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Acompañámypfó terapéutico

Lo cotidiano, las redes y sus interlocutores

Gustavo Pablo Rossi

Incluye artículos de:

Osvaldo Delgado
Daniel Matusevich
Carolina Vairo
Martín Ruiz
Rossi, Gustavo Pablo Acompañamiento terapéutico. - 3a ed.
- Ciudad Autónom a de Buenos Aires : Polemos, 2013.
224 p. ; 23x15 cm.

ISB N 978-987-649-055-9

1. Psicología. 2. Psiquiatría. 3. Salud Mental.

CDD 616.89

Ilustración de tapa: Facundo Pablo Rossi

I o E d ic ió n , E d i t o r i a l P o le m o s , 2007.
2o E d ic ió n , r e v is a d a y c o r r e g i d a , E d i t o r i a l P o le m o s , 2010.
3o E d ic ió n , E d i t o r i a l P o le m o s , B u e n o s A ir e s , 2013.

© de esta edición
S.A.
E d i t o r i a l P o le m o s
M oreno 1785, 5o piso,
1093 - Buenos Aires, Argentina
www.editorialpolemos.com
editorial@ polem os.com .ar

H echo el depósito que marca la ley 11.723

ISB N : 978-987-649-055-9

Prohibida su reproducción total o parcial.

Derechos reservados

A rte de tapa: Gaby Messuti


Com posición y armado: Ana Uranga B.
Indice

Prólogo.............................................................................. 9
Juan Carlos Stagnaro

Introducción
Lo cotidiano y sus interlocutores......................................... 11

PRIMERA PARTE

Capítulo 1........................................................................................ 17
Historia y desarrollos del Acompañamiento Terapéutico.
Capítulo 2........................................................................................ 41
Características de la práctica: funciones habituales,
encuadre, restricciones.

Capítulo 3........................................................................................ 67
La construcción del caso en el Acompañamiento
Terapéutico. Indicaciones.

Capítulo 4 ........................................................................................ 87
Instancias de trabajo en relación al proyecto de tratamiento.

SEGUNDA PARTE

Capítulo 5........................................................................................89
Sus articulaciones con el dispositivo psicoanalítico. Táctica,
estrategia y política.

Capítulo 6......................................................................................107
El sujeto en el Acompañamiento y la cuestión de la transferencia.
Las presencias terapéuticas, entre lo público y lo . ............

íiV , N’á & U


6 / Gustavo Pablo Rossi

Capítulo 7......................................................................................135
£1 acompañamiento terapéutico con niños y adolescentes.

Capítulo 8......................................................................................163
Acompañamiento terapéutico en la internación psiquiátrica.
Daniel Matusevich

Capítulo 9 ......................................................................................173
Acompañamiento Terapéutico en la Vejez.
Carolina Vairo, Martín Ruiz, Daniel Matusevich

Capítulo 10....................................................................................181
Una clínica entre varios. Entrecruzamientos. Osvaldo Delgado

Capítulo 11....................................................................................189
Acompañamiento Terapéutico y Políticas en Salud Mental.
Una Red que no sea anónima.

Bibliografía..................*.................................................................215
Dedicatorias

Para Caetana, Facundo y Ana Laura,


por su amor, su ternura, su estímulo, su paciencia,
...acompañamientos esenciales para esta escritura.

A la memoria de mis padres,


maestros en aquella cotidianeidad.

A Fabrizio,
por su sensibilidad, por el afecto
de esa conversación que aún persiste
con su ausencia.
Prólogo

El Acompañamiento Terapéutico (A T), una creación argentina,


form a parte del horizonte actual de los tratamientos en Salud M en ­
tal y su efectividad es evidente.
Sin embargo, sus fundamentos, sus indicaciones y su técnica son
temas en constante evolución. Es por ello que este libro tiene una
alta pertinencia. Gustavo Rossi posee una vasta experiencia práctica
y teórica y ha hecho contribuciones anteriores que difundieron el tra­
bajo del acompañamiento terapéutico a través de múltiples activida­
des docentes, ponencias presentadas a congresos de la especialidad,
artículos y libros. Esa profusa actividad trascendió las fronteras de
nuestro país y ha encontrado eco en profesionales de América Latina
y España ampliando la influencia de la producción local en el tema.
La Primera Parte del texto se inicia con una necesaria exploración
de la historia y los desarrollos del AT. Rossi entiende, y es indudable,
que los movimientos político-sociales y las prácticas alternativas en
Salud Mental en la Argentina de los años ’60, tuvieron una inciden­
cia determinante en el surgimiento de ese nuevo recurso, que luego
se extendió en el sistema de Salud Mental y en la Educación Espe­
cial, hasta alcanzar una inscripción actual en el ámbito académico
a través de cursos y materias dictados en Facultades de Psicología e
instituciones educativas públicas y privadas.
Los capítulos siguientes introducen las nociones propias al que­
hacer específico del AT. El autor vuelca desde allí un conjunto con­
ceptual que constituye un m om ento central del libro. Se pasa revista
a las modalidades de inclusión del A T en los Sistemas de Salud, la
utilidad del mismo para sostener la continuidad en los programas
terapéuticos interdisciplinarios, su indicación de acuerdo a cada pa­
ciente y sus circunstancias, la evaluación y respuesta a los pedidos de
este recurso, las formas de abordaje y las características del encua­
dre, la relación del acompañamiento con la familia, las vicisitudes
del trabajo en equipo, las particularidades de la tarea de coordina­
10 / Gustavo Pablo Rossi

ción y supervisión y los finales del acompañamiento, comentando


con viñetas clínicas las nociones presentadas.
La Segunda Parte, da cuenta de las articulaciones del A T con el
dispositivo psicoanalítico, estudiando, entre otros muchos e im por­
tantes tópicos, la cuestión de la demanda y la transferencia. En su­
cesivos apartados posteriores, Rossi y sus invitados recorren diversas
facetas de la aplicación del AT.
La función del A T como facilitador, en la construcción de un espacio
de mediación, de operador en un espacio transicional en el tratamiento
interdisciplinario con psiquiatras o psicoanalistas de niños y adolescen­
tes constituye un aporte de particular utilidad -Gustavo Rossi posee una
amplia trayectoria clínica con niños, y en la asistencia de adolescentes
en el Consejo Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia-.
En estas décadas, en experiencias claves por su complejidad clí­
nica y social, tales como los pacientes discapacitados y el abordaje
de las capacidades diferentes, la integración escolar o el trabajo ins­
titucional con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad y
exclusión social, se ha puesto de manifiesto la versatilidad del AT. Se
evidencia, allí, su importancia para articular e incidir en las redes so­
ciales, abriendo múltiples interlocuciones de gran valor salutógeno.
La utilidad en relación con la internación psiquiátrica y al trabajo
con pacientes ancianos son acertadas contribuciones a la comprensión
del espectro de situaciones en las que el A T demuestra su potencia y
aptitud para evitar la permanencia en las instituciones de pacientes
con cuadros complejos en el plano psicopatológico, social y familiar.
En el capítulo final, ubicando en una construcción socio-política
la noción de Salud Mental, el autor localiza al A T en relación a las
Políticas en ese campo, en el marco de los Derechos Humanos y los
derechos ciudadanos y estudia la incidencia de los mismos en el di­
seño de los dispositivos terapéuticos.
En suma, el conjunto del texto marca un hito singular en la inves­
tigación del rol del AT. Centrando el interés en la eficacia y el traba­
jo en equipo y en red, la obra resulta indispensable para quienes se
form en en el tema y para todos los profesionales que se aproxim en
a la utilización de este recurso terapéutico.

Ju a n Carlos Stagnaro
Profesor Regular Titular
Depto. de Salud Mental - Facultad de Medicina
Universidad de Buenos Aires
Introducción---------------------------
Lo cotidiano y sus interlocutores

1. Interlocutores
cualquier cosa puede concentrarse en una palabra o extenderse
en mil
hay que encontrar la cantidad exacta que resulte poética
cada palabra tiene mil sentidos
dos juntas multiplican un millón
con el correr del tiempo las precisiones se van
desgastando como templos abandonados en la selva

César Fernandez Moreno1

Decía en la prim er edición que la propuesta del libro tuvo dife­


rentes perspectivas de lectura, a partir de suponer principalmente
dos interlocutores: el primero, aquel que se acerca de manera inicial
a la práctica del Acompañante Terapéutico, en Argentina y en otros
países; el segundo, quien lee con algún recorrido previo en el tema y
el colega que al indicar acompañamientos ha tenido cierta elabora­
ción al respecto. Además, estaba pensado para prom over el diálogo
con psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas interesados en este espa­
cio de “borde” -clínico, social- en que se incluye el Acompañamiento
Terapéutico2, en la complejidad de la práctica con dispositivos hete­
rodoxos, en situaciones que van desde las crisis o urgencias subjetivas
hasta la cronicidad. A grego ahora que surgieron en estos años otras
interlocuciones, impensadas tal vez, o que no estaban explícitamente
en la conversación inicial. Destaco la resonancia e intercambios que
generó el libro en distintas ciudades de nuestro país y el exterior.
Con experiencias artesanales propias de cada comunidad, del sis­
tema de salud/educativo de cada región, mediante recursos afines
al A T -o que apelaban a sus desarrollos- y efectos que amplifican
esta herramienta terapéutica en el marco de Políticas, Instituciones
y dispositivos en Salud Mental.
Además, esta nueva reimpresión (en 2013) se produce luego de
la Ley Nacional de Salud Mental N ° 26657, de fines de 2010, que
impulsa en Argentina un ciclo de controversias y propuestas respecto
a los dispositivos y redes de atención con base comunitaria: esto resig-
nifica a la vez que consolida funciones y territorios para esta práctica,
12 / Gustavo Pablo Rossi

con la cual apostamos a superar dicotomías entre lo “ comunitarista”


y lo clínico en el abordaje de la singularidad. El tema, por su com­
plejidad, no será tratado aquí, aunque esperamos que implique una
mayor legitimación y regulación del AT, al resultar muchos puntos
en sintonía con lo que venimos planteando sobre la ubicación de este
recurso para las Políticas y Planes en Salud/Salud Mental.
Por otra parte, los alcances en el campo de la Educación especial y
la Discapacidad merecieron comentarios de acompañantes, así como
de neurólogos, pediatras y otros terapeutas que leyeron el libro,
dando cuenta de su extensión en este campo, con niños y adoles­
centes. Varios de esos intercambios continúan, con un horizonte que
posiblem ente habilite textos futuros3.
La Prim era Parte del libro plantea entonces las coordenadas bá­
sicas de esta actividad, de una manera que trata de ser innovadora a
la vez que sencilla, para el lector que se aproxima a la temática, tan­
to para estudiantes interesados en una enseñanza propicia para lle­
var adelante esta tarea como para profesionales que están previendo
incluir A T para sus pacientes o en las instituciones donde trabajan.
Con la novedad de la Ley Nacional mencionada, la presentación en
estos Capítulos iniciales de un marco teórico general para la incum­
bencia del A T se propone hoy para debates y revisiones que consi­
deren el contexto actual, a partir de las definiciones y aportes a esta
función que form ulé en 2007. Los Capítulos se organizaron en base
a apuntes de la tarea diaria, con viñetas surgidas de mi trabajo con
AT, de la coordinación del quehacer en el Equipo Interdisciplinario
y de la supervisión de Ats. También con la ampliación de textos pre­
sentados en Seminarios y Congresos.
En la Segunda Parte se profundizan problemáticas de una prác­
tica que “ m e acompaña” hace más de 20 años, para avanzar en sus
fundamentos teórico-clínicos, trayendo también enlaces conceptua­
les que sustenten el A T desde una orientación psicoanalítica.
N o se trata de abocarnos a clasificaciones que derivan en “ técni­
cas” cerradas y procedimientos generales ajustados a una nosogra­
fía, sino de estudiar la táctica del acompañante terapéutico sin dejar
de lado una estrategia y una política, haciendo eje en la singula­
ridad, en el caso por caso. Además, cuestionamos la extrapolación
de conceptos cuya validez requieren de un determinado contexto,
como se ha reiterado en artículos sobre el tema. N o resulta pertinen­
te desarrollar tópicos del psicoanálisis si los mismos no se articulan
adecuadamente para dar cuenta de lo particular de este recurso. De
Acompañamiento terapéutico /13

igual manera, en algunos cursos o artículos sobre Acom pañam iento,


se utilizan conceptos de la psiquiatría y la psicología clínica sin nin­
gún aporte a la especificidad de la función. Frente a esto, expongo
una trama de formalizaciones que permitan sustentar una práctica,
y sostener una posición que deja de lado la ingenuidad, pero tam­
bién la infatuación en que se cae cuando se asimilan dispositivos y
discursos diferentes, como sucede cuando se confunde la posición
del acompañante terapéutico con la del analista, sin más, llevando a
intervenciones iatrogénicas.
Los artículos de invitados traen además diferentes orientaciones
teórico-clínicas, con líneas de pensamiento que abren a discrepan­
cias y acuerdos sobre funciones y campos del AT.
Apostamos así a entrelazar la particularidad de intersecciones
con las cuales este espacio se amplía conceptualmente, sin relegar
los puntos de tensión con discursos que exceden su práctica pero
a la vez lo incluyen, en campos clínicos y sociales complejos. La
intersección se define com o un grupo de elementos que son comu­
nes a dos conjuntos. Para nuestra lectura, debemos considerar las
expresiones de la cultura sobre aquello llam ado locura, o el pa­
decim iento mental, desde las miradas populares hasta su poesía,
pasando por las manifestaciones científicas en un tiem po y espacio
determinado.
En estas páginas, veremos qué conjuntos, qué redes conceptuales
y qué líneas divisorias van a establecerse, en esas convergencias dis­
ciplinarias. Suele también hablarse del tema en términos de inter­
disciplina. Com o verán, el prefijo “ inter” se reintroduce desde varios
lados. Y no es casual, ya que inter significa “ en m edio d e” , “ entre va­
rios” , lo cual en este caso ofrece otras nominaciones para ubicar con
mayor precisión el AT: en el terreno de la práctica “ entre varios” ,
como acertadamente expone el artículo de O. Delgado.
Aunque la intención original de un autor siempre es superada y
reformada por los lectores, de acuerdo a sus inquietudes y conoci­
mientos, agradezco la indulgencia del lector ante esta búsqueda de
simplicidad en nociones complejas, y espero sostener el interés ante
temas cuya connotación de supuesta “ sencillez” han im pedido mu­
chas veces la valoración de las coordenadas de esta práctica. Tanto
en el aspecto clínico como en su dimensión comunitaria y política,
su eficacia depende de una aplicación realizada de manera precisa:
en relación a un proyecto terapéutico, no en cualquier caso ni en
cualquier momento de un tratamiento, y ante determinadas sitúa-
14 / Gustavo Pablo Rossi

dones o circunstancias en que se encuentra un paciente -en cuanto a


lazos familiares, de amistades y de su entorno inmediato-.
Propongo finalm ente la elaboración de una praxis allí donde la
cotidianeidad resulta insostenible sin el apoyo de recursos provenien­
tes de diversos espacios y disciplinas, donde nos preguntamos cómo
intervenir en situaciones en que el lazo social aparece fuertemente
perturbado o la cronificación deja sus huellas, convocando a un
trabajo en red que a veces supera a los especialistas, al atravesar el
consultorio y los estereotipos institucionales.

2. Lo cotidiano
en realidad el tiempo tiene tantas contexturas
afilado cristalino fungoso regular espeso córneo peludo
(...) y como arrancarse la mácula del trabajo
esa deficiencia de la quietud
sino con la dulce explosión de la bomba de ocio
todo sería tan simple si los lunes fueran sábados
César Fernandez Moreno4

Pensar qué es lo cotidiano es pensar en el tiempo. En el paso del


tiempo, en el tiem po que no pasa. L o cotidiano es lo diario. Aquello
que sucede día a día, cada día. Cada mañana, cada tarde, cada no­
che. Aunque no es necesariamente la rutina.
Ahora bien, podem os pensar la rutina com o necesaria. La ruti­
na fue definida com o una “ costumbre inveterada, hábito adquirido
de hacer las cosas por m era práctica y sin razonarlas” , y como una
“ secuencia invariable de instrucciones que form a parte de un pro­
grama y se puede utilizar repetidam ente” .5
Se suele padecer un cansancio propio de la rutina...
Sin embargo, com o contrapartida: ¿qué pasa cuando todo es
“ empezar de cero” cada día? Existe un “ desgaste” cuando uno tiene
que razonar cada vez sobre lo cotidiano, si tiene que reubicarse cada
vez en la escena diaria, situación que puede llegar hasta la angustia,
que agota, que también cansa. En un extremo: ¿no lleva a una situa­
ción de estupor, de perplejidad?
¿Qué pasa cuando no hay secuencia posible, cuando no hay al­
gún marco estable que perm ita la organización subjetiva y objetiva
de la cotidianidad?
Puede pasar que se requiera la ayuda de algún tipo de “ instruc­
ciones” , de algún programa, que venga de afuera, desde un otro. Y
acá hay algo de la función del Acom pañam iento Terapéutico.
Acompañamiento terapéutico /15

En tal caso, el acompañante terapéutico debe buscar que ese pro­


grama, esas instrucciones, sean lo menos “ externas” posibles, en el
sentido de que no funcionen como una imposición, sino que puedan
ir construyéndose con la implicación del paciente, que las llamadas
instrucciones tengan alguna marca proveniente de su subjetividad.
Hay situaciones, hay casos donde es inevitable que desde ese otro
-que viene en auxilio del paciente- surjan determinadas instruccio­
nes, que se form ule un programa para lo cotidiano. El at, al indicar
ese programa, u orientar al sujeto en su formulación y sostén, arti­
culado a un proyecto terapéutico de trabajo en equipo, genera con­
diciones para que el sujeto pueda sostener la cotidianidad, sentando
también una base necesaria para llevar adelante un tratamiento.
En ayuda de estas ideas, traigo el arte del pediatra, su ciencia.
Los pediatras suelen plantear la necesidad de una rutina, para orga­
nizar los tiempos del bebé, de manera de ir dando una regularidad
y un ritm o al dormir, a la alimentación, además de diferenciar los
espacios de una casa, etc. Existen libros dedicados a esto, y la pueri­
cultura trabajó mucho dichas cuestiones. Digamos también que esto
organiza la subjetividad, la cual im plica miradas, palabras, contactos
afectivos del bebé con ese otro que va delim itando tiempos, pre­
sencias y ausencias para dar lugar a la construcción de ese vínculo
prim ario esencial. Y en este escenario se da lugar al crecimiento del
bebé, en el aspecto más puramente m édico (si existe) y también en
lo emocional, en su “ nacimiento” com o sujeto humano. Esto no es
sin una permanencia, sin una rutina, sin una escena cotidiana esta­
ble, del cual ese otro podría entrar y salir.
Desde los comienzos de la constitución del sujeto humano, en­
tonces, la cuestión de la “rutina” se plantea como necesaria, en tanto
perm ite la conformación de invariantes para la cotidianidad. Por
otra parte, también es cierto que desde tiempos inmemoriales la
literatura, por ejem plo, se ha ocupado de una significación social
anudada a la rutina, frente a la cual la cultura, las sociedades han
dado form a a artificios que se le oponen. Mediante la diversión, la
recreación, en fin, como vías para “ salir” de lo rutinario, cuando
esto se desliza hacia el aburrimiento, el hastío, el cansancio que se
produce con la reiteración, con el hacer “ siempre lo mismo” .
Este texto es también una propuesta que perm ite pensar lo coti­
diano en estas dos vertientes: esa cotidianidad en la cual se nos hace
más llevadera la existencia, y aquella que quisiéramos dejar, en la
que quisiéramos no caer, pero que también es la que puede tornarse
insoportable, y con la cual lidiamos en el escenario del AT.
Porque lo cotidiano es donde el acompañante terapéutico se in­
cluye, porque propone un trabajo terapéutico en esa escena en la
que participa y construye cada día, es que pensé su valor para el
16 / Gustavo Pablo Rossi

título de este libro. Se trata de interlocutores de lo cotidiano: es el


acompañante terapéutico en su práctica un interlocutor para aquel
a quien acompaña, a veces también para su familia. Además, este
libro apuesta a la interlocución con otras lecturas, otras miradas,
otras disciplinas que aporten sus ideas a la hora de ubicarnos ante
las distintas dimensiones de lo cotidiano.
A gradezco a Ana Laura Robiglio, precisamente por el valor de
su conversación en lo cotidiano, sobre las ideas que m e ayudaron
a dar form a a este libro. Y por su trabajo de lectura inteligente y
perseverante de escritos preliminares. Tam bién agradezco el estí­
mulo, las sugerencias y los comentarios de Juan Carlos Stagnaro,
Daniel Matusevich y Rosa Dalesio. Y a los autores que aceptaron la
invitación a publicar en este texto: Osvaldo D elgado, Daniel M a­
tusevich, Carolina Vairo, M artín Ruiz, con quienes he com partido
ámbitos asistenciales y académicos, que de m anera diversa se ex­
presan en sus presentaciones, las cuales valoro particularmente, en
este horizonte de trabajo en común. Expreso también el reconoci­
m iento y gratitud con los colegas docentes, terapeutas y acom pa­
ñantes terapéuticos con los que venimos teniendo, estos años, una
frecuente elaboración sobre el tema, en distintos espacios colecti­
vos: en especial Em ilio Vaschetto y Santiago L evín 6, además de la
colaboración perm anente de Alejandra Saranitte, Daniel De Socio
y Leon ard o Darago.

Notas

1 Fernandez Moreno, C. Las palabras, en “Argentino hasta la muerte” , Bs. As.,


Ed. Centro Editor de América Latina, 1982.
2 La abreviatura “A T ” será utilizada para referirnos a Acompañamiento
Terapéutico, y la sigla “ at” (con minúsculas), acompañante o “ ats” para
acompañante terapéutico y acompañantes terapéuticos respectivamente.
3 Siguiendo la confluencia en el trabajo que se fue articulando con muchos
colegas con los cuales participamos en la organización y el desarrollo de
los primeros Congresos Argentinos de A T (desde aquel inicial de 1994),
en el Primero y Segundo Iberoamericano (en Argentina y en Brasil,
respectivamente), y en Jornadas, Encuentros y Seminarios, con profesionales
del país y el extranjero -Brasil, Uruguay, Chile, México, Perú, Colombia,
España, entre otros-.
4 Fernandez Moreno, C. La vida banal, 1982.
5 Biblioteca de consulta Microsoft® Encarta® 2005.
6 En el marco de la siempre productiva interlocución con quienes también
comparto el trabajo del Capítulo de Historia y Epistemología de APSA:
Elisabeth Gómez Mengelberg, Norberto Conti, Curt Hacker y Juan Carlos
Fantín.
Primera parte

Capítulo 1
Historia y desarrollos del Acompañamiento
Terapéutico

En este prim er capítulo analizaremos las condiciones en las cua­


les se estableció la práctica del acompañamiento terapéutico (A T)
en sus comienzos y las variables que marcaron su desarrollo. Será un
punto de partida para avanzar en los temas del libro y en las pre­
guntas que aún sigue generando la clínica en que se inserta el AT.

Desde esta historia del Acom pañam iento Terapéutico la pro­


puesta es abordar las coordenadas que tuvieron sus comienzos, para
pensar su incidencia en el presente. Y esto no es inocente. Toda
lectura es culpable, decía hace ya décadas Althusser. Y hacer esta re­
visión implica tomar partido, además, respecto de sus posibilidades
de consolidación y sus perspectivas futuras en la articulación con los
diversos proyectos terapéuticos y las políticas en Salud Mental.

También es ubicar su desarrollo en el marco de un sistema de


salud, de una concepción de la enferm edad y la salud mental, e in­
cluso pensar cómo las “ invenciones” de recursos alternativos surgen
no sólo de las teorías y prácticas científico-técnicas, sino también
de las ideas populares sobre la locura y su tratamiento en un lugar
y m om ento determinado.

Reescribir, ir escribiendo, perm ite dar cuenta de los lincamientos


centrales de esta historia y hacernos cargo de la misma (con incerti-
dumbres y convicciones) desde nuestro presente.

Un espacio de intersecciones
Existe una coincidencia entre las distintas apreciaciones que se rea­
lizan sobre los comienzos en Argentina del acompañamiento terapéuti­
co: aparece ligado a la clínica psiquiátrica, aunque de una manera muy
poco rígida, es decir, dentro de una apertura de la misma. Se empieza
a utilizar -junto a otros recursos clínicos y comunitarios- frente a sus
puntos de quiebre, de carencias en su saber y en sus procedimientos.
18 / Gustavo Pablo Rossi

Después de una tarea introductoria de investigación en aspectos his­


tóricos de esta práctica, al ahondar en este punto cabe afirmar que
el acompañamiento se inscribe en un panorama que era sumamente
innovador, ubicándose ante una situación de crisis en la clínica más
tradicional tanto en el ámbito psiquiátrico como psicoanalítico.1

Desde mediados de los años ‘80, y con un mayor desarrollo en la


última década, comenzaron a describirse distintas modalidades de
abordaje en acompañamiento, en libros o artículos donde se revisa­
ban las mismas desde perspectivas teóricas a veces contradictorias, o
en el marco de orientaciones radicalmente opuestas.

