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Construcción Del Gusto y Contiendas Dentro Del Canon en Festivales de Cine
Construcción Del Gusto y Contiendas Dentro Del Canon en Festivales de Cine
Empecemos entonces…
En cuanto al problema del gusto no pretendo aquí dilucidar la amplia masa crítica
con la que cuenta este problema o categoría en el debate teórico o filosófico del
campo del arte. Cualquier persona entrenada en estas cuestiones sabe de los
aportes fundamentales de Hume, Kant, Wittgenstein, el ya citado Bordieu, entre
otros. Mi acercamiento al problema del gusto será mucho más concreto y,
digamoslo así, relacional. Intento acotar la pregunta a un mínimo examen, o mejor
llamarla especulación desde la experiencia, sobre las prácticas de construcción
social del gusto cinematográfico, y a un breve repaso por los consensos y
disensos en la producción de un gusto muy específico: el gusto especializado o en
otras palabras legítimo que generan los festivales de cine y, sigo con las
acotaciones, los festivales de cine europeo y estadounidense en relación con las
películas latinoamericanas, siempre con la mente y la esperanza puestas en cómo
hacer para que ese gusto creado, y por tanto no natural, no se momifique o quede
detenido y cristalizado en unas relaciones que sí considero que tienen trazas
coloniales y en las que, a pesar de la hibridez y movilidad que pueda caracterizar
a estos espacios liminales, hay asimetrías de poder en las que la conjunción del
poder económico y político se traslada a la cultura.
De otro lado, y teniendo en cuenta que la crítica es la vocera de ese discurso del
gesto especializado. ¿Por qué una institución como la Fipresci, que reúne a la élite
de la prensa cinematográfica, tiene desde 1987 el mismo secretario general: el
alemán Klaus Eder? El propio Festival de Cine de Cartagena de Indias, que en sus
últimas dos versiones expandió su proramación para admitir focos y muestras
afros e indígenas o de producción cartagenera, entre otras causas, es liderado en
su programación por un alemán que viene de trabajar en el Festival de Berlín.
¿Por qué eso es considerado por el festival como un signo de prestigio? ¿Un
festival que ahora tiene vocación afro, caribe e indigenista se precia de tener una
marca europea en la selección de su programación?
Esta atención puesta sobre títulos muy puntuales o aislados tendía a omitir el
hecho de que si estas películas mencionadas fueron posibles se debió a la
existencia de sólidas tradiciones cinematográficas con desarrollos narrativos,
estéticos y “tecnológicos” propios. Para el gusto de esta burguesía internacional, y
eso todavía es cierto hoy, los cines nacionales llegan desprovistos de carga
histórica, catapultados por obras excepcionales que parecen funcionar más como
sombras, en el sentido jungiano de lado oscuro o lunar de las tradiciones
centrales, que como vivaces y fecundas apropiaciones o adaptaciones que
trastocan las nociones de Norte y Sur, o centro y periferia. El cine siempre ha sido
transnacional y transaccional, por tanto sometido a inevitables y a veces
saludables intercambios que afectan toda su cadena de producción. Pero esas
transnacionalidad y transaccionalidad suelen omitirse en la recepción de las obras,
a favor de ideas monolíticas de identidad y esencias nacionales que estas
películas movilizarían.
1
Ana M. López, “Setting Up the Stage: A Decade of Latin American Film Scholarship”, en:
Quarterly Review of Film and Video No. 13 (1-3), 1991, p. 239-260.
2
Ver Pedro Adrián Zuluaga, Cine colombiano: cánones y discursos dominantes, Bogotá, Idartes,
2013.
3
María Antonia Vélez, “Visa de estudiante: buscando al cine colombiano en la academia
angloamericana”, publicado originalmente en: revista online Extrabismos.
4
Michael Chanan, “Havana”, en: Framework No. 12, 1980, p. 37-40.
