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FLAVIO JOSEFO

Aquel pueblo miserable era seducido por los embusteros que calumniaban a Dios. Como
hombres presumidos, sin ojos y sin espíritu, despreciaban y no prestaban crédito a los
claros y seguros indicios que predecían su futura ruina, sin consideración para las señales
del Ser Supremo. Una vez, aparecieron encima de la ciudad una estrella semejante a una
espada y un cometa que duró un año entero. Con anterioridad a la rebelión judía y antes
de los tumultos que precedieron la guerra, el pueblo llegó en grandes contingentes a
celebrar la fiesta del pan ácimo, el día octavo del mes de Xanticos (Nisan); a la hora novena
de la noche, brilló una gran luz en el altar y el santuario, semejante a la del día,
persistiendo media hora. A los ignorantes se les antojó que era una buena señal, pero los
escribas sagrados la interpretaron como anuncio de los sucesos que ocurrieron a
continuación. En la misma fiesta una ternera parió un cordero en medio del templo,
cuando el sumo sacerdote la llevaba a sacrificio. Más aún: la puerta oriental del patio
interior del templo, que era de bronce y tan pesada que necesitaba veinte hombres para
cerrarla, con cerrojos de hierro que hincaban en piedra, se abrió por sí sola a la hora sexta
de la noche. Los guardias del templo avisaron a su jefe y entre todos consiguieron cerrarla
con dificultad. El vulgo estimó que aquello era un prodigio venturoso, como si Dios les
hubiera franqueado la puerta de la dicha. Pero los sagaces comprendieron que se había
disuelto de propio acuerdo la seguridad el templo y que la puerta abierta significaba una
merced para el enemigo. Proclamaron públicamente que el prodigio les pronosticaba la
desolación venidera. Además, pocos días después de la fiesta, el vigésimo primero del mes
de Artemisios (Jyar), aconteció un fenómeno increíble y maravilloso. Se le podría tildar de
fábula si no lo refiriesen los que lo presenciaron y si la índole de los hechos que siguieron
no justificase aquellas señales. Antes de la puesta del sol corrieron, entre las nubes,
sitiando ciudades, carros y soldados armados de pies a cabeza. En la fiesta llamada
Pentecostés, los sacerdotes, de acuerdo con la costumbre, penetraron de noche en el patio
interior del templo a fin de realizar sus ceremonias y sintieron ante todo una sacudida
acompañada de un ruido, y luego percibieron como la voz de un gentío inmenso diciendo:
“Vámonos de aquí.”

Las Guerras de los Judíos libro 7, cap. XII

CAYO CORNELIO TÁCITO

“Habían sucedido milagros, que a esta gente supersticiosa y ajena de toda ley de religión,
no es lícito purgar ni con sacrificios, ni con votos. Se vieron en el aire ejércitos armados que
peleaban unos con otros, resplandecer sus armas, llenarse el templo de una súbita luz que
salió de las nubes. Se habían abierto repentinamente las puertas del templo, y se había
oído una voz mayor que humana, la cual dijo que los dioses se iban a de allí. Se oyó
también un gran estruendo como de gente que partía.”

Historias de Cayo Cornelio Tácito, Pág. 473.

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