche, no a plena luz del día.

—Qué más da, el placer es bueno a todas horas —se levantó y vi cómo
sacaba la bolsa y colocaba todo en una peinadora que había frente a la
cama.

—¡¡¡Me estás acojonando!!!

—Anda termina el cigarro y vente para dentro.

—Paso de entrar —comencé a reírme nerviosa.

—Si no entras voy a por ti —guiño de ojo de lo más provocador.

—A mí dime qué es lo primero que vas a hacer —me encogí de hombros


como advirtiendo que quería saber con qué es lo que iba a comenzar.

—Lo primero despojarte de la ropa, te quiero desnuda hasta mañana por


la mañana —decía desde dentro colocando todo como por grupos.

—Ya, ya y después…
—¿Te puedes dejar llevar? —dijo acercándose a la terraza, ya se había
cambiado y puesto cómodo, yo aún seguía con el mono vaquero que llevaba
de tirantes ese día con una camiseta blanca debajo de manga corta.

—Me estoy cagando viva —contesté bromeando.

—Por ahí vamos a empezar, una limpieza anal —me hizo otro guiño.

—Ni de coña, te lo digo ya, ni de coña —le señalé con el dedo.

—¿Puedes confiar en mí? —Arqueó la ceja.

—¡No! —exclamé riendo.

Me hizo un gesto cuando acabé el cigarro y entré, cerró la cristalera para


que el aire fresco de la maquina no se fuera y me metí en el baño a lavarme
los dientes.

Estaba sentado en la cama y cuando salí me apresó comenzando a


quitarme la ropa, yo me reía de los nervios y él negaba sonriendo además de
hacerme gestos para que me tranquilizara.

Me quedé desnuda ante él y me agarró la mano, me acercó a la mesa que


había en la parte de salita de la habitación y había puesto una almohada, con
los pies en el suelo me hizo echarme encima de ella, abrió un poco mis
piernas y mis caderas quedaron a ras de la tabla.
—Martín, dime qué me vas a hacer que me da cague —dije riendo por
los nervios que tenía.

—Ni que te fuera a hacer daño, solo relájate y déjame trabajar.

—Sí, sobre todo trabajar —reí.

—Contra más relajada estés antes acabamos con esta primera parte, y son
dos veces las que te tengo que hacer lo mismo, agárrate a la almohada y
relájate.

—Otra vez con relajarme, me estás poniendo nerviosa, de verdad.

Noté cómo puso en mi culo una crema y luego con sus dedos abrió las
dos cachas, una especie de cánula de silicona fue entrando hacia dentro y la
noté estar en mi interior.

—Vas a sentir que se te va llenando de líquido, en cuanto lo tengas todo


dentro lo saco y no te puedes mover en unos minutos.

Y lo fui notando entrar y tenía una sensación rara, no me dolía, pero era
raro sentir cómo se vaciaba algo en mi interior.

Se sentó a mi lado mirando hacia mí que estaba ahí tumbada sobre la


mesa y acarició mi pelo.
—Aguanta un poco y luego vas al cuarto de baño y lo sueltas, pero
aguanta un poco.

—Esto es una lavativa de toda la vida para los estreñidos.

—Claro, pero queda la zona bastante limpia, no es para tanto, quejica —


sonreía y yo lo podía escuchar.

—Esto es de coña —resoplé.

—Anda que luego verás que lo pasas genial —acariciaba mi pelo y luego
me hizo un gesto para que fuera al baño.

Joder, qué asco solté todo ese líquido, me limpié y luego hasta me lavé
en el bidé, luego volví y me hizo poner de la misma forma para repetir lo
mismo y terminar de limpiarme.

Cinco minutos y vuelta a echarlo y esta vez me duché entera mientras él


me esperaba para comenzar, como decía, a pasarlo bien.

Salí y me crucé de brazos contra el marco de la puerta, me reí, en el


fondo me encantaba esa situación en la que él jugaba y me hacía disfrutar
de ese juego tan morboso y excitante. Reconozco que me gustaba y mucho,
pero me daba un rubor que no podía evitar, era como si la vergüenza me
pudiera más que otra cosa.
Estaba apoyado contra la mesa y me hizo un gesto para que me acercara
a él y me rodeó con sus brazos, nos comenzamos a besar con pasión, entre
risas y miradas cómplices que dejaban entrever que eran parte del juego.

Me hizo tumbar en la cama bien arriba, estirando las manos hacia el


cabecero de forja donde me las ató con las esposas que había comprado,
luego me puso un antifaz en los ojos y fue una sensación de lo más extraña,
pero me gustaba sentirla, aquel juego al que me sometía no era más que el
producto de la satisfacción, el morbo y todo lo que sentía por él, así que me
concentré para disfrutarla al máximo.

Abrió mis piernas y reclinó mis rodillas, ahora sí que estaba expuesta y
dispuesta a recibir todo aquello que me quisiera dar, pero lo mejor de todo
es que yo sabía y sentía que él disfrutaba mucho con todo aquello, así que
quería vivir ese momento tan excitante y enriquecedor.

Noté cómo sus dedos con gel se iban adentrando en mi cueva para
estimularlo, yo gemí con el primer contacto, luego metió algo tipo silicona
que dejó acomodado ahí dentro.

Luego por detrás fue metiendo como una especie de silicona alargada
que dentro se iba acomodando y que comenzó a excitarme tanto que tuvo
que aguantar mis piernas para que no me moviera y empujarlo con su dedo,
pero fue peor, grité con más euforia y notaba una sensación de lo más
placentera e incontrolable.

Una vez dentro aquello comenzó como a derretirse, era increíble la


sensación, me tenía que aguantar para que no levantara mi cuerpo y yo
pensaba que iba a morir de placer, aquello era brutal.

—No te incorpores mucho, aguanta sin incorporarte.

—¡No puedo!

—Intenta que tengo que hacer una última cosa y no me dejas.

—¡¡¡Martín!!! —grité al notar que metía uno de sus dedos por detrás
mientras con su cuerpo y en medio de mí sujetaba mis piernas y pubis para
que no me moviera.

Su dedo comenzó a moverse por dentro y a extender aquel liquido espeso


que había dentro de mí, yo me estaba volviendo loca de placer y eso que me
molestaba un poco, pero estaba siendo algo que no me dejaba controlar,
solo quería moverme y gritar.

Noté cómo puso las pinzas en mis pechos después de untar un poco de
gel en ellos y vaya si dolían, pero a la vez era placentero como todo lo que
iba haciendo.

Pinzas puestas, todo por dentro bastante hidratado, me metió por atrás un
dilatador y lo dejó puesto, joder era una sensación que me hacía explotar
cuando de repente ese succionador comenzó a toda leche a aspirar mi
clítoris causándome una locura desmesurada. Él, me intentaba frenar con su
otra mano y como estaba en medio de mí, no me dejaba cerrar las piernas,
aquello fue unos momentos en los que jamás podría explicar lo que sentí
pero que llegué a uno de los orgasmos más brutales del mundo.
Caí desfallecida con aquel orgasmo que culminó entre chillidos y
queriendo levantar mi cuerpo, encima con las manos atadas, fue una locura
de las mejores de mi vida, eso sí, no me podía mover.

Me quitó las esposas y sacó lo de atrás, me dejó ahí tumbada con los ojos
tapados y las pinzas puestas en el pecho, no me podía ni mover, ni un poco,
pero no pasaron ni dos minutos cuando noté que me metía algo por la
vagina y ese algo comenzaba a vibrar lentamente.

—No aguanto más —dije resoplando.

—Sí, espera un poco, aguanta, disfruta que este momento también es


muy placentero después de haber desfogado.

Eso vibraba dentro de mí y noté cómo su boca se ponía entre mis labios y
comenzaba a lamer mi clítoris, ese que se hinchaba y comenzaba a arder de
nuevo volviéndome loca, aprovechaba para tirar de las cuerdas de los
pezones y yo, yo solo sabía que se debía de estar enterando todo el edificio
pues mis gemidos fueron a más hasta llegar de nuevo al orgasmo.

Desfallecí mientras él sacaba el vibrador y quitaba las pinzas de mis


pezones y también el antifaz. Yo no podía ni abrir los ojos, lo peor de todo
es que había comprado muchas cosas más, pero rezaba para que lo dejara
para el día siguiente ya que me quedé sin fuerzas, aquello había sido brutal
para mí.
Me comenzó a untar con cuidado una crema que me dijo que era para
aliviar y refrescar, yo ni le contesté no tenía ni fuerzas, me hiciera lo que
hiciera, ni me movería lo más mínimo.

Cuando me fui reponiendo nos metimos en la ducha y me enjabonó por


todas partes, hasta limpió mi interior anal y vaginal con una especie de
esponjas para eso, yo estaba flipando en colores, pero él tenía un temple y
una forma de hacerlo que te dejaba alucinando.

Salimos y paró, nos tomamos unos refrescos y luego ordenó la cena, eso
sí, yo estaba con una toalla envuelta, eso de vestirme nanai, que luego se
presagiaba que iba a tocar su parte.

Cenamos una ensalada y un pescado a la plancha, estaba riquísimo y yo


agotadísima. Él sonreía porque podía notarlo en mi cara y hasta me dijo
bromeando que luego sería benevolente y no me haría pasar por mucho, que
iríamos más a lo normal, con ese entrecomillado que me hizo y todo con sus
dedos.

Tras la cena nos tumbamos en la cama a charlar, yo de lado con mi


pierna sobre él y, por supuesto, él acariciándome por todas partes, pero en
plan masaje, eso sí, me advirtió que al día siguiente me daría uno con
aceites que me iba a encantar. Eso me gustaba más, molaba.

Terminamos haciéndolo antes de dormir, pero ya de forma más


sentimental como yo decía, mirándonos a los ojos, nada de darme la del
pulpo que ya me la había dado y con creces. Creo que, poco a poco, me iba
preparando para vivir momentos con él de lo más apasionantes y la verdad
es que yo quería vivirlos, quería sentir el placer de mil maneras y no me
daba ni el más mínimo pudor, me ruborizaba, pero luego lo disfrutaba como
una enana.

Tras hacerlo salimos un poco a la terraza a ver la ciudad en su esplendor,


por la noche era como si se avivara la ciudad y todo cobrara sentido, era una
maravilla digna de vivirla, además ese estrecho de mar ante nosotros en esa
avenida era pura magia y daban ganas de quedarse ahí mirándolo todo por
bastante tiempo.

Aproveché para hablar con mis padres que se alegraron de verme feliz y
eso que no sabían con quién estaba, se pensaban que estaba de parranda con
mis compañeros de tripulación, esos que me caían bien pero iban a su puta
bola, gracias a Dios pues yo prefería estar viviendo esto que no esperaba y
que me estaba llenando de vida, esa que estaba perdiendo justo antes de
venir en ese primer vuelo que me llevaría a esclarecer muchas de mis dudas.

Nos acostamos un rato después, me tumbé sobre su pecho que me daba


la calma y paz que yo necesitaba, ese que quitaba todos mis miedos, mis
dudas, que me devolvía la sonrisa que perdí de un día para otro pero que
ahora me daba cuenta que todo por lo que pasé mereció la pena y es que
algo tenía claro, no solo iba a luchar Martín por mí, también lo haría yo por
él…
Capítulo 21

Me desperté y vi que estaba en la terraza tomando un café y sobre la


mesa una cafetera que todavía echaba humo, así que fui corriendo a
inyectarme un poco de cafeína y, al verme, se le dibujó una preciosa
sonrisa.

Se acercó a darme un beso y servirme el café, es que no me dejaba hacer


nada el tío, para todo iba el primero.

—¿Cómo te sientes?

—Pues he dormido como una reina.

—Eso está bien.

—¿Sabes?

—Dime, preciosa.
—Me duelen hasta las cejas, estoy agotada —reí.

—Bueno, hoy te cuido y mimo —me hizo una caricia en la mano.

Tras el café nos pusimos a prepararnos ya que decía que me iba a dar una
sorpresa, así que me vestí después de maldecir la clase de ropa que escogí
para el viaje, si hubiera sabido que iba a estar aquí Martín, otro gallo
hubiera cantado.

Me peleé conmigo misma entre ponerme un vaquero elástico o, por el


contrario, un vestido largo de color rosa, chulísimo, de algodón, con escote
redondo, mangas muy cortas y una caída llena de falsos volantes. Una
cucada por la que me terminé decidiendo y con los zapatos de cuña, ya tenía
babeando al de la fe.

Un taxi nos esperaba en la puerta, nos llevó hasta un muelle de la parte


del estrecho del Bósforo y ahí un precioso barco de pasajeros nos recibía
para llevarnos a la parte asiática de Estambul, un recorrido en el que nos
sirvieron un buen desayuno mientras disfrutábamos de ese trayecto.

En esa parte del país es donde se fundó Calcedonia y Constantinopla y


siempre había tenido mucha curiosidad por ver aquel lugar, así que me
emocionó mucho el saber que ahí iba a ir a descubrirlo y de la mano de
Martín. ¡Casi nada!

Llegamos al embarcadero de Üsküdar y allí nos fuimos a perdernos por


ese barrio que era impresionante y en el que las mezquitas, los momentos de
oración y bullicio eran una mezcla de sensaciones de lo más extrañas y
llamativas. Estaba alucinando con aquella parte que tanto encanto tenía y
Martín no dejaba de hacerme fotos cogiéndome desprevenida.

Tenía la sensación de que era esa persona con la que estaría toda mi vida,
había pasado de no creerlo a ser al que le daba más fiabilidad, era como
pasar del uno al diez con tan solo esa conversación que me aclaró muchas
cosas que me mortificaban.

Paseamos por el mercado local, por ahí apenas había turistas, pero nos
encantaba ver la esencia de ese rincón donde sus lugareños iban a comprar
el pescado, la carne o la verdura.

Luego nos perdimos por las callecitas donde había mucho mercado
callejero, no era como el Gran Bazar que estaba a rebosar de turistas, aquí te
ibas encontrando a alguno que otro como nosotros y ya.

Fue un momento de esos que se te van a quedar para siempre en las


retinas, además Martín, tenía esa parte cómica en la que con sus gestos yo
lo entendía a la perfección y me entraron varios ataques de risa.

Me compré un pañuelo largo en rosa de un tejido que era de esos que el


tacto era para ponerlo en la cara y quedar dormida en él, era un foulard
largo para el otoño.

Nos fuimos un rato a pasear por la orilla del Bósforo de esa parte asiática
que tanto me gustaba, además se veían los pescadores con sus cañas e
incluso nos pusimos a hablar con algunos que nos explicaba algunas cosas y
parecían de lo más interesantes, eran personas ya muy echas a la pesca y
conocían ese rincón mejor que nadie.

Desde allí se veía la parte europea, era increíble, era una sensación de
esas extrañas donde puedes estar en dos continentes a tan poca distancia.

Me puse el pañuelo que había comprado sobre la cabeza, sin apretar,


dejado caer y echando uno de los extremos por el hombro del otro lado. Me
miré en el móvil y me veía preciosa, así que Martín que no paraba de
piropearme me hizo unas fotos y además ya me lo dejé puesto.

Seguimos caminando por la orilla hasta llegar a la zona de las famosas


teterías, eso sí, se notaba que estaban preparadas para el turismo, ahí sí que
se concentraba mucho de ello, pero no dejaba de ser igual de emocionante.

—No te quites el pañuelo, te queda genial.

—¿Te me has vuelto de esos? —pregunté bromeando.

—Para nada —rio—. De esos… —negó poniendo la sonrisa más sexy


del mundo.

—Bueno, de esos que les gusta que su mujer vaya con la cabeza cubierta
—volteé los ojos.

—Ya, pero a ti se te ve el pelo, no tiene nada que ver, te sienta bien como
complemento.
—Pues yo si tuviera un novio de esos no me importaría usar el pañuelo,
eso sí, los tendría de todos los colores y dibujos —reía bromeando, sabía
cuándo lo hacía.

—Yo si tuviera una novia que le gustara vivir en casa siempre desnuda,
también lo aceptaría —se encogió levemente de hombros.

—Bueno, tampoco te pases que tú no estás ahora mismo para muchas


novias —respondí moviendo la cabeza a modo riña.

—Es verdad, es verdad. ¿Y tú qué eres para mí?

—¿¿¿Yo???

—Hombre, otra no veo por aquí —se puso a mirar hacia los lados.

—Yo soy la que pondré orden a tu vida —solté una carcajada y él sonrió
con un brillo en los ojos, que me causó un cosquilleo tremendo.

Me gustaba esa parte bromista de Martín, irónica, un señor en la calle, un


perverso sexual a veces en la cama, me encantaba toda esa personalidad que
marcaba unos ritmos a nuestra vida que la hacía de lo más emocionante y es
que era mi alma gemela. Yo sabía que la era, me hacía transformarme y
sacar lo mejor de mí, bueno que también me hizo sacar lo peor, pero es que
se lo buscó solito por su mala decisión de callar algo que por poco nos tira a
un precipicio.
El té estaba delicioso, además mirando hacia el agua y la parte europea
de Turquía, aquello era una pasada, una verdadera pasada y con él, yo
estaba flotando, incrédula, viviendo cada momento y pensando que antes de
embarcarme en este vuelo no podía imaginar que la vida me demostraría
que Martín sí merecía la pena y que no era todo eso que se formó en mi
cabeza.

Eso sí, que yo le soltaba un montón de indirectas y el pobre todas me las


explicaba, en vez de reírse y pasar de mí, pero tenía aclaración para todo.
¡Si es que era más mono mi niño!

Me comenzó a explicar cómo conoció a Hannah, bueno a ver, lo


interrogué mientras tomábamos el té, le saqué todo con pelos y señales, él
con mucho talante y desde la tranquilidad me respondió a todo, además, me
salió el alma más cotilla y deduje de todo que él, llevaba mucho tiempo
siendo infeliz y que lo dio todo con mucho amor a esa relación, pero no
pudo ser. Ella era una egoísta que lo atrapó por una nacionalidad y status
que había conseguido y ayudado para sus tiendas online y por lo demás él,
no le interesaba.

Pero se sinceró, ahora llevaba una época conforme se iba acercando lo de


la separación en que Hannah parecía que lo quería recuperar. Lo había
intentado buscar sexual y cariñosamente, mucho, por lo visto, pero él ya le
dejó bien claro que no sentía nada. Había aguantado demasiado dolor,
desplantes y eso lo había destrozado, eso sí, hasta que me conoció que dice
que tal como me vio sintió que era el amor de su vida, que en un solo
instante lo había atrapado por completo y que sentía cosas que jamás había
sentido tan fuertes. ¿No era bonito eso?

Después de tomar el té nos fuimos a comer a un restaurante que había a


las orillas del Bósforo y que estaban haciendo un pescado espetado sobre el
fuego que tenía una pinta brutal y, este, que todo lo que saliera del mar se
convertía en su plato favorito, pues ahí que fuimos a probarlo y la verdad
que nos relamimos los dedos, nunca mejor dicho, estaban espectacular y
dejaban un sabor de lo más delicioso, a la brasa, casi nada.

Luego nos fuimos a pasear por otros barrios, aquello invitaba a hacerlo y
estábamos disfrutando de esa zona que ya era parte de otro continente,
vamos que para volar por primera vez podía decir que me había lucido
pisando ese trozo de Asia.

Pasamos todo el día allí, compré varias cositas para las chicas, mis
padres, hermana y cuñado, bueno, me iba matando con él, pero ya entendió
que me podía invitar a todo lo que quisiera, pero los regalos que yo hacía
los pagaba yo, así que lo aceptó a pesar de no dejar de insistir.

Regresamos en un barco viendo el atardecer, era una cosa que no me


esperaba y que me dejó sin palabras. Uno de los atardeceres más bellos que
había visto jamás, el cielo se vistió en unas tonalidades que era como un
regalo para nosotros de esos que casi te dejan sin aliento.

Antes de subir al hotel nos compramos un kebab que nos íbamos a comer
en la habitación con unos refrescos bien fresquitos.
Yo estaba agotada, me quedaba dormida cenando y él se reía mirándome
y es que ya no podía con mi cuerpo, habíamos caminado mucho, no
habíamos parado en todo el día más que para comer y para algún que otro
té, pero de nuevo nos íbamos a perdernos por allí, así que yo hoy no daba
para más. Solo necesitaba una buena cama, unos buenos brazos que me
arroparan y quedar dormida hasta el día siguiente, ese que por desgracia
regresábamos para la isla, pero no me daba pena, sabía que solo sería
cuestión de tiempo para que pudiéramos ser felices completamente y es que
yo confiaba en que lo nuestro no era una historia más, sino el comienzo de
algo muy bonito que perduraría en el tiempo.

Nos acostamos después de una ducha en la que casi me tuvo que sujetar
todo el tiempo, me caía porque no podía con mi alma, así que al final hasta
me acabó sacando él, mientras me miraba sonriente y yo lo observaba con
los ojos achinados, luego nos fuimos a la cama y me tiré sobre él, solo con
unas braguitas, no me puse nada más, piel con piel, no había mejor forma
de sentirlo mientras caía en ese coma del sueño.

Por la mañana amanecimos los dos con un calentón de dos pares, vamos
que nos faltó el canto de un duro para ponernos a esos precalentamientos
que tanto me gustaban, eso sí, hoy se levantó con su alma romántica.

Tras hacerlo bajamos a desayunar, las miradas y gestos de cariño en la


mano sobre la mesa lo decían todo, lo principal es que teníamos que
aguantar y que todo iba a estar bien, ese es el mensaje que leía en sus ojos,
que todo iba a estar bien…
Nos fuimos a pasear tras el desayuno y me compró una camiseta muy
chula en negra y con unas letras bordadas en rosa pastel que ponía Turquía,
pero no se veía como la típica de recuerdo de viaje, no, esta era buena y con
ese bordado muy fino y bonito, me encantó nada más verla.

La mañana se pasó volando y ya comimos y volvimos para el hotel, a mí


me recogían junto a la tripulación en un rato y a él lo vería en el avión ya
que iba en taxi.

Nos besamos y prometimos que íbamos a confiar el uno en el otro a


partir de ahora y que cualquier duda la hablaríamos. Jamás nos íbamos a
hacer un vacío como el que nos hicimos, prometimos que siempre
estaríamos juntos, no en frente el uno del otro.

Bajé y saludé a todos, ya íbamos con el uniforme y directos para el


aeropuerto.

Me salió una sonrisa preciosa al ver entrar en el avión a Martín y


saludarnos con esa educación y rostro de lo más amable, a mí me hizo un
guiño que una de mis compañeras hasta me hizo un gesto como diciendo
que había ligado. Si ella supiera…

Me puse a dar las indicaciones de emergencia y no lo podía ni mirar pues


no paraba de hacerme burlas y bromas con la cara, así que me estaba
haciendo pasar un mal trago de dos pares.

El vuelo fue de lo más divertido, no dejaba de pedirme cosas, de


murmurar otras fuertecitas para dejarme sin poderle contestar, yo solo
sonreía con amabilidad e iba a por lo que me había pedido.

Jamás en la vida me imaginé que mis primeros vuelos iban a ser así, el
primero sorprendente pues no lo esperaba y el segundo llena de sueños, de
felicidad, estaba que no cabía en mí.

Es cierto que saber que hasta octubre él no sería totalmente libre, me


daba mucha pena y un cierto dolor, pero el resto lo sopesaba y me hacía
sentir feliz, así que a pesar de estar llena de contradicciones también lo
estaba de esperanza y confianza.

Cuando terminó el vuelo quedamos que nos veíamos en la terminal, así


que cuando salí él estaba allí y me acercó hasta la puerta de casa de
Mariola.

Nos despedimos con un apretón de mano que me dio en señal de gracias


y de todo lo que sabía que me quería transmitir, así que le dije que
tranquilo, que todo iba a estar bien.

Subí a la casa y las niñas me recibieron a chillidos, aplausos y un montón


de cosas más, yo ya las tenía al tanto de todo porque me había estado
mandando mensajes con ellas mientras estaba en Turquía y sabían desde
que me bajé del avión allí, que en el vuelo iba Martín y luego todo lo que
fue pasando

Se volvieron locas con las fundas de los cojines y quitaron las otras que
había, además con todos los detallitos que le había llevado a ambas, así que
estaban como unas niñas chicas el Día de Reyes, eso sí, me hicieron
contarle todo con pelos y señales, estaban flipando.

Luego nos fuimos duchando para cenar, habíamos pedido pizza, así que
cuando ya me había duchado y estaba esperando a que llegaran llamé a mis
padres que estaban contentísimos de notarme tan animada y feliz, se creían
que todo era por ese primer viaje, así que se quedaron muy tranquilos.

Luego llamé a mi hermana que me puso la cabeza como un bombo con el


tema del embarazo. Madre mía, la que me esperaba a mí hasta que diera a
luz, aquello iba a ser la muerte a pellizcos lentamente.

Pero bueno, la entendía, además que yo sin estar embarazada estaba


viviendo un momento de lo más mágico, estaba pletórica, eso y saber que
junto a mi amor seríamos los padrinos de nuestro sobrino, ese que llevaría
sangre de los dos, ¿podía ser más especial?

Es verdad que me daba rabia que mi hermana tan pequeña se hubiera


quedado embarazada, pero conociendo a su pareja y la familia que
conformaban me hacía quedarme de lo más tranquila, sabía que todo iba a ir
bien y que no le iba a faltar arropo por ninguna parte.

Mariola me estuvo contando que la noche anterior fue con su chico a


cenar y que cada vez estaban más encoñados. Daniela bromeaba con que al
final Mariola se iría a vivir con él, yo con Martín y ella se quedaría con el
piso de Mariola feliz y tranquila. Nos hartamos de reír, la verdad es que
todo lo que se decía con broma tenía algo que ver con la realidad y que no
era otra que pintaba que yo en cuanto pudiera haría mi vida con él y
Mariola si seguía en esa línea también haría lo mismo.

La cena la pasamos riendo, bromeando y es que era un momento muy


dulce para todas, aunque la que lo tenía más difícil era Daniela, que pronto
se reencontraría con el italiano pero que todas éramos conscientes de que lo
tenían crudo, que aquella relación sería muy difícil de llevar ya que la vida
de él estaba en el mar y la de mi amiga como profesora aquí.

Nos dieron charlando las dos de la mañana y eso que Mariola trabajaba
al día siguiente, pero estábamos tan a gustito que no podíamos dejar de
charlar.

Yo me fui al cuarto y en vez de quedarme dormida, me puse a ver fotos


de esos cuatro días en aquel país, junto a él, viviendo la historia más bonita
de mi vida, sintiéndome feliz en cada minuto del día y es que él me daba
todo lo bueno que una persona puede añorar, así que aquellos días fueron de
esos que no puedes describir porque nadie lo podría sentir como tú. Hay
cosas que eran inexplicables y esta era una de ellas.

Ahora tendría que ver los días que me tocaba evento, comenzar una
nueva normalidad en la que esperar que él se pudiera escapar, vernos,
comer, encontrarnos un rato, hacer cosas juntos y quién sabe, acompañarme
en algún que otro vuelo…

Lo del tema de mi familia cuando le contara todo no me preocupaba,


sabía que con la verdad y los sentimientos entenderían todo y más que
conocían a esa familia y a Martín, además que les caía genial, pero eso sería
más tarde, cuando él estuviera separado, hasta entonces lo seguiría llevando
como el más valioso secreto, aunque eso sí, su hermano y mis amigas lo
sabían y algo de apoyo como que era. No era lo mismo que comerlo todo
día tras día a solas.

Y así es como estaba, de los nervios, esos que esa noche no me dejaban
dormir, era un ir y venir de recuerdos tan bonitos que me abrazaba a la
almohada intentando sentirlo a él, aunque eso era imposible.

Era el amor, en todo su estado más puro…


Capítulo 22

Se acercaba la fecha, esa que tanto había esperado desde que Martín me
confesó en Turquía las razones de su silencio al no contarme que estaba
casado.

Desde esos días que pasamos juntos, le fecha del cuatro de octubre
estaba señalada en rojo en el calendario en mi habitación y, según pasaban
los días, los tachaba cada noche como si fuera uno de esos presos de las
películas que cuentan los días hasta su libertad.

Así me sentía, esperando esa libertad que nos daría su divorcio, dejando
atrás estos meses en los que los encuentros habían sido a escondidas en su
apartamento de la playa los fines de semana.

Cada vez estábamos mejor, nuestro amor crecía cada día que pasaba y se
fortalecía, y para nuestra suerte no estábamos solos en todo esto.

Contábamos con mis amigas que nos apoyaban e incluso me servían de


coartada con mis padres y mi hermana, pues ellos no podían saber que
estaba saliendo con un hombre casado, al menos no por el momento.

Por otro lado, estaba Mateó, mi cuñado por partida doble, y es que al
saber todo sobre la relación que mantenía Martín conmigo, procuraba que
no tuviéramos que coincidir Hannah y yo en ningún sitio, por lo que solía
quedar con mi hermana y él, entre semana para cenar tranquilos.

Mi hermana, ya tenía los dieciocho y al final sí que se había ido de casa


de mis padres, pero para vivir con su chico y disfrutar juntos de ese bonito
momento que es la paternidad.

La barriguita de Romina iba creciendo, poco a poco, ya tenía dentro lo


que yo cariñosamente llamaba mi aceitunita. Estaba deseando conocer a mi
sobrino o sobrina y es que ya le quería con locura y eso que ni siquiera
había nacido.

El día que se mudó oficialmente a vivir con Mateo, quisieron hacer una
comida con ambas familias, pero mi cuñado, como siempre, medió por
Martín y por mí y dijo que mejor se hicieran dos, una con nosotros y otra
con su familia.

Cuanto menos estuviéramos Hannah y yo cerca mejor para todos, porque


con lo mala que había sido conmigo y con Rosauro, si se me ponía delante
le arrancaba hasta las uñas de porcelana que llevaba.

Rosauro y yo seguimos viéndonos en plan amigos, pero nunca le conté


que estaba con Martín, no queríamos que pudiera ver a Hannah y
contárselo, aunque estoy convencida de que nos habría guardado el secreto.
Lo mejor de este tiempo es que he seguido trabajando en algunos eventos
que me ofrecía Carmina, pero también he podido disfrutar de dos viajes
increíbles como azafata de vuelo.

Tras mi estancia en Estambul, de donde vine más enamorada si es que


era posible de Martín, tuve la oportunidad de conocer Londres.

Allí estuve sola, defendiéndome bastante bien con mi inglés casi


olvidado, paseando por sus calles de las que me traje unas preciosas
fotografías de recuerdo. Conocí y disfruté del famoso mercado de Covent
Garden, situado en el barrio que le da nombre y en pleno centro de Londres,
perdiéndome entre sus tiendas y puestos de comida y artesanía, todo con la
música de artistas callejeros que cada día acuden allí para amenizar la visita
de turistas y lugareños.

Ni qué decir tiene que compré en ese mercado muchos recuerdos para mi
familia y para mí.

Esos días fui una turista más, visité el exterior del Palacio de
Buckingham, donde no perdí la oportunidad de hacerme un selfi con uno de
esos guardias tan serios que lo custodiaban. Pobrecitos, tanto tiempo ahí de
pie como si fueran estatuas.

Tampoco podía irme de ese rincón del mundo sin conocer la Abadía de
Westminster. La fachada es lo más conocido por todos, pero el interior
pocas veces lo han mostrado así que, tras pagar mi entrada como toda hija
de vecino, me adentré en ese precioso lugar del que no quería salir,
siguiendo con el audio guía cada rincón que visitábamos.

A pesar del paso de los siglos, la abadía aún conservaba aquellas


impresionantes maravillas decorativas y arquitectónicas.

Algunos de los rincones más destacables de su interior son Lady Chapel,


una de las capillas que conserva el soberbio techo y la zona de sillas del
coro, los Claustros o la Sala Capitular, pero, si un rincón puede decirse que
destaca de entre todos, ese es el conocido como Rincón de los poetas. Ese
lugar alberga las tumbas y mausoleos de los más grandes genios de la
literatura como Charles Dickens, William Shakespeare, Geoffrey Chaucer,
Samuel Johnson y Rudyard Kipling.

Otro edificio emblemático que quedó para la posteridad en mis


fotografías fue al archi conocido Big Ben, nombre que recibe la campana
que alberga el interior de la torre norte del Parlamento Británico, y donde
está el reloj más grande del mundo, con cuatro caras, que goza de una
famosa fiabilidad. Tal vez de ahí venga eso de “puntualidad británica”.

Lo último que hice antes de regresar a mi España natal, fue uno de los
cruceros que se ofrecen por el Támesis, un recorrido en el que se puede
disfrutar de las maravillosas vistas de una de las orillas a la ida y de la otra a
la vuelta, además de contemplar algunos de los edificios más emblemáticos
de Londres, como por ejemplo el Tower Bridge, ese puente levadizo tan
bonito que parecen las torres de un castillo.
Al volver de ese viaje Martín me esperaba en el aeropuerto. A pesar de
ser entre semana se las ingenió para recogerme y llevarme a casa de
Mariola, donde vivíamos las tres oficialmente y cenar conmigo.

Me echaba de menos, tanto o más que yo a él, y con el simple hecho de


tenerle ahí, escuchando todo lo que había visto en Londres y las fotos que
traía de cada uno de esos maravillosos rincones, ya valía un mundo para mí.

Me costó despedirme, pero nos quedaba poco para vernos y pasar uno de
esos fines de semana en su apartamento donde, como aquella primera vez
que me llevó, cocinaría para mí, me haría el amor de la manera más dulce y
romántica y se dejaría llevar de esa forma salvaje que tanto nos gustaba a
los dos.

En el tiempo que había transcurrido desde que volvimos juntos de


Turquía, no había habido una sola semana que no me enviara algún regalo a
casa de Mariola.

Empezó con flores un día y bombones al siguiente, pero hubo una


semana que recibí todo lo necesario para una noche de esas con cena y final
entre las sábanas.

El lunes recibí un precioso vestido rojo, entallado, con un solo tirante en


el hombro izquierdo. El martes, unos zapatos negros y un bolso a juego. El
miércoles fueron un conjunto de pendientes y gargantilla de oro blanco. Y
el viernes, un modelo de lo más sexy de lencería roja que pedía a gritos ser
arrancada del cuerpo.
Mis amigas alucinaban y yo, más todavía.

Cuando llegó el viernes por la noche, Martín me recogió para llevarme a


su apartamento, ese que se había convertido en nuestro rincón favorito de la
isla donde podíamos ser solo él y yo.

Al verme sonrió, y no era para menos, pues el vestido me quedaba de


escándalo.

El llevaba traje, pero sin la corbata que utilizaba para el trabajo, y me


gustaba verle así, un poco más informal.

Aquella noche me esperaba la cena preparada en el salón, con velas y


una música de fondo que me dijo que era blues. Sonaba tan calmada, tan
sensual, que todo el ambiente era de lo más especial.

Ni qué decir tiene que después de una deliciosa cena y algunas copas de
champán, nos dejamos llevar por esa música que aún nos acompañaba e
hicimos el amor con calma, sin prisa, pero sin pausa, hasta acabar rendidos
y abrazados, despertándonos así a la mañana siguiente.

El viaje de trabajo en septiembre fue a Praga, la capital de la República


Checa.

Como siempre, salíamos el viernes de España y regresábamos el martes,


por lo que me despedí de Martín la noche del jueves que le pedí que viniera
a cenar a casa, Mariola se había ido con su chico y Daniela con sus padres,
y todo para dejarnos un poquito de intimidad.
El vuelo fue tranquilo, como los anteriores, la llegada al hotel lo mejor
de todo, pues estaba deseando quitarme el uniforme y los zapatos.

En recepción nos hicieron el registro, la entrega de llaves y tras


despedirme de mis compañeros subí al ascensor visualizando ya mi
habitación.

Cuando abrí la puerta me quedé en shock. ¿Nos habían dado una suite en
ese viaje? Miré el número de habitación que había en la puerta, luego el de
la llave que tenía en la mano. Revisé el pasillo a un lado y a otro y ninguno
de mis compañeros aparecía por allí.

Entré para hablar con la chica de recepción y cuando le dije que debía
haber una confusión con mi habitación, acabé gritando del susto cuando
noté unos brazos que me rodeaban la cintura.

En cuanto escuché la risa de Martín, se me pasó el susto y el grito fue de


alegría. Vamos, que se me cayó el teléfono al suelo y me lancé a sus brazos
para colgarme de su cuello como una monita a su padre.

—Pero, ¿qué haces aquí? —le pregunté y él solo me besó.

Uno de esos besos que decían todo cuanto necesitaba saber. Me abracé a
él como si estuviera soñando y no quisiera despertar, hasta que me pidió
que me cambiara de ropa para bajar a cenar.
Mientras cenábamos me dijo que quería darme una sorpresa, y vaya si
me la había dado, que ya estaba él allí cuando yo llegué. Había ido en un
vuelo anterior al mío, habló con los del hotel y les pidió que me dieran la
llave de la suite, así que eso había hecho la pobre muchacha que se llevó el
grito del susto en todo el oído.

Me dijo que le apetecía mucho pasar un fin de semana conmigo en


Praga, recorrer sus calles cogido de mi mano y sentirse libre de miradas que
pudieran reconocernos.

Y es que allí, en aquel lugar del mundo, podíamos ser solo Martín y
Olivia, sin tener que escondernos como dos adolescentes a quienes no les
dejan amarse.

Después de cenar nos fuimos directos a la cama, yo estaba agotada del


vuelo y quería descansar para poder hacer algo de turismo al día siguiente,
así que fue lo que hicimos.

La mañana siguiente tras una ducha, algo de ropa cómoda y un señor


desayuno para coger fuerzas, salimos a conocer la ciudad.

Yo quería ver el Castillo de Praga, así que cogimos un taxi que nos llevó
allí y pude contemplar su belleza a pesar de los años que habían pasado
desde su construcción.

En la visita al castillo pudimos ver algunos de los edificios que lo


rodeaban, como la Catedral de San Vito, el Antiguo Palacio Real o la
Basílica y Convento de San Jorge. Todo aquello era tan extenso que
necesitamos la mañana entera para visitarlo, paramos a comer y después
fuimos a visitar la Plaza de la Ciudad Vieja.

Esa plaza es lo más conocido de toda la ciudad, llena de coloridos


edificios barrocos, así como iglesias góticas además del precioso y
magnífico Reloj Astronómico, que deleita a turistas y lugareños con un
espectáculo animado cada hora.

Martín y yo nos sentamos en la terraza de una las cafeterías de la plaza


desde donde podíamos disfrutar de ese espectáculo.

En cuanto la manecilla del reloj llegó a la hora en punto, las figuras que
adornaban la fachada comenzaron a moverse. Esas figuras son conocidas
como el Turco, la Avaricia, la Vanidad y la Muerte, siendo esta última
representada por un esqueleto que al tirar de una cuerda macara el inicio del
desfile de las figuras de los doce apóstoles que tiene lugar en las ventanas
superiores del reloj.

Tras el café decidimos subir a la torre del reloj ya que es una visita
permitida, y dese ahí arriba contemplamos no solo la Plaza de la Ciudad
Vieja, sino la ciudad al completo. Era precioso, digno de fotografiar.

Paseamos por la zona y paramos en las tiendas de souvenirs a comprar


algunos recuerdos, me había gustado tanto el reloj que me llevé una réplica.

Regalos para la familia y amigos y nos fuimos al hotel a ducharnos y


cambiarnos para salir a cenar a algún restaurante de la zona.
La noche anterior apenas si había tomado una ensalada y algo de pescado
para cenar, y ese día en la comida preferimos comprar unos bocadillos, así
que para esa cena me había propuesto probar algunos de los platos típicos
de Praga.

Chlebicky para compartir, que consistía en pequeños canapés variados,


Goulash para los dos, un plato de carne de vacuno especiado acompañado
de cebolla, pimiento y pimentón, y de postre Palačinky, que eran unas
crepes rellenas de helado, fruta asada o mermelada. Probamos los tres, que
tenían una pinta de lo más rica.

Después de cenar volvimos al hotel y, esa noche sí, nos entregamos al


amor seducidos por el ambiente que nos rodeaba en ese bonito lugar.

A la mañana siguiente paseamos por las calles disfrutando de las


inmejorables vistas que nos regalaban todos y cada uno de los edificios por
los que pasábamos.

Pero lo mejor del día fue cuando cruzamos el Puente Carlos, el más
viejo de Praga y que atravesaba el río Moldava y te llevaba de la Ciudad
Vieja a la Ciudad Pequeña.

A lo largo del puente, a un lado y otro, había un total de treinta estatuas,


en su mayoría réplicas exactas de las originales que se encontraban en el
Museo Nacional de Praga.

Además, por allí había varios puestos de artesanía, así como algunos
artistas callejeros. Paramos en uno y le pedimos que nos hiciera una
caricatura, de modo que en ella aparecieran el puente, el castillo y el reloj
que habíamos visitado esos días. Quería un recuerdo divertido y romántico
que llevar conmigo de vuelta a España.

—Pide un deseo —me dijo Martín, en un momento que paró en el


puente.

—¿Un deseo?

—Sí, verás… Cuenta la historia que desde este lugar fue arrojado al agua
San Juan Nepomuceno, de quien es esta estatua, que fue la primera en ser
colocada en el puente —comentó señalando la que teníamos a la izquierda
—. Dicen que, si se pide un deseo poniendo la mano izquierda en su base,
que es lo que conocen como la representación de su martirio, el deseo será
concedido.

Y allá que fui yo, igual que él, a poner la mano izquierda sobre el santo,
cerré los ojos y pedí mi deseo. Uno que, por supuesto, no iba a revelarle, y
anda que no insistió en ello.

—Si me cuentas el tuyo, te cuento el mío —decía, y yo me negaba entre


risas.

El regreso a España fue, como la primera vez que viajamos juntos por
decirlo así, una amarga despedida.

Volvíamos a la isla, a nuestros días de vernos a escondidas en su


apartamento los fines de semana.
A llamarnos cada mañana para darnos los buenos días y al llegar la
noche para desearnos un buen descanso.

A mi rutina de querer que los días pasaran más y más rápidos, a ver
cómo las manecillas del reloj se movían tan despacio que lo único que
quería era que avanzaran.

Al acostarme recordaba ese viaja a Praga, la sorpresa que me dio en el


hotel, lo romántico que me pareció todo cuanto me rodeaba por el simple
hecho de que él, Martín, el señor notario de mis amores, estaba a mi lado.

Quedé con mi hermana algún día que otro para vernos las dos solas y
comprar las cositas para el bebé. Martín y yo habíamos hablado que, como
padrinos, les regalaríamos la cuna y el carricoche, cosa que Mateo le dijo a
mi hermana y ella nos llamó a los dos, el mismo día, sin saber que por ser
sábado estábamos juntos.

La relación con mi hermana pequeña había vuelto a ser aquella de años


atrás, cuando no era una adolescente cabreada con todo el mundo por el
mero hecho de existir.

Volvía a tener a mi Romina, a la niña que había crecido tanto en tan poco
tiempo y que cada día estaba más guapa con el embarazo.

Hasta su amigo Abel, nos acompañaba algún día y se convirtió en uno


más de nosotras en cuanto cogió un poquito de confianza conmigo.
Charlábamos de chicos y de intimidades con total naturalidad los tres.

Y sí, por fin la fecha del cuatro de octubre estacaba cada vez más cerca.

Deseaba que llegara ese día con todas mis fuerzas, pero por otro lado
estaba nerviosa. ¿Y si Martín no se divorciaba? O, peor, que lo hiciera, pero
me dejara a mí también porque tan solo había sido alguien con quien
divertirse tras esos dos años en los que dijo que no mantenía ningún tipo de
relación con Hannah.

Me comía la cabeza de la manera más absurda, ya que de no querer estar


conmigo, no se habría molestado en viajar hasta Turquía para explicarme su
situación, como tampoco se habría presentado en Praga, donde viví el fin de
semana más bonito de estos últimos meses juntos.

Allí no nos escondíamos, nos cogíamos de la mano y nos besábamos


cuando queríamos.

No nos preocupaba ni atormentaba el hecho de que pudiéramos


cruzarnos con alguien que nos conociera y le fuera con el chisme a la bruja
del cuento. Esa es Hannah, por cierto.

Mi vida estaba en la isla, de eso no tenía duda, pero seguiría volando


donde el trabajo me llevase y, si podía hacerlo alguna vez en compañía de
Martín, lo haría.

Disfrutaría de esos lugares mucho más puesto que, cuando el amor es tu


compañero de viaje, todo lo que ves es mucho más bello a tus ojos.
Capítulo 23

Día cuatro de octubre, el más esperado desde ese viaje a Turquía en el


que todo cambió en mi vida…

Esa mañana me levanté de los nervios, a las siete ya estaba en la cocina


con un café y un cigarrillo en mano. Imaginad cómo estaba y no sabía ni a
qué hora ni cuándo podría hablar con él y, peor aún, que ella se hubiera
puesto tonta, no quisiera firmar y que ahora comenzara una lucha legal,
esperaba que no, deseaba con toda mi alma que todo acabase cuanto antes.

Mariola se levantó y estuvo un rato conmigo desayunando antes de ir a


trabajar, no dejaba de darme ánimos ya que sabía que lo estaba pasando
mal, me daba mucho miedo de que nada saliera según lo previsto y es que
aquello sería un mazazo tan grande para los dos, que nos haría mucho daño.

La acompañé al trabajo y luego compré pan, subí y Daniela ya estaba


desayunando, me abrazó muy fuerte moviéndome hacia los lados y
diciéndome que me relajara que todo iba a salir bien, ojalá, pero hasta que
no lo viera, no me lo iba a creer.
Tres días había pasado desde que solo me había puesto un mensaje
escueto de que todo estaba bien y que me quería, además de que estaban ya
preparando todo para este día, eso me ponía más nerviosa.

Daniela y yo nos fuimos a comprar a la plaza, hacía falta verdura y


queríamos comprar pollo para cocinar una sopa que nos gustaba, así que
aprovechamos para que nos diera el aire, sobre todo, a mí que estaba muerta
de nervios y casi me costaba hasta respirar.

De ahí nos fuimos a la tienda de Mariola para invitarla a otro café, la


mañana era café tras café, veríamos cómo llegábamos a la tarde.

—Te vas a comer los muñones, hija. Y, ¡por Dios, para con la piernecita!

—Me va a dar algo, te lo juro Mariola.

—Para verla en la plaza, iba de un lado a otro y la tenía que frenar para
parar en los puestos. ¡No es normal! —protestó Daniela.

—Sí lo es, estoy esperando a que mi alma gemela me llame y me diga


que es libre.

—Joder, que romántica nos salió la niña.

—Daniela, tú te callas que con el italiano estás que parece que eres la
Julieta esperando una señal de su Romeo.
—También es verdad, pero reconozco que vuestra historia si sale bien es
un pedazo de historia de amor.

—¿Si sale bien? —grité, fulminándola con la mirada— Gracias por los
ánimos.

—No mujer… —reíamos las tres— Sé que saldrá bien, pero esperemos
que dé señales de vida y todo haya acabado.

—Te juro que cogía a Hannah y la revoleaba.

—Venga, vamos a pensar en positivo y, sobre todo, vamos a crear un


buen rollo que en nada tenemos noticias de él, y nos dice que ya la extraditó
—me pidió Mariola.

—¡Sí hombre! —reí— A esa ya no la extradita ni Dios, esa ya tiene


pasaporte que es lo que quería y su empresa que le va bien, cosa que yo me
alegro, así da menos por culo.

La verdad, que era un dolor de barriga lo que me estaba entrando, me


sentía el corazón acelerado, me sudaban las manos, tenía la sensación de
que iba a pasar algo que reventara todos mis sueños y eso, eso me ponía
muy mal. No sabía ni cómo no me había desmayado ya por el estado de
nervios que tenía.

Tras el café con Mariola y Daniela, nos fuimos para preparar la comida,
ese día hacía una brisa fresquita y eso que eran las doce de la mañana,
menos mal que me había echado una chaquetilla, pero la cara la tenía
helada. Daniela decía que era muy exagerada o debía de ser que me notaba
con mal cuerpo por todo lo sucedido.

El amor te volvía gilipollas, pero a mí me estaba volviendo tonta del culo


y sin remedio, no conseguía quitarme de la cabeza a Martín, ni quería, yo
deseaba ya que me llamase por teléfono y me dijera que era libre, entonces
es cuando podría respirar en paz y ser completamente feliz.

Nos pusimos a escuchar música mientras cocinábamos, eso sí, toda


animada pues de lo contrario me echaba a llorar, así que toda bachata, salsa
y de esas que nos hacían mover las caderas.

La sopa de pollo se puso a hacerla ella y yo unas croquetas de jamón y


queso que nos encantaban a las tres, Daniela estaba ese día sin clases pues
eran las fiestas del pueblo de al lado donde ella trabajaba, así que tenía un
puente desde el jueves, que fue el día anterior, hasta el lunes.

Mariola llegó a las dos y media y ya estaba la mesa puesta, sonrió al ver
que teníamos echa la sopa y las croquetas, decía que al final con tanta
charla y paseo, le haríamos a la prisa unas papas con huevos fritos que oye,
también estaban muy buenos, pero no fue el caso, hicimos lo acordado y ahí
estábamos las tres, disfrutando de una comida decente.

Nos dio un regalo a cada una, eran unos pantalones vaqueros de la nueva
colección, además me dijo que en breve hablaría conmigo pues la tienda
online estaba creciendo tanto que me quería contratar para que la llevara.
Eso me hacía ilusión, pues si la cosa iba bien con Martín, yo no quería
volar y menos irme por las noches a los eventos, quería un trabajo más
normal con lo que poder alternar mi vida junto a él.

La comida estaba espectacular y fue un poco terapéutica para esos


nervios que padecía sin tregua, solo quería una llamada o un mensaje, a esa
hora ya deberían de tener todo firmado y aclarado. Entonces, ¿por qué no
daba señales de vida?

Nos pusimos a recoger la cocina tal como acabamos de comer y sonó la


puerta, fui yo por inercia, no podía ser él, pues habría llamado primero
abajo al telefonillo, pero no, no llamó. ¡Era él! Martín, mi notario, con un
ramo de flores, una sonrisa preciosa, sus ojos llenos de felicidad y una
tarjeta en grande y abierta que ponía ¡¡¡SOY LIBRE!!!

Nos abrazamos con todas nuestras fuerzas y las chicas atrás aplaudían y
vitoreaban, joder que al final hasta nos echamos a llorar todos.

Preparamos un café y nos sentamos los cuatro en el sofá, por supuesto lo


comenzamos a interrogar sobre cómo había sido todo y nos frenó tantas
preguntas para contestarlas todas de golpe, así era el de la fe.

—Veréis, el martes ella habló conmigo y me dijo que se quería quedar la


casa donde vivíamos.

—¡Qué hija de puta! —exclamó mi amiga.

—Daniela, calla —le advertí—, deja que cuente.


—Pero la quería comprar, no que yo se la regalase. La verdad es que yo
ahí no quería vivir y pensaba irme al apartamento mientras compraba algo,
así que pactamos un precio razonable y el miércoles y estos dos días me han
estado haciendo la mudanza al apartamento.

—Pero vosotros habéis firmado hoy con los abogados, imagino que
ahora tendréis que ratificar cuando os llamen —preguntó Mariola.

—¡No! Los abogados ya tenían el acuerdo la semana pasada, hoy hemos


ido al juzgado ya que nos hicieron el favor de hoy mismo ratificar todo y,
cuando salimos, nos fuimos a la notaria de un compañero mío para que nos
hiciera la compraventa de la casa y que me la pagara, hoy se quedó todo
resuelto.

—¡¡¡Joder!! —Apreté mis puños con fuerza en plan de felicidad y


victoria.

—Eso sí, me la llevo —dijo refiriéndose a mí—. Así que prepara tus
cosas que te cambias de domicilio, ¡pero ya! Que no pienso irme solo —
carraspeó.

—¿A vivir contigo? —pregunté, entre incrédula y feliz por la sorpresa.

—¿Quieres que les pregunte a tus padres?

—No —me reí—. En diez minutos tengo las cosas listas, realmente
donde está todo lo demás es en casa de mis padres.
—Por cierto, mi hermano se encargó de citar a mis padres y a los tuyos
mañana en un restaurante, así no sospecharán nada, mañana le
comunicaremos todo a ellos, aunque mis padres saben que ya me divorcié.

—¿Mañana lo vamos a comunicar? —Mi cara era de asombro, pero


vamos que no me daba miedo ni nada, sabía que lo aceptarían.

—Ajá, y aligera, preciosa, que tenemos que hacer una buena compra para
el apartamento, no hay de nada.

—Ahora mismo, señor notario —mis amigas se echaron a reír y en sus


caras se reflejaba la felicidad del momento. Yo estaba como loca de
contenta por ver que por fin y, tras la espera, ya me iba con mi alma gemela,
esa que quería cuidar el resto de mi vida.

Me puse a saltar en la cama sin que nadie me viera, me iba a vivir con el
de la fe, con mi alma gemela, con ese hombre que lo era todo para mí.
¡Moría de amor!

Preparé todo y salí con una maleta y dos bolsones, no tardó en cogerlo
todo él, me despedí de mis amigas con abrazos y besos. Mariola me recordó
lo de su tienda online y me dijo con un guiño de ojo que era momento de ir
pensándolo.

Bajamos en el ascensor entre sonrisas, besos y una ilusión que no


podíamos con ella, pusimos todo en el maletero del coche y nos fuimos a
Mercadona, directamente, con un carro cada uno, en el de él íbamos
metiendo todo lo que eran botellas de agua, aceite, productos de limpieza y
en el mío toda la comida. Menos mal que, aunque era un apartamento tenía
un frigorífico americano de dos puertas y una alacena para la comida,
además de un mueble para los productos de limpieza, que la cocina tenía
huecos por todas partes.

De ahí nos fuimos a una carnicería pues en eso él, era especial y no
quería la del súper, quería la de un amigo suyo que decía que tenía la mejor
carne de la zona.

Compramos de todo, además él tenía unos tuppers especiales para


congelar y podíamos dejar reserva por un tubo para una buena temporada.

Cuando llegamos el conserje del edificio nos ayudó rápidamente, trajo un


carro para las maletas y ahí puso hasta la compra completa, estaba
preparado ya que eso era un edificio que normalmente era vacacional, pero
había mucha gente viviendo todo el año también.

Me encantaba sentir esa sensación de saber que ya no habría ninguna


llamada, ningún dolor de cabeza, ninguna preocupación, nada de lo que
tanto nos limitaba a vivir nuestra historia, esa que para mí era la más bonita
e importante de mi vida. Sabía que no podría nunca, jamás, amar a nadie
con la intensidad que lo hacía con él.

Él se puso a colocar toda la compra y yo con mi ropa en la que sería


nuestra habitación. Estaba eufórica y encima escuchaba la música que venía
del salón con Eros Ramazzotti y ya para qué, solo me faltaba explotar y que
salieran corazones de felicidad.
Me duché y salí con el camisón que me regaló la primera vez que estuve
en ese apartamento, al vérmelo puesto sonrió y me abrazó, luego fue él a
ducharse, yo me quedé preparando la cena.

Era viernes así que cuando salió descorchó una botella de Rioja,
brindamos por nosotros, por este día que era el comienzo para vivir con
total libertad lo nuestro.

¿Sabéis lo que es la transformación del ser humano? Pues esa es la que


tuvo Martín desde que lo vi ese día, era otro, era paz, amor, tranquilidad,
como en Turquía, pero elevado a la máxima potencia.

Cenamos unos sándwiches de pollo entre carantoñas, besos, mimos,


caricias, complicidad y un montón de cosas más que hacían que todo fuera
perfecto, y es que lo era, a su lado lo era. No me cabía la más mínima duda
de que, si la felicidad tuviera otro nombre, sería el de mi alma gemela:
Martín.

Tras la cena nos fuimos con un Gin-Tonic al sofá, lo pusimos en la mesa


y yo me senté con mis piernas entrelazadas a las suyas.

—¿Estas feliz? —me preguntó acariciándome la pierna.

—¿Eres bobo? ¡Pues claro! Hoy es el día más feliz de mi vida, ese día
que no voy a olvidar jamás y era lo que más deseaba del mundo. ¿Cómo no
voy a estar feliz? Es más, soy plenamente feliz.
Me besó con mucha felicidad, muchos besitos cortos y rápidos sujetando
mi barbilla para manejar mi cara a su antojo, ese que me hacía volar y es
que yo lo quería todo de él, pero esos besos… ¡Ay, esos besos! El mejor
regalo que la vida me podía ofrecer.

Nos quedamos así unas dos horas, nos tomamos dos copas y luego me
comenzó a desnudar, me dejó como a él le gustaba y que no era otra cosa
que completamente desnuda.

Sus ojos al mirar cada parte de mi cuerpo estaban cargados de deseo, me


tiró boca arriba a lo largo del sofá, con las piernas encima suya que seguía
sentado recto, así que tenía todo mi torso y mis partes bajas a su alcance,
jugueteando con mis pechos y mi vagina mientras me miraba con esos ojos
que desprendían sensualidad y esa sonrisa que me hacía disfrutar mucho
más.

Comenzó a juguetear con mi clítoris mientras me miraba viendo cómo


mis gestos comenzaban a pronunciarse más y es que a él, le encantaba
verme disfrutar de esa manera en la que mi cuerpo se dejaba llevar.

Grité cuando llegué a ese punto en el que todo estalló en mi cuerpo y caí
rendida de placer, el acarició mi barriga sonriente con ese brillo en la
mirada que desprendía felicidad y es que esa era la palabra en todo
momento.

Me subí en su regazo y lo hicimos así, mirándonos a la cara, frente a


frente y diciendo con las miradas todo aquello que nuestros labios sellaban,
fue un momento mágico. Hicimos el amor, ahí no había sexo en su puro
estado, era algo más que eso, era la conexión de dos cuerpos que se amaban
por encima de todo y de todos, éramos dos almas gemelas.

Tras eso nos fuimos a la cama, felices, ya nada nos iba a separar y para
colmo al día siguiente era sábado, teníamos todo un fin de semana por
delante…

Por la mañana despertamos entre besos y, cómo no, repitiendo la jugada


maestra, era algo que no podía faltar en nosotros, los deseos no dejaban de
arder y era esa sensación de quererlo tener dentro de mí, sintiéndonos uno.

Nos preparamos un buen desayuno y nos sentamos en la mesa que


dividía la cocina con el salón y es que no podía ser más feliz en esa casa, y
eso que solo llevábamos unas horas, pero yo es que a su lado lo era en
cualquier lugar, no necesitaba grandezas para sentirme en el paraíso.

Nos preparamos con tranquilidad y nos fuimos hasta el restaurante donde


se había citado a nuestra familia, mi cuñado nos avisó cuando estaban
sentados esperándonos y ya les había advirtió a todos de que Martín había
ido a recogerme a casa de mis amigas. Claro, por lo que nos dijo se habían
quedado tanto mis padres como los suyos y mi hermana a cuadros, vamos
que no era para menos.

Llegamos sonrientes, todos se levantaron a saludarnos, nos sirvieron las


copas de vino menos a mi hermana, ella por su estado no podía, nadie se
esperaba para lo que estábamos allí y fue Martín quién cogió las riendas y
habló.
—Bueno, he sido yo el que he querido reuniros a todos, a mi familia y la
que ya se convirtió en mi familia política —mis padres sonrieron con cariño
—. Como sabéis ya estoy separado, llevo más de dos años viviendo un
infierno por haber tomado una mala decisión que yo pensaba en aquellos
momentos que era acertada, pero me equivoqué, no la voy a culpar solo a
ella que me engañó, yo debí haber sido más listo y haber entendido que
había más conveniencia que otra cosa, eso me lo demostró el tiempo, pero
bueno, no se van a buscar culpables y ante la ley ya hemos firmado eso que
nos lleva a ser libres.

—Felicidades —dijo mi madre con esa sonrisa noble sin saber que la
bomba no era esa.

—Hace unos meses conocí a una persona maravillosa que tuvo que
aguantar en silencio todo esto que yo estaba atravesando hasta llegar a mi
separación, que fue ayer. A esa persona la tuve que esconder para
protegerla, vivimos un amor furtivo sin importarnos más que esperar a que
llegara ese día en que no nos tuviéramos que esconder más y poder vivir un
amor en toda regla, en toda su esencia, porque este sí es un amor de verdad,
como ella dice, somos almas gemelas.

—Qué bonito —mi madre no se callaba ni debajo del agua, y yo quería


ver la cara de cuando dijera mi nombre.

—Hijo, papá y yo te vamos a apoyar en todo —le aseguró su madre.

—Bueno, pues eso me alegra —levantó la ceja sonriente—. No os la voy


a presentar a ninguno.
Todos comenzaron a quejarse menos Mateo, que aguantaba la risa, la
soltaba, la volvía a aguantar y me hacía burlas por detrás, eso sí, no había
visto a mi padre más atento en su vida, al final me iba a salir un romántico
empedernido.

—Pero queremos conocerla —soltó mi hermana.

—Cotilla eres, hija… —le dije negando mientras reía.

—No se necesitan presentaciones, Romina, vosotros la conocéis más que


nadie y mis padres la tienen aquí delante —me echó la mano por el hombro
y la cara de todos era un poema y más aún cuando besó mi mejilla.

—¡Espera! —Se levantó mi hermana riendo y estirando las manos—.


¿Vosotros dos…?

—¡Siéntate! —grité riendo— Sí. nosotros dos.

Mi padre reía negando, mirando a la mesa, mi madre con las manos en la


boca, la madre de él se levantó a abrazarnos, su padre aplaudía feliz y mi
hermana diciendo que se iba a poner de parto la muy exagerada con todo lo
que le faltaba para hacerlo.