“Hedi es Túnez, tal cual”, escribió el crítico español Sergi Sánchez en una reseña
publicada en Fotogramas. Y otros más han escrito, en un consenso que no puede
ser sino sospechoso, que Hedi, la película, es una metáfora sobre la Primavera
Árabe que removió hace pocos años las estructuras autoritarias de los países de
ese lado del mundo, así fuera para dar vía libre a nuevos e inciertos poderes. Este
furor interpretativo carga al entrañable protagonista de la ópera prima del tunecino
Mohamed Ben Attia con el peso de ser algo más que su destino individual, se le
convierte en un país y una fuerza de la historia. Lo cual sería solo un exceso o una
ligereza, si no fuera por la frecuencia con que los cines periféricos entran al centro
o al mainstream siguiendo un movimiento de absorción: la parte –en este caso un
personaje, pero puede ser también un problema o determinado territorio– se toma
por el todo. Estos cines, incluido el colombiano, se ven así forzados a servir de
explicación sobre fenómenos generales de sus países de origen.5
El peligro que recae sobre la recepción de las películas periféricas, cuya llegada a
las carteleras casi siempre está mediada por su paso y su notoriedad en los
festivales de cine europeos y norteamericanos, es pues el exceso de retórica con
que suelen recibirse. Por esa vía se puede llegar a sobreinterpretaciones o a que
las situaciones parciales que las películas plantean se lean como ilustraciones de
situaciones generales. Otro caso fue el de la película egipcia Clash, sobre la cual
escribí lo siguiente:
En ese sentido Clash, como pasaba con otra película reciente –la tunecina
Hedi–, es fácilmente cooptada: la parte se toma por el todo, el furgón
policial corre el albur de ser tomado por la totalidad de Egipto. Y si bien es
cierto que las películas o cualquier obra artística producen sentidos
múltiples, también están sujetas a su propia lógica: no significan cualquier
cosa.6
5
Pedro Adrián Zuluaga, “Una íntima revolución”, disponible en:
https://www.revistaarcadia.com/opinion/critica/articulo/pedro-adrian-zuluaga-resena-hedi/61614
6
Pedro Adrián Zuluaga, “Todo cambia para que todo siga igual”, disponible en:
https://www.revistaarcadia.com/opinion/critica/articulo/clash-de-mohamed-diab-resenada-por-
Así, en el gusto o la aprobación se puede agazapar un problema de naturaleza
ideológica. A los publicos internacionales que van a los festivales o asisten a salas
de cine de circuitos especializados, las películas no solo les proveen placeres
asociados a la complacencia por lo bello o lo armónico; frecuentemente también
provocan el señuelo de que algo de naturaleza muy compleja (por poner un
ejemplo: la inequidad social) puede ser entendido o asimilado.
En un sentido más ampio aquello que nos gusta o no suele venir formateado. En
algunos casos esa homologación es la de la gran industria internacional del
espectáculo que tiene puntales en Hollywood o en Netflix y que invoca un régimen
de alta visibilidad donde la condición para que algo sea visto por muchos es, que
aquello que se ve, dé a entender de manera amplia y contundente, que no deje
fisuras ni ambigüedades. Pero el gusto contrario o aparentemente opuesto o
alternativo al mainstream también es formateado, y el resultado, al menos en años
recientes, fue la asunción de un estilo internacional que privilegió la distancia, el
control narrativo, los modos de la supresión o la austeridad en contra de los
modos del exceso propios de algunos géneros o tonos como el musical, las
películas de guerra, el cine histórico o el melodrama, todos asociados a los valores
de la espectacularidad y la visibilidad.
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primera vez. Por supuesto la metáfora del descubrimiento tiene un inconsciente y
una traza colonial en la que el programador funge como un conquistador de
territorios inexplorados, un héroe que abre caminos de reconocimiento y
explotación.
