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y las runas
MÁGICAS
GREDOS
Dioses
los dioses de Asgard no era más que una maraña oscura. ¿Para
todos? No. Odín le había demostrado ya que era capaz de verlo
igual que lo percibía ella. Un nuevo instinto lo guiaba. El dominio
que tenía el dios sobre la magia de los vanes, el seid, todavía era
precario, pero sus avances eran prodigiosos.
Mediante un desgarro en la realidad, los rituales seid le abrían una
puerta que daba acceso a otra realidad, a otro modo de lo existente y
su devenir. Cada vez que Odín regresaba de uno de aquellos viajes más
allá de los sentidos, volvía transformado de una manera sutil. Gradual
mente, estaba modificando su relación con el afuera, poniéndolo en
conexión con el espíritu de todo lo vivo; de las criaturas y de la tierra.
Gracias al seid, empezaba a sentir que la creación entera le hablaba
mediante un lenguaje que hasta entonces no había sido audible.
Ahora bien, si la magia de los vanes podía ser una llave a otros
planos de la existencia que trascendían lo sensible, también era un
instrumento para el engaño de los sentidos, para hacer ver lo que
no estaba e ignorar lo presente, para debilitar o fortalecer más allá
de la capacidad del cuerpo. El seid era una alteración de la percep
ción tan trascedente como arriesgada. A lo largo de su incompleta
formación autodidacta, el dios había aprendido que las cosas no
son lo que parecen y que las cosas pueden parecer lo que no son.
Lo primero había hecho de él un ser más cauto y sabio; lo segun
do podría hacerle más astuto y manipulador.
Una brisa gélida alborotó las hojas de los árboles e hizo cons
ciente a la diosa de que el crepúsculo la había atrapado. En efecto,
Odín era voraz, pero en su voracidad implacable se cifraba toda la
esperanza de la creación. Echándose al hombro el zurrón repleto,
la diosa emprendió el camino de regreso. Tenía cuanto precisaba.
A sus espaldas, el viento silbó como si quisiera avisarle de algo.
Que se apresurara, tal vez. O más bien, que tuviera cuidado. Ali
geró el paso, porque de pronto creyó que distinguía bosque adentro
el chasquido de ramas quebradas, una marcha acelerada, cuatro
patas. Era un gran animal que se le acercaba. Ya pensaba en correr
cuando oyó que la fronda se agitaba a su espalda. Al volverse, halló
un hermoso y fuerte lobo gris a quien ya conocía.
Geri era uno de los dos lobos que Odín había apostado para que
guardasen el refugio al que se retiraba para practicar el seid en secre
to. Escondía sus intentos de dominar la magia a los suyos, porque
no la entendían y la deploraban como algo mujeril, tal como habían
aprendido por culpa de los sucesos que dieron causa a la guerra1. El
animal clavó en ella unos ojos intensos, acongojados, el ceño frunci
do. Resollaba al borde del ahogo, sin aliento. Había venido a la
carrera a través de todo Asgard. Habiendo captado la atención de la
diosa, miró hacia el norte, a las altas montañas de nieves perpetuas
donde el dios tenía su refugio, como diciendo «ven conmigo». Freya
soltó toda la carga y fue tras él. El Padre de Todos estaba en peligro.
1 La guerra entre vanes y ases se desencadena después de que estos últimos hubiesen
ajusticiado a la diosa Gullveig, divinidad de Vanaheim, por practicar la magia seid.
—Te advertí de los riesgos que corrías —dijo ella al fin, rompiendo
su silencio, sin despegar la vista del paisaje que se extendía a sus pies.
Se veían aves rapaces surcando los cielos por encima de un magní
fico paisaje que alternaba picos nevados con frondosos valles. La na
turaleza continuaba su curso allá afuera, ajena a la pesadilla del señor
de Asgard y a las amenazas aterradoras que se cernían sobre el mundo.
—Como toda magia, el seid remueve potencias con las que no se
debe jugar —añadió la diosa, volviéndose hacia el convaleciente y
dirigiéndole una mirada reprobadora.
—¿Qué potencias son esas? —replicó el otro. Ella no dijo
nada—. Me pregunto si no quieres decírmelo o si acaso no lo sabes.
La diosa siguió en silencio. Su presencia cautivadora era suficiente
para revigorizar al más enfermo. Odín sentía que le volvían las fuerzas
meramente por tenerla delante. Aunque ella llevaba largo tiempo re
sistiendo a su asedio, sin decidirse a desvelarle sus secretos, él era tenaz.
—Se pierde quien carece de guía —acabó por decir el dios, mien
tas se recostaba levemente. Los huesos le dolían como si un coloso de
hielo le hubiera pasado por encima.