La aprobación y apoyo fue inmediata.


—Esperad, que aún no lo hemos contado todo, me toca hablar a mí —
reía casi sin poder decir palabra y eso que quería controlarme—. Desde
anoche vivimos juntos —sonreí y al mirar a mi madre comprobé que su
boca era una diana, la abrió tanto que debía caberle un vaso dentro.

Todos estaban felices, eso sí, mi hermana no dejaba de preguntar ya que


este tiempo habíamos quedado y yo aparecido con Rosauro, bueno, en
aquella mesa terminamos contando desde el día que nos conocimos, a sus
marchas constantes y rápidas dentro de la cita, al día que descubrí que
estaba casado en el cumpleaños de Mateo. Todos fliparon al saber que ese
día me enteré de todo y que fui sin saber que era el hermano del hombre con
el que estaba. También las salidas en parejas incluido Rosauro, al que utilicé
sin saber que me estaba utilizando, luego lo de Turquía, todo un recorrido
hasta llegar a cuando apareció ayer por casa de mi amiga con las flores y el
cartel de “libre”, a la noche que pasamos juntos por primera vez en este
comienzo de vida.

Ni qué decir tiene que mi madre y la suya acabaron llorando al


escucharnos, mi hermana solo hacía resoplar y ponerse la mano en la cara,
estaba incrédula por todo y es que sabía que eso le iba a ocasionar un shock,
pero no le había sentado mal, lo que sí le había jodido es que no le contara
nada, pero yo conociendo a mi hermana no me la pensaba jugar.

Tras comer y tomarnos el respectivo cafelito, nos despedimos no sin que


antes todos nos desearon mucha suerte y a mis padres se les veía felices
pues le gustaba esa familia y, joder, tanto quejarse y al final mi hermana y
yo habíamos acabado con un médico y un notario, vamos que contentos
debían estar sí o sí.
No lo decía por eso, ellos con alguien humilde y trabajador les bastaba,
pero claro, habíamos terminado con eso que ellos tanto nos pedían, unas
personas de carrera.

De ahí nos fuimos a pasear un rato, teníamos ganas de andar agarrados,


abrazados, libres, de una manera que antes nos habíamos cuidado mucho
pero que ahora no teníamos por qué hacerlo, así que era todo mucho más
bonito y especial, era como debía ser, todo el mundo debía vivir libre su
historia de amor pues cuando es una historia y no un capricho, todo florece
en nuestras vidas. ¿No era mágico eso?

Por la noche cenamos en un restaurante al que siempre me quiso llevar,


pero como lo conocía todo el mundo no se atrevía para no enfurecer a la
otra y como ya era libre, pues fuimos allí de cabeza, eso sí, la cara de todos
al vernos aparecer de la mano era un poema, sonrientes pero preguntándose
interiormente qué había pasado, pero bueno, a nadie le debía explicación,
que se acostumbraran a mi cara que era la que iban a ver a partir de ahora.

Hablamos lo de la tienda online de Mariola, le pareció una idea genial


que pudiera trabajar desde casa y me dijo que le parecía muy bien que
quisiera dejar los eventos, ya que siempre eran de noche y los vuelos, pero
que yo hiciera lo que quisiera, que siempre me apoyaría en todo, pero claro,
yo no me pensaba separar de él ni un día más.

Martín me dijo que comenzaría a buscar una casa grande con jardín, yo
le dije que tranquilo, pero él lo deseaba con todas sus fuerzas y ponerme un
despacho para que yo trabajara cómoda. ¿No era para comérselo?
Esa noche nos abrazamos con una paz aún mayor, no cabía en mí de
felicidad.

El domingo por la mañana lo escuché en la cocina, sabía que me estaba


preparando el desayuno, le encantaba cuidarme y ahora tenía todo el tiempo
del mundo para hacerlo, bueno menos por la mañana los días entre semana
que estaría dando fe.

Salí y me hizo un guiño de ojo con esa irresistible sonrisa, me tiré a sus
brazos y me lo comí a besos, es que no podía ser de otra forma.

Nos pusimos a desayunar y decidimos salir a comer más tarde, teníamos


ganas de ir a un lugar de carne a la brasa, a comernos unos buenos
chuletones, pero eso para luego, ahora estábamos disfrutando de ese
desayuno con unas tostadas de jamón, aceite y tomate que estaban de lo más
deliciosas.

Cuando recogimos la cocina nos fuimos a cambiarnos, eso sí, no sin


antes haber pasado por ese momento intenso y tan sensual que no podía
faltar entre nosotros, yo tenía las hormonas desatadas y es que notarlo
dentro de mí, era el placer más intenso y agradable que podía sentir.

Nos duchamos, vestimos y salimos a comer, aparcamos un poco apartado


para pasear un rato y fue gracioso porque pasamos por delante de una
joyería y yo me quedé mirando unas sortijas y alianzas que eran preciosas.

—¿Te casarías? —preguntó en tono bajo mientras yo seguía observando.


—¿Contigo? Ahora mismo.

—Es bueno saberlo —me echó la mano por el hombro y continuamos


andando.

Es bueno saberlo… Y se quedaba tan pancho el tío, me tuve que echar a


reír.

Durante la comida estuvimos charlando todo el tiempo sobre nosotros,


esa mañana me había llegado un mensaje de Mariola que decía que en
cuanto quisiera me incorporara, que tenía mi puesto para llevar la tienda
online, me puse a aplaudir emocionada.

—Mañana te voy a regalar un buen portátil —me hizo un guiño.

—No, no, me lo compro yo, tengo unos ahorrillos y para uno normalito
me llega.

—Ni de broma, he dicho que te lo regalo yo, y eso de que tienes unos
ahorrillos no lo vuelvas a decir, lo mío es tuyo.

—No, no, que yo no soy Hannah, lo tuyo es tuyo.

—No, lo mío es de los dos, es más, mañana voy a hablar con el banco
para que te emita una tarjeta de mi cuenta.
—Déjate de tonterías, que yo tengo la mía —le dije, algo enfadada,
porque nunca estuve con él por lo que tenía, ni lo estaría jamás, no era
ninguna aprovechada.

—Me estás entendiendo, por favor te lo pido, lo que hay en nuestra vida
es común y quiero que tengas tu tarjeta, cuando necesites comprar lo haces,
tanto personal como para la casa, pero quiero que tires de ella.

—No lo voy a hacer.

—Sí, sí lo harás, créeme que sí.

—No, y no me toques las narices.

—Te tocaré luego otra cosa —dijo mientras brindábamos con la copa de
vino.

Me encantaba que me viera como si fuera su mujer, aunque yo me sentía


así plenamente, era como estar con una tranquilidad absoluta con él y es que
mi corazón sabía que a la mujer a la que amaba era yo, con todas sus
fuerzas, con toda su alma y eso era capaz de transmitírmelo.

Tras la comida nos fuimos hacia el coche y luego nos vimos con mi
hermana y su hermano. ¡Todo quedaba en familia!

Además, al ninguno tener más hermanos esto se quedaría así, dos


familias unidas por los hijos, con lo que tendrán los mismos nietos, los
mismos sobrinos. ¿No era apasionante?

Volvimos al apartamento, a ese que ahora era nuestro hogar, ese en el que
éramos tan felices con este nuevo comienzo de vida y en que podíamos ser
nosotros, tal cual, en nuestra esencia, y es que, donde hay amor… ¡Nada
puede vencerlo!
Epílogo

No sabía qué hora era, pero tarde seguro.

El teléfono de Martín empezó a sonar, pero no, él no le hacía el menor


caso, así que yo menos todavía, solo faltaba…

Hasta que dejé de escuchar la melodía y volví a dejar que el silencio me


envolviera. La sensación de paz duró poco porque en ese momento fue mi
teléfono el que empezó a sonar.

Lo ignoré, paró y de nuevo el silencio.

Pero como se suele decir, qué poco dura la alegría en la casa del pobre,
pues ahí estaba de nuevo sonando mi teléfono y, como acompañamiento, el
de Martín.

—¡Por Dios! ¿Quieres coger el teléfono? —le pedí a él, porque yo no


tenía intención de contestar el mío.
Pero nada, que su teléfono dejó de sonar y tuve que cogerlo yo. Menuda
noche.

—¡Diga! —pregunté no muy amablemente, con los ojos cerrados y sin


mirar en la pantalla quién me llamaba.

—¡Olivia! —Al escuchar la voz de mi madre me incorporé abriendo los


ojos de golpe.

—Mamá. ¿Qué pasa? ¿Qué hora es?

—Hija, tu hermana, ¡que va a tener el bebé! —fue escuchar eso y


empezar a darle manotazos a Martín para que se despertara.

—Deja de pegarme, y de gritar ya de paso, duérmete —me dijo, por lo


que se ganó un señor porrazo en el hombro— ¡Joder! ¿Qué pasa?

—¡Que mi hermana se ha puesto de parto!

—¡Hostia, vámonos! ¡Date prisa!

Se puso de pie en menos que canta un gallo y yo le dije a mi madre que


la veía en la clínica privada en la que trabajaba Mateo, ya que sería allí
donde mi hermana daría a luz y es que el médico de la familia, o sea, mi
cuñado, no quería a nadie más para traer a su primer hijo al mundo que su
amigo, compañero y colega de profesión, el doctor Núñez.
La de criaturas que había ayudado a nacer desde que trabajaba en esa
clínica.

Nos vestimos con lo primero que pillamos, vamos unos vaqueros,


camiseta y zapatillas, y salimos pitando del apartamento.

Cuando me senté en el coche al fin miré la hora, eran las tres de la


madrugada, desde luego que mi sobrino tenía ganas de ver el mundo.

Llegamos poco después que mis padres y los de Martín, preguntamos en


recepción y nos llevaron a una sala de espera donde pasados unos minutos
vino Mateo a recibirnos.

—Hijo, ¿cómo está Romina? —le preguntó mi suegra, dándole un


abrazo.

—Gritando como una loca, así que le han puesto la epidural. Adela, si
quieres puedes pasar a verla un momento, que aún sigue dilatando. Bueno,
todas podéis pasar, pero de una en una. A ver si sois capaces de calmarla
que parece que me voy a casar con una descendiente de Satanás.

Reí ante las palabras de mi cuñado y es que, si mi hermana de por sí ya


tenía genio, no quería ni imaginarla en pleno parto.

Bueno, ahora la vería, pero antes que pasaran mi madre y la de Martín,


que habían vivido esta bonita experiencia dos veces.
Fui a la máquina a por café para todos, y es que la noche se presentaba
larga porque, aunque mi sobrino tuviera prisa por conocernos, su querida
madre todavía tenía que dilatar lo suficiente.

Mateo iba y venía de la sala de partos mientras nuestras madres hacían


compañía a Romina, hasta que salió mi suegra y fui yo quien entró a verla.

—¿Cómo está la futura mamá más guapa de la isla? —pregunté nada


más entrar y ahí estaba ella, sudando y respirando mientras le monitoreaban
las contracciones.

—¿Puedo decir que hasta el santo chochete o quedaría muy vulgar,


hermanita? —me preguntó en respuesta y yo no pude más que echarme a
reír.

—Romina, hija, de verdad, es que no te vuelves una señorita ni con tu


hijo a punto de venir al mundo.

—Olivia, hazme caso, no dejes que Martín te ponga su semillita que esto
duele un… ¡¡Aaahhh!!—Me acerqué a ella para calmarla, me cogió la mano
y apretó tanto, que juraría que me había roto algún hueso.

—Ya está, ya pasó —le dije cuando acabó la contracción— ¿Cada cuánto
las tienes?

—Ahora creo que son cada cinco minutos. De verdad, esto duele y la
epidural todavía no me ha hecho efecto.
—Hay mujeres que, aunque se la pongan siguen sintiéndolo todo —dijo
la enfermera que estaba allí vigilando a mi hermana.

—Pues qué suerte la mía, debo ser una de ellas —se quejó Romina.

Poco después entró Mateo y me marché para dejarlos solos, aunque le


dije que podía pedirme que le relevara cuando lo necesitase.

En la sala de espera mi madre y mi suegra estaban ya planeando la fiesta


de bienvenida de mi sobrino, o sobrina que al parecer nos había salido con
algo de vergüenza y no sabíamos el sexo.

Las horas iban pasando y allí los seis esperando a que la criatura llegara
al mundo. Hasta que a las siete de la mañana Mateo salió, sonriente, a
darnos la noticia.

—Es un niño —se le veían lágrimas de emoción en los ojos.

Le abrazamos, besamos y felicitamos, nos interesamos por mi hermana y


nos dijo que en cuanto nos avisaran podríamos subir a verla a la habitación
que le habían preparado.

Martín y su padre estaban encantados, pues una nueva generación


llevaría el apellido de su familia y, si todo iba bien, mi sobrino llegaría a lo
más alto de la medicina o del mundo del derecho notarial.
Mi padre se veía feliz, a pesar de que su hija más pequeña había ido
mucho más rápida que yo en estas cosas, estaba de lo más entusiasmado con
su primer nieto. Mi suegra y mi madre lloraban de alegría y no era para
menos, si hasta a mí se me escapaba alguna que otra lagrimilla.

Cuando al fin nos dijeron que podíamos subir a la habitación, entramos y


la estampa que nos encontramos fue digna de fotografiar, y eso mismo hice.

Mi hermana en la cama, mirando a mi sobrino que sostenía en su regazo


mientras mi cuñado los observaba a los dos embelesado.

—Esa es la mirada de un hombre enamorado —dijo mi madre llamando


la atención de los felices padres.

—Lo estoy, suegra. Primero me pasó con tu hija y ahora con tu nieto. Me
han robado el corazón los dos para siempre.

—Eso espero, porque con lo que me has hecho pasar esta noche… Tú no
me dejas por otra, ¿eh? —Mi hermana le señaló con el dedo y todos reímos
ante su amenaza a modo de broma, bueno, realmente yo era la única que
sabía que, de broma, nada de nada.

—Pero qué guapo es mi nieto —aseguró mi suegra al verle.

Y en ese momento mi sobrino, que estaba despierto y mirando todo a su


alrededor, fue pasando de mano en mano y recibiendo besos y achuchones
de toda la familia hasta que llegó a mis brazos.
Es cierto, el amor a primera vista existe y no tiene por qué tratarse del
amor que puedes sentir ante una persona que te pueda atraer, no, señoras y
señores.

El amor a primera vista es también ese que sientes cuando tienes delante
la personita más pequeña que has visto en tu vida, que se queda con los ojos
clavados en los tuyos y que al acariciarle la mejilla te coge el dedo y aprieta
con su diminuta manita tan fuerte como puede.

En ese instante sabes que, tanto si es tu hijo como si se trata de un


sobrino, harás cuanto esté en tu mano para cuidarle, le querrás con todas tus
fuerzas y procurarás que se sienta el niño más querido ya no del mundo,
sino del universo.

—Hola, guapísimo —susurré antes de darle un beso en la frente—. Soy


tu tía Olivia, y tu madrina también. Tú ahora no me entiendes, ni falta que
te hace, pero te prometo que me vas a tener siempre, para lo bueno y lo
malo, y que nunca voy a fallarte. Ya te quería antes de que nacieras, pero
ahora te aseguro que te quiero hasta el infinito, mi niño.

—Hermano —escuché que llamaba Mateo a Martín—, a mi cuñada le


queda el niño muy bien en brazos, así que a ver si os animáis y le dais al
pequeño Miguel, un primo.

—Cuñado, deja que disfrutemos de mi sobrino un tiempo, anda. Y, si ves


que se aburre, le das tú un hermanito, vaya —dije con la mejor de mis
sonrisas.
—Bueno, bueno, deja que me recupere de este, que ha dolido mucho —
se quejó mi hermana—. Aunque desde luego, cuando le ves la carita se te
olvida lo que has pasado.

—Y eso que me decías a mí que no dejara que Martín me plantara la


semillita…

—¡Chiquilla, no te puede una hacer un comentario! —protestó Romina,


con lo que todos nos reímos.

Martín se acercó, me pasó la mano por la cintura y me besó en la mejilla


antes de hacerle una carantoña a nuestro sobrino y ahijado.

—Yo voy a querer al menos dos —me susurró mientras el resto de la


familia charlaba con los recién estrenados padres.

—Lo vamos viendo, que no tengo prisa —le sonreí y él me dio un beso
corto en los labios.

Le entregué a mi hermana su precioso hijo y Martín y yo fuimos a por


unos cafés para todos, salvo para ella a quien le llevé un zumo de
melocotón y uva, su favorito.

Romina aún tenía que estar en el hospital unos días, así que acordé con
mi madre y mi suegra que las ayudaría a preparar la fiesta para recibir al
príncipe de la casa.
Nos marchamos todos menos Mateo y le dije a mi hermana que me
pasaría por la tarde con las chicas para que conocieran a mi precioso
sobrinito.

Se parecía muchísimo a Mateo, pero había algún que otro gesto de mi


hermana en esa pequeña carita.

Las chicas, mis amigas Mariola y Daniela, con quienes compartí piso
hasta que Martín quedó libre de su matrimonio y nos mudamos juntos a su
apartamento.

Poco después dejé la agencia de eventos y la compañía aérea, y empecé a


trabajar con Mariola llevándole desde casa todo el tema de la tienda online.

Su empresa había crecido como la espuma y además que, junto a su


chico, Héctor, todo era más a lo grande. Ella había conseguido ser muy
reconocida de modo que la tienda online debía ir acorde a la física, y ahí
estaba yo, que aparte de ir de vez en cuando a preparar los escaparates,
montaba unos virtuales para la web la mar de chulos. Mariola nos invitó una
noche a cenar para que conociéramos al hombre que la hacía sonreír cada
día más y la verdad es que era un tipo de lo más encantador, y enamorado
de la pelirroja hasta las trancas, vamos que a mí me olía a boda por mucho
que ella dijera que no.

Daniela, por su parte, seguía súper in love con su italiano, ese hombre
que nos presentó un día y… ¡Mamma mia! Como dicen los italianos.
Qué pedazo de moreno nos puso delante de los ojos, ¡por favor! Guapete,
simpático y además a ella la trataba como a una reina.

Lástima que todavía estuvieran manteniendo una relación a distancia,


aunque él estaba dispuesto a dejarlo todo por su española, y no creíamos
que tardara mucho.

Y es que al final sí que habíamos acabado las tres como imaginamos


aquella noche que yo regresé de mi primer viaje como azafata a Turquía.

Mariola y yo nos mudamos a vivir con nuestras parejas y Daniela se


quedó en el piso de Mariola. Solo esperaba que nuestra Garbo particular
pudiera empezar su vida en pareja con el italiano de sus amores lo antes
posible, que ya quería yo poder tener una cena de parejitas al mes con mis
dos amigas.

Cuando llegamos Martín se dio una ducha rápida mientras yo preparaba


el desayuno, él tenía que ir a trabajar a la notaría así que nos dimos tanta
prisa como pudimos y a las nueve y media estaba saliendo por la puerta.

Era mi turno, una buena ducha y a empezar la jornada.

Lo bueno era que mi oficina estaba en casa, de modo que si me retrasaba


unos minutos no había problema.

Mandé un mensaje en el grupo que tenía con las chicas para decirles que
oficialmente era tía. Miguel había nacido, fuerte, sano y era el bebé más
guapo que había visto en mi vida. Les mandé una foto y no tardaron en
contestar con esas frases que todo el mundo dice al ver un bebé.

Quedé con ellas para ir a ver a mi hermana si querían y dijeron que sí,
que le iban a llevar unos regalitos a mi sobrino y a Romina, así que seguí
trabajando.

Revisé todos los pedidos que nos habían hecho por la web, preparé los
albaranes y se los mandé a Mariola por e-mail, avisándola con un mensaje a
su móvil que contestó con un “ok, socia” como hacía siempre.

Y no, no era su socia ni mucho menos, sino una empleada más que
ganaba un sueldecito haciendo algo que me gustaba, pero ella insistía en
que éramos socias y no había discusión posible para rebatirla así que mejor
callar y no liarla.

Preparé la comida para que cuando llegara Martín estuviera recién hecha,
no me gustaba tener que recalentarlo después y menos si era un asadito
como el que había decidido poner para hoy.

Mientras se horneaba seguí en mi puesto de trabajo, mirando en las


tiendas de nuestros proveedores nuevos modelos de ropa, así como de
complementos para pedir que nos trajeran.

Lo bueno que tenía el ver lo que ellos ofrecían es que a cada tienda que
vendían les daban unos modelos en exclusiva, de modo que nadie tuviera un
mismo diseño que ofrecer a la clientela, sino que cada cual vendía calidad,
elegancia y exclusividad absoluta.
Mariola había delegado en mí hasta para eso, en que yo me encargara de
elegir lo que venderíamos tanto en la tienda online como en la física, así
que me lo pasaba como una niña pequeña vistiendo muñecas, y es que cada
proveedor contaba con lo que ellos llamaban un maniquí virtual, que no era
otra cosa que una mujer creada por ordenador a la que poner vestidos y
complementos que yo luego hacía pantallazo para tener bien las ideas de
mis escaparates virtuales y físicos.

Martín llegó puntual, como siempre, con el pan y la prensa, desde luego
que eso no había cambiado desde aquellos días en los que Daniela y yo le
seguíamos por la isla.

Sonreí al recordarlo y él lo hizo al verme. Se acercó, me dio un beso y


me ayudó a poner la mesa mientras yo servía el asado.

Charlamos del trabajo, de lo liado que iba a estar las próximas semanas
pues tenía varias hipotecas que firmar, así como constituciones de nuevas
empresas, y es que el trabajo de notario nunca faltaría.

—Esta tarde voy a ver una casa que me ha ofrecido un cliente que tiene
una inmobiliaria —me dijo mientras tomábamos café.

—¿Sí? Bueno, a ver si esta te gusta, porque no veas si me has salido


exquisito.

—No es por mí, y lo sabes. Quiero que sea la casa de tus sueños,
preciosa.
—Pero si no me dejas ni que vea las que has descartado. ¿Cómo vas a
saber si es la casa de mis sueños?

—Olivia, sé exactamente cómo quieres que sea tu casa sin necesidad de


preguntarte, o que tú me lo digas.

—Muy seguro te veo… —le dije entrecerrando los ojos.

—Lo estoy, te lo aseguro.

Me sentó en su regazo y empezó a besarme, y cuando mi notario se ponía


así… ya sabíamos cómo podríamos acabar, así que me resistí, un poquito,
pero al final me pudo el amor que sentía por él y las ganas de tenerle un
ratito para mí sola y nos dejamos llevar por la pasión del momento.

Martín me dejó en el hospital donde ya estaban esperándome Mariola y


Daniela, cada una con un par de regalos en las manos.
Subimos a ver a Romina y nada más entrar mi hermana se llevó las
manos a la boca por la sorpresa.

—Pero, ¿y esto? —preguntó.

Y es que Mariola había comprado un oso gigante de peluche con un lazo


azul en el que había pedido que bordaran, esa misma mañana, el nombre de
mi sobrino.
Y Daniela una de esas cunitas plegables que puedes llevar de viaje pero
que servía como parquecito para dejar al bebé donde la mamá pudiera
vigilarle.

Además de bombones y flores para ella.

—Pero qué guapo es, por favor —dijo Mariola— ¡Ains! ¿Me lo puedo
llevar a casa?

—Mira, pues no es lista la pelirroja, todo para ahorrarse el parto —


contestó Daniela.

—Mariola, pídele uno a tu empresario —soltó mi hermana, y mi amiga


la miró como si le hubiera crecido otra cabeza.

—No lo descarto, no te creas. Que ver estos meses cómo iba creciendo tu
barriguita…

—…te ha despertado el reloj biológico —acabé la frase por ella, que


sonrió y volvió a mirar a mi sobrino que dormía tan ricamente en su cunita.

Las chicas se interesaron por Romina, por cómo había ido el parto, si
repetiría a pesar del dolor, y ella dijo que sí, que al menos pensaba tener
otro porque no quería que creciera solo, eso le parecía algo triste y es que lo
había visto en su amigo Abel.
Y hablando del rey de Roma, que por la puerta asoma. El quinto
elemento de esta pandilla de lo más variopinta.

En cuanto entró se abrazó a mi hermana como si fuera la suya propia, mi


sobrino se había despertado así que su tito, cómo él mismo se había
denominado, le cogió en brazos y empezó a hacerle carantoñas.

—Miguelín, hijo —le dijo a mi sobrino—, menudo bombón vas a ser.

En ese momento entraba un enfermero para ver cómo estaban la mamá y


el pequeñín, y se quedó mirando a Abel con esa cara de interés que no nos
pasó desapercibida a ninguna, salvo al joven rubio y guapete que estaba
embobado con el niño en brazos.

—Bueno, como tu padre, que menudo tiarrón se lleva la petarda de mi


Romi —decía, sin darse cuenta aún de que había ligado.

—Mira que yo siempre he sido de morenos —soltó el enfermero y al


final Abel levantó la mirada y vio al muchacho, alto, de cuerpo atlético,
cabello castaño y ojos marrones, que le observaba como si quisiera
comérselo—, pero si fuera un rubio, no me quedaría precisamente con el
padre de Miguel.

Toma ya lo que acababa de decir, y sin cortarse un pelo.

Vamos, que le estaba tirando la caña a nuestro pequeño Abel y cuando él


se dio cuenta, se puso rojo como un tomate y volvió a mirar a mi sobrino.
—Ya te digo yo que, a mi Mateo, no me lo quita nadie, guapo —le dijo
mi hermana—, pero mira, Abel está soltero y buscando el amor.

—Pues ya somos dos —respondió el enfermero, guiñando un ojo, antes


de salir de la habitación.

—¡Abelito, que has ligado, criatura! —gritó Mariola, dando una palmada
y llevándose ambas manos al pecho, como haría una abuela emocionada.

—Anda, anda, qué voy a ligar yo. Ese tiene al que quiere detrás, o
delante, según sus gustos de cama.

—Hijo mío, pero, ¿no has visto cómo te miraba? —pregunté.

—¡Ay, Olivia! Que no, que ese igual solo busca una noche y yo…

—Tú eres un romántico como nosotras —le dijo Daniela—. Nada, ahora
le pedimos el teléfono al…

Pero no pudo acabar pues el enfermero volvió a entrar, con la merienda


de mi hermana, y de paso le entregó una nota a Abel con una sonrisa y ese
guiño de ojo que era de lo más sexy.

Abel seguía mirando la nota, sin abrirla, yo no aguanté más la


incertidumbre así que le quité al niño de los brazos y le dije que la leyera.
—Se llama Alex, viene su teléfono y… —Levantó la mirada, con los
ojos muy abiertos, y volvió a hablar— Dice que acaba a las ocho y que me
invita a cenar.

—¡Ole, ole, ole! ¡Que nuestra pichica ha ligado, niñas! —gritó Mariola.

—Que no, que no. Yo no voy… yo…

—Tú vas, desgraciado, aunque me tenga que levantar de esta cama y


arrastrarte yo misma a la puerta de la clínica con ese bombón, así se me
salten los puntos del chochete, ¿estamos? —dijo Romina, señalándole con
el dedo, así que al final el tímido de Abel acabó asintiendo.

Un rato después las chicas y yo nos marchamos, allí se quedó Abel que
le había mandado un mensaje a Alex pidiéndole que le recogiera en la
habitación de Romina y el enfermero le mandó un ok, junto al emoji que te
lanza un besito con forma de corazón, pero qué mono, por favor…

Volví a casa y hablé con mi madre y mi suegra en una videollamada


grupal por el ordenador, se nos había modernizado mucho nuestra Adela
desde que conocía a mi suegra, y acordamos vernos al día siguiente para
organizar la fiesta del pequeño Miguel.

Los días fueron pasando y finalmente mi hermana llegó a casa con su


retoño.

Estaba todo decorado con globos azules, blancos y verdes, una preciosa
guirnalda donde le dábamos la bienvenida a mi sobrino, un montón de
comida y unos deliciosos cupcakes que habíamos encargado en la pastelería
nueva que abrieron en la misma calle de la tienda de Mariola.

Mi hermana lloró al vernos a todos allí, con ese recibimiento a su


pequeño.

Abel se acercó a ella y cogió al niño en brazos para que mi hermana


pudiera abrazarnos a todos.

Abel, había venido acompañado de Alex, y es que el enfermero, que


tenía mi edad, se había quedado coladito por nuestro rubio particular.

Mariola también había venido con su chico, pero no podíamos decir lo


mismo de Daniela, aunque…

—¿Falta alguien más? —preguntó mi hermana cuando sonó el timbre.

—No, que yo sepa —respondió Mateo, que fue a abrir. Pero qué
mentirosos los dos, lo bien que disimulaban los puñeteros.

Y es que, todos en esa casa, a excepción de la interesada, sabíamos quién


llegaba, y además para quedarse en la isla.

Daniela estaba distraída colocando algunas fotos de mi sobrino en los


marcos que ella había llevado, así que no se dio cuenta de que su italiano,
ese que la tenía suspirando por las esquinas, acababa de salir al jardín.
—¿Me echabas de menos, amore? —preguntó Lucas detrás de ella.

Daniela se giró, se tapó la boca por la sorpresa y empezó a llorar,


haciendo que todas las mujeres presentes lo hiciéramos, incluso nuestro
joven Abel, lloró en brazos de su chico pues había estado viviendo estos
últimos meses la relación a distancia como todos nosotros.

—Pero, ¿qué haces aquí? Si esto… Bueno… Tú deberías estar en Italia.

—Ya no, nunca más. Mi sitio está aquí, contigo, en tu isla.

—¡Ay, por favor, Lucas! —gritó Daniela, lanzándose a sus brazos y


dándole un beso de esos de película.

Ver a mi amiga tan feliz y haber sido partícipe de esa sorpresa, no tenía
precio.

Cuando Lucas me llamó diciéndome que dejaba todo en su Italia natal


para estar con la mujer que le había conquistado meses atrás, lloré de
emoción. Le dije que el mejor momento para sorprenderla sería en la fiesta
de mi sobrino, así que hablé con mi hermana y mi cuñado y no se
molestaron ni un poco al decirles que íbamos a sorprender a nuestra
Daniela. Todo lo contrario, estaban deseando verla tan feliz como lo éramos
todos.

Un par de semanas después me llamó Martín por teléfono para decirme


que me recogería a las doce y media para que le acompañara a ver una cosa.
No me dijo más, así que me fie de él y punto, como siempre.

Cuando llegamos al lugar que me tenía preparado, juro que casi me da


algo.

Frente a mí tenía una casa de una sola planta, con fachada blanca y la
parte baja en piedra decorativa que era preciosa.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.

—Verla, como dices que nunca te enseño las casas que descarto, pues
quería que vieras esta, conmigo.

—¿La que te iba a enseñar tu cliente quedó descartada?

—Sí, no era la casa de tus sueños.

—Pues vamos a ver si esta lo es —dije atravesando la verja de entrada.

Había un pequeño jardín con algunas flores antes de llegar a la puerta de


la casa, que por cierto Martín, abrió con las llaves.

En cuanto entramos me quedé alucinada con el bonito recibidor. Fuimos


por él hasta una puerta a la derecha que resultó ser la cocina, amplia y
espaciosa con muebles en blanco y negro de lo más modernos. Seguimos
avanzando hasta la siguiente puerta, un aseo de lo más cuco.
Llegamos al salón y al ver que estaba completamente amueblado, con
todo lujo de detalles y además una preciosa chimenea de piedra en el centro,
me enamoré.

Tres dormitorios, todos con su cuarto de baño, una habitación que tenía
toda la pinta de poder ser un despacho y el jardín trasero que me terminó de
conquistar.

No solo porque tuviera piscina, sino porque desde ahí se podía ver el
mar, algo que siempre he querido que tuviera mi casa, como el apartamento
de Martín.

—¿Te gusta, preciosa? —preguntó abrazándome desde atrás.

—Me encanta, es perfecta para nosotros, si quieres mi opinión.

—Ya lo sabía, por eso… —Cuando me cogió la mano derecha con la


suya izquierda y dejó las llaves sobre ella, supe lo que eso significaba.

—¿En serio? ¿Es nuestra? —pregunté girándome para mirarle.

—Toda nuestra, en el despacho está la escritura de compra. Solo tienes


que firmarlo para que se lo entregue a nuestro notario —respondió
guiñando un ojo.

—¿La has amueblado tú?


—Con ayuda de las chicas y nuestras madres.

—¿Lo sabían todos menos yo? —grité poniendo los brazos en jarra.

—Quería sorprenderte y lo he conseguido.

—Martín… ¿Qué voy a hacer contigo?

—¿Mudarte a nuestra casa?

—Qué bobo eres…

Me abracé a mi notario contemplando el mar desde el jardín de nuestra


casa. Qué bien sonaba, “nuestra casa”.

Por mucho que él me hubiera insistido hasta la saciedad que el


apartamento también era mío, yo no lo veía así. Es cierto que prácticamente
lo habíamos estrenado juntos, pero seguía siendo algo que él había
comprado para estar fuera de esa casa en la que no era feliz con una mujer
que le amargaba la vida.

Desde luego bien que hizo en no querer la casa donde había compartido
y perdido años de su vida con una persona que no le aportaba nada, que solo
le quería por su propio interés.

—¿Cuándo nos mudamos, preciosa? —me preguntó sin dejar de


abrazarme.
—Pues como está para entrar a vivir… cuando tú quieras.

—Menos mal que traje algo de ropa, porque hoy pasamos el día en
nuestra casa. Hay que inaugurar algunos espacios… —susurró en mi oído
de ese modo tan sugerente que hacía que toda yo, me pusiera nerviosa y
excitada a partes iguales.

—Y, ¿a qué esperamos para empezar? —pregunté mirándole a los ojos


acabando con un mordisquito en mi labio inferior.

Eso hizo que el hombre que tenía delante liberara sus instintos,
cogiéndome en brazos y llevándome dentro de la casa donde, tal como
había dicho, inauguramos varios lugares de la casa, de la forma en la que
ambos disfrutábamos el uno del otro.

Unos días después estábamos oficialmente instalados en nuestra casa,


pero no nos íbamos a desprender del apartamento, ese se quedaba con
nosotros para poder irnos algún fin de semana a disfrutar de la playa que
teníamos al lado.

Estaba trabajando en el despacho cuando recibí la visita de mi hermana,


solía venir a menudo con el niño para estar conmigo, decía que echaba de
menos las discusiones en casa de nuestros padres, así que mientras nuestras
respectivas parejas trabajaban, nos hacíamos compañía mutuamente.

—Bueno, y el médico qué, ¿va a pedirte que te cases o viviréis en pecado


toda la vida? —pregunté mientras mecía a mi sobrino para que se durmiera.
—No lo sé, pero vamos que prisa no tengo y menos ahora con él tan
pequeñito.

—Bueno, siempre soñabas con una bonita boda.

—Sí, pero de momento puede esperar, un par de años tal vez —me dijo y
la vi muy segura.

—Nunca me dijiste cómo conociste a Mateo.

—La verdad es que no, y no tiene desperdicio la historia.

—Venga, va, desembucha.

—Vale, ya voy —respondió sonriendo y con las manos en alto—. Esa


noche habíamos salido Abel y yo, a él le acababa de dejar su chico y el
pobre estaba entre lloroso y cabreado con el mundo. Le dije una tontería, se
enfadó conmigo, me dio un empujón que me hizo trastabillar hasta que me
golpeé con la pared de la discoteca, Mateo lo vio y se lanzó a por él. ¡Pensó
que era mi novio! Cogió a Abel por el cuello de la camiseta y le gritó de
todo, hasta que vio que estaba llorando y le soltó. Me preguntó si me
encontraba bien, si necesitaba que me llevara a algún sitio, “a poner una
denuncia a este gilipollas, por ejemplo”, me dijo. Cuando le dije que era mi
mejor amigo al que acababa de dejar su chico, se puso entre rojo y blanco a
partes iguales. Se quedó charlando con nosotros un rato después de pedirle
disculpas a Abel y me dio su número, pidiéndome también el mío.
—Así que mi cuñado fue una especie de Superman esa noche.

—Podría decirse que sí. Cuando le dije que seguramente le parecería


muy joven para él, me dijo “prueba, no tienes nada que perder y puede que
mucho que ganar”. No me podía creer que un hombre como él, se hubiera
fijado en mí, le veía tan mayor, tan responsable.

—Pero te enamoraste, y él de ti. Y deja que te diga, que lo hizo esa


misma noche en cuanto te vio, antes de saber que Abel era gay.

—Eso dice su madre —respondió entre risas.

—Muy sabia, nuestra suegra.

—¿Te lo puedes creer? Las dos hermanas con esos dos hermanos.

—El destino, que pone a la persona adecuada en el lugar y momento


indicados para que sepamos que será nuestro compañero de viaje.

—Te pareces a mamá —se quejó con una sonrisa.

—Ya lo sabes desde hace años, no te sorprendas ahora.

Empezamos a reír y después de que mi sobrino tomara su ración de leche


de mamá, nos despedimos y se marchó de vuelta a su casa.
Yo tenía que organizar la cena que Martín y yo íbamos a dar en casa para
nuestras familias y amigos, así que me puse manos a la obra para apuntar lo
que aún me faltaba.

Tenía la mesa lista, la comida preparada para servir y solo me faltaba


arreglarme, pues Martín ya lo estaba.

Fui a darme una ducha y quitarme el olor a comida ya que había pasado
todo el día en la cocina, y cuando acabé me puse un vestido blanco de gasa
de lo más cómoda y mis sandalias de cuña.

Me sequé un poco el pelo, lo recogí en un moño despeinado y modernito


y bajé justo a tiempo para recibir a los invitados.

Estaban todos y cada uno de los que formaban nuestra pequeña pero bien
avenida familia.

En cuanto vi a mi hermana con el carricoche de Miguel, no pude evitar ir


a por él y cogerle en brazos. Era su tía favorita, eso ya lo sabía yo sin que él
me lo dijera, y la que le consentía en todo. La de peluches que tenía en su
cuarto, regalito de su madrina.

Quedaba poco para que le bautizaran así que ya estaba yo buscando


modelito para mí y trajecito para él, que me iban a dejar vestirle sí, o sí.

—Qué bien huele, cuñada —me dijo Mateo dándome un par de besos.
—Mejor sabrá, hijo —saltó mi madre haciendo que ambos nos riéramos.

Pasamos al salón donde la mesa estaba preparada y mis amigas, Mariola


y Daniela, se ofrecieron a ayudarme a servir todo.

Martín era el encargado de las bebidas, que el entendió en vinos


exquisitos y que maridaran bien con cada plato era él.

—Nos vamos a ir de crucero —comentó mi suegra, dándonos la sorpresa


a todos.

—No me habíais dicho nada, mamá —dijo Martín.

—Bueno, lo pensamos hace unos días, hemos estado mirando y hay


algunos que nos parecen interesantes. Lo que no queremos es irnos solos,
así que habíamos pensado que os podrías venir con nosotros Albano y tú.
¿Qué me dices, Adela? —le preguntó a mi madre.

—¿Nosotros, de crucero? Si no hemos salido nunca de la isla.

—Pues por eso, mujer. No hay que perder la oportunidad de conocer


mundo. Venga, decid que sí, que si me voy sola con este —dijo señalando a
mi suegro— me voy a aburrir.

—Gracias, por la parte que me toca —contestó mi suegro con una


sonrisa.
—No sé, eso debe ser…

—Mamá, os vais de crucero y punto —la corté yo, antes de que ella
dijera que iba a ser un viaje caro.

—Pero, hija, con el niño tan pequeño, si tu hermana necesita ayuda…

—¡Anda que no tiene tías y tíos el príncipe de la casa, Adela! —comentó


Mariola, mientras los aludidos asentíamos.

—Mujer, que todos deberíamos hacer un crucero al menos una vez en la


vida. Venga, anímate, consuegra —le pidió la madre de Martín a la mía, que
al final tras una mirada a mi padre acabó aceptando—. Pues listo, nos
vamos de crucero, niños.

—¡Ole, claro qué sí! —dijo Daniela, que había tenido la ocasión de ir a
uno con sus padres y allí encontró el amor.

Tras acabar de cenar y habiendo recogido la mesa con ayuda de Abel y


Alex, salimos al jardín con un par de botellas de champán para brindar a
modo de inauguración oficial de la casa.

Martín y Mateo, se encargaron de descorcharlas y cuando fui con la copa


junto a mi chico para que la llenara, me la quitó de la mano y se la dio a mi
cuñado.

—¿Qué haces? Ni que no me fueras a dejar beber esta noche.


—Tranquila, que después brindamos, pero, antes, quería hacerte una
pregunta.

Cuando le vi hincar rodilla en el suelo, sacar una cajita del bolsillo de su


pantalón y abrirla delante de mis ojos, grité por la sorpresa y me tapé la
boca con ambas manos.

No podía ser, no se iba a atrever a pedirme que nos casáramos si él se


había divorciado hacía unos meses.

—Olivia, cuando te vi aquella noche en el evento por primera vez, supe


sin ninguna duda que eras la mujer que me cambiaría la vida. Sí, estaba
casado y no te lo dije, te oculté cosas que lo único que harían sería estropear
nuestros momentos juntos y que se acabara todo, pero al final lo supiste
porque el destino quiso que nuestros hermanos se enamoraran, como lo
habíamos hecho nosotros.

Yo ya no podía contener las lágrimas, esas que caían sin control ninguno
por mis mejillas mientras Martín me sostenía una mano, dándome leves
apretones para que supiera que todo estaba bien.

—Te seguí a Turquía para explicarme, pensando que volvería solo, pero
lo hice contigo a mi lado, apoyándome en esos meses que aún me quedaban
para ser libre de poder amarte como merecías, y no a escondidas como si no
fueras más que una amante secreta. Nunca, jamás, fuiste eso para mí. Desde
el primer momento lo significaste todo, mi “felices para siempre”, preciosa.
Que hayas estado a mi lado, esperando a que llegara el divorcio, soportando
que no pudiéramos salir como una pareja normal y nos quedáramos
encerrados en el apartamento, es algo que te agradeceré siempre.

—Martín… —susurré secándome las lágrimas.

—Olivia, me has hecho un hombre tan feliz en tan poco tiempo, que
ahora soy yo quien quiero hacerte feliz a ti. Dime, ¿me aceptas como tu
marido? ¿Quieres casarte conmigo, preciosa?

—Sí, claro que sí.

Se puso en pie abrazándome, dándome un beso de esos que te dejan


alelada, y entre los aplausos y llantos de quienes nos acompañaban, Martín
me puso el anillo.

Cuando pude contemplarlo bien me quedé a cuadros, era el que había


visto uno de esos días en que paseábamos por la isla y me paré delante de
una joyería al verlo.

—Es el que vimos… —susurré, más para mí que para él, pero me
escuchó.

—Sí, ese día me dijiste justo lo que necesitaba saber para poder pedirte
algún día que fueras mi esposa.

Le besé, le abracé, y recordé cada momento vivido con el señor notario,


el de la fe como solía llamarle a veces, tanto los buenos como los malos.
Y es que… ¿Quién me iba a decir, que aquella primera noche, entre
copas de vino, Martín había llegado para poner patas arriba a Olivia y su
mundo?
Sonreirás cada día
A nuestras niñas, Las Chicas de la Tribu,
por cada día que compartís con nosotros,
por las risas que nos sacáis
y por el buen rollo que se respira en el grupo.

Que cada una de vosotras, se sienta la protagonista de esta historia.

Dylan Martins y Janis Sandgrouse


Capítulo 1

Entré por la puerta de mi casa con esa tristeza que daba un momento
como este, y es que hacía un mes que falleció mi madre y hoy había sido la
misa de esa fecha

Me había acompañado mi amiga Davinia, siempre había estado a mi lado


en lo bueno y en lo malo, cómo no, en un día como este no podía faltar.

Mi madre me había criado siempre y nunca me había hablado de mi


padre, solo me dijo que murió en nuestras vidas el día que conoció que
estaba esperando una hija y desapareció, no quiso saber nada.

Lo peor no era eso, ahora en su lecho de muerte, a unos minutos de irse,


me contó algo que no esperaba… Yo era adoptada.

Imaginad la cara que se me quedó y solo me dijo que me cogió de un


convento religioso de la ciudad, que era donde me encontraba, veintiocho
años atrás.
Desde ese momento me llené de preguntas que ahora azotaban mi
cabeza, y eso fue exactamente lo que me llevó a pedir un año de excedencia
en el hospital que yo trabajaba como doctora.

Unos días atrás fui al convento donde mi madre me dijo que me cogió
cuando era una bebé, había un mutismo impresionante sobre esos temas,
pero me dijeron que me llamarían en estos días para una reunión con la
madre superiora.

Quería intentar buscar la verdad y las respuestas a aquello que me había


enterado en su lecho de muerte.

Mi madre era una mujer de bien, siendo muy jovencita cobró una
herencia que era una fortuna, entre otras cosas la casa donde vivíamos, en el
centro de la ciudad, una casa que parecía un palacio de grande y que,
casualmente remodeló de nuevo poco antes de morir y la dejó preciosa
dejándose llevar por mi gusto.

La casa era en la que yo vivía ahora y siempre habíamos vivido, también


tenía otras que vendió justo antes de morir y que, por ende, yo había
heredado también una buena suma de dinero.

Realmente yo era la persona menos materialista del mundo y no me


gustaba derrochar, me podía comprar un capricho, pero ya, no era gastosa y
no lo iba a ser nunca. No es que fuera tacaña, ni mucho menos, pero yo
vivía una vida de lo más normal, no me podía quejar, mi sueldo de médica
era bastante bueno, y como me había quedado en una posición bastante
desahogada, decidí coger el año sabático para poder encontrar la verdad, o
al menos intentarlo.

Ya había sacado toda la ropa de mi madre que le di a la tía de Davinia,


dejé solo los objetos de valor de ella en su habitación, esa que por ahora
quería dejar intacta, tenía muchos dormitorios y la verdad que entrar allí me
causaba muchos recuerdos agradables.

Mi madre siempre había sido muy estricta con la educación y los


estudios, así como con los horarios, era una mujer que con esos temas jamás
se podía jugar o imponía unos castigos brutales: dejarme sin salir un mes,
por ejemplo, cosa que solo sucedió una vez cuando tenía catorce años, por
lo demás poquitos problemas le di.

Davinia era escritora, así que utilizaba su tiempo como quería, podía
contar con ella a menudo si me hacía falta, además era como esa hermana
que nunca tuve.

Por otro lado, tenía a Ismael. ¿Cómo explicar lo nuestro?

Llevábamos un año liados, digo liados porque no había otra cosa entre
nosotros, más que un rato de sexo cada cierto tiempo. Con él, descubrí un
mundo un tanto desconocido para mí y al que estaba enganchada por
completo, cosa que me daba rabia.

Ismael no creía en el amor, para nada, no llegábamos a intimar más allá


de aquellos encuentros fugaces en su casa, donde me dejaba llevar por esos
juegos que se traía conmigo y de los que yo, por supuesto, disfrutaba. Él,
me gustaba mucho, me atraía, pero tampoco estaba enamorada más que de
su forma de llevarme en ese terreno sexual. A Ismael, le gustaba hacerlo sin
limites, pero con tacto, tenía total confianza en él en ese sentido.

Davinia me mandó un mensaje esa mañana al poco tiempo de llegar a


casa, quería que nos viéramos para comer porque me tenía una sorpresa, a
saber, qué se le había ocurrido a mi loquilla, la pobre no quiso molestarme
en la misa.

Así que acepté encantada, nunca decía que no a un día con ella.

Me preparé para ir a nuestro restaurante por excelencia, ese regentado


por Samuel, Sam para nosotras, que cada vez que nos llamaba bellezas, se
nos caía la baba.

No sabía que habría hecho sin mi amiga en estos años, y es que la conocí
por casualidad. Compré un libro suyo que me encantó, de esos románticos
donde el amor todo lo puedo, con una protagonista que la pobre había
pasado las de Caín, pero con unas escenas eróticas y sensuales que te
ponían los sentidos a flor de piel.

La busqué en sus redes sociales, le mandé un mensaje privado, dentro de


mi vergüenza por no querer molestarla y, tras una charla, parecía que nos
conociéramos de toda la vida.

Me escuchaba, bueno, mejor dicho, me leía, me animaba y era capaz de


sacarme mil sonrisas.
Como ella decía, las horas que pasábamos con esas charlas no tenían
precio, para todo lo demás, Master Card.

Le conté muchas cosas que no había hablado con nadie, me desahogaba


con ella, y ella me habló de su vida.

Ahora tenía treinta y un años, habían pasado ya cuatro desde que nos
conocimos, y era madre soltera.

Lo que es la vida, que a los veintitrés años te pone a un príncipe por


delante para que acabe saliéndote rana.

El papá de su pequeña Valentina era piloto, a ella volar no es que le


gustara mucho, pero una noche con las amigas lo conoció y esa chispa
surgió entre ellos.

Él, a sus treinta y cinco años, sabía más que los ratones colorados, como
decía Lola, la tía de Davinia, y la tuvo en palmitas hasta que le dijo que
estaba embarazada.

Ahí fue donde el príncipe pasó a ser un sapo, pero de los venenosos.

La dejó tirada, ni siquiera se hacía cargo de la manutención, pero es que


ya tenía otras tres hijas, con mujeres diferentes, a las que tampoco cuidaba
como padre. Picha brava, le llamaba Lola.
Llegué al restaurante y ahí estaba ella, sentada en la mesa con un
cuaderno y un boli, la de notas que iba apuntando siempre para sus ideas.
Los regalos con ella los tenía fácil, cuadernos, libretas, post-it,
fluorescentes, y todo lo que pudieras imaginar para que tomara notas. No
dejaba de maquinar, siempre con ideas nuevas y le dio la locura de decir
que cualquier día me hacía protagonista y metía a Ismael. Muerta de risa me
quedaba.

—¿Nunca dejas descansar esa cabecita? —pregunté cerca de su oído,


antes de darle un beso en la mejilla.

—¡La madre qué te parió, Vanessa! Cualquier día me da un infarto, y soy


muy joven, por Dios.

—Sí, sí, y te quieres mucho.

—A mi niña más, que solo tiene seis añitos y no quiero que se quede
solita en el mundo.

—Qué exagerada, tiene a la tía abuela Lola y a la tía Vane.

—Eso me deja tranquila, que mejor que vosotras no la iba a cuidar nadie,
pero yo quiero ver a mi princesa vestida de blanco el día de mañana, ¿eh?

—Anda, anda, antes te vistes tú.

—No hija, yo ya no creo en el amor.


—Pues escribes sobre él… —Arqueé la ceja.

—Claro, porque soy una jodida romántica desde siempre, así me fue…

—Bueno. ¿Qué sorpresa me tienes? —Di un trago a la copa de vino que


me había servido.

Ninguna éramos de beber mucho, pero si había pedido una botella, es


que me iba a contar algo digno de celebración.

Sonrió de esa forma tan de diablilla, hasta me ponía a menudo un gif con
una niña que tenía ese gesto y me mataba de risa, aunque un poquito de
miedo daba, por lo que fuera a soltar por esa boquita.

—Aquí tienes, mi nuevo bebé —sacó un libro de ese bolso gigante que
tenía, y que parecía el de Mary Poppins, y lo cogí.

Me encantaba la portada, era de esas que sabes que dentro encontrarás


amor, risas, escenas para tener un pañuelo en la mano y sus dosis de
erotismo.

—¡Felicidades!

—Gracias, preciosa mía. Ya está dedicado, como siempre —me hizo un


guiño.
No pude evitar abrirlo, con ese olor a libro nuevo que me encantaba, y
ver las palabras que me había dedicado ahí. Para mí se quedaban, pero las
lágrimas, sabía ella bien cómo sacármelas, era única para eso.

—Buenos tardes, bellezas —ahí llegó Sam, sonriente y con ese rostro de
niño que no había roto un plato en la vida, aunque algo me decía que solía
romper la vajilla entera.

—Hola, bombón. ¿Para cuándo nuestro revolcón? —reí al escuchar a mi


amiga. Con lo cortada que era, al igual que yo, y con este hombre se
lanzaba sola.

Que se pareciera a un actor que le gustaba a ella tenía mucho que ver, y
es que era su Cavill particular.

—Cuando tú quieras, pero no te decides —contestó él, con su sonrisa


más seductora.

Anda que no sabía nada el condenado.

Comimos mientras me hablaba de la novela que tenía entre manos, y es


que no paraba. Había días que yo le mandaba un mensaje para charlar, pero
no quería molestarla, y ella me mandaba cerca por mi tontería de eso de
molestarla.

Y hablando de mensajes… Me llegó uno de Ismael, me invitaba a ir con


él la mañana siguiente a una de esas fiestas a las que él iba en casa de unos
amigos.
Era sábado, no tenía mejor plan, y por lo que me contaba estaríamos allí
hasta el domingo. Pues nada, le dije que sí.

No sabía lo que me encontraría en aquella casa, pero me daba lo mismo,


iba a dejarme llevar, fuera lo que fuera.

La vida era eso, al fin y al cabo, ¿no? Dejarse llevar de vez en cuando y,
sobre todo, vivir. Vivir el momento y que fuera lo que Dios quisiera.

—Esta noche salimos, que hay que celebrar mi nuevo bebé —dijo
Davinia, mientras tomábamos el café.

—Pero me recojo temprano, que Ismael me lleva mañana a una fiesta.

—Hija, ya me contarás que se hace allí. Mira que llevo un año con una
curiosidad en el cuerpo… Cualquier día le digo a tu chico que me lleve a mí
también.

—No es mi chico —reí.

—De momento, porque ese, igual te pone anillo y todo.

—No lo veo así, la verdad. Ese es de los que tiene alergia a las bodas. De
todos modos, estamos bien con lo que tenemos.
—Claro que sí, un amiguito con derecho. Yo al final me busco uno
también.

—Pues Sam estaría encantado.

—No creo —se encogió de hombros—. No soy su tipo, bromeamos y ya.


Además, llevo mochila, como Dora la Exploradora.

—Una preciosidad, que cualquier hombre querría tener como hija.

Davinia sonrió con tristeza, y es que la jugarreta que le hizo el piloto…


era para matarlo, vamos.

Me despedí de ella, quedando en que nos veíamos a las ocho para ir a


cenar y después tomar unas copas. Quien dice copas, dice refrescos, que
beber nosotras bebíamos poco, eso sí, cuando tocaba celebrar a veces nos
dejábamos llevar y alguna sí que caía.

Llegué a casa y descansé un rato antes de prepararme, nada mejor para


un viernes que salir de marcha por ahí con mi loquilla.

Con lo que nos gustaba a las dos una canción y un buen baile.

Entré en casa y recordé a mi madre, la persona que me había tenido


engañada toda la vida, pero no podía reprocharle nada, bastante hizo con
sacarme adelante ella sola, pero había pregunta que no se iba de la cabeza…
¿Quién y, por qué me abandonó?
Capítulo 2

Llegué en taxi a casa de Davinia y la vi bajar casi corriendo.

—Lo siento, ya sabes que tu sobrina cuando no quiere soltarme…

—¡Ay, mi niña! A ver si me paso a verla.

—Calla, que se quería venir de marcha con nosotras —hizo un gesto de


mano como diciendo que, menuda era la enana.

Y sí, esa niña era para comérsela, y es que tenía unas cosas… Decía que
quería salir con nosotras a bailar, que ella también quería mover el pompón,
como decían su madre y su tía Lola.

—No le queda nada para salir con nosotras…

—Pues doce años como poco. Un mundo todavía.


—Una tarde nos la llevamos al burguer.

—Eso, para que la madre eche todavía más culo. ¡Tú di qué sí!

—¿Qué dices de culo ni culo? Ya quisiera yo ese que tú gastas. Por


cierto, que te has vestido hoy lista para matar.

Era verano y la niña se había puesto unos vaqueros blancos ajustados,


con tacones negros y blusa a juego. Y decía que tenía mal culo, había que
joderse…

—Como que tú vas de monja, ¿no te digo? Con ese vestido triunfas esta
noche.

—Mira, con no acabar coja, que estreno los puñeteros zapatos y me van a
hacer rozadura.

—Anda, calla que me vas a dar la noche. Bueno, qué, ¿y si ligamos?


¿Qué hacemos? ¿En tu casa o en la suya?

—¿Te has vuelto loca? —reí a carcajadas, y es que no tenía remedio, se


le ocurría cada cosa.

—Mujer, en mi piso, con la niña y la tía, como que no. Hija, que llevo ya
un tiempo sin…
—Vas a tener que hacer caso a tus lectoras y comprarte un Satisfayer de
esos.

—Dos, que a ti te regalo uno, y te lo firmo y todo, con uno de mis libros.

—Qué cabrita. Con Ismael voy bien servida.

—Pues nada, búscame un amigo, o un primo, porque, ¿hermanos tiene?

No podía dejar de reír, esa mujer me daba la vida en muchos aspectos.


No cambiaba nuestras charlas y locuras por nada del mundo.

Llegamos al chiringuito donde íbamos a cenar y aquello ya estaba hasta


la bandera. Si es que era lo que tenía el verano, que se ponía todo hasta
arriba aprovechando el buen tiempo y las terracitas.

Nos llevaron a la mesa y pedimos la cena, un poquito de todo para


compartir y listo, que no éramos de llenarnos mucho por la noche.
Me estuvo enseñando las promociones que le habían preparado para su
último libro, aún no lo había lanzado y yo ya tenía mi ejemplar, así era ella,
decía que para su Vane, lo que hiciera falta.

Bicheamos un rato sus redes, tenía a las lectoras revolucionadas con la


llegada de esa historia, y yo, que la había leído mientras estaba en proceso,
sabía que iba a ser un éxito, como todas las que escribía. Davinia tenía
pluma y una manera de escribir, que te metías en la historia, sí o sí.
—Y ahora, a tomarnos unas copitas y bailar un rato.

—Eso, bailar, porque las copitas, va a ser que no.

—Mujer, una nada más. Un combinado de esos con poquito alcohol.

—Y tan poquito, a mi vaso que le enseñen la botella y digan, “mira, ¿lo


ves? Pues ya no lo ves”.

Davinia se partía de risa, pero es que era mutuo. Cada una teníamos lo
nuestro, vamos, que el dicho de “Dios las cría y ellas se juntan”, nos iba al
pelo.

Los locales de marcha estaban cerca de donde habíamos cenado, así que,
allí que fuimos al primero.

Solíamos entrar en varios, una copita, un baile y cambiando.

Así pasamos unas horitas, entre risas, chismes, bailes y bebida, hasta que
decidimos ir al lugar donde dábamos por finalizada nuestra noche de chicas.

No cabía ni un alfiler cuando entramos en el local de Miguel, un amigo


de Davinia que, era vernos, y llevarnos a una de las mejores mesas.

El pub tenía varios reservados, el ambiente era de lo más animado y la


música de las que más nos gustaba.
También influía que Davinia, tenía bien camelado al chiquillo que se
encargaba de ponerla, y en cuanto ella iba a verlo, ya sabía que nos pondría
seguidas varias de las que nos gustaba escuchar.

—Pero, ¿a quién tenemos aquí? Dichosos los ojos, preciosidades —dos


besos, un abrazo de oso y que empezara la noche.

Miguel se quedó con nosotras un rato, y es que, el hecho de ser el dueño


lo tenía de un lado a otro, agasajando a amigos, o socios y conocidos de sus
clientes de toda la vida.

En ese pub se habían cerrado más negocios que, en restaurantes de cinco


estrellas, y es que Miguel tenía don de gentes, y una labia que ayudaba a sus
clientes a cerrar esos buenos tratos.

Vi a mi amiga ir a ver a Néstor, sí, el chiquillo encargado de la música, y


en cuanto vino con su sonrisilla, supe que íbamos a bailar lo que no estaba
escrito.

Maluma, Camilo, Aitana, Luis Fonsi y demás. Ni sé las canciones que


fueron sonando solo para nosotras, mientras las dos bailábamos como si no
hubiera un mañana, hasta que Néstor se vino arriba y puso la más explosiva
de todas, que hasta Valentina la bailaba cuando su madre la ponía en casa.

«Cayó la noche y tu cuerpo lo sabe


Y yo traigo este ritmo pa’ que bailes
Rapidito que este fuego no se apague
Y mueve la cintura como solo tú lo sabes»
Así, un meneíto tras otro, hasta que acabamos muertas de risa y sentadas
en ese sofá cómodo del reservado.

—Bonita, se acaba la noche, y no hemos ligado —dijo Davinia, haciendo


un gesto como de “vaya plan, hija mía”, que me sacó una carcajada.

—Si nunca salimos para eso.

—También es verdad, aunque hace tanto que no ligo, que ya no sé ni


cómo se hace.

—Pues debe ser como montar en bici.

—¿Voy a tener que pedalear también? —Me miró con los ojos abiertos
como platos.

—No, hija, digo que será que no se olvida.

—Chica, es que estoy desentrenada. A mí háblame de libros, de dibujos,


de muñecas y… para de contar.

—Pues vamos apañadas…

—Qué aplicos de apaños, que decía mi abuela.

—Anda que… ¿Y si ligamos ahora?


—Pues que me quedo loca, ya te lo digo.

—¿Qué hacemos?

—Pues qué vamos a hacer, aprovechar, que en otra no nos vemos. Mira,
si te entra alguno y tiene un amigo, si te quiere enseñar su casa yo me quedo
en el salón tomando un agua con el otro.

—Vamos, que la que quiere que le den un repaso no va a hacer nada.

—Hija, me puede la vergüenza, ya lo sabes.

—Coño, y a mí no, ¿verdad?

—Buenas noches —me giré al escuchar una voz de hombre y, al mirar,


allí había dos pedazos de tíos que… Jesús cómo estaban.

