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KIMETSU NO YAIBA: DANZA DE

VIDA Y MUERTE

Edu Allepuz Publicado el 9 mayo, 2019

Si algo tiene la Jump es la capacidad de generar expectación con los títulos que se
publican bajo su sello editorial. Y esa expectación no solo hay que ganársela al
principio, debe mantenerse a lo largo de cualquier serialización. Si ese no es el caso, el
gigante nipón no titubea a la hora de «guillotinar» cualquier obra que no cumpla con
ciertos requisitos. El anuncio de cualquier adaptación animada suele suponer un
buen augurio de cara a la salud editorial de la obra y, de paso, también a la de su
autor/a. La animación es un medio que llega a mucha más gente, es mucho más directo
y, en la gran mayoría de los casos, suele desencadenar un incremento en el nivel de las
ventas de la fuente original. Pero claro, esto también depende de la calidad del tipo
de adaptación. Porque no es lo mismo el trabajo de Pierrot con Black Clover que el de
BONES con My Hero Academia. Hay adaptaciones que palidecen respecto al material
original, que incluso lo denigran —como el alarmante caso de Tokyo Ghoul—. La
diferencia entre una buena y una mala adaptación es fácil de esclarecer. Sin
embargo, entre una buena y una excelente adaptación la cosa cambia. Entran en
juego pequeños detalles, puntualizaciones donde la subjetividad de cada espectador
marca esa diferencia. Y la adaptación de Kimetsu no Yaiba es uno de esos casos.

Reseña de Kimetsu no Yaiba #1: «La fantasía oscura de Gotouge se fragua bajo la
sombra de una unánime sensación. Qué poco cuesta arrebatar una vida»

Porque Ufotable, estudio a cargo reconocido por anteriores trabajos como Fate/Zero,
establece el estándar mínimo en «buena adaptación». De ahí para arriba. Logra captar
a la perfección la esencia de Koyoharu Gotouge, emular ese tono de tintes oscuros
tan característico y potenciarlo. Magnifica el trabajo de la autora de Kimetsu no
Yaiba, hazaña de la que pocos estudios pueden presumir a día de hoy. Lo hace
desde el más profundo respeto hacia el material original, tomándose su tiempo para
asimilarlo, degustarlo y digerirlo. Para entender ese sangriento baile de espadas y
demonios. El sentimiento del amor, la pérdida y la venganza. El valor de la vida, pero
también el de la muerte. El destello del acero de dos katanas chocando entre sí; la
imparable danza que brinda oportunidad y muerte.
La oscuridad y la sangre del Japón feudal

Tanjirô Kamado es un joven de origen humilde que vive con su madre y sus hermanos
en las inmediaciones de un poblado minero. Su labor recae en la extracción y venta de
carbón para ganar algo de dinero y poder llevarse algo de comer a la boca tanto él como
su familia. Su vida no es nada fácil pero, aun así, reconoce que son felices. Una
felicidad amparada en el amor y la calidez familiar, que puede esfumarse de un
momento a otro debido a la inestabilidad que supone un periodo Taishô poblado por
criaturas demoníacas cuya gula por alimentarse de carnaza humana resulta
insaciable. Un día, tras volver de su jornada, el joven Tanjirô encuentra su hogar
mancillado, manchado por la sangre propinada de los cuerpos fríos e inertes de su
amada familia. La única superviviente, Nezuko, ha sido gravemente herida e infectada
con la sangre del vil demonio que llevó a cabo semejante crimen. Cuando la felicidad
desaparece, todo huele a sangre. Y ahora, Tanjirô debe partir con su hermana en
búsqueda de una cura que le devuelva su estatus de humana y, de paso, clamar
venganza aniquilando al artífice de su desdicha. Su posterior encuentro con Giyû
Tomioka, un reputado cazademonios, es el primer paso, la primera luz que ilumina el
difuso futuro de los hermanos Kamado. Pero, ¿podrá preservarse la pureza ante el
hediondo olor de tanta muerte y sangre?