Ya destacamos que durante muchos años las publicaciones teóri-


co-clínicas sobre acompañamiento terapéutico fueron escasas, casi
como un déficit si se lo compara con la importante inserción que
tuvo en la práctica, y con la extensión de su campo de trabajo.2Tuvo
un am plio crecimiento desde lo em pírico, pero la sistematización de
estas experiencias fue sumamente lábil en lo que hace a su rigurosi­
dad. Verán inmediatamente que desde los protagonistas de esa ép o­
ca existen diversas formas de pensar esta herramienta terapéutica,
su marco teórico y los motivos de su implementación.

En el intercambio que fui teniendo en estos años con colegas


que trabajan en el tema, también coincidíamos en que estas cuestio­
nes tuvieron consecuencias para su desarrollo posterior, que se ven
en las dificultades que aparecen posteriorm ente al tratar de definir
y darle una articulación teórico-clínica precisa a esta función. Por
mucho tiempo, nos lamentamos que no haya id o teniendo una con­
secuente inscripción académica, pese a que esto ha ido cambiando
desde finales de los años '90.

En estos últimos diez años, encontré materiales bibliográficos de


interés al indagar en temáticas que inicialmente me parecían alejadas
de esta práctica, o -en cierto sentido- inconexas respecto de la espe­
cificidad de este recurso terapéutico, pero que contribuyeron a una
reflexión sobre el A T y su expansión, al ampliar las interlocuciones.8

A l revisar desde el contexto institucional, cultural y político aque­


llos comienzos de este recurso que se conocerá com o acompaña­
m iento terapéutico, esas lecturas fueron aportando una significa­
ción diferente a sus posibilidades de desarrollo y a la inscripción
actual de esta herramienta para nuestra práctica com o terapeutas4,
que incluyo en este recorrido.
Acompañamiento terapéutico /19

Para avanzar, repaso en pocas líneas lo fundamental de su historia:


se sabe que el A T em pezó con esta denominación en Argentina hacia
principios de los ‘70, aunque existieron experiencias similares que
no llevarían ese nombre, en ese campo de entrecruzamiento entre
distintas disciplinas, en un borde de la clínica donde resulta suma­
mente problemático el trabajo terapéutico sin considerar el ambiente
social y familiar del paciente. O pretendiendo sostener estrategias de
tratamiento con el esfuerzo solitario desde el consultorio del psiquia­
tra, psicólogo y/o psicoanalista que dirige una cura. En algunos casos,
incluso el recurso de algunos dispositivos institucionales n o resulta
suficiente para la contención cotidiana de un paciente.

Antecedentes y experiencias afines


Pese a que nos centraremos en Argentina, resulta interesante
destacar que en otros países se han dado experiencias similares o
que van en la misma dirección, aunque con otras denominaciones,
teniendo sus características particulares de acuerdo a los desarrollos
de cada lugar en que se inscribieron, al sistema de salud, las concep­
ciones sociales sobre el tema y las escuelas teórico clínicas desde las
cuales fueron realizadas.

En varios países de Latinoamérica, como Brasil, Uruguay, M éxi­


co, Perú y Chile, especialmente, fueron desarrollándose en los úl­
timos 20 años experiencias que llevaron esta denom inación (AT),
aunque no han tenido una conceptualización persistente, ni una
expansión orgánica como se ha producido en Buenos Aires y al­
gunas ciudades de Argentina. Salvo en algunas regiones de Brasil,
donde la temática del A T -apoyándose en los desarrollos pioneros
de Argentina- tiene un fuerte impulso en la actualidad, existien­
do numerosos grupos que trabajan con esta herramienta, así como
un importante número de publicaciones, con libros de gran calidad
que abordan el tema desde perspectivas teóricas diversas.

El A T llega además en el marco de un cuestionamiento generali­


zado sobre el recurso de la internación cerrada (el aislamiento asilar,
tal como se produce en los comienzos de la disciplina psiquiátrica),
desde distintas perspectivas, por resultar inconducente e incluso evi­
table en una importante cantidad de casos.5
Desde la segunda mitad del siglo X X , se acentúa en distintos paí­
ses un m ovim iento de apertura y transformación en el tratamiento
de pacientes que llegan a la clínica psiquiátrica, que tiene como in­
20 / Gustavo Pablo Rossi

fluencias fundamentales al psicoanálisis, la psiquiatría comunitaria


y la antipsiquiatría, y los efectos en las modalidades asistenciales que
trae la psicofarmacología. Este panorama de cambios ofrece otras
posibilidades para la im plementación de dispositivos de atención
ambulatorios y -no sin contradicciones y tensiones- para abordajes
inter/transdisciplinarios o multidisciplinarios. Los mismos expresan
en la heterogeneidad de sus propuestas lo com plejo del campo clí­
nico que nos ocupa y la imposibilidad de dar respuestas completas,
que pretendan cerrar esta problemática.

Las experiencias de Trieste (Italia) con Basaglia, la Psiquiatría de


Sector en Francia, y la Psiquiatría Social/Comunitaria en los Estados
Unidos, entre otras, se inscriben en esta perspectiva.

Otra experiencia institucional alternativa, que se desarrolla desde


la época que abordamos, es la Escuela Experimental de Bonneuil,
fundada en 1969 por Robert Lefort y Maud Mannoni en Francia.

En nuestro ámbito, se desplegaron interesantes experiencias de


ruptura con la institucionalización psiquiátrica tradicional, m edian­
te la im plementación de sistemas abiertos, que daban cuenta de una
nueva significación de la locura y de su tratamiento, con la premisa
de resguardar la inserción social y productiva del paciente. Junto a
otros sistemas alternativos, el Hospital de Día tuvo un lugar cada vez
más importante desde finales de los ’50 en Argentina, siendo uno de
los dispositivos fundamentales que facilitarán la im plementación y
el desarrollo del AT. 6 J

A l ir entonces a ejem plos de recursos con características simila­


res al A T que se han ido im plementando en otros países, podemos
m encionar la función que en Francia se denom inó “ animateur” , que
podem os ubicar como un tipo de acompañamiento grupal, ligado
específicamente a actividades de recreación/socialización y lúdicas,
aunque con muchas cuestiones en común con el A T tal como se
plantea en determinados contextos institucionales en Argentina.
También en Canadá, en el Centro 388 de Québec, se trabaja des­
de un rol que definen com o “ interviniente clínico”7, función que se
incluye como parte del dispositivo institucional utilizado para el tra­
tamiento de pacientes psicóticos, desde una lectura clínica apoyada
en la escuela psicoanalítica lacaniana.

Carlos García Bo (en su presentación en las Primeras Jomadas de


la Materia “ Fundamentos Clínicos del Acompañamiento Terapéuti­
co” -UBA-), valoró la praxis de Maud Mannoni con su concepto de
Acompañamiento terapéutico / 21

“ Institución Estallada” , que implicó un intramuros diferente. “ Inte­


grantes esenciales del equipo y del quehacer institucional fueron los
acompañantes (soigneants)... curantes, curadores; alguien que cura
por su misma intervención... como si dijéramos: una presencia ha­
blante. Desarrollaban función de registro respecto de la cotidianeidad
de un paciente y sin que fuesen intervenciones regladas, cumplían
una funcionalidad en lo habitual, con el sentido común”8.

En España, la temática que se trabaja hoy com o “ Continuidad


de Cuidados” en Salud Mental abrió una perspectiva donde resulta
sumamente pertinente ubicar el lugar del AT. Rafael Huertas iden­
tifica cerca de 1930 algunos esbozos organizativos en el sistema de
atención psiquiátrico español, en un m ovim iento que servirá poste­
riorm ente para la noción de continuidad de cuidados. De la mano
de la H igiene Mental, se proponían instituciones abiertas y servicios
sociales “ con vocación de actuación y con la aparición de un nuevo
tipo de profesional no m édico (las enfermeras visitadoras)9” . Que
desempeñaran un papel fundamental en el seguimiento del pacien­
te mental no institucionalizado.

En un texto de 1923, ya se hablaba de la enfermera del servicio


social de asistencia psiquiátrica como una figura clave: llega hábil­
mente “ al seno de las colectividades y las familias, para dictar normas
higiénicas y vigilar su realización; en el ejercicio de su com etido le es
fácil convertirse en guardiana de la salud que se ha recobrado afano­
samente y que aún peligra; su especial preparación profesional da
al m édico absoluta garantía de éxito, proporcionándole su actuación
antes o en la aparición de los primeros síntomas morbosos de repe­
tición” 10. Rescata otros trabajos de le época, donde se menciona el
“ servicio social de visitadoras a domicilio”, para seguir el curso de la
enfermedad y su tratamiento, para facilitar la vuelta al trabajo y para
que las familias se interesen por el paciente.

Aunque esta referencias histórica nos trae un discurso donde


queda en el centro la autoridad del m édico y sus influencias (como
ser el lugar de “vigilancia especializada” que se le otorga a esa figura
auxiliar), además de servir com o antecedente de la idea de conti­
nuidad de cuidados, expone problemáticas interesantes que aún se
presentan en la práctica con estos pacientes. Asimismo, nos acerca a
expresiones que se han utilizado también para definir el rol del A T
desde una perspectiva psiquiátrica.

En la fructífera introducción histórica que Huertas realiza de la


noción de continuidad de cuidados, cierra con un texto de 1960,
ZZ / Gustavo Pablo Rossi

donde se vislumbran en España los cambios para el esquema asis-


tencial: “ el elem ento estructurante de este planteamiento es la rela­
ción cuidador-cuidado. La continuidad de esta relación es la regla
de la eficacia (...) El principio de continuidad coloca en prim er tér­
mino el carácter personal de la relación independientem ente de la
hospitalización. Antes, durante y después, o sin hospitalización, el
enferm o se mantiene sobre todo en función de lo que se convendrá
en llamar el sostén psicoterapéutico” 11.

Actualmente, basándose en los planteos de la Salud Mental C o­


munitaria, en España la Continuidad de Cuidados, “ tanto en la red
territorial como en la dimensión tem poral” , es la form a operativa de
organizar y coordinar la atención, a partir de pasar de un “m odelo
centrado en la exclusión a otro basado en la integración a la comuni­
dad” . Y “ en el sujeto como elemento activo en su proceso de integra­
ción social, y poseedor de derechos y deberes” . Cabe aquí perfecta­
mente incluir el rol fundamental del acompañamiento terapéutico en
ese trabajo en equipo y en red, intrasistemas e interinstitucional.

Finalmente, otro antecedente de interés se encuentra -desde el


enfoque analítico- en la experiencia de la psicoanalista suiza Mar-
guerite Sechehaye, reconocida por su trabajo con la esquizofrenia,
cuyo texto de 195012 preanunció algunos debates e interrogantes de
la antipsiquiatría sobre el estatuto de la locura, el saber psiquiátrico
y sus esquemas nosográficos.

El tratamiento de la paciente Renée, quien fuera atendida hacia


1947 por la Dra. M. A. Sechehaye, es reseñado p o r algunos autores
que hablan sobre AT. Es rescatado por Beatriz Dorfm an L ern er13
como un prim er caso cuyo abordaje tiene marcadas similitudes con
el AT. En el texto “ Diario de una Esquizofrénica” , Sechehaye descri­
be un novedoso tratamiento aplicado a su paciente Renée mediante
un m étodo que llama de “realización simbólica” , partiendo de la
base de diagnóstico de esquizofrenia, y un pronóstico en el que se
había dado por perdido el caso. El logro de este enfoque fue rein-
sertar a Renée a la sociedad, gracias al interés de la médica y una
“ profunda empatia” desde una comprensión psicoanalítica, según
la autora. Si bien su dedicación y disponibilidad de tiem po hacia
esta paciente era “casi total” , resultaba insuficiente por los reque­
rimientos de Renée, con una necesidad de atención permanente.
Para evitar el quiebre de un tratamiento que se mostraba exitoso, la
terapeuta instruyó a una enferm era para que actuara como auxiliar,
permaneciendo con la paciente en los momentos en que ella no
Acompañamiento terapéutico / 23

podía hacerse cargo, para su contención, siguiendo las instrucciones


de la Dra. Sechehaye.

Este “ prim er Acompañamiento Terapéutico” , en palabras de


Dorfman Lerner, comienza como una necesidad del terapeuta ante
una paciente “ profundamente necesitada de atención” .

Para una historia del acompañamiento terapéutico en Argentina:


clima socio-político y Salud Mental a finales de los años '60
En este bosquejo, se apreciará a continuación el clim a social-
cultural y el contexto histórico de los atravesamientos que tienen las
disciplinas en el tiem po y el espacio en que se producen las prim e­
ras experiencias con acompañamiento terapéutico, en Argentina.

Una investigación sumamente relevante sobre el p eríod o que


va entre finales de los ’50 y la década del ‘70, es la que realizan
E. Carpintero y A. Vainner, para aproximarnos con elementos más
amplios a este panorama.14 Trabajos como estos perm iten ubicar el
denom inado campo de la salud mental que se iba estableciendo. Una
característica relevante del mismo era que “la psiquiatría dejó de ser
la profesión exclusiva que curaba las enfermedades mentales y debió
convivir con otras disciplinas como la psicología, la psicopedagogía,
la antropología, la sociología, etc. Entre ellas, el psicoanálisis adqui­
rió un prestigio inusitado que influyó en todas las áreas del saber.” 15
Encontramos allí “las contradicciones y tensiones, entre los diferen­
tes grupos de psiquiatras, para constituir una organización gremial,
profesional y científica que lleve adelante un proyecto” acorde a los
cambios que se venían produciendo.

El concepto de “campo de la Salud Mental” apareció entonces como


“aglutinador de esta nueva corriente que pretendía superar el manico­
mio como forma de asistencia. Recordemos que, en esos momentos, la
mitad de las camas de internación en el mundo eran psiquiátricas.” 16

Se multiplicaban los actores y los esquemas institucionales para


abordar el padecimiento mental, con propuestas que abarcarán no sólo
la asistencia sino la prevención y el trabajo barrial, en sectores popula­
res.17 Surge en 1959 la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP). En
el mencionado trabajo de investigación existe una precisa descripción
acerca del lugar que ocupa: “ El m onopolio psiquiátrico de los trata­
mientos estaba siendo cuestionado por la influencia que comenzaba
a tener el psicoanálisis y por las nacientes Carreras de Psicología del
país.” Esa Federación (FAP) “ surgió para insertar a los psiquiatras den­
24 / Gustavo Pablo Rossi

tro del nuevo campo de la Salud Mental. (...) A los psiquiatras de esa
época los podemos dividir en dos grupos” , dicen los autores. Un grupo
al que llaman manicomial, integrado por los defensores del sistema de
hospicios, y directivos de los manicomios del país. El otro grupo es el
de los reformistas, integrado por quienes se oponían a la situación de los
manicomios y querían modificar sus estructuras.

“ El grupo de psiquiatras reformistas estaba heterogéneamente


compuesto: convivían psicoanalistas como Enrique Pichón Riviére,
Raúl Usandivaras, H oracio Etchegoyen, Jorge García Badaracco;
psiquiatras dinámicos com o Mauricio Goldenberg y Guillermo V i­
dal; y reflexólogos como G regorio Bermann y Gervasio Paz. Las
contradicciones, entre ellos, no les permitían encontrar el camino
más adecuado para salir de la vieja psiquiatría. Las diferencias eran
teóricas, en cuanto al abordaje de la Salud Mental, pero sobre todo
ideológicas y políticas (abarcaban el arco que iba desde el radicalis­
m o hasta el comunismo pasando por el socialismo) (...) En lo teóri­
co, el psicoanálisis era un punto de discusión insoslayable. El grupo
de Psiquiatras Reflexólogos -Thenon, Bermann, Paz, etc.-, aliados
con los psiquiatras manicomiales atacaban a los psicoanalistas.” 18

Dejamos este texto para señalar que es justamente el Dr. Mauri­


cio Goldenberg quien encabeza la creación de un «Servicio Abierto
de Psiquiatría en un Hospital General», (Hospital Evita, ex Araoz
A lfaro de Lanús, Provincia de Buenos Aires, en 1957). Fue precursor
a nivel internacional, en tanto representó un intento de superar la
concepción asilar, restituyendo el lugar de los trastornos psíquicos
graves entre los otros, atendiendo no obstante su especificidad. Aun­
que existieron otros servicios hospitalarios que fueron contem porá­
neos, “ el Lanús” inauguró una apertura del Servicio a la comunidad,
la integración de un trabajo interdisciplinario y la implementación
de esquemas alternativos de tratamiento, como la Com unidad Tera­
péutica y el Hospital de Día, con una mística y un em puje particular,
dejando una “ marca de época” .

Marca que no será sin consecuencias para nuestro tema. ¿Por


qué? Estas experiencias, que incluían otros protagonistas com o ac­
tores del cambio (el barrio, las organizaciones intermedias, los gru­
pos de base ligados a la militancia política, etc), producen en toda
esta etapa una fuerte apertura a las demandas comunitarias, y una
disputa tendiente a incluir las psicoterapias en el proceso de trans­
form ación social que se vivía, lo cual resulta paralelo a la creación de
estrategias y medios terapéuticos innovadores.
Acompañamiento terapéutico / 25

La salida del consultorio hacia lo social y la posibilidad de tener en


cuenta de otra manera el contexto cotidiano de los pacientes, van
abriendo un camino para el surgimiento posterior del rol del AT, el
cual no aparecerá por casualidad.

En este punto, me pareció interesante para acercarnos a ese te­


rreno, hacer brevemente una revisión de los temas que se trataban
en la Revista Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina, de larga
trayectoria, representativa de la época. Aún se edita, y si leen sus ín­
dices actuales verán también el tono de estos tiempos. Explorando
las revistas, entre 1966 y 1979, reseñé que se escribía sobre: Grupos
operativos, Investigación socio-cultural y Salud Mental, Asambleas tera­
péuticas, Convivencia y Salud Mental (p o r Guillermo Vidal), La trans­
formación del hospital psiquiátrico (W. Grimson), Psiquiatría comunitaria,
Alineación social y enfermedad mental, Técnicas psicodramáticas -en rei­
teradas oportunidades-, Antipsiquiatría y colonización cultural (A. y N.
Caparros), Salud Mental comunitaria, o Psicodinamia de la democracia
ideológica.

A simple vista, se observa cómo eran tiempos de auge d el térmi­


no Salud Mental. También reiteradamente aparece el concepto de
asamblea. El ámbito de la Salud misma y sus trabajadores se encon­
traba, pueden imaginarlo, en estado de Asamblea. ¿Qué definición da
el diccionario de la palabra “ asamblea” ? Nos remite a una reunión
numerosa de personas convocadas para algún fin, o de tropas para
entrar en campaña o para su instrucción. Y en otra acepción: toque
para que se una y form e la tropa en sus cuerpos y lugares determ i­
nados. Connotaciones tendrán, si quieren encontrarlas.

A su vez, también entre las instituciones y grupos del ámbito psi-


coanalítico, la movilización política de la época tenía consecuencias.
Desde los años ’50 la lucha por la inclusión del psicoanálisis en el
hospital había tenido entre sus exponentes más reconocidos a Enri­
que Pichón Riviere, con el empuje de su lugar de maestro de psicoa­
nalistas, para llegar a crear y prom over sus Grupos Operativos en
los años ‘60, y su Escuela de Psicología Social.

Y el clima de reivindicaciones sociales, los cuestionamientos fren­


te a la estratificación y rigidez de las estructuras de la Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA) y al aislamiento de la Asociación
respecto del movim iento social, se manifestaron esos años en los
analistas que formaron los grupos Plataforma (1969) y Documento
(1971), los cuales protagonizaron las primeras rupturas en la orga­
26 / Gustavo Pablo Rossi

nización form al de APA. Existe una continua presión hacia la toma


de posición en lo gremial y en los conflictos sociales. C om o ejem plo
de esto, la misma APA, en un hecho sin precedentes, publicará una
solicitada en ocasión del “ C ordobazo” (el levantamiento popular de
1969), en lo que fue un llam ado al “ paro” por parte de los psicoana­
listas. U na huelga inédita en este ámbito con motivo de la represión
que se produjo en aquel m om ento en Córdoba.

Esa situación de movilización social, con el debate político que se


multiplicaba por aquellos años, y la tensión intra e inter-escuelas, lle­
va además a muchos analistas a una militancia activa en la FAP. Com o
presidente de esa Federación, M arie Langer formará junto a la Aso­
ciación de Psicólogos de Bs. As., y la de Psicopedagogos, la Coordina­
dora de Trabajadores de la Salud Mental, en 1972. Se dio entonces un
intento de agrupación de profesionales de todas las disciplinas que
trabajaban principalmente en hospitales y centros de salud.

También es ilustrativo traer a la m em oria un conocido libro de la


época, cuyo título es Cuestionamos (son dos partes, la I de 1971, y la
II, editada en 1973), de editorial Granica de Bs. As.. La colección se
denominaba Izquierda freudiana, para que no queden dudas, no sólo
sobre su filiación ideológica sino también de su ubicación respecto de
la revista Acta, y del campo del Psicoanálisis. El subtítulo es “ Docu­
mentos de crítica a la ubicación actual del psicoanálisis” , y el prólogo
está escrito por Marie Langer y Arm ando Bauleo en el que hacen un
homenaje a dos médicos, que aparecen reunidos en ese acto: Salvador
Allende y Ernesto Che Guevara; nada más ni nada menos.

Y esto, que hasta suena raro dicho hoy por la fuerte presencia de
la ideología política, resulta más que interesante en tanto fue escrito
por reconocidos profesionales de ese tiem po, cuya vigencia en mu­
chos aspectos se extiende hasta la actualidad.19

Hay otras experiencias en Argentina que ayudan en estas referen­


cias históricas, como por ejem plo la protagonizada por la Comunidad
Terapéutica dirigida por el Dr. Raúl Caminos en Federal (Entre Ríos,
Argentina). Y aunque fueron bastante posteriores, a partir del retorno
de la democracia, no quiero dejar de mencionar las reformas que se
dieron en las Provincias de Chubut, en R ío N egro (con el movim ien­
to de desmanicomialización que encabezó H ugo Cohén), y en San
Luis (en los ‘90, con Jorge Pellegrini, que abarcó lo que denominaron
“ Hospital en la calle” , incluyendo A T ). Siguen representando expe­
riencias que marcan rumbos, pese sus diferencias. Y esto ya no por
Acompañamiento terapéutico / 27

su incidencia en los comienzos de esta práctica, sino para constatar


la amplitud en el crecimiento del A T en las últimas décadas, que de­
bemos ir pensando en conjunción con los cambios en las políticas en
Salud Mental que se plasman con una apertura en los tratamientos, lo
cual a la vez reubica en ese contexto la significación de su rol.

El surgimiento del acompañamiento terapéutico en Argentina


El terreno que describía antes genera entonces las condiciones
necesarias para pensar el surgimiento de los diversos recursos y dis­
positivos de la época.

En los comienzos de esta práctica en Argentina, bajo el nombre


de “A T ” , ocupa un lugar central el Dr. Eduardo Kalina, según la ver­
sión más reconocida que tenemos a través del testimonio de Susana
Kuras de Mauer y Silvia Resnisky, quienes comenzaron a trabajar
con Kalina a principio de los años ’70. Estas autoras escriben un
libro pionero, “Acompañantes terapéuticos y pacientes psicóticos”
(1 9 8 5 )20. Valioso por dar testimonio de la época a través de su es­
critura, sin embargo en su propio título podem os leer algo de una
disminución en la relevancia dada al tema en ese tiem po, desdibuján­
dose la presentación de una conceptualización específica en esa con­
tigüidad que lleva a compartir el título (“ ...y pacientes psicóticos” ),
como si no tuviera la entidad suficiente para titular un libro, por sí
mismo. A esto parecen aludir las autoras en un texto posterior, al
recordar que su escritura de aquellos “ desafíos clínicos” era realiza­
do con “recursos” que no tenían aún teorizados y cuya consistencia
deberían desarrollar.21

Cabe mencionar, además, que un prim er Encuentro hecho en


Argentina, en 1983, se denom inó “ sobre Acom pañam iento Tera­
péutico en Psiquiatría” . En el libro de dichas profesionales dos años
después (todavía bajo esta connotación que aparece en la letra cursi­
va que incluí antes), quedará ubicado el surgimiento de este agente
dentro de la práctica clínica psiquiátrica, al que E. Kalina llamó, en
un prim er momento, amigo calificado. A l poco tiem po este nombre
será sustituido por el de Acompañante Terapéutico. Ese cambio de de­
nominación implicaba un cambio de rol, según argumentan: “con
esto se acentúa el aspecto terapéutico por sobre la amistad, y se esta­
blece un vínculo con el paciente desde un rol establecido y no desde
el rol que el paciente ‘quiera’ ” . Desde el esquema de Abordaje Múl­
tiple, incluyen esta función para la atención de pacientes en crisis,
28 / Gustavo Pablo Rossi

en pacientes difíciles de abordar desde los esquemas terapéuticos


tradicionales, o en casos que presentan interrupciones en los tra­
tamientos, y su fracaso, de manera recurrente. Será pensado como
m últiple tanto el “ sujeto de la enferm edad” (no se trata de un pa­
ciente sino también de una familia) como el dispositivo de abordaje,
siendo sostenido por varios profesionales de diferentes disciplinas.

