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DISEÑANDO EL MUNDO DE HOY

En cuanto llegó a Nueva York, Tesla se enfrascó en presentar la batería de patentes


relativas a la radiodifusión y la transmisión de energía. El conjunto de ellas suponía el
diseño de un sistema de radio mundial. Lo llamó “sistema mundial de transmisión
inteligente”.
Tesla basaba sus esperanzas en el principio de
que un gas a baja presión es un excelente
conductor para corrientes de alta frecuencia.
Como la presión límite en la cual el gas se
convierte en buen conductor es más elevada
que el voltaje, sostenía que no sería necesario
elevar un conductor de metal a muchos
kilómetros sobre el nivel del mar.
En una de las patentes fundamentales del
sistema titulada “Aparato para la transmisión
de energía eléctrica”, el propio inventor
expone que “mi invento consiste en producir
en cierto punto una presión eléctrica de tal
carácter y magnitud que produzca una
corriente que atraviese los estratos elevados
del aire entre el punto de generación y un
punto distante en el que la energía será
recibida”.
Los diagramas de la patente muestran los
aparatos con que Tesla efectuó demostraciones
experimentales de transmisión de energía a
través de gases rarificados.
El inventor era consciente de que Marconi avanzaba a buen paso en la carrera de
transmisiones radiofónicas de largo alcance, culminando con éxito emisiones cada vez a
mayor distancia en los meses en que su rival había desaparecido. Por ese motivo, estaba
ansioso de construir el primer centro emisor de su sistema mundial de transmisión y
liquidar la cuestión con un aldabonazo.
Su primer movimiento fue acudir a Westinghouse con la exclusiva de su sistema para
establecer comunicaciones telegráficas sin hilos con cualquier punto del planeta. Sin
embargo volvió con las manos vacías.
La primavera de 1900 fue penosa y frustrante. Todos los acercamientos a potenciales
inversores fracasaron.
Para dejarse ver, Tesla frecuentó de nuevo el exclusivo Player´s Club. Robert Johnson
le echó una mano en la campaña de comunicación que debía contrarrestar su
controvertida imagen del momento. The Century Magazine publicó la célebre serie de
artículos titulados “El problema del aumento de la energía del hombre”.
A pesar de su prosa desordenada, el texto tuvo el efecto que pretendía.
El primer inversor en interesarse por el sistema de transmisión de Tesla fue el reputado
arquitecto Stanford White quien se convirtió en uno de sus más firmes defensores y se
ofreció para construir el edificio que debía de albergar el primer centro de emisión. Pero
el lector del artículo que resultaría más vital fue sin duda John Pierpont Morgan. A
mediados de otoño de 1900, Morgan se aproximó al inventor para interesarse por el
proyecto.
La negociación para cerrar un acuerdo fue muy dura. Tesla no quería cometer otro error
empresarial, mientras que Morgan era un gran empresario muy experimentado.
Morgan aceptó financiar el proyecto hasta un límite de 150000 dólares y exigió 51% de
todas las patentes que se generaran, además de permanecer en el anonimato como
inversor. El 1 de marzo de 1901 rubricó el acuerdo aunque el 51% e Morgan significaba
que podía abortar el proyecto si los resultados no le satisfacían.
En suma, en su intento de enmendar sus errores pasados, el inventor firmó de nuevo un
acuerdo desastroso.
“El científico no tiene como objetivo el resultado inmediato, no espera que sus
avanzadas ideas sean aceptadas con facilidad, su deber es sentar las bases para
aquellos que están por venir e indicarles el camino” Nikola Tesla
Con el primer adelanto económico de Morgan, Tela buscó un terreno adecuado para
empezar su central. El banquero y abogado James. S. Warden le vendió 80 hectáreas en
Long Island y en su honor, Tesla bautizó el lugar como Wardenclyffe.
El 11 de diciembre de 1901 comenzaron oficialmente las obras oscurecidas por una
sombra: el 6 de diciembre, 5 días antes, Marconi había logrado transmitir la letra “S” en
código morse desde el Reino Unido a Canadá, cubriendo una distancia de 3200 km.
LA TORRE WARDENCLYFFE
A principios de 1902 parecía
que Marconi había ganado la
partida a Tesla en la carrera
de la radio. Lo importante
era Wardenclyffe, un
proyecto de un alcance
inaudito, un cambio de
paradigma que dejaba
pequeño el hito de la
corriente alterna y las
