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Representación del ololiuhqui. Códice Florentino, lib. XI, f. 129v.

Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces

Plantas medicinales del México


prehispánico
Robert Bye, Edelmira Linares

Para las culturas del México antiguo las plantas, generosas proveedoras de alimentos
y sustancias curativas, fueron un elemento fundamental de la vida cotidiana. Para
comprender el papel que desempeñaron en la época prehispánica y el que tienen en el
presente, es necesario recurrir a fuentes de información arqueológica, histórica y
etnológica.

La salud entre los nahuas, los mayas y otras culturas del México antiguo se obtenía a partir
de un equilibrio entre fuerzas corporales, naturales y sobrenaturales. Las plantas
medicinales desempeñaron un importante papel en este equilibrio y proporcionaron
elementos para las prácticas preventivas y curativas que se aplicaron tanto a individuos
como a la sociedad (conjuntos de individuos). En el caso de aquéllos, por ejemplo, se
atendían tanto los centros anímicos mayores como los menores, y las fuerzas vitales
(López, 1984).

Entre los aztecas, los tres centros anímicos principales eran la región de la cabeza (tonalli ),
la región del corazón (teyolia ) y la región del hígado (ihíyotl ). Una acumulación de flemas
en el pecho, por ejemplo, podía causar locura, estupidez, desmayos o epilepsia al afectar
el teyolia. Se supone que la mayor parte de las sociedades prehispánicas de México,
compartieron dichas creencias hasta cierto punto (López, 1984; Ortiz de Montellano, 1990).
Las causas y remedios de algunas enfermedades podían buscarse mediante la intervención
del mundo espiritual. Con frecuencia se utilizaron ciertas plantas con poderes de
transformación, que alteraban la propia percepción y conducían al hombre o a la mujer a
otros mundos, donde se podía obtener información sobre esas causas y remedios.

A pesar de que la medicina tradicional no comparte los principios de la medicina


institucional moderna, su sustrato empírico-científico es racional. Utilizando el punto de
vista nahua sobre la enfermedad, se realizó una evaluación empírica de 118 plantas
medicinales aztecas identificadas en documentos coloniales tempranos, lo cual reveló que
casi 85% de los remedios vegetales contienen sustancias bioquímicas que producirían el
efecto curativo deseado. Si comparamos esto con los conceptos de la medicina institucional
contemporánea, encontramos que 60% de esas mismas plantas medicinales pueden
considerarse eficaces (Ortiz de Montellano, 1990). La mayor parte de las plantas utilizadas
como enteógenos –sustancias que, al ingerirse, producen vivencias divinas– contienen
alcaloides que actúan sobre el sistema nervioso de tal manera que los sentidos se alteran y
sensibilizan frente a estímulos distintos (Schultes y Hofmann, 1980; Wasson, 1980).

Evidencias directas en contextos arqueológicos

El hallazgo de evidencias directas de plantas medicinales, es decir, de las partes de la planta


preparadas para usarse, recuperadas en un contexto curativo, es excepcional en el registro
arqueológico. Actualmente, los fragmentos disponibles son parte de restos conservados en
condiciones especiales, y han sido encontrados por los arqueólogos mientras exploraban
otro tipo de vestigios culturales menos perecederos. Mientras que algunos de estos restos
muestran manipulación por parte del hombre, otros se hallan mezclados en las diversas
capas excavadas.

Los tallos enredados de tumbavaquero (Cissus sp.) recuperados en Cueva de las Ventanas,
en Chihuahua, hacen suponer que se les recolectaba y preparaba para un uso futuro, tal vez
para el tratamiento de granos y trastornos gastrointestinales,

como se usan actualmente. El atado de tallos de una menta (Lamiaceae) encontrado en el


mismo sitio indica su posible uso medicinal (Montúfar, 1985). Plantas de la misma familia,
abundantes en la región, se utilizan aún como remedios: el toronjil (Agastache spp.) y el
orégano (Monarda austromontana) sirven para curar el espanto, los nervios, el insomnio, la
indigestión y el dolor de estómago.

En el estrato correspondiente al periodo Cave-Maker de una cueva al poniente de


Chihuahua, se recuperaron raíces secas de sangre grado (Jatropha spp.), consideradas hoy
como un poderoso laxante (Zingg, 1940). También en las cuevas de Tehuacán (Smith,
1967) se hallaron frutos y semillas de esta planta, usada en el tratamiento de granos,
estreñimiento, muelas picadas, várices, caída de pelo y golpes. Los fragmentos de doradilla
(Selaginella sp.) encontrados en Chihuahua (Montúfar, 1985) y Tehuacán (Smith, 1967), tal
vez sirvieron como remedio para la cistitis, la inflamación de estómago, las úlceras, los
cálculos biliares y la bilis. Es posible que las semillas de kasalaka (Fimbristylis sp.) de
Cueva de las Ventanas, en Chihuahua (Montúfar, 1985), se guardaran para utilizarse
posteriormente en el tratamiento de problemas pulmonares, mismo propósito que tienen los
tarahumaras en la actualidad al recolectarlas y almacenarlas.

La presencia de botones florales de la llamada flor de mayo (Plumeria


rubra var. acutifolia ) en las cuevas de Tehuacán (Smith, 1967) parece indicar que esas
flores se usaron con fines ceremoniales y para tratar el dolor de oído, los granos, la
inflamación de la piel y las heridas. Las semillas de venenillo (Thevetia peruviana ), planta
muy afín a la anterior, quizá fueron guardadas en las cuevas de Tehuacán (Smith, 1967) con
la finalidad de utilizarlas en la curación de llagas, úlceras y dolor de muelas, uso que se les
da en la actualidad. Semillas parecidas a las de la planta llamada cinco llagas
(Tagetes spp.) fueron halladas en el Templo Mayor en un contexto ceremonial (Montúfar,
1998), y es posible que se emplearan para sanar cólicos, dolor de estómago, enfermedades
renales, tos y flujo vaginal. Las partes aéreas de la planta se utilizaron en el tratamiento de
diarreas.

En ciertas cuevas del río Bravo, tanto en la vertiente de Coahuila como en la de Texas, se
han encontrado restos de plantas de peyote (Lophophora williamsii ), así como semillas de
colorín (Sophora secundiflora ) y de monillo (Ungnadia speciosa ), que corresponden a
fechas que van desde 7500 a. C. hasta 570 d. C. (Adovasio y Fry, 1976). Los poderes
mágico-terapéuticos del peyote y las propiedades visionarias del colorín son bien
conocidos. Su presencia junto al monillo parece indicar que éste pudo haberse usado como
medicina sagrada (Schultes y Hofmann, 1980), aunque no existe evidencia contemporánea
de su uso con fines curativos.

En los reportes arqueoetnobotánicos usualmente se clasifican los restos de plantas en los


rubros convencionales de comida, leña, textil, combustible, y así sucesivamente. Pero es
posible que algunas de esas plantas fueran también empleadas con propósitos medicinales,
como es el caso de muchas especies comestibles hoy en día.

Robert Bye. Biólogo y doctor en etnobotánica por la Universidad de Harvard. Investigador


del Instituto de Biología y director del Jardín Botánico de la UNAM.

Edelmira Linares. Bióloga. Investigadora del Instituto de Biología de la UNAM. Prepara su


tesis doctoral sobre plantas medicinales.

Bye, Robert, Edelmira Linares, “Plantas medicinales del México


prehispánico”, Arqueología Mexicana núm. 39, pp. 4-11.

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