Aunque en lo descriptivo resulta interesante, com o ya fuera ex­


presado en anteriores ocasiones, aparece este recurso en una línea
de pensamiento con la cual -desde este texto- vamos a sostener di­
ferencias. Según refiere luego de treinta años el Dr. Kalina22, el m o­
delo de trabajo surgía “ de la práctica hacia la teoría” . Este autor
(que actualmente ha desplazado su trabajo hacia la “ neuropsicofar-
m acología” ) manifiesta haberse asentado, en su m om ento, en ideas
de José Bleger, el psicoanalista Mauricio Knobel, y aportes que iban
desde la Teoría de la Comunicación humana hasta la Psiquiatría comu­
nitaria y las Técnicas psicodramáticas. De acuerdo a lo que reseñara
precedentemente, está a tono con su época...

Ahora bien, existe algo a subrayar hasta aquí: resulta fundamen­


tal cómo ha seguido pensándose este recurso, recreándose el concepto de
Acompañante Terapéutico23 a partir de su desarrollo inicial, en función de
sus articulaciones teórico-clínicas específicas y su inscripción académi­
ca, apoyándose en la eficacia que tuvo su práctica en estas décadas.

Se fue dejando atrás, puede decirse, un lugar para el at que se


planteaba desde cierta estandarización del concepto de Salud, y de
Normalidad, donde queda ligado a la figura del “ m odelo” de salud
mental, de aquel que instrumenta con el paciente determinada “ ideo­
logía de vida” , quien desde su fortaleza podría “brindar” ciertas cues­
tiones “en falta” en los pacientes adictos, esquizofrénicos, e tc .24

Por su parte* otra de las versiones sobre los comienzos del acom­
pañamiento terapéutico lo ubica igualmente dentro de la clínica psi­
quiátrica, y de aquella apertura en el interior de ésta. Según el Dr.
Jorge García Badaracco, desde los años ‘60 trabaja con acompañantes
terapéuticos, siendo Jefe de Servicio del Hospital “J. T Borda” . Este
autor, fundador en 1967 de un Hospital de Día en Salud Mental que
algunos reconocen como pionero en Argentina, dice que “ es una téc­
nica usada desde hace muchos años en países como los EE.U U.” , por­
que “ no es intrusiva ni invasiva” y resulta altamente continente.

U n testimonio más para el tema lo otorga el Dr. Julio Moizes-


zowicz (especialista en psicofarmacología), quien comenzó a trabajar
Acompañamiento terapéutico / 29

hacia finales de la década del ’70 con este recurso, en pacientes se­
veramente perturbados para “ tratar de encarar su enferm edad en el
quehacer cotidiano” , mediante el trabajo interdisciplinario en red.
Afirm a que “al igual que otros colegas, inicié esta form a de trata­
miento tiempo atrás, cuando no existían las posibilidades de hoy, de
realizar un abordaje m últiple desde la asistencia en la Salud Mental
pública o privada. Estos modelos comunitarios, a su vez, surgen en
la Europa de postguerra, en el m om ento del pasaje de la era ma-
nicomial a la de reinserción social de los pacientes perturbados.”25
Según su lectura, al contarse a partir de 1950 con psicofármacos an-
tipsicóticos y antidepresivos potentes, se posibilitó “ que el paciente
perturbado pudiese cambiar conductas, y p oder así cumplir otros
roles para los que antes estaba inhabilitado” . Reconoce entre sus
precursores en el A T a los Dres. García Badaracco y Kalina, y con­
ceptualmente toma el m odelo de comunidad terapéutica diurna.

Existen, además, otras explicaciones sobre esos comienzos de


profesionales que trabajaron en acompañamientos a partir de 1970
aproximadamente: el acompañamiento terapéutico com o una al­
ternativa frente a la internación psiquiátrica, recurriendo de hecho a
internaciones domiciliarias. Las mismas fueron llevadas a cabo por te­
rapeutas que en ocasiones eran psicoanalistas jóvenes, a los que les
solicitaban desde las familias un tratamiento de emergencia, para
pacientes en crisis, en situaciones donde quería evitarse una inter­
nación psiquiátrica. Eran especialmente casos de adicción o episo­
dios psicóticos, estando el acompañante en ese m om ento en una
posición bastante indiferenciada del terapeuta.

Resulta interesante lo que recuerda Alicia Donghi, ya que también


aporta a la reconstrucción de cómo se iba constituyendo esta función
en esa década: “ Corría el año 1977. Recién recibida entro a trabajar
en Gradiva (Clínica Psiquiátrica), e integro el equipo de acompañan­
tes terapéuticos de la institución encargándome en algunas oportu­
nidades de acompañar pacientes adictos provenientes de países li­
mítrofes, en especial Brasil, familias pudientes que por razones de
índole social preferían que sus hijos con problemas de drogadicción
se rehabilitaran en otros países, y sobre todo alejados del ámbito a
veces pequeño de comunidades oligárquicas. Yo acompañé pacien­
tes internados en Gradiva pero en el equipo también había acom­
pañantes que hacían internaciones domiciliarias con estos pacientes.
Es decir, las familias les alquilaban departamentos donde vivían con
un acompañante puesto por el equipo tratante. El más conocido de
30 / Gustavo Pablo Rossi

la época era el liderado por E. Kalina que fue pionero en este tipo
de tratamientos en el país, aunque sus primeras armas las realizó con
pacientes extranjeros, ya que en nuestro país no había aún un desplie­
gue de las toxicomanías como lo había en ciertos sectores de Brasil.
Tengo muchas anécdotas, no todas gratas...ya que en una oportuni­
dad un acompañante amigo tuvo inconvenientes con el suicidio de
un paciente en el que se vio envuelto por la locura reinvindicadora
de la familia brasileña. Esta situación provocó cierto impacto en mí
y me llevó a investigar con los rudimentos bibliográficos de la época
el tema del acompañamiento terapéutico, su función y publicar un
artículo sobre el tema en una ‘Actualidad Psicológica’.” 26

En estas primeras experiencias, vemos una fuerte incidencia del


aspecto económico que se diferencia también de lo que sucede ac­
tualmente. Se atendían pacientes de muy buen nivel socio-económico
por lo general, en internaciones domiciliarias y tratamientos ambu­
latorios. Sus familias, por cuestiones sociales o prejuicios, no querían
que se conociera la internación o la gravedad de la enfermedad de
un familiar. Con este sistema, además evitaban las deficiencias que
la “ hotelería” de las instituciones psiquiátricas de tiempo completo
tenía por lo general en la época. L o esencial es pensar que en esa
época el hecho de internar a alguien aparecía como más estigmatizan­
te, segregativo, en tanto era más fuerte en algunos sectores sociales
una idea discriminatoria'P hacia los trastornos mentales más severos.
Se trataba así de evitar la “ mancha” que podía dejar una internación
psiquiátrica para la mirada social.

Desde una perspectiva propia, el Dr. Juan Carlos Stagnaro dice -res­
pecto de los años ‘60 y los inicios en la utilización de esta función- que
no estaba enterado que se practicaran internaciones domiciliarias en
forma regular. “Yo hice algunas, pero no recurría para ello a la parti­
cipación de lo que hoy llamamos acompañante terapéutico, más bien
trataba de implementar los recursos de la familia o de la realidad social
inmediata” . Cuenta que en sus primeras intervenciones hubo “ mucho
voluntarismo y poca conceptualización de lo que hacía. Por el contra­
rio, a principios de los ‘70, entre el ‘71 y el ‘76, en el Hospital de Día
del Hospital Infanto Juvenil ‘Tobar García’ que llegué a dirigir, se de­
sarrolló una técnica que se aproximaba al acompañamiento terapéuti­
co actual. A llí trabajaban estudiantes, luego licenciados en Psicología,
que iniciaron una actividad con el nombre de líderes de grupo. Estos
profesionales pasaban gran parte del tiempo de sus actividades con los
chicos y también salían a realizar paseos y visitas domiciliarias con el
Acompañamiento terapéutico / 31

grupo de pacientes a la casa de alguno de ellos rotativamente. Viajaban


en la ciudad enseñándoles a orientarse, comprar su boleto de colectivo,
cuidarse en el viaje, bajar en el barrio correspondiente, ambientarse
en él, y luego trabajaban con la familia y los vecinos. Era una actividad
de convivencia y socialización con niños y adolescentes psicóticos o con
neurosis graves. N o se privilegiaba la interpretación de conductas, sino
que se trabajaban más las actitudes y contraactitudes, etc.” 28 Utilizó en
ocasiones este recurso ante las dificultades que se le presentaban para
sostener la continuidad terapéutica entre distintas instancias de un tra­
tamiento, o en tareas relacionadas con la contención en momentos de
crisis, y lo destaca por su actividad extra muros, en el tejido urbano, o
con la internación domiciliaria y la postcrisis inmediata.

N o existía conexión entre algunas de estas experiencias en la dé­


cada del ‘70, ni intercambio de criterios, en la m edida en que no era
un recurso conocido, y mucho menos que tuviera una divulgación
como la que tiene desde los años '8 0.

En cuanto a sus desarrollos conceptuales, se publicaron artículos


en revistas especializadas, que llegaban al restringido ámbito de los
profesionales. Los primeros artículos que he ubicado, referentes a
la especificidad de este tema, (en publicaciones reconocidas en el
m edio, com o Actualidad Psicológica y Acta Psiquiátrica y Psicológica en
América Latina) fueron: de Alicia D on gh i29, en 1979, y dos contribu­
ciones de Beatriz Dorfman Lem er, hacia 1984 y 1986.

Su consolidación desde finales de los año s' 80


En los últimos veinte años este recurso tiene progresivamente un
fuerte crecimiento en la Argentina, lo cual im plicó cambios en su
im plementación de tal entidad que nos perm ite a su vez reubicar su
historia desde este presente.

Una situación de relevancia para el aumento de la demanda de


A T es la que se produjo a partir de un nuevo panorama en el ámbi­
to educativo luego del retom o democrático de los años '8 0 en A r­
gentina, con incidencia en la comunidad universitaria y en la tarea
profesional. Esto es, especialmente en la Carrera de Psicología y en
carreras afines, se produce un considerable aumento del número de
alumnos a partir del año 1983. El número de psicólogos y estudiantes
creció considerablemente en esos años, y en forma geométrica hacia
1990 cuando comenzaron a egresar las primeras promociones más
32 / Gustavo Pablo Rossi

numerosas. El acompañamiento terapéutico, como una interesante


oportunidad de salida laboral, y como experiencia con los primeros
“pacientes” , acercó entonces a muchos psicólogos recién recibidos a
esta tarea, de una manera además redituable económicamente.

Esto no dejó de tener también consecuencias negativas, al ser


utilizadas las necesidades del contexto laboral y la coyuntura pro­
fesional para una extensión a veces indiferenciada del AT, en tanto
se planteaba de manera estandarizada, sin dar cuenta muchas veces
de su función específica y su utilidad desde la singularidad del caso
y sin contar con orientación/supervisión desde la dirección del tra­
tamiento, ni de la clínica o el equipo asistencial que lo requería. En
el marco de m i experiencia institucional, m e pasó más de una vez
(hacia mediados de los '8 0 ), encontrarme que parecía llamado a
cubrir ese lugar de vacío, de huecos institucionales, o com o parte de
una especie de menú de opciones donde el A T se le daban a la familia
del paciente al acordar el ingreso a una institución.

Sin embargo, con el esfuerzo de quienes fuimos asumiendo con com­


promiso profesional esta tarea, desde el lugar del at pero también desde
el profesional que lo indica, ha resultado cada vez más una herramienta
clínica válida tanto para el terapeuta, como para el paciente y sus familia­
res, en la perspectiva de sostener un tratamiento posible.
En cuanto a la sistematización de estas experiencias, fue produ­
ciéndose de una form a sumamente variable en lo que hace a su ri­
gurosidad, teniendo paulatinamente una. m ayor consistencia la con-
ceptualización de las intervenciones.
De aquellos primeros tiempos en los que la atención estaba re­
ducida a un pequeño sector de la población, en estos años se llega
con este recurso a otros sectores socio-económicos y a la atención en
instituciones públicas.

Por otra parte, com o veremos en los capítulos próxim os, su in­
clusión se extendió en form a paulatina hacia espacios inicialmente
impensados.
El campo de la Educación Especial es uno de los ámbitos donde
tuvo una mayor expansión, perm itiendo modalidades de interven­
ción que se articulan al trabajo con Escuelas, sean especiales o co­
munes, incluyendo actividades de integración escolar con at. Esto
amplía el trabajo que se realiza desde hace muchos años con disca­
pacidad, autismo y psicosis infantiles, en el contexto de instituciones
dedicadas a esta temática.
Acompañamiento terapéutico / 33

También se va produciendo la inserción del A T en ámbitos m é­


dicos donde inclusive para el psicólogo por momentos ha sido com­
plejo su lugar, como ser el tratamiento de pacientes oncológicos, la
cuestión de los cuidados paliativos, o lo que se realiza en el ámbito
de la geriatría, también insertando la tarea en el marco de un equi­
po interdisciplinario.

Las experiencias presentadas en Jornadas y Congresos, sobre A T


en el marco de la psicología perinatal, en el trabajo con madres em­
barazadas ante conflictivas particulares, también es algo de sumo
interés, para ir prom oviendo.

La llegada paulatina a su cobertura en las obras sociales va mar­


cando un cambio fundamental en estos años, en Argentina, pese
a las fuertes resistencias todavía existentes. Esto se produce de la
mano de un mayor conocimiento de esta temática, tanto por parte
de los profesionales como de la sociedad en general, quienes van
pidiendo de manera más firm e la implementación de este recurso
ante las autoridades de las distintas instituciones asistenciales. La
reiteración de demandas judiciales que lo incluyen com o “ cobertura
obligatoria” en determinados casos, marca también un punto im ­
portante en cuanto al reconocimiento que adquiere en la asistencia
pública y privada.

Institucionalización y reconocimiento del AT: del presente al futuro


Pasemos a un último punto que se articula a las cuestiones anterio­
res, y se refiere a la institucionalización de este rol, a su reconocimiento legal
mediante normativas específicas, y a su inscripción académica.

Pese a que se ha avanzado en éstos temas, su alcance en las dis­


tintas provincias de la Argentina y en otros países de Latinoam érica
es aún muy disperso, requiriéndose un mayor desarrollo y delim i­
tación de esta práctica, con el correlato necesario de una form ación
académica sistemática y con una mayor hom ogeneidad.

Desde una mirada más amplia, si reflexionamos sobre la constitu­


ción de las especialidades en el área de la Salud, podem os considerar
la conjunción de diversos factores que nos perm iten pensar su deli­
mitación específica 30. Estos factores son31:

En prim er término, para construir una práctica específica, es ne­


cesaria la inserción sostenida en Instituciones Asistenciales (públicas
34 / Gustavo Pablo Rossi

y privadas) y la conform ación de una “ capa profesional” que se va


consolidando a partir de su trabajo en el tema, como está sucedien­
do en muchos lugares con el AT.

Una segunda cuestión (aunque su orden no es lo esencial), está


dada por la conform ación de un sistema de conceptualización de la
práctica, que en las disciplinas ligadas a la salud implican un cuerpo
teórico-clínico particular.

Por otra parte, es necesario que se im plem enten sostenidamente


actividades de docencia, de capacitación ligadas a la disciplina, su
inserción en una legitim idad académica y la sistematización de la
enseñanza, con criterios comunes, a partir de consensos respecto de
los requerimientos para su form ación -dando lugar a la ampliación
de esa capa profesional-.

En estrecha relación con estos dos últimos puntos, debe conside­


rarse también el desarrollo de sus publicaciones y de los órganos de
difusión de la temática, así como las Asociaciones profesionales que
agrupan a quienes se desempeñan en la especialidad y que se organi­
zan también para impulsar y defender cuestiones ligadas a la misma
-eventualm ente estableciendo relaciones con otras instituciones na­
cionales e internacionales-.

La existencia de estas cuatro dimensiones en el A T y su desarro­


llo, perm itirán contar con un marco legal para su ejercicio profesional,
cuestión obviamente también central. N o obstante la aparición de
iniciativas al respecto, que son fundamentales en este m om ento, es
algo en lo que deberemos seguir trabajando y que seguramente lle­
vará su tiem po.
Estos factores pueden ser ubicados en Argentina, con matices, con
mayor o m enor consistencia en cada uno de los mismos y de acuer­
do a las ciudades en las que lo estemos planteando. Queda para
cada país relevar cóm o se observan estas variables en el crecimiento
del AT, para la conform ación de una matriz que le otorgará una
identidad a su tarea.
En Argentina, su inserción en las instituciones ha sido admirable:
en clínicas, hospitales de día, institutos recreativo-terapéuticos para
niñez y adolescencia, geriátricos, especialmente desde el ámbito
privado. Fue más intermitente y dificultosa en el ámbito público, no
precisamente porque les resulte innecesario a los equipos que allí
trabajan, p o r el contrario. Vemos aún que resulta difícil (cuando no
Acompañamiento terapéutico / 35

imposible) lograr una formalización de su inscripción en las insti­


tuciones hospitalarias o de asistencia pública, con su traducción en
términos de nombramientos rentados. En el marco de la Pasantía
en la Facultad de Psicología UBA, se han realizado acuerdos con
estas instituciones que permite la form ación de terapeutas y ats. Es
un recurso solicitados por los equipos interdisciplinarios, por los
jefes de servicio, y -cuando se instalan los equipos- por los mismos
pacientes. Increíblemente, son form ados con el esfuerzo de tutores
concurrentes32 para que después sean prácticamente expulsados por
no contar con las condiciones mínimas para un desem peño laboral
digno. Pasó más de una vez que después de formarse y de comenzar
a hacer su experiencia con los primeros pacientes (y es una muestra
de la irracionalidad que se observa muchas veces en el sistema de
salud), el at no tenía ninguna legalidad, ni reconocimiento, el que
incluso es difícil conseguir en el plano de la certificación, otorgada
finalmente por los Jefes de Servicios de los Hospitales.

Aunque todavía quedan múltiples aspectos negativos p o r resol­


ver, remarco que se ha avanzado en una extensión y consolidación
de esta práctica de manera considerable. Para esto - y también es
parte de la historia- fue necesario un trabajo incesante com o el que
hemos realizado en estos años, y en el que deben incluirse a muchos
colegas y a profesionales que han dado su aporte desde distintas
especialidades. Mediante Jornadas, Encuentros y Congresos, y con
publicaciones de libros y artículos, fuimos dejando un registro, en
tanto una escritura que abre paso a una legalidad y a una inter­
locución genuina con los distintos ámbitos profesionales donde se
inserta el AT. Resulta en tal sentido un aporte, cada vez más, para la
práctica de psicólogos clínicos, psiquiatras, psicoanalistas.

La dificultad de inscripción en sus comienzos, con consecuencias


para ir determinando el rol en su especificidad, va siendo superada.
Los seminarios, cursos, carreras ligadas al nivel terciario, las tecni-
caturas, los intentos de incluir títulos alternativos o intermedios en
el ámbito universitario y, actualmente, la materia en la Facultad de
Psicología en la U B A -don de es significativo en este contexto que se
haya tratado precisamente de una Pasantía (Práctica Profesional), en
tanto algo nos remite directamente al terreno em pírico, siguiendo la
huella del com ienzo-, van aportando una impronta fundamental.

En Argentina, Brasil y Perú, en los últimos años, ya estamos en


marcha con las Asociaciones de AT, muchas veces con las dificultades
propias de estos comienzos, en pleno proceso de construcción para
36 / Gustavo Pablo Rossi

que éstas se constituyan como instituciones representativas, con la ri­


gurosidad legal y el reconocimiento social que merece el tema. Tam ­
bién hay varios proyectos de ley, tendientes a dar una regulación, con
distintos matices y perspectivas a seguir trabajando, que empiezan a
perfilar un marco legal. En pocas provincias (San Juan y San Luis) ese
marco legal ha empezado a configurarse. La ley N ro 448 de Salud
Mental de la Ciudad de Buenos Aires es un avance en la perspectiva
de la desmanicomialización, destacando el valor de los dispositivos
ambulatorios y el trabajo en red, aunque no llega a inscribir explíci­
tamente el lugar del acompañamiento terapéutico. Sin embargo, las
graves deficiencias en su implementación también nos hablan de las
fuertes presiones sectoriales y los obstáculos que tenemos que atrave­
sar. El Movim iento Social de Desmanicomialización y Transformación
Institucional form ado en esta Ciudad afirma al respecto: “ la expe­
riencia histórica demuestra que ningún cambio de raíz es posible sin
el protagonismo de aquellos que tendrán que sostenerlo” 33. E invo­
lucra a tres actores ineludibles: los organismos de Gobierno (Estado)
y sus responsables; los trabajadores del sistema de todos los niveles y
especialidades; y los miembros de la comunidad.

En síntesis, la delimitación actual del rol del at, junto a su insti­


tucionalización académica, nos perm ite hacer una resignificación de
su historia. Su reconocimiento no existiría sin todos los aportes de
acompañantes y distintos profesionales de la salud en estos años, y
sin la fuerza que por su eficacia adquirió su divulgación en las dos
últimas décadas, en una dirección donde tanto la sistematización de
su técnica com o el sostenimiento de una ética fue imprescindible, en
un camino que aún debemos continuar transitando.

