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Dictado por Darío Sztajnszrajber

FILOSOFIA EN 5 FRASES
Clase 1 (2-11): Oh amigos, la amistad no existe (Frase atribuida a Aristóteles)

Darío: Bienvenidos. Vamos a empezar este curso de cinco clases. Las clases no llevan una relación conceptual entre
sí, o sea que cada una es autónoma. Lo que pretendemos es trabajar un tema a partir de un disparador singular, que
es una frase que puede abrir a una reflexión filosófica.

La frase con la que vamos a servirnos de disparador hoy es una frase atribuida a Aristóteles que dice:

¨Oh amigos, la amistad no existe¨ ó ¨Amigos míos, no hay amigos¨

En griego: ¨Ô phíloi, oudeís philos¨

Esta sería la frase en el idioma original, como se darán cuenta es una frase que contiene en su formulación una paradoja. La paradoja está
evidentemente en la relación entre la primera y la segunda parte de la misma ya que, la afirmación de que la amistad no existe parece estar
contradiciendo a quien le está hablando el enunciador. Decir que la amistad no existe, pero decírselo a “sus amigos”, es en principio incurrir
en una paradoja. Esta es una paradoja que aunque parezca una cuestión lingüística, una cuestión lógica menor, tiene mucho que ver, aunque
por ahora no parezca, con como desde el mismo concepto de amistad podemos poner en entredicho, en cuestionamiento, la lógica misma
de nuestro pensamiento occidental. Repito: esta formulación que reviste un carácter paradójico, en tanto paradoja, nos está mostrando que
hay formas de pensar que nuestro pensamiento occidental entiende como problemáticas, como conflictivas y que sin embargo pueden mani-
festarse como maneras de pensar diferentes a lo que la lógica binaria, la forma de pensar dicotómica, establece. Se puede pensar desde las
paradojas. Y no sólo eso, pensar desde las paradojas y asumir el carácter paradójico de lo humano es una manera más que interesante de
poder sustraerse a las formas canónicas de nuestro pensamiento tradicional, que destierra desde el vamos lo paradójico y lo contradictorio
del pensamiento. Si se entiende esto, lo que resta decir es que no es casual que esta paradoja la trabajemos en relación a la amistad. No es
casual y es casual. La podría haber trabajado desde cualquier otro lugar. Paradojas de este tipo hay millones. Podríamos utilizar cualquier
otro ejemplo. Sin embargo no por casualidad vamos a utilizar el ejemplo de la amistad, porque la concepción misma de la amistad tal como se
vino explicando y desenvolviendo en nuestra tradición occidental, de algún modo estuvo amparada por esta lógica que estamos criticando.
O dicho a la inversa: las nuevas formulaciones que hay sobre qué es un amigo en la filosofía contemporánea nos sirve de hilo conductor para
poder empezar a pensar desde un lugar diferente a los lugares acostumbrados.

En esa pregunta insignificante y sin embargo tan contundente que es: ¿qué es un amigo?, vamos a encontrar una hendija que nos va a
permitir hacer este camino de cuestionamiento a los modos en que se entiende el pensamiento mismo. En esa categoría tan insignificante
y al mismo tiempo tan cotidiana como es la categoría de la amistad. Por algo muy simple: porque en la amistad y en nuestra relación con el
amigo lo que se está jugando es una relación mucho más fundamental, que es la relación que sostenemos con lo otro, con el otro. ¿Cómo nos
relacionamos con el otro? Esa es la pregunta que está implícita en el análisis que podamos hacer de la amistad. Esto comienza siendo una
investigación sobre qué es un amigo, qué son nuestros amigos, quiénes son nuestros amigos, y termina siendo en realidad un análisis más
abarcativo acerca de los modos en que el Yo se relaciona con el otro. Una manera más abarcativa de analizar los modos en que lo propio se
relaciona con lo ajeno. Lo acostumbrado con lo desacostumbrado. Lo normal con lo anormal. Lo sano con lo enfermo. Lo puro con lo impuro.
Hay una decisión, casi una vocación, de pensar la amistad en la relación de lo mismo con lo mismo. Lo semejante con lo semejante. Y nos
guste o no nos guste, en el mundo en el que vivimos hay más que lo semejante. Hay un otro. Cuanto menos se asemeje ese otro a lo que
somos, más nos va a costar conectarnos con esa ajenidad. Y sin embargo esa ajenidad nos constituye.

La pregunta es: ¿quiénes son nuestros amigos? Y en donde podamos entrever una respuesta, vamos a elegir un camino. Un camino posible
es ser amigo de nuestros semejantes. Otro camino posible es, más cerca del pensamiento de Nietzsche, ser amigo de nuestros enemigos, y
entonces modificar de algún modo esa lógica binaria que nos invita permanentemente a considerar que las cosas se resuelven de un modo
único y no pueden permanecer en estado de problema. Decir, parafraseando a Nietzsche, que nuestros amigos son nuestros enemigos o que
mi mejor amigo es mi peor enemigo, es una manera de dejar abierto el tema de la otredad. Lo vamos a ir trabajando a lo largo de la clase.

Vamos a la frase. De algún modo lo que está diciendo Aristóteles es: ¡ey, amigos!, todos ustedes que son mis amigos, en realidad no cuajan
en la definición de amistad, no rankean en la definición de amistad, se quedan cortos. Amigos míos, la amistad no existe. Esto significa o bien
que ustedes no son lo suficientemente amigos, o bien que hay que entender que la amistad es esto, algo que al lado del ideal de amistad se
vuelve menor, imperfecto. Una de las formas en las que se ha analizado históricamente esta frase es entendiendo que el no hay amigos remite
al modelo ideal de la amistad. Que es como asumir que un amigo en el fondo no es perfecto, siempre alguna te va a hacer. Al lado del modelo
ideal de amistad que se supone que es incorruptible. Esta sería la manera canónica de entender esta frase.

