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El aburrimiento profundo

Han, Byung Chul


Economía / Sociedad / Tecnología

El exceso de estímulos, informaciones e impulsos modifica


radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto,
la percepción queda fragmentada y dispersa. Además, el aumento de
carga de trabajo requiere una particular técnica de administración del
tiempo y la atención, que a su vez repercute en la estructura de esta
última. La técnica de administración del tiempo y la atención
multitasking (multiáreas, multitareas…) no significa un progreso para
la civilización. El multitasking no es una habilidad para la cual esté
capacitado únicamente el ser humano tardomoderno de la sociedad
del trabajo y la información. Se trata más bien de una regresión. En
efecto, el multitasking está ampliamente extendido entre los animales
salvajes. Es una técnica de atención imprescindible para la
supervivencia en la selva.
Un animal ocupado en alimentarse ha de dedicarse, a la vez, a
otras tareas. Por ejemplo, ha de mantener a sus enemigos lejos del
botín. Debe tener cuidado constantemente de no ser devorado a su
vez mientras se alimenta. Al mismo tiempo, tiene que vigilar su
descendencia y no perder de vista a sus parejas sexuales. El animal
salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades.
De este modo, no se halla capacitado para una inmersión
contemplativa: ni durante la ingestión de alimentos ni durante la
cópula. No puede sumergirse de manera contemplativa en lo que
tiene enfrente porque al mismo tiempo ha de ocuparse del trasfondo.
No solamente el multitasking, sino también actividades como
los juegos de ordenadores suscitan una amplia, pero superficial
atención, parecida al estado de la vigilancia de un animal salvaje. Los
recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención
provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al
salvajismo. Mientras tanto, el acoso laboral, por ejemplo, alcanza
dimensiones pandémicas. La preocupación por la buena vida, que
implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una
preocupación por la supervivencia.
Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la
filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La
cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención
profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de
atención por completo distinta, la hiperatención. Esta atención
dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre
diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además,
su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento
profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo.
Walter Benjamin llama al aburrimiento profundo «el pájaro de sueño
que incuba el huevo de la experiencia». Según él, si el sueño
constituye el punto máximo de la relajación corporal, el aburrimiento
profundo corresponde al punto álgido de la relajación espiritual. La
pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya
existente.
Benjamin lamenta que estos nidos del tiempo y el sosiego del
pájaro de sueño desaparezcan progresivamente. Ya no se «teje ni se
hila». Expone que el aburrimiento es «un paño cálido y gris formado
por dentro con la seda más ardiente y coloreada», en el que «nos
envolvemos al soñar». En «los arabescos de su forro nos
encontramos entonces en casa». A su parecer, sin relajación se pierde
el «don de la escucha» y la «comunidad que escucha» desaparece. A
esta se le opone diametralmente nuestra comunidad activa. «El don
de la escucha» se basa justo en la capacidad de una profunda y
contemplativa atención, a la cual al ego hiperactivo ya no tiene
acceso.
Quien se aburra al caminar y no tolere el hastío, deambulará
inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad. Pero, en
cambio, quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento
reconocerá, después de un rato, que quizás andar, como tal, lo
aburre. De este modo, se animará a inventar un movimiento
completamente nuevo. Correr no constituye ningún modo nuevo de
andar, sino un caminar de manera acelerada. La danza o el andar
como si se estuviera flotando, en cambio, consisten en un movimiento
del todo diferente. Únicamente el ser humano es capaz de bailar. A lo
mejor, puede que al andar lo invada un profundo aburrimiento, de
modo que, a través de este ataque de hastío, haya pasado del paso
acelerado al paso de baile. En comparación con el andar lineal y
rectilíneo, la danza, con sus movimientos llenos de arabescos, es un
lujo que se sustrae totalmente del principio de rendimiento.
Con la expresión “vita contemplativa” no debe evocarse aquel
mundo en el que originariamente fue establecida. Está ligada a
aquella experiencia del Ser, según la cual lo Bello y lo Perfecto son
invariables e imperecederos y se sustraen de todo acceso humano. Su
carácter fundamental es el asombro sobre el Ser-Así de las cosas, que
está libre de toda factibilidad y procesualidad. La duda moderna y
cartesiana reemplaza al asombro. Sin embargo, la capacidad
contemplativa no se halla necesariamente ligada al Ser imperecedero.
Justo lo flotante, lo poco llamativo y lo volátil se revelan solo ante una
atención profunda y contemplativa. Asimismo, el acceso a lo lato y lo
lento queda sujeto al sosiego contemplativo. Las formas o los estados
de duración se sustraen de la hiperactividad. Paul Cézanne, aquel
maestro de la atención profunda y contemplativa, dijo alguna vez que
podía ver el olor de las cosas.
Dicha visualización de los olores requiere una atención
profunda. Durante el estado contemplativo, se sale en cierto modo de
sí mismo y se sumerge en las cosas. Merleau-Ponty describe la
mirada contemplativa de Cézanne sobre el paisaje como un proceso
de desprendimiento o desinteriorización. «Al comienzo, trataba de
hacerse una idea de los estratos geológicos. Después, ya no se movía
más de su lugar y se limitaba a mirar, hasta que sus ojos, como decía
Madame Cézanne, se le salían de la cabeza. […] El paisaje, remarcaba
él, se piensa en mí, yo soy su conciencia.» Solo la profunda atención
impide «la versatilidad de los ojos» y origina el recogimiento que es
capaz de «cruzar las manos errantes de la naturaleza». Sin este
recogimiento contemplativo, la mirada vaga inquieta y no lleva nada a
expresión. Pero el arte es un «acto de expresión». Incluso Nietzsche,
que reemplazó el Ser por la voluntad, sabe que la vida humana
termina en una hiperactividad mortal, cuando de ella se elimina todo
elemento contemplativo: Por falta de sosiego, nuestra civilización
desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época, se han
cotizado más los activos, es decir, los desasosegados.
Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que
deben hacérsele al carácter de la humanidad, el fortalecimiento en
amplia medida del elemento contemplativo.
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Autor: Byung Chul Han
Fuente: Texto extraído de su libro La Sociedad del Cansancio.
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