Notas ___

1 Rossi, G.; Historia del acompañamiento terapéutico: movimientos sociales y


en Salud Mental en Argentina de los años ’60, y surgimiento de esta práctica.
En Primer Congreso Iberoamericano de AT, Bs. As., 2003. Inédito, ficha interna
de la Practica Profesional, UBA.
2 La búsqueda bibliográfica en bibliotecas públicas y especializadas, que
realicé a principios de los ’90, tuvo en su momento un resultado bastante
desalentador, por lo desierto de ese campo.
3 Resalto el diálogo que tengo con mis compañeros del Capítulo de Historia
y Epistemología de APSA. Al investigar en ese ámbito fui accediendo a otras
vertientes en la historia de esta práctica, a veces en temas donde algo aparecía
de manera accesoria o lateralmente', por ejemplo la Expansión del psicoanálisis
Acompañamiento terapéutico / 37

en Argentina, la Refracción de ideas europeas en la psiquiatría argentina, o la


historia de los dispositivos y prácticas clínicas específicas con niños.
Utilizaré el término “terapeuta” para referirme tanto al psicólogo clínico,
como al psicoanalista o el psiquiatra de diferentes escuelas teóricas. En los
lugares del texto donde lo utilizo de esta manera, no es de interés detenemos
en esa diferencia, sino en el lugar que ocupa (en tanto profesional “ psi”
a cargo del tratamiento) en el marco de una estrategia que incluye el
AT. Salvo en las ocasiones donde sea más preciso usar la denominación
“psicoanalista”, “psiquiatra” o “psicoterapeuta” .
Desde Pinel, será central el lugar de la institución en el abordaje de la locura.
Como forma paradigmática de acceder tanto a su conocimiento como a
su tratamiento, el manicomio pineliano posibilitó un saber moderno sobre
la enfermedad mental, con efectos sobre la misma. La problemática de la
contención institucional para las posibilidades de tratamiento de la locura
sigue hoy teniendo múltiples significaciones. N o obstante, ese paradigma
institucional, aunque es indudable que hace tiempo se resquebrajó, -com o
afirma H. Vezzetti- “no ha encontrado todavía la construcción de ningún
paradigma alternativo; por lo menos que tenga el nivel de consistencia y de
coherencia que ofrecía ese paradigma pineliano.” Vezetti, H., “ La locura y
la institución” ,en Ed. Tekné, P. 1-14, Bs. As., 1988.
Según Rodolfo Iuorno, en la constitución del HDD, fue determinante
lo realizado en Moscú por M. A. Zahagarov en 1935, donde aparece su
“ fundamento de inicio” en el quite de camas del Hospital Psiquiátrico, bajo
el nombre de Hospital sin Camas. E. Cameron, en Canadá (1947), le dará
la denominación de Hospital de Día, teniendo este dispositivo un fuerte
desarrollo en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Traducido atinadamente como Acompañamiento Terapéutico -para una de
sus modalidades posibles de intervención-, en la versión de Ed. Polemos:
Apollón, W., Bergeron, D., Cantin, L.; Tratar la psicosis, Buenos Aires, 1997.
García Bo, C.; “Acompañamiento (terapéutico) y psicosis” , presentado
en las leras. Jornadas de la Práctica Profesional “ Fundamentos del
Acompañamiento Terapéutico” , F. de Psicología UBA, 2004. Ficha de la
Cátedra.
Agradezco los aportes del Dr. Rafael Huertas, por la referencia de bibliografía
española y por las interesantes conversaciones que tuvimos recientemente
sobre estos temas.
Torras, O.; Los dispensarios psiquiátricos y los servicios sociales de asistencia
(1923), citado por Huertas, R., Modelo asistencial y cuidado del paciente
psiquiátrico. Algunas reflexiones históricas, 63-73, Madrid, AEN, 2006.
Bonnafé, L. (1960), citado en Huertas, R., Modelo asistencial y cuidado del
paciente psiquiátrico. Algunas reflexiones históricas, 63-73, Madrid, AEN, 2006.
Sechehaye, M.; La Realización Simbólica - Diario de una Esquizofrénica, México,
Ed. Fondo de Cultura Económica, 1973 (ed. en castellano).
Dorfman Lemer, B.; Nuevo m odo de investigar en psiquiatría: el
acompañamiento terapéutico. En Revista Acta Psiquiátrica y Psicológica de
América Latina, Bs. As., 30, 1984.
38 / Gustavo Pablo Rossi

14 Carpintero, E.; Vainer, A.; Las huellas de la Memoria; Psicoanálisis y Salud


Mental en la Argentina de los años '60 y '70. Tomos I y II. Buenos Aires, Ed.
Topía, 2004.
15 Carpintero, E.; Vainer, A.; Los cambios sociales y culturales en la década
del sesenta y el auge del psicoanálisis en la Argentina; en Revista Topía.:
www.topia.com.ar.
16 Carpintero, E.; Vainer, A.; La historia de la desaparecida Federación Argentina
de Psiquiatras (FAP), en Topía: www.topia.com.ar.
17 Argentina se caracterizó por las crisis persistentes en todos los órdenes:
político, económico, social y cultural. El conjunto de la sociedad vivió con
mayor o menor intensidad, y con posiciones contradictorias, huelgas, golpes
de estado, corridas económicas, alzamientos civiles, secuestros, asesinatos
políticos, etc. Esto tendrá su punto más feroz en la dictadura militar que
llega a imponer un proyecto económico-político con el golpe de 1976.
18 Carpintero, E.; Vainer, A.; Obra citada en Topía, www.topia.com.ar.
19 Sirve el esfuerzo por acceder a lo que podemos ir rescatando del olvido, aquellos
hechos y experiencias que por momentos nos resultan sorprendentes, que
parecieran haber desaparecido como producto de la dictadura militar que tomó
el poder en 1976. Afortunadamente vemos que existen quienes mediante su
rescate y su valoración permiten una redimensión para el presente -d e ahí la
trascendencia del trabajo de la Revista Topía, que citaba antes-.
20 Kuras de Mauer, S., y Resnizky, S.; Acompañantes terapéuticos y pacientes
psicóticos. Bs. As., Ed. Trieb, 1985.
21 Kuras de Mauer, S., y Resnizky, S., Acompañantes terapéuticos, actualización
teórico-clínica, Bs. As, Ed. Letra Viva, 2004. R 47.
22 Op. Cit.; P. 111-112.
25 Según reconocen Kuras de Mauer, S., y Resnizky, S. (2004), p. 22.
24 A lgo de esto será retomado en los capítulos siguientes.
25 Rossi, G. y otros (1997).
26 A. Donghi es además titular de la Práctica Profesional “Variantes en la
Consulta Ambulatoria” , de la Facultad de Psicología UBA, trabajando
activamente en el tratamiento de adicciones. En comunicación personal
(2003) sobre esta cuestión, refiere además que “ahora en el nuevo milenio
retomé el tema, cuando inauguré un Centro de Día en patologías del
consumo, donde organizo dispositivos de internación domiciliaria para
pacientes adictos, ya porteños, con acompañantes terapéuticos, con un
atravesamiento distinto por estas dos décadas de avances en el tema” .
27 Aunque está claro que todavía hoy queda mucho por hacer al respecto.
28 En: Rossi, G. y otros (1997).
29 Donghi, A., El acompañante terapéutico: una aproximación teórica, en
Rev. Actualidad Psicológica, año V, 49, Bs. As., septiembre de 1979.
30 Estas ideas las tomo centralmente de desarrollos de J.C. Stagnaro, cuando
estudia la construcción de una matriz disciplinar en la psiquiatría Argentina,
en su localización como especialidad, en el último cuarto del siglo X IX .
Acompañamiento terapéutico / 39

Otro aporte es el de H . Vezzetti, que ubica como parte de la constitución del


complejo tecnológico de abordaje de la locura, tres variables, que se conectan: lo
referido a las instituciones específicaal sistema teórico, y a la capa profesional.
Estas variables han comenzado a establecerse, con oscilaciones de acuerdo
al país, provincia o región en que nos centremos.
Psicólogos que a su vez generalmente en ciudades como Buenos Aires
trabajan ad-honorem por muchos años, aumentando el despropósito de
estas cuestiones.
Movimiento Social de Desmanicomializacióny Transformación Institucional,
Bs. As, Manifiesto año 2006.
Capítulo 2
Las palabras
son pilotos suicidas
perecen al tocar su objetivo

...cuando se llega al límite sólo hay una forma de hablar


la metáfora decir que una cosa es otra
en el límite todas las cosas son otras

César Fernandez Moreno,


en Argentino hasta la muerte

Características de la práctica: funciones habituales, posibilidades y


restricciones
En este capítulo consideraremos ítems introductorios, que no de­
jan de tener relevancia para pensar esta función y para ir a definicio­
nes operativas de su campo laboral.

Partiremos de ideas básicas acerca de qué es el Acompañamiento


terapéutico (AT), en especial para aquellos que recién se aproximan a
esta práctica, y para quienes desconocen su utilización. Pero también
para los profesionales del ámbito de la Salud -que estarán más al tanto
de la misma-, para establecer algunas definiciones y lincamientos pri­
mordiales que permitan explicitar un lenguaje en común. Desde ahí
ubicaremos lo que llamo la situación de AT: cuándo se solicita, cómo se
va configurando este espacio en un tratamiento, cuáles son las coorde­
nadas centrales para indicarlo y poder sostener esta práctica.

Una acotación previa: aunque abordaremos temas de la “ técni­


ca” , de las cuestiones empíricas, o aspectos que hacen a la táctica del
acompañante, cabe destacar que éste abordaje no carece de teoría,
de fundamento conceptual.

Inclusiones en un tratamiento

£1 acompañamiento terapéutico, con y sin el psicoanálisis


Por el desarrollo que tuvo, consignemos que el A T puede plan­
tearse desde múltiples escuelas teórico-clínicas, y en relación a diferentes
enfoques en cuanto a su dimensión política y social. La dificultad ya
mencionada para delimitar en sus comienzos una línea determinada
de conceptualización, que otorgue alguna unidad y permita mayor
42 / Gustavo Pablo Rossi

consistencia, hoy va pudiendo superarse. Existen diversas propuestas


de articulación de sistemas teórico-clínicos para la práctica del AT:
como rasgo positivo, de esta forma, su rol no queda únicamente asi­
milado a determinada escuela “psi” , sino que es un recurso incluido
en su abordaje por terapeutas que sostienen estrategias disímiles, de
acuerdo a su formación y lincamientos de trabajo. Consignemos que
sucede algo similar con el rol del psicólogo, el psiquiatra, el musico-
terapeuta, el terapeuta ocupacional, etc. Por ejem plo en el caso del
psicólogo, la posición que tendrá al conducir un tratamiento psicote­
rapéutico tendrá su particularidad según la escuela en que se oriente,
aunque se supone que hay cuestiones comunes a “ todos los psicólo­
gos” que llevan en cada país a delimitar su fundón, sus incumbencias, su
campo de acción, etcétera.

En este sentido, estamos en condiciones de pensar el A T desde


diferentes escuelas, en tanto va quedando atrás aquella época en
la que directamente no se buscaba dar cuenta de esta práctica, y se la
dejaba com o un recurso “ m enor” que no era necesario conceptua-
lizar. O se lo hacía con una rigurosidad escasa: “ puesto a rodar” en
algunas instituciones, a veces sería utilizado para llenar vacíos - r e ­
em plazando a la familia/amistades, o al enferm ero—, o para tratar de
“ rem endar” tiempos y espacios que de otra manera eran inmaneja­
bles para el terapeuta o la institución.

La estrategia desde la cual se lo indique y se sostenga un deter­


minado AT, entonces, no es únicamente la del psicoanálisis, como
tam poco en los primeros años fue únicamente la de la psiquiatría,
más o menos dinámica, ni tal o cual escuela.

Incluso desde las distintas escuelas u orientaciones del psicoaná­


lisis se va a pensar de manera muy diferente el lugar del acompa­
ñante terapéutico en un tratamiento, su orientación y “supervisión”
o “ control” .
Nuestra práctica como psicoanalistas no debe im pedirnos reco­
nocer que el rol del A T se plantea desde otras líneas teóricas, hacia
las cuales también abrimos esta interlocución.

Consideraremos conceptos de Freud, de Lacan, de Winnicott, aun­


que es imprescindible que para el A T se haga una lectura particular
de estos y otros autores (del ámbito del psicoanálisis, la psiquiatría,
y la Salud Mental), un recorrido por conceptos que nos habiliten a
dar cuenta de este espacio de intervención, de estos dispositivos y su
eficacia clínica, acercándonos a su complejidad, sin cerrarla.
Acompañamiento terapéutico / 43

¿De qué hablamos cuando hablamos de acompañamiento terapéutico?


Los “no”y los "ni”para ir aproximándonos
Es común que esta función se haya confundido, -y tenga habitual­
mente todavía en la práctica algunos puntos de contacto o similitudes
con otros vínculos interpersonales-, con otras modalidades de la inter-
subjetividad, a veces de lo cotidiano y a veces de roles más tradicionales
dentro de la asistencia psiquiátrica y social. L o llamaría los “ni”. Algo
así como in-definiciones. Dan cuenta de esta característica de flexibilidad
que tiene la acción del at. A su vez, le permite dar lugar a su función en
tanto significación particular, en cada caso. En términos más poéticos, lo
pensamos a la manera de cierto espacio en blanco, que queda abierto a
la espera de tener su “escritura” , aveces su “garabato” . U n espacio a ser
“nombrado” en cada caso, tanto por una familia como por un paciente,
lo cual se produce en la medida en que no se le asigne a priori unafigu­
ra estereotipada, una función limitada por reglas generales.

Vuelvo con esto a una noción central que servirá para leer tanto
las “ indefiniciones” como “ definiciones” : com o ven go sosteniendo
desde hace tiempo, la función del acompañante terapéutico se va a ir
precisando en relación a una estrategia determinada de tratamiento
y a la singularidad del caso.

Entonces, ¿cuáles son esos “ ni” , aquello que el at no es?

N i psicoterapeuta, ni analista. N i asistente o trabajador social. N i edu­


cador especial, ni maestra recuperadora. N i enfermero psiquiátrico. N i vigi­
lante, custodio o guardia privado. N i secretario. N i amigo, ni familiar.

Aunque a veces tendrá cierto “ semblante” que lo acerque a estos


lugares, aunque sea ubicado por el paciente allí, paradójicamente
serán estos roles de los cuales tendrá que diferenciarse en mayor o
m enor medida. D e acuerdo a la particularidad del caso, con su li­
bertad y sus restricciones a cuestas: ahí está la estrategia en la cual
se plantea ese AT.

Estamos entonces en los “ no” , lo que no es el A T . Decía “ cierto”


espacio en blanco, esto es, tiene sus límites, sus coordenadas. Ese
“ no” tiene que quedar claro en especial para quien soporta el lugar
de at. Luego, maniobrará sobre aquello que “ soporta” , que el pa­
ciente deposita en cada acompañante, cuya figura tendrá significa­
ciones negativas y positivas, más allá de su “buena intención” .

Sin embargo, debe considerarse que -co n mayor o menor deta­


lle - es necesario que esto sea explicitado al paciente y su familia, ya
44 / Gustavo Pablo Rossi

sea al com ienzo del A T o en el devenir del trabajo. Si esto no se


hace puede llevar a una orientación que coloque al acompañante
en un atolladero, sin margen de maniobra, o precipitar actuaciones
y reacciones impulsivas por parte del paciente y, en tanto no pue­
da soportarlo, también del at. Es importante explicitar a las familias
determinadas pautas que irán delim itando su campo, estableciendo
esas diferencias con otros lugares, acotando expectativas, valiéndose
de la inscripción del A T en la estrategia de un tratamiento.

Retomaremos este tema en los próxim os capítulos, al abordar


el vínculo con la fam ilia y las pautas iniciales. Veremos recortes de
experiencias de A T (el caso H ), de los cuales aparecen modificados
ciertos datos particulares para preservarlos de su reconocimiento.
Hablar de “ ilustraciones” no me resulta una metáfora conducente,
aunque sí trataremos de tomar lo esencial de las situaciones que co­
mentamos, para aproximarnos a la cotidianeidad de esta práctica, y
para situar sus coordenadas conceptuales.

Las definiciones: para salir de lo preliminar


Ahora avancemos hacia el sí. C óm o definir por la positiva su fun­
ción para que esté delimitada con precisión, o en otros términos,
cóm o puntualizar sus incumbencias, sin encerrar el tema en un retra­
to estereotipado; dejando abierta la dimensión de la singularidad,
su posibilidad de ampliarse y reinscribirse, para ser contrapuesto a
los otros “ lugares” que mencionaba.

Existe una especie de “ tensión” entre dos polos al plantear las d e­


finiciones: a) lo referente a la junción en su singularidad, que en la
práctica cotidiana debe articularse caso por caso, y b) las definiciones
acerca del rol del at, en tanto coordenadas fundamentales para situar esta
práctica, a manera de elementos constantes que son necesarios para
plantear su campo profesional y su utilidad dentro de las alternativas
de tratamiento existentes en el ámbito de la Salud Mental y la Educa­
ción especial. La existencia de una combinación dialéctica entre am­
bas cuestiones permite ir definiendo su incumbencia específica.

La propuesta es ubicar las coordenadas de su indicación y su uti­


lidad en las situaciones donde se incluye esta intervención.

El A T es un recurso clínico especializado que opera desde un abordaje


psicoterapéutico, en forma articulada con el profesional o el equipo terapéu­
tico que lo indica. Se incluye en el tratamiento interdisciplinario de
Acompañamiento terapéutico / 45

pacientes severamente perturbados, en situaciones de crisis o em er­


gencias, y en casos recurrentemente problemáticos o que no son
abordables para las estrategias psicoterapéuticas clásicas.

Se desempeña especialmente en form a ambulatoria, en el en­


torno habitual -fam iliar y social- del sujeto: domicilio, calle, ba­
res, cine, clubes, parques, shopping, escuela, etc. Busca utilizar el
espacio de circulación del paciente para prom over o sostener un
proyecto terapéutico y para esto se vale de la cotidianidad. Su acción
se desarrolla en el territorio urbano, en el espacio y el tiem po coti­
diano del paciente.

A su vez, podría decirse que complementa la tarea del profesional a


cargo del caso, integrándose a la tarea del equipo terapéutico, para interve­
nir en la contención del paciente y sufamilia. A l decir que complementa, cabe
acotar que no se trata de lograr una intervención “completa” , “ íntegra
o perfecta” (si tomamos las definiciones de diccionario para el térmi­
no “complementar” ), lo cual no sería posible en este campo, donde la
propuesta consiste en armar redes, conectar intervenciones, sostener
continuidades, nunca completas, aunque sean complementarias.

En términos técnico-jurídicos, se ubica como “auxiliar” , siendo en


todo caso un “auxilio” que resulta fundamental en muchas situaciones,
aunque el término traiga connotaciones de una función “menor” .

Puede actuar ante situaciones de emergencia/crisis, en el momento agudo,


aunque no sea exactamente un sistema de “urgencia psiquiátrica” .

También trabaja para facilitar el lazo social, o incentivar la reinser­


ción educativa, laboral, recreativa, en pacientes que no se encuentran
en un período de desborde o crisis.1 Es un elem ento privilegiado,
entre otros recursos, para evitar la estigmatización social, la segregación
y la cronificación.

En el caso de su intervención con niños, se fue ampliando en este


campo, donde resulta cada vez más solicitado, desde discapacidad y
trastornos graves en la infancia, hasta la integración social /escolar.2

En el ámbito geriátrico, o con pacientes con enfermedades terminales, es


además un recurso que promueve estímulos acordes a las circuns­
tancias tiende a mejorar la calidad de vida.

Desde la perspectiva del profesional que conduce el caso, si pensamos


los efectos de esta intervención y su utilidad, el A T le perm ite des­
pejar campos diferenciados de intervención, a la vez que articulados entre
46 / Gustavo Pablo Rossi

sí, dado que, desde este espado, se pueden abordar situaciones y


cuestiones que serían complicadas para el terapeuta sostener por
sí mismo. Cuestiones que resulta pertinente tratar, que no pueden
dejarse de lado, aunqüe lo indicado no sea su intervención directa.
En tal sentido, funciona a manera de relevo temporo-espacial, plan­
teado en el marco del trabajo en equipo.

En el capítulo anterior mencionaba a la Dra Beatriz Dorfman


L em er3, a propósito del caso Renée, quien realiza a su manera una
clara síntesis al referirse a la “ necesidad” a la cual responde la imple-
mentación del AT. Escribe que el A T responde a “ dos necesidades” .
Una necesidad del terapeuta, que tiene una disponibilidad finita para la
atención de un determinado caso. Por otro lado, D. L em e r dirá que la
inclusión del A T se conjuga con una necesidad del paciente y de la fam i­
lia, que tienen el requerimiento de una atención ilimitada y, diríamos
también imperiosa, a veces cercana a una demanda infinita, a una nece­
sidad de atención cuyo tono emocional es sumamente absorbente.

En cuanto a la prim er “ necesidad” mencionada, m e dirán por


qué no contar con alguien que tenga una disponibilidad “casi exclu­
siva” , como -e n una parte del caso de R en ee- parecía tener la Dra.
Sechehaye..., aunque no pudo sostenerla. Ahora bien, esto nos lleva
a responder desde dos perspectivas: es poco posible materialmente,
en principio por ejem plo, por una cuestión económica dado que
implicaría tener que dedicarse de manera excluyente, incluso sacri­
ficando sus tiempos personales. Y además hay que plantear si clíni­
camente es pertinente, p o r lo que esto generaría en el vínculo tera-
peuta-paciente, y -p o r qué no pensarlo en el caso m encionado- con
esto me refiero a lo que generaría en ambos, ya que no es un tema
m enor pensar qué se le jugaría a un terapeuta con un paciente así,
sostener tanta atención, en lo profesional y en lo personal.

EI “Borda” y los bordes del AT: su inclusión en el sistema de salud


El trabajo del at se inserta en relación a los llamados bordes de la
clínica, en el abordaje de aquellos pacientes de difícil diagnóstico
y tratamiento, que de acuerdo a las escuelas teóricas pueden ser
ubicados de distintas maneras, o ser llevados al lugar de los inclasi­
ficables. En términos conceptuales, hablamos en otros textos de esa
insuficiencia en el saber.
Mensuremos algo en ese infinito espacio. Desde sus inicios el
at trabajó en el siempre problemático ámbito del tratamiento de
Acompañamiento terapéutico/47

las psicosis, tanto en la asistencia de pacientes esquizofrénicos como


paranoicos. También en casos de manía-melancolía y en esquemas
de contención con pacientes con riesgo suicida, en el terreno del
consumo de sustancias, del alcoholismo y en el del tratamiento de los
trastornos de la conducta alimentaria, la bulima y anorexia.
Sirve decir que ayuda a salir del “Borda”* y también a hacer más
habitable el “ mientras tanto” de la internación, además de evitar en
muchos casos el efecto segregacionista y de cronificación de la institu­
ción psiquiátrica.
En este punto el AT, tiene lo que llamamos un borde con lo social,
una dimensión puesta en el terreno social, aunque com o dijimos
se diferencia del trabajador social, o de la tarea que puede a veces
hacer un educador especial para la integración socio-educativa de
un paciente.
Precisamente una de las vertientes a profundizar en cuanto a la
utilidad del A T es la cuestión del lazo social, su valoración para la
llamada “ reinserción” social del paciente. En realidad sería mejor
nombrar esta reinserción como nuevas inscripciones sociales, en tan­
to lazos diferentes con su comunidad y con su entorno, ya que el
paciente, encerrado en su ambiente fam iliar o en la institución psi­
quiátrica, no está fuera de lo social5, esto es, no deja de estar en
“ instituciones” sociales, sobre las cuales hay aún mucho por trabajar
en cuanto a prom over la integración de la locura.
El A T aporta a esa red tendiente a evitar la cronificación, el aisla­
miento y si resulta pertinente, trabaja para que el paciente continúe
en su m edio habitual y no pierda sus actividades y sus vínculos.
Quizá este espacio de borde en que realiza su tarea, hizo que no se le
diera el valor conceptual que fue teniendo por su eficacia en la clíni­
ca, e incluso que sea algo desvalorizado al hacerse una indicación sin
tomar en cuenta luego su seguimiento, su supervisión, su articulación
con la estrategia de tratamiento del profesional que lo indica.
Destacamos que en Argentina y en Brasil el A T se ha ido inser­
tando cada vez más en el Sistema de Salud, tanto en el sistema pú­
blico y de obras sociales aquí, com o en el sistema privado, aunque
esto dista mucho de estar a la altura de lo esperable. Se generan
continuamente en esta inserción dificultades para ser contemplado
como parte del equipo terapéutico, así como problemas a nivel del
reconocimiento de sus honorarios en el nomenclador, y en la lista de
prestaciones del sistema de salud.
48 / Gustavo Pablo Rossi

Las políticas en Salud Mental (tema que retomaremos) tampoco


lo toman en cuenta como un recurso para su planificación, aunque
esto sucede así con una importante cantidad (y calidad) de recur­
sos y herramientas que sería necesario recategorizar en el diseño y la
implementación de las políticas en salud mental. En especial lo re­
ferente al trabajo en red, al trabajo interdisciplinario tendiente a la
desintitucionalización, al tratamiento desde un sistema ambulatorio
pero con un sostén desde los recursos cotidianos económico-socia-
les. Con una concepción que apele a lo comunitario al sostener en
prim era instancia los derechos del paciente como ciudadano, lo cual nos
lleva a la defensa de los derechos humanos com o prioridad en las p olí­
ticas en este campo, en tanto estamos hablando de una concepción
donde lo no segregativo sea central.

En este marco es importante señalar lo que llamamos hace tiempo


“ hiatos” en la continuidad terapéutica, en tanto ruptura en la continuidad
de la atención que se le brinda a un paciente, y cómo el A T tiene un lugar
de relevancia allí, aunque esto podría sistematizarse más.

En especial, hemos hablado del trayecto existente entre la salida


de una internación psiquiátrica y la vuelta al hogar, donde muchas
veces no se ponderan los elementos objetivos necesarios para que
permanezca allí, ni aspectos de la subjetividad del paciente que se
ponen en ju e g o en ese momento, ni las eventuales ansiedades fam i­
liares. A veces, esa salida implica que de un entorno de “ institución
total” , donde su atención era intensiva, de 24 hs., se pasa a cero, o
cercano a nada en la asistencia diaria, y hasta semanal. C om o dice
J. C. Stagnaro, el paciente “ se puede encontrar de repente con un
gran vacío y con una fam ilia (generalm ente de una gran im plica­
ción afectiva) que nuevamente entra en conflicto con él y la única
salida que le queda es remontar nuevamente las etapas de recursos
terapéuticos hacia el m étodo más totalizador, que es volver a quedar
internado. Hay que proveerle entonces una gradación de recursos y
el acompañante terapéutico puede jugar, en cada una de estas eta­
pas, un lugar importante para facilitarlas, para perm itir el pasaje de
unas a otras. Puede ju ga r allí un rol terapéutico de bisagra y ser el
puente en cada cambio de etapa”6.