—Hola —sonreí por cortesía.

—¿Estáis solas? —preguntó el otro.

—Sí, pero nos iremos en nada, que ella mañana madruga y sale de viaje
—contestó Davinia.

—Bueno, pero para tomar una copa habrá tiempo, ¿no?


—Refresco, si no os importa, que somos un poquito abstemias —dijo
ella, encogiéndose de hombros.

Y con una sonrisa de esas que son capaces de hipnotizar, se sentaron.


Eran del tipo de mi amiga, altos y fuertecillos, es lo que tiene que mi
loquilla sea más bien bajita, pues dice que así con ella, los altos pueden
hacer hasta malabares para el circo.

Y entre charla y charla, Diego y Andrés, resultaron ser dos hombres de lo


más simpáticos. Eran policías para más señas, con lo que le gustaba a mi
loquilla un uniforme, y compartían piso, amigos de toda la vida dijeron.
A mi amiga la veía yo con los mofletes de lo más rojos mientras le
hablaba Diego, el moreno de ojos marrones.

Bailamos con ellos un par de canciones y a ella la veía muerta de


vergüenza, porque él no hacía más que arrimarse y mover caderas como si
no hubiera un mañana.

Al final mi loquilla ligaba y le daban una alegría para el cuerpo y todo,


que lo estaba viendo venir.

Nos sentamos de nuevo y hubo un momento que vi cómo el que charlaba


con Davinia, le acariciaba la mejilla con ternura y casi me ahogo con el
sorbo de mi bebida al escuchar a mi amiga hablar.

—Mira, si estás ligando conmigo, dilo claro que estoy desentrenada.


Los dos empezaron a reír a carcajadas, y Diego tan solo asintió. Me miró
tragando fuerte y con los ojos a punto de salírseles de las órbitas.
Vamos, que la niña acababa la noche empotrada en cualquier pared,
como una de sus protagonistas.

La dejé un momento para salir a tomar el aire, me miró con ganas de


asesinarme, pero sabía que estaba en buenas manos, no se veía que fueran
malos tíos, además eran polis, eso de servir y proteger lo llevaban en la
sangre.

Eran casi las dos de la mañana, la gente iba y venía por las calles de la
ciudad, sonrientes, con algunas copas de más, pero disfrutando de esa noche
veraniega en la que todo podía pasar, incluso que la desentrenada de mi
amiga acabara convirtiéndose en la protagonista de una de las innumerables
escenas eróticas que había escrito a lo largo de los años.

Yo pensé en lo que me depararía el fin de semana que iba a pasar con


Ismael, la verdad es que no sabía qué me encontraría, pero no iba a poner
excusas. Estaba dispuesta a dejarme llevarme y que fuera lo que tuviera que
ser, además, con Ismael no podía pasarme nada malo, confiaba plenamente
en él.

Entré al local y vi a Davinia con una sonrisilla que lo decía todo. Me


despedí de ellos, que se ofrecieron a acompañarme a casa, pero dije que me
iba a en taxi.

Le dije adiós a Miguel con la mano, que estaba en la barra con uno de
sus socios, y salí poniendo fin a esa noche de viernes.
Tocaba descansar, que por la mañana me esperaba un viajecito hacia lo
desconocido, de esos que te ponen los nervios a flor de piel, pero que, en el
fondo, deseas que pase para saber qué sorpresas te encontrarás.
Capítulo 3

Tras el desayuno en la cocina, lo dejé todo recogido y con la bolsa de fin


de semana salí afuera pues Ismael, ya estaba esperándome en su coche.

—Buenos días, preciosa, gracias por aceptar.

—No tenía nada mejor que hacer —sonreí.

—¿Preparada? —Arrancó el coche.

—No lo sé, la verdad —sonreí nerviosa.

—Solo tienes que dejarte llevar…

—¿Mucha gente?

—No, solo dos amigos…


—¿Solo dos amigos y yo la única chica?

—Ajá…

—Ismael, me estoy asustando… —reí con bastante nerviosismo.

—Relájate Vanessa, te parecerán muy buenas personas, solo quiero que


disfrutes de la experiencia.

—No sé por qué acepto este tipo de cosas.

—Es la primera vez que lo haces.

—Ya, pero aquí estoy —carraspeé.

—Vas a pasarlo genial, son muy buena gente.

—No me digas nada más, que me pongo peor. Necesito un litro de vino
—me puse la mano en la frente.

—Tendrás vino, pero no te preocupes, verás cómo te lo pasas en grande.

Llegamos a un chalé precioso, a la salida de la ciudad, tocó al timbre de


fuera, se abrió la cancela, entramos con el coche y me quedé sorprendida al
ver ese precioso jardín con camas balinesas, barra de bar en madera,
piscina, mesas con sillones de lo más cómodo. La verdad es que era un
lugar para quedarse un mes, una maravilla.
Bajamos del coche y dos chicos monísimos salieron con una sonrisa de
oreja a oreja, no tardaron en presentarse y darme dos besos. Jesús y Matías,
que así se llamaban, debían de tener como unos cuarenta años, morenos de
piel, bronceados por el sol, y el pelo tirando a rubio, como mechado natural,
eran guapísimos.

Primero me enseñaron la casa, que era preciosa y de lo más minimalista,


me encantó. Luego salimos al jardín a tomar un vino con un poco de jamón
y queso que pusieron, además de unas patatas chips.

Nos sentamos alrededor de aquella mesa. La casa era de Jesús, Matías


era un amigo de ellos que vivía en el norte y había venido a pasar unos días,
pero vamos que estos tres eran de esos tíos muy liberales en el sexo.

Los tres estaban en bañador menos yo, que llevaba un vestidito fino y de
color blanco, con mi biquini debajo, ese vestido que Ismael, no tardó en
decirme que me quitara, ya que hacía calor y estábamos en el jardín.

Fue quitármelo y aquellos seis ojos ir a mi cuerpo, me senté rápidamente,


riendo y de lo más avergonzada.

—Tranquila que no comemos —dijo Jesús sonriendo.

—Bueno, miedo me dais —murmuré con esa risa tonta que tenía.

—¿Nunca has estado con más de un hombre a la vez? —preguntó


Matías.
—No, nunca, así que ya os podéis imaginad lo nerviosa que me tenéis.

—Tranquila, somos un amor —respondió Ismael, y casi le tiro la copa


encima a ese capullo que me había metido en este lío, pero bueno, yo había
aceptado.

El vino iba a ser mi salvación, yo me tomaba dos copas y me volvía más


relajada y suelta, al menos eso me funcionaba en los encuentros con Ismael.

Dos vinos y ya estaba yo allí en plan mandona, vamos, que los tenía a los
tres liderados y no dejaban de reír con las cosas que les soltaba.

—Yo creo que deberías quitarte la parte de arriba, se te van a quedar las
marcas y queda muy feo —dijo Ismael, acercándose desde su silla a mi
espalda para quitármela, tragué saliva cuando los cuatro ojos de enfrente se
clavaron en mis pechos.

—Bueno, en un rato iremos preparando la barbacoa, vamos a esa zona,


entraré a por las cosas —dijo Jesús.

La barbacoa estaba junto a la barra de madera, y donde había taburetes,


un equipo de música e infinidad de botellas, era preciosa, estaba hecha con
mucho gusto.

La verdad es que comencé a sentirme cómoda con ellos, no iban a saco y


tenían un buen rollo increíble.
Me puse apoyada sobre aquella barra a tomar el vino mientras escuchaba
la música variada que tenían puesta y ellos comenzaron a preparar la
barbacoa.

Ismael se acercó por detrás, me rodeó por la cintura, besó mi cuello.

—¿Estás bien?

—Sí, creo que he liderado a la manada —me reí.

—Estoy de acuerdo, son buenas personas, verás lo bien que lo pasas.

—¿Estos también son de los que usan juguetes? —pregunté apretando


los dientes.

—Tienen un arsenal —sonrió—, pero verás cómo te harán disfrutar.

—¿Y tú?

—Yo también participaré, pero deja que ellos lleven el ritmo —


mordisqueó mi oreja y se fue adentro de la barra para abrir otra botella.

Prepararon una barbacoa de lo más rica, me encantó todo, comimos


sentados en los taburetes de aquella barra, mientras disfrutábamos de unas
risas, y es que esos hombres tenían cada cosa que no era normal, contaban
sus batallas diarias y me tenía que echar a reí.
Tras la comida nos fuimos a una gran cama balinesa, era alta con
escalones de madera, frente a la piscina, ahí que nos subimos los cuatro a
tomar unos cubatas que había preparado Matías, y lo bueno que alrededor
tenía para apoyarlos.

Yo me senté al fondo y en el centro, con las piernas cruzadas y recogidas,


ellos alrededor, pero iban de muy buen rollo y tranquilos, al menos hasta
ese momento.

—Anda, quítate la braguita, estarás mejor sin nada —me hizo un guiño
Ismael.

—Me vais a matar de la vergüenza —dije riendo.

—Tranquila, nos estamos portando bien, ¿no? —respondió Ismael.

—Por ahora sí, pero os temo.

Me la quité y Matías me pidió que no cerrara las piernas, que no las


cerrara y ahí estaba yo, pegada al final a los cojines, sentada, con las
rodillas flexionadas y las piernas ligeramente abiertas y completamente
expuesta ante aquellos chicos que me miraban con ese brillo de estar viendo
algo que les gustaba.

—Me siento la pantalla de un cine —murmuré, causándoles una risa.


—Tienes que relajarte, iremos, poco a poco, como puedes ver. Queremos
que disfrutes de tu día, para eso estas aquí, nosotros nos encargaremos de
que lo pases bien —intervino Matías.

—Voy por el maletín —eso fue lo que dijo Jesús, y un cosquilleo recorrió
mi estómago.

—Saca las caderas más hacia fuera y échate sobre los cojines, relájate un
poco, solo te estimularemos —me dijo Matías, me eché hacia atrás
pensando que había que estar muy loca, en ese sentido, como yo.

Matías abrió mis piernas un poco más y adelantó mis caderas para que
quedara bien abierta.

Jesús no tardó en llegar, lo vi aparecer con un maletín negro y bien


grande, ya me veía con un poco de todo en mi interior, pero estaba
acostumbrada a esos juegos por parte de Ismael, lo que no estaba era a seis
manos, como me iba a encontrar ahora.

Lo colocó en los escalones de la cama, en el último de ellos, me


incorporé un poco a mirar. pero Ismael me dijo que me echara hacia atrás.

Jesús abrió mis labios con los dedos y puso algo en la entrada, dio como
un disparo, era como un aerosol. Solté el aire con la sensación antes de que
diera un segundo, que me dejó por dentro impregnada en una especie de
aceite que me hacía sentir una sensación de lo más placentera.
—Muy bien, ahora detrás —murmuró abriendo mis glúteos y poniendo
eso en mi agujero, daba la impresión de ser como un tubito, disparó dos
veces e Ismael, me aguantó quieta pues me moví con la primera vez.

Metió dos de sus dedos en mi vagina y tiró hacia él, desde el fondo. Esa
técnica la usaba mucho Ismael. Luego me introdujo un aparato hasta
encajarlo en el final, apretaba muchísimo, pero como ya dije, estaba
acostumbrada a esos juegos, no con tantas manos, pero sí con ese hombre
con el que llevaba teniendo relaciones desde hacía tiempo.

Vi cómo se ponía un guante e impregnaba su dedo con un líquido, solté


el aire pues sabía que iba para meterlo por detrás.

—Relájate todo lo que puedas y no te muevas, necesito dilatarte bien.

Cerré los ojos y noté cómo iba entrando. Ismael y Matías, estaban a un
lado cada uno, aguantando mis piernas por las rodillas para que no las
cerrara.

Comencé a jadear con esos movimientos que sentía por detrás y que me
estaban poniendo de lo más excitada. Matías abrió mis labios y comenzó a
jugar con mi clítoris, acariciándolo en círculos y pellizcándolo. Empecé a
retorcerme entre gemidos que me ahogaban y el aparato que tenía en mi
vagina, comenzó a moverse como si fuera un gusano, además de aquel dedo
que tenía por detrás moviéndose sin cesar.

Ismael pellizcaba mis pezones sin tregua a la vez que aguantaba mis
piernas para que no las cerrara, aquello era una explosión de sensaciones
por todas partes y terminé corriéndome como una loca en ese primer asalto.

—Muy buena, sí señor —dijo Jesús, sacando su dedo de mi agujero—.


Creo que hoy lo vamos a pasar muy bien.

Yo escuché eso y hasta mareo me estaba dando de pensar todo lo que


sucedería ese día, pero estaba dispuesta a disfrutarlo, tenía ganas de vivir
por primera vez esa experiencia y no me iba a cortar ni un pelo.

Me sacaron el aparato que tenía delante y me incorporé como pude para


dar un trago de mi copa y fumarme el primer cigarrillo del día, solo fumaba
cuando bebía.

Me quedé desnuda y nos fuimos a la piscina, lo que me gustaba de ellos


es que, no se les veía de esos tíos babosos que te dicen palabras feas, eran
educados y sabían tratar a una mujer, aunque eso no quitaba que me iban a
dar ese día la del pulpo, es más, íbamos a dormir allí, así que aquello iba a
ser algo descomunal.

Me estaba tomando la copa mirando al borde de la piscina, cuando llegó


por detrás Matías y noté que acercaba su miembro a mi trasero, sus manos
sujetas a cada lado del borde y su cabeza en mi hombro, estaba armado,
bien armado y cogí aire.

Bajó su mano, abrió mis nalgas y colocó su miembro en la entrada de mi


trasero.
Me penetró lentamente, hasta llegar al fondo, y comenzó a moverse con
cuidado. Lo escuchaba jadear en mi hombro y me estaba excitando
muchísimo, con Ismael aprendí lo que se puede disfrutar con una
penetración anal y la verdad es que me gustaba muchísimo.

Me lo hizo en silencio, sin pronunciar una sola palabra y, cuando salió,


besó mi cuello y se separó, miré a los otros dos y me reí, estaba agotada y
solo eran las seis de la tarde.

Estuvimos un rato los tres en la piscina, luego salimos a tomar algo a la


barra, moviéndonos al son de la música, charlando animadamente, y es que
gracioso eran los tres y muchísimo.

La cosa estaba tranquila, incluso nos trajeron varias cajas de Sushi de un


restaurante muy bueno que había en la ciudad.

Tras la cena, fuimos al salón interior, yo estaba solo con una camiseta y
sin nada debajo, no me dejaban ponerme ropa interior, además, eran de lo
más graciosos.

Estuvimos bebiendo y charlando animadamente, me reía tanto con ellos,


que pensaba que se me iba a desencajar la mandíbula.

Ismael me pidió que me pusiera recostada sobre la mesa con los pies en
el suelo y las caderas levantadas.

—Joder, con lo tranquilita que estaba yo —reí.


—¡Vamos! Lo vas a pasar genial —dijo Jesús, abriendo su maletín y
cogiendo otro aerosol, pero con un tubito para introducirlo hasta el fondo.

—Me vais a matar —resoplé echándome hacia delante, y fue Jesús quien
se puso entre mis piernas sentado.

—Te vamos a preparar para llevarte a la cama con nosotros.

—¿Con los tres a la vez? —me eché a reír.

—Así es… —Me introdujo aquel tubo por detrás con cuidado y disparó
un líquido que parecía estar congelado, di un respingo de la impresión, pero
Matías me sujetó con fuerza las caderas.

Volvió a disparar, luego cambió el tubo y lo metió por la vagina, aquel


líquido era frío, pero a más no poder, la sensación era como si me hubieran
anestesiado mis partes.

—Disfruta enana —me dijo dándome un beso en la espalda y haciendo


un gesto a Ismael para que lo siguiéramos.

—Vamos a la habitación —dijo Jesús, cogiendo el maletín y los seguí.

Aquella cama era enorme y estaba un poco alta, me pidieron que me


colocara en medio y cada uno se puso a un lado, menos Ismael, que se sentó
en un sillón con un cubata en la mano para ver lo que sucedía.
Me senté en medio y Jesús colocó una pinza en cada uno de mis pezones,
grité con la presión que aquello ocasionaba, pero me echó un espray frío
para aliviarme un poco. Ismael miraba sin perder detalle.

Matías se sentó detrás de mí y abrió mis piernas, dejándolas caer en las


suyas, estaba frente a Ismael, que podía verme perfectamente.

Puso un succionador en mi clítoris y Jesús, sentado a un lado me penetró


con tres dedos mientras Matías. me mantenía abierta con fuerza para que no
cerrara las piernas.

Me penetraba incesantemente con fuerza, pero sin tapar la visibilidad de


Ismael, mientras Matías metía intensidad a ese succionador que comenzaba
a volverme loca y yo lo que quería era moverme, pero me lo impedían.

Me corrí a chillidos pidiendo que pararan, pero no, siguieron un poco


más, hasta que caí agotada hacia un lado.

Esperaron a que me repusiera y luego me extendieron en la cama, de


lado, Jesús se puso detrás y Matías delante.

—Vamos con cuidado, relájate —dijo Matías, penetrándome por delante.

Una vez dentro le hizo un gesto de afirmación a Jesús, abrió mis nalgas
con sus dedos y colocó su miembro.

—No voy a aguantar —dije mientras iba entrando.


Entró y ahí lentamente comenzó un baile de penetraciones mientras yo
gritaba como loca y gemía a partes iguales, pensé que me iba a desmayar y
todo por la sensación, pero no, lo aguanté como una jabata.

Cuando terminé, Ismael me pidió que me acercara a él y fui, comenzó a


meterme un gel calmante por delante y en los pechos, luego me hizo girar y
me lo puso por detrás.

Ismael me sorprendió diciendo que iba a dormir en el sofá, que esa noche
yo dormiría con Jesús y Matías, no hubo forma de réplica, allí me quedé
con ellos dos, cada uno a un lado de mí y toqueteándome mientras me
acariciaban hasta quedar dormida.

En mi vida me había visto en aquella situación, había sido toda una


locura, pero la había disfrutado como una niña pequeña el Día de Reyes, así
que, me relajé con aquellas manos que sabían cómo calmar esa sensación
desorbitada que había tenido, y caí en un sueño profundo.
Capítulo 4

Cuando abrí los ojos estaba sola en la cama, sonreí aliviada y fui al baño,
luego salí al jardín donde estaban desayunando, no tardaron en prepararme
un café.

—¿Qué tal has dormido? —preguntó Ismael.

—Bien, pero me tiembla aún todo el cuerpo.

—Pues aún te espera el día de hoy —carraspeó Jesús.

—Espero que os portéis bien, mi cuerpo no da para mucho.

—Siempre nos portamos bien —contestó Matías con un guiño.

—Quiero desayunar en paz —reí.

—Adelante, nadie te lo impedirá.


Ya sabía que detrás del desayuno iba a volver a vivir otro momento
intenso. No me imaginaba yo el aguante que tenía, pero estaba agotada,
aunque, por otro lado, reconocía que esa situación me daba un morbo
acojonante.

Y eso pasó, fue terminar de desayunar y Jesús pedirme que me sentara


encima de él, de espaldas. Matías retiró un poco la mesa y se puso delante,
ante mis piernas ya abiertas en cada mano de su amigo.

—Tócate para él —murmuró Jesús en mi oído—. No dejes de hacerlo.

Comencé a tocarme el clítoris y Matías se agachó poniéndose de rodillas


ante mí y lamiendo mi entrada, mordisqueándola. Notaba que me estaba
humedeciendo muchísimo, pero él, lamía con ganas, absorbía y disfrutaba
de aquello.

—Date más fuerte —decía Jesús, y yo aumentaba la intensidad.

Me corrí en aquella boca que seguía lamiendo ante la presión que hacía
Jesús, para que no cerrara las piernas.

Me levantó un poco y me penetró por delante, yo estaba de espaldas, me


comenzó a mover para que saltara sobre él, mientras apretaba mis pezones
con fuerza.

Cuando terminó me levanté y fui hacia Ismael, que me pidió que le


chupara su miembro mientras Matías, me penetraba por detrás con sus
dedos. Aquello era súper intenso y la mañana no había hecho más que
empezar.

Terminé y Jesús me pidió que me echara encima de la mesa con mi


trasero hacia el borde. Matías se puso en medio, agarró mis caderas y me
penetró de una forma brutal, comenzó a follarme como loco mientras Jesús
tocaba mis pechos con fuerzas.

Cuando terminó, Jesús se puso delante de mí y metió unas bolas de gel


en mi vagina y por detrás.

—Estoy rendida, no puedo más —protesté notando el alivio que


causaban esas bolas derritiéndose en mi interior.

—Date una ducha, verás que bien te sienta.

Y eso hice, irme a la ducha y lavar mis zonas íntimas, me habían dejado
de lo más agotada. Me puse la parte baja del bikini y salí afuera, ellos
estaban tomando unos vinos.

—Os juro que voy a necesitar dormir una semana por vuestra culpa —
dije cogiendo mi copa.

—Hemos sido buenos, no sabes la cantidad de aparatos que tiene Jesús


—dijo Ismael, con su media sonrisa.

—¿Más que todo los que probé?


—Mucho más —respondió Matías sonriendo—. De todas formas, luego
queremos que pruebes la pinza, es bueno saber si disfrutas con ella.

—¿La pinza? —pregunté sin entender nada.

—Sí, es un aparato anal y vaginal junto, que también tiene una especie
de pala que va al clítoris y hace su trabajo solo.

—Mira, Ismael, ya me desmayo —hice como a la que le daba un mareo.

—Después de comer lo probamos, pero tendrás que estar muy relajada,


cuesta un poco ponerlo, ya que es de una medida considerable —murmuró
Jesús.

—Me niego por completo —dije riéndome nerviosa.

—Anda, aprovecha que te vamos a dejar la mañana tranquila, luego


después de comer disfrutaremos un poco más antes de irnos —contestó
Ismael.

Y así fue, estuve toda la mañana entre piscina y tomando el sol, hasta
que comimos un asado de cordero con patatas que hizo Jesús y que estaba
de lo más bueno.

Un rato después de comer entramos al salón para esa despedida antes de


irnos.
—Tienes que agarrarte fuerte a la mesa —dijo Jesús, echando mi cuerpo
hacia adelante y dejando mis piernas abiertas sobre el suelo.

—Si me va a doler, no lo quiero.

—No te dolerá, pero cuesta un poco ponerlo, solo relájate y no te muevas


de cintura para abajo.

Fue notar eso en la entrada de mi culo e incorporarme y quedarme de pie,


pensando que no lo aguantaría.

Matías se sentó en el borde de la mesa y me agarró, yo quedé a un lado y


escuché a Ismael decir que él le abría paso y fue cuando abrió mis nalgas y
vagina, bien.

—Relájate para que entre, por favor —dijo Jesús, poniendo en la entrada
de mi culo y vagina el aparato, luego aquella pala en mi clítoris —. Relájate
—dijo de nuevo y fue moviendo, yo me agarré fuerte a Matías, que me
sujetaba para que no me moviera.

Costó chillidos mientras resoplaba y entró todo, ahora sí que ya no me


podía mover.

Hizo algo y lo del clítoris comenzó a dar giros, pero con fuerza. Chillaba
como loca al notar los otros dos aparatos moviéndose en mi interior.
La sensación era brutal, demasiado fuerte, no me podía ni mover, era una
mezcla de mil sensaciones, dolor, placer, de mil cosas a la vez, hasta que
grité bien fuerte con ese intenso orgasmo que me había llegado.

Cuando me calmé me lo quitaron todo con cuidado, me incorporaron y


Matías me penetró por delante e Ismael, por detrás. Aquello, ya sí que me
dejó sin fuerzas.

En mi vida me había visto en una igual, en un fin de semana con esos


chicos de los que me despedí y que me hicieron prometer que volvería uno
de estos días. Les dije que me lo pensaría, pero que ahora necesitaba
recomponerme de tanto sexo y se echaron a reír.

De allí nos fuimos a mi casa, Ismael me dio las gracias y me tuve que
echar a reír.

Entré en casa alucinando en colores pensando en lo que había hecho esos


dos días con aquellos tres hombres. No sabía de dónde salía mi alma
diabólica con la vida tan tranquila que llevaba, pero vamos, había disfrutado
muchísimo.

Llamé por teléfono a Davinia y se lo conté todo, alucinó en colores y


hasta dijo que me envidiaba, así que le dije que un día la recomendaría para
pasar el fin de semana con ellos, lo que se rio fue poco…

Me metí en la bañera para relajarme, necesitaba quitarme toda esa


sensación de cansancio que aun sentía y que era indescriptible, pues aún me
temblaban las piernas y lo que no eran las piernas.
Más tarde me preparé una ensalada para cenar, aún tenía todas las
imágenes de aquella casa azotando mi cabeza. ¿Cómo pude haber tenido
aquel aguante? Si mi madre levantara la cabeza y lo viera, le hubiera dado
un patatús, ya que era demasiado religiosa y chapada a la antigua.

Esa noche vinieron de nuevo a mí, un montón de inquietudes por saber


mi verdad. ¿Quién me dio en adopción? ¿Por qué? ¿Qué pasó para que
acabara en otras manos que no fueron las de quien me había parido?

Yo, a mi madre adoptiva la amaba a pesar de su carácter y mil cosas más


que tenía, pero me había criado y dado una vida para ser lo que hoy era, así
que más agradecida no podía estar. Ella era mi madre, ante todo lo era.

Aunque, claro, esas preguntas me las hacía y necesitaba respuestas para


avanzar. Era como si me hubiese quedado en medio de algo que necesitaba
saber, me dolía pensar que me iba a morir sin conocer la verdad de mi
origen, ese que me pesaba más por momentos.

Esa noche me puse a buscar en el ordenador, noticias acontecidas en la


fecha en la que nací, no sé, quizás habría algo que pudiera tener conexión
en aquella ciudad, lo que sí salían eran muchos casos de niños robados, pero
no, yo no veía a mi madre capaz de algo así, me partiría el alma, es más, no
sabía si le podría perdonar que hubiese dejado a una familia sufriendo y sin
consuelo, la pérdida de una hija que realmente no murió.

Me puse a mirar las fotos del banco de datos de madres buscando a sus
hijos, no quería pensar que alguna fuera la mía, prefería saber que, por
alguna razón de sobrepeso, me dio en adopción por no poder mantenerme o
darme una vida digna, es lo que prefería pensar, sinceramente.

Esa noche me dieron las tantas buscando y, cuanto más miraba, más
señalaban a las monjas de ese convento que me dieron en adopción, las
tachaban de ser las responsables de muchos de los niños desaparecidos.
Aquello comenzó a provocarme ansiedad y un dolor de cabeza enorme.

Me desahogué hablando por mensajes de voz con Davinia, que intentaba


relajarme para que no sufriera más de lo necesario. No quería verme así
bajo ningún concepto y es que ella sufría mucho con mis cosas, ella era esa
gran persona que todos necesitábamos en nuestras vidas y yo la tenía.

Las dos de la mañana nos dieron charlando y me convenció para que


fuera a entregar mi ADN al banco de niños desaparecidos y que sus padres
buscaban, y es que había una asociación encargada de eso en mi ciudad, así
pues, iría al día siguiente y les contaría lo que me pasaba. Tal vez allí,
podrían arrojar algo de luz a mi vida, esa que ahora sentía patas arriba.
Capítulo 5

Nada más tomarme el café y un par de tostadas, salí de casa dispuesta


para dejar mis datos en la asociación de niños robados.

Necesitaba saber si había alguien por el mundo que llevara buscándome


durante años.

Crucé la puerta del edificio con una mezcla de nervios y miedo, que para
qué, pero tenía que tranquilizarme, en ese estado no solucionaría nada.

—Buenos días —saludé a la mujer que había en recepción y sonreí


cuando me miró.

—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla?

—Quería hablar con alguien para poder dejar mis datos, o saber qué
necesito para estar en la lista de posibles niños que fueron robados al nacer.
—Claro. Siéntese, por favor —me señaló la fila de sillas que había a mi
espalda—. Enseguida sale el responsable de la asociación.

—Muchas gracias.

Me senté, tal y como me pidió, y le envié un mensaje a mi amiga


diciéndole dónde estaba. Me mandó un montón de emojis sonrientes,
emocionados y con dedos cruzados, era para reírse.

Le dije que por la tarde me pasaría por su casa, tenía ganas de ver a la
pequeña Valentina y, para qué negarlo, necesitaba el abrazo de su tía Lola,
esa mujer que me trataba como a una sobrina más desde que la conocí.

—Buenos días —la voz de un hombre de unos cuarenta años hizo que
dejara el móvil, lo guardé en el bolso y me puse de pie.

—Buenos días.

—Soy Gabriel —extendió su mano y yo la estreché sonriendo—. Me


comentado Paloma, que quiere dejar sus datos.

—Encantada, soy Vanessa. Así es. No estoy muy segura de sí seré una de
tantos niños robados, pero…

—Acompáñeme a mi despacho, por favor.


Lo seguí y cuando entramos me senté en una de las sillas que había
frente a su escritorio.

Gabriel cogió una carpeta y sacó unos papeles que dejó delante de él.

—Bien, Vanessa, cuénteme un poco, para ver en qué podemos ayudarla


desde aquí.

Le relaté lo poco que sabía de mi historia, eso que me contó mi madre en


sus últimos momentos de vida.

—Como le he dicho, no sé si seré una niña robada, pero quisiera saber


qué necesitan para ponerme en la lista.

—Voy a tomarle todos los datos y, después, le daré la dirección de la


clínica con la que nosotros trabajamos para que deje allí una muestra de
saliva y sangre. En caso de que hubiera alguna coincidencia de su ADN con
padres que busquen a sus hijos, nos pondríamos en contacto con usted y que
pudiera conocerlos.

—Perfecto —sonreí.

Una vez hubo tomado mis datos, llamó por teléfono a la clínica para que
me atendieran en cuanto llegara, me dio su tarjeta y quedó en que, si había
noticias que darme, me llamaría.
Fui a la clínica y allí dejé las muestras que necesitaban para incluirme en
ese banco de ADN del que disponían.

Salí con una sensación extraña, y es que no pensé nunca que mi vida
daría semejante giro en apenas un segundo.

Porque eso fue exactamente lo que duró el momento en que mi madre me


dijo que era adoptada.

Me quedé paralizada, sentí que se me venía el mundo encima.

—¿Dónde va tan sola la mujer más hermosa de la ciudad? —sonreí al


escuchar una voz que, aunque solo la había oído durante un par de días, no
era difícil de reconocer.

—Hola, Jesús —lo saludé al darme la vuelta.

Me cogió por la cintura y dejó dos besos demasiado cerca de mis labios.
Qué atractivo estaba con el traje, se notaba que venía de trabajar, o iba a
ello.

—¿Qué tal, guapa, adónde vas? —Me pasó el brazo por encima y
empezamos a caminar.

—Pues de camino a casa para comer y por la tarde iré a ver a una amiga.
—Nada de ir a casa. Te invito a comer en un restaurante donde ponen un
pescado que está de vicio.

—No, no, me voy a casa. No quiero molestar.

—¿Molestar? —Se inclinó y susurró— No me molestas, además,


después te quiero tomar a ti de postre.

Me estremecí y tragué saliva, vamos, que este me iba a comer él solito.

Cuando llegamos al restaurante nos acompañaron hasta la azotea donde


había maravillosa terraza y nos dieron una mesa desde la que se podía ver
bien toda la ciudad.

—¡Qué vistas! —Me senté sin dejar de observar la panorámica que tenía
delante.

—Lo sé, me encanta venir aquí siempre que puedo. Iba a comer algo
rápido, después tenía una reunión de trabajo, pero merece la pena el cambio
de planes.

—¡Ah! Pues si tienes reunión después, no tienes tiempo para el postre —


me encogí de hombros.

—¿Quién lo dice? —sonrió arqueando la ceja y sacó su móvil del


bolsillo de la chaqueta, hizo una llamada donde aplazaba la reunión una
hora y me guiñó el ojo—. Listo, ya puedo tomarme ese postre.
—Jesús… —reí.

Comimos charlando de mi trabajo, ese que había dejado apartado durante


un año. Tan solo le dije que lo hacía porque el fallecimiento de mi madre
me había dejado tocada, no quería estar contando a todo el mundo que era
adoptada y que iba a ponerme a buscar a mis padres, vamos, que me veía
como Marco yendo en buscar de su madre.

Tampoco le pregunté a qué se dedicaba, aunque estaba claro que debía


ser algo importante, pues vestía con traje y tenía reuniones, a la droga no
daba la impresión de que se dedicara, pero bueno, también había gente en
ese mundo que iba siempre hecha un pincel.

Pagó él, no me dejó hacerme cargo de mi parte, decía que él era un


caballero y siempre invitaba a la mujer que lo acompañaba.

Vamos, que me dio a entender que por su cama habían pasado unas
cuantas.

Me llevó a su casa, esa donde me hizo quitarme la ropa en la piscina,


quedarme completamente desnuda, y tumbarme en una de las camas, donde
me saboreó a placer.

Sí, sí que se tomó en serio lo de que yo iba a ser su postre.


Besó, tocó, acarició y me penetró con los dedos por donde quiso en cada
momento, y yo grité como una loca cuando consiguió correrme con un
brutal orgasmo.
—Así da gusto hacer un parón para comer —me cogió en brazos y me
llevó a la ducha, donde me penetró desde atrás con rápidas y fuertes
embestidas, mientras me agarraba de las caderas.

Cuando acabamos me llevó a casa de Davinia, se despidió de mí con un


beso largo y un “repetiremos, preciosa”, que acompañó con un guiño.

—¡Tía Vane! —gritó Valentina, cuando Lola me abrió la puerta.

—¡Mi niña, ay qué me la como! Pero, ¡qué guapa vas, hija mía!

—¿Te gusta? —preguntó, cogiendo el vestido con ambas manos mientas


se movía de un lado a otro, era de lo más gracioso verla así— Me lo ha
comprado la tata.

Llevaba un vestido blanco con pequeñas florecitas rosas que era una
monería, estaba preciosa. Se notaba que se lo habían comprado esa mañana,
y es que esa niña era así, ropita que le compraban, ropita que estrenaba.

—Esta niña no sé a quién salió, mira que es coqueta y presumida —dijo


Lola.

—Tendremos cuidado cuando tenga dieciséis, que eso será más peligroso
—reí.

—Desde luego, en diez años esta niña va a ser un peligro.


—¿Y Davinia?

—En su rinconcito, tecleando lleva todo el día. Solo ha parado para


comer, y rápido, no te digo más.

—Eso es que la historia la tiene enganchada.

—Seguro. ¿Quieres un café?

—Sí, gracias. Voy a ver a mi loquilla.

Besé a la niña, que se sentó en el sofá a seguir viendo los dibujos, y fui a
la habitación que Davinia había habilitado en su piso como lugar de trabajo.

Allí se pasaba las horas dando vida a cada personaje, a veces me quedaba
con ella leyendo los primeros capítulos mientras seguía con la historia.

—Toc toc. ¿Se puede? Adelante —me pregunté y contesté a mí misma,


total ahí estaba como en mi propia casa, y ella empezó a reír—. Hola,
bonita.

—Hola, guapa. ¡Huy! Qué carita me traes… —Entrecerró los ojos y se


quedó así un rato, hasta que volvió a hablar— ¡¡Tú has follado!!

—Calla, loca, no grites.


—Chica, que la tía no se asusta por nada. A ver si te crees que ella no
tiene sus rollos.

—Y bien que hace, si llego a los cincuenta y uno sin marido como ella,
haré lo mismo.

—Desde luego, folláis vosotras más que yo —protestó.

—Tranquila, que mañana te traigo un amiguito para que juegues.

—¿Qué tengo, seis años como mi hija? Por Dios, que yo quiero que me
empotren, no ponerme a jugar al parchís.

—Mujer, pensaba comprarte un vibrador o algo por el estilo.

—Eres mala, te ríes de mis desgracias —se quejó y siguió escribiendo.

—¿Y el poli del otro día? Porque te hacía ojitos.

—Me dio su teléfono, bueno, me lo dieron los dos.

—¡Mira, y se queja! Anda, esos quieren hacer un plato combinado


contigo.

—Pero yo no.

—Pues yo me pasé el finde con Ismael y dos amigos.


—¿Cómo? Sienta el culo ahora mismo en esa silla y me lo cuentas, pero
con todo lujo de detales. O no, mejor omite lo morboso. No, no lo omitas.
¡Ay, la leche qué me vas a dar envidia! Bueno, mira, tú cuenta que pongo la
grabadora del móvil y así tengo ideas para futuras escenas.

—Desde luego… La madre que te parió.

—Por ahí andará la mujer, déjala que no la necesité nunca, y ahora


menos.

Sí, la madre de Davinia decidió cuando ella apenas tenía la edad de


Valentina, que ser madre y soltera, era demasiado para ella. Un día cogió
sus cosas, dejó una nota a su hermana pequeña, que tenía veinte años más
que mi amiga, donde le pedía que fuera la madre que ella no iba a ser
nunca, y se marchó, como cantara Perales hacía años.

Lola llamó a la puerta y entró con dos cafés que dejó en la mesa y volvió
al salón con la niña.

Davinia me miraba esperando, queriendo saber, pero yo es que me moría


de vergüenza de contar esas cosas, aunque con ella tenía muchísima
confianza, así que al final acabé confesando mis pecadillos del fin de
semana.

—Hoy me he encontrado con Jesús, mientras iba de camino a mi casa,


me ha invitado a comer y hemos ido a su casa después.
—Vamos, que te ha comido a ti de postre…

—Justo eso, sí.

—Qué suerte tienes, jodida.

En ese momento sonó su teléfono y vi en la pantalla que era Diego, pero


lo silenció sin cogerlo.

—¿No vas a contestar?

—No.

—Hija, de verdad, mira que eres. ¿Qué te pasa ahora? Para una vez que
ligas.

—Sí, en unos cuántos años, ya lo sé, no me lo recuerdes que las telarañas


me han salido a mí, no a ti. Pero, ¿qué quieres? Tengo una hija.

—Ni que eso fuera una enfermedad de las malas, por favor...

—Ya sé que no, pero ya viste las otras veces el resultado: “Ah, tienes una
hija… Bueno, ya te llamo”. Y esperando sigo, por cierto.

—Diego no es de esos, que lo sé yo. Sabes que tengo buen ojo para la
gente.
—Sí, sí, que te podía haber conocido yo antes y no se me habría cruzado
Voldemort en mi camino.

Reí, y es que así es como ella llamaba al padre de Valentina, que con eso
de que era escritora pues le gustó el apodo para el piloto.

—Y no tendrías esa preciosa hija que tienes.

—También es verdad.

—Davinia, las cosas siempre pasan por algo.

—A mí, por gilipollas, mismamente.

—Eres tonta. Anda, cógelo —le dije señalando el móvil que había
empezado a vibrar sobre la mesa.

—No, ya lo llamaré, cuando me sienta preparada.

—Pues nada, ya lo hago yo.

—¡No! —gritó ella, intentando quitarme él móvil de las manos, pero fue
demasiado tarde, pues ya estaba yo de pie y al lado de la ventana.

—Hola, Diego, ¿cómo estás? —pregunté.

—Esto… Hola, bien. ¿Está Davinia?


—Sí, sí, aquí está. Soy Vanessa, la otra chica que conociste el viernes.

—¡Ah, Vanessa! Sí, ¿qué tal?

—Pues aquí, distrayendo a mi amiga de su trabajo, que con eso de que es


escritora se encierra a teclear y no ve a nadie.

—¿Es escritora?

—¿No te lo dijo? Vaya, vaya, pues qué bien. Señorita, estoy enfadada
con usted. Con lo bien que escribes y no se lo dices al poli.

Davinia no dejaba de hacerme gestos para que colgara, pero clarito lo


llevaba, como si no me conociera ya. Esa iba a salir con Diego como que
me llamaba Vanessa, vamos que sí.

—Si está muy ocupada, la llamo más tarde.

—No, no, estamos con el café. Espera, te la paso.

Le tendí el teléfono, y ella que no se ponía, la miré arqueando una ceja y


bien sabía que, o hablaba con él, o me presentaba en todas las comisarías
habidas y por haber hasta dar con ese hombre y que hablaran.

Resignada, cogió el teléfono y saludó a Diego. Había que joderse, la


sonrisa de boba que acababa de poner mi amiga. Si es que le hacía tilín, y
tolón, pero era cabezona a más no poder.

Salí para darles un poquito de privacidad y que hablaran tranquilamente.


Valentina se lanzó a mis brazos en cuando me senté en el sofá y ahí
estuvimos un rato, viendo dibujos y comiendo chuches que nos trajo Lola.

—Yo te mato —dijo Davinia, casi una hora después, entrando en el


salón.

—Menuda charla, ¿eh? Qué, ¿os vais a ver? —pregunté.

—Sí —se sentó a mi lado y, como Lola sabía que hablaríamos de algo
que la niña no tenía qué saber por el momento, la cogió en brazos y se la
llevó a la cocina a preparar una merienda para todas—. Le he dicho lo de
Valentina, y no le ha importado.

Me miró y estaba como sorprendida, claro que no era para menos. Esa
niña era su vida, la quería más que a nada en el mundo y siempre estaría
ella antes que cualquier hombre.

—¿Tanto te sorprende? De verdad, que no todos los hombres son como


su padre.

—No, desde luego, porque él también tiene un hijo.

—¡Anda, mira! Podéis salir un día los cuatro, como canta Maluma.
—Eres tonta, de verdad —rio ella.

—No, en serio, los podéis llevar al Burger. A ver, ¿cuántos años tiene el
niño?

—Ocho, y él es viudo.

—¡Hostias! Pero, ¿no vivía con su compañero Andrés?

—Sí, en un piso cerca de la comisaría donde trabajan. El niño vive en


casa de sus padres, a las afueras de la ciudad.

—O sea que él va a verlo cuando tiene libre.

—Eso es.

—Pues lo dicho, que os los lleváis un día al parque, al Burger, o donde


os dé la gana y listo, pero primero salid solos, tenéis que conoceros y que te
ayude con esas telarañas.

—¡Eres de lo que no hay, hija mía! ¿En la primera cita me voy a dejar yo
empotrar?

—No te ibas a morir, ya te lo digo yo.

Le quité importancia con un gesto de la mano y empezamos a reír. Lola y


Valentina llegaron con unos sándwiches, refrescos y allí eché la tarde, con
la familia que la vida me había puesto en el camino hacía algunos años.

Me despedí de ellas y fui a casa, veríamos lo que me deparaba el día


siguiente.

Me llegó un mensaje de Jesús que me hizo sonreír, el muy cabrito quería


que me fuera a cenar a su casa, que me ponía el postre que yo quisiera. Reí,
pero le dije que estaba agotada del fin de semana y quería descansar, así que
lo dejamos para otra ocasión.

Eso sí, una en la que estuviera Ismael, que no sabía cómo reaccionaría al
saber que me había liado con su amigo sin que él estuviera conmigo.
Capítulo 6

El timbre de la puerta sonó incesantemente, ¿quién sería a estas horas?

Me puse una camiseta, un pantalón corto y salí a abrir.

—¿Jesús? —sonreí negando.

—Un placer conocerte —puso una bolsa de papel con churros en mis
manos.

—Anda, pasa, placer —reí.

—Tenía dos horas libres después de la reunión de las siete de la mañana


y me dije ¿Por qué no sorprender a la médica más sexy de la ciudad?

—Ya… —Negué preparando los cafés— Y, a todo esto, ¿A qué te


dedicas?
—Soy bombero —se pegó por detrás y mordió el lóbulo de mi oreja.

—Sí hombre… —me reí apartándome por el cosquilleo que me


originaba.

—Digamos que ante los ojos del mundo soy exportador de vinos…

—¿Ante los ojos del mundo?

—Ajá —cogió mi café.

—Y, ¿ante la verdad?

—Soy de antidrogas, voy camuflado por la vida —me hizo un guiño.

—¿Eres poli?

—Sí, de los que no se pueden saber que lo son.

—Entendido, exportador de vinos. Así que no te puedo llevar a mi cuarto


porque tengo una chinita para un peta.

—¿Y un disco de boleros?

—Me has entendido —reí con la broma—. Por cierto, supongo que por
ese trabajo tuyo secreto es por lo que sabes donde vivo… —Arqueé la ceja.
—Obvio, busqué en la base de datos tu nombre y el apellido por el que te
llama Ismael bromeando y lo tuve muy fácil, solo había tres, fue ver tu foto
y decir ¡Aquí tengo a mi próxima detenida!

—A mí no me puedes detener, no hice nada —me metí un churro en la


boca.

—Eso lo veremos, el tiempo de que desayunes.

—Como se entere Ismael, nos va a matar.

—¿Eres su novia?

—No —reí.

—Pues listo —me hizo un guiño—. Nadie lo tiene que saber.

—Madre mía, en los jaleos que me meto yo son alucinantes.

—Por cierto, viene a comer Matías, habíamos pensado que podrías


venirte.

—No sé, de verdad —solté el aire.

—Vamos a tomar comida asiática.

—Ya me has convencido —reí.


—Entonces, ahora te perdonaré la jugada.

—¿Qué jugada? —Arqueé la ceja.

—Nada, nada. Por cierto, compraré unas buenas botellas de vino.

—Yo no solía beber, madre mía, me estoy pasando tres pueblos —me
puse la mano en la frente.

—Es verano y tu cuerpo lo sabe…

—Anda, anda que no eres zalamero —resoplé riendo.

—¿Cuánto tiempo estará Matías por aquí?

—Está haciendo que está de vacaciones, pero es de mi equipo, vino a


colaborar en una operación que tenemos entre manos, se está infiltrando en
una red de narcotráfico.

—Verás que termino asesinada…

—¡Anda ya! —se rio.

Nos tomamos el café, me dio una palmada en el culo y quedamos en que


a las dos y media estaría en su casa.
Tal y como salió por la puerta llamé a Davinia y se lo conté, estaba
alucinando, nos echamos unas buenas risas. Al final a mi amiga la iba a
meter yo en cualquier momento en el lado oscuro.

Recogí la casa tranquilamente, me duché y salí a comprar un poco de


verduras, que estaba ya casi al límite de ellas y aproveché para tomar otro
café en la calle y pasear un poco. Me apetecía que me diera el aire y es que
lo de mi madre aún me golpeaba con fuerza la cabeza, era como sentir que
mi vida no tenía ese punto importante de realidad, esa que quería descubrir
a toda costa.

Me daba la impresión de que la madre superiora del convento no quería


tener esa reunión, ni que estuviera tan liada y ni que fuera ministra, vamos
que empezaba a pensar que estaban ocultando algo.

Regresé a casa y un poco después salí hacia la de Jesús, iba de los


nervios y es que sabía lo que me iba a encontrar allí.

Se abrió la cancela y ahí estaban los dos, copas de vino en mano y con la
mesa ya lista del jardín.

—Ya está aquí la mujer más bonita del mundo —dijo Matías,
acercándose a darme un beso en la mejilla y un toque en el culo.

—Anda, anda, que te las sabes todas —carraspeé.

—Lo digo en serio, nos tienes locos —me dio una copa de vino mientras
Jesús se acercaba a saludarme con otro beso en la comisura de los labios.
—Loca me vais a volver ustedes —cogí un trozo de patatas de gambas
que tanto me gustaba de los restaurantes asiáticos.

Nos sentamos a comer y lo que me pude reír fue poco, a la vez de


cabrear, todo sea dicho. Acababa de enterarme después de un año, que
Ismael estaba casado…

Madre mía, que calladito se lo había tenido todo este tiempo, de ahí que
los encuentros siempre fueran de lo más furtivos y el caso que él vivía en
otra ciudad y no en esta, de ahí que lo tuviera muy fácil para que no lo
descubriera.

Tras la comida nos fuimos con la copa de vino a la piscina, por supuesto
me habían hecho quitar la parte de arriba del bikini y es que los dos eran
unos descarados de lo más graciosos, me caían genial y me atraían un
montón. La verdad es que eran dos bombones de aquí te espero.

Matías se puso detrás de mí bien pegado y metió su mano por dentro de


la braguita del biquini, mirábamos a Jesús, que tenía sus ojos clavados en
mí de manera sensual. Solté el aire cuando su amigo me penetró con dos
dedos y moví mis caderas sintiendo ese placer que ya me estaba dando.

Me levantó y me sentó en el borde de la piscina, me quitó la parte baja


del biquini y abrió mis piernas, volvió a penetrarme con esos dedos que
tocaban sabiendo lo que hacían.
Coloqué mis manos apoyadas hacia atrás y saqué mis caderas tal como
me estaba indicando y comenzó a comerme mis partes, aquello fue el colmo
para que me volviera loca y es que lo hacía de una manera brutal, de esa
que te deja sin aliento.

No quiso que me corriera, me estaba poniendo al límite y preparándome


para que los dos pasaran a la acción. Jesús se levantó y fue por su maletín,
ese que sabía que sería el causante de todo lo que pasaría seguidamente.

Me hicieron salir e ir hacia la barra del bar, sobre ella había unos cuantos
aparatos y geles que había sacado ya Jesús, ese que a la vez estaba
preparando unos cocteles de piña colada.

Matías me hizo colocar de pie reclinando mi cuerpo sobre la barra, él se


sentó entre mis piernas y levantó mis caderas dejándome totalmente
expuesta a su visión y abierta para hacer lo que quisiera.

Metió por detrás el tubito del espray, bien al fondo y dio dos disparos,
aguantó mis caderas para que no me moviera y luego lo hizo con mi vagina,
fue alucinante la sensación de ese aerosol, pues parecía que te abría en canal
todo el interior, como si de menta se tratara.

Cuando terminó se puso un guante de látex y se echó otro gel entre sus
manos, Jesús me miraba y me hacía guiños.

—Relájate bien que voy por los dos lados del tirón —murmuró
causándome un cosquilleo por la barriga.
Jesús dejó los cocteles sobre la barra y salió hacia afuera, se sentó en un
taburete y me puso echada sobre él y dejándome de espalda a Martín para
que me penetrara doblemente con sus dedos.

Metió lentamente con cuidado sus dedos en ambos lados, el pulgar por
detrás, cosa que me hizo chillar de la presión. Jesús me aguantaba para que
no me moviera.

Comencé a gemir de placer mientras me penetraba con sus dedos por


ambas partes, me dilató bien hasta que los sacó y se quitó el guante.

Jesús se levantó y se colocó frente a mí, por detrás Matías y comenzaron


a penetrarme entre los dos. Había que tener dos pares para aguantar aquello,
pero lo hice, es más, me puse como una moto y disfruté con ello.

Cuando terminamos Jesús me dijo que me sentara en la barra y me


corriera para ellos y ahí que fui yo tan desvergonzada, a comenzar a
acariciarme el clítoris mientras ellos me miraban con esos ojos llenos de
deseo. Cuando casi estaba a punto de correrme, Matías me metió dos dedos
para ayudarme con la intensidad.

Terminé agotada, así que fui a darme un baño a la piscina con el coctel
en la mano y luego me tumbé a descansar en la cama balinesa, pero claro, el
descanso me duró poco, ya que Jesús se tumbó conmigo y comenzó a jugar
con mi cuerpo mientras Matías, estaba echado en una hamaca casi dormido.

Me besó todo el cuerpo, lamió mis partes y acarició hasta hacerme correr
de nuevo, luego me puso a cuatro patas y me penetró por delante con
fuerza. Azotes fuertes, arremetidas, gritos… Aquello era una revolución de
lo más sensual.

Me quedé con ellos todo el día hasta la cena, tras ella y antes de
despedirnos volvieron a jugar conmigo, eran incansables. Me pusieron
tumbada sobre la mesa del jardín y me introdujeron un cubito de hielo por
mis partes, luego los dos con sus dedos me penetraron por ambos lados a la
vez que un succionador de clítoris me ponía a mil por horas.

Salí de allí agotada, muerta y directa para la cama. Me hicieron


prometerles que el próximo fin de semana lo pasaría con ellos, les dije que
ya se lo confirmaría. La verdad es que aquello estaba suponiendo en mí una
locura total. Estaba claro que disfrutaba, pero, joder, debía parar un poco
por mi salud mental.

Volví a contarle a Davinia, una vez que me metí en la cama, ella se


sorprendía por todo y alucinaba con esas escenas que yo le iba contando y
que decía que eran dignas para sus novelas, así que, imaginad como se
estaba poniendo mi amiga con todo esto, deseando que estaba ya de probar
algo así….

Me reí mucho con aquella conversación que nos tuvo una hora de
cháchara. Quedamos en comer juntas en estos días, así que nos despedimos
hasta entonces.

Me quedé dormida rápidamente y es que estaba de lo más agotada, algo


normal después de todo lo vivido ese día y los anteriores.
Capítulo 7

Empezaba el miércoles con Ismael en la cabeza.

Yo sabía que era policía, de la secreta, además, me lo confesó y confió en


mí, de ahí que tuviera amistad con Jesús y Matías.

Lo que no me había contado era su estado civil.

Casado, el muy liante estaba casado y yo creyendo que era alérgico al


matrimonio. ¡Ja!

Un año callado como un gato de escayola el muy cabrito, y ahora hacía


días que no sabía nada de él.

Aunque eso era de lo más normal, pues con Ismael solía ser así.
Venía de visita, pasábamos el fin de semana, me hacía de todo lo que
quería y una vez que se marchaba, sin noticias suyas hasta que volvía a
llamar.
Por ese lado no me sorprendía, pero que estuviera casado… no se hacía
una idea del daño que me había hecho al enterarme, y por boca de otros,
que es peor aún.

Me llegó un mensaje de Davinia, quería quedar a desayunar conmigo, así


que acepté sin pensarlo.

Salí de casa y fui directa a nuestra cafetería favorita, donde siempre


tenían los mejores croissants recién hechos de toda la ciudad.
Grandes o pequeños, daba igual cómo los pidieras, te podías poner a
comerlos y no parar.

Me senté a esperarla y me metí en Facebook para cotillear un poquito el


perfil de escritora de mi amiga, ya tenía ahí las promociones de su última
novela y algunas de sus lectoras le habían dejado ya las primeras opiniones.

Sonreí al ver que estaba gustando, y no era para menos, yo que viví con
ella todo el proceso de escritura, dando vida a cada personaje, no podía
parar de leer.

—¡Cuchi, cuchi! —gritó cuando estaba a unos pasos de la mesa.

—Buenos días, bonita.

—Me voy a comer hoy todos los croissants que pueda, me da igual
engordar.
—¿Qué te pasa?

—Que necesito azúcar, hija, ya sabes, mis días raros.

—Pues nada, azúcar para el cuerpo, que una vez al año no hace daño.

—Vanessa, lo mío es una vez a la semana, o dos, o tres…

—Y tan ricamente, vamos hombre.

Llamé al camarero y pedí dos bandejitas de croissant pequeños y dos


cafés, la mañana la íbamos a pasar ahí charlando, al solecito y sin prisas.

—Bueno, qué fuerte lo de Ismael —dijo Davinia cuando volvimos a


quedarnos solas.

—Sí, hija. Y yo pensando que no tenía pinta de querer casarse.

—¿Has hablado con él?

—¡Qué va! Está desaparecido otra vez, como siempre. Ves, a eso estoy
acostumbrada. A ver, que no había una relación seria de pareja, que solo
éramos un rollo y ya, pero leches, un año entero más callado que un monje
con voto de silencio.

—Desde luego, a mí contigo y conmigo me da para novela.


—Trilogía, más bien.

—No, una serie, de las largas. “Las Vannia y sus aventuras” —reí al
verla mover las manos en el aire, como haciendo el rótulo de un cine o algo.

—¿Vannia?

—Claro, tú el Van y yo el, nía.

Nos quedamos calladas, mirándonos, y soltamos una carcajada,


estuvimos riéndonos hasta casi quedarnos sin aire un buen rato. Pero es que
así éramos nosotras, si no soltaba una tontería una, la soltaba la otra.

Y luego teníamos a la pequeña Valentina, de quien Lola decía que era


una versión 3.0 de nosotras dos juntas.

Lo que venía siendo que éramos tres locas de cuidado.

—Y tú, qué. ¿Vas a salir con Diego? —pregunté cogiendo un croissant


que acababan de traernos.

—Le estoy evitando, no te digo más.

—Hija, de verdad. Mira que eres. Ni que te fuera a empotrar nada más
verte.
—Mis ganas —volteó los ojos.

—Pues deja al chiquillo que te coja en volandas y te haga ver la estrellas.

—Mira aquí la descocada. Y parecías una santa cuando te conocí.

—Es Ismael, que me llevó al lado oscuro.

—Chica, pues llévame de paseo un día para que lo conozca yo también.

—¿A Ismael?

—No, que ese está casado.

—¿A Jesús y Matías?

—Mismamente.

—Anda, anda, si tienes a Dieguito, muertecito por tus huesitos.

—Huy, huy, qué confianzas tienes tú ¿no?

—Mujer, que se le ve buen hombre. Pero, que, si quieres, yo te llevo al


lado oscuro.

—Me muero de vergüenza, ya lo sabes.


—Con lo que tú escribes…

—De lo que tú me cuentas, diablilla.

—También es verdad. Bueno, qué te parece si salimos el viernes.

—Genial, una cenita y unos bailes. Por cierto, ¿cómo va tu búsqueda?

—Mal, la madre superiora no me llama, luego lo haré yo a ver si me


cuenta algo, porque estoy de los nervios.

—No me extraña, tanto secretismo, no sé, da que pensar, desde luego.

—¿Me lo dices, o me lo cuentas? Ni siquiera me han llamado de la


asociación, así que deduzco que en estos días no ha salido coincidencia de
ADN con ningún padre.

—Bueno —me puso la mano sobre la mía— tranquila que todo se


aclarará. Mira que, si eres la hija ilegítima de algún rey, o algo.

—¿Te imaginas? Ya me veo, por palacio con andando con la corona en la


cabeza, practicando para que no se me caiga.

—Eso, y mi niña y yo viéndote por la tele, que la realeza no se mezcla


con la plebe.
—Tonta eres, mi sobrina y tú venís de cabeza conmigo. Vamos, solo
faltaba que os fuera a dejar solas. Sois mi familia, Davinia, ahora más que
nunca.

—No, si al final me vas a hacer hasta llorar. ¡Con lo sensible que estoy
estos días!

—La novela que estás escribiendo, ¿verdad?

—Sí, le estoy poniendo algunas escenas de drama, que me paso el rato


con los lagrimones.

Daba fe de esas palabras, que la había visto más de una vez llorar
mientras escribía, igual que reír a carcajadas. Y es que esta mujer vivía cada
escena como si se hubiera metido en la piel de los personajes. Y yo lo hacía
cuando las leía.

Acabamos yendo a comer juntas, yo necesitaba no quedarme en casa


para no pensar mucho, y ella desconectar un poquito sin la niña.

Ojo, que nadie piense mal, que Davinia a su hija la quería más que a
nada en el mundo, pero en estos seis años se desvivía por ella.

De ahí que muchas veces tuviera que obligarla su tía Lola a salir
conmigo, vamos, que empezó a hacerlo cuando nos conocimos porque antes
solo pisaba la calle para ir con la niña al parque, a comprar o a algún evento
literario que le cogiera cerca de la ciudad.
Y la culpa la tenía Voldemort, el jodido piloto había hecho que esa mujer,
de la que Lola siempre me decía que era una romántica y enamoradiza,
ahora fuera prima hermana de la princesa de Frozen, vamos, que tenía el
corazón congelado, como cantaba Pastora.

Y a mí me daba rabia, porque aún era joven, tenía la vida por delante y
mucho amor para dar, no solo a su hija, su tía o a mí.

Y sí, era tímida y vergonzosa como ella sola, pero a veces se me había
pasado por la cabeza que Ismael la llevara a esos mundos de placer que me
había descubierto a mí, pero era decírselo a ella y se ponía blanca como una
pared.

—Vamos de compras, bonita —dije pasándole el brazo por los hombros


—. El viernes te pones un vestido y los tacones y te comes la noche.

—Qué manía con los vestidos, hija. Que soy más de pantalón de toda la
vida.

—Lo sé, pero un día es un día. Venga, que hay en la boutique uno
veraniego perfecto para una noche de chicas.

Al final la convencí, y a la jodida le quedaba el vestido como si lo


hubieran confeccionado pensando en ella.

Marta, la dueña de la boutique, decía lo mismo.


Salimos y fuimos a tomar café, Diego la llamó, pero no contestó, dijo
que después le llamaría ella. Mentira cochina, vamos, como si no la
conociera.

Total, que cuando la señorita se fue al cuarto de baño, dejando el móvil


sobre la mesa, pues aproveché e hice una de las mías.

Esa mujer iba a acabar con el poli como Vanessa que me llamaba.

—¿Diga? —preguntó al descolgar.

—¡Hola, guapo! —contesté, casi riendo. Y es que me imaginaba a ese


hombre, mirando el número que le aparecía en la pantalla, que no lo tenía
guardado, obviamente.

—¿Quién es?

—¿Otra vez te olvidaste de mí? Hay que ver… solo tienes ojos para
Davinia.

—¿Vanessa?

—¡Bingo!

—¿Cómo tienes tú mi número?


—Hijo, que se lo he pillado a tu niña del móvil. Estoy con ella, no te ha
cogido la llamada y dice que luego te llamará.

—Ah, vale, sin problema, yo espero.

—No me has entendido. Vaya poli estás hecho, que no sabes leer entre
líneas.

—Me he perdido —rio.

—Ya, ya, por eso te lo explico yo ahora.

Le dije que mi amiga de llamarle, nanai, que era un amor, encantadora a


la par que un poquito miedosa, tímida, y un pelín tonta.