Vamos con un eruditismo. Esta es una frase muy controvertida desde lo filológico, ya que no está en los textos de Aristóteles. Es una frase

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atribuida a Aristóteles, pero que no está en sus textos. ¿Aristóteles escribió sobre la amistad? Si, escribió sobre la amistad. De hecho el libro
más importante que escribió (en realidad Aristóteles no escribió, todos sus escritos son más bien apuntes de sus alumnos que se fueron
sistematizando y ordenando) es la Ética a Nicómaco, que es uno de los libros capitales de la ética aristotélica. En este libro hay dos capítulos,
el ocho y el nueve, que se los dedica a la amistad. A aquel que le guste el tema y se “banca” leer a Aristóteles, que es un tipo de lectura fácil
pero muy especial, -no es ni metafórica ni figurativa ni poética, es una lectura argumentativa-. Aristóteles es un clasificador de ideas. Escribe
de un modo absolutamente seguible, uno podría ir armando un esquema. Para aquellos que estudian filosofía y lo han leído, aceptarán que
resumir a Aristóteles es lo más fácil que hay, porque es fácilmente sistematizable. Lo que tiene es que, a mi gusto, a veces es demasiado
aburrido por eso, no juega con comparaciones o con metáforas. Pero es muy seguible, recomiendo su lectura. Pero en todo ese libro esta
frase no está. Esta frase sale de un personaje muy especial que fue Diógenes Laercio, que fue una especie de historiador de los filósofos que
escribió un gran libro llamado Vida y Obra de los Filósofos Antiguos, en el cual va contando muchas historias de los filósofos e incluso les va
adjudicando pensamientos y frases a la mayoría de ellos. Como muchos de ustedes saben, hay muchos filósofos antiguos de los cuales no
nos han llegado a nosotros sus obras, muchos de sus escritos nos han llegado de manera indirecta. Diógenes Laercio es uno de los grandes
comentadores de los filósofos, que nos ha permitido acceder a estos filósofos antiguos. Con un problema, el de la veracidad. Muchas de las
ideas que tenemos de filósofos antiguos, de sus vidas y de sus biografías, las tenemos gracias a gente como Diógenes Laercio, que sí nos
ha llegado su obra. Pero de algún modo sacrificamos la confiabilidad de que este hombre nos esté ofreciendo con literalidad la historia y las
ideas de los filósofos que menciona. El le adjudica en su obra esta frase a Aristóteles.

Hay un problema de traducción básicamente, yo sé que es una cosa menor pero es clave porque la clase de dispara desde esta frase. El
problema es que el Oh en griego puede aparecer escrito de dos maneras distintas Ô y Hô:

La primera como exclamación:

Ô phíloi, oudeís philos (Oh amigos, la amistad no existe)

La segunda, que agrega una H antes de la ô, convertiría la frase en otro sentido:

Hô phíloi, oudeís philos.

Que se traduciría como (incluyendo palabras en castellano para que se entienda el sentido) El que tiene muchos amigos no tiene amigos. Que
es otra cosa absolutamente diferente. Uno diría que hay que definirse: es una o la otra. Este es el problema de la historia: ¿a quién le vamos a
preguntar? Este es el conflicto. La mayoría de los conflictos de interpretación de la filosofía tiene que ver con esto, con traducciones que nos
han llegado un poco discutidas. Un pensador contemporáneo muy importante llamado Giorgo Agamben tiene un texto hermoso que trabaja
sobre la amistad en Aristóteles que dice que ya desde el siglo XVII se sabe que la traducción que se relaciona con el original aristotélico es
la segunda, que Aristóteles nunca quiso decir Oh amigos, la amistad no existe; no hay en el pensamiento aristotélico fórmulas paradójicas. Es
más, Aristóteles es el filósofo cuya filosofía puede entenderse como un ordenamiento del pensamiento siguiendo la lógica y la no incurrencia
en la contradicción y la paradoja. O sea que encontrar una frase de Aristóteles dicha en términos paradójicos no tiene sentido. ¿Entonces,
por qué la seguimos sosteniendo? Bueno, de esto se trata la historia de la cultura. De como se van articulando interpretaciones tras inter-
pretaciones, mentiras tras interpretaciones. Básicamente hay tres pensadores que, dice Agamben, sabiendo que esto era así sin embargo
optaron por que la frase permanezca en su sentido paradójico, porque le daba un sentido más interesante al pensamiento. Con lo cual uno se
pregunta: ¿sabiendo que una traducción es más fiel que otra, vale sostener una traducción incorrecta en la medida en que habilita creativa-
mente nuevas formas de pensar? La respuesta depende del paradigma en el que uno se pare. Para que se den una idea: los dos pensadores
que, a sabiendas de que esta traducción era incorrecta sostuvieron el carácter de la traducción paradójica fueron ni más ni menos que
Nietzsche y, en nuestro siglo XX, Jacques Derrida. El tercero es Montaigne, anteriormente. Pero Montaigne es como perdonable en algún
punto porque no traspasa su filosofía por este lado. El caso de Nietzsche y de Derrida, sí. Porque en ambos hay una vocación de tratar de po-
ner en cuestionamiento la lógica binaria, entonces encontrar esta formulación en términos paradójicos los habilita a fundar mejor su teoría.
Yo soy de los que piensa que este tipo de estrategias valen. Valen por lo que abren. Es más, sólo un sistema filosófico que se sostenga, que
esté fundamentado, en un valor de verdad fuerte, puede realmente ponerse obsesivo con el tipo de interpretación que hacemos de ciertas
ideas. En cambio me parece de una gran coherencia que un pensador como Derrida, quiero decirles que Derrida -que es el gran renovador
de la idea de amistad a finales del siglo XX- escribe un libro entero llamado Políticas de la Amistad, uno de sus libros más incomprensibles,
que es fabuloso. Ese libro está basado en esta frase, que Derrida sabía que estaba mal traducida.

Vamos a la concepción aristotélica de la amistad. ¿Qué decía Aristóteles de la amistad? Para Aristóteles la amistad básicamente, y acá viene
el primer revuelo (Aristóteles trabaja la cuestión de la amistad en la Ética a Nicómaco), es una relación ética. Ya con esto tenemos toda una
definición. No es biológica: no es que los hombres necesitan amigos como necesitan ir al baño. Está claro que la amistad no es de índole
biológico. A veces uno tiene la sensación de que la amistad tiene que ver con una cuestión sentimental y coloca a la amistad también en el
ámbito de la psicología, entendiéndola como una relación que el hombre necesita desde el punto de la estructuración de su psiquis. Aristó-
teles va por otro lado (obviamente en la época de Aristóteles la psicología estaba lejos del desarrollo que se iba a dar en la Modernidad), la
clasifica como una relación ética.