Veamos un ejemplo: “ U n paciente con una crisis psicótica, bene­


ficiario de una obra social que no tiene cobertura de hospitalización,
entonces va a internarse en un hospital público. A llí pasa 15 ó 20
días, se compensa, lo medican, y le dan el alta. El m édico del hospital
que sabe que va a tener una lista de espera larguísima en consultorios
Acompañamiento terapéutico / 49

externos y que no tiene hospital de día, le aconseja a la familia que si


tiene obra social averigüe si ésta cuenta con hospital de día, y si es así,
le escribe a un colega del mismo todo lo que pasó y la medicación in­
dicada y deriva al paciente. La familia va a la clínica y le dicen que no
tienen plazas libres en el hospital de día en esos momentos y que re­
cién van a poder recibir al paciente dentro de quince días. El paciente
vuelve a la casa, el momento de la reorganización es un momento
dificilísimo y en ese período se descompensa de nuevo y vuelve al
hospital. Supongamos que lo recibieron en el hospital de día, pero a
la salida del mismo le informan que no tienen turnos para consulta
externa y que se terminó la prestación de la obra social y entonces
tienen que salir a buscar un terapeuta en el m edio privado” .7

Se trata de evitar esos “hiatos terapéuticos” , los intervalos en los


cuales queda suspendida la necesaria continuidad terapéutica.

Este es un tema de políticas en salud, de mayor cantidad y cali­


dad de los hospitales de día, o de hospitales de noche o residencias
para determinados casos en que ese m om ento se hace especialmen­
te crítico si transcurre en su hogar.

La atención ambulatoria con A T perm ite otro abordaje respecto


de la vida diaria del paciente, sus ansiedades a la salida de la in­
ternación, su malestar ante la ausencia de actividades y proyectos,
etc. La propuesta tendiente a la reinserción socio-laboral y la inser­
ción educativa, también tiene importancia en esa continuidad de un
proyecto terapéutico posterior a la crisis o a la internación. Y aquí
también se ve el valor del AT.

La continuidad de cuidados en Salud Mental


En España, como ya mencioné anteriormente, adquirió gran im ­
portancia lo atinente a la “ continuidad de cuidados” , bajo un sis­
tema de salud diferente y con un desarrollo cada vez mayor en el
campo de la Salud Mental; aunque también se ha venido utilizando
en cuidados paliativos con enferm edades terminales, entre otras
problemáticas de las políticas sanitarias.

Resulta interesante pensar también en relación a esos desarro­


llos el lugar del acompañamiento terapéutico, como una instancia
tendiente a facilitar la articulación tanto entre niveles asistenciales
como en la interacción de diferentes sectores o ámbitos instituciona­
les (Salud, Justicia, Educación, Trabajo, etc.), a partir de un vínculo
personalizado. Y que posibilita esa necesaria continuidad en los cui­
SO / Gustavo Pablo Rossi

dados que requiere un paciente en un abordaje transversal en Salud


Mental, esto es, entre los distintos sectores intervinientes.

A manera de síntesis, en un libro sustancial recientemente publi­


cado, se señala que “ al hablar de continuidad de cuidados no nos
referim os exclusivamente a la red existente en el mismo sistema de
atención, en este caso el sanitario. Por continuidad de cuidados en
salud mental y especialmente referido a la atención a las personas
con trastornos mentales severos y secuelas crónicas hemos de enten­
d er un entramado de recursos e instituciones, situados en contextos
o sistemas organizativos diferentes y todos ellos necesarios para ga­
rantizar en la mayor m edida las actividades de cura y cuidado o de
tratamiento y trato”8. Y en términos que nos acerca a la experiencia
del AT, los autores explican que “ en el desarrollo de la atención
comunitaria a personas con un trastorno mental puede tener mas
efectos terapéuticos el vínculo y el buen trato de una trabajadora
fam iliar con frecuencia frecuente en el domicilio, que la con fre­
cuencia esporádica atención de los especialistas sanitarios9” . L o más
razonable, dicen, es la combinación adecuada de las distintas inter­
venciones, sociales, psicológicas y farmacológicas.

A l hablar del concepto de red volveremos sobre el tema en el


capítulo sobre políticas en salud mental.

¿Qué es el encuadre en un acompañamiento terapéutico? Del diván


a la calle
¿Cómo pensar el encuadre en una situación tan especial, tan diver­
sa, con numerosas variables, contextos físicos, con escenarios y perso­
nas que cambian en el entorno y coordenadas tan distintas enjuego?

N o abundaré en definiciones sobre qué significa el encuadre en un


tratamiento psicoterapéutico, tema sobre el que hay mucho escrito.
Tam bién se ha escrito y debatido ampliamente en relación a qué
significa el encuadre en el dispositivo psicoanalítico, generando este
tema argumentos conceptuales contrapuestos, en cuyos extremos es­
tán, por un lado, quienes no le dan relevancia a pensarlo y pautarlo,
y por otro aquellos que intentan darle un valor de regla, de pauta fija,
hasta llegar así a formulaciones rotundamente estandarizadas. Este
tema será retom ado en los próxim os capítulos.

Pero pensemos ahora algunas ideas para quienes se aproximan


a la práctica del AT, para contar con alguna reflexión sobre las conse­
Acompañamiento terapéutico / 51

cuencias que pueden tener determinadas cuestiones que se pautan en


el inicio de un tratamiento, para el desarrollo del mismo.

Catástrofes: la de uno, la de muchos, la de todos


Voy a hacer un uso casi metafórico de un texto dedicado a la aten­
ción en salud mental en situaciones de catástrofes. El libro se llama Lo
disruptivo. Amenazas individuales y colectivas. E l psiquismo ante guerras,
terrorismos y catástrofes sociales, de M . Benyakar.10 D igo casi metafórico
porque en muchos casos se trata de pensar esos desarrollos para la
temática del AT, para las situaciones de catástrofes subjetivas, singula­
res, que no dependen de un suceso “ externo” , como una guerra, un
atentado, un terremoto, etc. Y no es para nada m etafórico si recor­
damos las experiencias donde el recurso del acompañamiento tera­
péutico se utilizó en el conjunto de una red sanitaria, de asistencia
social, por ejem plo en inundaciones que dejaron pueblos devasta­
dos.11

L o de catástrofes, aunque está usado en el texto en un sentido


específico de algo disruptivo desde un suceso social, un desastre na­
tural, un entorno amenazante, lo enfoco acá de una manera más
restringida: esto es en términos de un sujeto. ¿Y cóm o no hacer re­
sonar esa palabra catástrofe en situaciones donde la subjetividad se
desmorona? En el mom ento de la crisis, se trate de una locura diag­
nosticada o no como psicosis, en el impulso que lleva al intento de
suicidio, a la agresión desmedida, al consumo de sustancias hasta el
derrumbe. C óm o no hablar de catástrofe. Y hasta de terremoto, cuan­
do nos referimos al efecto que esto tiene no solamente en términos
de un sujeto, sino también en el entorno familiar.

El encuadre, dice Benyakar respecto de su experiencia, “ consis­


tió sobre todo en el tipo de relación particular” que establecieron los
terapeutas con los damnificados. Para Benyakar el encuadre debe
ser estable y coherente, pero en especial tiene que “ ser flexible y servir
de ‘espacio transicional’ en el sentido psicológico, personal e inter­
personal12.” Debe conjugarse entonces una elasticidad del encuadre
con ciertas condiciones de estabilidad y continuidad requeridas. De
ahí su complejidad.

Otro ejem plo que conecta esto con la temática del A T lo aporta
una viñeta clínica sobre un episodio que sucedió en el trabajo con
el Equipo de A T que coordino, mientras leía casualmente (i!) este li­
bro sobre la atención en catástrofes. Hasta me permitió resignificarlo
52 / Gustavo Pablo Rossi

para nuestro tema. Sintéticamente: se trata de un paciente con el cual


se había estado realizando un acompañamiento, hacía aproximada­
mente un año, luego de la salida de una breve internación. Había
finalizado tras un tiempo en que se llegó a cierta “estabilización” en
la evolución de este muchacho, B., de 23 años, con un diagnóstico
preliminar de psicosis. Estudiante de música y computación, al sen­
tirse mejor, refería que no le encontraba sentido a continuar con el
acompañamiento, a partir de lo cual se decide hacer un cierre en
aquella instancia, en reunión de equipo con la terapeuta. Pese a que
todavía se evaluaban cuestiones posibles a seguir trabajando desde el
A T y en particular el tema de cierta abulia y dificultades para sostener
sus actividades, habiendo retomado clases de música. En función de
haber superado el período crítico, y valorando los aspectos subjetivos
puestos en ju ego en ese momento en su intención de no continuar
con el AT, se prioriza allí el trabajo desde el dispositivo individual de
psicoterapia. Incluso se piensa en no agotar ni desgastar este recurso,
en tanto podría ser necesario en un futuro. H ago entonces un salto
en el tiempo: luego de ese año, vuelve a solicitarse acompañamiento,
debido a que se había producido un cierto “ quiebre” en el pacien­
te, quien se encontraba por momentos muy retraído, sin respuestas
cuando se le hablaba, lo cual em pezó a inquietar a su familia (madre y
hermana). En la prim er salida que se realiza, el día en que recomienza
el AT, cuando se dirigía con su at y con su hermana al kiosco, B. sale
corriendo, encontrándose su domicilio a una cuadra de un inmenso
parque público en Buenos Aires. La at y su hermana lo corren, per­
diéndolo de vista en un prim er momento, llamando en esa ocasión
al coordinador y al psiquiatra. M e encontraba precisamente leyendo
este texto, como les decía, cuando recibo el llamado telefónico... Ante
situaciones de catástrofe, o cuando existe un clima de amenaza para
la integridad personal, “la prioridad es ofrecer un m edio físico esta­
ble que restablezca un entorno relativamente constante y equilibra­
do” . Estas líneas del libro estaban refiriéndose a la guerra del Golfo.
Acá nos referimos a la guerra de Parque Avellaneda, en Buenos Aires. O
a la guerra de B., a su pelea interna. Pudiendo suponerse que estaba
comenzando una producción alucinatoria, y al pedir a la asistencia
médica que envíe una urgencia psiquiátrica, la indicación que hice
a la at fue que cuando encontrara a B. tratara de buscar algún lugar
a la manera de cierto refugio, como podrían ser algunas casillas para
colectivos, un bar, o preferentemente ir a la casa. U n espacio físico
acotado -decíamos después cuando conversábamos con el equipo de
A T - perm itió algún grado de contención más estable y de contornos
Acompañamiento terapéutico / 53

más precisos que un insondable parque de varias hectáreas perdido en


la inmensa urbe. Se trataba de ubicar u n punto de referencia, el cual no
era además sin la acompañante (es importante señalarlo). La catás­
trofe en B., efectivamente, estaba desencadenándose y al encontrarlo
dirá que sintió que “tenía que correr” . Una vez de vuelta en su casa,
la situación se tranquilizó momentáneamente, aunque la agitación
volvería al poco tiempo, haciendo que en esa instancia resultara in­
evitable una internación institucional. El entorno -ahora la angustia y
la confusión familiar-, y el nivel de catástrofe subjetiva que se fue ahon­
dando, tan disruptiva, hicieron que no fuera posible otra alternativa,
aunque se había evaluado inicialmente la posibilidad de una interna­
ción domiciliaria. Igualmente, la tarea del acompañamiento en ese
tiempo que transcurrió durante y después del episodio en el parque,
fue reconocido por la familia como de gran utilidad, en especial diría
que para evitar catástrofes mayores en esas horas, hasta que se produjo
la internación. Teniendo en cuenta, además que años anteriores en
una ocasión el paciente, al sentirse “ encerrado por su fam ilia” , según
sus palabras, en un momento de agitación, había intentado “ salir por
el balcón” ...de un 4to. piso.

¿ Qué cuadra si no es cuadrado ?


Vuelvo al libro antes señalado. Benyacar escribe que toda activi­
dad “ era usada como ocasión para proveer contención. Los encuen­
tros no eran tomados como sesiones de psicoterapia, n i conducidos
de acuerdo a las prácticas terapéuticas habituales” .13

Y esto nos deja enseñanzas para determinadas situaciones del AT.


Por un lado, para las intervenciones en momentos de crisis de un
paciente. Por otro, es sumamente útil la noción de una actividad en­
tendida como contención. Una “ actividad-encuadre”, es decir, inherente
al encuadre. Porque de ello se trata con frecuencia algunas de las cir­
cunstancias en el AT, situaciones donde la actividad misma es parte de
una estrategia tendiente a la contención y hace al encuadre.

Y afirma algo más: “para que un lugar cualquiera se convierta en


elem ento del encuadre, por ejemplo, la piedra o el árbol en la gue­
rra de Yom Kippur con los que construíamos la intim idad necesaria
para desplegar la labor terapéutica, es necesario asimismo que el
profesional encuentre el tiem po y la disposición m ental necesaria
para atender en situaciones tan precarias.” 14

Para construir esa intimidad necesaria, subrayo, el profesional tie­


ne que contar con tiempo y disposición mental.
54 / Gustavo Pablo Rossi

Veamos ahora cómo definir algunas coordenadas en la práctica


delAT.
El encuadre no es entonces necesariamente el lugar físico, pese
a que en otros momentos se lo confundió (en términos de alguna
corriente psicoanalítica, el consultorio, el horario, la duración de la
sesión, hasta la vestimenta del analista, etc., “ debía” ser algo fijo).
Hay casos donde el encuadre no será tampoco algo predeterm inado
desde la variable temporal, de duración del tiem po de at. Sin em ­
bargo, en cuanto a la variable temporal, debo señalar que determinar
un horario de comienzo y fin del acompañamiento, en la mayoría de los
casos, especifica un contorno fijo que ayuda a ese encuadre y que en
muchas ocasiones es imprescindible.
Sea de una manera u otra, establecer un encuadre implica que
haya condiciones para que el at cuente con ese tiempo y espacio necesa­
rio, dejar que le permita tener la disposición mental acorde a la situación.

Acuden a la m ente acá algunas palabras de S. Freud, cuando se


refiere a la iniciación del tratamiento, que son aplicables a esta situa­
ción: “no hay más que dejarle tiem po” -dice-, y demostrarle un “ se­
rio” y “ cariñoso interés y simpatía” , así como no “ mostramos rígida­
mente moralizantes” . Es en tal sentido una disposición inicial básica,
para generar algo de esa empatia imprescindible, que para Freud se
encaminaba a instalar algo de la transferencia “positiva” .
A partir de esto, vamos a datos y detalles pragmáticos que hacen al
tema del encuadre. Se tratará de establecer un contrato que confor­
mará un marco simbólico, un ordenador pará la relación que se empieza
a establecer. Este marco dará las referencias para la situación de A T
desde distintas aristas: at-paciente, at-familia, at-equipo profesional.
Se establece entonces en el inicio un conjunto de reglas, que se­
rán explicitadas en la/las consigna/s del caso. Los horarios del acom­
pañamiento, los honorarios, las actividades y el lugar donde se reali­
za el A T son los elementos básicos a considerar en ese conjunto.
Esto incluye, p o r ejem plo: tiem po de duración del espacio diario
de AT, tipos de salidas, lo “ autorizado” desde el terapeuta a car­
go, objetivos iniciales, etc. A su vez, debe quedar claro en principio
para cada at -p e ro a veces también para la fam ilia-, aquellos pro­
cedimientos que puedan pautarse de antemano frente a eventuales
situaciones de urgencias y ante cuestiones que sean evaluadas como
de riesgo: algunas puntuaciones básicas acerca de cóm o manejarse
con ese paciente - lo que puede establecerse entre el equipo de at y
Acompañamiento terapéutico / 55

el terapeuta, que es quien lo conoce-, a quién llamar, condiciones


para acceder y ser atendido en el sistema de salud al cual pertenece,
etc. Ejemplo: conocer cuál es el N ro. de afiliado del paciente en la
obra social puede acelerar (o en su defecto atrasar) burocráticamen­
te una gestión que ante la urgencia requiere de la m enor pérdida de
minutos y segundos posible.

En los casos en que es pertinente, también se intenta que el pa­


ciente participe en el establecimiento de algunas coordenadas y
paulatinamente en sus variaciones. Esto ha dado buenos resultados
en las experiencias en que pudo plasmarse, tom ando el paciente
una posición más activa que facilita la tarea y vuelve positivamente
sobre el vinculo con el at.

En términos generales, subrayemos, el encuadre se compone


de elementos que deben ser constantes, contem plando a su vez las
variaciones que puedan darse con el transcurso del tiem po, es de­
cir, debe tener una vertiente variable, por las m odificaciones que
se harán de acuerdo al devenir que vaya teniendo el tratamiento.
Siempre tratamos de dar lugar a lo que “no cuadra” , a aquello nuevo,
que surge por el lado de la “ invención” en ese encuentro terapeuta-
at-paciente-familia. Para algunos autores hay un cierto “ encuentro” ,
que se denominaría “ acontecimiento” , que sería aquello que llega
a sorprendemos positivamente, si es que tenemos la disposición para
ello, y para perm itir que se faciliten cambios necesarios en el desa­
rrollo de un tratamiento y de un AT.

En un principio el terapeuta, a veces de manera conjunta con


el coordinador del Equipo de AT, va a determinar la modalidad
(donde se realiza, si hay salidas o no, etc.) y la cantidad de horas
de acompañamiento para el caso. Otras veces, el terapeuta puede
consultar al equipo acerca de las cuestiones de instrumentación más
pertinente para el caso desde la perspectiva del AT. Si hablamos de
un equipo de AT, el coordinador va a ser quien determ ina esas pre­
cisiones, pudiendo ser conveniente tener entrevistas previas con los
familiares para ajustar detalles respecto del dispositivo que requiere
el paciente, horarios matutinos o vespertinos, rotación y duración
de turnos de cada at, etcétera.

Entonces existirá a partir de esto un “contrato” que puede ser


realizado por el at, el coordinador, el terapeuta o la institución, o
varios de ellos en conjunto, con la fam ilia y/o con el paciente. Es
conveniente especificar los elementos básicos inicialmente aunque lue­
go se re-contrate.
56 / Gustavo Pablo Rossi

Es, además, responsabilidad del coordinador del equipo reunir


la inform ación que va transmitiendo cada at y realizar las reuniones
que sean pertinentes. De acuerdo al caso, se establece una period i­
cidad en las reuniones, pudiendo ser el mismo coordinador quien
realiza la tarea de supervisión del equipo, o esta función ser asu­
m ida p o r otro profesional. Centralizará asimismo la comunicación
referente al A T con el terapeuta o el equipo institucional a cargo del
caso y podrá ir evaluando en el contexto del trabajo en equipo los
cambios, reducciones de horarios, etc. que sean necesarios a m edida
que transcurre el acompañamiento.

Informes, pero no informantes...


Junto a lo anterior, en los cursos sobre A T surge otro interro­
gante: ¿es necesario hacer informes del trabajo de cada at? Resulta
convenieñte si facilita la comunicación fluida entre los miembros del
equipo. Con el equipo que coordino, cada vez más en los últimos
años utilizamos los informes vía correo electrónico para la comu­
nicación con el coordinador, en el equipo y con el terapeuta, de
acuerdo a lo que se paute.

Depende a quién esté dirigido, y de acuerdo a la urgencia del caso, el in­


forme tendrá su particularidad. Se realiza para el terapeuta, la institución,
el coordinador del AT, o a veces se deja alguna nota para el at que continúa
el turno (en internaciones domiciliarias, o institucionales). Hay terapeutas
que piden una información muy breve, de los datos más relevantes que
sean novedosos para ese caso, situaciones de:riesgo, etc. Obviamente que
también hay información que es necesario comunicar en forma urgente
y esto requiere de un llamado telefónico. Sucede, por ejemplo, cuando el
equipo que acompaña a un paciente está formado por varios at que van
realizando tumos rotativos. Aveces se dará alguna información de manera
oral para el acompañante que sigue, cuando hay tumos durante 24 hs..

En las instituciones puede solicitarse alguna reseña del A T en la


historia clínica del paciente.

A partir de la determinación del terapeuta, con reuniones y/o me­


diante informes orales y escritos, se irán reformulando los objetivos y la
modalidad del acompañamiento en función de la evolución del pacien­
te, a veces con entrevistas con su familia, donde se analizan los avances
del caso, y las vicisitudes que se presenten en los vínculos en el AT.

Con la frase “Informes pero no informantes” introduzco también una


temática compleja sobre la que no ahondaremos ahora, que es la re­
Acompañamiento terapéutico / 5?

ferente a la conceptualización que hacemos de esa “ inform ación” ,


la objetividad o no de la misma y del lugar del A T respecto de lo
que sucede en la “ realidad” cotidiana. Veamos igualmente algunos
interrogantes. M e preguntan: ¿qué hacer con la “ inform ación” pro­
veniente de ese espacio? ¿Qué se informa? Y además, ¿esa inform a­
ción implica que observamos independientem ente de la “ realidad
psíquica” ? N o. Pero si lo pensamos en términos psicoanalíticos, ¿la
información tiene valor si no se ubica en términos de lo que sucede
con esa “ realidad” psíquica, si está por fuera de la dinámica transfe­
rencial? Poder dialogar sobre estos temas en el equipo hará al “uso”
que tendrá la/s información/es en el grupo de acompañantes, en la
tarea con el paciente y también respecto a la familia y los allegados.
El inform e puede tratarse de un simple registro de situaciones signi­
ficativas. L o significativo incluye aquello que sucede en la dinámica
del vínculo at-paciente-familia, en las cuestiones transferenciales.

A partir de esto, en otros términos, se plantea también lo siguien­


te: ¿el at es un simple informante?; ¿un celador que vigila cuestiones
de lo cotidiano, que está para inform ar a la autoridad representada
en el terapeuta? N o se trata de eso, como veremos. Resuena acá la
noción de “ testigo” , que voy a retomar, aunque la misma apunta a
otras cuestiones, en particular en las psicosis: en principio, se es
testigo de una singularidad.

Hay momentos y momentos


Es necesario graduar con precisión los momentos pertinentes para
hacer intervenir el acompañamiento, los tiempos de duración del
esquema planteado para hacer variaciones, lo cual im plica ir cali­
brando día a día las respuestas a los requerimientos y los obstáculos
que aparezcan, así como la posibilidad de seguir contando con los
esfuerzos familiares, del entorno habitual y del equipo profesional.
Su m odalidad no es la misma cuando es reciente la crisis (en un m o­
mento “agudo” ), que en situaciones donde se utiliza para mantener
una continuidad ante esos “ intervalos” que pueden quedar entre
distintas etapas del tratamiento (internación, centro de día, de no­
che, ambulatorio).

También hay que evaluar con el terapeuta si es conveniente para


el caso que se compartan los tiempos y espacios de un A T dom ici­
liario con la familia, con algunos de sus miembros, o si es necesario
resguardar al paciente del vínculo con su padre, su madre, un her­
58 / Gustavo Pablo Rossi

mano, etc. Todo esto nos remite al encuadre y en caso de que sea un
equipo de A T es algo atinente al coordinador.

Pensaremos diferencias en su implementación, a grandes rasgos,


según dos momentos que tienen que ver con lo agudo o lo crónico
de un cuadro clínico:

- si se implementa el A T en el momento de una crisis, ante la urgencia,

- si se im plem enta el A T ante una problemática “crónica”, como así


también en una situación en la cual el sujeto se encuentra estabi­
lizado, donde hay un trabajo que tendrá otra temporalidad, cabe
pensar otro manejo de la variable temporal.

Adem ás de ser necesario pensar esta im plementación de acuerdo


al caso, también evaluamos el lugar de la familia en esa etapa, e in­
cluso si es pertinente realizar un A T cuando el pedido viene de una
fam ilia sin posibilidad de trabajo en el marco de un equipo interdis­
ciplinario, y donde no hubo una indicación y/o un interés por parte
del terapeuta que atiende al paciente.

Acuerdos y consentimientos para el Acompañamiento Terapéutico


Hay un aspecto que determina dos dimensiones distintas tam­
bién para el planteo del AT, sus modalidades y las eventuales d ifi­
cultades que es el siguiente: ¿qué sucede con el “ consentimiento” , el
acuerdo del paciente con el AT? Diferenciemos dos situaciones:

A- Casos en los que no hay un consentimiento por parte del paciente,


para que se incluya A T en su tratamiento (a veces incluso existe des­
acuerdo por parte de algunos miembros de la familia). Se incluye
este dispositivo por ser una indicación del terapeuta/equipo, inde­
pendientemente de la voluntad o requerimiento del paciente.