Lo de tonta con todo el cariño de mi corazón, de verdad que sí, que yo a


mi bonita la quería muchísimo, pero es que no iba a dar su brazo a torcer.

—Bueno, pues ya sabes. A ver, que no tengo mucho tiempo. ¡Ah! Una
pregunta. ¿Tú qué años tienes, Dieguito? —soltó una carcajada antes de
contestarme.

—Cuarenta y cuatro.

—Buena edad, le llevas trece a tu niña. A lo que voy, el viernes por la


noche te quiero ver en el local de Miguel, o sea, donde nos conocisteis.
—Vale, allí estaré. Iré con Andrés, que no es plan de aparecer solo.

—Ni que fuerais Epi y Blas.

—Casi, es como de mi familia.

—Entonces te entiendo, que Davinia es lo mismo para mí. ¡Huy! Te dejo,


que viene —susurré y colgué mientras le escuchaba reír.

—¿Con quién hablabas? —preguntó sentándose.

—Con el buzón de voz del encargado de la asociación —mentí—. En fin,


mañana me pasaré por allí a ver qué me cuenta.

—A ver si hay suerte pronto.

—Esperemos. Oye, ¿nos llevamos mañana a la enana por ahí toda la


tarde?

—Ella encantada, pero tú tendrás que hacer cosas, o tu poli te querrá


comer todo… el postre

Empezamos a reírnos y ahí seguimos, con los cafés y las charlas, hasta
que ella dijo que era hora de marcharse, quería estar con su pequeña.
Si es que así es la vida, necesitas desconectar un poquito de tus hijos,
pero no puedes vivir sin ellos.
Me despedí de mi amiga y fui para casa, quería acostarme pronto pues al
día siguiente me pasaría por la asociación, a ver si Gabriel tenía alguna
noticia para darme.

Pero nada, mi gozo en un pozo.

Aquella mañana de martes, en cuanto me vio entrar por su despacho, lo


primero que hizo Gabriel fue negar con la cabeza mientras me sentaba
frente a él.

—¿Nada?

—Aún no, lo siento.

—Bueno, seguiré esperando.

—Yo la aviso si hubiera novedades, no es necesario que venga.

—Ya, ya, pero tenía que hacer unos recados y me pillaba de paso. En
fin… —me levanté resignada, y es que el no saber nada todavía me tenía de
los nervios— Que tenga buen día.

Salí de la asociación con un bajón de tres pares de narices, así que me fui
a la cafetería a tomarme un café y algún que otro croissant.

Aproveché que habíamos quedado en pasar la tarde Davinia y yo con


Valentina, y compré unos cuantos que llevé a su casa. Me auto invité a
comer, ahí llevaba yo mi cara bonita.

—¡Tía Vane!

—¡Ay, mi niña, que me la como entera!

—Huy, huele a… —puso esa sonrisilla que había heredado de su madre,


sí, la de pillina, y le di la bolsa que llevaba.

—Croissants, pero para después de comer.

—¿Te quedas?

—Si hay un plato de puchero de la tía Lola para mí, sí.

—Lo hay, hija, que parece que sabes cuándo lo hago —contestó la
susodicha, dándome dos besos.

—Al final es que voy a tener algo de bruja, ya verás. ¿Y la señora de la


casa?

—¿Dónde va a estar? —puso los ojos en blanco y nos echamos a reír.

Llamé a la puerta, pero no contestó, abrí y allí la encontré, tecleando, con


los cascos puestos y llorando a moco tendido.
Le di un golpecito en el hombro y cuando me miró, yo sabía que esos
lagrimones no tenían nada que ver con la novela.

—¿Qué te pasa? —pregunté, frunciendo el ceño.

—La novela, ya sabes —se secó las mejillas con ambas manos.

—Una leche, la novela. Venga, habla.

—Mira.

Me dio el móvil y me quedé a cuadros cuando vi el mensaje.

Kike: Davinia, tenemos que vernos y hablar. Quiero conocer a mi hija y


estar en su vida. Tiene tres hermanas con las que ya mantengo relación, y
quieren conocerla. Entre ellas se llevan bien. Llámame, por favor.

—Pero ¿este tío es gilipollas? Ahora, después de seis… no, perdón,


después de siete años, ¿quiere conocer a su hija? Una mierda, vamos, que si
tengo que decir que somos pareja y esa niña es mía, ese pedazo de escoria
ni la ve.

—Es su padre, una prueba de paternidad y…

—Bonita, ya sé que es su padre, pero no tiene derecho a venir ahora a


reclamar nada.
—¿Y si quiere quitármela? —le tembló la voz al preguntar y se echó a
llorar.

—¡Ey, no! Ven, anda.

La ayudé a levantarse y nos sentamos en el sofá que tenía en ese rincón,


donde a veces se tumbaba solo para escuchar música y aclarar las ideas que
tenía para la historia.

—No te la va a quitar, ¿de acuerdo? Vamos un pasito a la vez y que sea


lo que tenga que ser, pero a nuestra niña no se la lleva.

—Tengo miedo, Vanessa, de verdad te lo digo.

—Nada de miedos. Además, tenemos a cuatro polis de nuestro lado —


empezó a reírse y negar.

—Lo que faltaba, tener que contarle a Jesús además esto. Que con una
hija puede lidiar, lo sé, porque él tiene uno, pero con un ex…

—Pues lidiaría igual, estoy segura. Bueno, la suerte que tienes es que
Kike no vive en la ciudad, así que tranquila. No le has llamado aún,
¿verdad? —negó, secándose las mejillas—. Pues nada, deja que pasen unos
días, y ya le contestarás.

—¿Qué haría sin ti?


—Pues lo mismo que conmigo, pero con la tía Lola.

Desde luego que éramos el apoyo la una de la otra, la de charlas que


habíamos tenido a través de una pantalla antes de conocernos en persona, y
eso que vivíamos en la misma ciudad, pero entre mis turnos y sus horas de
trabajo y la niña, pasaron meses.

Eso sí, desde ese momento, inseparables.

La mandé a lavarse la cara para que ni su tía ni la niña la vieran así y se


preocuparan, salí y ayudé a poner la mesa, el puchero olía que alimentaba.

Cuando salió, cogió a Valentina en brazos y se la comió a besos.

—¡Ay, mami! Yo también te quiero, pero deja algún beso para esta noche
cuando me acuestes.

—Hija, si es que eres mi muñequita, no puedo dejar de abrazarte, mi


vida.

Se le quebraba la voz, y sabía que acabaría llorando en cualquier


momento, así que la miré, arqueé la ceja y supo lo que le pedía sin decir una
sola palabra.

Nos sentamos a la mesa y allí disfrutamos las cuatro de una comida de


chicas, como decía nuestra pequeña Valentina.
Capítulo 8

Después de comer y tomarnos el café en casa de Davinia, salimos con la


niña a pasar la tarde fuera.

La llevamos al parque, al cine, estuvimos dando una vuelta por el centro


comercial y acabamos cenando en el Burger.

—Mami, las tardes de chicas hay que hacerlas más a menudo —dijo,
dando un buen bocado a la hamburguesa.

—Claro, cariño. Cuando la tía Vane pueda, nos escapamos otra vez.

—Pues cuando quiera mi niña, que yo tengo muchas tardes libres.

A Valentina se le iluminaron los ojos, y además sacó esa preciosa sonrisa


que tenía.
Era una niña de lo más buena, y conformista, que si pedía algo se
esperaba hasta que su madre pudiera comprarlo.

Regresamos a su casa y la llevábamos cada una cogida de una mano, le


encantaba ir así con las dos para que la levantáramos al aire como si volara,
se moría de la risa.

Estábamos llegando al edificio donde vivían, cuando noté que Davinia se


paraba en seco.

—Mami, ¿qué haces? Venga, que estamos llegando ya —Valentina tiraba


de ella, pero no se movía.

Estaba mirando fijamente al frente y, al mirar hacia donde ella, vi un


hombre apoyado en un coche, frente a la puerta, que estaba trasteando con
el móvil.

—¿Davinia? —le pregunté bajito y, al mirarme, tan solo gesticuló un


nombre. Kike.

Lo imaginaba, que se quedara tan quieta y ese hombre ahí, no era buena
señal.

—Tranquila, ¿de acuerdo? Venga, vamos para casa —le dije, cogiendo a
la niña en brazos y a ella de la mano, porque era incapaz de andar por sí
sola.
Iba a ser imposible entrar sin que nos viera, así que yo iba dispuesta a
sacar a la leona que llevaba dentro. Vamos, por mi niña y por mi amiga,
mordía a quien hiciera falta.

En cuanto notó nuestra presencia cerca, Kike levantó la vista y sonrió.


Para flipar, menuda sonrisa, como si fuera el amoroso marido y padre de
Davinia y Valentina.

—Hola —saludó levantando la mano.

—Hola —Valentina sonrió, con esa inocencia que tienen los niños a su
edad, que saludan de lo más educados.

—Kike ¿qué haces aquí?

—Venir a verte, bueno, a veros.

—Pues ya las has visto —intervine, porque mi amiga se había quedado


paralizada de nuevo.

—¿Tú eres?

—Es mi tía Vanessa —respondió la niña.

—Pero, tú no tenías hermanas ¿no? —miró a Davinia, que seguía


inmóvil como una estatua.
—No es necesario tener lazos de sangre para considerar familia a otra
persona. Somos muy buenas amigas, y la quiero como a una hermana
pequeña. Y ahora, si nos disculpas, se hace tarde.

—Davinia —Kike se acercó a ella y fue a cogerle la mano, pero mi


amiga se apartó como si acabaran de tocarla con un hierro ardiendo.

—Será mejor que te vayas —le pedí, al ver que mi amiga empezaba a
temblar.

—Solo quiero hablar, ya te lo he dicho en el mensaje. Mira, estaré por la


ciudad unos días, llámame para que podamos hablar. Quiero tener una
buena relación, como con el resto de mis…

—Ya te llamará cuanto esté preparada —interrumpí antes de que la


palabra hijas saliera de su boca, y se acabará enredando todo un poco más.

Él asintió y, tras despedirse y subir al coche, se marchó.

Dos años hacía que Valentina preguntó por primera vez por qué no tenía
papá como sus amiguitos del colegio, y Davinia le contó la verdad, que su
papá no las quiso a ninguna de las dos.

La niña, a pesar de ser tan pequeña, dijo que ella sí la quería y que no
cambiaba a su mami por nada del mundo.
Subimos a la casa y en cuanto Lola vio la cara de Davinia, supo que algo
no iba bien, así que mientras mi amiga acostaba a la niña, le conté todo,
desde lo del mensaje, hasta ese encuentro que habíamos tenido en la calle.

—Vamos, que viene ahora para dar por culo, qué valor el suyo.

—Tranquila, Lola, que no va a pasar nada.

—Eso espero, de verdad que sí.

Davinia se vino abajo cuando entró en el salón y vio a su tía con los
brazos abiertos.

Me quedé con ellas un rato, no podía ver a mi amiga en ese estado y


dejarla, así que cuando se calmó y fue a meterse en la cama, le dije que nos
veíamos al día siguiente.

—No me veo con ánimo, Vanessa, de verdad. Mejor me quedo en casa.

—Claro, claro, y yo el sábado ingreso en un convento. Mira, tú te vienes


mañana conmigo a cenar y nos alegramos la vista con Sam. Y después, a
bailar hasta que el cuerpo aguante, de local en local, para terminar donde
Miguel.

—Vanessa…
—Davinia… —ella era cabezona, pero yo un poquito más— N o me
hagas venir y bajarte de los pelos, que sabes que me atrevo.

—Sí, hija, sí, lo sé. Mañana te confirmo, ¿vale?

—No, mañana no. Ahora mismo se queda pactado. Como no estés a las
ocho en la calle, subo y te saco de casa, aunque sea en pijama.

—Pues iba a ir bonita de ver, sí —rio.

—Chica, crearías tendencia, eso seguro. Anda, descasa, bonita. Mañana


nos vemos. Te quiero una jartá.

—Y yo a ti —la abracé y me fui para casa.

Desde luego que era una faena eso de que apareciera ahora el padre de la
niña, pero que no estaba sola, aquí sacaba yo las uñas y le dejaba bonita la
cara al sinvergüenza de Kike.

Viernes por la mañana, acabando la semana y la madre superiora sin


llamarme.

Me preparé un café con tostadas, desayuné tranquilamente mirando por


la ventana y, con fueras renovadas, marqué de nuevo el número a ver si la
buena mujer se dignaba a atenderme.

—Ahora mismo no está disponible.


—Ni que fuera el Papa, por Dios —protesté, enfadada.

—Mire, señora —ahí la había liado ya la monja.

—¡Ah, no! Señorita por el momento, que soy joven y soltera.

—Mire —omitió lo de señora, menos mal—, la madre superiora la


llamará en cuanto pueda.

—Si es que ese es el problema, que no me llama, y no me atiende.

—Yo le dejo nota para que la llame.

—Pero que lo haga, porque si no me presento allí y no me voy hasta que


me atienda.

—Le dejo nota, buenos días.

Ni tiempo a decir adiós me dio, que me colgó directamente. Pues estaba


bien el clero, sí.

Jesús me mandó un mensaje de buenos días que me sacó una sonrisa, que
me quitó hasta el cabreó que tenía con la monja del teléfono y con la madre
superiora.
Me fui a la peluquería a darme un repaso al corte, después me hice la
manicura y comí en un restaurante de comida asiática que me encantaba.

Seguía sin saber nada de Ismael, a punto estuve de mandarle un mensaje,


pero con eso de que estaba casado pues como que me cortaba un poco más,
solo faltaba que la mujer lo viera y encima me acabara tocando a mí la
bronca del señor.

Volví a casa, busqué un vestido para esa noche, los zapatos, y me di un


baño de espuma, con música relajante, que me dejara como nueva.

A la ocho estaba Davinia esperando en la puerta del edificio, en cuanto


me vio llegar en el taxi, sonrió y se montó.

—¡Ole, el pibón que me acompaña! —grité por la ventana.

—¡Calla! Que se van a pensar que me cambié de bando —rio.

—Te queda genial el vestido. Me alegro de que no me hicieras subir a


por ti —dije abrazándola.

—Me ha convencido la tía, así que calla.

—Huy, pues sí que estás tú bien hoy.

—Lo siento, es que me pongo nerviosa. Si Kike aparece por casa y no


estoy…
—Tranquila, que Lola no le va a dejar poner un pie en la casa, antes
llama a la policía, fíjate.

—Ya, eso lo sé.

—Y hablando de policía, ¿y Dieguito?

—En su casa estará.

—¿No le has llamado desde el otro día?

—No he tenido tiempo.

—Claro, disculpe usted, señora ministra, que su apretada agenda no le


deja ni cinco minutos libres. Ya te vale, bonita.

—No me des la noche, ¿vale? He salido, que es lo que me pedías, así


que, por favor, no se habla de tu amiguito Dieguito.

—¡Ah! Ahora es mi amiguito. Hay que ver… lo que tengo que escuchar.

Reí, y ella sonrió. Eso era lo que más me gustaba de ella, que tenía su
punto de locura acorde con el mío y congeniábamos que daba gusto.

Llegamos al restaurante de Sam y le faltó tiempo para darnos un abrazo


de los suyos. Si ese hombre quisiera, y mi amiga también, habrían hecho
buena pareja, pero a ella le había gustado el poli, que su mirada a mí no me
engañaba.

Cenamos de raciones, un poquito de todo para compartir, y pasamos el


rato charlando de esa novela que Davinia tenía entre manos.

Llevaba varios capítulos que me pasaría cualquier día por e-mail para
que leyera, quería ver qué me parecía y yo encantada de ser la primera en
leer lo que se le había pasado por la cabeza a mi loquilla.

Entre vino y vino se desahogó un poco, y me confirmó lo que yo ya


sabía, que el poli le hacía tilín pero que estaba cagadita de miedo. Y más
ahora con Kike pululando cual abeja por la ciudad.

Nos despedimos de Sam y empezamos la noche de baile, de pub en pub


como siempre, hasta que dimos con nuestros huesitos en el de Miguel.

—Y al fin llegaron mis reinas, a alegrarme la vista.

—Miguel, hijo, mira que eres —protestó Davinia dándole dos besos.

—Estás impresionante esta noche, tienes que lucir piernas más a


menudo.

—Anda, calla y dinos dónde podemos acoplarnos hoy —mi amiga sonrió
dándole un golpecito en el pecho.
—Pues en mi reservado, hija, que pareces nueva. Venga, tirar para allá
que ahora os llevo de beber.

Y ahí que fuimos, y aproveché que ella hablaba con un conocido para
mandarle un mensaje a Diego y decirle que nos encontrarían en el mismo
reservado de la otra vez.

Una copa, un baile, y otro, y más bebida, y cuando creía que el poli me la
había jugado y no aparecería, ahí le vi mirándonos desde la barra, con una
sonrisa de oreja a oreja al ver a Davinia moverse con esa soltura en el baile.

Y entonces le vi ir hasta donde estaba Néstor, hablar con él, que sonrió
asintiendo, y tras estrechar las manos se alejó.

Muerta me quedé cuando empezó a sonar una canción de Maluma,


Davinia y yo seguimos bailando y de pronto teníamos a Diego frente a
nosotras, que se pegó a la espalda de mi amiga y se inclinó quedando con
los labios bien cerquita de su oído.

«Y dime, dime, dime si tú quieres andar conmigo


De todo, todo quiero hacer contigo
Y si no quieres solo dame un rato
Baby, pero sin ningún descanso»

Cuando vi a mi amiga girar la cabeza, con los ojos abiertos como platos
de grandes, supe que el poli le había cantado eso al oído.
No, si al final la empotraba, que lo veía venir.
—Buenas noches, señores agentes —los saludé cuando acabamos de
bailar y nos sentamos en los sofás del reservado—. ¡Qué coincidencia!

—Sí, seguro —Davinia me miró con esa cara de “no te lo crees ni tú,
pedazo de bruja”, pero la ignoré.

—Hay que desconectar de vez en cuando, que se encarguen otros de los


manos —dijo Andrés.

—Claro que sí. Así nos cuidáis a nosotras —sonreí.

Estuve charlando con Andrés, que era un encanto, pero sin tontear ni
nada, que me parecía buen tío, pero no quería nada con él, era atractivo y
estaba cañón, pero ese hombre no era mí.

En cambio, Davinia y Diego no paraban de hablar, de hacerse


carantoñas, una caricia aquí o allá, tonteaban el uno con el otro que daba
gusto verlos.

Él era de lo más atento, me gustaba ese hombre, sí señor.

—¿Davinia? —esa voz hizo que mi amiga se pusiera tensa, me giré y ahí
estaba Kike.

—Kike…
—¿Así cuidas de nuestra hija?

—¿Perdona? —me puse en pie, sacando la leona que llevaba dentro,


porque a mi amiga no iba a venir a darle lecciones de moral a esas alturas
de la película.

—No hablo contigo.

—Pero yo sí. Mira, no tienes ni puta idea de lo que ha pasado esta mujer
para sacar a su hija —recalqué bien esas palabras— adelante.

—¿Escribiendo folletines eróticos? No me jodas.

—No te pases, que no te consiento que menosprecies a Davinia ni una


sola vez más. ¿No tuviste bastante con follártela y dejarla tirada cuando te
dijo que estaba embarazada?

—Venía por las buenas para que me dejaras ver a la niña, pero me lo voy
a pensar muy bien.

—Ni se te ocurra amenazar a mi pareja —me giré al escuchar a Diego,


que se puso en pie plantando cara a Kike.

—No amenazo, solo informo. Quiero lo mejor para esa niña, tengo un
trabajo estable, estoy casado y puedo darle una familia.
—¿Le vas a quitar a sus hijas a todas a las que dejaste tiradas? Porque, te
recuerdo que son tres más —dije cruzándome de brazos.

—Ninguna me ha puesto pegas para conocerlas y verlas cuando quisiera.


Todas tienen un buen trabajo, las niñas reciben una educación en colegios
privados.

—Claro, si son todas azafatas, y las cuidan las abuelas —dijo mi amiga.

—Yo soy policía, la niña tiene una buena estabilidad con nosotros —
intervino Diego, abrazando a Davinia que no dejaba de mirarle, atónita
igual que yo.

—Estabilidad… No vivís juntos. Te he seguido desde que saliste de casa,


y este no es tu novio.

—Soy lo que me dé la gana ser. Y te lo advierto, o te vas, y sin más


amenazas, o…

—¿O qué? Mira, no tengo tiempo. Vámonos a hablar fuera, Davinia.

Kike cogió a mi amiga por la muñeca, que gritó al notar que la apretaba
demasiado, queriendo sacarla de allí, pero no se lo permitimos ninguno de
los tres.

—Vuelves a tocar a mi chica, y te reviento.


—¿Seguro? Te cae un puro, señor policía.

—No estoy de servicio.

—Y estás molestando a mi chica.

—Diego, por favor —le pidió Davinia, que dese luego conocía a Kike
mejor que ninguno de nosotros.

—Preciosa, puedo solucionar esto.

—No. Kike, deja que piense estos días, por favor. El lunes te llamo y…
hablamos.

—El lunes, no espero más. Quiero que la niña sepa quién soy y poder
verla cuando quiera —la señaló con el dedo y se marchó.

Davinia se sentó y empezó a llorar, pues menuda manera de acabar la


noche.
Me senté con ella, que se abrazó a mí como si fuera su única esperanza
de salvarse, y la calmé cuanto pude.

Diego no se despegaba de ella, le decía que iba a ayudarla en lo que


necesitara y bien sabía yo que así sería.

Pero yo también lo haría, ese imbécil no iba a llegar aquí después de


tanto tiempo para llevarse a la niña, vamos, estaba loco si se le había pasado
semejante estupidez por la cabeza.

Con mi amiga con el cuerpo descompuesto, decidimos poner fin a la


noche. Diego y Andrés nos acercaron a su casa, y de ahí me despedí de ella
y me marché a la mía.

Las vueltas que da la vida, que todo está bien y de repente hay algo que
lo desbarajusta todo.

Me metí en la cama pensando en mi amiga, la que le había caído con


semejante joya de ex.
Capítulo 9

Se me había olvidado silenciar el móvil y el tono de un mensaje hizo que


me terminara de desvelar.

Jesús: Buenos días, princesa. Matías viene de camino para quedarse


hasta mañana, vente también, he comprado marisco y pescado para
hacerlo frito.

Me reí de saber que si iba sabía lo que me esperaba, pero, ¿quién dijo
miedo si no tenía un plan mejor?

Le respondí que allí estaría en un rato, así que me duché, desayuné


relajadamente y preparé una bolsa con las cosas para cambiarme, ya que me
quedaría a dormir.

Me fui hacia su casa y como no, de esta, me volvían borracha, ya estaban


con las copas de vino en la mano y la mía servida, eso sí, con un poco de
marisco sobre la mesa para tapear antes de comer el pescado frito.
—Chicos, hoy pido un poco de clemencia —arqueé la ceja—. No me
seáis brutos que mi cuerpo pide un poco de calma.

—Tranquila, iremos de uno en uno —dijo Matías, pegándose detrás de


mí y dándome un beso en el cuello.

—Pronto empiezas —reí.

—Bueno, eso es un entrante cariñoso.

—Por cierto, ¿habéis tenido noticias de Ismael?

—Sí, lo vimos por el trabajo, pero está un poco raro, me parece que tiene
problemas familiares —respondió Jesús.

—Lo que me extraña es que no los haya tenido antes —murmuré y di un


trago.

—¿Sabes que hice un pedido online de juguetes eróticos y me llegó


ayer?

—No, Jesús, no lo sabía —murmuré negando.

—Pues creo que te harán disfrutar mucho.

—¿Qué hay de nuevo y que me pueda sorprender?


—Pues te sorprendería, lo primero hay unas bolas anales que se inyectan
una vez dentro.

—¿En serio?

—Sí y luego unos vibradores que van desprendiendo spray y ayudan a


lubricar y excitar mucho más.

—Bueno, ni quiero seguir sabiendo, mareo me está dando —di un trago


mientras ellos sonreían.

—Ven —me dijo Jesús, que estaba sentado en el sillón.

—¿Ya? —pregunté apretando los dientes y él le hizo un gesto a Matías.

Me acerqué y me puso delante de él, mirando hacia la mesa, me bajó la


parte baja del bikini y me dejó caer hacia adelante dejando mi vestido por la
cintura.

—Te pondré las bolas anales y te las dejaré ahí un rato, tranquila que voy
con tacto, ya leí como se inyectan.

Abrió mis nalgas y puso una crema que le dio Matías en la entrada con
su dedo, di un respingón.
—Tengo que meterlas con el dedo dentro de la silicona y sacarlo
dejándola dentro para luego inyectarla, es mejor que no te muevas, si
quieres te agarras a la mesa fuerte, pero hagas movimientos bruscos.

—Sí hombre, pues hazlo con tacto —protesté.

—Como siempre…

Volvió a echar más gel lubricante en la entrada y me agarré al filo de


delante de mí, de la mesa.

—Relaja… —dijo mientras iba metiendo su dedo con esa silicona que
parecía un poco rugosa.

Solté el aire varias veces hasta que noté que lo iba colocando y sacó con
cuidado su dedo.

—Muy bien, ya está colocado, ahora tengo que meter el aparato que lo
rellenará, relaja un poco, es como un supositorio largo y tengo que ponerlo
bien.

Lo fue metiendo y yo resoplaba con esa sensación, una vez dentro me


avisó de que comenzaba a sacarlo mientras llenaba y que no me moviera, de
todas formas, noté a Matías que se apoyó sobre mi baja espalda para hacer
presión y que no hiciera movimientos bruscos.
Esa sensación de cómo se iba llenando, fue explosiva, pensé que no la
aguantaría y grité de todo, los puse a los pobres de bonitos para arriba y eso
que Jesús tenía mucho tacto.

Cuando terminó y lo sacó pensé que ahí quedaba la cosa, pero no, metió
su dedo y fue amoldándolo, aquello cogió toda la forma de mi interior, lo
notaba, pero bastante bien.

—Levanta con cuidado.

Me levanté y noté que se acoplaba eso más, la sensación era placentera,


la verdad es que no molestaba, notaba algo ahí, pero me estaba estimulando.

Me puse el vestido bien, pero no me coloqué la braguita, más que nada,


porque me lo dijo y la puso a un lado.

—Si te atreves te pongo el de delante que es más fácil y los tienes los dos
un rato para que te estimulen bien.

—No sé yo, si podré sentarme con todo eso dentro.

—Sí, es adaptable al movimiento, siéntate en el filo y te lo coloco.

Y yo, que ya no sabía ni donde estaba mi vergüenza, me senté y abrí las


piernas, él se pegó y puso cada una sobre los brazos de la silla.
Vi cómo metía sus dedos en la silicona, se veía grande y pensar que eso
lo tenía que hinchar me hacía poner nerviosa, más que nada por aguantar
dos en mi interior.

Matías miraba atento, yo puse mis manos atrás para apoyarme y


relajarme.

Metió su dedo y lo llevó hasta el fondo, una vez dentro lo sacó con
cuidado para dejar la silicona dentro.

Colocó el aparato para hinchar dentro y lo fue metiendo, poco a poco,


cerré los ojos y cogí aire que solté de golpe, lo llevó hasta el final y luego lo
fue hinchando, pero a lo grande, noté esa presión de golpe.

Fue sacándolo y luego metió su dedo para amoldarlo a su gusto, yo lo


miraba en ese momento y me sonreía arqueando la ceja.

—Y ya que estamos, vamos a probar otra cosa —vi que cogía una pinza
pequeña y redonda.

—¿Eso dónde?

—En el clítoris, se mueve lentamente y te va aportando placer, tengo que


coger un pellizco.

Abrió mis labios y lo cogió, lo colocó rápido y aquello me hizo soltar el


aire en repetidas ocasiones.
Me levanté y aquello era una sensación de esas que te dejan sin fuerzas,
estaba con un montón de excitación, me fui con la copa a la piscina y me
metí dentro, necesitaba estar en agua.

Entraron también y Matías no dejaba de abrazarme, besarme el cuello,


Jesús me acariciaba los pechos, eran incansables y yo, bueno, yo me dejaba
llevar por aquellos momentos en los que perdía como siempre la vergüenza.

Estuvimos un rato hasta la hora de la comida donde me quitó lo del


clítoris y nos sentamos a comer.

El pescado lo hizo Jesús y estaba delicioso, además de crujiente.

Tras la comida Matías me propuso pasar a la habitación con él y Jesús


asintió, se quedó en el sofá a dormir un rato la siesta.

Me metió en la habitación entre besos y caricias, me tumbó en la cama y


abrió mis piernas, debajo de mi culo puso una toalla doble.

—Te voy a quitar eso de dentro pero no te muevas que lo tengo que
pinchar sobre todo el de atrás.

—¿Pinchar cómo? —pregunté asustada.

—Tengo el aparato que lo pincha, una vez que lo meta sale la puntita,
pero si te mueves te puedo hacer daño.
—Vale.

Y ahí que cerré los ojos y lo fue metiendo por detrás, me avisó de que ya
iba a pincharlo y me quedé inmóvil. Joder cómo se reventó, comenzó a salir
líquido, sacó el aparato y con sus dedos la silicona.

Luego lo de delante fue fácil, lo hizo con dos de sus dedos, notaba todo
mojado y él comenzó a secar con una toallita húmeda mis partes.

—Listo, ahora dime, ¿sexo normal o salvaje?

—Explícame eso —reí.

—Me va un poco lo fuerte, pero me adapto a todo —arqueó la ceja—.


Me gustaría someterte un poco al dolor, pero eso depende de ti…

—¿Qué tipo de dolor y qué harías?

—Follarte por ambos lados teniendo limitado tus movimientos y


haciendo que descubras un placer un poco más duro.

—No entiendo, te lo juro.

—Lo primero quiero que sientas dolor con tus pezones, pero no te voy a
lastimar ni mucho menos, te pondré al límite.
—No sé yo, ¿eh? —apreté los dientes.

—¿Lo intentamos?

—¿Y si no quiero?

—Paramos, eso sí, en este caso necesitaré la ayuda de Jesús.

—Ese está durmiendo —reí.

—Voy a llamarlo —me hizo un gesto de que esperara y solté el aire


pensando que, ¿en dónde me estaba metiendo?

Jesús apareció bromeando y diciendo que poco nos había durado el


echarlo de menos.

—Yo no estoy segura, lo aviso —reí nerviosa.

—Ven, anda, que tú puedes con ello, déjame ver — puso sus dedos en
mis pezones y los apretó rápido y fuerte. Chillé.

—Uf, no sé yo…

—Vamos a por otro y luego te ponemos los extensores —volvió a


pellizcar mientras Matías, me agarraba para que no me moviera y terminó
sentándose en el borde de la cama conmigo encima.
Jesús, echó un poco de líquido en mis pezones y luego puso los
extensores que eran unas pinzas que encima iban unidas y tiraban entre
ellas, comencé a chillar como loca inmovilizada en lo alto de Matías.

Me echó un poco de spray calmante, pero aquello me ardía y parecía que


se me iba a romper.

Matías se levantó y con él, me levantó a mí, me dejó en medio de él y


Jesús que tenía un vibrador enorme en sus manos, me apartó un poco las
piernas y pensé que no podía ser, aquello no me iba a entrar.

Lo peor fue que mientras Jesús lo sacaba de la caja, Matías me puso unas
esposas detrás de la espalda, yo pensé que de esa no sobrevivía. Me aguantó
para que el otro pudiera meter aquel vibrador entre mis piernas y, cómo
chillé con aquella sensación, madre mía, aquello parecía que iba a
reventarme por completo.

Y cuando llegó al final pensé que no aguantaría dos minutos con eso
dentro, era demasiado.

Matías me echó hacia delante para que Jesús, que se sentó, aguantara mi
peso y este levantó mis caderas para penetrarme por detrás, primero puso un
poco de lubricante en mí agujero y cuando comenzó a entrar con la
sensación de lo de delante, pensé que no sobreviviría a ello.

Grité como loca y mordí el hombro de Jesús, que me decía que


aguantara. Aquello era placentero, pero con demasiado dolor, ese que
notaba en mis pechos y en mis zonas bajas. Lo peor vino cuando Jesús
comenzó a mover el vibrador al ritmo de su amigo, pensé que me iba a
desmayar y me corrí quedando sin fuerzas, a la vez también lo hizo Matías.

Jesús me sacó el vibrador y luego me quitó lo del pecho, luego me pidió


que me echara en la cama, que me iba a calmar mis zonas, me puse las
manos ya desatadas en los ojos y abrí las piernas, necesitaba un poco de gel
interior para calmar ese ardor.

—Algo así me refería —dijo Matías.

—¿Algo así? ¿Habría más?

—Mucho más, pero por ahora creo que fue suficiente para un primer
contacto —decía mientras Jesús llenaba mis zonas de gel con sus dedos.

Al final nos quedamos los tres en la cama a descansar un rato, yo me


quedé dormida en medio de los dos, estaba agotada física y
psicológicamente. No entendía cómo era capaz de aguantar todo eso y sin
embargo no parar, lo mío era de psiquiátrico.

Despertamos cerca de las ocho de la tarde, salí corriendo hacia fuera


antes de que le dieran ganas de hacer algo y es que yo necesitaba paz y
amor en esos momentos, mis partes no daban para más.

Me coloqué el bikini y una camiseta larga que llevaba en la bolsa y me


puse a preparar tres cubatas en esa barra del exterior, ellos salieron con un
plato lleno de sándwiches.
Les amenacé con llamar a la policía si me ponían una mano encima esa
noche y no entendí hasta un poco después de qué se reían tanto y claro, es
que tenía ahí a la policía ¡Para encerrarme!

La verdad es que les había cogido hasta cariño, parecía que los conociera
de toda la vida.

—Al final te vas a tener que decantar por uno de los dos, vemos que con
los dos no puedes.

—¡¡¡Matías!!! —Le di una piña en el hombro y se echó atrás


agarrándoselo, haciendo como al que lo había lastimado.

—Lo mismo la chica quiere vivir un romance de por vida con los dos —
murmuró Jesús, metiéndose detrás de la barra.

—¿Yo? Ya os digo que una vez que salga por esa puerta mañana, no
vuelvo más.

—Y lo dirás en serio…

—Jesús, no me conoces, pero no voy a estar viniendo aquí perennemente


a jugar a esto —ladeé la cabeza.

—Y, ¿por qué no? ¿Tan mal te tratamos?

—Nos tiene miedo —contestó Matías.


—Verás que te llevas la patada en los huevos, lo mismo hasta te excitas
—le hice un guiño.

—No, no, con mis pelotas no se juega de esa forma.

—Ni con mis ovarios —sonreí con ironía.

—Creo que le sentó mal la siesta —dijo Matías a Jesús.

—Eso con un masaje se lo arreglamos.

—¡Ni mijita! Os lo digo ya, hoy ya acabasteis con el cupo.

Y así estuve toda la noche esquivándolos, madre mía la que me dieron,


pero yo estaba agotada, es más, a las doce nos fuimos a dormir del tirón,
vale que ahí me intentaron dar coba de mil maneras, pero no lo
consiguieron.
Capítulo 10

Desperté y gemí, joder tenía a uno entre mis piernas absorbiéndome por
completo, no sabía a cuál ya que no había más nadie.

Vi que Jesús sacó la cabeza por las sábanas y me eché a reír.

—¿Te has cargado a Matías?

—Lo llamaron para una reunión urgente, ya no volverá, buenos días —


volvió a meterse dentro para seguir lamiendo todas mis partes.

Me agarré a las sábanas y eché hacia atrás la cabeza, solté el aire y noté
que hasta me ahogaba. ¡Joder cómo lo hacía!

Me penetró con sus dedos mientras seguía lamiendo mi clítoris, acto


seguido, noté cómo iba colocando algo en mi parte trasera y empujando
hacia dentro mientras con su otra mano se puso a tocar mi punto débil,
comencé a chillar de placer y lo de atrás comenzó a moverlo dentro y fuera.
Mis dedos cada vez se volvían más contraídos contra la sábana,
apretándola con fuerzas, aquello cogía intensidad y terminé corriéndome
como loca.

Quitó lo de atrás y me penetró con su miembro, se echó hacia delante


con una mano a cada lado de mi hombro, me encantó, juro por mi vida que
me encantó hacerlo con él, mirándonos a los ojos, movió las mariposas en
mi interior y sentí que así es como yo deseaba estar.

Terminamos de hacerlo y cayó sobre mí, abrazándome, me dio varios


besos en los labios con una sonrisa que me derritió por completo.

—Estás preciosa…

—Será el despertar que me has dado.

—Luego te puedo dar la comida… —mordisqueó mi labio.

—Mira, con uno solo creo que puedo aguantar un poco hoy —sonreí.

—¿Y si te propongo que nos vayamos a pasar el día a la Cala?

—¡Sí! —reí emocionada.

—Pues vamos a ducharnos, desayunamos y nos vamos, te invito a comer


al club, soy socio.
—Me encanta la idea… —Lo abracé y besé la mejilla.

Nos duchamos juntos, fue otra manera de todo, nos besamos, abrazamos,
había feeling y algo que me gustaba sentir, mucho más que con Ismael ¿Me
estaba volviendo loca?

Nos fuimos en su coche y dejamos el mío allí, la verdad que nunca había
entrado al club que tenía hasta un acceso directo a la playa, cogimos en un
rincón chulísimo un sofá de esos impermeables y cómodo en forma de U
con una mesa delante de madera mirando al mar y a la zona de piscina.
Pidió una botella de vino blanco y de entrante nos pusieron unas tortillas
de camarones, que estaban bien buenas.

—Sabes… —murmuró pegándose a mí y agarrándome por la cintura con


su copa en la mano.

—Dime —lo miré con una sonrisa de esas que te salen sola.

—Me encantas para mí solo…

—¿Para ti solo? —Arqueé la ceja.

—Para mí solo, para cuidarte, para estar contigo, para no dejar que nadie
te toque.

—¡A buenas horas! —me reí.


—Podemos borrar el pasado —mordisqueó mi labio y un cosquilleo
recogió mi estómago.

—Me estás poniendo nerviosa.

—Esta noche no podía dormir, no dejaba de mirarte, le pedí a Matías que


me dejara contigo a solas…

—¿Te estás burlando de mí?

—No lo haría ni de ti, ni de nadie, pero menos de ti, eres todo lo que
necesito en mi vida ahora mismo.

—A ver, a ver, que me están entrando calores —me reí y me ladeé para
mirarlo—. Sabes que esto puede traer problemas.

—¿Por Ismael?

—Claro, aunque él y yo no tenemos nada formal y más desde que me


enteré que está casado y eso no me lo esperaba, pero sé que se puede
enfadar mucho.

—Que lo haga, o mejor, que le pregunte a la mujer qué le parece.

—No seas malo —arqueé la ceja.


—No soy malo, pero podría decirte más cosas aún por lo que no pienso
tener miramiento con él, pero si lo hago, me cargo muchas cosas, al menos
por ahora.

—No te entiendo…

—Lo entenderás con el tiempo, solo quiero pedirte que me des la


oportunidad de que nos comencemos a conocer, de que me abras la puerta a
intentar que surja algo más entre nosotros.

—No sé qué decir…

—Pero mírame —sonrió agarrando mi barbilla y poniéndome la cara a la


altura de sus ojos—. ¿Hay algo en ti, que le gustaría intentarlo?

—Sí, desde esta mañana estoy muy a gusto contigo, pero me da un poco
de cosa todo.

—Un poco de cosa todo es un hombre que lleva un año haciendo que no
tiene responsabilidades y que mientras su mujer le esperaba en casa con su
hija, él está en las sábanas con otra mujer jugando como si fuera lo más
importante que tiene que hacer en ese momento.

—¿También tiene una hija?

—Sí, también la tiene.


—Joder no entiendo nada, pero bueno, jamás nos prometimos amor ni
nada por el estilo, pero no me gusta hacer lo que no quiero que hagan
conmigo y si yo hubiera sido consciente de ello, jamás me habría acostado
con él.

—Inténtalo conmigo —volvió a levantar mi cara y me besó.

—Ahora mismo estoy en un mal momento —me sinceré con él y le conté


todo lo ocurrido con mi madre y que fui a lo del ADN y tal…

—Me lo deberías de haber dicho antes —se llevó mi mano a sus labios y
la besó.

—¿Follando? —me eché a reír y él soltó también una carcajada.

—Tienes razón —besó mis labios—. Te voy a ayudar con ese tema, sé a
quién puedo acudir y que me pase toda la información desde tu primera
inscripción, además haré una visita por el convento, conozco a la madre
superiora.

—No te preocupes.

—Claro que me voy a preocupar, todo el mundo tiene derecho a saber su


pasado, sus orígenes y que pasó para que no te quedaras con tu familia
biológica.

—Bueno, gracias —suspiré.


—Te voy a cuidar todos los días de mi vida.

—¿Qué dices, niño? —Se me pasó la tristeza y tuve que soltar una
carcajada, lo gracioso es que parecía que le salía del corazón.

—No me crees…

—Me conoces de hace poco, y, para colmo, en una actitud muy poco
normal para una…

—Una persona libre que tiene derecho a disfrutar hasta que le llegue el
amor, pero, no puedo juzgar lo tuyo cuando yo he participado de lo mismo,
solo sé, que no he deseado tanto a alguien como lo hago contigo.

—Entonces lo que sientes es atracción y deseo.

—¿Qué es el amor sin deseo?

—Joder, tienes más salidas que un torero, en serio, me agrada escuchar


eso.

—No eres una más, no repetiría con nadie si no hubiese sentimientos y


contigo, creo que hay demasiados.

—Jesús, por Dios —me puse la mano en la cara.


—Dime que me vaya, pago la cuenta ahora mismo y lo hago andando,
dime que me quede, y te juro que te voy a hacer feliz cada minuto de tu
vida, porque hasta cuando no esté contigo y esté trabajando, vas a sonreír y
yo seré el motivo.

—¿Tú eres el de la orgía? —pregunté alucinando por esa parte tan


romántica que tenía guardada.

—Ese que se volvía loco cuando eran otras las manos que te tocaban.

—¿Qué dices? —Cogí una tortilla y la mordisqueé estaba de los nervios,


pero a la vez de lo más feliz, era bonito escuchar esas cosas.

—¿Me quedo?

—Me la voy a jugar —dije afirmando lentamente, mirándolo y nos


dimos un beso de esos que sabes que están llenos de un montón de mensajes
de felicidad.

—¿Eres mi novia? —preguntó con un gesto que era para comérselo.

—¡Tonto! —Me eché sobre su hombro riendo y además tenía una pierna
mía por encima de la suya, esa que acariciaba la rodilla.

—Tienes que apuntar la fecha de hoy, espero que celebremos muchos


aniversarios juntos.
—Seis de julio…

—Efectivamente y cada año vendremos aquí a comer, si no estamos por


algún lugar del mundo.

—¿Te gusta viajar?

—Me encanta.

—A mí también, pero solo hice tres viajes en mi vida y aquí en España

—En una semana cojo vacaciones, prepara las maletas que vas a salir de
este país.

—¿Estás loco?

—Quiero perderme contigo por algún lugar del mundo.

—¿Tú te estás quedando conmigo? —me reí.

—Prepara las maletas —me hizo un guiño y me besó cogiéndome por la


barbilla y es que él, hacía que me derritiera.

A ver, que esto era una locura, pero que Jesús me gustaba era evidente,
ahora mismo estaba con la baba caída como una quinceañera, mirándolo
mientras me sonrojaba como si anterior a esto no hubiese pasado nada
antes, era increíble.
Comimos ahí y luego bajamos a la playa a tumbarnos en una hamaca,
tomando un cóctel de frambuesa que estaba de vicio.

Jesús era todo un caballero, atento y cariñoso, la verdad es que lo tenía


todo, pero me parecía todo tan surrealista que me ponía hasta nerviosa
pensar en crearme unas ilusiones que se iban a desvanecer en cualquier
momento.

Pasé una preciosa tarde con él en la playa, me trataba con tanto cariño
que me tenía con una sonrisa constante, esa que dijo que me iba a provocar
cada minuto de mi vida, encima esa frase fue la más bonita que me habían
dicho en mi vida.

Por la noche cenamos en el club un poco marisco y estuvimos hasta las


doce así, que fuimos para su casa, lo dejé allí y quedamos en vernos al día
siguiente, se despidió con un precioso beso.

Le puse un mensaje a Davinia por si estaba despierta y tuve suerte de que


sí, así que nos hicimos una video llamada y le conté todo, todo, desde el
sábado.

Se quedó asombrada, con la mano en la boca, normal, hasta yo estaba


aún en shock.

—Te veo un brillo en los ojos diferente y una sonrisa preciosa, solo te
deseo mucha suerte y que seas todo lo feliz que te mereces, pero puede que
sí, que sea ese hombre que la vida te tenía preparado.
—¿Tú crees?

—Sabes que soy muy romántica, pues claro que sí.

Colgamos una hora después, escucharla era un alivio increíble para mí,
me tranquilizaba muchísimo.

Me quedé dormida tal y como colgué y es que estaba agotada de la


intensidad de los dos últimos días en los que había sido todo como estar
subida a una noria.
Capítulo 11

Me levanté el lunes de lo más nerviosa y feliz, era una mezcla que me


daba una sensación que hacía mucho tiempo que no experimentaba y para
colmo tenía un mensaje de Jesús.

Jesús: Buenos días, princesa ¿Qué me vas a hacer para comer?

Se acababa de invitar por toda la cara, pero a él, le hacía lo que quisiera,
por favor, si hasta lo echaba de menos.

Vanessa: Buenos días, mi inspector ¿Qué quieres que te prepare?

No tardó en contestar.

Jesús: Tu corazón y cualquier cosa. Estaré por tu casa sobre las dos y
media.
Preparé el desayuno pensando en que poder hacer para comer, hasta que
se me vino una brillante idea a la cabeza y era comprar en la plaza dos
chuletones de Ávila y hacerlos con unas patatas panaderas.

Me duché, me puse unas sandalias con un poco de tacón, un pantalón


corto ajustado y una camiseta, melena al viento y ya estaba yo loca por ver
aparecer a Jesús.

Me tomé otro café en una terraza mientras iba mandándome mensajes de


audio con Davinia y la ponía al tanto de todo.

Entré a la plaza y compré los chuletones y algunas cosas más, ese


mercado me encantaba y es que aparte del buen género, lo tenían todo tan
bien colocado, que llamaba la atención y saltaba a la vista.

Luego pasé por una pastelería y compré una bandeja de pastelitos


pequeños y diversos, no quería que faltara detalle y es que estaba de lo más
emocionada con Jesús.

Cuando llegué a casa me puse a prepararlo todo, ya que entre una cosa y
otra se me había pasado la mañana y en nada estaría al llegar.

Me quedaron la carne y las patatas perfectas, es más, la preparación sí


que era digna de gourmet, vamos que puse la mesa espectacularmente
preparada.

Sonó el timbre y ahí estaba él, con un ramo de flores en las manos,
haciendo que se me cayera de nuevo la baba.
—Para la mujer más bonita del mundo…

—Gracias, Jesús —lo cogí emocionada y lo olí.

Nos dimos un beso y pasamos adentro.

—Vaya pinta y preparación, me acabo de terminar de rendir a tus pies.

—Pues espero que el sabor no te defraude —sonreí, aunque llevaba con


la sonrisa tonta desde el día anterior.

—Seguro que no.

Y no lo hizo porque fue probarlo y decir de mil maneras lo impresionado


que estaba.

—Por cierto, cariño, he estado hablando con Ismael —dijo mientras


cortaba la carne y a mí se me hizo un nudo en el estómago.

—Miedo me da…

—No tiene que darte ningún miedo, solo le puse en ante aviso de lo que
estaba surgiendo entre nosotros.

—¿Y?
—Pegó un portazo en mi despacho y se fue para hacer las cosas que
debía de trabajo.

—Se lo tomó bien —bromeé sonriendo con ironía.

—Me da igual cómo se lo tome, tengo claro que quiero que seamos dos.

—Me llamará, seguro.

—Espero que sepas cortar por lo sano.

—Tampoco le voy a dejar de hablar.

—Perfecto, pero no creo que después de enterarte que tiene familia, le


quieras reír las gracias.

—Tranquilo, Jesús —arqueé la ceja.

—Sé lo que me digo y el problema es que ahora no puedo hablar, me


encantaría, pero no

—Ayer me diste a entender eso también y, ¿sabes? Me hace sentir que


estoy ajena a algo que debería de saber.

—Deberías, pero cuando llegue el momento —acarició mi mano por


encima de la mesa.
Tras la comida recogimos los platos y nos tumbamos en el sofá, me
sorprendía lo cariñoso que era y la forma que tenía de tratarme, nada que
ver con los encuentros múltiples esos, que no es que me tratara mal ni
mucho menos, pero ahora estaba sacando su lado más sentimental y bonito.

Estuvimos abrazados entre besos y caricias, lo hicimos de una forma


muy natural, sin juegos, pero me excito tanto o mucho más, me estaba
gustando demasiado aquel hombre.

Por la tarde fuimos a su casa a por ropa, se iba a venir durante la semana
a la mía que le pillaba más cerca del trabajo y quería estar conmigo. Me
encantaba eso, la verdad es que me hizo mucha ilusión, se lo pedí y no dudó
en decir que sí.

Cogió ropa para estar hasta el viernes, luego nos iríamos a su casa el fin
de semana, antes de irnos a no sé dónde, me quería dar una sorpresa y nos
íbamos unos días de vacaciones ¡Me lo comía! Era tan mono y especial que
no podía dejar de sentir que mi corazón rebosaba de felicidad.

Después de coger las cosas en su casa nos fuimos a comer a una terracita
donde ponían unos montaditos de muchas especialidades, siempre estaba a
rebosar en verano, fuera el día que fuese.

La noche estaba preciosa y apetecía estar en la calle.

—Daría lo que fuera por haberte encontrado antes…

—Bueno, nunca es tarde si la dicha es buena —sonreí.


—Sí, tienes algo que me hace sentir diferente, más vibrante, más alegre,
lleno de ilusión.

—¿Has tenido alguna vez pareja?

—Sí, estuve con una chica llamada Jessica, la relación duró tres años.

—¿Y quién lo dejó?

—Yo, todo se deterioró mucho, era muy egoísta y siempre andaba


discutiendo, si le regalaba una rosa le molestaba porque prefería otra cosa,
si le regalaba algo que pensaba que le iba a gustar, le molestaba también.
No había manera de acertar con ella y lo peor es que nunca estaba contenta,
al final todo fue a peor y no nos soportábamos, terminé tomando la decisión
de dejarla.

—Entiendo…

—No concibo una vida de broncas y mal humor, eso no es vivir.

—Yo también pienso igual, además, no voy a entrar en nada porque no


conocí vuestra relación, pero si es cierto que cualquier detalle es de
agradecer, no se puede estar tirando piedras sobre el tejado.

—A eso me refiero.
Sí, la verdad es que debió ser jodido lidiar con alguien que nunca estaba
contenta con nada. Yo soy de la que lo más mínimo me hace feliz, una pinza
para el pelo que me regalen, la recibo con todo el cariño del mundo, como
ese ramo de flores con el que apareció. Eso para mí era un mundo, lo puse
en el jarrón y le eché agua para cuidarlo todo el tiempo que pudiese, era un
detallazo.

Llegamos a casa y nos duchamos juntos, cuando salió vio que tenía
varias llamadas en el móvil y salió a hablar por teléfono, eso me dejó un
poco a cuadros, pero bueno, no le quise dar mayor importancia.

Entró pálido, me cogió las manos…

—Me tengo que ir, tenemos una operación que debemos hacer efectiva
ya, en un par de horas. Siento irme así la primera noche que voy a pasar
aquí contigo, prometo compensarte.

—Tranquilo, ¿tengo que preocuparme?

—No, para nada, solo espera a que sea yo el que te llame o venga —dijo
andando para coger la ropa y vestirse.

—Imagino que no vendrás a dormir, pero, por si acaso, llévate esta llave
por si vienes de madrugada.

—Gracias —la metió en su llavero—. Duerme tranquila y, por favor, no


abras la puerta a nadie.
—Me estás asustando.

—No, no tienes que asustarte, te lo digo cómo te lo diré siempre, por la


noche jamás a nadie.

—Vale —sonreí.

Se marchó a toda prisa y me quedé un poco plof, la verdad es que lo


hacía esa noche durmiendo junto a mí y eso de que se fuera a una operación
que no tenía ni idea de que se trataba, pues como que me ponía muy mal
cuerpo, pero bueno, como que tenía que aceptar en qué trabaja.

Me acosté hablando con Davinia, a la que, por supuesto, puse al día de


todo, ella era mi alma gemela, mi amiga de corazón, aquella persona con la
que podía compartir todo con la tranquilidad de saber que jamás diría nada,
era una tumba completamente.

Me costó conciliar el sueño y es que estaba de lo más intranquila…


Capítulo 12

Lo primero que hice al levantarme fue llamar a Davinia, la vi conectada


y apenas eran las ocho de la mañana, las dos estábamos de los nervios, ella
porque llamó varias veces a Kike el domingo y lunes, pero no obtuvo
respuesta y eso que lo veía conectado en WhatsApp, aquello la ponía
inquieta porque pensaba que estaba tramando algo en contra de ella.

Por otro lado, Jesús no había llegado aún y eso me tenía con los nervios a
flor de piel, me daba miedo que hubiera sido una operación peligrosa y le
hubiese pasado algo.

Estuvimos casi una hora en video llamada, desayunando juntas mientras


nos consolábamos, al menos nos teníamos en ese sentido.

Fue colgar y a los diez minutos sentir la llave, me asomé y ahí estaba
Jesús.

—Buenos días, preciosa —me pegó a él y me besó.


—Buenos días, Jesús, te preparo el desayuno —me dirigí a la cocina—.
¿Qué tal todo?

—Verás, te va a chocar mucho lo que te voy a contar, pero es que tengo


que hacerlo.

—Dime —mientras preparaba el café y las tostadas me temblaba todo el


cuerpo, el tono de su voz era algo que me hacía presagiar que no iba a decir
nada bueno.

—Es Ismael… —fue decir ese nombre y el corazón darme un vuelco.

—¿Te dio problemas? —pregunté con tristeza sin girarme y es que no


quería que lo nuestro se fuera a la mierda o lo enturbiaran los malos rollos.

—Lleva mucho tiempo dándolos y no a mí, sino a todo el equipo, lo


estábamos investigando por estar colaborando con una organización
criminal, estaba facilitando la entrada de hachís proveniente de Marruecos.

—¿¿¿Cómo???

—Sí, y anoche fue cuando lo pillamos con las manos en la masa, está en
el calabozo él, y unos cuántos más esperando a pasar a disposición judicial.
Va a ir la cárcel de cabeza —pensé que me iba a desmayar, Ismael resultaba
ser un total desconocido para mí.
—No me lo puedo creer… —dije poniendo las tazas de café sobre la
mesa.

—Eso es lo que evitaba decirte estos días.

—Ahora lo comprendo todo, pero, ¿y cómo a sabiendas de eso


quedasteis para ese encuentro conmigo en tu casa?

—Es muy largo, pero te lo voy a contar ahora.

—Sí, por favor —puse el pan con la mermelada y mantequilla sobre la


mesa.

—Teníamos que llevarte a nosotros, Matías y yo, necesitábamos meter en


tú bolso una señal de escuchas.

—Ay Dios, ¡qué me va a dar algo! —Me puse la mano en la frente con el
codo apoyado en la mesa.

—Teníamos que escucharte unos días para saber que no tenías nada que
ver con esto…

—¿Me habéis estado espiando?

—Sí…

—No sé qué decir y no me estoy sintiendo bien.


—Pensábamos que los encuentros fortuitos con él, eran por ese tema, él
nos alardeaba de los juegos que se traía contigo, pero no nos fiábamos, así
que lo provocamos a alentarlo que te trajera a mi casa. Nunca habíamos
hecho tríos ni orgías, estuvimos hasta preparando lo de los juegos…

—Me va a dar algo —las lágrimas comenzaron a caerme.

—Escúchame —se acercó y se puso en cuclillas cogiendo mis manos—.


Me he enamorado de ti, no te he mentido en nada, es obvio que todo
comenzó siendo parte de algo que necesitábamos para colocar lo de las
escuchas e incluso acercarnos a ti, pero todo se me fue de las manos y te
amo, te amo como no te puedes hacer una idea.

—Ya no sé si hay algo más que me estés ocultando, no entiendo nada…

—No te oculto nada, pero quiero que me entiendas.

—Intento hacerlo, pero ahora estoy muy aturdida, tengo mucho miedo.

—Todo lo contrario, ahora estás lejos de todo mal.

—Has escuchado unos días todo, lo que hablaba con Davinia imagino
que también.

—Sí y me sacaste muchas sonrisas, me enamoré de ti cada vez que


escuchaba tu voz, solo lo hice yo, quédate tranquila.
—Joder, de esta me da algo…

—Tuve mucho miedo cuando os veíais con Diego y Andrés, con él hablé
para pedirle, por favor, que no te pusiera una mano encima ni intentara algo.

—Madre mía, como me sigas dando más información, te juro que me


desmayo.

—No hay nada más, ahora puedo decir que estoy tranquilo de haberme
sincerado.

—Imagino…

—¿Me das un beso? —Acarició mi barbilla para que lo mirase y me lo


dio antes de que yo contestara.

Ahora solo me quedaba digerir toda esa información, que no era poca.
Ismael, arrestado y listo para entrar en prisión, yo estuve casi investigada
sin saber nada ni tener nada que ver con lo que hacía él, vamos de novela,
para que Davinia escribiera una de esas y seguro que sería todo un bombazo
la trama.

Jesús se duchó y se metió en la cama, llevaba toda la noche sin dormir


así que le dije que descansara que yo iba a salir a la plaza a comprar un
pescado para hacerlo al horno con verduras y a las tres lo llamaría para
comer.
Salí de casa con un agobio impresionante, al final llamé a Davinia que
bajó a tomar un café conmigo y alucinó en colores, no se podía creer todo lo
que le estaba contando y es que no era para menos.

Me acompañó a la plaza y estuvimos juntas un rato, luego la acompañé a


su casa y me fui a la mía para preparar la comida.

Saber que Jesús estaba ahí, pues como que me alegraba la vida, pero
seguía en shock, era demasiada información para mi cabeza esa mañana.

Cuando se levantó antes de que lo avisara, me salió esa sonrisa que era
inevitable cuando lo tenía delante de mí y, además, es que era tan cariñoso
que me hacía caer constantemente rendida ante él.

Me ayudó a preparar la mesa y comimos relajadamente, ya se me iba


pasando ese estrés que tenía, pero no el malestar de sentirme de lo más
engañada por Ismael.

Nos tumbamos en el sofá y dormimos la siesta, el pobre estaba agotado


de la noche tan larga que había tenido.

Por la noche salimos a cenar a la calle, teníamos ganas de que nos diera
el aire y así pasear un poco. La verdad es que era muy bonito vivir esos
momentos a su lado, a pesar de todo lo que me había llevado hasta ahí,
cosas feas que no me imaginaba, pero si la recompensa era esta, había
merecido la pena enterarme de todo aquello.
Esa noche después de regresar lo hicimos con calma, disfrutando del
momento, de todo aquello que sentía por él y que estaba descubriendo por
momentos. La verdad es que me sentía muy cuidada y amada.

A la mañana siguiente cuando me levanté ya no estaba, se había ido a


trabajar, me faltó tenerlo y abrazarlo, era como si ya se hubiera convertido
en una parte esencial de mí, y es que algo me decía que fue sincero el día
anterior y que sí, que estaba conmigo porque sentía algo fuerte.

Desayuné y llamé a Davinia, estuvimos un rato hablando, la verdad es


que necesitaba escucharla, era mi otro yo, ese capaz de tranquilizarme.

Ese día preparé una paella, tenía todos los condimentos en el congelador
y los dejé afuera la noche antes, la verdad es que me salió de vicio.

Cuando llegó pasamos la tarde en casa y más tarde salimos a cenar, esas
noches eran para aprovecharlas.

El jueves más de lo mismo, eso sí, por la noche me advirtió que tuviera
la maleta preparada, para cuando llegara al día siguiente comer e irnos a
pasar el fin de semana a su casa y de allí, el lunes para ese viaje sorpresa del
que no soltaba prenda, así que, el viernes por la mañana me preparé el
desayuno y me puse a hacerla.

No sabía ni qué meter, así que un “por si acaso” para todo: ropa de vestir,
para pasear por las mañanas, algún bañador, maquillaje, ropa interior, mi
plancha del pelo, esto y lo otro… ¿Cómo cerraba yo esa maleta?
Me senté encima y lo conseguí a base de pelear con ella, pero a ovarios
no me ganaba ni Dios.

Para pasar el fin de semana en casa de Jesús, había preparado una bolsa
aparte y así no tener que abrir la maleta, más que nada porque me había
costado la vida cerrarla y la tenía impecablemente ordenada y ya me
conocía yo, como comenzara a sacar prendas, al final aquello parecería una
lavadora, todo hecho una pelota.

Jesús apareció y se le dibujó una sonrisa al oler la lasaña que había hecho
y es que resultaba que era una de sus comidas favoritas, como la mía. Al
final iba a ser verdad que estábamos hechos el uno para el otro.

Tras la comida metimos todo en su coche y nos fuimos hacia su casa para
pasar el fin de semana.
Capítulo 13

Fue llegar a su casa y golpearme los recuerdos que me trajeron aquí un


día, precisamente Ismael, ese hombre que ahora estaba en la cárcel para
cumplir una larga condena, unos años en los que se perdería ver crecer a su
hija y es que no cuidó nada, ni a su familia, ni a su trabajo, ni a mí, pero
bueno, yo era la última en el escalafón y bien ajena que estuve a todo,
imagino que como su mujer.