pruebas de Marconi. En su
opinión, su sistema mundial
de transmisión inauguraría
una era de abundancia.
Sin embargo, todo aquel
entusiasmo no podía esconder el verdadero problema con que nacía Wardenclyffe: para
culminar el proyecto era necesario mucho más dinero del que Morgan aportaba.
Wardenclyffe acumuló problemas desde el principio en todos los frentes. Stanford
White advirtió que los cálculos de Tesla como la altura de la torre necesaria para
realizar transmisiones transatlánticas, eran impracticables en la realidad a causa de su
resistencia al viento. La torre era una estructura de vigas de madera con planta
octogonal. La intención del invento era aprovechar la capacidad de resonancia del agua.
Aunque Tesla no lograría finalizar la construcción de aquella primera estación
transmisora, si consiguió avanzarla lo suficiente como para ponerla en marcha. Sin
embargo, jamás conseguiría edificar una estación receptora para demostrar que su
sistema era viable. Se han hecho ensayos exitosos de transmisión inalámbrica de energía
en entornos controlados, como los realizados en el MT, pero jamás a la escala que el
inventor pretendía. Sea como fuere, el proyecto de Tesla quedó inconcluso y sus
principios sin demostrar.
La relación entre el inventor y su patrón adquirió pronto un tinte de servilismo que
queda patente en las cartas que intercambiaron en aquellos tiempos.
Cuando empezó a escasear el dinero para pagar a los trabajadores, el ritmo de
construcción se hizo intermitente. Tesla tuvo que desviarse de su propósito inicial y
dedicarse a aceptar todo tipo de encargos.
El edificio principal del complejo llegó a ser apto para su uso, pero la torre
Wardenclyffe nunca llegó a finalizarse como indicaban los planos.
Para reclamar a su inversor el dinero necesario, Tesla se creyó en la obligación de
confesarle el auténtico objetivo de Wardenclyffe . y tal como temía en cuanto Morgan
descubrió que estaba financiando el sueño de un mundo sin dependencia energética, le
respondió con una última y lacónica carta:
Querido señor,
En respuesta a su nota lamento decir que no es mi intención adelantar cantidad
alguna más de las que ya le he dicho. Por supuesto, le deseo toda la suerte en su
empresa.
Sinceramente suyo,
J. Pierpont Morgan
La contestación de Tesla no fue menos contundente; en un extenso y magnífico
reportaje reveló a bombo y platillo la identidad del gran financiador de Wardenclyffe. A
continuación, siguió escribiéndole con descaro para pedir dinero, cada vez en menor
cantidad, pero sin cesar. Su única relación posterior fue a través de su abogado, quien
comunicó a Tesla que si pretendía llegar a un acuerdo con un tercero debía comprarle a
Morgan su 51% algo totalmente imposible para el inventor.
En junio de 1904, un juez embargó la estación experimental de Colorado Springs para
pagar la deuda de consumo de electricidad que el inventor había contraído con la
compañía eléctrica local al gastar mucho más de lo esperado, aunque le habían
prometido suministro gratuito. A esa demanda se unió otra del ayuntamiento de la
localidad por facturas de agua y una denuncia del que había sido el vigilante, por
salarios impagados. Las instalaciones fueron derribadas y vendidas como leña. Los
aparatos intervenidos acabaron en un depósito.
De algún modo parecía que Wardenclyffe necesitaba un certificado oficial de clausura,
y lo obtuvo de un modo trágico. La noche del 25 de junio de 1906, Harry Kendall
Thaw, heredero de una de las mayores fortunas de Estados Unidos, aquejado de severos
trastornos mentales y notorio drogadicto, le descerrajó a Stanford White tres disparos
mortales en la terraza del Madison Square Garden.
La influencia y el poder de los Thaw lograron que el jurado declarara inocente al
multimillonario alegando locura transitoria, en una sentencia inédita en la historia
judicial de Estados Unidos. Tras el luctuoso suceso, Tesla se quedó irremediablemente
solo.
Fue entonces cuando Nikola Tesla, en otros tiempos una auténtica dinamo humana,
comprendió que tenía que asumir el fracaso del proyecto de su vida. Sufrió una crisis
nerviosa y se recluyó durante largo tiempo. Habían pasado dos décadas desde que
abandonará a Edison para librar una guerra tenaz bajo la bandera de un sueño y
finalmente el sueño había muerto.

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