B- Casos en los que existe dicho acuerdo por parte del paciente y
su familia.
Debemos tener en cuenta (en cada país/provincia) las problemáticas
legales que estos temas implican para la psiquiatría y la salud mental,
que hacen a las connotaciones y requerimientos para una internación
restrictiva y cerrada; y nos lleva a conceptos como “ riesgo de daño”
para sí y para terceros y a la turbia noción de “peligrosidad” -cada vez
más cuestionada por los efectos discriminatorios que ha generado-. Se
entroncan además otras controversias, como por ejemplo: quién está
legalmente autorizado para decidir una internación, qué sucede cuan­
Acompañamiento terapéutico / 59

do en la familia existe consentimiento pero hay rechazo del paciente a


la indicación de un profesional, qué lugar tiene la intervención judicial,
etc. Simplemente cabe enunciarlo aquí para que no sea un tema descui­
dado, ya que abre hacia una temática muy compleja. Deben analizarse
antecedentes legales al respecto, por lo cual consideramos que amerita
un largo trabajo, que supera este texto15.

Subrayo que estas dos situaciones generan previsiones diferentes


(aunque sea a manera de hipótesis) al conformar el dispositivo y sus
consignas y va a ser abordado en este espacio de acuerdo a la parti­
cularidad de la situación. Se trabaja en las reuniones de equipo lo
referente al rechaza que pueda aparecer por parte del paciente hacia
el dispositivo de AT. Cuando son varios acompañantes, hay que seguir
con atención si se niega al vínculo con algún at en especial, tratando
de pensar la lógica en la cual se encuentran dichos vínculos, las situa­
ciones que se van generando y, de ser factible, su articulación con lo
que viene abordándose en las sesiones con su terapeuta.

Veamos otra viñeta: en el caso de Sebastián, el diálogo recurrente


de Julio, uno de los acompañantes, con el hermano de este pacien­
te que estaba en el dom icilio en los horarios en que se realizaba el
acompañamiento, fue generando un malestar en Sebastián hacia ese
at en particular, lo cual provoca situaciones posteriores de rivalidad
y tensión en las salidas. En la m edida en que esto fue abordado en
la reunión de equipo, y que también una de esas situaciones fue
llevada p o r Sebastián al espacio de terapia, el trabajo en ese marco
perm itió despejar ciertas problemáticas de su historia fam iliar que
se le jugaban a Sebastián en el vínculo con su hermano y en la pre­
sencia de un tercero donde se ponía en escena la idea de un rival en
el afecto con otros. En un equipo en que eran varios acompañantes
que estaban con Sebastián, ¿por qué esto no se produjo con otros at?
En prim er lugar, en los demás horarios en que estaban los ats el her­
mano de Sebastián no se encontraba, o estaba esporádicamente. En
segundo lugar, cierta disposición de Julio hacia el diálogo en el grupo
familiar, que no se había dado en los otros acompañantes, también
marcaba una diferencia significativa, generando efectos transferenciáles
diferentes en el paciente. Esa disposición, que era de sentido común
en el contexto familiar, debía ser algo “ calculado” especialmente en
el caso, y sobre esto trabajamos en la reunión de equipo.

En la situación donde no hay acuerdo con la intervención llega


a suceder que el paciente tiene una actitud negativa, de mayor o
60 / Gustavo Pablo Rossi

m enor rechazo, hasta de indiferencia, resignación, etc., ante nuestra


permanencia y ante los objetivos y consignas propuestas. También a
veces esto sucede con la familia, aunque no sea en form a explícita,
sino mediante actitudes de boicot o “ resistencias” a nuestra inter­
vención. Esto sucede especialmente en las internaciones domicilia­
rias, cuando los miembros de una familia experim entan ese nuevo
escenario extraordinario, com o una intrusión en su vida cotidiana. Es
un tema para el trabajo en el equipo tratante, con la participación
del terapeuta que indica el A T

N o obstante, en muchos casos sucede para la fam ilia todo lo con­


trario, es decir, la permanencia del A T en el contexto fam iliar ge­
nera un fuerte alivio y tranquilidad, en tanto significa una ayuda,
una contención ante episodios que se venían reiterando y que se
les “ iban de las manos” . Nos encontramos con familias angustiadas,
desbordadas, en las que los ats son “bienvenidos” . N o significa en
ocasiones que luego no se generen otros obstáculos, a m edida que
transcurre el tiempo, y a veces esto aparece precisamente cuando el
-así llam ado- paciente presenta una m ejoría en su estado.

¿Cómo trabajamos esto?

Especialmente en el caso del prim er punto, será prim ordial en­


focar el trabajo inicial hacia el establecimiento de alguna confianza
en el vínculo, desde una actitud de cautela y disposición del acom­
pañante hacia el diálogo.

Suele ser conveniente explicitar -e n casos donde va a existir una


gran cantidad de horas diarias de A T - que no es necesario que el
paciente esté dispuesto a hablar en todo ese tiempo, o a sostener la
atención en el vínculo con los ats. Decirle que haga las cosas habitua­
les en esos horarios, obviamente siempre que ello esté dentro de las
pautas generales dadas por el terapeuta: desde leer, mirar televisión,
usar la computadora, hasta dorm ir o salir a caminar, etc; y que el at se
encuentra allí para ayudarlo en los momentos en que sea necesario,
o para conversar si tiene ganas. El acompañante estará en tal caso
con la “disposición mental” y el tiempo necesario, como decíamos
anteriormente. Aunque será diferente este tema cuando en su inter­
vención se establecen pautas relacionadas con salidas, la búsqueda de
estímulos e intereses hacia actividades posibles, etcétera.

Volviendo a Freud, en su correspondencia con E.Weiss, hace una


“ recomendación” que resulta de utilidad: dice que es conveniente
Acompañamiento terapéutico / 61

no mostrar “impaciencia” , y advierte también sobre la “ ambición te­


rapéutica” que puede jugarnos en contra en estos casos, aquello que
se llama el furor curandis, que es tan negativo en muchas situaciones
de AT, en especial con pacientes cronificados, con lesiones orgáni­
cas, etc. A l respecto, expresa que “ debemos estar contentos de ha­
ber aprendido algo en cada caso”, apelando al deseo que ponemos
en ju ego en cada tratamiento, lo cual es también im portante para
el AT. Esto es algo que reitero en las reuniones de equipo en esos
tratamientos que resultan tan agotadores, en esas situaciones que se
presentan para el at como muy “ frustrantes” , sea porque el paciente
“no avanza” , sea porque interrumpe abruptamente la familia, por
un actuación impulsiva, etcétera.

¿Cuándo termina? Los finales en el Acompañamiento


Otro aspecto de las coordenadas generales del A T es lo que se
refiere al tiempo estimado de duración de un acompañamiento y,
asociado a esto, cóm o plantear el final en un proceso de acompaña­
miento, cómo pensar el cierre, cóm o realizar la conclusión del A T
en cada caso.

Corresponde al terapeuta y/o al coordinador del equ ipo con­


versar con la fam ilia respecto a este tema; y en los casos que sea
pertinente, con el paciente. N o es conveniente plantear a p riori un
tiem po de duración. Se hace alguna apreciación “ estim ada” y de
manera abierta sobre la duración de un A T cuando es recom en­
dable para la problem ática en que se encuentra el paciente y su
familia, realizándose esto de acuerdo a la valoración que haga el
terapeuta o el equipo que lo indica, y a la que, desde el AT, p o ­
dremos aportar nuestra perspectiva y experiencia. Sin embargo, el
tema debe ser evaluado caso por caso, considerando las ansieda­
des, el conocim iento o no del recurso, las perspectivas respecto de
cómo vaya a continuar el abordaje del caso, la historia previa de los
vínculos familiares, etc. Por ejem plo, no es lo mismo lo que pueda
decirse sobre la eventual duración de un A T cuando se comienza
en un m om ento de crisis con un paciente que además no estaba
en tratamiento (¿qué decir?: prácticam ente nada), que en un caso
donde el A T está incluido puntualmente para sostener el pasaje de
una internación en un hospital o clínica psiquiátrica, a otra insti­
tución que responda más adecuadamente a las características del
paciente y al m om ento que atraviesa, a la estabilización que se ha
62 / Gustavo Pablo Rossi

logrado. Nos sucedió en el H ospital “ B orda” y varias veces recien­


temente en clínicas privadas: dicho pasaje, que con ese paciente
estaba pautado con cierto tiem po de duración, im plicó también
un tiem po previsto para el acom pañam iento, al m enos en un “ p ri­
m er contrato” realizado con el paciente y su familia, resultando un
proceso de tránsito que culminó pudiendo hacerse un cierre según lo
convenido, con el “ objetivo lograd o” . Sin em bargo, más de una vez
se lleg ó a reconvenir luego otro esquema, d e acuerdo a la situación
nueva que se genera y la evolución del caso.

En su medida y armoniosamente...
Prolongar de manera inadecuada un acompañamiento, en cuan­
to a la cantidad de horas que tiene cada día que se realiza y en su
duración, en situaciones donde debiera hacerse una reducción gra­
dual para ir hacia la finalización, puede ser motivo de reacciones
impulsivas del paciente, transgresiones, confusión en el rol, o males­
tar familiar, lo que termina “ frustrando” el acompañamiento.

Por esto, en el equipo y en la supervisión que una instancia tercera


realice del acompañamiento terapéutico, esto tiene que estar p re­
sente y trabajarse con el terapeuta que dirige el tratamiento. Esto es
necesario para que no se vuelva contraproducente un determinado
esquema de horarios y la persistencia de un objetivo del A T cuando
ya la situación subjetiva del paciente se ha modificado, así como sus
condiciones objetivas/materiales, y en lo referente al entorno coti­
diano, fam iliar o institucional. Se ha dicho que muchos A T finalizan
en form a abrupta, de manera inesperada, por un acting donde el
paciente precipita la conclusión, por una decisión intempestiva de
la familia, etc. Pero este tema debe tener más importancia en las
capacitaciones, en los congresos, en los espacios de reflexión sobre
el A T y en la interlocución con los terapeutas.

Por otra parte, tampoco suele ser conveniente realizar un cierre


repentino del A T cuando venía realizándose diariamente; o con un
alto nivel de presencia semanal. Parece obvio, pero sin embargo a
veces sucede que el terapeuta plantea la finalización repentina (o ac­
cede al p edid o fam iliar en tal sentido), cuando en la semana previa
había acompañamiento diario, por espacio de varias horas. A llí re­
surge la necesidad de una articulación más precisa con el terapeuta
respecto de las implicancias de este espacio y la valoración de lo que
sostiene en términos de la subjetividad.
Acompañamiento terapéutico / 63

Entonces, en cuanto a la culminación del acompañamiento, con­


signo que actualmente no siempre sucede de manera intempestiva.
Asimismo, en defensa del AT, los finales intempestivos son también
parte de la práctica del terapeuta, ya que esa recurrencia tiene re­
lación con la com pleja problemática de los casos que se atiende, en
ese espacio de borde, que no es un precipicio, pero que más de una
vez está cerca de la caída. En la m edida en que tomemos en cuenta
las cuestiones antes mencionadas, los tiempos y la evolución del pa­
ciente con su correlato en los cambios o cristalizaciones familiares,
se puede trabajar de otra manera el desarrollo de un acompaña­
m iento y su cierre.

Será central entonces la comunicación interna y el trabajo en


equipo, que requiere de la lectura del caso a cargo el terapeuta, para
acompasar el m ovim iento del A T y evitar la precipitación de su con­
clusión inadecuada.
Acompañamiento terapéutico / 65

Anexo

Esquema básico sobre modalidades del AT


Una manera de graficar los espacios y tiempos más frecuentes
en que se incluye la tarea del acompañante terapéutico es la que
sintetizo en este cuadro16:

Condiciones de trabajo del acompañante terapéutico:

Según el marco de inserción

En cuanto a la procedencia de su indicación y el contexto donde se


realice:
1. Acompañamiento terapéutico dentro de un esquema institucional.
Puede estar indicado por un terapeuta externo a la institución o
por un profesional de la misma.
2. Acompañamiento terapéutico que no es indicado por
un dispositivo institucional. N o está orientado desde
una institución, sino por un terapeuta privado o equipo
ambulatorio.
3. AT en el Proceso de Externación institucional.
Primera etapa: salidas, para volver a la institución. Articulación
con la atención ambulatoria; se hace a partir de la estrategia de
un terapeuta externo o del equipo institucional.

Según los tiempos de trabajo


En cuanto al tiempo pautado para el AT, se incluye como:
a) acompañamientos terapéuticos en una internación de 2 4 hs.
(equipo de varios ats).
a. 1. En instituciones
a. 2. Domiciliaria
b) por algunas horas en el día.
b .l. En instituciones. Salidas. Actividades de rehabilitación,
educativas, etc.
b.2. Domiciliaria
Esta segunda modalidad (b) se organiza a su vez:
-Horarios diurnos varios días en la semana.
-Nocturno.
-Fines de semana.
66 / Gustavo Pablo Rossi

Notas_____________________________________________________________
1 Ver Anexo sobre Modalidades del A T al final del Capítulo.
2 Se desarrolla en el Capítulo dedicado al tema.
3 Dorfman Lemer, B.; Nuevo m odo de investigar en psiquiatría: el
acompañamiento terapéutico. En Revista Acta Psiquiátrica y Psicológica de
América Latina, Bs. As., 30, 1984.
4 En Bs. As., el Hospital monovalente “J . T. Borda” , tiene en el saber popular la
significación de ser “ el” manicomio como lugar de reclusión por excelencia
de la locura, aunque actualmente (nombrado “ Hospital Psicoasistencial
Interdisciplinario”) se intente avanzar en un proyecto de mayor apertura,
de desmontaje de ese perfil manicomial, con la densa imagen de pacientes
cronificados con asistencia sumamente deficiente. Utilizo esta figura
sin dejar de lado que en la institución psiquiátrica privada, con obvias
mejoras en la hotelería y la seguridad personal, muchas veces sigue estando
esa lógica manicomial, con punto de partida en el aislamiento y el encierro
y la supresión rotunda de los derechos civiles del paciente. Ver: Goffman, E.,
2001; de especial interés para el tema.
5 Adapto esta idea puntual del texto: Dozza de Mendonga. L.; “ L o social
es un lugar que no existe...” . En Site AT, www.siteat.cjb.net - www.cop.es,
2002.
6 Stagnaro, J. C. Entrevista en: Acompañamiento Terapéutico; Rossi, G. y otros,
Bs. As., Ed. Polemos, 1997.
7 Op. cit., p. 88, 1997.
8 Leal Rubio, J.; p. 46, en La continuidad de cuidados y el trabajo en red en Salud
Mental, Madrid, AEN, 2006.
9 Leal Rubio, J.; p. 44, en La continuidad de cuidados y el trabajo en red en Salud
Mental, Madrid, AEN, 2006.
10 Benyakar, Lo disruptivo. Amenazas indi-viduales y colectivos; Bs. As., Ed. Biblos,
2003.
" En Argentina, desde su trabajo con Cruz Roja, SchnerofF, S., y Edelstein, S.,
desarrollaron interesantes experiencias de este tipo, a partir de esquemas de
intervención con AT, tal como fuera descripto en la presentación “Inundación
que inunda al psiquismo; la catástrofe de Santa Fé”, que las autoras realizaron
en el 1er. Congreso Iberoamericano de AT, Cuarto Congreso Argentino, Bs.
As., 2003.
12 Benyakar, M.; 2003. P. 196
13 Op. cit., p. 197, 2003.
14 Op. cit., p. 201, 2003.
15 Para ampliar, anotamos algunas referencias: Barraco, A.; “ Desmanico-
mialización:los límites de la ley” : en Revista Topía, Bs. As., Nro. 45, Nov. de
2005. Y el Dossier “ Internación psiquiátrica” , en Ve-rtex; Revista Argentina de
Psiquiatría. Bs. As., Vol. X V II, Nro. 65, 2/2006.
16 A l ser algo relativamente más conocido, se remite a la bibliografía existente
al respecto. Entre otros: Rossi, G. y otros (1997); o SchenrrofF, S, y Edelsein,
S. (2004).
Capítulo 3
La construcción del caso en el Acompañamiento
Terapéutico. Indicaciones.

A partir de anotaciones de la práctica cotidiana, vamos a lo que


llamaremos “el acompañamiento terapéutico y sus circunstancias”. Es de­
cir, aquello con lo cual se confronta el at. Desde el ped id o inicial, la
modalidad con que se incluye su tarea determina una configuración
en el caso. Luego me refiero al lugar que tiene la familia, los cam­
bios que se producen con el tratamiento, las m odificaciones en la
estrategia y la composición del equipo en cada caso.

En sus aspectos fenoménicos, con fragmentos descriptivos, con­


sidero necesario este aporte teniendo en cuenta la heterogeneidad de
formación de quienes se acercan al tema y en cuanto al conocimien­
to sobre las características particulares del AT. Apostamos con esto a
dar cuenta de la práctica, exponiendo así la misma para sus articu­
laciones conceptuales.

A su vez, resulta importante pensar -a partir de este Capituló­


las diferencias entre el sujeto del acompañamiento terapéutico, y el
sujeto en el acompañamiento terapéutico, esto es, “ de qué sujeto se
trata” en el AT, qué sería la construcción de un caso de AT.

La situación del acompañamiento terapéutico y sus demandas


Indicaciones y pedidos de acompañamiento: coordenadas del inicio
Empiezo con dos preguntas; ¿cómo se llega al AT?, y ¿qué hace­
mos con los pedidos que se nos hacen?

Cuando se trata de un equipo de AT, existe una coordinación del


equipo que será quien tenga a su cargo la recepción y evaluación del
pedido de AT.

Diferenciamos la indicación de A T hecha por un profesional, del pedi­


do de una familia respecto de la intervención de un acompañamiento.
El trabajo en conjunto entre el acompañante (o el equipo de A T)
y el terapeuta a cargo del caso, desde un inicio, será fundamental
GS / Gustavo Pablo Rossi

para trazar las modalidades del AT, sus objetivos, etc. También para
realizar luego su seguimiento y los posibles cambios en la dirección
de la actividad, en una tarea conjunta cuya sintonía es necesaria.

Cuando el pedido de A T lo hace directamente una familia, “ por


fuera” de la indicación de un profesional, que ese trabajo conjunto
no esté en un inicio, suele tener consecuencias negativas. Si no exis­
te allí la referencia de un profesional a cargo del tratamiento, según
la problemática que se presente, es conveniente recurrir a una in­
terconsulta y/o derivación, de manera de enmarcar los límites de la
intervención del acompañante, evitando distorsiones para su tarea,
y expectativas erróneas.

Por otra parte, ubiquemos esta diferencia:

a) por un lado, la particularidad de la demanda de AT, si se la en­


tiende como la solicitud o pedido de un Acompañamiento, lo cual en
términos técnicos sería lo que hace a su indicación, en tanto sea
realizada por un profesional.

b) en otro sentido se pensará la cuestión de la demanda, como fo r­


ma de nombrar los pedidos cotidianos que el paciente y la familia
hacen en el vínculo con el at, durante su tarea1.

La construcción del dispositivo: anotaciones de la práctica.


Acompañamiento terapéutico y familia. La relación del at y el equipo
con la familia

£1 caso del padre preocupado y preocupante: "mejor no”


Veamos ahora las condiciones en que se produce un pedido de AT,
que viene directamente de la familia y las cuestiones atinentes a qué
respuesta darle a algunos requerimientos de implementación de este
recurso, con la evaluación inicial que se realice.

El padre de una joven de 23 años solicita una entrevista para consul­


tar sobre un posible A T para su hija, H., quien tuvo una lesión cerebral
detectada a los pocos meses de nacer. Le ha quedado un déficit neuro-
lógico, teniendo dificultades con el aprendizaje, que le permiten llegar
con “mucha ayuda” al 3er. año de la escolaridad secundaria. Manifiesta
que siempre fue “ m edio fronteriza” y que tuvo reiterados problemas
de conducta en la escuela. Estuvo internada en dos ocasiones en una
clínica psiquiátrica por episodios de tipo maníaco, según me dice el
terapeuta rápidamente cuando m e contacto por teléfono. Asimismo,
Acompañamiento terapéutico / 69

según este terapeuta (psiquiatra y psicoanalista), que la atiende hace


aproximadamente 10 meses, tiene un diagnóstico de trastorno bipolar.
H. contó en varias oportunidades con AT.

En la entrevista que tengo con el padre, IS, se explaya acerca de


situaciones ligadas a las internaciones y a las acompañantes con las
que estuvo H. Solicita si pudiera realizarse A T con su hija todos los
días de la semana, durante 4 a 6 horas por día. A firm a que le pre­
ocupan algunas “ salidas” frente a las cuales el A T podría funcionar
para “ evitar los riesgos que podrían tener” las mismas y que esta
era su intención. Para IS “ lo ideal sería que las acompañantes fue­
ran mujeres” . Además quisiera “conocerlas antes” . “ Tienen que ser
afectuosas pero firm es” , y “ no dejarse manejar” ; ya que este habría
sido el “ problema con las acompañantes” (según el Sr. IS), las veces
anteriores.

A l retomar la comunicación con el psiquiatra a cargo del caso, su


indicación apuntaba a dos días por semana, por el m om ento, refi­
riendo que la “ prepaga” había aprobado 8 horas semanales de AT.
El objetivo sería que el Acom pañam iento funcionara a manera de
“corte” , como una “mediación” , posibilitando alguna distancia entre
la paciente y su familia. Describe el ámbito hogareño com o “ pato­
lógico” y a sus padres como “ sumamente conflictivos” , p o r deter­
minadas actitudes “ psicopáticas” que han mostrado. Conversamos
respecto a que el trabajo del A T estuviera orientado a perm itirle a
H. cierto espacio de “salida'’ de ese ámbito y a la vez facilitar los vín­
culos sociales, reconectarse con amistades y personas conocidas de
espacios culturales y educativos donde había estado. N o obstante,
expresa que en una semana comienza sus vacaciones, p o r 20 días, y
que podría realizarse el A T luego de su regreso, para ir evaluando el
vínculo que se genera y cómo abordar las cuestiones familiares.

Cuando en esa semana se comunica el padre de la paciente, refiere


que quisiera comenzar “ lo antes posible” con el AT, “ya mismo, si es­
tán...”, pese a que le explico los criterios que había conversado con el te­
rapeuta, que no eran los mismos que los del Sr. IS. Manifiesta que se iba
a comunicar con el terapeuta, ya que “ no podía esperarse” . Quería que
empiecen para “ acompañarla a hacer varios trámites” , que eran parte
del trabajo de H., quien ayudaba -n o de manera muy form al- a su pa­
dre en el comercio que tenía. Se comunica una semana después, para
corroborar si íbamos a empezar con el acompañamiento, de acuerdo a
lo que “habíamos hablado” . Le reitero aquello que le había dicho y que
lo que él me pedía no concordaba con la indicación del terapeuta de H.
70 / Gustavo Pablo Rossi

y que, por nuestra parte, esperaríamos a que volviera de las vacaciones


para acordar en conjunto la modalidad y objetivos del AT. Dice que el
terapeuta no iba a “continuar con el caso” (posteriormente me entera­
ría que por decisión de la familia), pero que él nos podía conseguir una
“ indicación firmada por otro médico”, “ de ser necesario” , habiendo
entendido que esto era lo que le solicitábamos. Le explico nuevamente
(lo habíamos hablado en la entrevista personal) las cuestiones referen­
tes a las coordenadas de trabajo en equipo para dar lugar al A T y que la
decisión era no realizar el acompañamiento en esas condiciones (pese a
su insistencia). Le planteo que no se trataba exclusivamente de un tema
“ formal” , de la necesidad de una “ derivación” hecha por un profesio­
nal. Vuelve a llamar en otra oportunidad, recibiendo la misma respues­
ta. Dejamos entonces abierto desde el equipo la posibilidad de volver a
reunimos, a la vuelta de las vacaciones del terapeuta, y en función de la
conversación que tuviéramos con dicho profesional.

En síntesis: resultaba “ preocupante” para el devenir del acom ­


pañamiento la excesiva “ preocupación” de este padre, cuya m ani­
festación aparecía en términos de un “ manejo” de la situación que
dejaba de lado toda posibilidad de trazar una estrategia terapéutica.
Aparecían en términos de urgencia planteos que no requerían una
resolución inminente, si tomamos en cuenta que H . no se encontra­
ba “ en un m om ento de crisis” , “ ni mucho menos” , por la descrip­
ción que hiciera su terapeuta.

En otros textos he ampliado la temática de la coordinación del


equipo de A T 2. En este caso el coordinador es quien recibe y evalúa el
pedido de AT. En esa evaluación se encuentran las condiciones en que
se inscribe este recurso, con una indicación desde el tratamiento que
le dará un lincamiento terapéutico. Sin esa inscripción en una estra­
tegia, que en casos como éste funciona para el A T como un tercero,
nos quedamos muchas veces sin margen de maniobra, expuestos a
los “caprichos” o conflictos del entorno familiar de un paciente. La
función del coordinador del equipo de AT, puede operar a la manera
de ese “ tercero”, que marca alguna “legalidad” más allá del entre-dos;
entre las familias -sus demandas y manejos- y los ats.