Decir que la amistad es una relación ética es toda una decisión, ya que tomando la definición de etica más rápida, la que la liga con las
concepciones del bien con las que el hombre se maneja, podemos decir que de algún modo la amistad nos estaría acercando mejor al bien.
Para decirlo en un lenguaje más llano: nos estaría haciendo mejores personas. Es una relación ética en la medida en que nos mejora como
hombres. Pero no porque nos hace más ricos o más lindos, sino que es un tipo de mejora ética: nos mejora desde el punto de vista de los
valores, nos convierte en mejores personas entendiendo la mejoría de la persona no de manera relativa sino de manera absoluta. Aristóteles
es un pensador objetivista, un pensador de lo objetivo. Para Aristóteles el bien no es una categoría relativa, no es que lo bueno para mí es
malo para el otro y depende de donde hable algo va a ser bueno o malo. Aristóteles está convencido de que la amistad nos vuelve mejores
personas porque entiende la amistad como una relación basada en el bien. Y ese bien es incuestionable. Una de las grandes trasformaciones
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que vive la ética de la Antigüedad a la Modernidad es su paulatina relativización y subjetivación. En la Antigüedad no había dudas de que era
lo bueno y lo malo. Eran categorías que estaban adjudicadas a las cosas mismas. Incluso no dependían de lo humano: lo bueno y lo malo era
bueno y malo por naturaleza. En ese sentido la amistad es una manera de acercarnos al bien. Por eso es una relación ética. Como que un
hombre solo no puede, necesita relacionarse con un otro para poder ir alcanzando ese objetivo.

Aristóteles diferencia dos tipos de amistad: la amistad perfecta y la amistad imperfecta. La amistad imperfecta es un tipo de amistad que
no llega a resolver, a garantizar completamente ese acceso al bien. Se queda en el camino. Es un tipo de amistad que los hombres tenemos
entre nosotros, y tenemos muchas amistades imperfectas, pero no terminan de plasmarse en su plenitud. Esta amistad es imperfecta para
Aristóteles porque no depende de la relación que se sostiene con el otro en sí mismo, sino que depende de un objeto exterior a los amigos.
Un objeto exterior que nos une. Una amistad perfecta, en cambio, sería una amistad que se estaría dando por la relación con el otro en sí
mismo. Yo soy amigo de Esteban por lo que Esteban es, y Esteban es amigo mío por lo que yo soy. No media ningún objeto externo sino la mera
confianza que sostenemos como amigos mutuos. Soy amigo de Esteban y lo estimo como amigo por lo que es: una buena persona.

Alumno: para vos es buena persona, tal vez para otro no.

Darío: ese es un juicio que Aristóteles no aceptaría. Esa sería una manera de entender el bien en la Modernidad. No en toda la Modernidad.
Pero en una forma más relativa. Acá estamos partiendo de concepciones del bien y del mal que suponen cierta objetividad. Entonces, yo soy
amigo de Esteban porque es en sí mismo un buen tipo, y el es amigo mío porque yo soy en-sí un buen tipo. Estamos compartiendo ese bien,
“participando” del bien en sentido platónico. Hay una pregunta que les dejo, entonces: ¿los malos, no tienen amigos? Respuesta: no. No, des-
de el punto de vista del bien de la amistad como concepción ética en la tradición clásica. Los malos tienen relaciones, tienen complicidades.
Hasta las pueden llamar amistades. Pero hay un punto en el que esa amistad se va a resquebrajar. Porque la amistad imperfecta depende de
algo exterior y este elemento exógeno la termina disolviendo. La amistad perfecta es autárquica, o sea, independiente, autónoma, y por ello
cuando algún elemento externo desaparece, la amistad continúa. En cambio si la amistad depende de algo externo, la desaparición de este
elemento, hace desaparecer también la amistad.

Aristóteles nos presenta estas dependencias exteriores en dos: o depende de la utilidad o depende del placer. Entonces una amistad imper-
fecta me une con Víctor, porque a Víctor y a mi nos encanta por ejemplo, juntarnos en un café a leer La Biblia. Y disfrutamos de ese momento
y de ese compartir. Pero en la medida en que Víctor y yo creamos que La Biblia nos hace mejores personas, la amistad ya es perfecta. Porque
no importa La Biblia, no importa el café, el bien importa más que cualquier individualidad. Incluso la amistad perfecta escapa al egoísmo. Si
Esteban y yo somos amigos es porque entre ambos nos hacemos el bien, porque nuestra amistad nos genera un acceso al bien, porque nos
hace mejores personas. No somos amigos por interés privado. El bien es superior al interés privado y disuelve cualquier interés individual.
El bien entendido por los antiguos, no es lo que para nosotros en nuestros tiempos modernos/posmodernos podemos concebir como el bien.
No nos olvidemos que provenimos de tiempos en los cuales se creía sustancialmente en ideas objetivas y absolutas como La Verdad, El Bien,
La Belleza, Dios, La Historia. Todos estos conceptos hoy se encuentren relativizados, pero relativizados a partir de su proveniencia de ellos.
No es que los descartamos y los olvidamos: no los olvidamos. Incluso el ateismo (ya lo vamos a ver la clase que viene) sigue suponiendo
una relación con un Dios en el que ya no creemos y sin embargo no podemos no definirnos a partir de esa proveniencia. Provenimos de una
cultura de la que nos desmarcamos, pero nos estamos desmarcando de algo que nos marcó, o que todavía nos sigue marcando. Acá pasa lo
mismo con las concepciones de la amistad y del bien. Esta amistad ideal en la que seguramente si les pregunto ya ninguno cree… Aunque
no creamos más en esta amistad sacrificial, de altruismo por el otro, es una amistad que en su idealidad nos sigue marcando…

¿Qué es la amistad por utilidad o por placer?

Por placer: tengo amigos con los que vamos a la cancha y nos encanta ir a la cancha con un amigo. Por ejemplo a Eduardo, que es hincha de
River, le gusta ir a la cancha con sus amigos a sufrir, comparten ese placer masoquista. El día que Eduardo deje de ser de River, los amigos
de Eduardo van a dejar de ser sus amigos. Porque lo que los une con Eduardo es el placer por ir a la cancha. Lo mismo, dice Aristóteles, pasa
con cualquier otro tipo de placer. Y esto pasa con la utilidad. Nosotros le decimos amistad por utilidad o por conveniencia (interés).