Acompañándole en sus visiones, Freya había visto lo mismo que
él: su fin y el fin del mundo. Monstruosas hordas de hielo y fuego se
aprestaban en los límites de la creación. Y no estaban solas. Una hues
te de gigantes y espectros se uniría también a ellas. Los conocimientos
de la diosa acerca del seid eran muy superiores a los de él. Por grande
que fuera su audacia, Odín no dejaba de ser un neófito. La necesitaba
para que le enseñase a penetrar en aquel otro plano de lo existente,
porque allí era donde habitaba el árbol de la vida, en cuyos dominios
era posible vislumbrar el alma de todas las cosas y asomarse al tiempo.
Ella sabía cómo abrir un desgarro en la realidad para acceder a él, un
acceso estable y seguro para entrar y salir sin extraviarse. Sin embargo,
Freya nunca había podido ver a Yggdrasil, porque era el gran fresno
el que escogía a quien mostrarse. Y había escogido a Odín.
—El árbol desea comunicarme más de lo que soy capaz de inter
pretar —dijo el dios—. Su lenguaje es solo parcialmente inteligible
para mí. Tengo tantas preguntas que formularle como respuestas me
brinda que todavía me son oscuras. Preciso de tu magia para ver lo que
cho más que para garantizar la paz. Freya es tan poderosa como
el viejo Njörd y Frey juntos.
Pinchó un gran trozo de carne del plato de su padre con su
cuchillo y lo engulló entero de un solo bocado.
—La prosperidad bendice Asgard y Vanaheim, y la paz reina
en todos los mundos superiores, donde cada criatura ocupa su
lugar gracias a nosotros. ¿Qué más necesitas saber?
—Cuanto más se acrecienta tu saber, más buscas —adujo
Thor—. Algo te preocupa. Y ha de ser grave, mucho más allá de
tu capacidad, porque lo escondes.
Odín contempló el rostro apuesto y viril de Thor. Sin duda, su
madre había alumbrado un vástago formidable. Apreciaba el rudo
interés de su hijo. Sin embargo, por más tentado que estuviera de
hacerlo, no podía compartir con él la pesada carga que soportaba.
No era lo suficientemente maduro, tenía mucho que aprender
todavía. Y no podía arriesgarse a cometer errores. Si pretendía
romper la cadena inexorable que conducía al Ragnarök, cualquier
equivocación podía precipitarlo o, quizás peor, poner en marcha
una nueva cadena de acontecimientos del todo imprevistos, de
los que no sabría nada. En administrar juiciosamente el conoci
miento preciso reposaba el destino del mundo.
—La tarea de quienes ostentan poderes tan grandes como los
nuestros lleva aparejadas muchas responsabilidades y sinsabores.
Uno de ellos es, a menudo, la soledad. Mi deber no solo es pro
teger a los míos de los peligrosos presentes; también he de saber
prevenir los futuros durante los tiempos de bonanza. Ahora, te
ruego que me excuses con tus invitados. Tengo que marcharme.
Odín se incorporó. Thor apuró su cuerno de un solo trago y
se limpió los labios con el envés de su nervudo puño. Su padre
siempre había sido amigo de los misterios y los acertijos, algo
que casaba mal con su rotunda frontalidad. A eso estaba acos
tumbrado. A lo que no lo estaba tanto era a la irritabilidad y la
impaciencia de las que Odín también hacía gala últimamente.
—Un dios sabio me dijo una vez —explicó Thor— que debía
tener paciencia y aprender a escuchar lo que habla dentro de mí.
1 La forma tradicional, entre los vikingos, de dar comienzo a una batalla consistía en
lanzar una jabalina a las tropas enemigas. Con ello, pretendían emular a Odín, quien
arrojó una lanza que se clavó a los pies de Njörd, hecho que supuso el inicio de la
guerra entre los ases y los vanes.
sacando una hoja, la dejó caer al suelo. Así fue haciendo cada pocos
pasos, dejando tras de sí una apetitosa estela. Heidrun no tardó en
detectar el alimento y en seguir el rastro. Primero, a una prudente
distancia; después, acercándose cada vez más.
Durante largo tiempo la guio Odín en la dirección deseada,
hasta que, acercándose ya al Valhalla, Heidrun avistó el gran árbol
que florecía en su tejado y reconoció sus hojas. De inmediato per
dió toda cautela y, lanzándose en pos de su fresco verdor, trepó a
lo alto del edificio con su natural pericia valiéndose de un terraplén
y no tardó en llegarse al pie de Laerad, para sorpresa de quienes
trabajaban en los últimos retoques de la techumbre. Una vez allí,
una de las ramas descendió ligeramente hasta quedar casi a la al
tura de su boca. Heidrun comenzó a mordisquear sus hojas con
fruición, ajena a todo lo demás. En adelante, nada podría separar
la de aquella fuente nutricia, sabrosa e inagotable.