Por lo descripto anteriormente, era sobre esos “ manejos” que te­


nía que trabajarse, previam ente - o de manera paralela- a la inclu­
sión de un nuevo dispositivo de AT. Que la at “no se deje m anejar”
por H., como expresión del padre, aparecía como contracara de una
at que permitiera ser manejada por ellos, los padres, lo cual dejaba a
esta paciente en un lugar complicado, quizá incluso al encierro enlo­
Acompañamiento terapéutico / 71

quecedor que trataba de evitarse. Sin más, una intervención que podía
resultar iatrogénica. Y entraba en contradicción con el objetivo de
inclusión de este A T para la terapeuta: precisamente, se trataba de
marcar alguna distancia entre esta chica y sus padres, com o “ salida”
de ese círculo “psicopático” familiar. Dar lugar a estas demandas del
padre, hubiera implicado entrar en una complicidad con ese círculo
familiar, lo cual imposibilitaría toda “ salida” . Y anular prácticamen­
te la función de “ mediación” , de “ corte” como objetivo por el cual
hubiera podido resultar terapéutico el acompañamiento.

¿Cómo se construye un caso en el acompañamiento? Un sujeto en


situación
En el apunte anterior, el sujeto “ d el” acompañamiento terapéu­
tico no es únicamente la paciente H., sino que se trata prim ero de
plantear algún abordaje posible “ del caso” , esto es, de la situación
de acompañamiento. El “ sujeto” del AT, en ciertos casos, se consti­
tuye al considerar una situación de AT. Se construye en función de esa
situación que se va a ir delimitando con cada acompañamiento. Una
definición apropiada al respecto la propone Franco Ingrassia: “ las si­
tuaciones son los modos singulares en los que el campo de intervención
se va configurando”3.
Ya desde algunos inicios de la situación del Acom pañam iento, no
se aborda una sola persona, es un conjunto, por esto es pertinente
hablar de una situación. U bico en la situación la interrelación que se
va dando entre el at y la familia, las intervenciones en ese ámbito y
las consecuencias de su inclusión en relación a la dinámica familiar.
También su inserción en el marco de las amistades del paciente, con
sus ámbitos sociales de referencia, esto es, las circunstancias en que
se inscribe.

En otro AT, el de Griselda, el vínculo madre-hija es aquello “ so­


bre lo cual trabaja” la at, ya que allí la situación de simbiosis, hace
que sea impensable trabajar si no es con ambas a la vez, al menos al
comienzo4. Y ese es el caso, el sujeto (forzando los términos) puesto en
ju ego en ese acompañamiento, al menos en esa situación inicial de
AT. Luego se fueron delim itando espacios y momentos, en tanto era
posible dejar alguna marca, una distancia como lím ite posible entre
Griselda y su madre, de manera paulatina. Ello en la m edida en que
la at pudo tener un lugar para Griselda.
También en el caso de H., recién podrem os pensar el sujeto “ en
el” acompañamiento (las posibles demandas de H. al at, el desplie­
?2 / Gustavo Pablo Rossi

gue de su subjetividad en ese contexto), cuando se instale algún dis­


positivo viable, cuando se superen los obstáculos y la conflictiva que
genera el lugar de los padres en este “pedido de A T ” , que sobrepasa
la indicación dada por la terapeuta. Es ahí donde surge la pregunta,
entonces: ¿cuál es el sujeto del acompañamiento?

Familias desentendidas... o desatendidas


F. tiene 29 años cuando se realiza el acompañamiento terapéu­
tico. Está en tratamiento con un “psiquiatra-psicoanalista” , desde
hace cerca de un año. El terapeuta refiere que F. le presenta dificul­
tades diagnósticas. Descriptivamente lo ubicaría como un “ border” .

F. es licenciado en administración de empresas. En el último mes, ha­


bía tenido una crisis agresiva, rompiendo numerosos objetos en la casa,
para terminar encerrado en su habitación. Luego, en apariencia habría
tenido episodios alucinatorios, por momentos con una actitud casi cata-
tónica. En ese momento es internado en una clínica psiquiátrica.
Durante la internación, en la clínica describen cuestiones “paranoi-
des” , pero no se produce la construcción de un delirio organizado.
F. vivía con la madre y una hermana. Su padre había muerto
hacía algo más de un año. La madre dice al respecto: “ desde que
m urió m i marido, F. quiso manejar todo..., los negocios, y hasta ma­
nejarnos a nosotras” . “ Quería tratarnos como si fuésemos sus hijas,
em pezó a comportarse de un m odo autoritario...”
N o resulta desatinado pensar, en este contexto, que F. intentaría
ocupar el lugar de “el padre", según lo dicho en el texto familiar.
Aunque queda cómo hipótesis posible para un terapeuta posible que
pueda ubicar esto desde la subjetividad de F...

La organización fam iliar en ese m om ento sufre cierto estallido


con la muerte del padre de F., según refiere también la madre, quien
describe situaciones que hablan de la crisis familiar, peleas, incerti-
dumbres, angustias, etcétera.
El acompañamiento es solicitado a partir de la salida del pacien­
te de la internación, y tomaremos algunas preguntas de esta madre
en la entrevista inicial.
¿Esa internación, se podría haber evitado? Y además plantea: “ ¿se
podrá evitar ?” “ Para un futuro...”
A llí m e cuenta que en el m om ento de la crisis agresiva de F, ella
realiza varios llamados a su Obra Social, para pedir un servicio de
Acompañamiento terapéutico / 73

emergencias psiquiátricas, teniendo en principio dificultades con


esa cobertura.

El psiquiatra que lo estaba tratando va a la casa, aunque no logra


ningún cambio en la situación ni hace indicaciones en ese m om en­
to. Tampoco les plantea otros recursos. T ien en problemas a su vez
para ubicar una clínica por interm edio de la obra social, pensando
la posibilidad de la internación. L e dice a la madre que quisiera eva­
luar la evolución que tiene durante ese día (eran las últimas horas
de la mañana), hasta las 17 hs., cuando “volvería a ve rlo ” . A las 3
horas, el paciente va entrando en una crisis mayor, frente a la cual
la madre y la hermana no saben qué hacer, se angustian al estar
solas ante la situación de agresividad. Es allí donde la madre, un
mes después y durante la entrevista conm igo, se interroga acerca
de “ si no hubiera sido necesario tratar de otra form a esa situación”,
preguntando entonces por la pertinencia de los acompañamientos
para ese momento.

Igualmente, podrían decir, tal vez n o se hubiera evitado la inter­


nación. En algunos casos, es cierto, puede ser estrictamente nece­
saria. Hay otros en que no es tan estricta. Quedará la pregunta: ¿en
este también lo era?

Ahora bien, veamos algo de lo que pasó en el acompañamiento.


El A T comenzó con las salidas estando el paciente aún en la clínica
y se continúa luego de la externación.

Según lo descripto por el acompañante, “ en los prim eros días el


diálogo es muy escaso, con bastante parquedad, pese a que se mues­
tra amable y sin actitudes de agresividad o rechazo en el vínculo. La
conversación se refiere paulatinamente a sus actividades cotidianas
previas a la internación, sus espacios en el hogar y fuera del mismo,
y las costumbres en el funcionamiento de su casa” .

En las reuniones de equipo, ubicaremos al acompañamiento en


una intervención que se orienta a facilitar alguna reconexión con su
marco cotidiano, alguna mediación: ir reinsertándose en esos espacios,
volver a comunicárse -con el acompañamiento de otro- con algunos de
sus vínculos. Un dato más: el prim er día que van a la casa, la madre
lo llama aparte al acompañante, para hablar durante un largo rato.
El at afirma: “ se descargó con todo” . L e hace distintas preguntas,
sobre la posible evolución de F., sobre “ lo que pasó” y “ lo que pasa­
rá” . Todo le hacía “ signo” de nuevas crisis que veía con una cercanía
que la angustiaba.
74 / Gustavo Pablo Rossi

El tercer día de acompañamiento, el at ve a la madre “considera­


blemente m ejor” , “ más tranquila” . F. dice salir “ con gusto” .

Este caso también lleva a la pregunta que formulaba antes: ¿cuál


es el sujeto del acompañamiento?
Se vislumbra en este inicio una función del A T que tiene espe­
cial incidencia en la contención de ansiedades y temores familiares.
U n “ sujeto” que en esta situación de AT, no es únicamente F., quien
aquí sería “el paciente” . A l ubicarlo como “ situación de A T ” , se hace
presente que en esa prim era etapa también era importante incluir
a la madre en el AT, en esa situación de retorno de F. a su hogar,
por lo cual el acompañamiento del “ sujeto F ” va a tomar en cuenta
también ese clima familiar, esas ansiedades de la madre, en tanto
“ condiciones” en las que va a transcurrir (cabe la expresión) “ la sub­
jetividad de F ” , dado que esas condiciones tienen consecuencias en
este sujeto. Es decir, con el trabajo del A T “atravesamos” esas condi­
ciones objetivas y subjetivas para llegar a la subjetividad de F, a que
tuviera “ alguna salida” . Q ue F vuelva en poco tiem po a entrar en
crisis, o que algo de la angustia y ansiedad de su madre incidan p er­
turbando al paciente, quebrando todo tratamiento con F., depende
también del abordaje que se haga de esa situación.

¿Qué sucede acá con el paciente? Luego de un tiempo, esa pre­


sencia fam iliar se va “ alejando” y va pudiendo darse otro diálogo
con este paciente, más salidas, incluso la búsqueda de actividades
que F va formulándose com o proyecto. El mismo propone luego
que para el horario de com ienzo del acompañamiento se encuen­
tren “ en otro lugar” (no en la casa): un bar, un centro cultural, a la
salida de las sesiones con su terapeuta, etc. Ya es otro tiempo, ya es­
tamos en “ otra situación” , donde la subjetividad em pieza a em erger
de otra manera, com o da cuenta también su analista5.

Volviendo: se dice que hay familias “ desentendidas”, con las que


no puede contarse. Otras demasiado “ entendidas” (com o en el caso
H .). Pero hay situaciones en que aparecen familias “ desatendidas” ,
a las cuales si no se les da lugar en un proyecto terapéutico, van
a aparecer “ haciendo ruido” por otro lado, a veces obstaculizando
ese trabajo que estamos construyendo. En tono de autocrítica, nos
encontramos con que hay familias que se desentienden también en la
medida en que no fueron atendidas, al menos acorde a su particulari­
dad, pese a la buena intención y esfuerzos del analista, del psiquia­
tra, en fin, de los numerosos profesionales que a veces van/vamos
haciendo serie en un caso.
Acompañamiento terapéutico / 75

En las diferentes situaciones familiares, el A T puede ser una vía


para dar algún lugar al trabajo con esa configuración singular de
una familia, en la medida que interviene com o un “ otro” extrafami-
liar, que “pone su oído”, que puede hacer de “mediador” en la cotidia-
neidad, con su presencia y su palabra entre la fam ilia y el paciente.
En ocasiones, a partir del A T se ha pasado de ese desentendimiento
familiar a que pueda “ contarse” con algún m iem bro de la familia,
tanto en lo que respecta a su inclusión en un trabajo terapéutico,
como en el apoyo de cuestiones cotidianas del paciente que requie­
ren de ese m edio familiar, o a} menos que la organización familiar
no anule u obstaculice las iniciativas del paciente.

Estas intervenciones del A T deben estar planteadas en conso­


nancia con la orientación del tratamiento, ya que de quedar “ por sí
solo” el at a cargo de esas situaciones, sin que desde el espacio del
terapeuta pueda trabajarse algo de esto, sin esa especie de marco
simbólico que lo habilite y lo sostenga, ese “ m ediador” podría que­
dar expuesto a situaciones inmanejables, teniendo en cuenta que en
esas escenas conflictivas existen aspectos que superan la posibilidad
de abordaje desde el acompañante en el contexto hogareño.

Cabe destacar, para que no aparezca com o una concepción “faci-


lista” , que el abordaje en terapia familiar, o las entrevistas de un ana­
lista con los padres, hermanos o esposa/o de un/a paciente, resultan
imprescindibles en muchos casos para p oder dar lugar al trabajo del
AT, en forma a veces paralela y en ocasiones complementaria.

Trabajo en equipo. Cohesión que no es “pegoteo”...


Vuelvo sobre las características del trabajo en equipo y su rele­
vancia, a la cual en muchos casos no es ajena la función de la coor­
dinación.

Rescato ahora dos cuestiones. Em piezo por una cita de un cole­


ga, -D ie g o González Castañon6-, quien ha profundizado en temas
referentes al abordaje en equipo. Resulta una excelente síntesis, que
nos ahorra palabras: “Trabajar con un equipo de acompañantes tie­
ne la ventaja de que esta función de acompañamiento y de sostén
no repose en las características individuales de una persona, lo que
garantiza su continuidad a lo largo del tiem po y de una multipli­
cidad de recursos para sobrellevar los eventuales inconvenientes o
imprevistos.” Cuando hay una persona sola encargada de realizar el
acompañamiento, “ la carga puede resultar excesiva. En algunos ca­
76 / Gustavo Pablo Rossi

sos, el paciente y su familia toman al acompañante en su dimensión


más simbólica en un rol o una función desempeñada por alguien.”

Por las “ características simbólicas o vinculares del paciente y su


fam ilia” , en otros casos, y por la m odalidad del dispositivo plantea­
do, hay acompañamientos que reposan en una -sola persona, en un
acompañante determinado, cuyas características o “estilo personal”
sostienen un vínculo que hace que sea “ con él” y no con otros que
pueda desplegarse dicha tarea.

Habrá que considerar la validez de cada una de esas posibilidades,


en función del caso, aunque debemos tener en cuenta que a mayor
gravedad del paciente, a mayor duración y frecuencia del AT, es con­
veniente -y necesario- utilizar un equipo de varios acompañantes.

En ocasiones, al ir evolucionando favorablemente el paciente y


disminuirse el tiem po de acompañamiento, el mismo es realizado
por un solo acompañante.

Trabajar con un equipo de A T perm ite que el paciente transfiera


en alguno de los acompañantes lo que algunos autores llaman “ con­
tenidos de difícil procesamiento” , planteándose cierta “ disociación”
transitoria en esa m odalidad de transferencia.

O tro tema importante para el trabajo en equipo con acompa­


ñantes terapéuticos, es que resulta fundamental ir teniendo un se­
guim iento de aquello que sucede en los distintos vínculos cuando
intervienen varios acompañantes, ya que inevitablemente se van
generando “ espacios diferenciales” con cada acompañante en un
mismo caso, esto es, en un mismo acompañamiento.

En las reuniones se plantean los objetivos fiara cada etapa del acom­
pañamiento y la “ adaptación” necesaria que tendrá que hacer cada
acompañante para su situación de AT: en función de la táctica que
maneje en cada momento, ante el vínculo con el paciente y su familia,
y ante situaciones imprevistas. Existe una decisión y posición de cada
acompañante, que será trabajada luego en el marco del equipo, dado
que el hecho de tomar en cuenta esas diferencias (en cada acompa­
ñante), no implica que cada uno pueda hacer “ cualquier cosa” .

Con la expresión “cohesión que no es pegoteo’’, vuelvo a remarcar la


importancia de un trabajo coordinado de todo el equipo, el de A T y
el/los terapeutas o la institución que interviene en un caso. Que exis­
ta cohesión, no implica una m odalidad uniform e de trabajo a partir
Acompañamiento terapéutico / ?7

de consignas generales, que deben ser “ aplicadas” de igual manera


por todos los ats, en todo momento. Si no se toma en cuenta el día
a día y las modificaciones que se van produciendo en el caso, pue­
de llegarse a un pegoteo en tanto quedaría obturada toda diferencia
entre un at y otro, entre un momento y otro del devenir de un AT.
Con esa expresión aludo a una idea de trabajo en equipo, respec­
to al devenir de un acompañamiento, sus consignas y los cambios
necesarios a considerar, en el conjunto y para cada acompañante.
Pensemos esto a partir de otra presentación clínica.

£1 caso AN y la acompañante que se quedó en el tiempo


Se trata de un dispositivo de acompañamiento que se planteó en
su inicio durante todo el día, de 9 a 21 hs., de una paciente (A N , de
29 años) que vivía con su m arido y con sus hijos y que presentaba
antecedentes de varias crisis depresivas, con consumo de alcohol.
Tuvo en la última ocasión un intento de suicidio, por lo cual había
estado internada a tiem po com pleto en una clínica, durante unos 10
días. Esto había sucedido hacía un año. Además esta paciente había
intentado tratamientos en Alcohólicos Anónim os y con psiquiatras
y psicoterapeutas, a los que interrumpió. Para ir al tema que nos
interesa, consignemos que en el dispositivo inicial intervienen cinco
acompañantes, mujeres, que se turnan durante cada día. Por la no­
che la paciente estaba con su m arido y sus hijos. La analista plantea
el A T como alternativa a una nueva internación o abordaje institu­
cional, ya que por esas semanas la paciente venía incrementando
el consumo de alcohol, con frecuentes peleas y discusiones con su
marido y momentos de marcado desborde emocional. Presentaba
crisis de llanto y angustia, que excedían la posibilidad de abordaje
desde las sesiones ambulatorias, pese a que las mismas se habían
incrementado a una periodicidad casi diaria.

El objetivo primordial del A T era establecer un dispositivo que -


junto con las sesiones- perm itiera una contención en lo cotidiano, e
ir colaborando en su organización diaria, en el vínculo con sus hijos
-que se iba deteriorando y dispersando cada vez más en ese período
previo a esta intervención-. También se trabaja sobre la idea de que
no consumiera alcohol en el tiem po del acompañamiento, aunque
esta no era la consigna principal, dado que se trataba de priorizar el
vínculo at-paciente y se trabajaba ese “ síntoma” en el marco de una
problemática personal y familiar más amplia. A su vez, se propuso
“mediatizar” algunos vínculos familiares, a través de la permanencia
78 / Gustavo Pablo Rossi

de las ats, en especial aparecía un vínculo muy conflictivo con sus


padres, con quienes A N tenía una relación de marcada ambivalen­
cia, consecuente con la dependencia que mostraba en lo cotidiano.
Precisamente, aparece en un prim er tiem po una situación de mucha
dependencia respecto a las acompañantes: desde preguntarle sobre
las cuestiones más triviales (¿me pongo este buzo de color rojo o
aquel otro?, ¿vamos prim ero al supermercado o a buscar las cortinas
al lavadero?, ¿llamo a m i hijo?), hasta quedar “a la espera” de ciertos
límites y ordenamientos respecto de sus vínculos. Por ejem plo, si ver
a la madre en el mom ento posterior a una discusión telefónica, o as­
pectos atinentes al consumo (tengo muchas ganas...¿y si solamente
tom o una latita de cerveza?).

Ahora bien, A N va pudiendo, luego de varias semanas, reco­


nectarse con algunas actividades laborales que hacía por su cuenta,
dándose modificaciones considerables en cuanto a su organización
diaria y los vínculos con su familia. Seguían las discusiones con su
m arido pero en un tono diferente, con características que no term i­
naban desbordando y angustiando a A N , como sucedía en los meses
previos. El consumo de alcohol había cedido, pese a que en ocasio­
nes había vuelto a tom ar en horarios nocturnos, siendo este un tema
que se venía abordando con su analista.

Aparece en ese m om ento una fuerte negativa de la paciente a la fi­


gura de una de las acompañantes, diciendo que la perturbaba porque
la hacía entrar en situaciones de tensión y que más de una vez prefirió
aislarse para no tener un intercambio en el diálogo con esta at. Recha­
zaba que la at le dijera “ a cada rato” lo que “ tenía que hacer” , lo que
según ella, hacía que no pudiera prácticamente “ hablar” . Cuando tra­
bajamos esto en la reunión de equipo, la at refiere que A N “ siempre
fue muy dependiente” en el espacio de acompañamiento, relatando
las numerosas demandas que mostraban dicha dependencia, a lo cual
la acompañante había ido respondiendo a veces de manera puntual,
por momentos sugiriendo, o interviniendo desde un discurso “ direc­
tivo” , que funcionaba como ordenador de instancias cotidianas. In ­
cluso en ocasiones esto fue de utilidad para “ im pedirle” que volviera
a tomar alcohol, lo que en su momento pudo resultar algo “acerta­
do”, aunque luego nos dio a pensar desde el aspecto transferencial
el hecho de que esas situaciones se habían dado sobre todo con esta
at, la más “rígida” . El problemas fue que -después de un tiem po- la
at seguía operando desde la misma posición, lo cual se vislumbra en el
espacio de supervisión ante la pregunta acerca de si seguía teniendo
Acompañamiento terapéutico / 79

similares requerimientos, si “ actualmente” A N seguía pidiéndole que


interviniera o la “ aconsejara a cada rato” . “Ahora no, es cierto” , es la
respuesta. A l quedar despejado esto, pudo leerse en el caso que esta
at “ se había quedado” en el tiempo inicial del acompañamiento, pero
que -con la evolución favorable de la paciente- su posición estaba
obstaculizando el trabajo al no poder “escuchar” ni intervenir en fun­
ción de la nueva situación, podríamos decir, considerando la “ subje­
tividad” de A N , en ese momento. Las otras acompañantes (y en esto
también esta en ju e go una cuestión de “estilo personal” de cada at)
podían ubicarse más desde una disposición personal, que se ofrecía para
la escucha, que desde allí acompañaba con su contención el devenir de
A N , los cambios en su vida cotidiana y la manera en que se articula­
ban ahora sus “ demandas” .

Notas

1 Seguiremos viendo este tema en la Segunda Parte del libro.


2 Puede verse en: A A W ; Bertrán, G. (comp.); 2004, donde se abordan
cuestiones de la coordinación y la supervisión del equipo de AT.
3 Ingrassia, F., en Eficacia clínica del Acompañamiento terapéutico, Ed. Polemos,
Bs. As. 2002, P. 61-64.
4 A su vez, las características de esa simbiosis se agravaron a posteriori de la
“ crisis” de Griselda, que motivó el AT.
5 Cuando se trabajaba en las reuniones con todo el equipo.
6 Con quien hemos compartido instancias de capacitación en calidad de
docentes. Agradezco en este sentido el material que me acercara: González
Castañon, D.; “ La articulación del acompañamiento terapéutico en el
tratamiento psiquiátrico y psicoterapéutico” , inédito, utilizado como ficha
interna de trabajo para la cátedra “ Practica Profesional: Fundamentos
Clínicos del A T ” , F. de Psicología UBA.
Abordajes diferenciales según el objetivo de su indicación
Trazaremos ahora un esquema que diferencia momentos o ins­
tancias de trabajo, de acuerdo al objetivo que tiene la indicación de
AT. Esta perspectiva considera su función a partir de pensar la situa­
ción clínica en relación a un proyecto posible de tratamiento y las caracte­
rísticas del entorno en que se inserta su tarea. Esto resulta diferente al
establecimiento de funciones generales del A T, donde el acompañante
tendría funciones prefijadas a partir de un determ inado diagnóstico
y/o trastorno. Erróneamente así se le asignó un rol previsto a priori
mediante reglas establecidas de acuerdo a la “ entidad clínica” que
presente el paciente (psicosis, depresiones, trastorno bipolar, adic­
ciones, etc.); quedando desplazada la dim ensión de la singularidad
del caso y del momento en que se encuentre un sujeto y su familia

Según tres momentos diferenciales, la propuesta de inclusión de este


recurso está destinada a:

1. Construir las condiciones para que un dispositivo de


tratamiento se ponga en marcha.
2. Sostener ese dispositivo en m om entos de crisis.
3. Movilizar y ayudar a destrabar el trabajo terapéutico.

1- En la primera instancia de trabajo, el acompañamiento sig­


nifica un aporte que ayudará a construir las condiciones para que
el dispositivo de tratamiento se ponga en marcha, cuando aún no
pudo consolidarse, o está por comenzar. Situaciones cuya com pleji­
dad hace que el A T sea solicitado por un equipo institucional o un
terapeuta que toman recientemente un caso (o cuando vuelve a ser
consultado luego de un tiem po prolongado en que estuvo interrum­
pido el tratamiento).

Son situaciones donde el rasgo central es que no hay un vínculo


con un terapeuta. Podrían describirse infinidad de ca|M°*H®jicIe~eT
82 / Gustavo Pablo Rossi

paciente llega a la consulta, en tiempos previos a una crisis, como


también en etapas donde la crisis ya no es importante, en un m o­
mento donde no hubo un tratamiento instalado, donde pudo o no
haber consultas previas, en la cual generalm ente no es el paciente
quien consulta sino la familia, que tiene dificultades para sostener el
vínculo cotidiano con el paciente.