Metimos las cosas dentro y nos preparamos unos cafés para tomar en el
sofá.

Se sentó detrás de mí, que estaba con las piernas cruzadas y sentada en el
sofá, me rodeó la cintura con sus manos y me besó el cuello.

—No me puedo creer que ya esté de vacaciones.

—Ni yo, que eso de que me dejes por las mañanas sola en la cama no me
gusta —sonreí echando mi carita hacia el lado para rozar la suya.
—Ni a mí, preciosa, ni a mí—besaba mi cuello.

Tomó el café así, abrazadito a mí, me encantaba, jamás imaginé que ese
hombre me iba a provocar tantas mariposas en el estómago ni hacer sentir
esas sensaciones tan bonitas que estaba experimentando a su lado.

Su mano entró por dentro de mi braguita y comenzó a acariciar esa zona


que, con solo sentir su contacto, ya se encendía por completo. Solté el aire y
eché la cabeza hacia atrás, sobre su pecho, soltando el aire.

—¿Me dejas jugar? —murmuró preguntando en mi oído.

—Por supuesto… —sonreí entre la excitación que ya llevaba.

—Bien, voy a por algunas cosas, te quiero desnuda cuando venga.

—Antes de que te levantes…

Me quité el vestido y besó mi cuello, fue a coger las cosas y me despojé


de la ropa interior.

Apareció sonriente con varias cosas entre sus manos, joder, pues sí que
tenía ganas de jugar, había traído un arsenal completo.

—Vamos al jardín, quiero disfrutar lentamente mientras nos tomamos


una copa.
—Pronto empezamos —reí siguiéndolo en pelotas hacia fuera.

Nos fuimos a la barra de su bar y me senté sobre ella mirando hacia


dentro, justo donde estaba sirviendo dos copas. ¿En qué momento dejé de
ser aquella mujer que bebía poco? Joder, ahora me las bebía como si fuera
agua.

Puso las dos copas al lado de todos aquellos aparatos y se colocó entre
mis piernas.

—Ahora mismo se me ha venido una canción a la cabeza —murmuró


con esa sonrisa que era mi debilidad.

—Dime…

—Esto está rico... —comenzó a entonar la canción de Mark Anthony.

Me tuve que reír y es que, aunque parecía una persona seria, para nada,
tenía un sentido del humor de lo más gracioso.

—Bueno, con este calor y todo lo que has puesto ahí imagino que me
debo ir a la piscina con mi copa —carraspeé.

—Claro que puedes, pero antes me vas a tener que dejar hacer una
inspección interna —arqueó la ceja y cogió un spray de los que usaba para
los juegos.
—Me siento Eva con Adán, me paso la vida en pelotas —me reí
poniendo mis brazos hacia atrás mientras él abría mis labios con sus dedos
y metía el tubito por mi vagina para echar un spray, que me hizo soltar el
aire de la sensación que me había producido.

—Gírate y ponte mirando a la piscina.

Y eso hice, girarme y ponerme a cuatro patas con los codos y brazos
sobre la barra, dejando todo al aire y con libertad de movimiento para él.

Me echó un gel lubricante por detrás y metió el tubo del spray para
disparar esas dosis de estimulaciones.

—La cama balinesa es más cómoda y también puedo mirar hacia la


piscina —reí cuando sacó el tubo.

—Vamos, coge los vasos y yo llevo todo esto.

Y nos fuimos para allá.

Me tumbé en medio de la cama, bocarriba y con las piernas reclinadas y


bien abiertas, toda para él, sabía que le encantaba que me expusiera así y su
cara era el mayor reflejo a esas sensaciones que emitía.

—Me estoy comenzando a volver loco —dijo penetrándome con dos


dedos y jugando con mi interior.
—Pues ya sabes, desata toda la locura en mí —gemí.

—¿Quieres intensidad?

—La que quieras, sabes que me dejo llevar.

—Agárrate a la barra, ponte mirando hacia ella —se refirió a la tabla que
había tras de mí rodeando la cama.

Me di la vuelta y me puse de rodillas agarrándome a ella y levantando las


caderas. Jesús separó un poco más mis piernas y le dio un mordisquito a mi
culo.

Pasó sus manos hacia delante y pellizcó mis pezones dejando un gel
sobre ellos y yo, ya comenzaba a notar mi humedad interior.

Noté que se ponía un guante y sabía que me iba a penetrar con sus dedos
por detrás, a mi aquello me ponía muchísimo y a él, se notaba que le
gustaba esa sensación.

—Agárrate bien —dijo metiendo un vibrador primero con plaza hacia el


clítoris en mi vagina.

Tal y como colocó aquello, comenzó a moverse en círculos y por dentro


dando giros. Comencé a hiperventilar de la sensación que tenía tan grande y
cuando su dedo comenzó a entrar por mi agujero, ya fue mortal. Empecé a
gemir y a gritar, me tocaba sabiendo como hacerme volver más loca, como
ponerme a mil y me agarré bien fuerte a la madera hasta que terminé
corriéndome.

Sacó el aparato y no me dejó moverme de aquella posición, me dejó de


espaldas y me penetró por delante agarrando mis manos en la madera,
aquello era de lo más excitante, aún sin fuerzas y recibiendo esas estocadas
que me hicieron poner a mil de nuevo.

Mordisqueó mi hombro cuando llegó al orgasmo, yo cogí el vaso y le di


un buen trago, me bajé de allí y me zambullí en la piscina, él no tardó en
seguirme.

Me encantaba estar con él desnuda, en esos juegos, con esos momentos


también románticos pues lo eran y mucho, con esa forma de tratarme y
cuidarme a cada momento.

Estuvimos toda la tarde entre piscina y cama balinesa tomando unas


copas, por la noche pidió comida asiática y cenamos en el jardín, eso sí, nos
acostamos temprano, habíamos follado y bebido toda la tarde, así que ahora
tocaba descansar entre abrazos que nos dejaban caer en un sueño de lo más
profundo.

El sábado fue más de lo mismo, estuvimos por la mañana desayunando


en el jardín donde lo hicimos mientras tomábamos el café y es que había
una tensión sexual entre nosotros, que parecía que no se iba a resolver
nunca.
Luego salimos a comprar pan y algo de carne fresca para hacerla en la
barbacoa, vamos, que compramos dos grandes chuletones que le quedaron
de muerte y, además, yo había frito patatas ¿Qué era una carne sin ellas?

Tras la comida nos echamos una siesta en la cama balinesa y casi nos
levantamos por la noche, lo de nosotros era de órdago. Por la noche nos
preparamos una ensalada con unos crujientes de langostinos y luego nos
fuimos al sofá, donde estuvimos haciéndolo durante un buen rato, entre
caricias y besos de esos que te llevan al límite.

El domingo yo estaba de los nervios, loca por saber a dónde íbamos al


día siguiente, pero no había forma de sacárselo, para nada, vamos que
aquello estaba como se solía decir, “bajo secreto de sumario”.

Nos fuimos al club a pasar el día de playa y comer allí. La verdad es que
era un lugar con mucho encanto y siempre teníamos un rinconcito de lo más
bonito para comer y disfrutar del sol, la piscina y todo lo que en aquel lugar
había, eso sí, después de comer a la playa a acostarnos en una tumbona y
disfrutar del mar.

En ese sentido Jesús era como yo, necesitaba de la playa, de esa agua que
devolvía la vida y llenaba de energía, así que estuvimos ahí hasta que cayó
el sol, después cenamos en el club antes de irnos para la casa a descansar
antes del viaje.

Al llegar por la noche a la casa nos sentamos un rato a charlar en el


porche y es que las horas con él, volaban casi sin darme cuenta, era esa
compañía que hacía que te sintieras de lo más cómoda en todo momento.
Nos dieron las dos de la mañana y es que, al final, entre charla y charla,
el tiempo se nos echó encima.

Luego nos fuimos a la cama y claro, eso de dormir sin hacerlo como que
no, nuestros cuerpos eran puro volcán deseando estallar en erupción ante el
otro y es lo que tenía cuando dos personas se atraían de esa manera, que
todo explotaba en cualquier momento.
Capítulo 14

Despertar, y notar el brazo de Jesús alrededor de mi cintura, era una


sensación de lo más bonita.

Jamás me había sentido así, y eso que fueron muchas las noches que pasé
con Ismael, despertando juntos al día siguiente.

Ismael… Menudo palo me llevé cuando Jesús apareció por mi casa


diciéndome que lo habían detenido por cooperar con una red de
narcotráfico.

¿Qué pasaba con ese hombre, que me había tenido engañada durante un
año entero? No podía entenderlo, por mi madre que no lo hacía.

Y ahí me quedé, en silencio mirando por la ventana y notando la


respiración de Jesús en mi cuello.
Hasta que me abrazó con fuerza y sonreí sabiendo que el señor inspector
se había despertado.

—Buenos días, preciosa —me besó el cuello.

—Buenos días, guapísimo.

—¿Lista para las vacaciones?

—Ajá. Pero, ¿dónde vamos?

—Es sorpresa, hasta que no estemos en el aeropuerto, nada.

—Bueno, vamos en avión, algo es algo.

Nos levantamos y, como teníamos las maletas listas, pasamos por la


ducha, donde caímos en la tentación, desayunamos y salimos para el
aeropuerto.

—¿Italia? —pregunté al ver el destino en el letrero que había en nuestra


puerta de embarque.

—Justo ahí —sonrió—. Primera parada, Roma.

—¡Me encanta!

—Siguiente destino, en tren, Florencia.


—¡Ay, Dios!

—Y, por último, Venecia.

—¡Me muero! Ay, Jesús, ¡qué te como!

—En el hotel, preciosa, en el hotel dejo que me comas entero —me


mordisqueó el labio y después me besó.

Ya me estaba poniendo de los nervios de imaginar todo aquello que


querría hacerme él, en el hotel.

Mientras esperábamos que nos avisaran para subir al avión, le mandé un


mensaje a Davinia, diciéndole adónde me llevaba Jesús.

La de emojis de sorpresa y corazones que me mandó. Siempre decíamos


que nos haríamos una escapadita por Italia en cuanto pudiéramos, ahora
quizás fuera difícil teniendo a Jesús en mi vida.

Vanessa: ¿Sabes algo de Kike?

Pregunté porque durante la semana anterior no había tenido noticias de


él, y eso hasta a mí me mosqueaba, no querría que se le cruzaran los cables
e hiciera daño a la niña o a ella.
Davinia: No, nada, y no sé si eso será bueno o no. Disfruta en Italia,
bonita, y tráeme alguna postal, ¿vale?

Vanessa: Eso está hecho. Por cierto, ¿qué tal con tu poli?

—¿Todo bien? —preguntó Jesús, al ver el nombre de mi amiga en la


pantalla.

—Sí, sí. Bueno, te comenté lo del padre de su hija… Sigue sin saber
nada, y nos extraña un poco.

—Si tiene problemas, hablo con mi gente y se encargan de todo.

—Tranquilo, que hay un par de polis en su vida también.

—Vaya, ¿con jueguecitos, y esas cosas?

—¡No! Son dos amigos, pero uno está muy interesado en ella.

—Eso está bien. Podemos salir los cuatro cuando volvamos —me besó
en la mejilla.

—Me encantaría, le vas a caer genial a Davinia.

Miré el móvil al escuchar la notificación de nuevo mensaje y se me


escapó una amplia sonrisa.
Davinia: Muy bien, ya hablaremos cuando regreses. Tu sobrina te
manda un beso y un abrazo, dice que te va a echar de menos.

Vanessa: Dale otro de mi parte, y dile que yo a ella también. Os quiero


mucho, mis niñas. Vamos hablando.

Por fin subimos al avión y ocupamos nuestros asientos, en primera clase,


menuda sorpresa.

—Con turista me habría valido, ¿eh?

—Para mi chica, lo mejor. Un día es un día, preciosa.

Pasamos el vuelo de lo más relajados mientras hablábamos de los lugares


que podríamos visitar.

La verdad es que, con ir allí, ya era feliz.

Llegamos y me enamoré por completo de todo cuando me rodeaba,


estaba como en una nube, parecía que estuviera soñando con ese viaje que
tantas veces quise hacer.

El hotel era precioso, parecía un palacete por fuera, lleno de jardines,


flores y estaturas. Impresionante.

La zona de la recepción decorada con jarrones llenos de flores, fotos


enmarcadas de Roma, tanto antiguas, como actuales, suelos de mármol
blanco y una preciosa escalera con barandilla dorada.

¿Y la suite? Juro que me quedé sin palabras cuando entré.

Aquello era como un apartamento. Tenía un pequeño salón con una


terraza que daba a la plaza, la habitación, con una cama de esas tamaño
extra grande y además con dosel. Una pasada.

El cuarto de baño, con una bañera de hidromasaje que parecía un jacuzzi,


y una ducha.

—Madre mía. ¿Nos podemos quedar aquí a vivir? —pregunté, haciendo


reír a Jesús.

—¿Te gusta?

—¿Gustar? No, hijo, esa no es la palabra. Encantar, esa sí. Me encanta.

—Me alegro —me besó la frente y empezamos a deshacer el equipaje.

—¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí?

—Teniendo en cuenta que es lunes, y que estaremos una semana


conociendo todo lo que podamos, dos días.

—¡Oh! Bueno, está bien.


—Otros dos en Florencia, y dos en Venecia.

—Claro que, entre medias, viajamos. Vale, me amoldo. Eso sí, tengo que
hacer fotos para mandarle a Davinia, seguro que le inspira para alguna
novela.

—Así que, es escritora.

—Sí, de romántica, con algunas escenas… Tú ya me entiendes —le hice


un guiño.

—De esas escenas, ¿has vivido tú alguna? —preguntó, abrazándome


desde atrás.

—Digamos que… le cuento cosas que ella usa como documentación.

—Pues tendré que leer alguna de esas novelas.

—Y te van a encantar, ya verás.

Aprovechando que aún era de día cuando llegamos, salimos a dar un


paseo por la zona más cercana.
Jesús me llevaba todo el camino cogida de la mano, o me pasaba el brazo
por los hombros, pegándome a él. Me besaba la mejilla, la sien. No paraba
de tener muestras de cariño conmigo, y cada minuto que pasaba, ese
hombre me gustaba más.
¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, sintiera todas aquellas
mariposas en mi estómago? Ni siquiera Ismael, consiguió removerme tanto.

Aprovechamos que la Piazza Navona, quedaba cerca de nuestro hotel


para hacer allí la primera parada. Aquello era precioso, con sus fuentes,
estatuas y edificios. No paré de hacer fotos, menos mal que tenía suficiente
memoria.

Paramos en una pizzería a disfrutar de la auténtica pizza italiana, ya sabía


yo que de ese viaje me volvía para España con algún kilillo de más.

—Por favor, ¡está riquísima! —dije, tras el primer bocado.

—Sí, muy rica.

Seguimos con nuestro paseo y en cuanto llegamos a la famosa escalinata,


las llamadas Escaleras de la Plaza de España, empecé a subir y posar para
las fotos como las modelos de pasarela.

Jesús se moría de risa, pero es que, al mandarle un vídeo a Davinia, me


envío uno de Valentina en respuesta.

«¡Tía Vane! Yo quiero ir ahí, ¿cuándo me llevas? ¡Ay, mami, espera! Tía,
que me habla la Davi, y dice que quiere muuuchas fotos, que así puede
hacer una novela sobre Italia. ¡Un beso!»

Esa niña es que era para comérsela.


—Estoy deseando conocer a esa niña —me dijo Jesús, abrazándome.

—Pues cuando la conozcas, te enamoras de ella. Vas a querer llevártela a


casa.

Nos sentamos en la terraza de una heladería, en cuanto me pusieron la


copa de ese tradicional helado italiano, le mandé una foto a Davinia.

Davinia: Lo que nos gusta dar envidia, madre mía. Que aproveche,
bonita.

Me reí porque, sin verla, sabía la cara que habría puesto, ese era otro
punto en común, a golosas no nos ganaba nadie, bueno, sí, Valentina.

Regresamos al hotel, queríamos descansar un poco para salir temprano al


día siguiente y poder visitar varios lugares, además de comer auténtica pasta
italiana.

Pero, como solía pasar cuando nos metíamos en la cama y empezábamos


a besarnos, una cosa llevó a la otra y acabamos haciendo aquello que tanto
nos gustaba a los dos, amarnos mirándonos fijamente a los ojos.

Martes en Roma, quién me lo iba a decir.

Desperté sola en la cama, me levanté y encontré a Jesús hablando por


teléfono en el salón, estaba pidiendo el desayuno.
Aproveché para darme una ducha, me puse unos shorts vaqueros, las
zapatillas y una camiseta, y salí dispuesta a comerme el mundo.

—Buenos días, preciosa —me cogió por las nalgas, de manera que le
rodeé con las piernas por la cintura.

—Buenos días, amor —lo besé.

—Veo que te has puesto cómoda.

—Por supuesto, voy a recorrer Roma y no pensaba ir con taconazos.

—Ni andando tampoco —me hizo un guiño dejándome en el suelo


cuando llamaron a la puerta.

Fue a abrir y cogió el carrito que nos traían con el desayuno. Salimos a la
terraza y disfrutamos de aquella delicia con las vistas de la plaza y una
bonita panorámica de la ciudad.

En cuando acabamos, dejamos la habitación disponible para que la


arreglara el servicio de habitaciones y bajamos a la calle, Jesús no tardó en
cogerme de la mano y llevarme hasta un puesto en el que había un montón
de Vespas.

—¿Vamos a ir en una? —pregunté, emocionada.


—Claro, así no nos cansamos mucho de andar.

—Ay, ¡qué me da! Hazme una foto, corre, que se la mando a Davinia.

Le di el móvil, me senté en una de las motos como si fuera una de esas


chicas pin up de los posters antiguos, y se la mandé.

El, “Qué pedazo de morena, madre mía de mi vida” que me mandó mi


amiga, me sacó una carcajada.

Y ahí que fuimos Jesús y yo en esa Vespa a recorrer Roma. En ese


momento me sentí como la adorable Princesa Ann, el papel que hacía
Audrey Hepburn en la famosa película “Vacaciones en Roma” y Jesús, era
mi Gregory Peck particular.

Nuestra primera parada fue el Foro Romano, el corazón de la Antigua


Roma.

Aquel lugar era donde se comerciaba, negociaba y todo cuanto concernía


al día a día de la ciudad. Actualmente no es más que un montón de ruinas,
pero con una magnificencia y encanto, que deja claro que la arquitectura de
aquella época era digna de admirar.

Había varios templos en el Foro, como el Rómulo, Saturno, o el de


Venus y Roma entre otros.
Caminar por esas empedradas calles, te hacían viajar en el tiempo e
imaginar que eras una de esas doncellas romanas que acudía al mercado a
hacer la compra, o una mujer de importancia adquiriendo diversas telas con
las que confeccionarían maravillosas túnicas para ella.

Salí de allí con una sonrisa de oreja a oreja, y es que me encantaba poder
sentirme parte de la historia, aunque fuera durante una décima de segundo.

Subidos en la Vespa, Jesús y yo bordeamos después el Coliseo Romano,


pudimos acceder a él y hacer una visita guiada, fue una pasada ver el lugar
donde se llevaron a cabo cientos de luchas de gladiadores, así como
diversos espectáculos públicos.

Fotos y más fotos, todas en una carpeta para enviarle después a mi amiga
y que, a través de mis ojos, pudiera ver aquellos lugares que ella también
quería conocer.

Hicimos parada en un restaurante para comer, donde disfrutamos de la


verdadera pasta italiana, con sus salsas y sus panecillos, además del postre.

—¿Lo estás pasando bien? —me preguntó, mientras tomábamos café.

—De maravilla —sonreí.

—Me alegra saberlo.


—Te puedo asegurar que son las mejores vacaciones de mi vida. Y hoy,
con este paseíto en Vespa, me lo estoy pasando pipa. Vamos, como una niña
chica en un día de feria.

—Eso está bien.

Continuamos con nuestro día de turismo y llegamos al Panteón, que, si


por fuera impresionaba, por dentro era una maravilla, con esa cúpula por la
que entraba la luz del sol dando una bonita luminosidad a la estancia.

Y acabamos con nuestra visita en Roma, en el lugar que no podíamos


dejar de ver. La Fontana di Trevi.

—¿Conoces la leyenda sobre las monedas y la fuente? —me preguntó


Jesús, mientras me abrazaba pegado a mi espalda.

—Pues claro. Verás… —carraspeé— Se dice que tiene su origen a raíz


de una película cuyo título en español sería “Tres monedas en la fuente”, en
la que tres chicas lanzan una moneda a la fuente esperando que sus sueños
se hagan realidad. Eso dio pie a que la gente pudiera lanzar tres monedas, si
quería, claro está. La primera, para regresar a Roma, la segunda, indica que
una chica conocerá a un italiano, y, la tercera, que esa chica se casará con él.

—Ahora dime que tú solo vas a lanzar una moneda.

—Y, ¿por qué no puedo lanzar las tres? —Me giré, mirándolo con la ceja
arqueada.
—Porque no quiero que ningún italiano me robe a la española que me
tiene loquito perdido.

—Huy, huy, que se me pone celoso el señor inspector.

—No, celoso no, pero ahora que te he encontrado, no quiero que te me


escapes.

Me besó, con la famosa fuente como escenario, y me sentí una de las


protagonistas de esas historias que leía y tanto me gustaban.

Jesús sacó dos monedas, me dio una y, los dos de espaldas, la lanzamos
al agua con la mano derecha sobre el hombre izquierdo, como mandaba la
tradición.

—¿Volveremos a Roma? —preguntó.

—Pues, espero que sí.

Regresamos al hotel y preparamos el equipaje, nuestra estancia en la


ciudad llegaba a su fin.

Pedimos la cena y la tomamos en la terraza, de ahí nos fuimos a la cama


donde volvimos a enredarnos entre las sábanas.
Capítulo 15

Miércoles, y Jesús me despertaba mordisqueándome los pechos mientras


jugueteaba con sus dedos en mi clítoris.

Madre mía, menudo aguante tenía ese hombre.

—Buenos días, cariño —me besó cuando me escuchó gemir.

—Buenos días…

Y seguía con sus mordisquitos, y esos besos que fueron bajando por mi
vientre hasta que…

—¡Oh, por Dios! —grité cuando sentí su lengua.

Menudo despertar me dio, pues entre la lengua y sus dedos, me agarré a


las sábanas de tal manera cuando me corrí, que poco faltó para clavarme
mis propias uñas.
Cuando acabé, se sentó sobre sus piernas y cogiéndome por la cintura me
colocó sobre él, fui bajando despacio, notando cómo su miembro entraba,
abriéndose paso hasta que lo tuve dentro por completo.

Nos besamos, me movía a su antojo, nos miramos a los ojos y acabamos


abrazados, jadeando y exhaustos tras ese encuentro.

—No te sacias, ¿eh? —dije cuando nos levantamos para ir a la ducha.

—Contigo, no podría. Jamás lo haré.

Tras el desayuno abandonamos el hotel y fuimos en taxi a la estación de


tren desde dónde saldríamos para ir a Florencia.

Estaba deseando conocer aquella ciudad, cada pequeño rincón que viera
iba a atesorarlo en mi memoria, durante el resto de mi vida.

Le mandé un mensaje a Davinia para ver cómo estaba, la pobre seguía


nerviosa y con angustia, sin noticias de Kike y asustada.

Temía que intentara hacer algo en contra de ella, pero yo sabía que Diego
la cuidaba, no solo por ser policía, sino porque se veía que sentía algo por
ella.

Davinia: Y tú, ¿qué tal? ¿Disfrutando de ese maravilloso y romántico


viaje por Italia?
Vanessa: Sí, Jesús es un amor y dice que no quiere perderme.

Davinia: Ay, bonita, que me huele a boda.

Vanessa: ¿Qué dices? Anda, anda, tú lo que quieres es ponerte una


pamela.

Davinia: Y a mi niña un vestido en plan, princesita para que te lleve las


arras. Vamos, que lo estoy viendo.

El problema de aquello, es que yo también lo veía.

Seguí charlando con ella en lo que duró el viaje, y una vez llegamos le
mandé un audio con un sonoro beso diciéndole que las quería mucho a las
dos.

El hotel era igual de impresionante que el de Roma, la suite tenía vistas


directamente al Puente Vecchio y quedé prendada de esa estampa que nos
ofrecía.

Bajamos a comer a la calle, en uno de los restaurantes que había cerca


del hotel y, después, empezamos con nuestro primer día de turismo por la
preciosa Florencia.

Lo primero de todo, caminar por ese maravilloso puente de un lado de la


ciudad a otro, haciendo una y mil fotos. No me faltaron esas muestras de
cariño por parte de Jesús, que, si no estaba entrelazando nuestros dedos, me
abrazaba desde atrás bien pegado a mi espalda, como si temiera que me
llevaran apartándome de su lado.

Fuimos a visitar el Palacio Vecchio, situado en la Piazza de la Señoría.


Impresionaba verlo de cerca, tan majestuoso con la Torre de Arnolfo en
la fachada principal, conocida por ser uno de los emblemas de la ciudad.

El palacio era sede de muchas oficinas del Ayuntamiento, pero podía


visitarse algunas de las salas principales, por lo que entramos para ver
diversos murales, así como cuadros de lo más célebres artistas de la escuela
florentina, como Bronzino o Giorgio Vasari, entre otros.

Paseamos por la Piazza de la Señoría y vimos la réplica en mármol


blanco que allí se encuentra de la famosa escultura de “El David” de Miguel
Ángel.

Era fascinante tenerlo tan de cerca, aunque no fuera la auténtica.

Nos sentamos en una terraza a tomar un delicioso café capuchino que me


supo a gloria.

Estaba disfrutando de aquel viaje como si se tratara del último que fuera
a hacer.

Cenamos fuera, dimos un bonito paseo a la luz de la luna, nos besamos


en algún que otro rincón oscuro, como adolescentes que no quieren ser
descubiertos por sus padres, y regresamos al hotel.
—Vamos a darnos un baño —dijo entrando en la suite.

Fue al cuarto de baño y dejó correr el agua para llenar la bañera mientras
me desnudaba y lo hacía él.

Sacó algo de la maleta, que no pude ver, y me llevó con él de la mano,


me cogió en brazos y así entró en esa bañera de agua caliente con sales de
aroma a canela que iba a calmar todos mis músculos.

Se sentó apoyado en el respaldo, me colocó entre sus piernas, pegando


mi espalda en su pecho, y empezó a enjabonarme el cuerpo.

Cuando noté que bajaba por mi vientre y llevaba los dedos a mi sexo, me
abrí ligeramente de piernas para dejarle mejor acceso.

Empezó despacio, acariciándome el clítoris, pellizcándolo, jugueteando


con él, hasta que noté cómo me penetraba y empecé a jadear.

—Disfruta, preciosa —murmuró en mi oído antes de darme un


mordisquito en el lóbulo.

Cerré los ojos y entontes lo noté, una pequeña bala vibradora sobre uno
de mis pezones. Aquello, sumado al pulgar que me presionaba el clítoris y
el dedo que me penetraba, hizo que me excitara de tal modo, que arqueaba
la espalda y me movía buscando su mano para que me penetrara más
profundamente.
Fue bajando la bala vibradora por mi vientre hasta que la noté sobre mi
clítoris, aquello fue lo que me llevó a gritar mientras me atravesaba un
brutal orgasmo, agarrada con fuerza a ambos lados de la bañera.

Jesús me pidió que me pusiera de rodillas en la bañera, agarrándome al


borde que tenía frente a mí, con la espalda arqueada y las caderas elevadas.

Y así me penetró, desde atrás, con una mano en mi cadera y la otra


pellizcándome ambos pezones de manera alterna.

Me corrí a chillidos mientras él, entraba y salía con rápidas y fuertes


embestidas, hasta que noté que él también se dejaba llevar y cuando todo
acabó, me abrazó y besó mi hombro llevándome con él, hasta quedar ambos
sentados en la bañera.

Sabía que con Jesús siempre sería así, cada uno de nuestros encuentros
tendría su momento.

Me gustaban todos, desde los más románticos, llenos de cariño y amor


mirándonos fijamente a los ojos, hasta aquellos en los que los juguetes
formaban parte del encuentro.

El jueves desayunamos en una cafetería cercana a la Basílica de la Santa


Cruz, que visitamos después y a la que esperaba poder volver en un futuro.

De ahí fuimos al Palacio Pitti y paseamos por sus jardines, haciéndonos


un montón de fotos con las diversas esculturas.
Jesús me llevó a comer a un restaurante donde nos pusieron en una mesa
de la terraza, desde la que se contemplaba toda la ciudad de Florencia.
Estaba completamente enamorada de aquella parte del mundo, con ese
encanto tan romántico que desprendía en cada rincón por el que
paseábamos.

Acabamos el día visitando la Academia de Florencia, en la que, esta vez


sí, vimos el auténtico “David” de Miguel Ángel, además de obras de otros
muchos artistas como Sandro Botticelli y Pontormo, entre otros.

—Y aquí acaba nuestra estancia en Florencia —dije abrazada a Jesús,


cuando íbamos de camino al hotel.

—Sí, mañana saldremos para Venecia.

—Qué profunda emoción, recordar el ayer, cuando todo en Venecia, me


hablaba de amor —entoné una canción que conocía por Davinia, la había
escuchado alguna que otra vez con ella y la verdad es que era muy bonita.

—Qué bien cantas —se aguantó la risa.

—Sí, sí, de aquí voy a Eurovisión, y me llevo a Davinia para que me


haga los coros —volteé los ojos.

Jesús acabó soltando una carcajada, y muerto de risa, mientras yo le


miraba con la ceja arqueada.
—Ya, ya paro —me pasó el brazo por los hombros, besándome la sien, y
volvimos al hotel.

Allí cenamos en la terraza de la suite y, como cada noche, nos dejamos


llevar por el deseo, las ganas de amarnos, besarnos y entregarnos el amor
que sentíamos el uno por el otro.
Capítulo 16

Viernes, y la preciosa ciudad de Venecia nos recibía, con sus


impresionantes edificios, puentes, calles llenas de turistas y los canales
transitados por barcas y góndolas.

—Me encanta, de verdad, me encanta todo —dije, con los brazos


extendidos, pegada a una barandilla y el canal de Venecia a mis pies.

—A mí me encantas tú, preciosa —Jesús me abrazó, besándome el


cuello, y quise que el tiempo se parara.

Quería estar así, con él, el resto de mi vida. Viajar, conocer todos esos
lugares que tantas veces había deseada visitar.

Cerré los ojos y, por un momento, me imaginé cómo sería la vida con él,
despertando cada mañana entre sus brazos, darle los buenos días, desayunar,
darle un beso antes de que se marchara a trabajar, y abrazarlo tras un nuevo
día de vida compartida.
¿Era eso amor? Posiblemente, casi estaba segura de que sí, lo era. Así
que… podía decir que me había enamorado de Jesús.

Llegamos al hotel, dejamos el equipaje en la suite y bajamos a comer


algo rápido para empezar nuestra visita.

La primera parada fue la Piazza San Marcos, la única que había en toda
la ciudad.

Miraras por dónde miraras, había fotógrafos y turistas.

Podía decir que habíamos tenido suerte de estar en ese momento en la


plaza, caminando por el suelo como lo haces por cualquier otra calle normal
del resto del mundo, ya que, en ocasiones, la plaza estaba cubierta de agua y
la gente debía ir bien protegida para no acabar empapados.

Fotos, fotos y más fotos, incluso un vídeo me hice, saliendo con Jesús,
que le mandé a Davinia.

Ella me contestó con un gif llorando, pero después me llegó un vídeo de


su pequeña Valentina.

«¡Tía Vane! Qué chico más guapo. ¿Es tu novio? Mami dice que te has
ido con él de viaje, y por eso no nos llevaste a nosotras.»
Había que joderse, el puchero que me hizo la niña, que hasta Jesús se
echó a reír.

«Bueno, te perdono si le traes un día a casa a comer. ¿Sabes? La tata


Lola y yo, hemos hechos magdalenas, pero como no estás… pues no las
puedes probar.»

Escuché de fondo a Davinia decirle que cortara ya, y eso hizo mi niña,
despedirse mandándome un besazo con la mano.

—¿Te cuento algo? —dijo Jesús, cuando guardé el móvil.

—Dime.

—Yo quiero por lo menos dos como ella.

—¿Dos cómo Valentina? —asintió— Me parece bien, porque esa niña


me tiene enamorada desde que la conocí.

Visitamos la Basílica de San Marcos, situada en la misma plaza, así


como el Palacio Ducal de Venecia.

Disfruté de aquel lugar como una niña pequeña en un parque de


atracciones, y es que, en un entorno tan bonito y romántico, era imposible
no hacerlo.
Nos fuimos pronto para el hotel, cenamos en el restaurante que había, y
subimos a la suite dispuestos a descansar, pero antes nos dimos una ducha.

—Y ahora, un masaje para mi chica —dijo Jesús, recostándome en la


cama, tras quitarme la toalla.

—¡Ay, sí! Necesito que me descargues los hombros, y las piernas —me
coloqué boca abajo, con los brazos bajo la almohada.

—Relájate y disfruta.

Noté que me echaba aceite por la espalda y pronto empezó a extenderlo


con ambas manos.

Estaba de rodillas a mi derecha, y fue masajeando la espalda, los


hombros, y entonces empezó con las piernas.

—¿Qué tal?

—En la gloria. Sigue, no pares.

Lo escuché reír, y no, no paró. Siguió masajeando mis piernas, subiendo,


poco a poco y…

—Abre, preciosa —murmuró, colocándose entre ellas.


Estaba tan relajada, que hice lo que me pidió y lo dejé seguir con lo que
tuviera en mente.

No pensaba ni moverme, al menos, no por el momento.

Hasta que no tuve más opción que hacerlo, ya que mi chico estaba
excitándome con sus dedos, jugando entre mis pliegues, llevándome así a
un increíble orgasmo.

Me elevó las caderas, se acercó a mí y me penetró una y otra vez hasta


hacerme ver de nuevo las estrellas.

—Y ahora, a dormir —me besó la frente y lo sentí levantarse.

No me podía ni mover, estaba de lo más relajada, adormilada incluso.


Noté que limpiaba mi zona con una toalla húmeda.

Poco después lo tenía abrazándome, pegándose a mi espalda para acabar


quedándonos dormidos.

Y así nos encontró el nuevo día.

Era sábado, se acababan nuestras vacaciones y me levanté antes que él,


para darme una ducha.

Cuando salí, estaba despierto, pero aún seguía en la cama.


—Buenos días —lo besé y él aprovechó para cogerme por la cintura y
tirarme de espaldas en la cama, colocándose sobre mí.

—Buenos días, mi amor —dijo, después de un beso de lo más


apasionado.

—Vamos, a la ducha, que quiero desayunar fuera.

—Eso está hecho.

Aproveché que estaba sola para salir a la terraza y hablar con Davinia. Vi
que estaba conectada y la llamé.

—¡Hola, hola! ¿Me llamas para decirme que me compre la pamela? —


solté una carcajada al escucharla, y es que ella solía decir que, de las dos, yo
sería la primera en vestirme de novia.

—Qué prisa tienes, de verdad.

—No son prisas, es ser precavida. Que no quiero que después me pille el
toro…

—Sabes que cuando me vaya a casar, serás la primera en enterarte.

—Por la cuenta que te trae, que si no…

—¿Cómo estás?
—¿Quieres la verdad?

—Eso es, qué mal.

—No, eso es que regular. Sigo sin noticias de Kike, y te juro que tengo
unos nervios que me ha dado por el dulce.

—¡Ay, Dios!

—Eso mismo dijo la tía Lola.

—Vamos, que entre chocolates y chuches anda el juego.

—Piruletas de cereza, me ha dado por ellas.

—Madre mía.

—Oye, que están buenas.

—No, si no digo lo contrario, pero mira que si te da un subidón de


azúcar…

—Chica, es eso o el fumeque.

—Una tilita, hija.


—No me gusta, me cogeré una cajita de té relax que venden.

—Sí, sí. Mira, prueba con música relajante, te tumbas, cierras los ojos y
a dejar la mente en blanco.

—Y me quedo frita, que lo sé yo. Bueno, me pondré la alarma en el


móvil por si acaso.

—Sí, ponla porque te duermes.

—¿Estás sola? —preguntó.

—Jesús está en la ducha.

—Ains, mira, si es limpito y todo…

Empecé a reír y la conversación se nos fue por otros derroteros, pero así
éramos nosotras, que empezábamos a hablar de algo y acabábamos por los
Cerros de Úbeda, o en Los Alpes, que están más lejos.

Nos despedimos y al menos me quedé más tranquila al saber que le había


sacado más de una risa, pero lo mismo me pasaba a mí, cuando estaba un
poquito plof, le mandaba un mensaje para charlar un ratito y al final, entre
mensaje y mensaje, se nos iba una hora, o más, tiempo que ella dejaba a un
lado la novela que tuviera entre manos y me lo dedicaba a mí.
Eso siempre se lo agradecía, y ella decía que no había nada que
agradecer, que siempre que la necesitara, hacía un huequecito y nos
despejábamos las dos.

—¿Nos vamos?

Me giré y ahí estaba Jesús, con vaqueros, un polo y las deportivas. Qué
guapo y sexy se veía el muy puñetero. Para comérselo, vamos.

—Sí —sonreí.

Desayunamos en una cafetería, paseamos por las calles de Venecia, nos


hicimos fotos y compramos algunos recuerdos.

Cruzamos el Puente de Rialto, comimos en una pizzería y fuimos hasta


Burano, una isla repleta de edificios con fachadas de colores y que es
famosa por el encaje de hilo que en ella se produce.

Era bien entrada la tarde cuando regresamos por la zona en la que estaba
nuestro hotel, íbamos cogidos de la mano y Jesús me llevó a cenar a un
restaurante típico italiano, donde nos pusieron una vela en el centro de la
mesa.

Pedimos espaguetis y, en mitad de la cena, escuchando la música de


fondo, empecé a reír disimuladamente.

—¿Qué te pasa? —Me miró con su media sonrisa.


—Que, si no fuera porque no estamos en un callejón, este momento es lo
más parecido a la escena de La Dama y El Vagabundo.

—Pues tienes razón. Pero…

Jesús cogió unos pocos espaguetis con su tenedor, los llevó a mi boca y
cuando yo cogí un poquito, lo llevó a la suya para que comiéramos a la vez.

Quien nos viera en ese momento, se moriría de risa. Menos mal que
estábamos solos en un reservado.

—Esa sí era la escena —me hizo un guiño y volví a reír.

Terminamos y fuimos dando un paseo por la zona, hasta que lo vi parar


y, al mirarlo, extendió el brazo indicándome la góndola que había en parada
en el canal.

—¿Vamos a subir ahí? —pregunté, más emocionada que una niña con
juguete nuevo.

—Estar en Venecia, y no subir a una góndola, es un crimen.

—Pues venga, a pasear por el Canal de Venecia.

—Esa es la idea.
Y ahí que fui, a sentarme en esa famosa y preciosa barcaza, junto a Jesús,
para disfrutar de un bonito paseo nocturno bajo las estrellas.

Pasábamos por la parte en la que se situaba el famoso Puente de los


Suspiros, cuando empezó a sonar una canción que bien conocía yo.

—Jesús… —Lo miré y, tras su preciosa sonrisa, me besó.

El gondolero sonreía, sin duda estaba compinchado con mi chico para


que ese momento tuviera lugar, justo en ese instante.

«Una góndola va, cobijando un amor»

La voz de Charles Aznavour nos acompañaba en ese paseo, mientras él


me abrazaba y yo… me emocionaba más por momentos.

«El sereno canal, de romántica luz»

Jesús me besó, abrazó aún más fuerte, besándome el cuello, y cuando


escuché su voz, cantando esa parte de la canción, casi empiezo a llorar.

—Qué distinta Venecia, si me faltas tú…

Me giré y cuando nuestros ojos se encontraron, lo supe. Él era el hombre


de mi vida, con el que quería pasar el resto de mis días.

Se apartó de mí, lo vi arrodillarse y me llevé las manos a la boca.


—¡Ay, Dios mío! —dije, nerviosa.

—Vanessa, desde que te vi, algo aquí me dijo que eras tú —se llevó la
mano al pecho, señalándose el corazón—. Y desde entonces, he querido
pasar cada día contigo.

—Jesús —yo ya estaba con las lágrimas a punto de salir, me iba a costar
controlarlas.

—No nos conocimos de una manera convencional, pero me alegra que


aparecieras en mi vida. Te lo dije, me costaba controlarme y ver que otro te
tocaba, y no quiero volver a compartirte con nadie más.

—Me estoy poniendo nerviosa. Siéntate, que para decirme todo eso no
hace falta que…

—Sí, sí hace falta, porque tengo algo importante que decirte.

Sacó una cajita del bolsillo del pantalón y me quedé de piedra al ver un
anillo con dos pequeños diamantes en el centro.

—Te quiero solo para mí —dijo, poniéndome el anillo.

—Esto… ¿Esto es lo que creo que es, Jesús?

—Si estás pensando en un anillo de compromiso, sí, lo es.


—¡Ay, mi madre! Me muero.

—No, no te me mueras que me tienes que durar muchos años —rio.

—¿Estás seguro de esto?

—Totalmente. Te lo dije, te amo más de lo que imaginas.

—Madre mía, madre mía, madre mía.

—¿Eso es un sí?

—¿A qué?

—A que seas solo para mí, preciosa.

—Sí, Jesús, sí, ahora y siempre —y ahí sí que no pude contener las
lágrimas.

Nos besamos mientras seguíamos cruzando el Canal de Venecia en esa


góndola.

Recordaría aquel día el resto de mi vida.

Llegamos al hotel y lo hicimos mirándonos a los ojos, compartiendo


besos, caricias y ese amor que ambos sentíamos y que jamás entregaríamos
a otras personas.

Y llegó el domingo. Desperté y lo primero que hice fue mirar el anillo


que lucía en mi mano desde la noche anterior.

—Te queda perfecto —murmuró en mi oído—. Buenos días, mi amor.

—Buenos días, cariño.

Tras la ducha y el desayuno, dejamos el hotel poniendo así fin a nuestras


primeras vacaciones juntos, las primeras de muchas, de eso estaba más que
segura.

Cuando llegamos al aeropuerto aproveché la espera para embarcar y le


mandé a Davinia una foto de mi mano, esa en la que llevaba el anillo.

¿Su reacción? Un gif desmayándose.

Reí, le escribí diciéndole que ya volvíamos para España y me pidió que


nos viéramos en cuanto pudiera.

Subimos al avión, de nuevo en primera clase, y el viaje lo pasé mirando


por la ventana, recordando el primer día que vi a Jesús, lo que había vivido
estando con él y con Matías, pero, sobre todo, lo que sentí la primera vez
que lo hicimos mirándonos a los ojos.
Aquello fue el inicio de lo que, en Venecia, había quedado más que
confirmado.

Jesús no quería compartirme con nadie, me quería solo para él.


Capítulo 17

Fue despertar ese día siguiente al viaje y ver que tenía tres llamadas
perdidas de un número que no conocía, al llamar me quedé en shock, casi se
me cae el café al suelo al escuchar la voz del director de niños
desaparecidos. Me decía que necesitaba que fuera urgentemente, había
habido una coincidencia.

Me eché a llorar cuando colgué, Jesús me abrazó fuerte.

—Vamos, hay que afrontar ahora todo eso que llevas buscando, no
tengas miedo, pase lo que pase, yo estaré contigo.

—Estoy en shock, Jesús.

—Te entiendo mi vida, pero no te preocupes, vamos anda, tenemos que


vestirnos, voy preparando dos cafés y el desayuno, cámbiate tranquila.
Me duché rápidamente y me vestí, desayuné con él, pero no me entraba
nada, apenas el café y poco más.

Fuimos en su coche a la asociación y me pasaron rápidamente al


despacho del director, que nos saludó cariñosamente y pidió que nos
sentáramos.

—En efecto, a tus padres les hicieron creer que naciste muerta y las
monjas se la vendieron a tu madre, algo así debió de pasar, pero tus padres
biológicos nunca dejaron de buscarte, es más, hasta a programas de
televisión fueron y se han movilizado mucho —dijo ocasionando un nudo
en mi garganta y Jesús apretó mi mano—. Aquí tienes el teléfono, se llaman
Lourdes y Anselmo, además tienes dos hermanos gemelos mayor que tú, de
treinta y cinco años, Lucas y Manuel, todos viven en el pueblo de al lado,
están locos porque los llames.

—Claro —dije entre sollozos.

Jesús le dio las gracias y salimos de allí, yo estaba en shock no dejaba de


llorar, nos fuimos a su casa y nos sentamos en la terraza del jardín a tomar
un té, yo estaba blanca, temblando, llorando y con toda esa información en
la cabeza que no me dejaba ni respirar.

Jesús me decía que tenía que llamar, que no esperara más ni los hiciera
esperar, que demasiado tiempo habíamos estado separados.

Marqué el teléfono después de coger aire y…


—¿Hola? —una voz de mujer muy agradable.

—Mamá… —dije sin evitar echarme a llorar.

—¡Hija, mía! —se puso a llorar de forma desconsolada.

—Mamá, ¿cómo estáis?

—Hija, ahora mismo te puedo decir que es el día más feliz de mi vida.

—Me alegro.

—Y tú, ¿cómo estás, hija?

—En shock, un poco perdida, pero bien.

—Estamos locos por abrazarte desde que nos han comunicado que te
habían encontrado.

—Sí, mamá, yo también tengo ganas de veros —vi que Jesús se limpiaba
las lágrimas, que al igual que a mí, no dejaban de caerlo.

—Hija mía, ¿puedes venir a casa a comer? A las tres están todos aquí.

—Sí, claro, iré acompañada por mi pareja, ¿os importa?


—No, cariño, él es también de la familia, quién te quiera a ti, es
bienvenido a esta casa.

—Gracias, mamá.

—Hija…

—Dime…

—Te amo con todas mis fuerzas.

—Lo sé —rompí a llorar.

Colgamos y Jesús se levantó a abrazarme.

—Verás que todo lo bonito comienza aquí.

—Lo sé, me parte el alma que esas personas hayan perdido treinta años
de su vida buscando lo que era de ellos, me parte el alma, no odio a mi
madre adoptiva, pero fue muy cruel, fue infinitamente cruel.

—Tranquila, no pienses en eso.

Estuvimos dos horas charlando antes de salir para la dirección que me


habían enviado al móvil, al llegar comprobé que vivían en un precioso chalé
con un jardín impresionante.
Dejamos el coche aparcado afuera y llamamos al timbre, una mujer que
sabía que era mi madre corrió a abrir, era preciosa, delgada y muy moderna
vestida.

—¡Hija! —Se abrazó a mí llorando con todas sus fuerzas, besando mi


mejilla de forma continua.

Seguidamente apareció mi padre y hermanos, joder parecían todos


modelos y guapísimos, me abrazaron uno por uno llorando y mi padre no
dejaba de decir que me amaba, que me quería, que gracias por haber ido a
buscar la verdad.

Entramos y tenían preparada la mesa en el salón, la casa era preciosa,


todos fueron de lo más simpáticos y me pusieron al día.

Mis hermanos eran abogados y tenían su propio bufete y vivían aún con
mis padres, decían que mejor que allí en ningún sitio, aunque tenían sus
casas compradas, me reí mucho.

Mi padre era Teniente de Infantería de Marina, mi madre era directora en


una guardería, vivían cómodamente, al igual que cuando me tuvieron. No
entendía cómo tuvieron la sangre fría de arrebatarles a su hija acabada de
nacer cuando iba a estar en una familia trabajadora y con un futuro normal.

Estuvimos allí toda la tarde, hasta cenamos en su jardín, hubo momentos


de lloros, risa, de anécdotas y de todo un poco. Le contamos que habíamos
llegado de un viaje por Italia y se emocionaron mucho, así como también
les conté que me había tomado el año sabático en el trabajo para buscarlos,
eso los emocionó mucho, como también que hubiera sacado la carrera de
medicina y tuviera mi plaza.

Mis hermanos en la cena hasta abrieron un grupo de WhatsApp donde


metieron a mis padres, a mí y a Jesús, o sea, los seis dentro, me hizo mucha
ilusión.

Mi madre me enseñó algo que me hizo estremecer, una caja grande que
guardaba con toda la ropita y cosas que me compraron antes de nacer y que
nunca pudieron usar, las conservaba con todo su cariño, ahí me entró una
llorera impresionante.

Prometimos volver al día siguiente a tomar café al igual que ellos


vendrían a casa de Jesús, a pasar el día del sábado.

Esa noche dormí a lloros y es que no podía ser de otra manera.

Por la mañana vino Davinia a casa de Jesús, no dejaba de llorar y es que


resulta que había localizado a Kike, y el muy sinvergüenza le dijo que había
decidido no saber nada de ellas y no tener que pagar pensiones alimenticias
de niña alguna y que no iba a reconocerla.

Así, con total naturalidad y frialdad, desde luego que era un miserable.

Davinia lloraba, pero en el fondo se alegraba de que se alejara de ellas,


de sobras sabía que iba a hacer daño estando presente y no quería volver
loca a su hija con ese padre que tenía de todo menos neuronas, vamos, que
no sabía ni cómo estaba preparado para tener un vuelo en sus manos con
tantas personas a bordo.

Se emocionó mucho con lo de mi familia, me abrazaba loca de contenta


y además ella estaba comenzando algo muy bonito con Diego, ese poli que
trataba a su hija como si fuera de él y es que había personas con el corazón
más grande que su cuerpo y él, era uno de ellos.

Esa tarde volví a casa de mis padres con Jesús, joder me tenían un
montón de regalos cada uno y hasta a Jesús le habían comprado un
impresionante reloj.

Desde ese momento los mensajes por WhatsApp y las visitas a su casa y
ellos a las nuestras no cesaron. En ningún momento culparon a mi madre
adoptiva ni la nombraron, tenían mucho tacto con eso y es que corazón y
educación tenían a raudales.

Jesús y yo decidimos que los días entre semana viviríamos en mi casa y


los fines de semana en la suya, que era más tipo de desconexión, así que
comenzamos una vida en común que esperaba que nos durara para siempre.

Conocí a sus padres, dos personas maravillosas que me acogieron con


cariño, como si de una hija se tratara, además Jesús, les contó mi historia y
no dejaban de decirme lo feliz que estaban de que hubiese dado con mi
familia. De todas maneras, fue gracioso porque resulta que la mamá de
Jesús, y mi madre bilógica habían sido amigas de la infancia, así que
cuando nos reunimos todos un día en casa de Jesús, fue de lo más divertido
y emotivo.
Mis hermanos tenían locura conmigo, no dejaban de mandarme mensajes
y hacerme llamadas, al igual que mis padres, estaban muy pendientes a mí.

Como dije no odiaba a mi madre adoptiva, pero me daba mucha rabia


que me hubiese impedido vivir con mi familia, disfrutar de esos padres tan
buenos y esos hermanos que me hubieran dado mucha vida y compañía en
mi infancia.

La vida no se elige, la vida simplemente es caprichosa y se encarga de


ponernos donde le da la gana y cambiarnos todo por completo.

Pero ahora, todas las piezas del puzle estaban unidas, así como mi vida
sentimental, ya que al menos algo bueno me deparó la vida y fue encontrar
a alguien como Jesús, ese hombre que se encargó de cumplir la promesa
que me hizo un día.

“Sonreirás cada día de tu vida”


Epílogo

Y eso fue lo que hizo Jesús, conseguir que sonriera cada día de estos
cinco años que habían pasado.

Sí, cinco años en los que no me faltó ni una sola vez el apoyo de mi
familia, esa que me arrebataron siendo apenas un bebé, que encontré por
casualidad y que me amaban incluso sin tenerme cerca.

En este tiempo habían pasado muchas cosas, todas buenas, que es lo más
importante.

¿Por dónde empezar?

Veamos…

Echando la vista atrás lo primero que se me viene a la mente es el día que


decidimos salir las dos parejas juntas, o sea, Jesús y yo, y Davinia con su
Dieguito. Lo que me lleva aguantado la criatura con ese nombrecito, para él
se queda, pero me quiere mucho, que conste, como a una hermana pequeña,
dicho por él.

Normal, pues fui su cómplice aquella noche.

Y es que el poli de los amores de mi amiga quería pedirle matrimonio, no


llevaban saliendo más de seis meses, yo estaba a tres de casarme con Jesús,
y dijo que se lanzaba a la piscina.

Y tanto que se lanzó, que después de cenar en un restaurante, nos fuimos


a tomar unas copas a la casa de Jesús y ahí, en mitad de la piscina, sacó el
anillo y se lo puso a Davinia en el dedo. Ella lo miró, sorprendida y
llorando, y él solo dijo:

—Nos casamos en seis meses.

Acabamos las dos llorando como niñas pequeñas mientras ellos se


tomaban una copa. Esa noche nos quedamos los cuatro allí a dormir, y
terminamos pasando el fin de semana juntos.

Llegó el día de mi boda con Jesús. Mi padre me llevaba del brazo, con su
traje de gala de la Marina, y yo me sentía como una princesa ese día.

Ni qué decir tiene que mi niña, mi Valentina del alma, llevaba las arras,
pero su hermano Oliver, el hijo de Diego, pues así se tenían el uno al otro,
la acompañaba lanzando pétalos de rosas delante de nosotros.
Lloré ese día como nunca, y es que fue, sin duda, el primero de muchos
que llegarían después cargados de felicidad.

¡Y, volví a Roma! Sí, las monedas que lanzamos Jesús y yo en la Fontana
di Trevi dieron resultado, pues allí que fuimos a pasar nuestra luna de miel.
En esa ocasión fuimos dos semanas, la primera la pasamos en Roma, viendo
todo cuanto pudimos y no visitamos en nuestro primer viaje, y la siguiente
en Verona, la ciudad en la que transcurría la historia de Romeo y Julieta.

Volví al trabajo, solo por las mañanas, y dedicaba las tardes a la casa, a
pasarlas con Jesús o salir con Davinia y los niños.

Oliver era un encanto, era la versión en niño de Valentina, para


comérselo a él también.

Yo, encantada de ser la tía Vane, que me sacaban entre esos dos pequeños
miles de sonrisas al día.

Mis hermanos eran de lo más cariñosos, no solo conmigo, sino con Jesús,
incluso con Davinia, Diego y los niños, igual que mis padres.

Hasta los de Jesús nos querían a todos, como siempre había hecho la tata
Lola.

No me olvido de ella, esa mujer que siempre estuvo ahí, no solo para su
sobrina, con la que ejerció de tía y madre a la vez, sino para mí.
Le presentamos a los padres de Jesús y a los míos, y acabó haciendo
buenas migas con nuestras madres, al punto de que cada fin de semana se
iba a casa de una a pasarlo disfrutando de la vida.

Me dieron la mayor sorpresa hacía ya tres años. Estaba embarazada,


esperaba mi primer hijo con el hombre que amaba.

Daniela llegó a nuestras vidas dos años atrás, para llenarla de alegría,
miles de sonrisas y colmar a nuestras familias de felicidad.

Era la muñequita de todos, mis padres y hermanos se desvivían por ella,


al igual que los de Jesús.

Davinia ejercía de tía, y tenía a mi pequeña de lo más consentida, pero


claro, ella decía que solo hacía lo que yo había estado haciendo durante
años con nuestra Valentina.

Dejé el trabajo durante el embarazo y la baja de maternidad, pero me


incorporé de nuevo en cuanto tuve ocasión. No faltaban abuelas que
quisieran quedarse con mi pequeña, así que se la iban turnando una semana
cada una de las tres. Sí, Lola era una abuela más.

Lucas, el mayor de los gemelos, conoció a una de las trabajadoras de la


guardería en la que estaba mi madre, y acabó enamoradito perdido de esa
muchachita a la que le llevaba diez años.

Y aquí nos tiene ahora a todos, vestidos de punta en blanco esperando


que llegue la novia.
Sí, él se lanzó a la aventura y se me casa, Manuel sigue resistiéndose a
pasar por vicaría, pero ya le tocará, ya, de eso no tengo ninguna duda.

Davinia, Diego, los niños y Lola, también nos acompañaban en este día,
y es que, como digo, eran parte de mi familia.

—Tía Vane, Daniela se ha vuelto a quitar el zapato —me dijo Valentina,


mi preciosa señorita de once años.

—Pues qué bien. Hija —le dije a Daniela, cogiendo el zapato—, no te lo


quites más, que descalza estás muy fea.

—“Apatito, no usta” —no sabía nada mi hija, esta había sacado los pies
delicaditos.

—Pero si es muy bonito —le dijo Oliver, nuestro caballero de trece años.

Y lo guapísimo que estaba, este iba a ser un conquistador como su padre,


que ya me lo había dicho mi amiga en más de una ocasión.

—“No usta, pimo” —mi hija hizo un puchero, que a hasta al pobre
Oliver, se le contagió.

—Ven, vamos al columpio.


Oliver y Valentina se llevaron a Daniela a jugar un poquito, mi niña es
que era así, no se quedaba quieta mucho tiempo. Por eso ni nos planteamos
que ella lanzara pétalos de rosa delante de la novia, porque podían acabar en
cualquier sitio menos en la alfombra.

Recurrimos a las hijas de una prima de Marisa, mi cuñada y futura


esposa de Lucas.

De nuevo acabamos todas las mujeres llorando, no sabía qué tenían las
bodas que al final parecía aquello “Sonrisas y lágrimas”, qué manera de
llorar. Bueno, si hasta algunos hombres estaban emocionados. Mi hermano
el primero.

A sus cuarenta años, Lucas lloraba como un niño pequeño mientras el


cura hablaba. Con lo grandote que era mi Lucas.

Pasamos a disfrutar del convite, nosotros estábamos en la mesa con


Davinia, Diego, Lola, sus hijos y mi hermano Manuel, así que no faltaron ni
las risas, ni los momentos en los que este último le pedía a su gemelo que
besara a la novia.

—Pero, hombre, ¡ponle un poco más de pasión, que la has dejado con
ganas! —gritaba, haciendo que todos rieran igual que Lucas, y que la pobre
Marisa se sonrojara.

En el momento del baile todos los asistentes nos emocionamos y


lloramos escuchando “All of me”, esa canción que John Legend
interpretaba en acústico, solo su voz y la música del piano.
—El siguiente eres tú, Manuel —dijo Diego, mirando a mi hermano.

—Sí, en unos cien años tal vez.

—Qué exagerado, hermano —protesté.

—A ver, que el amor es muy bonito y todo eso, pero a mí, ni me ha


llegado, ni me llegará.

—Eso dices ahora, pero el día que te llegue… —comentó Jesús.

—Serás como un osito de peluche, mira Lucas —dijo Lola.

—Venga, Manuel, que tengo que sacar tu historia también —sonrió


Davinia.

¡Cierto! Se me olvidaba.

Mi amiga escribió una preciosa novela llena de amor, segundas


oportunidades y mucho erotismo, contando mi historia con Jesús. Cambió
nuestros nombres, obviamente.

Y lo mismo había hecho con la de mi hermano Lucas, ese fue el regalo


que les entregó a los novios apenas una semana antes de que estuviéramos
ahora aquí.
—Mira, preciosa, me puedes hacer una historia, por supuesto que te dejo,
pero llena de escenas de esas como las que vivieron aquí mi hermana y su
marido —guiñó el ojo.

—Vamos, que quieres que te tenga toda la novela en plan, empotrador.

—Lo has pillado. Y si te metes en la historia, mejor todavía.

—Manuel, te estás ganando el premio gordo, que Dieguito te da un


gancho de derecha, que no vas a querer dos —dije riendo.

—Manuel, hijo, va a ser que yo todo eso que hacía tu hermanita… pues
no, más que nada porque durante unos meses me tengo que cuidar un
poquito —vi que Davinia se llevaba la mano al vientre y, sin que dijera
nada más, supe que me había hecho tía.

—¿En serio? —pregunté.

—Sí, por fin después de tanto tiempo…

—¡Ay, mi niña! Me alegro mucho por ti. ¡Voy a ser la tía Vane otra vez!

Y en esa mesa acabamos llorando todos, hasta mi hermano Manuel,


aunque dijera que se le había metido algo en el ojo.

En esos años que llevaban juntos, Davinia y Diego habían intentado ser
papás, pero el bebé no llegaba. Los dos estaban bien, se hicieron pruebas
para corroborarlo pues cada uno aportó a ese matrimonio un hijo, así que les
aconsejaron que se relajaran, que bajaran un poco el ritmo de trabajo y de
estrés.

Y eso hicieron, pero sin duda alguna lo que mejor le había sentado a ese
par fue un viajecito a Italia que Diego preparó en secreto para su esposa,
mientras el resto de la familia se hacía cargo de Oliver y Valentina.

La vida daba muchas vueltas, te sorprendía cuando menos lo esperabas y


te dejaba regalos como ese.

Una amiga que te escucha cuando lo necesitas, dejando a un lado sus


quehaceres o sus propios momentos de bajón para animarte a ti y sacarte
miles de carcajadas.

Un amor de ese bonito que todo el mundo merece, de la manera más


insospechada.

Una familia que se desvive por ti, que te quiere y te ama, que se
preocupa y te cuida sin pedir nada a cambio.

Así es la vida, y así es el amor. Dos palabras que, cuando van juntas,
colman tus días de alegría, felicidad y momentos que nunca podrías olvidar,
haciendo que sonrías cada día de tu vida.
El dolor de la princesa Alice
Para nuestras “Chicas de la Tribu”.
Gracias por seguirnos en cada nueva aventura, cada locura,
y por esos ratitos compartidos en el grupo.
Dylan & Janis.

