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CAPÍTULO 1
Elementos.
Thrud siente el desprecio de las demás valkirias. Sobre todo, de Skalmold, que
se supone debe instruirla en el manejo de la espada. En realidad, aquella valkiria de
áspero carácter —podríamos decir montaraz— actuaba como si Thrud no existiera. Ella
se presentaba al despertar cada día tras su breve descanso, pero Skalmold siempre
parecía tener otra cosa que hacer. Thrud descubrió que había algo peor que verse
obligada a llevar a cabo tareas agobiantes: no hacer nada.
Una espada debería salir de su vaina para derramar sangre, no para entrenarse ni
exhibirse, decía Aungrey.
En realidad, Aungrey fingía un poco: en el duelo que tiene con ella cuando
pretende quemar el Valhalla, descubre que es mucho mejor de lo que creía.
Más elementos:
En 13 señala que el seid “remueve potencias con las que no se debe jugar”.
En 51: el seid no era la única manifestación de estos poderes que existía en los
nueve mundos. Había otras formas de convocar a las fuerzas misteriosas que eran
capaces de violentar el orden natural de las cosas. Sin embargo, nadie sabía demasiado
de ellas. Por fortuna —se decía la diosa—, ningún ser individual o mucho menos
ninguna estirpe de los seres vivos era depositaria de un conocimiento tan completo
sobre la magia como los vanes lo eran del seid.
Después habla de los trolls. Son grandes, tres criaturas de gran envergadura.
Pero los rasgos eran incluso más bestiales, más deformes que los que había visto en su
aventura en Jötunheim en busca de la roca celestial. A éstos los tengo en Odín 4, 54.
Los trolls pueden surgir de la nada. Lo hacen en pleno Valhalla. Son las últimas
horas de la noche, que en Valhalla parece alargarse de forma innatural. Antes de que
resucite el jabalí, mientras el cocinero duerme cerca, con ronquidos que atraviesan las
paredes. No es fácil que despierte, pues Aungrey lo había drogado.
Lo que hace Aungrey es simular otras personalidades. Primero Odín, que dice
sentirse muy decepcionado con ella. La cuestión es que lo hace vestido de vagabundo en
el bosque. Esto extraña luego a Thrud, que se da cuenta de que Odín nunca aparece con
ese atavío en las tierras de Asgard.
Tal vez no necesite que se haga pasar también por Skalmold. Esta la desprecia
de veras… y después el engaño haciéndose pasar por Odín. Que le revelará Aungrey
cuando adquiera la forma suya verdadera, la de una giganta.
Mejor: hay varios rumores. Que le dio muerte. Lo del reino de las llamas. Que la
ha entregado como esclava a gigantes de Jötunheim que se sirven de ella de todas las
maneras posibles, a cuál más humillante.
Esta última puede ser la versión que le da Aungrey a Thrud. Al mismo tiempo,
corre el rumor de que Thrud ha sido culpable de la desobediencia de Brunilda. Aungrey
le confesará después, cuando todo se revele, que ha sido ella misma.
Porque Thrud confiesa ante Odín. Luego puede pensar que es su abuelo quien ha
hecho correr el rumor que hace que las demás la miren mal.
Así pues, de momento la primera escena es cuando Thrud habla con su abuelo. Que en
realidad no es tal: empezamos a descubrir quién es cuando la joven se aleja,
compungida por el destino de Brunilda. Además, deberíamos sospechar, porque lo que
dice el supuesto Odín es mentira.
Elementos de la escena.
Han pasado unos días. Una nueva batalla en Midgard, a la que Odín convoca a
varias valkirias. Skalmold, que estaba entrenando con Thrud, le dijo que siguiera sola.
En realidad, sola podía seguir, para la compañía que hacía aquella adusta valkiria.
Tengo que solucionar también el asunto de la espada de Thrud.
Thrud observaba que Skalmold era buena espadachina, pero estaba convencida
de que Brunilda habría podido superarla en nueve de cada diez duelos. La echaba
mucho de menos. Sobre todo, se sentía atormentada pensando que era ella quien la
había incitado a desobedecer a su abuelo.
Al que había intentado pedir audiencia, pero en vano. Para acudir al palacio de
Odín, buscar nombre, tenía que pedir permiso a su maestra de turno, que en este caso
era Skalmold. Ella se lo negaba, del mismo modo que no le permitía visitar Bilskirnir. Y
cuando vio a Odín en la sala de banquetes, el ojo del Padre de Todos parecía atravesarla
como si fuera de cristal.
Al quedarse sola, Thrud miró a las alturas. Sobre las copas de los abetos,
agitadas por el viento como lanzas que se batieran en duelo entre sí, era un día
desapacible, escuchó el canto guerrero de las valkirias. Pasaron sobre su cabeza, sus
corceles batiendo las alas, las cabelleras y las capas ondeando en el aire tras de ellas, y
no tardaron en desaparecer de la vista.
Lo había tenido tan cerca… Había llegado a cabalgar con ellas, aunque fuera por
detrás, como novicia, sin permiso todavía para entonar el himno en honor de Sigfodr, el
Padre de la Victoria.
Había un vagabundo saliendo de entre los árboles, agitando los helechos con su bastón
de viajero. Thrud tardó un momento en reconocerlo. Luego copio lo de la ropa de
vagabundo. Tenía oído que su abuelo a veces se disfrazaba de esa guisa cuando visitaba
otros mundos, en particular cuando vagaba de incógnito por las tierras de Midgard. Ni
en su palacio de… ni en sus visitas a Bilskirnir ni al Valhalla lo había visto así, sino
ataviado con ropas lujosas y formales o incluso armado como un guerrero.
–Sé que has intentado hablar varias veces conmigo. ¿Qué deseas, Thrud?
–Mi señor Odín, Padre de la Victoria. Quiero implorarte piedad para Briseida. El
error que cometió al malinterpretar tu voluntad no fue solo suyo, sino también mío. Fui
yo quien la convenció para que…