En aquel momento, arribaron también a las inmediaciones del
palacio dos gigantes que portaban con gran esfuerzo un caldero de
cobre de dimensiones descomunales. El dios les ordenó llevarlo aden
tro. El tamaño del barreño era tal que a punto estuvo de no caber por
una de las enormes puertas. Odín contempló satisfecho los últimos
trabajos, a Heidrun y el enorme caldero, y partió sin más demora,
dirigiéndose de nuevo hacia las espesuras de Asgard. Aquella no era
la única cacería incruenta que tenía que llevar a cabo aquel día.
Con la llegada del día, la luz inundó diligente las vastas dependen
cias del Valhalla. Entre sus muros reverberó el mugido de los cuer
nos que llamaban a comenzar la extenuante jornada. Eran las val
1 La cruenta guerra entre ases y vanes concluyó con un intercambio de rehenes para
estrechar lazos entre las estirpes. Los de Asgard entregaron al portentoso Hoenir y al
sabio Mimir. Los de Vanaheim, por su parte, cedieron a Njörd y a su hijo Frey.
2 Heimdall, el hijo adptivo de Odín, estaba dotado de un finísimo oído y una aguda
visión. En virtud de estas cualidades, el Padre de Todos le había encargado la custodia
del Bifröst, el puente de entrada a Asgard.
—De algún modo, los gigantes han usado los poderes que ac
tivan estos signos para cruzar el espacio etéreo que separa los
mundos. —Odín esgrimía el anillo frente a los hijos de Njörd—.
¿El seid puede haber revelado en visiones a los gigantes algunos
de estos signos secretos, estas «runas»?
Los dos hermanos asintieron sin dudarlo.
—Pero es un uso imprudente de la magia —se apresuró a ra
zonar Freya—. Estos seres experimentan sin juicio alguno, por los
caminos más rápidos, que son los más ciegos, violando los límites
de modos dañinos, contra los principios de la vida si es necesario.
Sus débiles mentes no pueden soportar tal subversión de lo razo
nable. Las prácticas oscuras de la magia consumen su pensamien
to y su cuerpo. Es la magia oscura contra la que te previne. Ahí
tienes sus resultados.
Odín frunció el ceño y bajó el anillo:
—¿De verdad pretendes ver en esto una prueba de tus admo
niciones? —rugió—. ¿Por qué no una advertencia del peligro al
que nos enfrentamos? —Freya le sostuvo la mirada por un mo
mento, pero, ante el intenso furor que ardía en su ojo, finalmente
tuvo que bajar la mirada—. No quisiera reteneros por más tiempo.
Debéis de estar agotados.
Los hermanos se despidieron cortésmente y abandonaron la
sala, dejando al señor de Asgard en silencio. Conforme se alejaban
de él en dirección a las grandes puertas, Frey se volvió hacia su
hermana, murmurando:
—¿Acaso has tomado ya tu decisión?
—De repente, nada parece a salvo —suspiró Freya obligándo
se a no desviar su atención de la salida.
Tan pronto como llegaron afuera, las puertas se cerraron a sus
espaldas con un gran estruendo. Solo entonces Frey se atrevió a
ponerse frente a ella y cogerla de las manos.
—El peligro es demasiado cierto. Y nuestro poder, aunque
grande, es limitado. Odín Padre de Todos es nuestra esperanza.
Freya seguía turbada. En la distancia, muy a lo lejos, se insi
nuaba el magnífico puente del Bifröst. Tras los sucesos recientes,
4 El sustantivo troll del nórdico antiguo significa «demonio», «hombre lobo» o «gigante».
El verbo trylla, por su lado, quiere decir «encantar, convertir en un troll».
La niebla tóxica protegía las raíces del árbol, pero, al paso del pri
mero de los dioses, el elegido de Yggdrasil, se apartaba en volutas
1 En la mitología nórdica, el Ginnungagap era el vacío primordial, situado entre el gélido
Niflheim y el tórrido Muspelheim.
de las más altas que se veía muy sólida, tomó un grueso tocón de
madera, lo colocó debajo, se alzó sobre él. Desde esa altura, ató el
otro cabo al tronco, rodeándolo varias veces antes de fijarlo con un
buen nudo, y luego lanzó la soga hacia la rama alta, haciéndola
pasar por encima de ella y caer por el otro lado.
La soga de la horca cayó colgando delante de su cabeza.
Ya todo estaba dispuesto.