Público: respecto de la relación entre dos personas que quieren el bien para el ajeno, para el que está al lado. No entiendo bien por qué es
esta relación…

Darío: porque de algún modo los caminos hacia el bien se van encontrando en situaciones contingentes y disparadoras…

Público: supongamos dos soldados del mismo bando, ¿Son amigos?

Darío: depende de lo que estén buscando y con quien conectan. Lo que está en juego acá, en esta relación de amistad entre buenos, es algo
parecido a la concepción platónica del amor, en el amor pasaría lo mismo. No importa que vos y yo seamos amigos, lo que importa es que
entre los dos tenemos un feeling especial que nos permite tanto a vos como a mi alcanzar el bien. Vos para mi no sos más que una platafor-
ma para que yo alcance un estado de perfección. En algún sentido se va disolviendo la particularidad de la relación en algo superior que lo
contiene, que es el bien.

Público: ¿Puede que no sea recíproco?

Darío: En Aristóteles no, no puede. La reciprocidad es una de las características claves.

Público: ¿Hay algún tipo de interés?

Darío: esa es la pregunta clave. En el caso que expliqué recién no hay utilidad para Aristóteles. Para nosotros hay utilidad porque en nuestra
época no nos convence la existencia de un bien supremo que nos alberga. Pensamos todo desde la individualidad. Hay que ponerse en otro
lugar: primero está el bien, después está el individuo. En el pensamiento antiguo no se piensa desde lo individual, se piensa desde lo absoluto.
El individuo es una parte de ese absoluto. El logos griego, de donde viene razón, conocimiento, discurso, es común. Hay un famoso fragmento
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de Heráclito que en una parte dice: ¨El logos es lo común¨. No es particular. En todo caso nuestra racionalidad no es más que un desprendi-
miento de una racionalidad común. El pensamiento estoico piensa de esta manera. Hay una lógica, una racionalidad en lo real, y los hombres
en todo caso conectamos o desconectamos con esa racionalidad. El pensamiento individual es siempre secundario, posterior. En el caso
moderno es al revés: pensamos desde el ego. Lo que nos cierra a nosotros. Esta forma de pensar desde el ego es clave en nuestra manera de
entender la amistad. Vamos a ir desarrollando como la amistad se va a ir convirtiendo en una propiedad, -en esa dualidad semántica que tiene
la palabra-, o posesión del yo. Cuando un amigo se convierte en una propiedad del yo: ¨oh amigos, la amistad no existe¨, porque se convierte
en una propiedad, en una cosa, con la que establecemos una relación de otra índole.

Amistad por conveniencia o por utilidad. Siempre cuento este ejemplo porque me parece claro: yo tenía una amiga que vivía cerca de mi
casa y me llevaba en auto. Trabajábamos juntos en un colegio que quedaba lejos, era una colega con la que teníamos una buena relación,
pero no había una amistad. Pero sin embargo a partir del hecho de vivir cerca y de que me llevaba en auto, se empezó a generar un lazo. A
mi evidentemente me era conveniente tener esa relación porque me resolvía un gran problema. Yo sacaba tajada de esa amistad, pero no era
falso y no era aparente. Evidentemente era una relación que el día, que de hecho fue lo que pasó, que dejara de trabajar en el colegio no la
iba a ver más. La amistad se terminó. Y si ella hubiera vendido el auto tampoco la hubiera visto más y la amistad también se hubiera terminado.

La pregunta ahora es por la reciprocidad. ¿A ella qué le pasaba? ¿De qué le servía? Supóngase que era una chica a la que le gustaba ha-
blar… mucho. Entonces encontró una oreja dormida que escuchaba. Se dio una utilidad mutua, simbiótica. A los dos de algún modo nos
convenía y fuimos amigos durante muchos años.

Esta claro que es una amistad imperfecta. Está clarísimo. La pregunta que uno se hace acá es: ¿hay amistad de otro tipo que no sea esa? Uno
dice: si, la amistad por el bien, por el otro en sí mismo, querer al otro por lo que el otro es… Lo que pasa es que, lo voy a decir duro incluso
hasta desde la terminología, querer al otro por lo que el otro es supone una metafísica, una concepción del bien que no se hasta que punto
se puede sostener. Lo voy a ir explicando despacio. Vuelvo con un ejemplo: yo tengo un amigo que siempre que lo llamo y necesito de él, mi
amigo está. Y sin pedir nada a cambio. Este es el ejemplo de una amistad que parece no estar mediada por ningún tipo de interés. Sin embargo
si uno indaga un poco, claramente estamos hablando de un interés en otro sentido: a la cuarta vez que lo llamo y no está dispuesto, ya no me
interesa más. Es bastante relativo cual es el grado de falta de interés o la relación desinteresada que puede haber en la relación con el otro.

Tenemos la amistad perfecta y la amistad imperfecta. Obviamente la perfecta tiene un grado de idealidad y quiero diferenciar esto: para
Aristóteles la amistad imperfecta es amistad. Es imperfecta, pero es amistad. Esto es importante por dos cosas: primero, en relación a la
obra de Aristóteles, siempre tiene este tipo de caracterización. Cuando habla del conocimiento, también habla del conocimiento perfecto
e imperfecto, pero al imperfecto le da la entidad de conocimiento. Muy distinto a otros pensadores como Platón que son más taxativos: el
conocimiento o es perfecto o no es. Es un conocimiento aparente, de lo falso.

El pensador que se va a diferenciar de Aristóteles es Cicerón. Cicerón es un estoico, que se va a poner más duro y va a decir que la amistad
imperfecta en realidad no es amistad, sólo vale la amistad perfecta. Y si sólo vale la amistad perfecta, llegamos a lo mismo: ¨Oh amigos, la
amistad no existe¨.