La premisa de Kimetsu no Yaiba es tan simple como efectiva. En poco más de un


episodio explota el conflicto y se dibuja la motivación del protagonista. Pero también
queda patente el tono que impera la ficción, uno que rezuma crueldad y que no teme
llevarse cualquier atisbo de felicidad presente. Es una oscuridad que potencia el
contraste entre el tono general y la personalidad de Tanjirô; un personaje que gana
enteros como protagonista debido tanto a su construcción inicial como pequeña
evolución. Porque se trata de un joven afable, generoso y cuya bondad siempre está un
paso por delante de él, para bien o para mal. Y habita un mundo donde la bondad es un
privilegio al alcance de muy pocos. Los cimientos de su personaje son simples, pero
porque su vida también lo era. Carece de infantiles propósitos, sueños o atisbos de
grandeza. Y, a diferencia de la gran mayoría de protagonistas de la Jump, no goza
de ningún extraordinario poder —más allá de poseer un gran olfato— capaz de
marcar la diferencia y hacerle despuntar desde una temprana edad. Es una
aproximación mucho más real, más humano que sus congéneres y, por ende,
termina siendo fácil empatizar con él, comprenderle una vez la tragedia invade su
vida.

El valor de una vida

Porque es incapaz de asestar un último golpe a sangre fría al enemigo que ansía
devorarle. Se resiste a cruzar ese umbral que una vez traspasado resulta inútil intentar
volver atrás. Y por eso lo único que puede hacer es pedir la ayuda de los demás, como
haría cualquiera en su misma posición. Giyû Tomioka es su primer «salvador», pero es
Sakonji Urokodaki quien posteriormente se postula casi como una figura paternal.
Protector de una Nezuko que se arropa indefinidamente en los brazos de Morfeo, y
mentor de un Tanjirô que debe convertirse en cazador de demonios y velar por su
hermana en un mundo tan cruel; siendo ésta una meta forzada, fruto del bailén de la
vida. El entrenamiento es duro y a Urokodaki no le tiembla el pulso a la hora de poner
al límite el físico de su joven aprendiz. Sus lecciones y enseñanzas son frías como el
acero de cualquier katana, no entienden de calidez. Porque el mundo (su mundo) no
ofrece segundas oportunidades, no brinda el tiempo para recuperar el aliento ante
el continuo baile de espadas. Se debe mirar a la muerte a los ojos, mantener el
duelo y esquivar su afilada hoz. Por eso Urokodaki no solo le entrena en cuanto a
técnica se refiere, sino que utiliza el entorno a su favor para fortalecer a Tanjirô. Cual
trampero, hace de la montaña su particular coto de caza. Expone a su pupilo al susurro
de una muerte permanente a la que termina acostumbrándose. Su oído sigue su melodía
y sus pies siguen el ritmo de su baile.  

Dos años de duro entrenamiento donde Gotouge optó por un ritmo ligero,
prescindiendo así de cualquier lastre en términos de ritmo. Un par de capítulos fueron
suficientes para avanzar en el tiempo y proveer a su protagonista de las habilidades
necesarias para comenzar una nueva vida. Ufotable emula el trabajo original, pero lo
mejora con la inclusión de alguna que otra escena y diálogo para otorgar un mayor
empaque. Para que ese temprano e inesperado salto temporal se muestre más sólido en
pantalla. Kimetsu no Yaiba es una ficción que, al menos en sus primeros compases, es
directa, va al grano sin necesidad de tomar rutas circulares y alargar
artificialmente la trama. Así pues, Tanjirô se planta en la Selección Final, la última
prueba para convertirse en un asesino de demonios. No sin antes ser testigo de la
interacción entre los dos planos, de la fuerza de aquellos que perecieron tiempo atrás y
velan por los vivos. Una fuerza que alienta, que es capaz de imbuir el acero del vigor
necesario para partir una enorme roca por la mitad.