Más que el orden ferreo del espacio social, en los festivales de cine se escenifica
un orden paralelo u otro (un espacio liminal como el descrito en otra ponencia de
este mismo coloquio: la de Jimena Castañeda, “La liminalidad de los festivales de
cine: rituales interculturales) pero no habría que llamarse a engaños. Si bien este
espacio heterotópico existe y puede subvertir provisionalmente las jerarquías
geopolíticas, invito a considerarlo más bien como una suspensión provisional, una
puesta en escena donde sujetos hegemónicos y no hegemónicos conviven en un
aparente plano de igualdad. Una película latinoamericana, por ejemplo, es invitada
a un festival clase A en Europa y recibe allí un trato privilegiado de los
organizadores del festival, el público y la prensa; excepcionalmente esta película
puede además ganar un premio y subvertir todavía más el orden económico
vigente, en tanto muchas veces –o algunas veces–, son películas muy pequeñas
las que acceden a los premios, capitalizan un prestigio y obtiene una inesperada
visibilidad.
¿Qué es pues, en todo caso, lo que vale la pena defender de este orden mundial
alternativo al orden de Hollywood o de Netflix? Críticos, fondos y festivales
europeos evidentemente han sacado del anonimato obras como, por poner un
ejemplo inmediato, la de Camilo Restrepo, quien en este 2020 ganó con Los
conductos el premio a mejor opera prima de la Berlinale. Con hartísima frecuencia
los premios de estos festivales los ganan películas que de no mediar estos
reconocimientos pasarían desapercibidas. La gran pregunta es, no obstante, por
qué esta excepcionalidad o suspensión provisional del orden sigue ocurriendo en
las condiciones decidas por el Norte, en sus territorios y agenciada por sus voces
más hegemónicas (esta burgesía internacional mayoritariamente blanca,
masculina, europea, educada y “heterosexual”).
Por qué los festivales del Sur tienen tan poca capacidad de fortalecer sus agendas
y sus premios o tener su parte en el privilegio de la nominación, el cual sigue
estando en tan pocas manos. El año pasado, en la polémica sobre la eliminación
de las competencias en el Ficci, su nuevo director artístico le manifestó a la revista
Semana que esa decisión se tomó tras considerar o evaluar el poco impacto que
los premios otorgados por el Festival tenían en el destino posterior de las
películas. Esta afirmación de Aljure habría que evaluarla a la luz de muchas
películas, sobre todo colombianas, que al ser premiadas en el Ficci sí tuvieron un
comienzo con pie derecho que modificó radicalmente su recorrido siguiente. Pero
no es el lugar para dar esa discusión. Lo que puede ser relevante y digno de
análisis es que ese cambio de orientación que supuso la eliminación de las
competencias en el Ficci vino acompañado de la creación de una serie de focos
en su programación dedicados al cine indígena, afro, local y del Caribe. Es decir,
el Ficci parecía estar trasladando a escala nacional los espacios de excepción o la
suspensión de las asimetrías que ocurrían con nuestras películas en los territorios
hegemónicos y priviligiados de los festivales internacionales. Si nuestras películas
entraban en ciertos nichos del cine europeo y de autor como Cannes, Berlín o
Venecia lo hacían en las condiciones decidadas por esos nichos, como un regalo
o un don.
Asimismo, la presencia en Cartagena –en el Ficci quiero decir–, de este cine afro o
indígena parece no solo trasladar sino amplificar esta operación, en el sentido de
que esta producción se pone a dialogar no ya con una producción heterogénea
sino consigo misma, con los peligros de esencialización y cristalización de la
identidad que esto acarrea. De tal modo que, un espacio hegemónico y
distinguido, decide abrir un hueco para que la producción periférica se fogué o se
exhiba en el corazon de la hegemonía y el prestigio. La suspensión provisional del
orden hegemónico se da pues de una forma meramente cosmética, por no decir
que demagógica. No hay un cambio estructural en el orden de las
representaciones sino una afirmación más de hegemonía.