Dice Aristóteles que hay tres características que debe tener la relación de amistad. Toda relación de amistad, la perfecta y la imperfecta. Las
tres características son: semejanza, reciprocidad y confianza. Hay una frase de Aristóteles que dice: ¨Mi amigo es mi otro yo¨

Público: no entiendo cómo puede ser que si Aristóteles es tan absoluto y abarca todo, como puede decir que la amistad imperfecta sigue
siendo amistad.

Darío: existe en la medida en que hay ciertos conceptos que se van realizando con el paso del tiempo. En Aristóteles hay una concepción de
lo real que se conoce con el término de teleológica, que viene de teleología que es finalidad. Para Aristóteles las cosas no solo son, sino que
se realizan a través del tiempo. Se tienen que realizar. Un típico ejemplo controvertido desde el pensamiento de Aristóteles: una mujer para
realizarse, para cumplir con su teleología, para ser categóricamente mujer en este tipo de pensamiento, tiene que ser madre. Sino, no termina
de realizarse. Esa forma casi autoritaria de pensar sigue en el presente, en el sentido común contemporáneo. Pero está visto como un tipo
de desarrollo. Aristóteles, poniendo la diferencia entre perfecta e imperfecta, salva su adhesión a ese bien absoluto. Pero no es que hace
desaparecer lo imperfecto, porque le da esa posibilidad de realización. Esto hay que entenderlo en todo el marco del sistema de Aristóteles.
El de Platón es más taxativo porque lo perfecto está puesto en el mundo ideal y el mundo sensible es una copia degradada con respecto a
ese mundo.

Público: pero Aristóteles en el fondo, al diferenciar perfecto e imperfecto, hace lo mismo.

Darío: si, en algún sentido si. Todos los antiguos tienen una prioridad, una prevalencia por lo perfecto. Hay una prevalencia de lo ideal, hacia
donde deben tender las cosas.

Público: ¿Existe la amistad perfecta?

Darío: para la amistad perfecta hay dos posibilidades: una es que realmente pueda plasmarse en una relación concreta entre amigos, con
este amigo alcancé este estado de amistad perfecta... Eso iría en contra de la frase disparadora de esta clase. Porque un poco, esta sería
la segunda postura, entraríamos en una especie de disquisición en la cual sostendríamos ese ideal a realizarse, sabiendo que el hombre es
un amigo (un amante, un buscador), pero nunca alguien que termina de encontrar eso que busca. Dicho de otra manera, yo te diría que esa
amistad perfecta no existe. Y sin embargo, aunque no exista, está presente. Agamben tiene en su libro Profanaciones en el capítulo “Magia
y Felicidad”, una idea que a mí me encanta: ¨La felicidad es creer en lo divino y no aspirar a alcanzarlo¨. Porque en la medida en que aspiro
a alcanzarlo lo degrado, deja de ser divino. Yo creo que hay algo de eso en la amistad perfecta. La amistad perfecta es algo en lo que puedo

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establecer claramente hasta qué punto una relación con un otro yo puede otorgarme un acceso al bien. En la medida en que la pongo en
práctica alguna falencia aparece, y se degrada esa forma de entender la amistad. ¿Entonces para que sirve tener una amistad en la que se
cree y sin embargo renuncio a aspirar? De eso se trata el carácter paradojal del estudio. Tal vez está bueno empezar a pensar que la vida no
se trata simplemente de fundar objetivos que sólo tienen valencia en la medida en que los alcancemos. Esa es una manera de entender el
sentido de la existencia basado en una categoría de exitismo y de eficientismo que encubre otra realidad posible.

Público: creer en el amor, pero no en el matrimonio, como posesión de ese amor.

Darío: está bien, si entendemos al matrimonio de esa manera. El matrimonio estaría ejemplificando la posesión en el sentido institucional.

Público: ¿Decir que una mujer tiene que ser madre no es justamente eso, ser exitista? ¿No es contradictorio?

Darío: si totalmente. Pero Aristóteles no dice esto que yo digo. Esta es una lectura contemporánea.

Público: con respecto a esa amiga que te llevaba en auto, vos no la sentías tu amiga…

Darío: sí, la sentía mi amiga…

Público: creo que hoy no hablamos de amigos imperfectos, hablamos de conocidos…

Darío: en relación a esa forma de pensar la amistad, hoy todas nuestras amistades son imperfectas. Las asumimos como imperfectas. Sin
embargo, éste es el carácter paradojal de esta tradición, seguimos sosteniendo un contenido ideal de la amistad en el que ya no creemos.
Y eso no esta muy lejos de: amigos míos, la amistad no existe. Haciendo una comparación con la verdad: todos sabemos que no vamos a
alcanzar la verdad absoluta y sin embargo venimos a un curso de filosofía, seguimos abriendo los libros, seguimos esperanzados con alcan-
zarla. Un conocimiento que sabemos que no existe. Esta es una manera muy interesante de romper con la lógica de la eficiencia. Ojalá ese
tipo de pensamiento paradojal lo pudiésemos transferir a otras zonas de la existencia y darnos cuenta de que la productividad de nuestras
acciones puede ser puesta entre paréntesis, asumiendo este carácter paradojal. Con la amistad pasa algo de esto. Seguimos sosteniendo
una concepción ideal de la amistad, pero en el fondo pensamos que algún interés hay. Pero no dejamos de definir la amistad desde ese lugar.

Público: ¿La llegada a esa amistad perfecta de la que habla Aristóteles no generaría placer?

Darío: depende de cómo definamos placer. Si uno define al placer desde la categoría de lo efímero, que es una categoría que está directa-
mente ligada al placer, porque el placer no es algo que se sostiene en el tiempo. Entonces llegar a esa amistad perfecta lo que haría sería lo
contrario: disolver el placer, en el sentido en que al llegar al punto máximo en el que se consume y luego decae. Tanto la felicidad como la
amistad, en la medida en que alcanzan su perfección las perdemos. Por eso es algo que no hay que alcanzar.

El amor es el ejemplo más claro: amor es búsqueda, pero cuando esta búsqueda alcanza su objetivo, la búsqueda termina. El amor como
búsqueda se disuelve. En la filosofía (amor al saber) esto es manifiesto: si el filos-sofos (amante al saber) alcanza la “sofía” (saber) deja de
ser filos-sofos. Realmente hay que creerse que uno alcanzó el saber. En realidad la condición humana nos arroja a un mundo en el cual todos
somos buscadores…

Público: salvo los científicos…

Darío: más o menos. Ese sería un científico que cree que su desarrollo investigativo alcanza certezas absolutas. En realidad el mundo de las
ciencias es un mundo que también se maneja fuertemente con hipótesis, con conjeturas y con una búsqueda abierta.