El hermoso y resplandeciente púrpura de las glicinas ejerce como anfitrión de la


prueba. Ufotable se recrea en unos planos que transmiten un aura de melancolía y
sosiego que tarda poco en expirar, pues un buen número de demonios espera cautivo en
el monte donde tiene lugar la prueba final. El objetivo es adentrarse en ese particular
infierno, sobrevivir siete días al acecho de las fauces demoníacas. Tanjirô no es el
único aspirante, pero tal vez el que peor lo ha pasado para llegar hasta allí. Claro que
teme, que tiembla al pensar en lo que le espera, pero su determinación es máxima. Y esa
determinación es la que le lleva a segar sus dos primeras vidas ajenas. Un corte rápido,
limpio. Dos cuerpos decapitados. Lágrimas que suceden a ese umbral que
mencionaba líneas atrás. Lágrimas por cerciorarse de lo fuerte que se ha vuelto, de
que esos dos años de arduo entrenamiento finalmente no han sido en vano. Que
podrá proteger aquello que más quiere. Un breve momento de emotividad que, de
nuevo, se esfuma de un plumazo con la aparición de un enorme y desproporcionado
demonio. Una criatura que representa a la perfección la gula de su clase por la carne
humana, pues su ingesta continuada proporciona una mayor fuerza al huésped. El
choque entre ellos es la auténtica prueba final, el colofón a una etapa ya vivida. Pero
sorprende el clímax de la batalla. No por su visceralidad, sino por el componente
emocional, el punto de introspección que vuelve a tender puentes entre vivos y muertos.
Ufotable se sirve de lo onírico para que sentir hasta por el más vil de los demonios
sea tarea sencilla.

Mi propio acero

Porque tras oler corrupción, Tanjirô huele tristeza; y solamente puede orar para que esa
alma maldita renazca teniendo mayor fortuna. Un ciclo se cierra, y diversas almas
errantes encuentran por fin descanso eterno mientras Tanjirô se proclama como uno
de los cinco supervivientes de la Selección Final. Un pedazo de acero tamahagane
con el que forjar su espada, un cuervo kasugai y un uniforme y rango como obsequios.
Ya es un cazador de demonios. Ya puede perseguir, proteger. Y con la misma
delicadeza y atención con la que Ufotable despide a un demonio con poco protagonismo
trata la vuelta de Tanjirô a casa. A ese hogar temporal donde Nezuko dormía un sueño
eterno y Urokodaki actuaba como un padre pese a la frigidez de sus palabras. Pero en
esta ocasión ni Nezuko duerme, ni Urokodaki tiene más lecciones que enseñar. Se
funden en un tierno abrazo que supone un reencuentro, pero uno con cierto aroma
a despedida. Porque el camino de los hermanos Kamado se antoja largo, y la noche
alberga horrores.   

Como decía al comienzo de este texto, la adaptación de Kimetsu no Yaiba roza la


excelencia en la gran mayoría de sus apartados. Esto es algo que ya se podía intuir
gracias al material promocional de la obra, pero es que en sus primeros compases el
estudio con Haruo Sotozaki como director brinda al espectador un producto que no
acostumbra a ver. Kimetsu no Yaiba es puro músculo técnico, un deleite visual que
no palidece ni en la inclusión de elementos 3DCGI ni en su vertiente más explícita. El
magnífico diseño de sus personajes y el tratamiento del color casan a la perfección
con unos escenarios cuidados hasta el más mínimo detalle, ofreciendo algunos
planos donde perfectamente se puede sentir la calidez del fuego de una hoguera, el frío
calando los huesos o los peligros de la noche. Y esa ambientación, esa capacidad de
inmersión, se debe a una composición musical que aúna las mejores melodías y los
mejores coros para adornar una fantasía oscura ambientada en el Japón feudal. El
estudio nipón elabora una producción que eleva el material original, se aprovecha de sus
fortalezas y las potencia en el medio audiovisual. Ufotable hace lo que cualquier estudio
debería; respetar y construir a partir de cierta base, manteniendo la esencia y llevando
una dirección que compagina la acción, el drama y la comedia de los shônen en un
perfecto equilibrio. Es en ese baile de espadas donde vida y muerte cruzan miradas
y se desafían, donde acero y acero chocan y de su colisión nace el sonido de la
guerra. Donde un simple titubeo o un movimiento en falso pueden costar una vida. Esa
danza, ese momento de lucidez para salir airoso, definen a Kimetsu no Yaiba,
definen su espíritu. Por suerte Ufotable entiende su danza, su espíritu. Así es como
se sale airoso del frenético choque de aceros.

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