“Todos fuimos dotados con una chispa de locura


¡no la desaproveches!
- Robin Williams -
Capítulo 1

Dolía tanto ese momento que, parecía que me estaban rajando con la hoja
de un cuchillo bien afilado mientras miraba por la ventana y comprobaba
cómo el jardín del palacio se vestía de gala para nuestro enlace y los
invitados se dejaban ver mientras tomaban su primera copa de cava.

Me casaba con Fernán Russ, el príncipe de Arsolla, lo hacía por el pacto


que se había llevado a cabo entre nuestras familias desde que yo era bien
pequeña.

Hacía unos días que había cumplido los veinticinco años, catorce años
menor que él, así que me había preparado toda mi vida para esa boda
mientras él iba de flor en flor. Muchas veces fue pillado saliendo en los
medios internacionales hasta que anunciaron nuestro compromiso, ese día
que yo tanto temía.

Y ahora, después de muchos días de dolor contenido, rabia y decepción,


me iba a casar con él, sin amarlo, sin tan siquiera sentir lo más mínimo por
aquel príncipe con el que a partir de ahora compartiría mi vida.
No habíamos compartido ni un beso, ni una mirada de complicidad, ni
nada que nos hiciera sentir ese día como algo verdadero. Fernán buscaba
dar a la sociedad lo que esperaban de él y yo cumplía con lo que mis padres
habían decidido por mí, lo que a ellos les hacía feliz sin importar lo que yo
sintiera o quisiera.

Había pasado mi primera noche antes del enlace en el palacio de Kilenia,


ese que se convertiría en mi hogar a partir de hoy y donde pasaría a
convertirme en la Princesa de Arsolla, adquiriendo ese nuevo título que tan
poco deseaba.

Mi padre apareció por la habitación con cara de orgullo por haber


conseguido a través de su hija, lo que tanto él como mi madre deseaban, yo
sonreí con tristeza pues no me salía de otra forma.

—Estás preciosa, hija mía.

—Gracias, padre —me agarré de su brazo y bajamos hacia la capilla de


palacio donde se iba a oficiar la ceremonia.

Los asistentes me miraban sonrientes, Fernán se metió en su papel y me


sonrió con un gesto de felicidad que no se lo creía ni él, pero como todo lo
que hacía tenía que ser fingido, hasta lo que se suponía que iba a ser el día
más importante de nuestras vidas.

Yo iba a esa boda, como se solía decir, como si me llevaran directa al


matadero, o al patíbulo, que para el caso…
Ahí estaba la madre de Fernán, la Reina Amelia de Arsolla. No era una
mala mujer, conmigo siempre se portó muy bien, era cariñosa y amable así
que al menos con ella podría tener una buena relación.

Lorenzo, padre por horas y rey a tiempo completo como solía decir mi
madre, estaba sentado en primera fila, esperando que mi padre me entregara
a su hijo y le acompañara en ese privilegiado lugar, junto a su esposa y mi
madre.

Mi madre, Eleanora, quien a pesar de mis peticiones de no acceder a que


me casara con un hombre al que no conocía y que no había tenido trato
alguno, hizo oídos sordos.

—Ya llegamos, hija —susurró mi padre sin perder esa sonrisa de hombre
orgulloso al ver a su única heredera acercase al altar donde la esperaba el
príncipe de cuento que todas, alguna vez, hemos soñado con tener.

Leandro, ese era mi padre, el que me llevaba obligada caminando por esa
alfombra sin tener en cuenta mis súplicas. Otro como mi madre.

Cientos de veces me planteé si me querían realmente, porque no creo que


se le pueda obligar a un hijo a casarse con una persona a la que no ama ni
desea.

¿Lo único que me gustaba de este maldito día? El vestido de novia que
llevaba. Al menos eso sí me habían dejado escogerlo a mí.
Entallado hasta los muslos donde la falda empezaba a ser más suelta, con
una cola de un tamaño medio y con volantes, encaje que cubría todo el
vestido, espalda al aire, escote en V y el borde del mismo, así como los
tirantes que acababan en la parte central de la espalda, donde tenía la
cremallera, era de encaje gris.

Me habían recogido el cabello en un moño bastante bonito y, como no


podía ser de otra manera, me pusieron la tiara a modo de discreta corona
con la que se casó la que desde ese día sería mi suegra.

—Mi princesa —dijo Fernán, bien alto para que todo el que estuviera lo
suficientemente cerca le escuchara.

Seguía sonriendo el muy canalla, fingiendo que todo era maravilloso, y


yo igual, que me había tenido que poner la sonrisa en los labios y dar a
entender que estaba enamorada hasta la médula del hombre que tenía
delante.

Mi padre me miró feliz y me dejó allí, ante el altar, delante del cura que
nos casaría, y fue a unirse con mi madre y sus consuegros.
De verdad, si la gente supiera que esto no era más que una farsa…

Ganas me daban de hablar cuando el cura preguntara aquello de “Si


alguien tiene algo que objetar, que hable ahora o calle para siempre”,
porque sería yo quien diría que me obligaban a casarme.

Bueno, eso realmente sería muy capaz de soltarlo cuando nos preguntara
a nosotros, como parte interesada en este enlace, si veníamos libremente.
¡JA! Libremente, las narices. Que no me habían traído arrastras por la
alfombra, porque no sería bonito de ver, ni digno de una mujer de mi
posición social. Ya no digamos de la futura Princesa de Arsolla, vamos.
En fin, que yo quería salir de allí por piernas y no podía.

Llegó el momento, ese tan esperado por todos, en el que el cura


pregunta…

—¿Venís libremente a contraer matrimonio?

¿Os podéis creer que Fernán, que me tenía la mano agarrada con la suya
desde que me uní a él, me dio un apretón para que no dijera nada que no
debiera? ¡Hombre, por favor! Pero, ¡qué valor el suyo! ¿Qué se habría
pensado que iba a hacer? ¿Decir qué no?
Si me hubieran permitido hacer eso, no estaría ahora mismo
contestando…

—Sí, venimos libremente.

Ya estaba la mitad de mi aceptación a este matrimonio, y grabado que


había quedado porque estaba viéndonos casarnos medio mundo, si no el
mundo entero, pues de todos es sabido que las bodas de príncipes y futuros
reyes eran de lo más televisadas.

Mirara donde mirara, me encontraba una cámara de televisión grabando.


¿Sabéis lo que pensé hacer? Escribir una nota pequeña con el siguiente
mensaje: “S.O.S. Vengo obligada a casarme, por favor ¡¡¡Sálveme quien
pueda!!!” Pero no lo hice, como es evidente, porque eso habría provocado
infartos en masa, y cuando digo en masa es que los primeros en caer
habrían sido mi suegro y mi padre, tenían altas posibilidades por sus edades
y por ser hombres, y después mi suegra y mi madre.

—Por el poder que la Santa Madre Iglesia me otorga, yo os declaro


marido y mujer.

¡Ole! ¡Viva los novios! Sí, me quedé con las ganas de gritar eso pues
para algo era mi boda, pero no podía.

Mi ya esposo, me dio un casto beso en la frente ante las cámaras y los


invitados que nos acompañaban en ese, nuestro gran día.

Colgada de su brazo caminé sonriente y saludando con la mano hasta que


llegamos a la salida de la iglesia, donde nos esperaban para lanzarnos arroz.

Seguíamos los dos sonriendo, fingiendo que éramos la pareja de


enamorados más felices del mundo y que por fin afianzábamos nuestra
relación ante Dios, nuestro señor, aunque por dentro estaba llorando como
una niña pequeña porque no quería este matrimonio.

Una pareja debe casarse enamorada, tienen que quererse, conocerse, ser
cómplices el uno del otro, saber lo que es bueno para ambos y que el otro
sepa en todo momento lo que puede necesitar la otra parte.

Que tengan tal complicidad que se adelante en algún momento a lo que


la otra parte de la pareja va a hacer o decir, que se conozcan de ese modo
tan íntimo.

La mía había sido la boda más falsa de toda la historia, vamos, imagino
que, a lo largo de los años, o más bien siglos, que llevaba existiendo lo de
los matrimonios concertados entre la realeza, alguno habría sido como el
mío, pero ahora que yo lo vivía en mis propias carnes, me sentía la mujer
más desgraciada.

—Pues ya está, ya somos matrimonio —susurró Fernán, cuando íbamos


hacia la zona de palacio donde tendría lugar el banquete.

Y sí, comimos y bebimos, bailamos y los dos seguíamos aparentando que


era el día más esperado por ambos, el más feliz, debíamos fingir que
estábamos de lo más enamorados y las muestras de cariño del uno hacia el
otro fueron constantes cuando estábamos juntos para alguna foto o para
charlar con los invitados, si mi querido marido no se quedaba junto a la
barra donde servían las bebidas.

No es que fuera completamente borracho, pero tenía suficiente alcohol


en el cuerpo como para que se le notara contentillo.

—Fernán, deja de beber, por favor —le pedí cogiéndole la mano en un


susurro.

—Querida esposa, Princesa de Arsolla y, tal vez, futura reina de la


misma —dijo mirándome con los ojos entornados—. Es mi boda, me lo
estoy pasando de maravilla y bebo porque me sale de las mismísimas joyas
de la corona.
No esperaba tal contestación, menos mal que estábamos solos y nadie
nos escuchaba. Cogió la copa, se la acabó de un trago y con un brazo me
rodeó por la cintura para llevarme de nuevo a la pista a bailar.

Intenté impedirlo, pero no pude, así que ahí se nos veía de nuevo a los
dos bailando, sonrientes y felices ante los invitados.

Mi madre no había perdido la sonrisa en todo el día, y no digamos la


suya. Las dos estaban encantadas con esta boda, pero no más que nuestros
padres.

Sabía bien que, para Fernán, no era plato de gusto haber llegado a este
punto, pero es que para mí…

Cuando acabamos de bailar me fui al baño, sola, sin decir nada a nadie,
necesitaba un momento para mí, lejos de miradas, de curiosos. Quería
llorar, así que me encerré y dejé salir todo el dolor y la rabia contenida que
llevaba dentro, apoyada en la pared, en silencio, mientras me maldecía por
no haberme escapado días antes de que tuviera lugar este teatro.

Porque eso era, una obra de teatro en la que, de puertas de palacio para
fuera, nuestra vida como recién casados y Príncipes de Arsolla sería
maravillosa mientras que, de puertas para dentro, viviría una pesadilla.

Encima tenía que dormir con él, era una boda falsa, pero con todas las de
la ley. Mi deber era cumplir con él como esposa, darle un heredero, o varios
hijos, no importaba cuántos.
Esa noche sería la primera que pasaríamos juntos y él… Él no estaba
preocupado ni lo más mínimo porque se había empezado a beber todo el
alcohol que teníamos para la boda.

Salí de allí, igual de nerviosa que asqueada, pero un poco más tranquila
habiendo soltado todo.

—¡Mi querida esposa! —gritó Fernán, que se le notaba el alcohol


ingerido— ¿Me concedes este baile?

Me cogió la mano, haciendo una reverencia que a los invitados les


pareció de lo más graciosa, y tras besarme la mano fuimos a bailar.

Así pasaron las horas, hasta que fuimos despidiendo a todos los
invitados, que no eran pocos, pues en estas bodas reales ya se sabe que
asiste medio país y parte del mundo, y al fin llegamos hasta mis padres.

—Te vamos a echar de menos en casa, cariño —dijo mi madre, dándome


un abrazo.

—No se preocupe, Eleanora, que mi esposa estará muy bien cuidada en


esta casa. Yo mismo me encargaré de ello —Fernán me miró con unos ojos
que me parecieron de lo más intimidantes.

Sí, mis nervios por esa primera noche juntos habían aumentado
exponencialmente en ese preciso instante.
—Eso espero, querido Fernán —intervino mi padre—. Cuando tu hija se
case y deba quedarse en el hogar con su esposo, entenderás el pesar que
tenemos mi esposa y yo.

—Leandro, podéis iros tranquilos, os aseguro que nada le faltará


conmigo a vuestra hija —y para hacer más real semejante mentira, Fernán
me rodeo la cintura con el brazo pegándome a su costado.

Vi marcharse a mis padres, mis suegros se despidieron de nosotros y ahí


nos quedamos mi recién estrenado marido y yo.

Él no sé qué pensaría, pero yo necesitaba una copa, o dos, para


tranquilizar los nervios que tenía, y eso que yo no era de beber.

Fernán tomó mi mano para irnos a la habitación después de ese largo día
de celebración, sentí pudor y temor por lo que pudiera pasar en ella. No lo
deseaba y no era justo que lo que debía ser algo tan importante en la vida de
una persona, se fuera a convertir en algo obligado y en lo que tampoco
podías decidir.

Sonreía con esa cara de saber que ahora llegaba lo que él tanto deseaba y
es que era bien sabido que era un mujeriego de mucho cuidado.

Entramos a la habitación y se puso tras de mí bajando la cremallera de


mi vestido y luego metió los dedos por los tirantes deslizándolos hasta
abajo.
Un carraspeo en mi oído me hizo saber que le gustaba lo que veía,
comenzó a acariciar mis hombros bajando sus manos por ambos lados de mi
cuerpo y siguiendo las curvas.

Apretó mis nalgas abriéndolas con fuerza para sentirlas mejor, yo solo
tenía ganas de llorar y de que todo aquello pasara cuanto antes.

Me bajó la braguita y me giró, fue el momento más asqueroso de mi


vida, ver esos ojos llenos de deseo incrustados en mi cuerpo.

Puso una de sus manos en mi pecho y lo apretó, contuve el aire ya que


solo tenía ganas de llorar.

Su otra mano bajó hacia mi entrepierna y con un toque me hizo entender


que las abriera. Yo solo miraba hacia el suelo, pero con su mano levantó mi
barbilla para que lo mirara a él, luego la volvió a llevar a mi pecho.

Introdujo dos de sus dedos en mi vagina y sentí un dolor impresionante,


ya que no tuvo el más mínimo tacto, me estremecí encogiéndome y me hizo
un gesto para que me mantuviera recta, en ese momento le habría partido la
cara.

Me hizo una señal para que me tumbara sobre la cama, ni se dignaba a


hablarme, todo eran órdenes a través de señales.

Me eché sobre ella y cogió mis piernas poniéndolas sobre el borde de la


cama, bien abiertas, me hizo otro gesto para que me acercara más hacia el
borde y mis caderas quedaran lo más cerca posible de mis pies. La cama era
alta y quedaba a una altura perfecta para él.

Se comenzó a desnudarse y colocó su miembro en mi entrada y empujó


con fuerza, tuve que agarrarme a las sábanas por la violencia y la brutalidad
con la que comenzó a penetrarme, empujando con tanta fuerza, que pensaba
que me partirían en dos. Aquello dolía demasiado físicamente y, sobre todo,
dolía la humillación que estaba sintiendo en ese momento.

Podía apreciar perfectamente el olor a alcohol que desprendía, me daba


asco, arcadas que tenía que contener para no vomitar. Aguanté como pude
ese momento, hasta que se corrió manchando mis piernas y todo lo que se
encontraba por el camino.

Entré al baño para lavarme y volver a la cama, al limpiarme me di cuenta


que había manchado, pues me había provocado una leve hemorragia, lo raro
es que no me hubiese abierto en canal, aquel momento había sido el más
duro y denigrante que había vivido en mi vida.

Me acosté mirando hacia el lado contrario a él, llorando en silencio y


rezando porque no volviera a tocarme esa noche, aunque ya no creía en
Dios, pues si existiera, no habría permitido que aquello hubiese sucedido de
aquella manera.
Capítulo 2

Tras la noche de bodas, llegó el amanecer.

Estaba sola en la cama, no había rastro de mi marido por ninguna parte,


pero sí de lo que ocurrió la noche anterior.

Ahí estaba lo que indicaba que ese… hombre, por no decir monstruo, me
había quitado la virginidad.

Estaba hecha una mierda, esa era la realidad, tenía unas ganas de llorar,
de marcharme de allí, quería volver a mi casa, de donde no debí haber
salido,o tal vez sí, pero para ingresar en un convento. ¿Por qué me había
casado con un hombre que no tuvo el más mínimo tacto en nuestra primera
noche?

Me di una ducha y dejé que el agua se llevara las malditas lágrimas por
el desagüe. Esas que había estado conteniendo tanto tiempo como me fue
posible y que finalmente acabaron saliendo.
Y ahora venía la pregunta del millón. ¿Cómo me vestía para estar en
palacio? Que sí, me habían educado toda mi vida para ser princesa y futura
reina cuando mis suegros faltaran, pero la duda estaba ahí. ¿Me vestía muy
elegante, normal, sencilla…?

Pues nada, vaqueros pitillo, tacones, una camiseta mona, maquillaje


natural y a desayunar, que tenía hambre.

Cuando bajé ahí estaba él, desayunando tranquilamente mientras leía el


periódico. Mira qué bien, no había tenido ni la decencia de esperarme para
desayunar juntos. Pues anda que empezaba de lujo nuestro matrimonio…

—Buenos días —saludé y me regañé mentalmente por el tono triste que


tenía mi voz.

Ni un hola, no recibí ni un saludo por su parte, seguía ahí como si nada,


como si yo no acabara de entrar.

Me senté a su lado, como era normal al ser su esposa, y Edward me


sirvió el desayuno.

Era un hombre de unos sesenta años, llevaba casi toda su vida al servicio
de la familia real de Arsolla y era de lo más amable y entrañable.

—Gracias, Edward —sonreí, con tristeza, eso sí, y el hombre me hizo


una leve inclinación de cabeza.
—Señora —salió del salón y me quedé a solas con mi marido, a quien le
dediqué una mirada de reojo, pero él seguía bebiendo su café y leyendo el
periódico.

Empecé a tomar mi desayuno en silencio, casi no me atrevía ni a respirar,


no fuera a ser que le molestara. Me daba la sensación de que mi sola
presencia lo hacía, pero bueno, a mí tampoco me agradaba compartir mi
vida con él.

—¿Ha dormido bien la doncella? —preguntó sorprendiéndome por el


nombre que me había dado.

Lo miré, fruncí el ceño y fui a preguntar, pero en ese momento llegó uno
de los chicos del servicio con una carta para él, esperé a que volviéramos a
quedarnos solos, y fue entonces cuando me dirigí a él.

—Lo de doncella, ¿va por mí? —pregunté.

—Estamos solos, no hay más mujeres aquí con las que follé anoche.

Sí, exacto, eso había sido lo que pasó en mi noche de bodas. No hubo
ternura, ni cariño, ni el más mínimo tacto por su parte.

No se preocupó si yo estaba bien, si me dolía o si quería parar un


momento. No, nada de eso. El hombre que tenía delante simplemente…

—Eso será lo que haga cada noche, follarte.


Me quedé callada en cuanto lo dijo, y me giré hacia la puerta del salón
cuando escuché la voz de un hombre.

—Buenos días, señor.

—¡Ah, ya estás aquí! Kyle, ella es mi esposa, Alice. Mi amor —nótese el


tono de desprecio con el que yo le escuché decirlo—, Kyle será tu chofer y
guardaespaldas desde este instante.

—Señora.

Miré a Kyle y me puse nerviosa. ¿Iba a tener guardaespaldas el resto de


mi vida? ¿Qué había sido de mi libertad? Eso de poder ir donde me diera la
real gana, y cuando yo quisiera.

—No necesito un guardaespaldas —dije mirando a mi marido.

—Eres la Princesa de Arsolla, claro que lo necesitas.

—Fernán…

—Alice, es tu chofer, te llevará donde quieras y desees, y, por ende,


estará pendiente de tus movimientos.

—¿Al cuarto de baño también me acompañará? —pregunté poniéndome


en pie y soltando la servilleta en la mesa— ¡No necesito una niñera, porque
eso es precisamente lo que me has puesto!

—No es tu niñera, y no me levantes la voz.

—¿O qué? Soy la heredera del Marquesado de Brighton, no necesito que


nadie me haga de guardaespaldas —dije con todo el retintín que pude—, sé
muy bien dónde puedo ir y dónde no.

—Kyle, te deseo suerte con mi esposa.

Fernán se puso en pie y salió del salón sin decir una sola palabra más.
Allí me dejó sola con el que iba a ser mi sombra el resto de mi vida. No me
lo podía creer…

A la mierda de boda que había tenido, y peor noche todavía, le


añadíamos ese espléndido y maravilloso amanecer londinense en el que mi
marido me trataba como a una niña a la que había que vigilar.

—Señora, procuraré que no note mi presencia, se lo aseguro —escuché a


Kyle, le miré y respiré hondo.

Me fui directa a la cocina, necesitaba beber algo que me calmara porque


volvía a tener ganas de llorar de nuevo.

—¡Oh, señora! ¿Necesita algo? —me preguntó Olga, la cocinera de


palacio.
Una mujer de cincuenta años, hija de españoles que se mudaron a Arsolla
por trabajo hacía años y aquí decidió quedarse ella.

Me llevaba bien con Olga, me recordaba a mi madre, así que al menos


contaba con ese hombro en el que llorar si lo necesitaba.

—Algo para los nervios, por favor —le pedí.

—¡Ay, señora! La vida en palacio puede ser… estresante.

—La mía va a ser un infierno, me esperan noches de…

Guardé silencio, pero me miró queriendo saber así que no tuve más
remedio que hablar con ella, necesitaba soltarlo todo.

Le conté la noche que había pasado, esa que fue mi primera vez con un
hombre y que no resultó ser lo que yo podría haber esperado.

—No fue tierno —lloré y esa mujer me abrazó como lo haría mi propia
madre.

Le estaba contando intimidades a una mujer del servicio, pero sabía que
era de lo más discreta y que no hablaría de esto con nadie.

—Pues debe estar usted algo…

—Dolorida —susurré.
—Vale, voy a prepararle un té y después subimos a su dormitorio para
que se dé un baño que le calme.

—Olga —la miré secándome las lágrimas.

—Dígame, señora.

—¿Podrías llamarme Alice, por favor? Me recuerdas a mi madre y…

—Claro, niña, pero solo cuando estemos solas, no quiero que los señores
se enfaden conmigo.

—Muchas gracias.

Me tomé el té que me había preparado y salimos de la cocina para ir a


darme ese baño que dijo me sentaría bien.

Vi a Kyle apoyado en la pared del pasillo, tenía la mandíbula apretada y


por la furia que vi en sus ojos, sabía que me había escuchado.

Cerró los ojos, negó con la cabeza y se alejó.

Miré a Olga, pero no me dio a entender que mi chofer y guardaespaldas


hubiera escuchado algo, así que me limité a subir con ella y darme ese baño.
Y ahí estaba, en la bañera, con unas velas aromáticas que había
encendido Olga y los ojos cerrados disfrutando de ese momento que me
estaba sentando bien para mis partes más doloridas después de mi noche de
bodas.

—Vaya, ¿qué tenemos aquí? —escuché la voz de Fernán y me sobresalté.

Me cubrí rápidamente los pechos con ambos brazos y él sonrió de medio


lado sentándose en el borde de la bañera.

—Eres mi esposa, no debes cubrirte cuando estés en mi presencia.

—Creí que tenías que atender… lo que sea que hagas —dije sin quitar
los brazos de mis pechos.

—Hice un alto en mi ajetreada agenda para ver a mi esposa, Olga me


dijo que estabas aquí.

—Pues… ya me has visto —me sonrojé al ver los ojos con los que me
miraba, esos mismos cargados de deseo que tenía la noche anterior.

—Eres mi esposa, sí, hay un papel que así lo indica, pero no eres más
que otra mujer de las muchas que han pasado, y seguirán pasando por mi
cama. No creas que habrá algo de amor entre nosotros, no significas nada
para mí.

Salió del cuarto de baño y cuando me quedé sola rompí a llorar.


¿Cómo podía ser que mis padres decidieran casarme con alguien así?
¿Tan importante era para ellos, que son marqueses, unir a su única hija con
la realeza? No lograba entenderlo.

Mi nueva vida había empezado mal, pero es que el resto que me


quedaba, en este palacio, iba a ser un auténtico infierno.

Me estaba secando cuando volvió a aparecer por el baño, esta vez


desnudo, me eché a temblar, no podía ser, no me había recuperado aún del
dolor de la noche anterior cuando de nuevo lo tenía dispuesto a hacerlo otra
vez.

—No me encuentro bien, Fernán.

—Solo será un momento.

—He dicho que no me encuentro bien.

—Gírate y apóyate sobre el mueble del lavabo.

—Fernán —dije con las lágrimas cayéndome.

—Si no quieres por delante, te lo hago por detrás, decide —aquello me


desgarró el alma, no me lo esperaba, negué llorando y me puse como me
dijo, me agarré bien al mueble.
Levantó mis caderas y me penetró sin tener el más mínimo tacto, lo veía
por el espejo con esa cara de placer, sin importarle que estuviese llorando a
lágrima viva, no tenía ni el más mínimo pudor y del corazón, ni hablemos.

Me apretaba las caderas con fuerza, con furia, con rabia, esa rabia que
con cada estocada quería sacar y es que se le notaba que no era un hombre
feliz, todo lo contrario, no le daba valor a nada más que a sentir el poder de
tener la atribución de hacer con todo lo que le diera la gana.

Noté cómo ponía su dedo en la entrada de mi ano, le pedí a Dios que no


me lo metiera pues eso me terminaría de reventar, pero no, solo apretó un
poco y se centró de nuevo en agarrarse a mis caderas con fuerza, era un
animal, la persona más salvaje con la que me había topado en mi vida, un
hombre más deleznable y mala persona, así era él, aquel monstruo que se
había convertido en mi marido.

Cuando se lavó y salió del baño me quedé llorando, no podía creer que
aquello me estuviera pasando a mí, era una esclava a su merced en aquella
cárcel de cristal llamada Palacio de Kilenia.
Capítulo 3

Segundo día como esposa del Príncipe de Arsolla y quería morirme.

Esto que me estaba pasando debía ser mi castigo por algo que hice y no
recordaba. ¿Cómo podían haberme puesto mis padres en manos de un
hombre como Fernán? Se suponía que me amaban, y los padres solo
quieren lo mejor para sus hijos, pero esto no era lo mejor para mí.

Como el día anterior, desperté sola en la cama, me di una ducha y tras


vestirme bajé al salón donde lo encontré desayunando.

Me senté, le di los buenos días y no obtuve respuesta alguna por su parte.

Así estuvimos hasta que se levantó para empezar a hacer lo que fuera que
hiciese en su trabajo y fue cuando hablé.

—Voy a salir, no me esperes para comer.


Fernán se quedó parado antes de llegar a la puerta, se giró mirándome,
pero no dijo nada.

Salió y en cuanto me quedé sola solté el aire que estaba conteniendo.

Acabé mi desayuno y fui a la cocina a saludar a Olga, en cuanto esa


mujer me vio, supo que no estaba bien y extendió sus brazos para acogerme
entre ellos.

—Ay, niña, qué mal lo estás pasando en esta casa.

—Olga, esto no es una casa, para mí es una cárcel.

—¿Te ha prohibido salir? —preguntó cogiéndome las mejillas y


secándome las lágrimas que ni siquiera me había dado cuenta que
derramaba.

—No, pero debo ir con mi guardaespaldas.

—¡Ah, Kyle! Es un buen hombre, ni notarás que te sigue.

—Ni que fuera Ninja —solté sin pensar y ella empezó a reír a carcajadas.

—No, pero casi. ¿Le has oído llegar? —preguntó, y vi que me hacía un
gesto hacia la puerta donde ya estaba esperando mi… guardaespaldas.
Completamente de negro, con las gafas de sol puestas, y el rostro serio.
Así vi aquella mañana al hombre que iba a tener mi vida en sus manos en
cuanto saliera por la puerta del palacio.

—Buenos días, Kyle. Necesito de sus servicios.

—Claro, la espero en el coche, señora.

Dejó la cocina y Olga me cogió la mano para llevarme a uno de los


taburetes que había allí, me senté y ella lo hizo a mi lado.

—¿Anoche también… fue doloroso? —preguntó preocupada.

—Anoche no, no me buscó, pero por la mañana, cuando estaba dándome


el baño...

—Niña, lo siento de veras. No sé qué le pasa a ese hombre por la cabeza


para tratar a su esposa como suele hacer con otro tipo de mujeres.

—No soy nada para él, Olga. Este matrimonio es tan impuesto para él
como para mí.

—Menuda suerte nacer en alta cuna —suspiró y me dio un beso en la


mejilla antes de ponerse a preparar la comida.

Salí de palacio y ahí estaba Kyle, junto al coche negro que me llevaría de
un lado a otro dejándome un poco de libertad.
Me abrió la puerta de atrás y entré, cuando cerró miré hacia arriba pues
me había parecido ver…

Sí, ahí estaba mi marido observándome desde la ventana de su despacho.

Me dieron ganas de sacarle la lengua y el dedo y mandarlo al infierno,


pedirle a Kyle que arrancara y me llevara al aeropuerto con rumbo a donde
fuera, pero que me sacara de ese lugar al que, según mis padres, debería
llamar hogar.

El camino lo hicimos en el más absoluto silencio, yo me limité a mirar


por la ventana, pero… me sentía observada.

Llegamos al centro comercial, Kyle dejó el coche en el parking y me


camuflé antes de bajar.

—¿Señora? —preguntó cuando me vio.

—¿Qué pasa? ¿No has visto a las famosas de la tele? Se ponen peluca y
gafas de sol para que no las conozca nadie. Yo antes podía salir sin
problemas, ahora no, así que esto es lo que hay. ¿Te vas a chivar al amo y
señor, niñera?

—No soy su niñera, señora, pero…


—Está bien, lo siento Kyle, no pretendía hacerte sentir mal. No tengo un
buen día. ¿Tienes tarjeta de crédito? —pregunté mirándolo.

—Por supuesto.

—Entonces, te voy a pedir por favor que pagues tú, después me llevas a
un cajero y te lo devuelvo, no quiero que me reconozcan tampoco por el
nombre de la mía.

—No se preocupe, señora, yo me encargo.

—Y, si no es mucha molestia, agradecería que me llamaras Alice.

—Está bien, Alice.

¿Por qué sentí un escalofrío cuando le escuché decir de mi nombre? No


lo sabía, pero tampoco le iba a dar mayor importancia.

Subimos y vimos algunos escaparates, entré en unas cuantas tiendas y


compré lo que necesitaba. No es que me hiciera falta mucho, pero quería
tener algunas cosas en casa con las que distraerme, una Tablet para leer, por
ejemplo.

Fuimos a un restaurante a comer y cuando estábamos con el café me


atreví, al fin, a hacerle a mi chofer la pregunta que me rondaba por la
cabeza desde el día anterior.
—Me escuchaste hablar con Olga, ¿verdad?

Kyle me miró y vi una mezcla de dolor y compasión en sus ojos que hizo
que se me formara un nudo en la garganta. Sentía lástima por mí, y yo no
quería la lástima de nadie, salvo la de mis padres, que podrían haberse
ahorrado el hacerme pasar por esto. ¿Por qué me obligaron a casarme con
Fernán?

—No era mi intención, lo lamento mucho —contestó con la voz cargada


de dolor.

—No quiero tu lástima, Kyle.

—¿Lo ha vuelto a hacer, Alice? —preguntó, y me sorprendió tanto que


lo hiciera, que al levantar la mirada y encontrarme con sus ojos verdes y el
rostro cargado de tristeza, empecé a llorar.

—¡Ey, no! —dijo acercando su silla y cogiéndome el rostro con ambas


manos— Salgamos de aquí, vamos a hablar a otro sitio.

Y eso hicimos, dejamos el centro comercial y me llevó en coche por la


ciudad hasta las afueras, a un lugar que me pareció de lo más tranquilo.
Era un parque con un hermoso lago en el que nos sentamos a charlar en
un banco. Yo seguía con la peluca y las gafas de sol, no quería que nadie
pudiera reconocerme.

—Lo hizo anoche otra vez, ¿verdad? —preguntó.


—No, pero sí por la mañana.

Empecé a llorar de nuevo, lo hice como una niña pequeña perdida en


busca del consuelo de sus padres. Me llevé las manos a la cara y la tapé,
sentí los brazos de Kyle rodeándome y me dejé cobijar por él. Seguí
llorando en su pecho mientras él permanecía en silencio.

Me estaba dando mi espacio, ese que necesitaba para soltarlo todo.

—Lo siento, no debería haberme puesto así. Soy la princesa, tú mi


empleado, y monto este estúpido numerito.

—No es estúpido, necesitaba soltarlo, Alice.

Otra vez ese cosquilleo, me aparté, lo miré a los ojos y él me sonrió


levemente, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y me secó las
mejillas con sus pulgares.

—Puedo ser su amigo, además de Olga me tendrá a mí para hablar


siempre que quiera. Y, si no quiere contarme nada, dejaré simplemente que
llore en mi hombro.

—Kyle… —murmuré su nombre y volví a dejar que me abrazara.

En ese momento me sentía bien, cuidada por alguien mayor que, como
debería hacer mi esposo, se preocupaba por mi bienestar.
Nos quedamos ahí en silencio durante un buen rato, hasta que decidí que
era hora de volver a palacio.

No es que lo deseara, bien sabía Dios, o lo que fuera que hubiese por ahí
arriba, pues no quería poner un pie en ese lugar nunca más, pero había un
pacto entre mis padres y los suyos, algo que no entendía porque mi boda
estaba concertada desde el mismo momento que mi madre supo que iba a
tener una niña.

¿A qué se debía que mis padres quisieran ese parentesco? No lo podía


entender, no les faltaba de nada, eran marqueses por el amor de Dios.

Cuando llegamos a palacio, sonreí a Kyle en cuanto me abrió la puerta


del coche y al mirar de nuevo al frente, ahí estaba mi marido, esperándome
en la entrada.

Subí las escaleras despacio, como si estuviera atravesando un camino de


cristales rotos y el dolor en mis pies me impidiera seguir caminando.

—Llegas tarde —fue cuanto me dijo antes de cogerme por la muñeca y


meterme dentro casi arrastras.

Miré hacia atrás y vi a Kyle dar un par de pasos, tenía la mandíbula


apretada y le pedí, con un leve gesto de cabeza, que no nos siguiera. Cerró
las manos apretándolas tan fuerte que temí que se hiciera daño.
Fernán me subió por las escaleras tan deprisa, que creí que acabaría
tropezando o cayendo, que era peor, pero llegué sana a la habitación.

—¿Te lo has follado? —preguntó gritando en cuanto cerró la puerta.

—¿Qué dices? ¿A quién, Fernán?

—¡A Kyle! ¿Te lo has follado?

—¡No! Solo me ha llevado al centro comercial de compras, hemos


comido, seguí comprando y volvimos aquí.

—¡No eres más que una cualquiera!

Lo vi acercarse y creí que me iba a abofetear, pero no fue eso lo que


hizo. Se desabrochó el pantalón, sacó su miembro erecto y tras cogerme en
brazos y apartarme la ropa interior, me penetró pegándome la espalda a la
pared.

No podía ni gritar, me estaba dando tantos golpes en la espalda que, junto


con las embestidas rudas que me daba, se me cortaba la respiración.

Fue rápido, terminó y me llevó hasta la cama donde, literalmente, me


lanzó dejándome allí como si no valiera nada.

—Esto, solo te lo hago yo. Eres mi mujer, y no vas a ir follando por ahí
con otros.
Salió del dormitorio, me hice un ovillo en la cama y lloré hasta que noté
un fuerte dolor de cabeza.
Tras darme una ducha, me puse el pijama y me metí en la cama.

No sé cuánto tardé en quedarme dormida, solo sé que esa noche, cuando


noté que se acostaba, tampoco me puso una mano encima.
Capítulo 4

Me levanté triste, ni siquiera tenía ganas de ir a desayunar, pero tenía que


hacerlo, sabía que cualquier cosa, me la buscaría con Fernán.

Bajé y ahí estaba con su periódico, ignorándome, saludé en un tono bajo


y me senté, cuando me sirvieron el desayuno y nos dejaron a solas Fernán
bajó el periódico y me miró de forma penetrante.

—Cierra la puerta —me dijo refiriéndose al salón donde estábamos y me


quedé un poco en shock—. Cierra la puerta —repitió.

Me levanté y la cerré, sabía lo que iba a pasar y las lágrimas comenzaron


a brotar por mis mejillas.

Me miró negando sin importarle mi sufrimiento.

—Desnúdate —ordenó en tono seco, arisco y lleno de rabia.

—Fernán…
—¡Qué te desnudes! —gritó— Joder nunca una mujer había montado
tanto drama por sentir placer —escucharlo daba asco, miedo, odio, todo lo
peor del mundo.

Comencé a desnudarme y me quedé sin ropa ahí de pie, él se levantó y


me llevó hasta el borde de la mesa, me puso mirando hacia ella, con una
mano agachó mi espalda para que me dejara caer y la apretó con fuerza.

Noté cómo abría bien mis nalgas y no me lo podía creer, puso su


miembro en mi agujero y comenzó a penetrarme. Chillé llorando mientras
sentía que me desgarraba por dentro, me agarró del pelo con una mano y
cuanto más chillaba, más tiraba de él, no tenía ni la más mínima piedad,
para ese hombre yo era un saco de mierda al que utilizar a su antojo.

Duró una eternidad, no le veía fin a ese dolor tan brutal al que me estaba
sometiendo, aquello era lo más injusto y deplorable que jamás una persona
podía vivir.

Cuando terminó salió, se secó su miembro y pude ver la sangre en la


servilleta. Me vestí como pude, era demasiado el dolor, aquello me había
hecho mucho más daño de lo que jamás pude imaginar.

Ni desayuné, salí de allí con un dolor que no podía soportar, sabía que
estaba sangrando. En el pasillo me encontré a Kyle descompuesto, lo había
escuchado todo, me miró con un dolor tan parecido al que yo llevaba en mi
rostro, lo miré llorando y me fui a la habitación, necesitaba meterme en la
bañera con agua caliente.
Lloré como una niña pequeña muerta de miedo, aterrada por saber lo que
me esperaba cada día con ese monstruo al que se me pasaba por la cabeza
matar, en la cárcel no lo pasaría tan mal como en esta casa.

Me metí en la cama toda la mañana, estaba temblando y dolorida, bajé a


la hora de la comida y él no estaba. Olga me miraba con tristeza, me dio un
abrazo sin decir nada, esa mujer entendía mi dolor, pero si yo no podía
hacer algo, ella tampoco.

Por la tarde la pasé en el jardín leyendo un libro, me sumergí en una


preciosa historia de amor de la cual me hubiera encantado ser la
protagonista, ya que el hombre la trataba con todo el amor del mundo, la
mimaba, la cuidaba, así había entendido yo siempre el concepto de relación.

Estaba hecha un asco, hasta al andar me dolía, sentía mil heridas en mi


interior, eso obviando el dolor que tenía en el corazón, ese era el más fuerte
de todos.

Por la noche, durante la cena, Fernán no dejaba de mirarme con esa


mirada sucia, llena de odio, de asco. Me daba tanto miedo, que me producía
un temblor que no dejaba de cesar.

—Fernán… —murmuré con miedo.

—¿Qué quieres?
—Te pido por favor que intentemos llevarnos de otra manera, me
encuentro mal, no puedo soportar tanto dolor.

—No eres más que una prostituta a la que sus padres vendieron por un
título y una posición social. ¿Crees que me importa lo que tú sientas?

—No tengo culpa de eso —lloré con tristeza, me ahogaba en ella.

—Ni yo de que tú seas la elegida.

Se levantó y se marchó, ya había cenado y yo no había probado bocado,


no podía, no tenía hambre y lo peor de todo es que sentía que todo iba a ir a
peor. No sabía cuánto iba a aguantar esto, incluso se me pasaba el suicidio
por la cabeza, sería una forma de escapar de este dolor y vivir eternamente
en paz.

Subí a la habitación muerta de miedo, sabía que podía volver a pasar


algo y eso me aterraba, sentía demasiado dolor en el cuerpo como para
verme de nuevo envuelta en algo así.

No estaba ahí, me puse el pijama y me metí en la cama, cuando lo


escuché entrar me hice la dormida y él se acostó pasando olímpicamente de
mí, lo agradecí infinitamente, no estaba preparada para vivir otro momento
de dolor, no podía más, no podía permitirlo.
Capítulo 5

Si hubiese llevado un diario desde que empecé mi vida como princesa y


esposa, el día de hoy empezaría con un “Querido infierno. Deja que muera
rápido”.

Cuarto día en esta cárcel llena de lujos y comodidades, salvo porque el


hombre que debería tratarme como lo que soy, su princesa, se limitaba a
utilizarme como si no fuera más que una prostituta, así me llamó ayer.

Al menos cuando me despierto estoy sola en la cama, espero que así sea
siempre, que bastante tengo con soportar los días que me hace vivir, como
para empezarlos nada más abrir los ojos con los primeros rayos de sol.

Me arreglo y bajo al salón, como siempre, donde ya está él tomando su


desayuno, ni siquiera me importa que no me espere, mejor que no lo haga.
Ni buenos días, ni ahí te pudras, ni por mi parte ni por la suya, aunque yo
en mi mente le acabo de lanzar el cuchillo de untar la mantequilla y he
acertado en un ojo. Si fuera así de sencillo…
Edward me sirve y se retira, tan educado y discreto como cada mañana.
Disfruto de mi desayuno y ese momento de paz que me parece increíble
tener pues pensé que sería como el día anterior, pero no. Tal vez me dé un
respiro hoy.

Lo veo levantarse e ir hacia la puerta y, antes de salir, me mira.

—¿Vas a salir hoy también?

—Sí, iré a visitar a mis padres.

No contestó, simplemente salió y allí me quedé sola terminando de


desayunar un poco, pues no tenía mucha hambre.

Cuando acabé fui a ver a Olga, me preparó un té y se encargó de llamar a


Kyle para que me llevara donde quisiera.

—¿A dónde, señora? —preguntó una vez ocupó su asiento.

Lo miré por el retrovisor y estaba serio, no se había quitado las gafas de


sol así que no pude verle bien los ojos, pero sabía lo que escondían. No me
había llamado Alice, a pesar de que la otra vez sí aceptó hacerlo.

—A casa de mis padres, por favor.

Asintió sin decir nada y me llevó donde le había pedido. A ese que yo
consideraba mi hogar desde que nací, pero… ¿Realmente lo había sido?
—¡Hija, qué alegría verte! —dijo mi madre cuando entré en el salón
donde se encontraban ella y mi padre.

—Hola, mamá. Papá.

—¿Cómo está la Princesa de Arsolla? —preguntó él, y me armé de valor


para no hacerle un mal gesto.

—¿De verdad os importa? —contesté y ambos me miraron sin entender


nada.

—¿Qué pasa, cariño?

—Mamá. ¿Me podéis decir por qué me vendisteis de esa manera por un
título? Sois marqueses. ¿De verdad teníais necesidad de emparentaros con
la realeza?

—¡Hija!

—No, mamá, ni hija, ni nada. Quiero una explicación.

—No hay explicaciones que darte —me contestó mi padre—. Eres


nuestra hija, y nos debías obediencia. Ahora estás casada y es a tu marido a
quien debes mostrársela.
—¿Sabéis acaso lo que llevo pasado desde mi noche de bodas? ¿Sois
conscientes de lo que ese… hombre me hace?

—Lo que cualquier marido para engendrar hijos, no creo que te pille de
sorpresa a tus años —cuando escuché a mi padre hablarme de ese modo, me
sentí tan abandonada por quienes decían amarme, que no pude estar ni un
minuto más en esa casa.

Ni un adiós les dirigí, salí de ahí con lágrimas contenidas en los ojos
porque ni eso quería que vieran, no permitiría que me vieran llorar nunca.

Se dice que mujer precavida vale por dos, y yo lo era, pues para evitar
tener un hijo de ese hombre, había ido a que me recetaran la píldora a
escondidas de todos.

—¿Señora, está bien? —preguntó Kyle, que, al verme salir de la casa, él


se apresuró en hacerlo del coche para abrirme la puerta.

—Sácame de aquí, por favor —y no pude aguantar más, rompí a llorar en


cuanto cerró mi puerta.

Llegamos al centro comercial y bajé de nuevo con peluca y gafas. La


verdad es que así me estaba librando de que me siguieran los paparazzi, lo
que menos necesitaba era que anduvieran haciéndome fotos y metiéndose
en mi vida.

Tomamos café en el más absoluto silencio, pasamos por unas cuantas


tiendas, y después de comprar algunas cosas, paramos a comer.
—Lo de ayer fue…

—No digas nada, por favor —le corté. No quería que se compadeciera.

—No puedo, Alice, de verdad, escuchar aquello fue demasiado.

—Pues no lo escuches. ¿Qué hacías en el pasillo?

—Fui a ver si ibas a necesitarme para salir, pero al ver la puerta cerrada
me sorprendí y cuando te escuché…

—No me lo recuerdes, que la que sufrió todo eso fui yo.

Estaba triste, hecha una mierda y lo peor de todo es que me mataba ver
compasión en alguien que no era de mi familia.

—¿Has hablado con tus padres?

—No quiero hablar aquí, Kyle.

—Está bien.

Acabamos de comer, tomamos el café y, como la otra vez, salimos del


centro comercial.
Fuimos en coche y pensé que me llevaba de nuevo a ese parque, pero al
ver que se abría una puerta que daba a un garaje, me quedé sorprendida.

Me abrió la puerta, me llevó hasta la planta de arriba y cuando entramos


vi que estábamos en una casa.

—Es de mi hermano pequeño, tiene un bar así que aquí podremos venir
siempre que quieras para hablar tranquilamente —me dijo cuando cerró la
puerta que daba al garaje.

Se veía una casa acogedora, me guio hasta el salón y me dejó en el sofá


mientras él iba a preparar un café.

—Aquí tienes.

Se sentó a mi lado, cogí la taza y di un sorbo. La verdad es que estar con


él me sentaba bien, Kyle conseguía que me calmara un poco.

—¿Por qué consentiste este matrimonio, Alice? —preguntó tras unos


segundos de silencio.

—Era la voluntad de mis padres, no pude hacer nada. Intenté


convencerles de que no se llevara a cabo la boda, no conocía de nada a ese
hombre, no había tratado con él, pero fue inútil.

—No puedo verte así, de verdad que no.


Había sinceridad en sus palabras, lo miré y estaba con los codos
apoyados en las rodillas, mirando hacia la taza de café que sostenía en sus
manos.

—No puedes hacer nada, Kyle, ni yo tampoco.

En realidad, sí que había algo que podía hacer, pero eso, si tuviera que
hacerlo, sería como último recurso llegado el momento.

Se levantó y salió del salón, poco después volvió con un tubo en la


mano.

—Date esta pomada… —Se quedó callado, pero le entendí.

La guardé en el bolso y se sentó de nuevo.

Nos tomamos el café, no hablamos de nada, pero sabía que siempre que
quisiera hacerlo, él estaría ahí para escucharme.

Me dolía todo, no podía dejar de sentir esa sensación de que me estaba


rompiendo por dentro, pero tenía que mostrar una fuerza que realmente no
me acompañaba.

Regresamos a palacio y de nuevo ahí estaba mi marido esperando. Noté a


Kyle ponerse tenso, pero le hice un gesto para que no diera a entender que
sabía todo, bueno, lo que había escuchado el día anterior.
—Al fin llega mi esposa. ¿Hoy sí te has follado al chofer como la puta
que eres? —preguntó y escuché a Kyle resoplar— Al dormitorio, ahora.
Tienes que cumplir conmigo, no con otro.

Kyle quiso acercarse, como la otra vez, pero con lágrimas en los ojos
negué y le pedí, por favor, que no lo hiciera tan solo moviendo los labios.

Entramos en nuestro dormitorio y tras colocarme como él quería sobre la


cama, con el trasero elevado, me bajó los pantalones y la braga de un tirón y
me penetró fuerte por delante.

No era delicado, no me molesté ni en llorar, simplemente dejé que pasara


el tiempo con la mente lo más en blanco posible.

Cuando todo acabó, salió de mí sin decir una sola palabra. Me duché
para quitarme esa sensación de dolor, de asco y me acosté.

No quería saber nada de nadie, no tenía fuerzas ni ánimo para bajar a


cenar. Solo quería cerrar los ojos, que acabara el día y, si pudiera ser, mi
vida.
Capítulo 6

Bajé a desayunar cabizbaja y le dije a Fernán que iba a salir a comprar


unos libros, me ignoró por completo, sabía que luego me lo haría pagar,
pero si no salía también lo pagaría.

Tras el desayuno le pedí a Kyle que nos fuéramos, él asintió con tristeza
y salimos de palacio.

Me llevó a una librería donde compré varios libros, era mi única forma
de escape a esos momentos dentro de aquella cárcel de cristal.

De allí volvió a llevarme a la casa de su hermano, esta vez nada más


entrar me abrazó, me rodeó con sus brazos y me dio un abrazo de esos que
transmiten un cariño y empatía bastante grande.

—¿Cómo estás? —me preguntó echándome el pelo detrás de la oreja y


un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero no un escalofrío de esos que causan
dolor, no, era de esos que te hacen sentir que estás a salvo, en el lugar
adecuado.
—Me quiero morir —murmuré comenzando a llorar.

—Eh, no —me agarró la barbilla con sus manos y besó mi frente con un
cálido beso—. Ven —agarró mi mano y me llevó hasta el sofá donde nos
sentamos de lado, mirándonos y con las manos que me las tenía sujetas y
acariciándolas con la yema de sus dedos.

—Me estoy volviendo loca, no sé qué hacer, pero me estoy volviendo


loca, me está matando en vida y no puedo soportar el dolor que me produce
constantemente, físico y psicológico.

—Lo mataría, te juro que lo mataría y te juro que no me voy de allí por
no dejarte sola, pero me iría.

—No tienes que hacerlo por mí.

—Sí, Alice —sujetó mi barbilla con cariño—. No te voy a dejar sola y


estoy pensando alguna forma de parar todo esto, a mí me duele más de lo
que imaginas.

—No quiero que te afecte.

—Es inevitable y es que…

—¿Qué?
—Siento algo muy fuerte por ti —dijo en un tono que me llegó al alma.

—No, Kyle, no puedes enamorarte de mí, te destrozarías la vida —


comencé a llorar con más fuerza.

—Ya la tengo destrozada, ver cómo actúa contigo, no sé cuánto tiempo


más aguantaré sin hacer una locura.

—No lo hagas, seguramente sea yo quién la haga, total, en la cárcel seré


libre, en esa casa no.

—No, no hagas eso, piensa en frío, quizás haya alguna forma de


deshacerte de él, de poder volar de su lado.

—No, no la hay, mientras Fernán viva estoy condenada a estar a su lado


—me abracé a él rompiendo a llorar y sintiendo algo muy fuerte mientras
me arropaba en sus brazos y es que me trataba como una mujer, no como un
saco de mierda al que golpear y usar a su antojo.

—Vamos a pensar las cosas bien, yo te ayudaré en todo.

—Me da miedo a que me haga más daño y al final sea a mí a quien le


pase, estoy en carne viva y a él le da igual.

—¿Cómo en carne viva?


—Las heridas de atrás no dejan de sangrarme, me pongo la pomada que
me diste, pero me hace nada y no puedo ir a un médico, me lo prohibió por
completo.

—¿Tienes heridas?

—Me duelen a rabiar —dije llorando con mucha tristeza.

—¿Te fías de mí?

—No te entiendo…

—Déjame curarte.

—No —sonreí, me había sacado una sonrisa con eso—. No, no, ya irán
cicatrizando, poco a poco, no te preocupes —dije con tristeza.

—No te haré nada, de verdad, déjame curarte, fíate de mí.

—Me muero de la vergüenza —me pegué a su pechó y me abrazó


acariciándome el pelo.

—Déjame curar tus heridas, solo quiero hacer eso…

—Es muy violento —sonreí entre lágrimas apartándome y mirándolo.

—Confía en mí.
—Lo hago —dije con tristeza.

Se levantó y fue hacia el baño, apareció con agua oxigenada, yodo y


algunas cosas más, lo puso todo en una mesita auxiliar que había al lado del
sofá.

—Ven, échate sobre mis piernas y tranquila, iré con mucho cuidado.

—Por Dios, qué vergüenza —sonreí mientras seguía llorando.

—Tranquila —sonrió con tristeza.

Me bajé la braguita sin que se me viera nada y la puse a un lado, llevaba


un vestido por las rodillas. Me eché bocabajo sobre sus piernas dejando
sobre ellas mis caderas.

—Me muero —dije cuando me coloqué.

—No te vas a morir —lo escuché sonreír subiendo el vestido hacia mi


cintura.

Abrió con cuidado mis nalgas con sus dedos y yo me puse las manos en
la cara, tenía un pellizco en el estómago bastante grande y una vergüenza
que me moría, pero con él, todo lo veía de otra manera, no era mi enemigo,
me estaba demostrando que no.
Echó un poco de agua oxigenada y fue dándome con cuidado con un
algodón, noté una sensación fuerte de frío.

—Tienes un poco de infección, sale mucha espuma. ¿Estás bien?

—Sí, tranquilo.

Luego con el yodo fue poniéndolo, dándole con cuidado con el algodón,
aquello me daba mucha vergüenza, pero Kyle tenía mucho tacto.

—Voy a poner pomada en un bastoncillo para que, entre un poco mejor,


no creo que te duela, si es así me avisas y paro, ¿vale?

—Vale.

Lo fue introduciendo con cuidado y lo volvía a sacar para ponerle más,


luego dejó un poco por fuera.

—Listo —acarició mi espalda y me levanté, me puse la braguita.

—Gracias, Kyle —dije una vez de pie, él cogió mis manos y se levantó.

—No hay de qué, mañana volvemos a curarte, pero tienes que salir de la
casa, verás que en dos o tres días vas a estar mucho mejor.

—Hasta que me vuelva a reventar de nuevo —otra vez comencé a llorar


y me abrazó.
—Pensaremos algo, no puedes vivir así — me cogió la cara entre sus
manos y me besó la frente, luego me volvió a abrazar.

Y en sus brazos me hubiera quedado toda la vida, su forma de tratarme y


de cuidarme era lo más bonito que habían hecho por mí en mi vida y era el
hombre que cualquier mujer anhelaría tener a su lado.

Salimos de allí después de tomar un café y volvimos a palacio, se


acercaba la hora de comer y era mejor que apareciera.

Cuando entramos me fui directa al salón a comer y ahí estaba él, con esa
cara de asco y odio, esa que me daba tanto terror.

—Cierra la puerta —dijo cuando ya teníamos la comida sobre la mesa.

—Fernán… —dije comenzando a llorar.

—¡Cierra la puerta!

Me levanté y al ir a cerrar vi que estaba Kyle con los dientes apretados,


cerrando los ojos y los puños con fuerza, le hice un gesto de que se
tranquilizara y cerré.

—Métete debajo de la mesa y cométela como si fuera lo mejor que te vas


a comer en tu puta vida —gritó con rabia.
Me metí temblorosa y él ya se había sacado su miembro, comencé a
lamerlo mientras él me cogía con fuerza del pelo indicándome que fuera a
más. Terminó corriéndose en mi boca y por poco vomito, luego lo eché todo
sobre una servilleta, me venían arcadas grandes y él me miraba sonriendo
con desprecio.

Casi ni comí, él se fue antes y yo me quedé allí llorando.

Subí a mi cuarto donde pasé el resto del día y ni siquiera bajé a cenar,
dije que me encontraba enferma y Fernán no me dijo nada, me ignoró por
completo y se fue.

Esa noche no pasó nada, pero a la mañana siguiente me arrancó el


pantalón, la braga y me penetró riéndose, estaba enfermo, estaba para que lo
encerraran y me estaba causando el dolor más grande de mi vida. Al final
todo lo estaba pagando yo, sin tener culpa de nada.

Tras el desayuno dije que me iba a ver algunas cosas de tiendas, Kyle me
sacó de allí a toda leche, parecía que estaba más desesperado que yo por
salir de palacio, me llevó directamente a la casa del hermano y al entrar me
abrazó con fuerza.

—Me estoy volviendo loco, no puedo aguantar más que te ponga una
mano encima —dijo con un dolor que se reflejaba en ese abrazo.

—Yo también, no creo que dure mucho, algo voy a tener que hacer —
dije entre lágrimas.
—¿Cómo tienes las heridas?

—Mucho mejor, tu cura me hizo mucho bien.

—Vamos a curar otra vez, ¿vale?

—Vale —dije ruborizándome mientras él acariciaba mi mejilla con su


mano.

Fue por todo lo necesario y volvió a sentarse en el sofá, yo me puse


sobre él como el día anterior, él hizo lo mismo, con cuidado, con mimo, con
ese amor que desprendía. Cuando terminó y me levanté agarró mis manos
con mucho cariño.

—Me estoy enamorando de ti —dijo con una mirada de lo más sincera


que había visto en la vida.

—No me digas eso —las lágrimas comenzaron a nublar mi vista.

—Ojalá fuera yo el hombre que ocupara tu vida, te iba a cuidar con toda
mi alma —se le cayeron unas lágrimas que no me esperaba y rompió a
llorar abrazándome, el corazón se me encogió e hice lo mismo, ojalá fuera
él, ojalá lo fuera.

Nos miramos entre ese abrazo y parecía que iba a pasar, que nos íbamos
a besar, pero los dos nos contuvimos y volvimos a fundirnos con fuerza en
ese abrazo.
Salimos de allí un rato después y cuando llegué, Fernán, sin pudor, me
dijo delante de él que ese vestido me hacía un buen culo, que subiera al
cuarto que lo iba a hacer disfrutar.

—Tócala y te mato —dijo Kyle ante mi asombro.

—¿Tú, a mí?

—Yo a ti —tiró de mí y me puso tras él, protegiéndome.

—Mira, ya que la vas a proteger, encárgate de ella, hoy me viene una de


mis visitas más codiciadas, la quiero en mi cama toda la semana —soltó con
asco y riéndose refiriéndose a una de sus amantes—, pero cuando mi visita
se vaya, quizás tú acabes despedido.

—Hazlo, será bastante el dinero que gane en una revista hablando de


cómo eres —le dijo sin temblar.

—Ya lo veremos… Y tú —se refirió a mí—. Quiero que esta semana


desayunes y comas en la cocina y márchate de mi cuarto, lo necesito para
mis placeres —dijo riéndose como loco y marchándose.

—Gracias, no debiste…

—Al menos esta semana te dejará en paz.


Me fui a la habitación a coger ropa para trasladarme al cuarto de
invitados, vi que este tenía pestillo y lo eché, lo echaría cada vez que
estuviera en él, al menos no tendría que dormir con ese monstruo que era lo
más deleznable que me había echado en la cara.

Kyle era mi héroe, esa persona que me estaba devolviendo la paz por
momentos, al menos cuando estaba con él, no solo curaba las heridas de mi
cuerpo, sino también las de mi corazón.
Capítulo 7

Primera semana en el palacio, y empezaban mis días de descanso.

Despertar en una cama en la que había dormido completamente sola, era


una maravilla.

Bajé a desayunar y lo hice, tal como pidió, en la cocina, donde Olga me


recibió con una triste sonrisa y un fuerte abrazo.

Me puso el café y unas tostadas, no tenía apenas hambre así que con eso
me bastaba.

—No sé en qué pensará ese hombre —me dijo Olga, mientras amasaba
en la encimera.

—Supongo que como cualquier príncipe o rey que haya tenido amantes
en su matrimonio, está en su derecho.
—Niña, que, si las quieren tener allá sus conciencias, pero que no las
metan en la casa conyugal y también en la cama.

—No voy a hablar sobre eso, Olga.

—¡Ay, niña! No quisiera que te hubieras quedado ya embarazada.

—Ni yo tampoco —contesté disimulando.

Me despedí de ella, cogí un libro del que sería mi dormitorio los


próximos días y salí al jardín a leer.

Necesitaba esa tranquilidad de la soledad, así que seguí leyendo esa


bonita historia de amor que a mí me gustaría estar viviendo con mi marido.

—Señora —la voz de Kyle me llegó por la izquierda, lo miré y me sonrió


levemente.

—Hola, Kyle.

—¿Va a salir hoy? —preguntó y yo fui a negar, pero él asintió levemente


antes de volver a hablar— La espero en el coche, entonces.

Se marchó y subí al dormitorio, dejé el libro y tras coger el bolso salí de


la casa. Kyle me abrió la puerta del coche y me subí.
Fuimos directamente a la casa de su hermano, allí me dio uno de esos
abrazos que tan bien me hacían en cuanto cerró la puerta.

—¿Cómo estás?

—Ahora mejor.

—¿No ibas a salir hoy?

—No, tenía pensado quedarme leyendo y…

—Bueno, pues hay que hacerte la cura.

—¿Otra vez? —pregunté muerta de vergüenza y sonrojándome.

—Sí, ve quitándote…

Se quedó callado y mirándome puesto que en esta ocasión llevaba


pantalones y la camiseta no me cubría suficiente. Me dejó sola para ir al
baño a por lo necesario para la cura y cuando regresó llevaba una toalla.

—Cúbrete con ella para que puedas quitarte todo —dijo entregándomela.

Eso hice y, como las veces anteriores, me recosté sobre él y empezó a


curarme con cuidado, aunque la verdad es que ya no tenía tantísimas
molestias como al principio.
—Va mucho mejor —dijo cuando acabó.

Me volví a vestir mientras iba de nuevo al baño a dejarlo todo y cuando


apareció en el salón, me cogió la mano y me llevó a la cocina.

—Hoy comemos aquí.

—¿Aquí?