Público: ¿qué pasa en el caso del amigo que le dice al otro: yo siempre estuve, estoy y voy a estar en las malas, siempre te banco y te ayudo?

Darío: por lo general, este tipo de ¨donaciones¨ por decirlo de alguna manera, generan un sentimiento de deuda. Y en la medida en que gene-
ren un sentimiento de deuda, no hay amistad. La amistad supone que ese sentimiento de deuda no existe. La pregunta que hay que hacerse
es: ¿hasta que punto es posible realmente vivenciar una amistad en la que uno da todo eso y no se genera ni la sensación de orgullo por el
dar, ni la de deuda por recibir? Si se puede trascender esa doble sensación, la amistad ideal es posible. La pregunta es si esto es factible.

Público: hay gente que tiene una personalidad altruista y no le importa recibir nada a cambio y viceversa.

Darío: ahí hay una ruptura del paradigma de la lógica binaria que tiene que ver con el dar. Con el dar unilateral. Ahí estamos rompiendo cierta
lógica del intercambio. Pero cuidado porque estamos rompiendo con uno de los conceptos claves de la amistad clásica, que es la reciprci-
dad.

Sigamos: semejanza, reciprocidad y confianza (conocimiento mutuo). Tomemos las dos primeras: semejanza y reciprocidad.

Semejanza: entre dos amigos tiene que haber una semejanza. Esto significa que tiene que haber algo en común. Intereses comunes. Proyec-
tos comunes. ¿Alguien puede tener un amigo con el que no comparte absolutamente nada?

Reciprocidad: la amistad es una relación mutua. Yo soy amigo de Diego y Diego es amigo mío. Si yo soy amigo de Diego y Diego ni se entera,
no la llamamos amistad.

¿Es la reciprocidad un factor fundamental en la amistad?

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Público: si… no… no igualitariamente.

Darío: igualitariamente es otra cosa. En relación a la proporcionalidad hay una diferencia entre la postura de Aristóteles y la de Cicerón (los
nombro a los dos porque son de la ¨misma escuela¨ en relación a la amistad). Cicerón dice que la amistad iguala. Ejemplo: un amigo “rico”
que tiene un amigo “pobre”, en la amistad esa diferencia de clase se disuelve. Vale más la amistad que la diferencia de clase, esto sería lo
ideal. Aristóteles dice que tiene que haber proporcionalidad. Entonces si hay diferencia, ese dar y recibir debe reflejar proporcionalmente la
diferencia. Ejemplo: si yo tengo un amigo que tiene mucha plata y me da cosas, yo le tengo que devolver algo (obviamente no plata porque no
la tengo), siguiendo ese juego de reciprocidad.

Público: pero en este caso no hay semejanza.

Darío: buena pregunta. En este caso la semejanza supone el compartir el espacio. No es semejanza como igualdad, sino como algo en común
que nos une. Cada uno parte desde una desproporcionalidad.

Hablando de dar y devolver, la cuestión de la amistad se relaciona directamente con un tema capital: la justicia. En este sentido tenemos la
siguiente frase de Aristóteles: ¨Cuando los hombres se aman unos a otros, ya no es necesaria la justicia¨. Está por encima de la justicia por-
que, dice Derrida, es más justa que la justicia misma. Evidentemente, en una relación ideal de amistad no haría falta ningún tipo de esquema
ligado a la justicia, porque ya no habría entre los amigos nada que juzgar.

Este es un debate que se dio en la Antigüedad, la relación entre la amistad y la justicia. Cicerón lo trabaja desde este ejemplo: si un amigo
tuyo roba, ¿lo denunciás o no? ¿Qué está primero: la justicia o la amistad? Aristóteles toma partido por algo que me parece clave, que tiene
que ver con la relación entre la ética y la política: la ley tiene sentido en la medida en que no somos éticos. Si el hombre alcanzara cierta
forma de vida ética, la ley no tendría sentido. Para dar un ejemplo religioso: en lo que se entiende como el tiempo mesiánico (el momento de
llegada del Mesías), el final de los tiempos, no haría más falta la ley. En la tradición judía, la Torah (que es la ley) en el mundo mesiánico por
venir, dejaría de tener sentido. No tendría sentido ya ningún tipo de normativización de lo que por sí funciona correctamente.

Dice nuestro amigo Friedrich Nietzsche:

Si la amistad está basada en la semejanza, ¿quién asemeja a quién?

Es un molesto Nietzsche. ¿¡Quién pone el criterio!? ¿¡Quién define lo común!? ¿¡Cuál de ambos determina lo semejante!? ¿O realmente cree-
mos que hay una especie de igualdad democrática en la que consensuadamente se alcanza lo común? Para Nietzsche el hombre es voluntad
de poder. Desde la voluntad de poder se produce un acto de asemejación. Uno asemeja al otro. Y si hay reciprocidad, ¿no se transforma la
amistad en un contrato, en un pacto? Si la amistad se transforma en un contrato y sigue la lógica del intercambio, ¿no pierde ese sentido de
don, de dar al otro sin importar lo que el otro me devuelva? ¿No tiene más que ver con eso el sentido ideal de la amistad?