Los focos específicos, por ejemplo los dedicados a producción afro, indígena, local
o de mujeres, si bien pueden producir efectos parciales en la visbilidad de ciertas
obras en los espacios hegemónicos, por otro lado afirman que hay tradiciones
centrales de mayor legitimidad y tradiciones otras o periféricas. Este acto de
“generosidad” ¿en verdad transforma el canon o simplemente neutraliza el disenso
y la diferencia nombrando a esta diferencia como tal?
III. El canon
7
Rafael Rojas, Un banquete canónico, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 9.
de la ideología de la formación del canon, sugiriendo que construir un canon (o
perpetuar uno ya existente) es un acto ideológico en sí mismo” 8
En varios textos propios, entre ellos el libro Cine colombiano; cánones y discursos
dominantes y el artículo Las garras de oro del canon, cuestiono la fijeza o
monumentalización de la categoría “cine colombiano” y las consecuencias
simplificadoras que tiene esa cristalización de la identidad de un cine nacional. Por
el contrario, tanto en textos críticos como en el trabajo como programador –que lo
fui de espacios como el Ficci o del canal público Señal Colombia– me ha
movilizado la pregunta contraria, o al menos la aceptación de muchas porosidades
y dudas. ¿A qué podríamos llamar hoy cine colombiano? ¿A cualquier película
producida en el país? ¿A toda película realizada por un director colombiano en
8
Harold Bloom, El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas, Barcelona,
Anagrama, 1995, p. 32.
cualquier parte del mundo? ¿A las obras audiovisuales atravesadas por temas
colombianos? En un tiempo de diásporas y desplazamientos, estas respuestas
no resultan fáciles.
Cartagena, así como otros festivales, pasaba por encima de ese legalismo,
admitiendo en su competencia películas “bastardas” y que según la lógica del FDC
no son cultural y legalemente colombianas. Así entraron a la selección del Ficci las
primeras películas del hoy consagrado Camilo Restrepo: los cortos La impresión
de una guerra, La Bouche y Cilaos. El Festival contribuyo así a movilizar la fijeza y
el esencialismo del canon y a ampliarlo incorporando esas bastardías y
extrañezas.
[…] puede ser militante, o desarrollar un discurso de denuncia asimilable a las grandes
ideas básicas de la izquierda, o testimoniar la crisis que sin duda atraviesa un país, o ser
indigenista, o al menos, de filiación realista. La ficción del Tercer Mundo por tanto cae en el
neorrealismo o bien en el realismo mágico […] Lo que no se acepta es películas que se
aparten de estas dos vías.9
Por apartarse de ese enfoque, el Ficci –en el periodo mencionado– fue, sotto
voce, acusado de elitista. Parecía, según se desprende de la reacción de algunos,
como si la exhibición de propuestas de cierta radicalidad artística tuviera que
darse en el ámbito de la cultura europea o norteamericana, y en sus festivales de
cine, mientras la “naturaleza” de los encuentros cinematográficos latinoamericanos
debiera limitarse a la urgencia política, y a la filiciación realista o neorrealista.
Como es factible darse cuenta, dados los cambios del Ficci y la manera cómo se
ha movido la institucionalidad de los festivales de cine en meses recientes, estos
debates son álgidos, y sobre todo necesarios. Traerlos al centro implica
cuestionar que un orden dado, un canon, o una determinada economía del
prestigo es natural. Y ya sabemos, como decía el Centauro al Jasón adolescente
en Medea de Pasolini: “No hay nada natural en la naturaleza, jovencito, tenlo bien
presente. Cuando la naturaleza te parezca natural, todo habrá terminado –y
comenzará algo distinto”.
9
Antonio Weinrichter, “Geopolítica, festivales y Tercer Mundo: el cine iraní y Abbas Kiarostami”,
Archivos de la Filmoteca, 19, Barcelona, febrero 1995, p. 31.