—Sí, le pedí a mi hermano que trajera comida de su bar y…

Abrió la nevera y sacó una botella de vino, y del horno una bandeja con
un asado que se veía delicioso.

—¡Vaya! No hacía falta.

—Te mereces un descanso, Alice.

—Muchas gracias, de verdad.

Comimos mientras veíamos una película a la que, sinceramente, no le


presté demasiada atención.

Estaba más centrada en lo que me hacía sentir el hombre que tenía al


lado. Era atento, cariñoso, siempre con una palabra agradable que decir para
conseguir animarme, nada que ver con el que me esperaba en casa.
Bueno, realmente esta semana no me esperaba a mí, tenía una visita que
lo entretendría como había dicho.

Acabamos de comer y me ofrecí a recoger y fregar lo que habíamos


usado, Kyle se negó, pero no consiguió evitar que lo hiciera.
Después nos sentamos en el sofá, tomamos café y charlamos un poco.

Su hermano tenía treinta y cinco años, era soltero y el dueño de su propio


bar restaurante. Al parecer le había ofrecido la posibilidad de que se
asociara con él, pero Kyle decía que trabajando como chofer para la casa
real le iba bastante bien.

—Pero ahora me lo estoy replanteando. Después de lo que te está


haciendo…

—Puedes dejarlo, si es lo que quieres, sé que te hará bien estar lejos de


ese lugar.

—Estando tú allí, no pienso dejarte sola.

—Kyle…

Él me pasó el brazo por los hombros y me pegó a su costado en cuanto


me vio llorando, me abrazó y dejó un beso en mi cabello. Así nos
quedamos, en silencio y sin decir palabra alguna, hasta que le pedí que me
llevara de regreso.
Fernán estaba ocupado con su visita, pero yo no quería tener que
encontrármelo y que me dijera algo por volver de nuevo con el chofer.

Aquella noche solo tomé un té a la hora de la cena, no tenía hambre y


Olga me entendió.

Esa mujer estaba desesperada por tener que aguantar al principito y sus
andanzas con la mujer que se había llevado a casa.

Si supieran esto mis padres… ¿Consentirían el divorcio?

No, seguro que no. Me dirían que aguantara pues es lo que en muchas
ocasiones se les dice a las princesas.

Me acosté después de leer un rato y tomar un baño, esa tranquilidad de


saber que mi marido no me tocaría en unos días, me hacía feliz como nadie
podía llegar a imaginar.

A la mañana siguiente bajé a desayunar a la cocina, segundo día de esa


que iba a ser mi semana libre de dolores.

Acababa de bajar el último escalón cuando me topé con…

—¡Oh, hola! —saludó una mujer muy ligera de ropa que no me hacía
falta preguntar quién era— Así que tú eres la princesa. Qué lástima que no
estés disfrutando de tu marido. ¿Con lo buen amante qué es y te niegas a
que te haga suya en la cama?
¿Cómo había dicho? ¿Yo negarme a que me hiciera suya? Pero, ¿qué
mentira le había contado Fernán a esa mujer?

—No le he negado nada, ha consumado el matrimonio y me ha usado


como le ha venido en gana —contesté.

—Niñita, no saques las uñas, que eres una princesa.

—Sí, y usted no está a la altura, señorita —miré a Kyle, que apareció en


ese momento y la mujer se relamió los labios al verle.

—¡Vaya, vaya! Fernán no me dijo que tuviera un empleado tan guapo.


Dime, ¿te unirías a nosotros, cariño?

—Suba a que la folle el señor, o a chupársela o lo que sea que vayan a


hacer, y limítese a no molestar a la princesa. Señora —Kyle me tendió la
mano, se la cogí y me sacó de allí

—Gracias —dije cuando entramos en la cocina.

—Si esto lo supieran sus majestades… —escuché decir a Olga.

—No harían nada —contesté.

—La señora Amelia sí, estoy segura. Ella no educó a su hijo para que
fuera como el padre.
—¿Qué has dicho? —pregunté alucinando por completo.

—Lo que has oído, niña, el rey fue una pieza en sus tiempos mozos.

—No quiero saber nada, de verdad que no.

Me llevé las manos a la cara, empezaba a notar que me dolía la cabeza y


era por toda la tensión que llevaba acumulada desde el fatídico día de mi
boda.

Desayuné, salí al jardín a leer y Kyle se ofreció a que saliéramos, pero no


tenía ganas. Quería quedarme sola y eso hice.

Me encerré en mi dormitorio el resto del día y no salí para nada.

Se me pasaron tantas cosas por la cabeza, que cualquier día acabaría


cometiendo una locura. No quería, de verdad que no, pero mi cordura
estaba pendiendo de un hilo.
Capítulo 8

Me levanté escuchando dos golpes en la puerta bien fuerte, tenía el


pestillo echado y eso enfureció a Fernán.

Abrí temblando y entró echando chispas.

—No vuelvas a encerrarte, ahora tendrás tu castigo, te voy a dar por


donde más te duele. ¡Desnúdate y pon el culo!

—No, por favor —dije llorando.

—No, no le vas a dar por ningún sitio —apareció Kyle con la cara
desencajada y el puño apretado.

—Tú no te metas o mira si quieres, pero te quedas ahí fuera.

—Fernán, sal de aquí —entró poniéndose delante de mí para protegerme.

—¡Estás despedido!
—Genial. Alice vístete, te voy a llevar a dar una vuelta.

—Ella no va a ir a ninguna parte.

—Claro que se va a ir, créeme que sí.

—Cuando vuelva se lo haré peor, como un cerdo abriéndose en canal —


en ese momento Kyle se giró y le dio un puñetazo que lo dejó mareado.

Se dio la vuelta y se fue, no sin antes mirarnos con odio.

—No debiste…

—Vístete, por favor —me dijo con cariño—, te espero aquí tras la puerta
—cerró.

Me acababa de salvar de una buena, pero sabía que después iba a ser
peor, aunque bueno, me aliviaba saber que me había protegido de pasar por
eso ahora. Lo que me preocupaba era lo del despido, no sabía si era cierto,
si era así, entonces sí que iba a estar sola con aquel maltratador y mi vida
iba a correr más peligro que todas las cosas.

Salí con el bolso y me extendió la mano para que pasara.

—Gracias por todo.


—No hay de qué —comenzó a andar tras de mí.

Justo cuando estábamos para salir apareció Fernán con la cara hinchada.

—Cuando la traigas de regreso no entres, estás despedido.

—Ok —Kyle se giró y me miró—. Regresa al cuarto y coge todo lo que


tengas en él, nos vamos.

—Tú no te vas a llevar a mi mujer.

—Y a ti por delante si te metes por medio —le dijo acercando su cara en


tono amenazante.

—No te muevas —me señaló Fernán y Kyle le cogió por el cuello.

—Vete para coger todo, me encargaré de que él no te siga —dijo


agarrándolo con fuerza por el cuello.

Asentí temblorosa y fui a por mis pertenencias, metí todo en dos maletas
que cogí como pude y un bolso grande, aún tenía muchas cosas en casa de
mis padres que pensaba ir trayendo, poco a poco, no tenía ni idea de lo que
estaba haciendo, pero lo iba a hacer.

Bajé y Kyle tenía suelto a Fernán, pero pegado contra la pared, se vino
hacia mí, cogió las maletas y me hizo un gesto para que saliera. Algo le
debió de haber dicho a Fernán mientras recogía porque no dijo ni esta boca
es mía.

—¿Dónde vamos? —pregunté cuando me subí al coche en el asiento del


copiloto esta vez.

—A mi casa, nos vamos a mi casa.

—No quiero ser…

—No digas nada, por favor, lo hago porque quiero y porque no voy a
permitir que nadie más te vuelva a poner una mano encima, tienes solo
veinticinco años y ya has vivido un horror que nadie debería de pasar por
eso.

—Se va a liar una muy gorda.

—Lo iremos arreglando.

—Has perdido tu trabajo por mi culpa —dije con tristeza.

—Mis padres fallecieron y nos dejaron unos buenos ahorros, mi hermano


montó el restaurante y yo lo tengo todo guardado, mi casa está pagada y con
este trabajo también me dio para ahorrar bastante, podría estar unos años sin
trabajar. No te preocupes por eso, me tomaré unas vacaciones, además,
trabajo no me va a faltar, así que, por favor, quédate tranquila.
—No sé qué voy a hacer con mi vida —me eché a llorar.

—¡Eh! —paró el coche a un lado y me agarró la cara— Te vienes


conmigo, al menos estás a salvo y tienes mi casa.

—Ya, pero…

—Confía en mí, ¿vale?

—Vale —dije con tristeza.

—Te voy a cuidar como nadie lo hizo hasta ahora —me besó la frente
después de secarme las lágrimas con la yema de sus dedos.

—No tienes por qué hacerlo.

—Sí, sí tengo porqué hacerlo, me sale de aquí —se señaló al corazón,


arrancó de nuevo el coche y siguió conduciendo.

Salimos de la ciudad, vivía en un pueblo a las afueras alejado de todo el


bullicio. Tenía una casita con un terreno pequeño, pero precioso y un jardín
muy cuidado, me quedé maravillada viendo la paz de ese lugar tan
acogedor.

La casa por dentro era alucinante, de piedra, paredes decoradas rusticas


que eran una maravilla, todos los muebles en madera antigua blanca. La
cocina me enamoró, al igual que el salón con esa chimenea preciosa, dos
baños, uno en el pasillo y otro en uno de los dos dormitorios, en el de él,
donde había una cama gigante de matrimonio, en el otro, dos camas.

Dejó las maletas en la habitación de las dos camas.

—Aquí puedes colocar todo y estar tranquila.

—Gracias, Kyle.

—Vamos a desayunar.

—Sí, necesito un café —sonreí con tristeza, no sabía cómo agradecerle


que me hubiese sacado de allí, aunque sabía que esto iba a tener muchas
consecuencias. Me aterraba el solo hecho de pensarlo.

Preparó el desayuno mientras me miraba sonriendo, me hacía sentir de


una forma que jamás había sentido y es que con él encontraba la paz a pesar
de saber que ahí fuera me esperaba una buena guerra.

Sacó todo en una bandeja hasta el jardín, nos sentamos en un rincón


donde había una mesa y cuatro sillas de madera que me contó pertenecían a
sus difuntos padres, era preciosa, tallado todo a mano.

—Gracias de nuevo —dije acariciando su mano por encima de la mesa y


él me devolvió la caricia con la yema de sus dedos.

—No me des las gracias, estaba para protegerte y eso hice.


—Sé que todo esto va a tener unas severas consecuencias, pero fue
demasiado para mí y el haber salido de allí sabiendo lo que me esperaba, es
de agradecer.

—Las consecuencias serán si lo permitimos, por mi parte puedo


garantizarte que haré lo que sea para que no vuelvas allí.

—Mis padres me van a desheredar y yo no tengo para pagarte —dije con


tristeza.

—No quiero dinero, quiero verte a ti feliz y sonriendo ante la vida.

En ese momento sonó el teléfono y era mi padre, me puse pálida.

—Cógelo y no te achantes.

—Vale.

Descolgué la llamada y puse el manos libres.

—Dime, padre.

—Vuelve ahora mismo junto a tu marido —dijo en un tono nada


conciliador.

—No, padre, no voy a volver ni ahora, ni nunca.


—Vuelve ahora mismo o me encargaré de que en la vida puedas trabajar
ni valerte por ti misma.

—Padre, prefiero ser una vagabunda que vivir las vejaciones y


humillaciones a las que vosotros me habéis arrojado.

—Esto no se va a quedar así.

—Adelante, creo que a la opinión pública no le hará gracia saber lo que


le hicieron a su hija en palacio, así que buenas tardes y no la vuelva a
amenazar —dijo Kyle y colgó la llamada.

—Voy a tener que volver —dije llorando.

—No, no vas a volver. Mírame —dijo acariciando mi mano—. Deja que


sea yo el que te cuide, conmigo no te faltará de nada.

—No quiero ser una carga…

Kyle se levantó, vino hacia mí, me hizo levantar de la silla y cogió mis
manos.

—No puedo ofrecerte un palacio, ni un título, pero sí puedo ofrecerte que


tengas la paz y el respeto que te mereces. No quiero obligarte a estar
conmigo toda tu vida, si algún día decides irte lo entenderé, pero, siempre
que sea para ser feliz, no para que te hagan daño.
—Pero no me siento bien viéndote en esta obligación.

—No es obligación, Alice, siento algo muy fuerte por ti y daría la vida
por ser yo el que me hubiera casado contigo —murmuró haciéndome sentir
un cosquilleo en el estómago que jamás había sentido.

—¿Me dices eso en serio?

—Con todo mi corazón y es que nunca había sentido algo así por nadie
—acarició mi mejilla y besó mi frente, lo abracé con fuerza.

—Yo tampoco había sentido algo así, eres la persona que más me ha
cuidado del mundo.

—Y te cuidaré siempre que me dejes —su mirada me hacía sentir que era
sincero.

—¿Y qué puedo hacer yo por ti? —pregunté con tristeza.

—Nada, ya lo haces sin saberlo.

Me eché de nuevo en sus brazos mientras él me arropaba y besaba mi


frente con un cariño que me hacía estremecer.

Nos sentamos a desayunar y yo seguía con ese cosquilleo en mi


estómago, me daban ganas de abrazarlo y no dejar de estar así ni un solo
momento y es que, con Kyle, estaba experimentando una sensación tan
bonita que me hacía estremecer.

Tras el desayuno nos fuimos a otro pueblo a hacer una compra en un


supermercado, me puse unas gafas de sol grandes y el pelo estirado para
que no se me reconociera, aunque tenía la sensación de que todos me
miraban.

Hicimos una compra que parecía que era para todo un ejército, se dejó un
pastizal y es que ahí teníamos comida para unos meses, era una barbaridad
de exagerado, pero todo le parecía poco.

Llegamos a la casa y nos pusimos a colocar todo entre bromas, me


agarró por detrás y me abrazó en un momento de esos que tenía las manos
llenas de harina y me las quería poner en la cara, al final con los nervios
agarré el paquete y voló, nos pusimos blancos de harina hasta las cejas, me
tuve que reír un montón.

A la hora de la comida también la hicimos en el jardín y es que había que


aprovechar esos días de calor de verano que nos regalaba el tiempo.

Estuvimos toda la tarde ahí fuera charlando y contándome sobre su vida.


Había tenido una novia durante ocho años y ella le engañó con su mejor
amigo, era una historia superada, pero en la que lo había pasado muy mal.

Esa noche cenamos en el salón y luego nos quedamos un rato en el sofá


charlando, sin tele ni nada, me agarraba de la mano con mucho cariño.
A la hora de irnos a dormir me dijo que me podía ir con él a su
habitación si quería o dormir sola en la de las dos camas, lo miré sonriendo
y le dije que donde el quisiera yo estaría bien.

En ese momento me cogió en brazos y entre risas me llevó a su


habitación, me echó sobre la cama y se acostó junto a mí.

—Aquí a mi lado estarás mejor —me hizo un guiño y me besó la frente.

Y sí que iba a estar mejor, además deseaba dormir al lado de ese hombre
que tanto bienestar me causaba, deseaba estar junto a él.

—¿Me das un abrazo? —le pregunté con timidez.

—Ven —metió su mano por debajo de mi cuello y me pegó a él—.


Puedes abrazarme cada vez que quieras, no tengas miedo de nada —me
volvió a besar la frente.

Y ahí me quedé pegada a él toda la noche, le besé el hombro en varias


ocasiones y me preguntaba cómo sería hacer el amor con un hombre como
él, después de lo vivido quería imaginar que ese acto podía ser algo
bonito…
Capítulo 9

Desperté en medio de una pesadilla y me senté con la mano en el pecho.


Kyle se sentó frente a mí poniendo sus manos en mis hombros.

—Me muero, he revivido todo —dije echándome a llorar en su hombro.

—Lo siento, preciosa, lo siento —decía besando mi cuello.

Lloré durante un rato con una tristeza y desconsuelo increíble, Kyle no


sabía qué hacer para consolarme, no dejaba de abrazarme fuerte.

Me cogió por la cintura y me llevó a sentarme encima de él, en sus


piernas, frente a frente, para abrazarme mejor.

Unimos las frentes mientras yo le agarraba la cara.

—Gracias por estar conmigo —murmuré entre lágrimas.

—Siempre, siempre que me dejes lo estaré.


Y fue en ese momento en que nuestros labios ya no aguantaron más y se
regalaron un tierno beso de esos de verdad, de esos que siempre había
imaginado y leído en las numerosas novelas que había ido adquiriendo
durante varios años.

Me quedé abrazada sobre él un buen rato, en medio de esa cama que era
la paz que no tuve en la de palacio, esta era como un cuento de Disney
donde no había ogros ni nada que pudiera hacerme daño y es que así es
como yo me imaginaba una vida de amor.

—¿Te sientes mejor?

—Sí —sonreí—, estaba pensando en estos momentos.

—¿Qué pensabas?

—Que siempre imaginé el amor así y no como lo he vivido.

—Me alegra saber qué piensas eso, quiero hacerte sentir eso que te
mereces y que no es otra cosa que estar bien.

—Eres muy bueno —me eché en su pecho para que me abrazara más
fuerte.

—Y tú eres todo aquello que hace que una persona lo sea.


—No, tú eres así por naturaleza —reí mirándolo y lo volví a besar y es
que deseaba perderme en esos besos que él sabía darme y que me hacían
sentir que la felicidad existía.

—Solo quiero sanar tus heridas y conseguir hacerte feliz —dijo


acariciándome la espalda con mucho cariño.

—Bueno, una herida me curaste —reí recordando con el mimo que sanó
mi trasero.

—Jamás nadie te volverá hacer semejante canallada, jamás, Alice, jamás.

—Gracias, de verdad.

—Gracias a ti por haberte venido conmigo, y ahora toca desayunar —me


cogió en brazos y me llevó a la cocina entre besos.

Me sentó sobre la encimera a su lado mientras él lo preparaba y no, no


hubo forma humana de que me dejara ayudarlo, ahí me dejó haciéndome
guiños con medias sonrisas y acercándose a darme algún que otro beso.

Esta vez desayunamos en la cocina, yo sobre la encimera y él de pie


deleitándome con esa preciosa mirada y dándome de su tostada. Me
encantaba ese hombre y me hacía sentir algo tan bonito que no me podía
creer que después de lo sucedido me estuviera pasando esto.
Tras el desayuno nos fuimos a hacer la cama y fue entonces cuando lo
tiré encima de mí echándome sobre ella.

—Quiero estar aquí abrazada a ti —murmuré ruborizada, pero es lo que


quería.

—Tengo todo el tiempo del mundo —acariciaba mi pelo y no dejaba de


regalarme besos.

No había estado con ningún otro hombre que no fuera Fernán y ahora
tener esto era como tener la vida en mis manos, como sentirme de verdad
una princesa y no de esas de la nobleza precisamente, eso me daba asco,
ahora me sentía su princesa, de las de verdad, de esas que nos enamoraban
con sus historias en las películas.

—Kyle…

—Dime, preciosa.

—Quiero hacerlo contigo —las mejillas se me pusieron rojas como


tomates y a él le causé una sonrisilla preciosa.

—Me da miedo hasta tocarte —mordisqueó mis labios.

—No me voy a romper —volteé los ojos riendo.

—¿Estás preparada para ello?


—Sí, lo deseo, de lo contrario no te lo hubiese dicho.

—Hay un pequeño problema —apretó los dientes.

—No me asustes —reí.

—No tengo preservativos, hace tanto tiempo…

—Si te vale que me estoy tomando la píldora para no quedarme


embarazada de aquel monstruo… —Volteé los ojos apretando los dientes.

—Me alegro de que lo hicieras, eso te hubiera condenado de por vida a


tener algo con él, de haber tenido un hijo y con lo que estoy seguro que te
habría hecho mucho daño.

—Ahora voy a hacer todo lo contrario, dejar de tomarla para engañarte y


tener un hijo contigo —reí pegando mi cabeza a su pecho.

—¡Ay Dios! Me encanta esa parte tan divertida y espontánea que sacas.

—Tú eres el que lo consigues.

Y ahí fue cuando me dio un beso de verdad, tierno, pero con la fusión de
nuestras lenguas buscándose.
Metió la mano por debajo de mi camiseta y comenzó a tocar mi piel con
esos dedos que me hacían sentir que era lo que quería.

Me quitó la camiseta y me levantó un poco para quitarme el sujetador,


besó con mucho cuidado mis pechos y se me erizó la piel, poco a poco, fue
despojándome de mi ropa hasta dejarme desnuda ante él, luego se desnudó
y vi el cuerpo más bonito que jamás hubiera podido imaginar.

Besó mi cuello, mis pechos, mi estómago y fue bajando hasta mis


piernas, esas que abrí para que hiciera lo que quisiera, en ese punto ya
estaba conociendo el verdadero significado del placer.

Lamió y besuqueó mi entrepierna, salió un jadeo de mí, que hasta yo


misma me sorprendí. Comenzó a tocarme el clítoris, ese botón que nadie
había tocado, a la vez que lamía mi interior, pero todo con mucho tacto.

Empecé a excitarme con ese movimiento de dedos y me agarré a las


sábanas echando mi cabeza hacia atrás.

Con su otra mano me penetró con sus dedos a la vez que me masturbaba,
yo jadeaba de placer y soltaba chillidos contenidos de esos que te faltan el
aire.

Llegué a un orgasmo, el primero de mi vida, ya que jamás me había


masturbado a mí misma, era como un pecado capital, al menos eso me
habían hecho creer.
Caí rendida sobre las sabanas y él subió hasta mí para besar mi cuello,
esperó a que me repusiera y luego abrió mis piernas con cuidado, sin dejar
de mirarme y fue penetrándome con su miembro lentamente, solté el aire,
ese que comenzaba a perder de nuevo.

Me lo hizo con calma, con mucho cuidado, pero en su rostro podía ver
que estaba disfrutando tanto como yo, aquello sí era lo que yo imaginé
como hacer el amor entre dos personas que se aman y se desean, aquello
hizo temblar todo mi cuerpo, me hizo sentir que todo tenía sentido y que ahí
es donde siempre soñé estar.

Cuando acabamos nos fuimos a la ducha, me llevó en brazos, yo me


sentía como una niña pequeña en manos de su héroe y es que él, era eso
para mí, mi más bonito héroe.

Enjabonó con cuidado mi cuerpo, notaba que le daba miedo hacerme el


más mínimo daño, era dulzura lo que me transmitía, era respeto, lo era
todo…

De ahí nos fuimos a cocinar, entre más besos e incluso puso algo de
música y me hizo bailar, me moría de la vergüenza, yo era más torpe que
todas las cosas y él sorpresivamente sabía mover el esqueleto.

Nos tomamos una primera copa de vino y la saboreé como jamás antes lo
había hecho, me sabía cómo un regalo de la vida de esos que te dejan el
mejor del paladar en un momento así de dulce.
No dejaba de decirme que lo tenía nervioso y es que, me puse una
camiseta larguita solo con la braguita debajo y cuando lo rozaba con mi
pecho decía que así no podía cocinar. Yo me echaba a reír, me levantaba la
camiseta y la bajaba rápidamente para ponerlo más nervioso.

Y no llegamos a la comida, ahí en la encimera me bajó la braga y con


mis piernas colgando lo hicimos, me encantó ese momento sujetado a mis
caderas y mirándome con esa media sonrisa en la que se le dibujaba el
placer.
Capítulo 10

Un nuevo día en casa de Kyle, que me sorprendía con el desayuno en la


cama.

—Buenos días, preciosa.

—Buenos días. Me muero de hambre —dije cogiendo una tostada y


dando el primer bocado.

Se sentó en la cama conmigo y desayunamos en silencio, pero


acompañados de esas miradas y gestos de cariño que ninguno de los dos
podía, ni quería, evitar.

Estábamos acabando cuando recibí un mensaje de Fernán. No me atrevía


a abrirlo, me daba pavor hacerlo y saber que me diría de todo.

—Léelo —me pidió Kyle cogiéndome la mano con cariño, y eso hice.
«Alice, tienes cuarenta y ocho horas para regresar a palacio, o tus actos
tendrán consecuencias. Eres mi esposa, la Princesa de Arsolla. No olvides
cuánto puedes perder con esto, y no solo tú. Cuarenta y ocho horas, ni una
más»

—¿Amenazando? Pues muy bien, si él lo quiere así, así será —dijo Kyle,
cogiendo el móvil.

Le vi pulsar el botón de micrófono y empezó a hablar.

—Escúchame bien, principito. La próxima amenaza que reciba Alice de


tu parte, te aseguro que vas a saber lo que es sentir la humillación en tus
propias carnes. Te aconsejo que vayas preparando el divorcio o tendré que
pedírtelo de un modo menos discreto. Si vuelves a molestar a mi pareja, no
tardaré ni cinco minutos en contestarte en un programa de televisión.

Le dio a enviar y bloqueó el teléfono. Me abrazó y besó mi cuello


mientras yo seguía temblando como un flan.

No me podía creer que se hubiera enfrentado por segunda vez a él, y


además lo había hecho también a mi padre.

—Kyle, estamos perdidos.

—No, Alice, él lo está. Te juro que, si intenta algo, sale en la prensa de


todo el mundo lo hijo de puta que ha sido contigo.
Sentí las lágrimas cayendo sin control por mis mejillas, Kyle me abrazó
de nuevo y nos recostamos en la cama. Me acurruqué en su pecho mientras
me consolaba con besos en la frente y caricias en la espalda.

No sé el tiempo que estuvimos así hasta que sonó mi teléfono y al ver en


la pantalla que era mi padre, me descompuse por completo.

—¡Qué demonios has hecho! —ese grito fue lo que recibí cuando
descolgué.

—Pa…

—¡No se te ocurra decir una sola palabra! —no me dejó hablar— Vuelve
ahora mismo al palacio, con tu marido, y deja a ese con quien estás
cometiendo adulterio.

—No, no pienso volver a ese infierno al que me condenasteis vosotros.


Si tanto deseas el parentesco o esa maldita relación con la realeza, ¡cásate tú
con ese monstruo! —grité— Deseo que tengas mucha suerte en esta vida
porque la vas a necesitar.

Colgué, dejé caer el teléfono sobre la cama y miré a Kyle que se había
quedado sorprendido al escucharme.

—Esto es la guerra, lo sabes, ¿verdad? —dije abrazándome las piernas y


apoyando la mejilla en mis rodillas.
—Nuestra guerra, preciosa, de serlo, es nuestra guerra. No te voy a dejar
sola, si me dejas me quedo a tu lado lo que me reste de vida.

Cerré los ojos y noté las lágrimas, Kyle me abrazó, me besó la frente y
permaneció a mi lado y en silencio, calmándome.

La mañana la pasamos cocinando, quería olvidarme de todo y ese fue el


único modo que se me ocurrió, perderme entre las páginas de un libro de
recetas, mezclando ingredientes y con algo de música de fondo.

—Pues tiene buena pinta —dije cuando acabó de hornearse el pastel de


carne—. Y huele que alimenta.

—Y seguro que está buenísimo. Venga, a la mesa.

Comimos en la terraza, aquello era una maravilla.

Cuando estábamos tomando un café cuando llamaron al timbre y entré en


pánico. ¿Nos habrían encontrado?

Kyle fue a abrir y al poco volvió al salón con otro hombre que se le
parecía bastante, así que supuse que era el hermano.

—Kyle, ¿qué has hecho, hermano? —con esa pregunta, resolvió mis
dudas.

—Sacarla de allí, Kevin, ¿qué iba a hacer?


—Joder…

—Kevin…

—Vale, está bien. Sabes que te apoyo, hermano.

—Gracias —Kyle me tendió la mano, me puse en pie y se la cogí—. Ella


es Alice. Preciosa, mi hermano pequeño, Kevin.

—Encantada.

—Princesa —Kevin hizo una medio reverencia y sonrió.

—¡Por Dios, eso no! —le pedí.

—Bueno, es una princesa, ¿no?

—No porque yo lo quisiera, de verdad, solo llámame Alice.

—Está bien, mejor, que acabaría con agujetas de hacerle reverencias.

—Mira que eres bobo, Kevin.

—¿Y ahora te enteras? Treinta y cinco años conociéndome, hermano,


como para que te pille de sorpresa.
Kevin se quedó con nosotros el resto de la tarde, era muy parecido a
Kyle, solo que él tenía un humor un poco más… diferente, pero de lo más
divertido.

—Bueno, pues el hermano pequeño se va —dijo poco antes de la hora de


cenar—. Pequeño de edad, que de estatura ya ves que somos los dos
iguales. Ha sido un placer conocerte, Alice. A ver si te puedo llamar cuñada
pronto —me guiñó el ojo, un par de besos y tras un abrazo con Kyle, se
marchó.

—Perdónalo, siempre ha sido el gracioso de la familia —Kyle me abrazó


por la espalda y me llevó hasta la terraza.

—No te preocupes, me ha caído muy bien.

—Me alegro. ¿Qué te apetece cenar?

—¿Pizza?

—Ahora mismo la pido. Busca una película o algo para ver mientras
cenamos.

Me dejó un beso en el cabello y fue a llamar para pedir la cena.

Y así fue esa noche con Kyle, tranquila y relajada como la de cualquier
pareja normal, sin lágrimas, sin gritos y sin órdenes, pero con todo el cariño
que él tenía para darme.

Nos fuimos a la cama y solo con estar entre sus brazos me sentía feliz,
pero, sobre todo, protegida y cuidada.

Pensé en mis padres, en cual sería ese motivo que los llevó a casarme
con Fernán. No me cabía en la cabeza, pues bien sabían ellos que era un
mujeriego y que aparecía en la prensa por sus escándalos amorosos.

Había pasado un día del plazo que me había dado para que regresara al
palacio, y no tenía intención de hacerlo, desde luego que no. Nadie más que
Kyle se ha preocupado por mí, se enfrentó a su jefe y me sacó de aquella
cárcel de cristal en la que me habían metido mis padres.

Le debía todo a ese hombre, mi vida, mi cordura, todo.


Capítulo 11

«Veinticuatro horas, Alice, tienes veinticuatro horas para volver aquí, o


juro que lo pasarás mal»

Así me desperté aquella mañana, con ese cariñoso mensaje del que era
mi marido por obligación más que por elección.

Kyle no estaba en la habitación, así que cuando entró con la bandeja del
desayuno me encontró llorando en la cama.

—¡Ey! ¿Qué ha pasado, preciosa?

No dije nada, tan solo le señalé el móvil que había dejado de nuevo en la
mesita de noche y él lo cogió, leyó el mensaje y soltó un gritó.

—Sigue con las amenazas, pues habrá que ir a la policía.

—¿Y qué voy a decirles, Kyle? Es el Príncipe de Arsolla, nadie va a


creerme. Todo el mundo vio lo felices que éramos el día que nos casamos.
¿Crees que harían algo?

—Tendrán que hacerlo.

—¿Con qué pruebas? Me prohibió ir a un médico que me atendiera, no


me ha dejado una sola marca porque se ha limitado a follarme como si no
fuera más que una puta para él. Peor que eso, porque a ellas seguro que no
las trata con tanta bajeza como hizo conmigo.

—Alice…

—No, no puedo hacer nada. Tendré que volver, Kyle, esa es la realidad.
Por mucho que me duela, por mucho que me cueste y sepa que me lo hará
pasar mal y que voy a vivir un infierno el resto de mi vida, tendré que
acabar volviendo a palacio con él.

Me levanté y fui a encerrarme al cuarto de baño. Dejé que el agua me


cubriera el cuerpo, me apoyé en la pared y fui cayendo por ella hasta quedar
sentada en la ducha, llorando abrazada a mis piernas.

Qué poco había durado mi tranquilidad, la felicidad era tan efímera…


Tenía el dolor más grande que podía sentir una persona, esa de querer ser
amada de verdad y no poder sentirse así.

Debía volver, si no quería que todo se complicara aún más, tenía que
dejar a Kyle y volver al lugar al que mis padres me habían anclado de por
vida.
Cuando salí Kyle no estaba, y no había ni rastro del desayuno que había
llevado. Fui a la cocina y allí lo encontré, sentado con los codos apoyados
en la mesa y las manos entrelazadas en la nunca.

—Kyle —lo llamé, pero no se giró a mirarme.

Me acerqué y en ese momento me sonó el teléfono, suspiré al ver que era


mi padre.

—Dime.

—¿Has recapacitado? —preguntó.

—Sí.

—¿Y bien? ¿Cuándo vas a volver? Tu marido te espera y va a perdonar


ese desliz que has tenido, por tu bien más vale que no lleves un hijo de tu
amante dentro porque no consentiré que lo tengas.

Y en ese momento me puse a temblar de los nervios. Si existiera esa


posibilidad mi padre sería capaz de cualquier cosa.

Miré a Kyle, que seguía en la misma posición, cerré los ojos y lloré en
silencio mientras pensaba mi respuesta.

—Esta noche estaré durmiendo con mi marido.


El ruido que hizo la silla en la que estaba Kyle al caer al suelo tras
ponerse en pie, me hizo abrir los ojos. Me quitó el móvil de la mano y se
enfrentó de nuevo a mi padre.

—¡Jamás volverá allí! —gritó— No piense que voy a dejar que vuelva
con ese hombre que no ha dudado una sola vez en hacer daño y vejar a su
hija, señor marqués —esa última palabra la dijo con tal odio, que supe que a
mi padre no le había gustado— ¿Qué creo que estoy haciendo, pregunta?
Muy fácil, lo que usted como padre debería haber hecho, creer a su hija,
cuidarla y no dejarla en manos de un animal como Fernán. Yo escuché lo
que le hizo, y le juro que eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo. No
vuelva a llamar, Alice no va a regresar a ese lugar en su vida, de eso me
encargo yo. Como si tengo que sacarla del país. Se lo juro.

Colgó, me cogió el rostro con ambas manos, secándome las lágrimas, y


me besó con tanto cariño que volví a llorar.

—No voy a permitir que regreses a palacio, Alice. Si te pierdo, no sé lo


que haría. No puedes dejarme sin ti, no ahora que sé que te quiero conmigo.

Me abrazó y no pude dejar de llorar. ¿Había algo más bonito que saber
que alguien te quiere?, pero que te quiere bien, que te quiere bonito, y no
que lo único que quiere es causarte dolor de algún modo.

Desayunamos, preparamos la comida y el resto del día lo pasamos en el


sofá, compartiendo caricias y algún que otro beso.
Su hermano lo llamó para ver qué tal estábamos, le dijo que me diera un
par de besos y un fuerte abrazo y eso me hizo sonreír, sí, eran los dos
iguales.

Dos hombres cariñosos y con unos fuertes valores familiares, no como el


que seguía siendo mi marido muy a mi pesar.

Entré en pánico cuando Fernán me mandó un nuevo mensaje. Sin duda,


aquello no iba a acabar bien.

«No eres consciente de lo que estás haciendo, el lío en el que te has


metido por el encaprichamiento de un hombre. ¿Crees que le importas?
Solo quiere meterse entre sus piernas, pero supongo que ya lo habrá hecho.
Eres una estúpida, cuando te deje tirada querrás volver y puede que sea
demasiado tarde. Tú lo has querido, Princesa Alice, tú lo has querido»

No sabía qué se le habría pasado por la cabeza a Fernán ni qué sería lo


que haría, pero entré en tal estado de ansiedad, que Kyle me llevó a la cama
y me dio una pastilla para que me quedara dormida.

Cuando desperté él estaba a mi lado, apoyado con el codo en la almohada


y la mano en la mejilla.

—¿Estás mejor? —preguntó colocándome un mechón de pelo tras la


oreja.

—No mucho, pero al menos he dormido. ¿Qué me has dado?


—Un tranquilizante, eso es todo. Vamos, levanta.

Entramos en el cuarto de baño y vi que Kyle me había llenado la bañera,


me ordenó entre besos que me relajara un rato que él se encargaba de
preparar la mesa, así era él, todo un caballero que me tenía rendida a sus
pies.

Un rato después vino y me envolvió en una toalla, abrazándome por


detrás.

—Eres lo más bonito que he tenido en mi vida —decía mirándome a


través del espejo.

—Y tú lo que más quiero, porque ahora me doy cuenta de lo que es


querer a alguien de corazón y no por obligación.

—Me da terror la diferencia de edad —apretó los dientes.

—Y, ¿por qué?

—Seguirás joven cuando yo me haga mayor…

—Eres un exagerado, además, me encanta que seas mayor que yo, me


noto mucho más protegida, de verdad, no quiero que pienses eso, además
por muchas arrugas que te salgan te amaré de igual manera.
Me abrazó bien fuerte, como a mí me gustaba sentirme en su cuerpo, lo
hacía con todo el amor del mundo y es que eso podía percibirlo a cada
momento.

Quitó la toalla y me giró, me abrazó y comenzó a desnudarse, se sentó


sobre la tapa del wáter y yo sobre él, introduciéndome su miembro, poco a
poco, hasta comenzar a moverme a ritmo de sus manos. Lamía mis pezones
y los besaba, los mordisqueaba con cuidado, fue un momento muy excitante
cuando terminamos y culminamos con un abrazo con esa falta de
respiración vivida por el momento.

Había preparado una mesa preciosa con vino y dos platos de canapés, a
cada cual más rico, estaba sintiendo el sabor de la felicidad en mi propia
piel.
Capítulo 12

Esa mañana no le quise decir nada a Kyle, pero tenía una presión en el
pecho increíble, para colmo había recibido un mensaje de Fernán que me
había desgarrado el alma.

«Vas a ver cómo dos personas te parten el culo a la vez, uno a uno, sin
descanso, me he encargaré de buscar quienes te monten la fiesta»

No se lo quise enseñar a Kyle, no quise, sabía que eso produciría algo


muy fuerte en él y perdería el control, no quería meterlo en un problema.

Hice de tripas corazón y como si no pasara nada desayuné con él de lo


más cariñosa, luego él se fue a la ducha y fue entonces cuando cogí las
llaves de su coche y salí de allí como alma que lleva el diablo.

Conduje llorando y dispuesta a terminar con esto, no podía más, no podía


aguantar más amenazas y machaques mentales, no podía y menos meter en
un problema a Kyle, ese hombre que se estaba dejando la vida por mí.
Mi teléfono comenzó a sonar y era Kyle, lo apagué, no lo quería meter
en esto que yo tenía que resolver sola.

Llegué a los estudios de la cadena más importante del país y el de


seguridad al verme no dudó en abrirme la verja, entré y corriendo salió el
director de la cadena a recibirme impresionado, sin entender nada.

—Necesito hablar en ese programa que está ahora en directo.

—Claro, pero debo saber qué es lo que quiere anunciar o decir.

—No, si quieres hablo, de lo contrario me iré a otra cadena.

—No, por favor, pase que en el intermedio preparamos todo con el


presentador.

—Gracias.

Me pasaron a una zona VIP, vinieron las maquilladoras que me dieron el


tono para no parecer pálida con la luz de los focos y avisaron al presentador
que abriría después de la publicidad conmigo, se quedó impresionado y me
dio la mano con reverencia.

Pasamos a plató y sin que nadie supiera se abrió el canal conmigo


sentada a su lado.
—Muy buenas tardes, sé que os impresionará que sin previo aviso
tengamos a la Princesa de Arsolla en nuestro plató, pero créanme que a
nosotros también nos sorprendió su visita. Buenas tardes, Princesa.

—Muy buenas tardes, señor Johan.

—Todos, al igual que yo, nos estamos preguntando qué le trajo hasta
nuestros estudios.

—Claro —sonreí con tristeza—. No me he visto jamás en el punto que


me veo ahora, no tengo otra salida más que recurrir a ustedes para dar voz a
la grave situación que estoy viviendo.

En ese momento miré el grafico de panel de audiencia y de cuatro


millones pasó a once, me quedé en shock, me estaba viendo todo el país.

—Princesa, somos todo oídos, lo que necesite estamos a su disposición,


puede contarnos.

—Mi boda no fue tan feliz como el ciudadano se piensa, es más, me


casaron obligada con un hombre que es conocido por sus escarceos con
mujeres —me derrumbé a llorar—. No me dieron la oportunidad de elegir.

—Princesa, tranquila.

—Desde la primera noche de la boda he sido violada, vejada, abusada de


diferentes formas llegándome a desgarrar e impidiendo que me viera un
médico y tratada como una prostituta, incluso trasladándome a otro
dormitorio para recibir unos días a una de sus amantes —tuve que parar ya
que no podía seguir hablando y no dejaba de llorar.

—Con permiso —acercó su silla—. Me voy a tomar el atrevimiento —


agarró mi mano para tener un gesto de cariño conmigo—. Creo que lleva
dentro mucho y sí, todos sabíamos cosas acerca de él, que hemos callado
por respeto, pero desde dirección me dicen que tiene nuestro apoyo y que la
creemos, en las redes está el pueblo reaccionando a su favor y están
indignados.

—Gracias.

—Puede seguir, a su ritmo, estamos a su entera disposición para que se


alce su voz.

—Me encuentro huida de palacio desde hace unos días, alguien de allí, al
señor que puso como mi seguridad, se enfrentó a él justo antes de que fuera
a cometer otra vejación y me sacó de aquella jaula de cristal, me dio cobijo
a pesar de haber perdido su puesto de trabajo por lo que hizo, pero no le
importó. Desde entonces es quien me está protegiendo, pero no dejo de
recibir amenazas por parte del príncipe, la última esta mañana, no quiero
que se emita el mensaje, pero sí que usted compruebe hasta qué punto estoy
aterrada —encendí el móvil, vi que tenía muchos mensaje de Kyle, el
último diciendo que no me moviera de aquí que venía en taxi, me había
visto en la tele, luego busqué el del Fernán, corroboró el número con el
director que se asomó, este le hizo un gesto de afirmación y a ambos se les
cambió la cara.
—Me voy a dirigir en estos momentos al Príncipe de Arsolla y creo que
no en las condiciones que nos obliga la ley, pero después de este mensaje
solo puedo decirle que usted, usted no es ejemplo más que de ser un
criminal, una persona que no debería siquiera tener el derecho de nada, que
lo que ha hecho con la Princesa Alice es de ser un canalla y que, si esto lo
leyera el pueblo, usted no tendría valor de salir de su palacio, pues correría
el riesgo de que más de uno se tomara la justicia de su mano.

En ese momento el director del programa le hizo saber al presentador que


tenía que atender una llamada.

—Sí, muy buenas tardes. ¿Con quién tengo el placer de hablar?

—Muy buenas tardes a todos, en especial a la Princesa de Arsolla a la


que le transmito todo mi pesar por la situación tan deleznable en la que se
vio envuelta.

—Muchas gracias —dije sin dejar de poder reprimir las lágrimas y


cuando miré hacia un lado me encontré a Kyle a un lado del director y me
hizo un gesto para que estuviera tranquila con un guiño de ojo.

—Millones de ciudadanos tanto de este país como de otros a los que les
está llegando la noticia, están pidiendo justicia por la Princesa Alice.

—Por favor, no me llame princesa, me hace mucho daño.

—La entiendo.
—Puede decirme simplemente Alice.

—Claro, Alice. Quiero transmitirle desde el gobierno y en voz del pueblo


que no vamos a permitir que pase por esto sola y que todos estamos con
usted. Estamos dispuestos a poner las medidas necesarias y la seguridad
hasta que se tome cartas en el asunto, tiene nuestro apoyo completamente.

—Gracias —dije sin poder dejar de llorar mientras el presentador del


programa sostenía mi mano.

—En estos momentos me hacen saber que la persona que dio la cara por
usted y que ocupaba el puesto de guardaespaldas está en plató, quiero
transmitirle las gracias a ese hombre que se enfrentó aun sabiendo que tenía
todas las de perder y, por supuesto, desde el gobierno si él quiere tiene el
mando de nuevo como guardaespaldas personal de usted, ya que aunque se
vaya a desvincular de la Casa Real, necesita por un tiempo seguridad y el
estado se la va a proporcionar, además de la que le pondrán fuera de las
dependencias que tenga como domicilio actualmente. No vamos a permitir
bajo ningún concepto que en la monarquía de nuestro país haya ese cierto
trato inhumano. Por ley debe de disponer de unos beneficios, aunque se
divorcie y el estado se hará cargo de que ello se cumpla. Le transmito mi
dolor en nombre de todo el país y le traslado, por parte de la fiscalía, que ya
están abriendo una investigación para depurar responsabilidades.

Me eché a llorar como una niña pequeña y el presentador se puso de


cuclillas apretando mis hombros.
—Lo sentimos, Alice, lo sentimos, está siendo muy valiente y el pueblo
está con usted.

—Gracias.

Terminó despidiéndose de mí y del programa que ya acababa, le di las


gracias a todos y me fui hacia Kyle, que me abrazó con todas sus fuerzas.

—Has sido muy valiente, has sido muy valiente —me besó la frente
delante de todos que aplaudieron que él tuviera ese gesto conmigo y nos
fuimos de allí.

Le di las llaves de su coche y le pedí perdón por haber hecho eso sin
decirle nada, pero le expliqué que si se lo decía tenía miedo a que él
perdiera la cabeza con ese mensaje y fuera en su búsqueda, así que solo vi
la oportunidad de hacer esto ahora, o nunca.

—Hiciste lo correcto, me mataste de un susto, pero cuando encendí la


tele buscando no sé qué, pero algo me dijo que lo hiciera y te vi ahí, supe
que habías hecho lo más lógico, lo más justo y como ves, te has ganado al
pueblo.

Recibí una llamada de fiscalía y tuvimos que esperar para hablar con
ellos, les mostré todos los mensajes y les conté la historia tal cuál había
sido, tenían con esos mensajes demasiadas pruebas, pero lo que no sabía
Kyle ni nadie es que hice algo más y en ese momento enseñé, todos se
quedaron blancos.
Había grabado una de mis penetraciones anales sin que Fernán se diera
cuenta, la fiscalía en ese momento solo hizo una cosa, mandar a detener al
príncipe y que pasara a disposición judicial sin inmunidad alguna.

Kyle se salió de la sala al ver las imágenes, no pudo soportar eso y


rompió a llorar con rabia.

—Estás en muy buenas manos —me dijo el Fiscal al ver salir llorando a
Kyle.

—Sí, si no fuera por él, yo no estaría ya en el mundo, pensé en…

—No, preciosa, no —me dijo con cariño—. Tu vida empieza ahora —me
acarició la mejilla y me dijo que por ahora me fuera a descansar e intentar
olvidar el tema ya que ellos se iban a encargar de todo.

Salí y estaba un chico de seguridad con Kyle, lo estaba tranquilizando,


esas imágenes le ocasionaron demasiada rabia y dolor, lo entendía, había
evitado a toda costa que las viera, pero había llegado el momento de
enfrentar la verdad.

Lo abracé y me echó sobre su pecho besando mi frente, le dio las gracias


al de seguridad y salimos de allí, los medios de comunicación nos
esperaban en la puerta.

Paramos y le di las gracias a todos, les pedí que me perdonaran que no


siguiera hablando, ya que así la fiscalía me lo había pedido y ya habían
tomado medidas. Todos me dijeron que no me preocupara y que tenía su
apoyo, no me esperaba tanto y me sentía más libre que nunca.

Fuimos hacia casa con un coche siguiéndonos con dos de seguridad del
gobierno, ya me habían informado que estarían así unos días, tanto por mi
seguridad por el revuelo de medios que se podía formar porque averiguaran
mi paradero, se quedarían por turnos fuera de la casa y nos acompañarían en
todos nuestros movimientos.

Llegamos a la casa y pusimos las noticias, lo primero que vimos fue


cómo entraba esposado Fernán en las dependencias policiales, ya lo habían
arrestado y ahí no quedaba la cosa…

Diferentes chicas habían hablado con la policía para denunciar que


fueron vendidas por horas al príncipe que las vejó y las trató como escoria.
La que le iba a caer a Fernán no era una tontería y el pueblo estaba en la
calle delante de Comandancia Policial gritando y pidiendo justicia.
Capítulo 13

A la mañana siguiente aún estábamos con la resaca de todo lo sucedido y


vi a Kyle pensativo cuando me levanté, eso sí, me tenía abrazada sobre su
hombro.

—Buenos días, Kyle —dije con tristeza y salió de su pensamiento.

—Buenos días, preciosa, perdona, no me di cuenta de que despertaste.

—¿En qué pensabas?

—Nada —me dio un beso y me abrazó más fuerte.

—¿No me lo quieres contar?

—Vamos a desayunar por favor —dijo levantándose y echándome los


brazos para ayudarme a mí.

—Quiero que me lo digas, por favor, todo esto es por mi culpa.


—No vuelvas a decir eso ni de broma —su tono se convirtió en rabia y
enfado—. No vuelvas a decirlo, jamás —apretó los dientes y vi en sus ojos
mucho dolor—. No has tenido la culpa de nada, no digas eso nunca más.

—Estabas pensando en el vídeo que viste, ¿verdad?

—Sí, te juro que no he podido dormir, tengo las imágenes clavadas en mi


pecho y no sabes lo que duele —agarró mi cabeza con sus manos, pegó su
frente contra la mía y comenzó a llorar—. Siento no haberte sacado de ahí
la primera vez que escuché eso en el salón.

—No llores por favor, me sacaste y eso es mucho.

—Pero debí haberlo hecho antes, lo debí de haber hecho —se giró, le
metió un puñetazo a la puerta que le hizo un boquete y se fue al jardín
chillando y llorando, se sentó abrazado a sus rodillas sobre el césped y la
seguridad que había fuera pensando que pasaba algo, saltaron el muro.

Les hice un gesto que entendieron y como estaban al tanto de todo,


comprendieron que estaba sacando la rabia, lo intentaron tranquilizar, pero
tenía tal ataque de ansiedad que tuvieron que llamar a que viniera un equipo
sanitario.

No me lo podía creer, tenía el corazón encogido, estaba lleno de dolor, de


rabia, de ira y esas imágenes nunca las debió de ver, jamás, me sentía
culpable de verlo así. Lo abracé con todas mis fuerzas y no había manera de
calmar ese dolor que hasta yo podía sentir.
Llegó la ambulancia con dos médicos, les comenté por encima mientras
entraban y obvio que como sabían todo por los medios, solo les dije que vio
un vídeo el día anterior un poco violento con los hechos y que esta mañana
amaneció así.

Se negaba a que le dieran un relajante, pero al verme llorando,


suplicándole, accedió, le metieron una pastilla debajo de la lengua y le
pusieron algo más a través de un gotero, yo de los nervios no me enteraba ni
de lo que decían los médicos.

Tres horas estuvieron hablando con él, uno era especialista en psicología
y, además, cuando los de seguridad llamaron advirtieron de que se trataba
posiblemente de un cuadro de ansiedad por lo sucedido y por eso mandaron
entre los dos médicos a uno especializado.

Lo tranquilizaron y le dejaron unas pastillas para tres días, para la noche,


le dio su palabra de que la tomaría.

Agradecí a los de seguridad que hubieran actuado y les hice sentar en el


jardín para desayunar con nosotros.

Kyle ya estaba mejor, pero porque estaba relajado con los medicamentos
que le habían metido por vena, pero me partía el alma verlo así.

Los chicos desayunaron y salieron afuera pues había medios de


comunicación para cubrir la noticia, así que tenían que vigilar que nadie
traspasara los límites.
No quise poner la tele en todo el día, él se lo pasó en el sofá, lloraba,
pensaba, pero desde el silencio en un rincón, yo intentaba consolarlo, él ni
siquiera hablaba, solo respondía a mis abrazos y me besaba la sien.

Casi no comió, ni cenó, le preparé la comida con todo el amor del


mundo, pero no fue suficiente, el dolor tan grande que sentía le tenía el
estómago cerrado, tenía un sufrimiento que se podía percibir.

Le di la pastilla un rato antes de dormir y menos mal que le hizo efecto,


fue irnos a la cama y por primera vez lo oí roncar.

Por la mañana escuché la ducha, fui al baño y ahí estaba él, me sonrió
con mucha tristeza y eso me estaba matando. Me desnudé y me metí con él,
que me abrazó con fuerza.

—No te quiero ver así, no puedo.

—Se me pasará, tengo mucho sentido de culpabilidad y eso me está


matando —volvió a romper a llorar abrazado a mí.

—¿No ves que estoy bien? ¿No ves que has curado mis heridas del
corazón y de mi cuerpo? ¿No ves que me has sacado de la cárcel de cristal y
ahora deseo que alguien me toque y ese alguien eres tú? ¿No ves que me
has hecho en estos días la mujer más feliz del mundo? Quédate con eso por
favor, no soporto verte así —me eché a llorar con tanto dolor que hasta a él
lo saqué de su estado y se puso a abrazarme pidiéndome que no estuviera
así.
Un rato después estábamos poniendo el desayuno en el salón y
encendimos la tele, ahí estaban las noticias con lo de Fernán que ya estaba
en prisión, el día anterior le hicieron una preliminar en el juzgado y pasó
directamente a ser encerrado.

El fiscal pidió al juez una condena de treinta años por todas las
vejaciones que me había hecho a mí y a las demás denunciantes, además de
una indemnización de quince millones de euros para mí y medio millón de
euros por el despido de Kyle.

—Como a mí me den eso… —dije alucinando, negando.

—¿Qué harías? —preguntó temeroso.

—Compraría un terreno grande para tener perros, un huerto, una casa


grande para adoptar algunos niños que su futuro vaya a ser incierto y ser
feliz junto a ti, eso haría, pero claro todo es negociable, lo mismo ni quieres
adoptar, ni quieres perros, ni quieres estar conmigo —bromeé.

—Contigo me iría al fin del mundo —me abrazó—. Claro que me gustan
los animales, tenía a Thor, mi perro más fiel, murió hace un año y he sido
incapaz aún de tener otro, pero me encantaría y con el tema de los niños, es
lo más bonito que podríamos hacer, adoptar para darles una familia.

Bueno, fuera lo que fuese me daba igual trabajar si no me daban nada, el


caso es que no me hiciera más daño y me dejaran vivir mi vida tranquila
junto a Kyle.
Ese día lo pasamos casi sin hacer nada, en el sofá abrazados, aún a él le
venían las imágenes y lo pasaba verdaderamente mal, todo por mí, le había
afectado mucho ese daño tan grande que me habían hecho.

A la mañana siguiente nos avisaron del juzgado que teníamos que ir a


hablar con la juez, nos sorprendió mucho, pero nos dirigimos hasta allí un
rato después.

Nos recibió un secretario que nos llevó hasta el fiscal y la juez, eran muy
amables y nos explicó bien todo.

Ya había unas medidas cautelares para que no estuviéramos


desamparados, él por el despido y yo por haberme ido sin nada, a mí me
iban a transferir a la cuenta que yo tenía personal de soltera donde no había
ni un duro la cantidad provisional de cinco millones de euros, el resto hasta
lo que se fijara después del juicio y a Kyle trescientos mil euros.

Nos explicaron que la condena sería larga para Fernán y que tenía
derecho al uso y disfrute de palacio, le dije que ni muerta volvía allí que
antes me iba debajo de un puente, ellos me entendieron, pero claro, tenían la
obligación de decírmelo.

No me iban a hacer pasar por juicio ni volver a verlo y todo se haría


directamente con Fernán, luego me avisarían de la sentencia para darnos el
resto del dinero al que le iban a condenar.
Me hicieron firmar la petición de divorcio ya que se iba a tramitar
rápidamente desde el juzgado, sin necesidad de que él firmara, eso me puso
súper contenta y comencé a llorar de la emoción, me dijeron que no me
preocupara que no les llevaría más de dos semanas tener la sentencia y ya
sería de nuevo soltera.

Salimos de allí felices y un rato después nos llegaron las notificaciones al


móvil de que ya teníamos los importes judiciales en las cuentas, así que ya
me sentía que podía aportar, me daba mucha tranquilidad pese a que hubiera
sido a costa del dolor.
Capítulo 14

Estábamos terminando de comer cuando uno de los chicos de seguridad


vino hacia nosotros.

—Señora —no había manera de que me llamaran Alice, pero a Kyle sí


que le llaman por el suyo—. En la entrada hay unas personas que dicen
tienen algo importante que contarle.

—¿Quiénes son? —preguntó Kyle, en modo guardaespaldas total.

—Una mujer y un hombre, no han querido hablar con nosotros, dicen


que es urgente hablar con usted, señora.

—Está bien, hazles pasar, por favor.

Mientras él regresa a la entrada, Kyle y yo recogimos la mesa y salimos a


esperar a las visitas.
No sé de quién puede tratarse, o qué querrán contarme, tal vez sea una de
esas víctimas de Fernán que necesite algo de mí.

Me sorprendió ver aparecer a una mujer de la edad de mi padre, más o


menos, junto a un hombre que podía tener la de Fernán.

Él iba con gafas de sol por lo que no le veo demasiado bien el rostro.
Aun así, no los conozco de nada.

—Señora, estas son las personas que querían hablar con usted.

—Muchas gracias —el de seguridad se marcha y yo, sonriendo, me dirijo


a los recién llegados—. Por favor, siéntense.

—Gracias —contesta la mujer y ambos lo hacen en las sillas que hay


frente a las que vamos a ocupar Kyle y yo.

—¿De qué querían hablar conmigo? Disculpen, pero… no los conozco


de nada.

—Lo sé —contesta la mujer sonriendo y me parece que lo hace con un


cariño que ni siquiera he visto en mi madre—. No venimos para que piense
que somos unos oportunistas, ni mucho menos, pero creo que con todo lo
que te ha pasado, merece saber la verdad sobre muchas cosas.

—¿Qué cosas? ¿De qué verdad habla?


—Alice, ¿en algún momento sus padres le contaron por qué debía
casarse con el heredero de Arsolla? —me pregunta y veo tristeza en sus
ojos.

—No, siempre traté de impedir esa boda, pero mis padres no lo


aceptaron. Ni siquiera me dieron una respuesta cuando les exigí saber el
motivo después de unos días sufriendo… en mi matrimonio.

—Mi hermano pequeño nunca cambiará —dijo soltando un suspiro.

—¿Su hermano pequeño? Yo… no entiendo nada —la miré, vi que


cerraba los ojos y cuando volvió a abrirlos le brillaban por las lágrimas que
estaba conteniendo.

—Alice, soy tu tía Grace, la hermana mayor de tu padre.

Me quedé sin palabras porque no tenía ni la menor idea de que existiera


esta mujer, jamás me dijeron que mi padre tuviera una hermana mayor.

—¿Cómo, mi tía? No puede ser, mi padre no tiene hermanos, nadie me


ha hablado de…

—Lo sé, cariño —me cortó con tristeza—. Es algo que viene de atrás,
muy atrás, tanto que tú ni siquiera habías nacido.

—Pero… ¿Cuántos años tienes, Grace? Disculpa si no es la pregunta


apropiada.
—No te preocupes, cariño. Tengo cincuenta y ocho años, dos más que tu
padre, pero a pesar de él ser el menor, en nuestra época de juventud ejercía
de mayor conmigo, también el marquesado iba a ser suyo, no mío.

—Esto es increíble, tengo unos tíos que ni siquiera sabía que existían y
ahora están aquí, delante de mí.

—No soy tu tío —escuché decir al hombre que acompañaba a Grace, lo


miré y tenía una sonrisa de medio lado.

—Alice, Ian es mi hijo, tu primo.

—¿También tengo primos, además de tíos? Necesito un café —me puse


en pie y fui a la cocina a preparar para todos.

Aquello era increíble, de verdad. Una tía de casi sesenta años y yo


viviendo en la ignorancia desde que nací. ¿Por qué me habían ocultado eso
mis padres? Es que no podía entenderlo.

—Preciosa, ¿estás bien? —me preguntó Kyle, entrando en la cocina.

—Sí, o eso creo. No, realmente no lo sé. ¿Una tía? ¿En serio mi padre
me ha escondido esto durante toda mi vida? Y un primo, ¡por el amor de
Dios!

—Tranquila. Vamos fuera a ver qué tienen que contarnos.


—Sí, porque después de esto… no volveré a mirar a mis padres a la cara.

Salimos fuera, pusimos café y cuando me senté Grace me preguntó si


estaba preparada para oírlo todo, a lo que contesté que sí tras dar un sorbo
de mi taza.

—Conocí a Lorenzo cuando todavía era el Príncipe de Arsolla, yo tenía


dieciséis años y él diez más. Me enamoré como una tonta, él coqueteaba
mucho conmigo porque sus padres y los míos eran amigos, a los diecisiete
me dijo que me escogería a mí como esposa, me quedé embarazada, y
cuando se lo dije, estando de tres meses, me dejó tirada. Escogió a Amelia
porque sus padres le dijeron que debía hacerlo, ella era princesa, yo ni
siquiera iba a heredar el marquesado, ese era para tu padre por ser varón.

Se le quebraba la voz, pero seguía hablando mientras Ian le cogía la


mano y la acariciaba con cariño.

—Hace mucho tiempo de todo eso, no entiendo que no me contaron nada


—dije.

—Y no lo hicieron, ni lo habrían hecho nunca, si no hubieras pasado por


esto. Alice, cuando mi familia se enteró de todo, me dieron de lado, me
echaron de casa y tuve que dejar todo cuanto tenía. Empecé de cero, sola,
embarazada y con diecisiete años. Encontré trabajo y salí adelante, bueno,
salimos adelante —le apretó la mano con cariño a Ian y él sonrió—. Tu
padre se encargó de que Lorenzo pagara por lo que le había hecho a nuestra
familia, más bien a la suya, ya que yo dejé de serlo en cuanto me pusieron
de patitas en la calle. Le hico jurar al entonces príncipe que, cuando hubiera
un heredero varón a la corona, se casaría con una de sus hijas. No importaba
si el heredero era el primogénito, el segundo o el tercero, pero debía casarse
con la hija que él tuviera. Y esa fuiste tú, Alice. Porque llegaste la primera,
y mi hermano obligó a tu madre a no tener más hijos, por miedo a que fuera
otra niña y hubiera disputas entre ambas por ser la futura Princesa de
Arsolla.