Y entonces piensa Nietzsche: tal vez está bueno pensar hasta qué punto mi mejor amigo no es mi peor enemigo... Aquel que como peor
enemigo comienza un proceso de desposeimiento; un proceso en que me quita de mi yo; que me abre de mi encierro; que me saca de mis
dogmas, de aquello que considero incuestionable. Hasta qué punto mi mejor amigo, más que el que me adula, con el que comparto lo que ya
tengo, no es aquel que en su diferencia, en su otredad, en su monstruosidad, en su ajenidad, en su extranjería, me saca de mi comodidad, de
mis lugares comunes, de aquello de lo que estoy esclavizado y me abre nuevos horizontes, nuevas posibilidades. Me hace crecer, porque me
muestra lo diferente. ¡Que fácil, que ilusorio es ser amigo de un igual! ¡Qué apuesta por un mundo diferente (un amigo dona un mundo, dice
Nietzsche) es abrirle la puerta al extranjero! Al extraño extranjero. Al que no piensa como yo. Al que no le abriría la puerta de mi casa porque
le temo, le temo por diferente. Esa diferencia, puede ser una diferencia peligrosa, una diferencia pacífica, pero a priori genera en mí, miedo,
rechazo y una palabra clave: seguridad. La seguridad de seguir siendo quien soy teniendo lo que tengo, poseyendo lo que poseo. Sobre todo
lo que me hace ser yo, ego, lo propio. No se olviden: la palabra propiedad viene de propio. Muchas veces se da una confusión muy interesante
entre lo propio y mis propiedades. Muchas veces los confundimos. Y sentimos que al abrir la puerta, la irrupción de un otro pone en peligro lo
propio, cuando en realidad pone en peligro nuestras propiedades, que es otra cosa. Son puestas en peligro y uno no las quiere perder, pero
en todo caso el mundo de las propiedades es el mismo mundo de un yo que se considera lo prioritario.

Público: ¿No es una frase de Nietzsche que todo acto es egoísta?

Darío: pero no así. No es egoísta en el sentido de la concepción del yo moderno. Es egoísta, si quierés, en un sentido más animal.

Público: pero si yo le regalo algo a un amigo y me pongo contento porque el es feliz…

Darío: en este caso, como vimos antes, se genera un orgullo en el dar. Hay un autor maravilloso que es Blanchot que en La Escritura del
Desastre dice: ¨En la amistad verdadera uno sólo puede dar lo que no posee¨. Ahí está el tema del don, que es ese regalo que uno no pone
en circulación. Porque si es una propiedad tuya, que ponés en circulación para darla, se genera una relación de intercambio, y el que recibe,
cuando devuelve, disuelve el acto de dar. Si yo te invito a cenar a casa y vos sentís que me tenés que devolver la invitación, nunca hubo de
ninguno de los dos un verdadero acto de invitación. ¿Se entiende? Derridá puro…

¿Conocen el Potlach? Marcel Mauss en su libro Ensayo sobre el don, estudia una tribu de indígenas norteamericanos de la zona norte donde
una vez por año se hace una suerte de estadística con la cual se visualiza quien es el que más ganó, el que mejor está. Cuando se determina
a quien de todos los integrantes de la tribu mejor le fue y por lo tanto es el más poderoso, es el que más acumuló, ese día se realiza el Potlach:
el que más tiene, regala todo, y lo que no termina de regalar, lo quema. Queda en cero. Punto. ¿Qué gana? Nada. Es otra lógica. Se juegan
otros valores evidentemente. Obviamente es una persona que adquiere un grado de prestigio a partir del año que viene, pero tiene que em-
pezar de cero. De abajo tiene que resurgir. Es una lógica opuesta a la que estamos acostumbrados. Estamos tan arraigados en nuestro yo
que nos cuesta mucho pensar en un dar que no vuelve. Para nosotros el dar tiene sentido en la medida en que es una inversión. No digo que
todo se calcule fría y estratégicamente. Está inconcientemente planteado. Se lo visualiza como productivo. Piénsenlo desde la lógica de la
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productividad. Esto lo explica Derrida en otro libro que es maravilloso que es Dar (el) tiempo, donde están planteados estos conflictos: ¿A qué
dar el tiempo? ¿Para qué le dedicamos nuestro tiempo a asuntos que no vuelven, asuntos improductivos?

Público: ¿Sabés cómo es el sentimiento de la amistad para los orientales?

Darío: no… ni idea como se plantea esto específicamente en las teorías orientales como el taoísmo, el budismo. Ya de por sí el budismo parte
de una idea del yo como no yo, hay una disolución del yo. Entonces la amistad debe estar planteada desde otro lugar, no lo se específica-
mente…

Quiero avanzar con esto. Les voy a leer un texto, para que tengan un poco de Nietzsche original.

Humano demasiado Humano, párrafo 376:

¨Solo medita por una vez para ti mismo cuan diversos son los sentimientos, cuan divididas están las opiniones, aún entre los conocidos más
íntimos. Como incluso opiniones idénticas tiene en las cabezas de tus amigos un lugar, una intensidad, enteramente diferente en la tuya.
Cuantísimas veces se presenta el pretexto para el malentendido, para la divergencia hostil. Después de todo ello te dirás: que inseguro es el
terreno sobre el que descansan todas nuestras alianzas y amistades. Que cerca están los chaparrones o el mal tiempo. Que aislado está todo
hombre. Si alguien comprende esto y además que todas las opiniones y su índole de intensidad son entre semejantes tan necesarias e irres-
ponsables como sus acciones, si se percata de esta necesidad interna de las opiniones a partir de la inexplicable implicación de carácter,
ocupación, talento, entorno, tal vez se libra entonces de la amargura, la incisividad de este sentimiento con que el sabio exclamó: amigos,
no hay amigos. Más bien se confesará: sí, hay amigos, pero es el error, la ilusión acerca de ti, lo que los ha conducido a ti y deben aprender a
callar para seguir siendo amigos tuyos. Porque siempre tales relaciones humanas estriban en que nunca se digan, ni siquiera se rocen cierto
par de cosas. Pero en cuanto estas piedrecitas se echan a rodar, la amistad va detrás y se rompe. ¿Hay hombres que no resultarán mortal-
mente vivos si se enterasen de lo que sus más íntimos amigos saben de ellos en el fondo? Al aprender a conocernos a nosotros mismos y a
considerar nuestro mismo ser como una esfera cambiante de opiniones y disposiciones y por tanto a menospreciar un poco, reestablecemos
nuestro equilibrio con los demás. Es verdad que tenemos buenas razones para despreciar a cada uno de nuestros conocidos, aunque sean
los más grandes. Pero igual de buenas para volver este sentimiento contra nosotros mismos. Y así soportémonos unos a otros, ya que nos
soportamos a nosotros. Y tal vez le llegue a cada cual algún día la hora más jubilosa en que diga: amigos, no hay amigos. Exclamó el sabio
moribundo. Enemigos, no hay enemigos. Exclamo yo, el loco viviente¨.