Antes de proceder, se desprendió de su capa azul oscuro, que se
precipitó sobre la hierba, y contempló las copas de los árboles cuyas
hojas murmuraban bajo la colina, acariciadas por la brisa. La sere
na imperturbabilidad de aquel océano esmeralda le infundió sosie
go y valor. Se cerró la soga al cuello, y asiendo la lanza contra sí
mismo, dirigió la punta a su hombro. Inspiró con fuerza y se la
clavó con decisión. La lanza se le escapó de las manos mientras un
gruñido de dolor salía de su garganta, aunque tuvo mucho tiempo
para seguirse lamentando, porque la misma debilidad que le sobre
vino por causa de la punción le hizo desmoronarse, abandonando
el tocón. La cuerda y la rama crujieron al soportar la sacudida de su
cuerpo, que se desplomó como un simple fardo. Odín Padre de
Todos, primero de los dioses, quedó colgado del fresno, desangrán
dose sobre la hierba. Teniendo en cuenta la extraordinaria resisten
cia de su estirpe, esperaba que su agonía se prolongase durante todo
el tiempo posible. Pero era mortal, como todo lo vivo, y esa puerta
que ahora franqueaba bien podía ser de verdad la última para él, el
umbral que no se cruza de vuelta.
1 De la fusión del hielo de Niflheim y el calor de Muspelheim nació Ymir. Este, a su
vez, engendró a los primeros colosos, mujer y varón, de su sudor.
2 Eir era una deidad de Asgard que, de acuerdo con la Edda poética, posee capacidades
sanadoras.
La búsqueda de yggdrasil
El intenso resplandor del capullo de luz que flota entre las
ramas de Yggdrasil ilumina el rostro atormentado de Odín,
quien lucha con denuedo por liberarse de las lianas que lo
aprisionan. Se trata de una escena de fuerte carga dramática
—acentuada por los intensos claroscuros de la composi-
ción— que nos remite a uno de los momentos clave del pe-
regrinaje del Padre de Todos en busca del fresno perenne,
con la intención de desvelar sus secretos. .
Págs. 40-41
La llegada al Valhalla
En una síntesis entre realismo y fantasía, la
composición nos sitúa en el momento en el
que los einherjar, los guerreros muertos en
combate, contemplan, en compañía de las val-
kirias, el imponente Valhalla, un magnífico
edificio de regusto nórdico, cuyo rasgo más
singular son los tejados escalonados que se
proyectan hacia el cielo..
Pág. 59
Pág. 95
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RUNA
TRANSLITERACIÓN f u þ a r k g w
RUNA
TRANSLITERACIÓN h n i j ï (o æ) p z s
RUNA
TRANSLITERACIÓN t b e m l ŋ d o
Tabla con las veinticuatro runas de que consta el futhark antiguo, con sus nombres en
idioma germánico nórdico y su transliteración.
RUNA
TRANSLITERACIÓN i a s t, d p, b m l R
Las dieciséis runas que conforman el futhark joven. Los nombres de cada una de las
runas son ya nórdicos.
De Grecia a Damasco
Las crónicas bizantinas medievales ya hablan de grupos de mer-
cenarios varegos (nombre que los griegos y eslavos orientales
daban a los vikingos suecos) que, desde el siglo ix, servían a los
emperadores como guardia personal en Constantinopla. Pero
gracias a estas piedras rúnicas es posible escuchar la voz de sus
propios protagonistas o, en su defecto, la de sus familiares y
deudos. Una de ellas, catalogada como U 112 y hallada en la
provincia sueca de Uppland (de ahí la U del catálogo), refiere
que «Ragnvald mandó grabar las runas; estuvo en Grecia, fue
comandante en la guardia real». Otra, la U 1016, señala: «Ljót el
capitán erigió esta piedra en memoria de sus hijos. El que falle-
ció en el extranjero se llamaba Aki. Gobernó un barco de carga;
llegó a Grecia. Hefnir murió en casa».
Otra treintena de estelas, la mayoría localizadas también en
Suecia, versa sobre expediciones acometidas contra las islas Bri-
tánicas. En verso, la inscripción de la piedra de Kjula nos dice que
«Alrik, el hijo de Sigrid, erigió esta piedra en memoria de su padre
Spjot, que estuvo en el oeste, derrotó y luchó en las ciudades del
oeste. Él conocía todas las fortalezas del viaje». Muy interesante
De finales del siglo x, la piedra de Karlevi (izquierda) representa el estilo más simple
de estela rúnica, sin decoración y con las runas dispuestas verticalmente. La piedra de
Tullstorp (derecha) muestra motivos, como el lobo y el barco, que evocan el Ragnarök.
1. Visiones y susurros . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
3. Magia oscura. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
4. El largo camino. . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
5. De donde no se vuelve . . . . . . . . . . . . . . . 83
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Editada, publicada e importada por RBA Editores México, S. de R.L. de
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