—No me lo puedo creer… ¿De verdad me estás diciendo que mi padre


me condenó a esto antes de siquiera tenerme en mente?

—Sí, cariño. Lo siento mucho, es culpa mía que tú…

—¡No! No, por favor. No te culpes tú también de algo que no sabías que
iba a pasar. Esto es culpa de mi padre, de su mente perversa por querer ser
pariente de la realeza a toda costa.

—Lo siento, cariño, de verdad que sí. No merecías esto, tanto


sufrimiento…

Grace empezó a llorar mientras Ian la consolaba, no pude evitar que se


me saltaran las lágrimas por el dolor que veía en esa mujer.
Me levanté, acercándome a ella y tras ponerme en cuclillas dije algo que
me salió del alma.

—Tía, ¿puedo darte un abrazo?


Ella me miró, con una triste sonrisa, asintió y me acogió entre sus brazos
dándome besos en la sien. Ese gesto que tantas veces había esperado de mi
madre y nunca tuve. Ahora entendía por qué, ella posiblemente me culpara
por haber nacido niña, ya que eso la condenó a no tener más hijos.

—Entonces —escuché a Kyle a mi espalda—, si usted…

—Por favor, no me trates de usted, que debes tener la edad de mi hijo —


contestó ella.

—Sí, somos de la misma edad —dijo él sonriendo—. Grace, si tuviste


una relación con Lorenzo, entonces Ian…

—Por legado, la corona me pertenecería a mí —contestó él.

—No puede ser cierto, esto es —no dije más, me quedé sin palabras.

—Un escándalo en toda regla, prima —fue entonces cuando se quitó las
gafas de sol, para guiñarme el ojo, y lo vi.

El parecido con el Rey Lorenzo era visible, pero con Fernán lo era aún
más. Había algunas diferencias, como es lógico pues había sacado algo de
la parte de su familia materna, pero Fernán tenía mucho de este hombre que
había en mi casa, su hermano mayor.

Todo me parecía una locura, pero ante mis ojos tenía a una mujer que
perdió todo en la vida por enamorarse de un hombre que no lo merecía.
Seguimos charlando y me contó que nunca se casó, no quiso saber nada
más de los hombres y se centró en su hijo, el único y verdadero amor de su
vida.

Tampoco quiso tener noticias de su familia, que nunca se molestaron en


buscarla para saber si necesitaba algo. Fueron simplemente Grace e Ian
Mergara, una pequeña familia que siempre mantuvo que ella quedó
embarazada de un hombre que nunca quiso volver a saber de ella, la única
verdad que había.

Podría haber mentido, decir que quedó viuda muy joven o cualquier otra
cosa, pero quería que, si alguna vez ese hombre daba la cara y decía la
verdad, todo el mundo supiera la clase de persona que tenían en su reinado.

Y lo mismo había pasado con el hijo.

—Alice, ¿es posible que te quedaras embarazada de tu esposo, cariño?


—me preguntó en un tono de lo más preocupado y maternal mientras
preparábamos la cena, puesto que quería que pasaran ese tiempo con
nosotros, y es que Kyle y mi primo habían congeniado muy bien.

—No, tía, tomaba pastillas a escondidas de todos.

—Chica lista, ojalá yo lo hubiera sido también.

Me dio un abrazo de esos que te hacen saber que todo va a estar bien,
que, pase lo que pase, siempre estará ahí contigo, apoyándote, a tu lado en
todo lo que quieras hacer en la vida.

Eso que mi madre debería haber hecho y jamás mostró interés alguno.

Aquel día fue, desde que me casé, uno de los mejores de mi vida. Había
perdido la confianza en mis padres, aunque ya lo había hecho cuando no me
ayudaron a impedir mi boda, pero había ganado una tía que estaba segura se
portaría conmigo como una madre, y un primo que no me cabía duda que
sería ese hermano mayor que me protegería siempre.

Me despedí de ellos después de cenar con una promesa, la de volvernos a


ver, recuperar tiempo perdido y ser la familia que debíamos ser.
Capítulo 15

Habían pasado varios días desde que fui conocedora de la verdadera


historia que desencadenó mi boda, odiaba a mis padres por ello, por todo, es
más no había tenido más noticias de ellos y tampoco las quería tener.

Kyle fue mejorando y aunque el dolor de ese vídeo lo llevaba impreso en


su mente, al menos ya iba sonriendo.

Ese día teníamos la sentencia del juez que fue pública y mediática.
Treinta años de cárcel para Fernán, me tenía que indemnizar por varios
motivos con diez millones de euros más y a Kyle con el restante hasta
medio millón de euros, unas cantidades desorbitadas, pero acorde a la
situación.

Decidimos que a partir de ese momento buscaríamos la finca que tanta


ilusión me hacía y haríamos nuestra vida en un lugar tranquilo, fuera de
todo lo mediático ya que nos habíamos convertido en noticia y sí, nos
reconocían como pareja y el pueblo nos apoyaba, nos mencionaban como
que era una de las historias de amor más bonitas jamás contada donde el
guardaespaldas la salva a ella de las jarras del ogro.
Más de una vez que salíamos a comprar o a hacer alguna gestión la gente
nos paraba para transmitirnos su apoyo y su cariño, era gratificante saber
que nos habían comprendido.

Ese día me llegaron unos paquetes que había pedido por Internet, ese día,
además que era para ese día, pero pensé que llegaría antes y la decisión
judicial firme después, además con la grata sorpresa de que ya estaba
oficialmente divorciada.

No le enseñé los paquetes y arqueó la ceja, le dije que aún no los podía
ver y que necesitaba que a las ocho se metiera en el baño y me dejara sola
un rato, negaba sin entender nada, pero sonreía y me abrazaba.

Preparé corriendo un pescado con verduras que metí en el horno, yo ya


me había duchado así que me puse ese body negro que me había comprado,
ese era mi regalo. Quería ponerme sexy, comenzar una vida nueva dejando
atrás todo, un punto y aparte, sentirme como me sentía, que era deseada y
amada y, cómo no, darle un puntito a esa pasión que nos llenaba pero que le
veía ciertos miedos, es más, siempre me lo hacía mirándome a la cara, no
podía de otra manera pues pensaba que me iba a hacer daño y yo quería
romper todos sus miedos.

Preparé la mesa con velas, un vino especial que también me trajeron y


metí envuelto en la nevera para que no lo viera y cuando estaba todo listo lo
hice salir.

Al verlo todo y a mí, se le escapó una preciosa sonrisa.


—Estás… —hizo un carraspeo y me agarró por la cintura.

—Primero la cena —le hice un guiño y lo besé.

—No sé si podré cenar sin acariciarte.

—Claro que podrás —sonreí pegándome a él mientras apretaba mis


nalgas entre besos y sonrisas.

Sirvió el vino y nos sentamos a cenar, entre miradas cómplices y esas


sonrisas que no dejaban de aparecer en nuestros rostros.

—Kyle, quiero que disfrutes de mí sin miedos, que me toques sin temer
que me vas a hacer daño, quiero que disfrutemos olvidando lo que pasó.

—¿No te hago disfrutar? —preguntó preocupado.

—Muchísimo, me haces tocar el cielo, pero sé que, por ejemplo, no te


atreves a hacérmelo desde atrás, no me refiero a mi trasero, tú ya me
entiendes… —reí volteando los ojos.

—Necesito ver en tu mirada que estás bien.

—¿Crees que si no lo estuviera no te lo diría? Tengo contigo plena


confianza, pero quiero que dejemos ya de una vez los miedos, que lo
hagamos como cualquier pareja que saca su fogosidad al cien por cien —
agarré su mano por encima de la mesa y este me acarició con la yema de sus
dedos.

—Vale, lo intentaré.

—No, no lo intentarás, lo harás, quiero verte en total plenitud, sentirte al


cien por cien sin tener que evitar nada por tus suposiciones, quiero disfrutar
de todo contigo.

—Estás provocando que no te deje terminar la cena —me hizo un guiño


y me sacó una carcajada.

—Entonces voy por buen camino.

—Estás preciosa con ese body.

—Quiero estar sexy —volteé los ojos.

—Lo estás, muy sexy, la más sexy del mundo.

—Pues quiero que me lo demuestres.

—Lo haré.

Cenamos y nos bebimos esa riquísima botella de vino y luego se levantó


y me extendió las manos, me llevó hasta él, me pegó con deseo y
mordisqueó mi labio.
—¿Preparada?

—Por supuesto —sonreí sonrojándome.

Me cogió en brazos y rodeé mis piernas en su cintura, me llevó hasta la


habitación devorándome a besos que me encantaban con esos mordisquitos
que solo él sabía dar.

Me tumbó sobre la cama y se deshizo del body, comenzó a mordisquear


mis pezones como nunca lo había hecho, me encantaba esa sensación y me
ponía de lo más excitada, luego fue bajando y comenzó a lamer mis partes,
a penetrarme con sus dedos sin miedo, a hacerme correr de forma
desmesurada y ahí comprobé que estaba saliendo de Kyle, esa versión que
tanto deseaba.

Lugo me giró y me puso a cuatro patas, me penetró agarrándose bien a


mis caderas y me lo hizo de una forma única, yo no dejaba de gritar y jadear
de placer, me estaba haciendo vivir un frenético momento.

Llegó a un orgasmo donde los dos caímos hacia delante, fue brutal,
comenzó a besar mi cuello y yo me giré y me abracé a él.

—A partir de ahora te quiero al cien por cien, ¿entendido?

—Dame tiempo —sonrió y me besó.


Y eso quería, disfrutar plenamente de ese hombre que se había
convertido en mi gran amor, en el amor de mi vida, sin duda, no concebía
una vida sin él…
Capítulo 16

Un año después.

Un año había pasado de esa maldita boda, un año y ahora estaba de


nuevo mirando por la ventana viendo a los invitados, a esos pocos que me
iban a acompañar ese día.

—Estás preciosa mi niña —dijo mi tía emocionada, abrazándome por


detrás y mirando por la ventana también.

—Estoy feliz —me giré y las lágrimas comenzaron a brotarme.

—Lo sé, hija, lo sé —se puso a secarme con un pañuelo las mejillas para
no estropear el leve maquillaje que llevaba.

—Ojalá hubieras estado antes en mi vida, me has dado en un año más


amor que mi propia familia en todos los años que tengo.
—Ojalá preciosa, ya sabes que te has convertido en mi debilidad y que
por ti y por tu primo doy la vida.

—Lo sé, tita, lo sé.

—Y hoy tienes al hombre más bueno del mundo esperando para


convertirte en su mujer.

—Sí, no me imagino una vida sin él, se desvivió cada día por hacerme
feliz, lo dio todo por mí y me hizo conocer el verdadero significado de la
palabra amor.

—Te ama con locura.

—Sí, creo que la vida después de todo lo malo que me hizo pasar me
tenía preparado el mejor regalo. A veces pienso que tenía que pasar por
todo eso para llegar hasta él.

—No recuerdes más lo malo, tienes un futuro precioso a su lado y el mal


nacido aquel está donde tiene que estar, entre rejas.

—Sí, pero duele, a veces me vienen recuerdos y duele mucho, jamás se


lo digo a Kyle, pero no terminan de desaparecer de mi mente.

—Entiendo que no se lo quieras decir, se quedó muy tocado y le costó


superar lo del vídeo, lo pasó muy mal durante mucho tiempo.
—Aún recuerdo sus pesadillas y ataques de ansiedad…

Dos golpes en la puerta cortaron la conversación y mi tía fue a abrir.

—Vengo a por la cuñada más guapa del mundo —dijo el hermano de


Kyle, acercándose a mí y ofreciéndome su brazo para llevarme hasta su
hermano—. Estás preciosa, aún estamos a tiempo de fugarnos y dejar al
novio tirado —bromeó.

—No, hijo no —saltó mi tía riendo—. A mi niña te la llevas junto al


hombre que ama y que vivieron una pesadilla, antes de llegar a tan bonito
momento.

—Claro tía Grace —le dijo mi cuñado que desde hacía tiempo la llamaba
así—. Ahora mismo la llevo, lo que usted me diga va a misa —le hizo un
guiño, ella le dio una colleja y me tuve que echar a reír.

La boda era en nuestro hogar, la finca que compramos cinco meses atrás,
una preciosa casa con un terreno amplio para agrandar nuestra familia y que
los niños corretearan por allí, además de dedicarnos a una vida tranquila en
el campo, eso era lo que queríamos.

La boda se celebraba en una carpa que pusimos en el jardín, tanto el


enlace como la ceremonia, ya que habíamos preparado un altar precioso.

Nos iba a oficiar la boda el presidente del Gobierno, sí, había estado muy
pendiente de nosotros todo el tiempo y su mujer hizo muchas migas
conmigo, aparte de ellos, los demás invitados eran amigos de Kyle y algún
familiar por parte de sus fallecidos padres, además de mi tía y mi primo Ian.

Para ese día elegí un vestido muy diferente al de la maldita boda anterior,
esta vez era de encaje hasta los codos, cuello de barco, ajustado hasta la
cintura y una caída en gasa, era precioso y llevaba el pelo completamente
suelto con blondas.

Cuando Kyle me vio aparecer del brazo de su hermano, rompió a llorar,


cómo no, y yo detrás. Su hermano me acariciaba la mano mientras yo
temblaba llorando, caminando hacia él.

Cuando llegué hasta él, me tomó de las manos ante la emoción de los
pocos invitados que había.

—Estás preciosa —se echó a llorar más fuerte aún y todos aplaudieron
mientras nos fundimos en un precioso abrazo—. Te voy a cuidar toda mi
vida, mi niña —murmuró entre sollozos en mi oído.

—Te amo más que a mi vida, Kyle, gracias por haberme dado todo
cuando no tenía nada.

—Mi vida es para ti, está en tus manos.

Lo volví a besar y nos giramos para que nos oficiaran ese enlace corto
pero precioso en el que nos dimos el “sí quiero” y nos fundimos en un
apasionante beso que duró bastante, pero no podíamos dejar de hacerlo.
Nos hicieron un pasillo donde nos lanzaron pétalos de flores y nos dieron
dos copas de champán con las que brindamos y luego lanzamos hacia atrás.

Ya éramos marido y mujer, ahora sí, de un precioso matrimonio en el que


los dos dimos el “sí quiero” de manera voluntaria y con todo el amor que
nos teníamos el uno hacia el otro. ¿Se podía ser más feliz?

Fue un día íntimo, precioso, pasamos toda la jornada entre comidas y


bebidas, había contratado dos camareros, además toda la comida y bebida la
trajo una empresa especializada en eventos.

No me podía creer que estuviera escuchando las primeras notas de piano


de esa canción en concreto.

Kyle me cogió la mano, hizo que me levantara y me llevó hasta el


improvisado escenario en el que tendría lugar nuestro primer baile como
marido y mujer.

«Look into my eyes. You will see what you mean to me»

Y eso hice, miré a los ojos al hombre al que acababa de jurarle amor el
resto de mi vida, y mil vidas más si fuera necesario. Gustosa renacería una y
otra vez para encontrarlo a él en mi camino. Si pudiera evitar el dolor por el
que pasé desde un principio, lo haría, pero estaba claro que, para llegar a
este momento, a tener junto a mí al hombre que me cuidaría el resto de sus
días, debía de pasar por ese sufrimiento que no querría repetir.

«Take me as I am. Take my life. I would give it all. I would sacrifice»


Con nuestras manos entrelazadas y pegadas a su pecho, mientras con la
otra sostenía mi cintura y yo su hombro, así empezamos a balancearnos
lentamente al son de la canción.

Esa voz rasgada hacía que se me erizara la piel, la letra calaba en lo más
hondo de mí y es que… ¿Cómo no iba hacerla nuestra?

¿Cómo no pensar que esa canción fue escrita para Kyle y para mí? Cómo
negar que, con todo lo que habíamos vivido, no iba a convertirse en nuestra
canción, esa que toda pareja tiene porque representa cuanto han vivido, o el
momento justo en el que se conocieron.

Kyle lo había dado todo, había antepuesto su trabajo, su vida, a mi


seguridad en el peor momento de la mía.

Me salvó de lo que sin duda para mí era una muerte segura porque, en
más de una ocasión, fue eso lo que se me pasó por la cabeza, pero llegó él,
mi héroe particular, sin capa, pero con traje y corbata.

Con sus gafas de sol para que no le viera el dolor que se reflejaba en sus
ojos cuando me veía rota por el daño, tanto físico como psicológico, que
había padecido en manos de quien debería cuidarme.

Kyle me demostró que el amor, el bonito y de verdad, existe con la


persona adecuada.
Solo él supo cómo hacerme sentir especial, querida y protegida. Solo él
pudo conseguir que deseara que un hombre me besara, me acariciara y me
tocara de esa manera tan íntima que lo hace un marido con su mujer.

Solo él, y nadie más que él, es el verdadero amor de mi vida.

«Everything I do, I do it for you»

—Gracias, mi amor —digo sin apartarme de su pecho.

—¿Por qué, preciosa?

—Por llegar a mi vida justo cuando más necesitaba una señal que me
dijera que merecía la pena seguir luchando, seguir hacia delante.

—No tienes que darlas, no por eso. Lo haría una y mil veces más, porque
me enamoré de ti y no podía consentir que fueras infeliz y sufrieras como lo
estabas haciendo.

Sentí que no podía controlar las lágrimas y lloré mientras él me abrazaba


con más fuerza.

—Te quiero, Kyle —le aseguré mirándolo a los ojos, esos en los que me
gustaba perderme cuando estábamos juntos.

—Lo sé, sé que me quieres, pero no imaginas cuánto te quiero yo a ti.


Se inclinó para besarme y me olvidé de todo, del mundo que nos
rodeaba, de los invitados, y me centré en esa canción que formaría parte de
nuestra historia mientras estuviéramos juntos en este mundo.

Porque el amor, cuando es verdadero, es mucho más fuerte que cualquier


miedo.

Fue el día más feliz de mi vida sin duda, donde el amor estaba presente,
esos deseos que sentíamos el uno hacia el otro y toda una historia que
quedaba atrás para dar paso a un nuevo capítulo donde el respeto, el amor y
todo era lo que iluminaba nuestro futuro, ese que estábamos comenzando a
crear con tanta ilusión y cariño.

Cuando se fueron marchando los invitados quedamos solos él y yo, la


noche era preciosa, me eché un chal por los hombros y nos quedamos en un
columpio balancín sentados tomando una copa, yo con mis piernas en su
regazo mientras él, las acariciaba con mucho mimo.

—Soy tu mujer —dije jugueteando con la copa en la mano.

—Eres el amor de mi vida…

—¿Para toda la vida? —me mordisqueé el labio.

—Y para lo que haya más allá —levantó mi pierna y comenzó a


mordisquearla.
Me eché hacia atrás en el balancín y se puso entre mis piernas dejando el
voluminoso vestido por mi cintura, mientras con sus labios mordisqueaba
mi entrepierna e iba bajando mi braguita, ahí, en la intemperie.

Tiró de mis manos y me sentó a horcajadas sobre él.

—Me dejas sin braga y no te desabrochas el pantalón. ¿Estoy castigada?


—carraspeé aguantando la risa.

Me levantó en brazos y me llevó hacia dentro.

—Estaba a punto de liarla, pero pensé que te podías constipar —


carraspeó llevándome a la habitación.

—Bueno si a cambio me llevo una alegría en mi cuerpo, no me


importaría.

—A mí sí, te quiero sana y feliz —me puso de pie ante la cama y se


deshizo de mi vestido, con ese cariño y deseo que solo él sabía hacer, nada
que ver con el mal momento que tuve que vivir la vez anterior.

Lo hicimos con aquella pasión que sentíamos en todo momento y es que


mi vida al lado de mi ya marido era de lo más tranquila, sensual y
romántica, era como tocar el cielo con las dos manos…
Capítulo 17

—Vamos dormilona que nos tenemos que ir.

—¿Ir a dónde? ¿Y esa prisa mi primer día de casada? —protesté


poniendo la almohada sobre mi cara.

—De luna de miel —carraspeó quitándomela y haciéndome cosquillas.

—¿Luna de miel? ¡Qué dices! ¿Dónde? ¿Cuándo?

—Ahora, así que haz las maletas ya, voy preparando el desayuno, las
mías hace un rato que las hice mientras te dejaba dormir.

—A mi dame una pista para saber qué meto.

—Ropa de verano, bañadores y no preguntes más —carraspeó.

—¿Y no me vas a decir más nada? —Me crucé de brazos.


—Ve haciendo las maletas, te espero en la cocina.

—¿¿¿Y ya???

—Aligera —sonrió y se fue hacia la cocina con ese secreto que había
puesto mi día patas arriba.

Comencé a echar un poco de todo por si acaso, de lo otro por si acaso


también y más de lo de, por si acaso, y es que nunca había ido de viaje, así
que, por si acaso, puse dos maletas a reventar. Maletas que ni sabía que
había comprado mi ya marido y que eran preciosas en tonos pastel.

Me duché de lo más entusiasmada y es que no se imaginaba lo contenta


que me había puesto el saber que iba a viajar, bueno sí lo sabía y por eso lo
había hecho y es que me conocía mejor que a nadie y sabía cómo conseguir
hacerme feliz.

Salí a la cocina con un vestido blanco por las rodillas y de tirantes, me


favorecía mucho y nada más verme me lo dijo.

—Estás preciosa.

—No tanto como tú.

—¿Yo también estoy preciosa? —me sacó una carcajada.

—No tonto, estás precioso —me acerqué a besarlo.


—Siéntate te preparé unas tostadas de mantequilla con la mermelada que
hizo tu tía.

—¡Qué rico! —gemí con el primer bocado.

—¿Sabes?

—Dime, marido mío —me encantaba esa palabra.

—Estoy loco por llegar al destino, disfrutar del lugar, de ti, de nosotros…

—Eso no vale, me tienes súper intrigada. ¿Alguna pista?

—No, ninguna —se echó a reír tras hacerme uno de esos guiños que
conseguían derretirme.

—Eres un poquito malo de marido, ¿eh? —le saqué la lengua.

—No me digas eso que me echo a llorar —negó riendo.

—Sabes que no —me levanté y fui a abrazarlo—. Tengo el mejor marido


del mundo.

—Lo sé cariño, sabes que quiero lo mejor para ti.


—Lo sé —le di un beso muy fuerte y me senté a seguir desayunando,
mirándolo con la baba caída y es que así me tenía todo el día.

Terminamos de desayunar y metimos las maletas en el coche, fuimos


directos al aeropuerto. Estaba de lo más nerviosa ya que jamás me había
montado en un avión.

—¿En serio, amor? —pregunté incrédula en la zona de facturación


viendo el destino que no era otro que, Bora Bora.

—Allí no nos va a conocer ni Dios —murmuró en mi oído, causándome


una risa.

—¿Bora Bora? —pregunté riendo a carcajadas.

—Bora Bora… —Arqueó la ceja.

Mi sueño, lo había visto en un montón de documentales online que tanto


me gustaban ver sobre sitios exóticos.

Entramos hacia la zona de embarque y la gente nos iba saludando, era


increíble como nos reconocían, hasta nos pedían fotos, eso me sabía un
poco mal pues me daba mucha vergüenza, pero no podía negarme a algo tan
simple como conseguir sacar una sonrisa a aquellos que me habían apoyado
en mi vida que sin querer fue de lo más mediática, pues para ellos fui su
princesa.
A la hora de embarcar nos hicieron pasar los primeros y es que, aparte de
que íbamos en clase primera, nos habían dejado la compañía una zona solo
para nosotros que era para personalidades. Nos quedamos asombrados,
agradecimos el trato y nos dijeron que ahí íbamos a ir más cómodos y de
forma íntima.

Los vuelos fueron cómodos y confortables, pero eso sí, para llegar allí
tuvimos que hacer dos escalas, cada una de no más de tres horas, eso nos
daba para estirar las piernas y andar un poco, pero el destino estaba claro
que iba a merecer la pena, así que con ilusión hicimos esos trayectos que
duraron casi un día entero.

Llegamos a la isla reventados de estar acostados, sentados y demás, pero


la maravilla de ese lugar nos hizo llenarnos de energías y es que esas aguas
cristalinas y las cabañas sobre el mar con piscina en sus propias terrazas
eran más que una pasada, era un sueño.

Nos acompañaron por un camino de madera que iba desde la orilla a la


cabaña, nos llevaban en un carrito las maletas, yo solo veía esa preciosa
piscina en cada una de ellas y unas vistas impresionantes donde quisiera que
mirara.

Nos explicaron todo y nos dejaron allí con unos cócteles de recibimiento
y una bandeja de frutas.

Había de todo en la habitación, nevera con bebidas, maquina de hielo,


maquina de café con monodosis, leche, refrescos, bolsas de snacks, de
patatas, bombones… No faltaba detalle y encima servicio de comidas a la
cabaña, aunque el lugar tenía restaurantes, piscinas, bares, zonas de ocio. A
aquel lugar no le faltaba ni el más mínimo detalle para ser lo que era, todo
un paraíso.

Brindamos y comenzamos a sacar las cosas de las maletas e ir


colocándolas.

Miraba hacia fuera y ver esa agua cristalina rodeada de tanta belleza, me
ponía la piel de gallina y es que aquello era un marco indescriptible.

Kyle me agarró por detrás y me pegó contra él.

—Te lo voy a hacer todos los días mirando hacia el mar —murmuró en
mi oído sacándome una sonrisa de esas que te dejan el cuerpo temblando de
solo imaginarlo.

—Estoy deseando que empieces —eché mi cabeza hacia atrás.

—¿Segura? ¿Te quedan fuerzas después de un viaje tan largo?

—Ni que hubiera venido andando… —reí mordisqueando mi labio


cuando vi que su mano comenzaba a meterse por debajo de mi pecho.

—Ummm me estás provocando.

Eso quiero, que te sientas así —me mordisqueé el labio con ese pellizco
que le había dado a mi pezón y reaccioné pegando mis nalgas a su
miembro.—

Su mano se metió por debajo de mi vestido y luego en el interior de mi


braga para llegar con sus dedos a penetrarme, mientras me sujetaba con la
otra mano que jugueteaba con mi pecho.

Me giró, me recostó sobre la cama y comenzó a desnudarme mientras


mordisqueaba y lamía cada parte de mi cuerpo hasta recrearse en esa zona
con la que me llevó al primer orgasmo en aquella maravillosa isla.

Luego lo hicimos entre risas y sí, es que se puede estar excitada y


sonriendo cuando la persona que tienes frente a ti es la que hace que el
motor de tu vida esté activo de forma positiva y constante. Es aquella
persona que con solo mirarte es capaz de derretir la sangre de tu cuerpo, es
aquella que mientras te lo hace te hace sentir la mujer más sensual del
mundo. Así era Kyle, un hombre que con solo mirarme ponía mi cuerpo a
flor de piel.

—Ahora vamos a bajar las escaleras y a darnos un chapuzón en esas


aguas cristalinas, ponte el bañador —mordisqueó mi labio.

—Verás —apreté los dientes— hay un pequeño problema.

—No te entiendo…

—Ajá, lo sé, pero es que…


—Me estás asustando.

—No se nadar y jamás me metí en el mar —me puse las manos en la


cara y lo escuché reírse, vamos que yo estaba también muerta de risa.

—¿En serio? —Apartó mis manos de la cara y vi su sonrisa incrédula.

—Te lo prometo —volví a apretar los dientes.

—Bueno, me has dejado de piedra, pero eso lo solucionamos, tú confías


en mí, ¿verdad?

—No, para meterme en el agua no —solté causando un ataque de risa en


él.

—Ponte el bañador, anda.

—No, yo no me meto ahí, me muero antes.

—No me hagas llevarte desnuda…

—Negociemos —carraspeé santiguándome.

—No hay nada que negociar, te vas a dar un baño conmigo y vas a sentir
el placer que da el mar.

—Lo cambio por otro como el de ahora —dije refiriéndome al sexo.


—No, vamos para el agua —me levantó de la cama y yo me quería morir
directamente, era preciosa aquella estampa, pero para verla de lejos.

Se puso a buscar en el cajón y sacó un bañador negro precioso que


compré para tomar el sol en la finca, me lo puso mientras yo hacía lo
imposible por no ponerlo, no quería meterme en el mar y es que me daba
terror.

Me cogió en brazos y comenzó a bajar las escaleras de madera.

—¡Socorro, me ahogo! —chillé a pleno pulmón mientras él negaba.

—Todavía no nos hemos mojado ni las plantas de los pies, ¿cómo qué te
ahogas? —reía negando.

—¡No quiero morir! —grité más fuerte.

—O te callas o te tiro hacia abajo —bromeó poniéndome más nerviosa y


me agarré de tal manera su cuello que por poco lo asfixio.

—No seas bruta, no te voy a soltar, relájate.

—Quiero subir a la cabaña —comencé a notar el agua por mis rodillas y


para mí eso era el hundimiento del Titanic.

—No, vamos a meternos hasta la cintura —reía sin parar.


—¡Tú me quieres desgraciar la vida!

—Bueno, eso no lo pensaste hasta ahora —seguía bajando.

—¡Quiero un divorcio inminente!

—Claro, ahora lo firmamos mientras nos damos un buen baño.

—¡Lo quiero ya!

—No mujer, cuando regresemos a Arsolla.

—¡¡¡Me ahogo!!!

—Claro que sí, ahora vienen y entierran tu cadáver.

—No estoy para bromas, estoy a punto de sufrir un desmayo y caer


desplomada de forma fulminante.

—Te tengo sujeta, no te pasará nada.

—¡¡¡Me muero!!!

Se puso a negar y reír, me agarré a uno de los laterales de la escalera y


me quedé en el último peldaño que había, ahí bien sujeta mientras él se
daba un chapuzón y a mí me temblaba todo el cuerpo de los nervios.
—Ven —me agarró por la cintura y yo me sujeté más aún al palo
rodeándolo con mis brazos.

—¡No quiero!

Agarró mis piernas y quedé estirada como Superman, pero no, no me iba
a soltar ni muerta de ahí, ya me veía muriendo ahogada como en las pelis.

—No seas tonta, no te va a pasar nada, ven conmigo, no te soltaré.

—No, no, no, a mí me dejas aquí agarrada.

—Alice…

—Ya no soy tu mujer, me voy a divorciar.

—Vale, pero antes nos damos un bañito.

Intenté subir escaleras, pero me agarró y me puso en su cintura, con el


agua justo por ahí, lo abracé tan fuerte por el cuello, que casi lo ahogo.

—No te voy a dejar ir hasta que sientas el placer de lo que es nadar…

—¿Nadar? ¡Estás loco!

—Sí, en mis brazos.


—Ni en los tuyos ni en los de nadie —comencé a toser como si me
ahogara.

—Tengo todo el tiempo y la paciencia del mundo.

—¡Asco de luna de miel!

—No seas más niña pequeña, anda, abrázame bien y disfruta de esto.

—Quiero subir a la cabaña —puse cara de tristeza y comenzó a andar por


el mar conmigo encima.

—Mira te llega aquí por la cintura, no te puedes ahogar, ponte de pie


sujetando mis manos.

—¿Y si viene un tiburón?

—No hay tiburones —se echó a reír.

—Claro que los hay, muchos, he visto en las peli comerse a los turistas.

—Yo si que te voy a comer a ti —dijo bajándome y lie mis piernas en la


suya mientras él reía.

Y, poco a poco, consiguió que me relajara ahí de pie, luego cogió mis
manos para que flotara y nadara por la orilla y…
—¡Me gusta esta sensación!

—Menos mal —volteó los ojos —, después de la que has liado —se echó
a reír.

Costó, pero fui disfrutando de ese primer contacto y baño con el mar.
Tenía razón, era una de las sensaciones más bonitas que había vivido en mi
vida y, sobre todo, viendo esos pececillos de colores en pequeños bancos
nadando a nuestro alrededor.

Tras el baño nos fuimos a pasear y tomar algo por las instalaciones,
comimos en un restaurante de la playa donde nos pusieron unas verduras a
la brasa que estaban de lo más sabrosa, así como un pescado fresco que
estaba delicioso, aquello era una maravilla y ahí estábamos nosotros,
dispuestos a vivirla.

Poco a poco, me iba soltando y nadaba a mis anchas, incluso compramos


unas gafas y tubos para flotar viendo aquellos arrecifes de coral y todo lo
que el fondo marino nos regalaba que no era poco.

Lo pasamos bomba en la cabaña donde comíamos algunos días o


desayunábamos con las mejores vistas del mundo, así como nos dimos más
de un baño en la piscina donde, por supuesto, lo hicimos más de una vez.

Las noches en la isla eran preciosas, llena de luces y con esas estrellas
que formaban un manto sobre nosotros y que nos quedábamos mirándolas
durante muchos ratos, en silencio, abrazados, escuchando el ruido del mar
sobre la orilla. Aquello era un sueño hecho realidad junto al hombre que
más amaba de este mundo.

Los días pasaron volando, como todo lo bueno pasa en la vida, pero lo
vivimos por instantes donde las risas, el romance y la felicidad no faltaron
ni un solo segundo de aquella preciosa luna de miel.
Capítulo 18

Habían pasado cinco meses de nuestra boda, y estábamos preparando las


que serían las primeras Navidades de casados en la nueva casa.

Estábamos los dos como locos por pasar estas fiestas, además lo
haríamos con su hermano Kevin, mi tía Grace y mi primo Ian.

Unas Navidades en familia, nada mejor que eso.

Yo me sentía como una niña pequeña, todo me hacía ilusión, habíamos


comprado de todo para la decoración, incluso un árbol natural que llevaría
una estrella que Kyle conservaba de cuando su madre la ponía en su casa.

Acababa de recibir el paquete de lo que había pedido unos días antes y


estaba abriéndolo cuando apareció mi marido que venía de dar de comer a
los perros que habíamos acogido con nosotros.

—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad.


—Una cosita que pedí para los cinco —omití lo otro que había pedido
puesto que sería una sorpresa para él, bueno, para él pero que disfrutaríamos
los dos.

Saqué el suyo y se lo enseñé, se le dibujó una sonrisa en la cara y negó al


tiempo que se sentaba a mi lado en el sofá.

—¿No te gusta? —pregunté arqueando la ceja.

—Claro que sí, preciosa, es muy bonito.

—Cada uno tenemos el nuestro para estas primeras Navidades, y según


vayamos aumentando en la familia, todos tendrán en suyo.

Había encargado unos preciosos calcetines rojos con el borde blanco en


el que habían bordado nuestros nombres, y en el lateral de cada uno había
una figura típica de estas fechas.

Para Kyle un Santa Claus, para Kevin un reno, el de tía Grace tenía un
muñeco de nieve, el de Ian un árbol de Navidad y el mío un bastoncito de
caramelo.

Los colgué en la chimenea e hice una foto que mandé a mi tía, me


contestó que le encantaban y que estaba deseando pasar esos días con
nosotros.
Y yo también, sabía que serían las mejores de mi vida, al menos hasta la
que llevaba viviendo, porque a partir de aquí solo podían ir a mejor.

Entre Kyle y yo estuvimos ese día decorando la casa, luces dentro y


fuera, guirnaldas, bolas, todo tenía un ambiente navideño de lo más bonito.

Preparamos las habitaciones para nuestra familia y empezamos a hacer la


lista de lo que necesitaríamos para la cena de Nochebuena, que era al día
siguiente.

La casa contaba con seis habitaciones, por lo que podíamos acoger


durante estas fiestas a los tres seres queridos que teníamos cerca.

Después de organizar la lista de la compra, preparamos la cena y nos


fuimos a la cama, la mañana siguiente se presentaba movidita.

Y así fue, una locura comprando todo lo que necesitábamos, y algunos


regalos que nos faltaban para colocar en el árbol.

Cuando volvimos a casa ya estaban esperándonos, por más que les


dijimos que no era necesario que vinieran desde por la mañana, no hicieron
ni caso.

Mientras Kyle y yo guardábamos la compra, ellos fueron a instalarse a


sus habitaciones, y en cuanto regresaron empezamos a preparar entre todos
la comida.
Nada más acabar el café nos pusimos manos a la obra para organizarnos
con la cena.

Poco antes de sentarnos a la mesa, nos dimos una ducha y nos


arreglamos para celebrar aquella noche tan especial.

La casa olía a Navidad, al asado que mi tía había preparado, a los dulces
que compramos por la mañana, se respiraba un ambiente de lo más
navideño.

Cuando regresé al salón Kevin estaba trasteando con su móvil, y es que


lo había conectado a los altavoces de la televisión para poner villancicos
mientras cenábamos.

—Estás en todo, cuñado —le dije dándole un abrazo desde atrás.

—Sí, pero te quedaste con mi hermano —soltó con el ceño fruncido.

—¿Otra vez intentando robarme a mi mujer, hermano?

—Kyle, no me diste tiempo a conquistarla, te la quedaste muy pronto.

—La conocí antes que tú, ¿recuerdas?

—Claro, como soy el pequeño siempre llego tarde.

—Toda la vida quejándose, vaya hermano —contestó Kyle entre risas.


—Tu favorito, me lo negarás encima.

—No tengo otro.

—También es verdad. Bueno, ¿cenamos?

Nos sentamos a la mesa y disfrutamos de aquella deliciosa cena entre


risas y charlas, planificando los días que estaríamos todos juntos en la casa.

Y es que Kevin había dejado el bar en manos de su encargada, por lo que


se cogió esos días como unas mini vacaciones.

Ian, que había seguido aquí en Arsolla con su negocio de exportación de


vinos a otros países, también se decantó por tener esos días de descanso, así
que la tía Grace, estaba encantada de tenernos a todos con ella.

—Quiero hacer un brindis —dijo ella levantando su copa—. Por todos


vosotros, la familia que la vida me debía.

Brindamos, tomamos el champán y tras comer unos dulces nos


despedimos hasta la mañana siguiente.

Mañana que llegó con la alegría de sentirnos todos en ese momento


como niños mientras abríamos los regalos.
Kyle me había comprado un reloj, además de unos pendientes y una
pulsera que me encantaron. Un abrigo, unas botas, y algo de ropa.
A la tía le hicimos un regalo entre todos, que no fue otra cosa que una
fotografía enmarcada del día de mi boda en la que estábamos los cinco, y
además le compramos una gargantilla con una medalla en la que le
grabamos nuestros nombres.

En ese tiempo ella se había convertido en madre y tía de todos nosotros.

A Ian le regalamos una pluma estilográfica con sus iniciales grabadas, y


a Kevin un reloj que llevaba tiempo diciendo que quería comprarse, pero
siempre lo dejaba para, como él decía, el día que tuviera libre, aunque eso
no era muy a menudo y cuando pasaba se dedicaba a descansar y a
organizar la casa.

Desayunamos chocolate y bizcochos que había preparado la tía cuando


se levantó bien temprano esa mañana, y tras eso empezamos a hacer la
comida.

El resto del día lo pasamos tranquilos en casa, al calor de la chimenea,


viendo viejas películas navideñas, tomando chocolate y algunos dulces.

Por la noche, después de cenar, me retiré antes para preparar la sorpresa


que tenía para Kyle.

—Uy, uy, me da a mí que esta noche aquí va a ver magia navideña,


hermano —dijo Kevin, cuando les di las buenas noches tras haberle
susurrado a mi marido que no se fuera muy tarde a la cama.
—Hombre, los niños no llegan por arte de magia, así que deja a la niña
que se lleve a la cama a su marido —la tía Grace me guiñó el ojo y rompí a
reír.

Entré en la habitación, saqué todo del armario y me preparé para esperar


a mi marido.

Cuando entró y me vio tumbada en la cama, cerró los ojos al tiempo que
sonreía y negaba.

—¡Que tengáis dulces sueños, tortolitos! —gritó mi cuñado desde el


pasillo.

Kyle se acercó a la cama sin dejar de mirarme ni perder esa sonrisa,


apoyó ambas manos y le vi gateando hasta que llegó a mí y me besó.

—¿De qué se ha vestido esta noche mi esposa?

—De elfo de Santa Claus —contesté con una sonrisilla.

Y sí, me había vestido de elfo, con mis medias a rayas rojas y blancas
que llegaban por encima de las rodillas, una mini falda con poquísima tela
en color verde con el chaleco a juego y un gorro rojo con un cascabel.

—Estás muy sexy —carraspeó y se inclinó para mordisquearme el


hombro.
A mí me entró un escalofrío por todo el cuerpo, que no pude hacer otra
cosa que rodearle el cuello y recostarme en la cama haciendo que él lo
hiciera sobre mí.

Sus manos me acariciaban ambas piernas mientras dejaba besos y


mordisquitos por el cuello y los hombros. Noté en mi entrepierna que se
estaba excitando ya que movía las caderas mientras rozaba su miembro con
mi sexo y aquello me ponía a mil.

Empecé a desnudarle y cuando tuve ese espectacular cuerpo frente a mis


ojos, me acerqué para cubrir su pecho de besos mientras bajaba acariciando
con mis manos.

—Cariño, no voy a aguantar ni medio minuto como sigas jugando ahí


con la mano —susurró mientras le acariciaba la erección.

—Entonces, señor elfo, quíteme solo la braguita y haga lo que desee —le
dije al oído antes de darle un mordisquito.

Kyle llevó las manos bajo la mini falda, cogió la braguita por la cinturilla
y fue bajándola despacio mientras sus ojos estaban fijos en los míos. Las
lanzó fuera de la cama, se sentó sobre sus piernas y tras cogerme por las
caderas colocó una pierna mía a cada lado suyo, me acarició ambos muslos
muy despacio y fue subiendo con una mano hasta mi sexo.

Allí tocó, acarició y penetró a su antojo hasta que me hizo gritar con
aquel orgasmo que me había dado.
No me había recompuesto cuando ya estaba sentada a horcajadas sobre
él, con su miembro en mi interior, apoyada en sus hombros y mirándolo a
los ojos mientras él, me subía y bajaba haciéndome el amor de esa manera
tan enloquecedora.

Caí desplomada sobre su hombro cuando acabamos los dos a la vez, pero
sabía que aquello no había hecho más que empezar, puesto que aún quedaba
noche por delante.

Los días que siguieron al de Navidad los pasamos todos juntos en casa,
preparando dulces, viendo pelis y series e incluso salimos a pasear por
Arsolla y poder disfrutar así del ambiente navideño que se respiraba en toda
la ciudad.

Llegó el día de despedir el año, y ahí estábamos los cinco ultimando la


cena antes de arreglarnos.

Kevin no dejaba de bromear con que un día me secuestraría para casarse


conmigo en secreto, decía que le había robado el corazón como hice con su
hermano, estaba loco a más no poder, pero a mí me encantaba, le adoraba y
le quería muchísimo.

Mi primo Ian siempre salía en mi defensa, asegurando que el día que él


hiciera semejante barbaridad, no pararía hasta encontrarnos y traerme de
vuelta.

La tía Grace ponía orden, como siempre, pero se reía de las ocurrencias
de uno y otro.
Cenamos, reímos, comentamos nuestros propósitos para el nuevo año y
cuando llegó la hora, lo despedimos con las tradicionales uvas.

—¡Feliz Año Nuevo! —gritó mi cuñado levantando su copa.

Nos abrazamos, besamos y brindamos por lo que estaba por venir. Ya


solo podían pasarnos a todos cosas buenas, lo malo había quedado atrás, el
dolor y el sufrimiento que nos rodearon a Kyle y a mí.

Cierto era que seguía estando, que lo estaría durante mucho tiempo, pero,
poco a poco, íbamos sanando juntos aquellas heridas que se abrieron por
culpa de una mala decisión de años atrás.

No culpo a mi tía pues ella sufrió mucho en aquel momento, culpo a mi


padre, por tener esa sed de venganza y el deseo de emparentarse con la
Familia Real a toda costa.

Pero ahora la vida nos sonreía a las dos, nos teníamos la una a la otra,
contábamos con mi primo Ian que en estos meses se desvivía por ser como
un hermano mayor para mí, y a Kyle, ese hombre que llegó a mi vida para
mostrarme que todo es posible.

Y Kevin, que estaba loco como dije, pero se le quiere, con su locura y su
ternura que de eso también va muy bien servido.

—¿Eres feliz? —preguntó Kyle, mientras recogíamos la cocina.


—Más de lo que crees. Y todo gracias a ti.

—Te quiero, preciosa. Te quiero con toda mi alma —me abrazó desde
atrás y apoyó la barbilla sobre mi hombro.

—Yo también, siempre serás mi héroe favorito —le besé la mejilla y le


acaricié la otra.

—¿Cuándo quieres que lleguen los hijos a nuestra vida? —aquella


pregunta me pilló tan de sorpresa, que lo miré y pensó que estaba asustada
— Hay tiempo, claro está, solo quería saber.

—Cuanto antes mejor. Cuando tú quieras, mi amor. Estoy deseando ser


la feliz mamá de tus hijos.

—Nuestros, porque los vamos a adoptar juntos.

—¿De verdad no te importa que no tengamos ninguno que hagamos


juntos? —Eso me rondaba siempre por la cabeza.

—Los hijos que adoptemos, los tendremos juntos. No hay que ser
pariente de sangre para saber qué quieres a alguien como parte tuya o de tu
familia. van a ser nuestros hijos, preciosa, y es lo que más deseo en el
mundo. Dar el amor y el cariño que esos niños necesitan.

—Si es que no te puedo querer más, de verdad que no.


Feliz, absolutamente feliz, así era como me sentía desde que Kyle llegó a
mi vida, convirtiendo los días más grises y oscuros en momentos que
guardar en el cajón del olvido.
Epílogo

Llevaba viviendo en la más absoluta felicidad ocho maravillosos años, en


esa finca que Kyle y yo compramos para construir nuestra vida, nuestro
futuro.

En ella tenía todo lo que había soñado, un huerto donde me gustaba


trabajar, varios perros y una pareja de caballos.

Además, tenía una familia preciosa, perfecta, con la que me encantaba


pasar disfrutando de cada minuto del día.

Después de que todo aquello quedara atrás, de que la verdad de mi


familia saliera a la luz y se siguiera un proceso en el que se reconocieron
muchas cosas, al fin pude empezar de cero.

Tras unas pruebas de ADN y algunos cambios, a mi primo Ian se le


reconoció como hijo legítimo del Rey Lorenzo, por lo que al ser el
primogénito tenía todo el derecho a ser el Príncipe de Arsolla y futuro rey.
Pero lo rechazó, dijo que llevaba cuarenta años viviendo de forma
humilde, que así es como había nacido, y no quería saber nada de esa
corona ni del hombre que había contribuido únicamente a poner una
mínima parte para que él naciera.

Ian era un Mengara, como su madre y yo, no un Russ.

El Rey Lorenzo se sorprendió ante la negativa de mi primo de aceptar


que debía ocupar su lugar en la línea de sucesión, y como no había tenido
más hijos con su esposa, Amelia, se quedaba sin heredero por
consanguinidad, por lo que debía buscar uno.

Tenía una hermana algunos años menor que él, por tanto, sus sobrinos
podrían optar a la corona, pero esa mujer nunca había podido tener
descendencia, así que la única posibilidad factible para el rey, era el sobrino
de su esposa.

Apenas un año después de todo aquello hicieron la ceremonia de


coronación para el sobrino de Amelia como Príncipe de Arsolla, un hombre
de treinta y cinco años del que no se conocía escándalo alguno y que, por lo
que habían podido averiguar sobre él, vivía más centrado en sus inversiones
que en líos de faldas.

Ian y su madre se trasladaron a Arsolla y es que mi tía Grace quería estar


cerca de mí, decía que tenía ese dolor en el alma, el de no haber podido
conocerme y verme convertida en la mujer que era cuando vio que yo me
casaba con Fernán.
La tenía cerca y se había convertido en esa madre que no tuve en mis
veinticinco años de vida.

De mis padres no supimos nada más, tan solo que poco después de todo
aquel escándalo, vendieron cuanto tenían y dejaron Arsolla. Mejor para mí,
el solo hecho de poder encontrármelos en cualquier sitio me ponía de mal
humor, y es que no quería saber nada de ellos, ya que no tuvieron la más
mínima decencia de preocuparse por lo que yo estuve viviendo en esa casa.

Kyle y yo nos casamos, una boda a la que no faltaron ni su hermano


Kevin ni mis dos únicos familiares, tía Grace e Ian.

Como habíamos hablado, empezamos con los trámites para la adopción


de nuestros hijos, y fue así como formamos nuestra familia, con tres
preciosos niños a los que adoptamos.

Eran tres hermanos que se habían quedado sin padres dos años antes.
Cuando conocimos al más pequeño, Ryan de tres años, nos enamoramos de
él.

Nos contaron que tenía dos hermanos más, Phoebe, de cinco años, y
Lewis de siete. Fuimos a verlos, y con tan solo unos minutos a su lado,
supimos que no podíamos separarlos y que queríamos que tuvieran una vida
llena de sonrisas, alegrías y amor.

Lewis fue un amor en cuanto llegó a casa con nosotros, siempre nos
agradecía que les hubiéramos dado un hogar a él y a sus hermanitos
pequeños, ya que no quería separarse de ellos.
Mucha gente que adopta busca un solo hijo de primeras, incluso en
ocasiones quieren que sean bebés.

Yo no iba a separarlos, quería que siguieran juntos y así fue como les
dimos el hogar en el que viven con nosotros desde hace siete años.

A Lewis le encantan los caballos, Ryan está siempre correteando y


jugando con los perros y a Phoebe, lo que más le gusta es estar conmigo en
el huerto.

Nos les falta de nada, nos encargamos de darles una buena vida además
del cariño y el amor que tanto Kyle como yo, tenemos para ellos.

Incluso Ian y mi tía Grace les consienten. Cada vez que vienen de visita
les traen algún regalo, pero, sobre todo, los quieren como si de sobrinos y
nietos respectivamente se tratasen, y así es como los llaman mis hijos, tío
Ian y abuela Grace.

Mi primo encontró el amor en la veterinaria que venía a visitarnos a la


finca para atender a los perros con sus vacunas y demás,

En uno de esos días en que mi tía y él vinieron a vernos, tocaba la


revisión de nuestra yegua y puedo asegurar que el flechazo fue instantáneo.

Casey, la veterinaria, tiene mi edad, llevaba viviendo en Arsolla apenas


un par de años cuando la contactamos para que viniera a ver a uno de los
perros que había enfermado y no queríamos moverlo de casa, congeniamos
muy bien y como ella estaba sola en la ciudad, le ofrecí nuestra casa
siempre que quisiera pasar una tarde desconectando del trabajo, y eso solía
hacer.

Me mandaba un mensaje o me llamaba y yo la recibía con los brazos


abiertos y un café. Ella traía los pasteles.

Mis hijos la adoraban porque, como ellos decían, era la doctora que
cuidaba de sus amigos, así que se convirtió en una más de la familia en
apenas unos meses.

Y cuando mi primo se quedó prendado de ella, no paró hasta conseguirla,


y es que ella venía de pasar por la pérdida de su novio de toda la vida, con
el que iba a casarse y un accidente se lo llevó siendo demasiado joven.

Mi primo tuvo con ella la misma paciencia que Kyle conmigo, cosa que
me hacía inmensamente feliz porque sabía que Ian, era un hombre
encantador, cariñoso y que daría la vida por las personas a las que quiere.

Ahora tengo una sobrinita, una niña adorable que hoy cumple tres años y
es la muñeca de la familia, y mi tía se muere por ella. Es la niña de sus ojos,
esa que, junto a mis hijos, le devolvió la sonrisa después de mucho tiempo.

Ahora, me encanta ver la casa llena de gente, tener mi familia y disfrutar


con ellos de esos momentos de felicidad y alegría que nos regala la vida.

Ian no fue el único en formar familia, mi cuñado Kevin se enamoró de


Tracey, una preciosa mujer de piel color café con leche que empezó a
trabajar con él en su restaurante. Ella era madre soltera, de un par de
gemelas de tres años que eran de lo más guapas y cariñosas, Sonya y Tessa.
Ahora tenían cinco años, llevaban uno y medio las tres en la familia y
también iban a venir al cumpleaños de su prima Kely.

Mi familia había crecido en estos años como no creí nunca posible que lo
hiciera.

—Mamá, ¿cuándo vienen los tíos y la abuela con Kely? —me preguntó
Ryan.

—No tardarán mucho. ¿Por qué, cariño?

—Es que quiero que la prima vea ya su regalo. Sé que le va a gustar


mucho.

Sonreí al escuchar a mi hijo pequeño y es que tenía razón, a la muñeca de


la familia le encantaban los perros, cada vez que venían a la finca se pasaba
todo el tiempo que podía jugando con ellos y con Ryan.

Los perros la adoraban, eran de lo más protectores con ella al verla tan
pequeña, como habían hecho con él y sus hermanos.

Una de las perritas acababa de tener cachorros un mes antes, alguno de


ellos ya lo habíamos dado en adopción, como me gusta decir cuando
teníamos una nueva camada, pero nos quedaban dos preciosos machos que
quisimos que fueran para Kely.
Ni mi primo, ni Casey, sabían que nos habíamos quedado con ellos para
que se los llevaran, pero sabíamos que les haría ilusión puesto que les
gustaron mucho cuando los vieron nacer.

Kyle y Lewis venían de dar de comer a los caballos, y Phoebe se cruzó


con ellos cuando salía del huerto de recoger unos tomates para preparar la
ensalada, además de manzanas para hacer un pastel y en eso estábamos
todos, en las tareas de cocina, cuando llegó el resto de la familia.

Ryan fue el primero en salir corriendo a recibirlos, mi tía le dio un abrazo


y mi primo lo cogió para sentarlo sobre sus hombros como hacía desde que
apenas les llegaba a las rodillas. Ahora que tenía diez años y seguía
encantándole que su tío le cogiera así.

—Hijo, que ya eres muy mayor para eso —le dije cuando llegaron a la
entrada a la casa.

—Déjale, prima, si sabes que me encanta ser su tío favorito.

—Bueno, tú eres el favorito que le da lo que yo le niego, luego tiene a su


tío favorito que le consiente más de lo que debería. Para qué engañarnos,
Ian, entre tú y mi cuñado tenéis a mis hijos de lo más consentidos —negué
volteando los ojos.

—Y no te olvides de la abuela —me señaló a su madre con un leve gesto


de la cabeza.
—¿Qué pasa con la abuela? Toda la vida hemos sido nosotras las
encargadas de consentir a los hijos de nuestros hijos.

—Claro que sí, suegra, que el mundo sería muy distinto si no existieran
las abuelas, y los abuelos.

—En este caso, mi querida nuera, el abuelo mejor que no aparezca.

Y tenía razón, porque ninguno quisimos saber nada de Lorenzo, que


actualmente y a sus setenta y seis años sigue siendo el Rey de Arsolla.
Solemos comentar que, con tal de no pasarle la corona a su heredero, es
capaz de vivir más de cien años.

Y no digamos de mi padre que, si no quiero verle formar parte de mi


vida, mucho menos de la de mis hijos.

Ni quince minutos llevaban en casa y apreció Kevin con sus tres chicas.
Las niñas como siempre fueron un amor, repartiendo besos y abrazos a sus
tíos y primos, incluso a su abuela Grace.

Sí, éramos una gran familia, y yo daba gracias por tenerla, por compartir
mis días con ellos.

—Cuñada, sé que es el cumpleaños de tu sobrina, pero… —Miré a


Kevin que entraba por la puerta de la cocina mientras preparaba la tarta con
las velas para Kely.
—¿Qué pasa, cuñado? —pregunté arqueando una ceja.

—Pues que me gustaría poder dar una noticia, si no te importa.

—¿A mí? ¡Qué me va a importar! Pero, ¿has hablado con los padres de
la anfitriona?

—Sí, y me han dicho que lo que diga la Princesa Alice —contestó


haciendo una reverencia con la que se ganó una colleja de mi tía que
aparecía en ese momento.

—¡Auch! Tía Grace, eres pequeñita, pero…

—Cuidado con lo que vas a decir, jovencito.

—Nada, nada. Bueno, me llevo el champán —Kevin cogió la botella y


algunas copas, el resto se las llevó mi tía.

Yo salí con la tarta y empecé a cantar el cumpleaños feliz para que todos
me siguieran.

La muñeca de la familia sonreía y aplaudía mientras cantaba, a su


manera, junto al resto de nosotros.

—¿Le podemos dar ya el regalo, mamá? —preguntó Ryan, asentí y fue


corriendo a por ellos.
Cuando regresó, en cuanto Ian y Casey vieron los cachorros, se
emocionaron. Y no digamos Kely, que se sentó a jugar con ellos.

Después del brindis por mi sobrinita, mi cuñado Kevin se puso en pie y


le cogió la mano a Tracey, que sonrió mientras asentía.

—Bueno, hermano, cuñada, familia, porque eso es lo que sois todos los
que estáis hoy aquí. Desde hace ocho años que Alice llegó a la vida de mi
hermano, es mi chica. Lo siento, Kyle, pero intenté que nos fugáramos el
día de vuestra boda y no quiso. Chicos, vuestra madre se quedó con el
hermano viejo.

Reímos todos ante su ocurrencia, pero es que así era él, poniendo ese
punto divertido a todo lo que hacía o decía.

—Tío Kevin, te queremos mucho, pero no cambiamos a nuestro padre


por ningún otro —dijo Lewis, consiguiendo que se me saltaran las lágrimas.

Y es que mi hijo mayor tenía una conexión especial con Kyle, el tipo de
vínculo que un hombre puede tener con su hijo y que sabes que siempre
podrán contar el uno con el otro.

—Gracias, hijo —Kyle le dio un abrazo y Lewis, lejos de sentirse


incómodo o avergonzado como muchos adolescentes de catorce años,
correspondió a ese abrazo con un amor increíble.

—Es cierto, sobrino —miré a Kevin y no quitaba ojo a su hermano—. Tu


padre es el mejor para llevar ese título con orgullo. Apenas es unos años
mayor que yo, pero siempre estuvo cuando lo necesité, como sé que habría
estado vuestro abuelo. Mi hermano es como él, y me alegra saber que
vosotros sois su mayor tesoro, junto con vuestra madre.

—Me estás haciendo llorar, Kevin —escuché a mi tía, la miré y estaba


secándose las lágrimas.

—Lo siento, tía Grace. Bueno, a ver si esto te saca una sonrisa. Tracey y
yo estamos esperando un bebé.

—¡Oh, por Dios! ¡Felicidades! —gritó mi tía, que fue directa a


abrazarlos a los dos.

—Muchas gracias, tía —contestó mi cuñado.

Besos, abrazos, palmadas en la espalda, felicitaciones y varios brindis


siguieron a esa gran noticia.

Estábamos tomando café, sentados en los sofás con la tele puesta


mientras los niños jugaban afuera con los cachorros que le habíamos
regalado a mi sobrina, cuando contaron una noticia de última hora.

—El avión en el que viajaba el Rey de Arsolla, Lorenzo Russ, sufrió un


accidente hace apenas dos horas y tan solo se ven en el lugar del siniestro
los restos de la nave. El avión, ocupado por seis miembros de la
tripulación, el rey, su secretario, y dos de sus consejeros, regresaba a
Arsolla tras haber estado Su Majestad en una de sus muchas visitas a otros
países siguiendo con su agenda. Aún no se saben las causas exactas que
provocaron el accidente, pero sí podemos confirmar que,
desgraciadamente, ninguno de sus ocupantes ha sobrevivido al impacto.

Me quedé destemplada después de escuchar eso. Miré a mi tía y vi que se


le escapaba alguna que otra lágrima, que se apresuró a secar. Le cogí la
mano, me miró con una sonrisa y dándome a entender que estaba bien.

Por mucho que ese hombre la hubiera hecho daño casi cincuenta años
atrás, en lo más profundo de su alma seguía queriéndolo, aunque fuera un
poquito.

Mi primo le cogió la otra mano, ella lo miró y ambas manos nuestras


junto con las suyas, las llevó a sus labios para dejar un beso en cada una.

—Sois mi mundo, siempre lo seréis, los dos. El hijo que el amor me


trajo, y la hija que el destino me tenía guardada, esperándome para poder
pasar los últimos años de mi vida con ella. Os quiero, de verdad, os quiero
con toda mi alma —nos abrazó a cada uno bajo un brazo y nos besó la
frente, como había hecho tantas veces en esos ocho años.

En las noticias siguieron hablando de que los funerales de estado serían


en un par de días, y ya comentaban que el sobrino de la Reina Amelia y
heredero de la corona del fallecido Rey Lorenzo, debería aceptar el cargo en
cuestión de una semana.

Es increíble las vueltas que puede dar la vida, alguien que lo tiene todo lo
puede perder por una mala decisión o un comportamiento inadecuado, pero
cada uno nacemos con el destino escrito. A veces podemos cambiarlo y
hacer que nuestro camino en la vida vaya cómo y por donde nosotros
queramos. Eso hice yo.

Desde antes de nacer mi destino era ser princesa, desde la cuna me


prepararon para ello, pero nadie contaba con que viviría un infierno que no
deseaba ni a mi peor enemigo.

El dolor de la Princesa Alice fue noticia en el mundo entero, y el amor


que me entregó el hombre a quien habían contratado para protegerme fue el
que sanó todas y cada una de mis heridas.

Puede que el destino esté escrito, pero es de cada persona de quien


depende que elijamos el mejor camino para nuestro futuro.

¿El mío? Junto al hombre que, con paciencia, amor y dolor, me dio lo
que tengo hoy: la vida que siempre soñé.
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