¡Que maravilla! Soportemos a los otros, ya que nos soportamos a nosotros mismos. La amistad es una ilusión, dice Nietzsche. Una ilusión
que está encubriendo esa voluntad de poder arrasante, propia del hombre. Que no la bancamos, entonces creamos estas metáforas que nos
hacen soportarnos mejor a nosotros mismos, como la amistad, el bien, la verdad. Para Nietzsche son todas creaciones para que el hombre
pueda articularse mejor consigo mismo.

Recopilé algunas frases del texto más famoso de Nietzsche que es Así habló Zaratustra:

¨Vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vuestra mala persona¨

¨No soportáis a vuestra propia persona y no os amáis bastante¨

¨Pretendéis inducir al prójimo al amor y hacer de su error vuestra justificación y realce¨

En este sentido, tanto Montaigne como Nietzsche consideran que la mujer no está capacitada para la amistad. Una concepción de la mujer
propia de sus épocas. No nos olvidemos que en Argentina la mujer empezó a votar hace sólo sesenta años. Hay una concepción muy andro-
céntrica de la amistad, incluso en la misma concepción de fraternidad (que tiene que ver con una amistad más política), supone una lectura
machista: el frater (el hermano) que es un amigo familiar, está basado en una idea del macho y no de la hembra.

La Gaya Ciencia. Alguien que no leyó a Nietzsche y quiere hacerlo, que empiece por este libro: La Gaya Ciencia.

La amistad de las estrellas, éste es el más famoso: ¨Éramos amigos y nos hemos vuelto extraños. Pero está bien que sea así y no queremos
ni ocultarnos ni ofuscarnos como si tuviésemos que avergonzarnos de ello. Somos dos barcos y cada uno tiene su meta y su rumbo. Bien
podemos cruzarnos y celebrar juntos una fiesta, como lo hemos hecho. Y los valerosos barcos estaban fondeados luego tan tranquilos en un
puerto bajo el sol que parecía como si hubiesen arribado ya a la meta. Pero la fuerza todopoderosa de nuestras tareas nos separó e impulsó
luego hacia diferentes mares y regiones del sol. Y tal vez nunca más nos veremos. Tal vez nos volveremos a ver pero no nos reconoceremos
de nuevo. Los diferentes mares y soles nos habrán transformado. Que tengamos que ser extraños el uno para el otro es la ley que está sobre
nosotros. Por eso mismo hemos de volvernos más dignos de estimación uno al otro. Por eso mismo ha de volverse más sagrado el recuerdo
de nuestra anterior amistad. Probablemente exista una enorme e invisible curva y órbita de estrellas en la que puedan estar contenidos como
pequeños tramos nuestros caminos y metas tan diferentes. Elevémonos hacia ese pensamiento, nuestra vida es demasiado corta y demasia-
do escaso el poder de nuestra visión como para que pudiéramos ser algo más que amigos en el sentido de aquella sublime posibilidad. Y es
así como queremos creer en nuestra amistad de estrellas aún cuando tuviéramos que ser enemigos en la tierra¨.

Vamos cerrando. El pensamiento de Nietzsche abre dos teorías que casualmente responden a dos pensadores judíos, porque todo el tema de
la otredad es un tema muy judío desde el punto de vista de la filosofía, que son Lévinas y Derrida. En definitiva esta idea nietzscheana de que
mi mejor amigo es mi peor enemigo lo que me está abriendo es la idea de pensar mi relación con el otro. Esa relación con el otro lo que pone
en evidencia, antes que nada, es la cuestión de cómo la otredad radical (aquel que no tiene nada que ver conmigo) es el que más me inspira
a darme cuenta de mis propias limitaciones. Ese extraño extranjero, así lo llama Lévinas retomando textos bíblicos, es el que cumple con esa
tarea. Y para eso Derrida va a tomar un concepto: el de la hospitalidad. Hospitalidad es una palabra que remite a huésped. Es una palabra
bastante problemática. En la tradición bíblica, en el desierto, la hospitalidad era el valor supremo. Hay toda una ética del desierto basada en
la categoría de la hospitalidad. Piensen como metáfora, que en el desierto no había casas sino tiendas. Las tiendas no tienen puertas, son una
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metáfora de la apertura. Están siempre abiertas, no fundan arraigamiento. Se levantan y se llevan para donde continúa el viaje. Esta lógica del
desierto está bastante cristalizada en la Antigüedad o en los relatos ¨fantaseosos¨ de la Biblia. Es interesante repensar la propia existencia
humana como un viaje y la vida como un exilio. De algún lado venimos, no sabemos de dónde. Y parece que vivir es dirigirse hacia algún
lugar, que tampoco sabemos a dónde hasta que nos damos cuenta que es a ningún lado. La vida es un viaje que vale en tanto viaje. Que es un
poco lo que el desierto representa como metáfora. Si la vida es un viaje, somos todos viajeros. O como le gusta decir a Derrida: somos todos
extranjeros. Con lo cual todos estamos golpeando todo el tiempo la puerta de la casa de alguien. Esto es algo que no debemos olvidar cuando
decidimos no abrir la puerta. Hospitalidad viene de hospes y de hostis, que son dos términos griegos que están directamente entrelazados y
que tienen que ver con otra paradoja: hospes (huésped), hostis (hostil). La verdadera hospitalidad es con el hostil.

Es fácil abrirle la puerta al que uno cree que se merece que le abran, a aquel que no le temo, aquel que no me genera ningún tipo de transfor-
mación con su presencia. Pero tal vez todos estos personajes no necesitan tener hospitalidad, porque la hospitalidad tiene una característica
de donación. La hospitalidad supone una ética de relacionarse con el otro queriendo estar siempre abierto. Estoy siempre abierto porque
priorizo la apertura a cualquier otro tipo de valor. Abro la puerta sin importar a quien, aunque el que entre no cuaje, sobre todo a aquel que
no cuaje con mi expectativa. Si cuaja con mi expectativa seré feliz, pero por ahí no pasa esa ética hospitalaria que supone desasirse un poco
de uno mismo. Hay en la hospitalidad una especie de apertura al otro. Interesante para nuestros tiempos contemporáneos, donde estamos
todos más preocupados en cerrar las puertas con millones de cerrojos sin importarnos quien está del otro lado.

Gracias. Hasta la próxima…

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