A veces es necesario todo un prim er tiem po de trabajo con ese


sujeto, a partir de sus condiciones cotidianas, de la inserción del at
en su entorno fam iliar o institucional, para que ese sujeto pueda
“ comenzar a hablar” , para que pueda em pezar a ubicar en otros una
posible ayuda. Si es que también puede pensar con otro (semejante)
algo de lo que padece, algo de lo que le está pasando en términos de
un sufrimiento psíquico, de un estado em ocional p o r el cual podría
contar con alguna asistencia, y hasta podría pedirla a partir de tener
alguna confianza en los otros. U na confianza que le permita suponer
un saber en algún otro, no cualquier saber, sino aquel que le atañe,
que hace a su padecer.

A lgo de esto hemos visto también en las instituciones hospitalarias


psiquiátricas, en el caso de pacientes “ cronificados” : aquellos que “ya
han estado” en tratamiento/s (en épocas remotas, apuntemos en térmi­
nos literarios), pero que desde hace años o meses no tienen interés,
o abiertamente rechazan las instancias psicoterapéuticas, por lo que
el tema a elaborar es qué se le ofrece, y -aunque no parezca significati­
v o - en quéforma se le ofrece. En qué términos se oferta ese dispositivo o
proyecto terapéutico para que el sujeto se apropie de la propuesta.

En casos de nuestra experiencia hospitalaria, el lugar del A T apa­


reció vinculado justamente a que algo del sujeto empezara a emerger,
a que algo de las condiciones necesarias, en tanto previas, para la
construcción de un dispositivo de tratamiento, pueda efectivizarse.
Por ejem plo, pacientes com o José J.: durante casi dos décadas había
quedado al m argen de los vínculos con sus semejantes en la dinám i­
ca de un servicio de pacientes crónicos, y, a partir de la permanencia
de un acompañante durante varios días en la semana, varias horas,
que se prestó al diálogo desde el palabrerío cotidiano em pezó a su
manera a tomar la palabra, a hilvanar algún movimiento subjetivo. Es
un otro que se acerca desde la figura de un semejante, lo que hace a X&po­
sición del at, y el encuadre en que se produce el encuentro at-paciente
en estos casos. El acompañante facilitará estos efectos, en tanto se
diferencia de la posición del terapeuta en la entrevista, quien viene
con la pregnancia de una distancia propia de su lugar, de un tiem po
Acompañamiento terapéutico / 83

y de actividades acotadas al consultorio. Pacientes que a partir de


allí comienzan a pedir cambios referentes a su lugar en el servicio,
por ejem plo, o a contar cuestiones de su historia familiar, hasta ese
momento desconocidas, cuando no olvidadas.

En el caso de José J., luego de un tiempo, se tradujo esto en el pe­


dido que realizó para comenzar (recomenzar) un tratamiento psico­
terapéutico grupal para dejar ese lugar de mueble instalado en un rin­
cón del servicio, como se ha dicho, ese lugar de objeto, de desecho.

2- De manera frecuente el A T es utilizado para sostener el dispositivo


de tratamiento, en momentos de crisis severas o ante situaciones de ur­
gencia subjetiva. Acá se ubica por indicación del terapeuta, quien se
encuentra en un momento donde le resulta inviable seguir sostenien­
do el tratamiento basándose únicamente en las sesiones en el consul­
torio, aunque cuente con apoyo del recurso psicofarmacológico.
En el caso de Adrián, un paciente que recientem ente atendimos
con el equipo, la voz y \apresencia de la m adre lo había llevado en ese
tiempo de crisis a ensimismarse de tal manera, buscando la desco­
nexión del mundo, que literalmente cortaba con todo elem ento que
lo ligara al ajuera. Pasó de no atender el teléfono a rom per los cables
del mismo y a desconectar el timbre de su departam ento, cerrar las
persianas de todas las ventanas, poner música hasta aturdirse, como
forma de “ taponar” esa irrupción de una madre que le resultaba in­
tolerable. Por supuesto, esto tenía consecuencias en distintas esferas
de su vida cotidiana, debido a que en momentos así no comía ni se
procuraba comida, dejaba las actividades académicas en las que se
encontraba, no veía amigos, no iba a las sesiones con su analista,
etc. Com o este paciente vivía solo, el analista se planteó la cuestión
de qué hacer ante una coyuntura que venía tornándose más riesgosa.
El analista era la única persona que Adrián toleraba, por esos días,
en su departamento, pero no alcanzaba con esto, ni siquiera para
sostener el tratamiento. Se le indica inmediatamente un programa
psicofarmacológico que no tenía y, al poco tiem po, com enzó a in­
cluirse también el acompañamiento terapéutico, en este caso como
una form a de mediatizar, de hacer de “ bisagra” , entre aquel ensi­
mismamiento y el mundo, delimitándose a su vez algún tope con eso
que desde la silueta maternal se le volvía terrible, amenazante. La
presencia de dos acompañantes algunas horas cada día permitió, en
el espacio cotidiano, una interlocución con alguien que sin llegar a
ser un extraño tampoco era un m iem bro de su familia. N i su madre,
ni sus hermanos, que intentaban infructuosamente visitarlo.
84 / Gustavo Pablo Rossi

La intervención del AT, entonces, se realiza para que el disposi­


tivo - e l trabajo analítico que se venía haciendo, con sus particula­
ridades- pudiera sostenerse, reconstruirse, en un marco tendiente
a evitar una internación que de seguir así, hubiera sido inexorable,
p o r un agravamiento del estado de perturbación psíquica.

El acompañante permite muchas veces una presencia cercana, que


no es la del amigo o familiar, justamente cuando el terapeuta a cargo
considera que la interrelación con la familia no es conveniente en de­
terminadas situaciones, al menos sin “mediaciones" , o cuando se obser­
va que el grupo de pertenencia habitual no puede hacerse cargo del
estado del paciente, p o r su angustia, p o r su eventual agresividad, etc.
Resulta típica esta descripción: que los familiares y amigos busquen
explicaciones y se encuentren con angustia; intenten comprender y
se sientan incomprendidos; experimenten la impotencia y la frustra­
ción ante los reclamos, las preguntas, las demandas imperiosas del ser
querido que se aleja repentinamente, y los convierte en un enem igo
imaginario, perseguidor, salvador, esto es, en algunas de las infinitas
figuras en que se deposita la locura. Este círculo cotidiano, cuando
sus protagonistas se cargan de mayor tensión e implicación afectiva,
agrava el estado de crisis del paciente, con la consecuente caída en
una internación en ocasiones donde podría evitarse la misma.
En el caso de otra paciente, V., que tiene 24 años cuando comienza
el acompañamiento, el analista solicita el A T a partir de las dificulta­
des que se estaban presentando para sostener el mismo. Desde hacía
cuatro meses tenía fuertes crisis, encontrándose desbordada por acce­
sos de intensa angustia. En esos momentos la paciente mostraba con­
ductas autoagresivas que la llevaban a vomitar compulsivamente. Esta
conducta la tenía de manera reiterada, diaria, en especial en horas de
la tarde o noche. Sobre esto, V. dice que “vomitapara descargar el odio”,
un odio absolutamente destructivo, que se volvía contra ella.

Cuando el analista, con quien hacía aproximadamente dos años


que estaba en tratamiento, decide incluir acompañantes junto a la
indicación de medicación, venían presentándose fuertes dificultades
transferenciales, deslizándose hacia él toda la carga agresiva de la pa­
ciente: reiterados llamados telefónicos con insultos y reclamos a lo lar­
go del día, llegando en determinado m om ento a intentar encender
fuego en la puerta del consultorio. Y esto también es literal: con una
pila de diarios, prendió fuego en la puerta de su departamento.
Dado que había tenido hacía dos años un intento de suicidio m e­
diante la ingesta de una importante cantidad de medicamentos, la
Acompañamiento terapéutico / 85

administración de la medicación no podía quedar a cargo de ella. Ahí


se ubicó una de las funciones primeras del AT, aunque no la única,
siendo con el tiempo una función secundaria a la de contención y a la
de sostén de algunos lazos sociales, de su actividad laboral. A l vivir
sola, el A T le permitía un interlocutor en su cotidianeidad, que se
ofrecía para que pudiera poner en palabras con alguien cercano aque­
llo que se le hacía insoportable de su padecer cotidiano, en especial por
la tarde. Es útil consignar que casi no podía contarse con vínculos
familiares, siendo hasta a veces contraproducente dicho contacto.

N o entraré en detalles sobre el caso, que tuvo un largo proceso


de acompañamiento, con sus dificultades en etapas conflictivas por
situaciones de tensión que se dieron con cada uno de los dos ats
que participaron. Destaco que, como soporte de elementos trans-
ferenciales, el acompañamiento “ alivió” aquel “ sobrepeso” que re­
caía exclusivamente sobre el analista, haciendo im posible sostener
su posición. Paulatinamente, en tanto, la situación de desborde se
fue modificando y la paciente tuvo otra posibilidad de diálogo con
su analista, con destacables consecuencias para el espacio de análi­
sis, llevando materiales hasta ese m om ento excepcionales. Por ejem ­
plo un trabajo productivo sobre algunos sueños, que se presentaron
como muy significativos. Según refiere el analista, se fueron gene­
rando otras posibilidades de asociación en las sesiones, es decir, otro
trabajo analítico, como no había pod id o sostenerse antes.

En muchos casos, la alternativa de hacer intervenir otros recur­


sos, cuando se está ante la posible detención de un análisis y/o la
interrupción de un tratamiento psicofarm acológico, perm itirá tanto
al analista como al psiquiatra tener alguna posibilidad de operar, in­
cluso cuando a posteriori puedan considerarse esas intervenciones
como preliminares a una internación inevitable.

3- Una tercera instancia se encuentra en nuestra experiencia en


aquellos momentos donde se necesita impulsar o destrabar el trabajo
propio de un tratamiento, que aparece atascado. Suele decirse que
allí “no pasa nada” , luego de un tiem po relativamente prolongado,
de acuerdo a la perspectiva del terapeuta, aunque n o sean siempre
pacientes cronificados, ni abordajes institucionales. A veces se descri­
be cierto aplastamiento de la subjetividad, apelándose al A T en casos
donde se va perfilando el camino hacia un “ encierro” que se agudi­
za, a un aislamiento que puede volverse crítico.

Debe diferenciarse de la situación del punto anterior, que era de


desborde, de crisis aguda. Esto se plantea igualmente en pacien­
86 / Gustavo Pablo Rossi

tes más bien con cierto deterioro, o cuando prevalecen síntomas de


abulia o rasgos depresivos en el paciente, cuya persistencia implica
por mucho tiem po un estado de escaso m ovim iento subjetivo, a la
vez que se encuentra con muy poca actividad e iniciativa para hacer
cosas, para insertarse en proyectos, etcétera.

Nos han solicitado, por ejem plo, para personas jóvenes, que no
han podido tener una inserción laboral y una independencia eco­
nómica: Raúl, un paciente que vive con sus padres ya ancianos que
siguen sosteniendo la econom ía familiar, dado que este hijo no ha
podido tener continuidad en alguna actividad laboral. Tam poco
aparecen en él iniciativas en ese aspecto, ni en otros proyectos p er­
sonales (desde estudios hasta actividades deportivas/recreativas, en
un escenario con pocas o nulas relaciones de amistad y un encierro
diario casi total en la etapa en que se indica el A T).

También ese posible movimiento lo ubicamos acá como apoyo en


un proceso de externación -co n pacientes con larga estadía en una
institución-, en un trabajo de rehabilitación en el lazo social.

Por último, digamos que tanto en relación a la segunda com o a


la tercer instancia pueden pensarse los acompañamientos que se
incluyen en momentos donde se va a dar una externación, o procesos
de cambio de institución (de una internación de tiem po com pleto a un
hospital de día, por ejem plo), o de salida de un esquema institucio­
nal de tiem po parcial a una atención ambulatoria con la perm anen­
cia del paciente en su dom icilio. Cuando el A T se plantea ante estos
cambios en las condiciones de vida cotidiana de un sujeto, como
dije antes, puede deberse a cierta coyuntura de crisis que le genera
dicho cambio, así com o indicarse en un contexto donde ese pasaje
apunta a generar algún m ovim iento diferente en un paciente estabi­
lizado. H ay aquí pacientes cuyas características tornan inapropiada
la permanencia en una institución que lleva a cierta “ cronificación”
de su estado, en consonancia con el aplastamiento descripto de su
tono anímico, de una apatía que lo deja en un círculo cerrado -aun­
que su inserción fuera en un marco institucional abierto com o un
hospital de día, cuando su problemática aparece solidificada en una
lógica institucional cerrada, que lleva después de varios años a una
especie de “ meseta” , que aplasta al sujeto.

Las características de estos pacientes, como se presentan con fre­


cuencia para quienes trabajan en instituciones, conduce a veces a
Acompañamiento terapéutico / 87

cierto “ aplastamiento” también en los terapeutas, p o r lo cual es im ­


portante que sea trabajado en el equipo, en el espacio de control o
supervisión, incluyendo condiciones alternativas en el marco de un
proyecto terapéutico, evitando “ agotar” a los terapeutas, que termi­
nan “ cronificándose” o “ abandonando” el caso. Ahora bien, despe­
jando estas cuestiones “ inherentes al lugar del terapeuta” , podemos
ver muchas veces que el sujeto llam ado paciente seguirá su rumbo,
singular, con marchas y contramarchas, a veces sin p oder sostenerse
y sin contar con recursos que lo acompañen cuando es necesario en
ese devenir, muchas veces sin p oder ser alojado desde ningún espa­
cio de abordaje1.

Notas

1 A propósito de estos rumbos insondables, y del tedio de los terapeutas, remito


a la viñeta que presenté en el texto “E l Día, más allá del Hospital” , en relación
a una situación de A T de la práctica hospitalaria. En: A A W ; Bertrán, G.
(Comp); 2004.
Segunda parte

Capítulo 5
El acompañamiento terapéutico y sus
articulaciones con el dispositivo psicoanalítico
En la casa llena de ruidos
el libro comienza
en cualquier
parte
termina en cualquier parte

el lenguaje
destruyéndose
a sí mismo...
Leónidas Lamborghini - “ Diez escenas del paciente”

Conceptos para delimitar la tarea del acompañante terapéutico

Táctica, estrategia y política


El lugar que tienen para un terapeuta los recursos, las herramientas
que utilizará en cada caso, se van a inscribir de manera particular de
acuerdo a la concepción que sustente en términos de táctica, estrate­
gia y política del tratamiento.

Una revisión del artículo de J. Lacan “La dirección de la cura y los


principios de su poder”, perm ite plantear la distinción entre Táctica,
Estrategia y Política en la dirección de la cura analítica, con el fin de
hacer un recorte de dicho texto para trazar precisiones respecto a
nuestro tema.

Puede organizarse una especie de “ progresión” , de escalona-


miento, pensándolo en términos del “ grado” de libertad que tene­
mos para intervenir en cada uno de estos tres niveles.

Primero: Lacán dirá que las cuestiones de la táctica son aquellas en


las que somos más libres. Prioriza en la consideración de este punto,
para el analista, lo referente a la interpretación en la práctica analítica,
aquello en lo que hay una subordinación a la estrategia y a la política,
pero sobre lo cual dice que en esto es donde el analista tiene mayor
90 / Gustavo Pablo Rossi

libertad. Una libertad que alude a la particularidad del mom ento en


que se produce la interpretación, como intervención paradigmática
que conceptualiza, aunque obviamente no es la única.

Segundo: respecto de la estrategia, Lacan escribe que el analista es


menos libre que en su táctica.

La estrategia, en un análisis, tendrá que ver con la transferencia, con


las maniobras que el analista hace respecto del lugar en que es ubicado
por el paciente, será aquello a su vez atinente al montaje transferencial
que sostiene en cada análisis, en sus distintos momentos.

Y tercero, “ el analista es aún menos libre en aquello que domin


estrategia y táctica: a saber, en su política” . En su política el analista
haría m ejor “ en ubicarse por su carencia de ser que por su ser” . A l
hacer m ención a la ubicación por su falta en ser, nos lleva al plano
de la ética, sostenida en el deseo del analista. En ese punto, de “va­
cío” , nos introduce en la problemática del objeto que se sostiene en
cada caso, desde el cual el analista apunta a la “máxima diferencia” .
U na ética que perm ite así el trabajo sobre el deseo del analizante,
recordemos, el “ único sujeto” e n ju e g o en un análisis. Esa política,
podem os decir, es solidaria entonces de la emergencia del sujeto, de
la producción de subjetividad.

Por lo cual, com o contracara, llegamos a la pregunta: ¿qué hace­


mos con nuestra subjetividad?, con la subjetividad en el m om ento
de la tarea analítica.

El analista, y esto hace a su política, “ paga con su persona” , y


“ con lo que hay de esencial en su ju icio más íntim o” '. Queda fuera
del ju ego, en cuanto a sus sentimientos, y debe dejar de lado prejui­
cios, ideales, etc., cuestión que remite a su propio análisis.

¿Cómo articular estas ideas con la práctica del A T? En prim er


término, la táctica se pensará en relación a estas preguntas: qué d e­
cir, qué no decir, cuanto hablar o callar, cómo intervenir en situacio­
nes puntuales del acompañamiento, en el día a día.

Es característico del A T llegar a compartir muchas horas con un


paciente, generándose diálogos que a veces tocan aspectos de la
“vida privada” del acompañante, a partir de preguntas del paciente
sobre sus actividades, sus gustos, sus vínculos personales, etc.; es de­
cir, de cuestiones que habitualmente quedan por fuera de la relación
paciente-profesional de la salud mental. N o se trata para el at de
no poder decir nada acerca de su vida personal, o de no dar cierta
Acompañamiento terapéutico / 91

“opinión” ante preguntas que le realiza el sujeto al cual acompaña,


o alguien de su familia. Aunque tiene que saber que esto queda en
el orden del “ semblante” , no va a com prom eter su opinión en tér­
minos de una implicación afectiva, de su “ju icio íntim o” . Esto hará
que hable sobre tal o cual hecho de la “ actualidad” , com o también
de aspectos referentes a hábitos o temas usuales del paciente, como
por ejem plo el cuidado en la presencia física del mismo, sus vín­
culos grupales o sus amistades. En muchos casos evitar el diálogo
al respecto sería prácticamente imposible, además de que puede
resultar inconveniente. Pero tiene que saber mensurar de alguna ma­
nera aquello que manifieste, aquello que no debe hacer, lo que a prio-
ri resulta conveniente no decir, y tomar con cautela determinados
elementos que pueden llevar a intervenciones inoportunas, en ese
diálogo que parece a prim era vista inocente. Aunque no sería posible
predeterminar sus respuestas, sus actos, sus palabras.

L o retomaremos más adelante.

En una perspectiva ética, subrayemos entonces que desde nues­


tra orientación también el at en su tarea deberá pagar -c o m o el ana-
lista- con la renuncia a sus sentimientos2. Nada sencillo, todo lo
contrario, complicándose además p o r el nivel de exposición en que
se encuentra el acompañante.

Con esto, ambos serán menos libres en su política y en su estra­


tegia, que en su táctica. Podrá decirse que forzamos los términos al
establecer este paralelo, pero creo que son aproximaciones para sos­
tener una interrogación hacia la tarea cotidiana, aclarando que par­
timos de ubicar al analista y al at bajo registros de trabajo diferentes.

Caben por otra parte otras preguntas, en cuanto al at: ¿semblan­


te de qué? ¿Hacia dónde orientarse, cóm o conducirse?, ¿se trata
entonces de que el at se aferre para su acción estrictamente a las
consignas que le dan?, ¿pero no hay m argen de libertad para su
intervención?

La m odalidad en que se encuentre, su disposición y el uso de


su palabra en cada situación de A T es producto de una decisión
del acompañante, la cual será orientada p o r las coordenadas del
marco en que se inserta su tarea, y la lectura transferencial que
se realice.

Tendrá presente aquel marco al que se remite su inclusión y esto


implica que a veces debe ser muy estricto con determinadas pautas.
92 / Gustavo Pablo Rossi

Que pensemos esa libertad relativa en su táctica no deja de lado en


ciertas situaciones que tenga que intervenir de manera “ directiva” , sin
dar margen para ambigüedades ante algunas consignas: en el acom­
pañamiento de un paciente, donde existe la indicación respecto a que
no puede estar solo y pide quedarse un rato más en lo de un amigo,
para después volver a su casa sin el at, ya que le queda “ apenas a tres
cuadras...” El at dirá que no, simplemente apelando de manera atina­
da a que ese era “ el tiem po y la m odalidad pautada” .

Se trata finalmente de una decisión que remite a una estrategia,


pero que no es sin una ética. Ubicamos así los tres términos plantea­
dos en el comienzo de este apartado.

¿La entrada al hospital, nada más?: un rodeo que libídiniza


El año pasado, en una charla en el hospital de día del Hospital “T.
Alvarez” de la ciudad de Bs. As., una concurrente me preguntaba y
reflexionaba acerca de qué tenía de terapéutico acompañar a un paciente
en la entrada al hospital, un acto tan sencillo como estar en el hall de
entrada, e ir con él hasta el pabellón (algo alejado) en que se encuen­
tra el hospital de día. Que “ no se parece en nada al tipo de interven­
ciones” que le habían enseñado en la Facultad en la formación como
psicóloga, ni al “lugar que tiene el psicoterapeuta” habitualmente.

Respecto a este paciente, que llamaré Blas, se había conversado en


el equipo del hospital de día (H D D ) que no continuaría con el trata­
miento, debido a sus continuas ausencias de las actividades, ya que en
los últimos quince días prácticamente no había estado en el hospital.
¿Qué pasaba? “ Se quedaba en la puerta” . Y no es una metáfora. L le ­
gaba hasta el edificio del hospital, pero permanecía en la entrada, a
veces “ interceptado” durante un rato, “ausente”, frente a la imagen
de la Virgen que está en el hall. Volvía al tiempo a su casa, sin que
llegara al ámbito del H D D . Es entonces cuando se indica el AT. Com o
era de suponer el acompañamiento no fue tan “ sencillo” . Insumió
prim ero toda una tarea tendiente a establecer un vínculo, que a partir
de allí implicaría ya sí un trabajo en el hospital de día, aunque no es­
tuviera algunos días en los talleres y demás actividades. Estar con el at
fue sinónimo entonces de entrar en el dispositivo de trabsgo del HDD,
aunque no estuviera en el espacio físico donde están sus actividades y
consultorios. Luego hubo varios rodeos, que simbolizaron un tiempo
en que algún vínculo con un otro “no anónimo” se fue estableciendo.
Esos rodeos también literalmente permiten el acceso al dispositivo
de H DD: hará un camino más largo, donde en un m om ento no se
Acompañamiento terapéutico / 93

pasaba por esa imagen de la Virgen María, con el acompañante, Blas


pudo comenzar a estar en el pabellón del HDD.

El dispositivo de A T fue puesto en función en un dispositivo más


amplio. Esa simple caminata, por su significación, adquiere el valor
de una táctica que se inscribe en una estrategia de trabajo, donde
el acompañante cumpliría una función puntual, específica, pero no
menor. Se trataba nada más ni nada menos que del “ ingreso” del pa­
ciente en el dispositivo. Cuando hablábamos de construir las condicio­
nes para que un tratamiento se ponga en marcha, estamos hablando
de esto. Sin esa presencia, sin esa compañía, el paciente no hubiera
podido acceder al hospital, donde actualmente entra solo. Siempre
fue solo, lo que no podía hacer era entrar. Ahora está y se encuentra
realizando un interesante trabajo en dicho ámbito. A partir de esto
se verá hacia donde va en la singularidad de un camino que fue
iniciado. Ya no queda en la puerta. Y para que esto se produzca es ne­
cesaria una entrada por la vía de alguna libidinización de ese camino,
del espacio institucional, que se hace posible mediante el encuentro
y el acompañamiento de un semejante que lo ayuda con los tiempos
acordes al momento, que le presta su presencia que no es anónima
-ese alguien que aquí es el at-,

£/ deseo de un otro no anónimo


Am plío esta noción de la presencia de un deseo no anónimo, por lo
pertinente que resulta para el lugar del acompañante terapéutico

En el caso de Blas en el hospital, les decía que fue estableciendo


un vínculo con el acompañante en su lugar de otro que no era anó­
nimo al paciente. En otros pacientes, algún fam iliar o un am igo p o­
drían hacer ese enlace, hacer “ el aguante” para que llegue a entrar.
Recordemos, en relación a esto: ¿cuál es la función de la “familia
conyugal en la evolución de las sociedades”3? Esa función “ resalta lo
irreductible de una transmisión” que es la de una constitución sub­
jetiva, que implica la relación con un “ deseo que no sea anónim o”
-afirm am os a partir de Lacan-. Esa relación con un deseo no-anónimo
nos lleva a plantear que el sujeto humano requiere desde sus prim e­
ros tiempos de ese deseo particularizado, si no tenemos los niños
que padecen el llamado “hospitalismo” , cuando en las instituciones
esa ausencia llega a un extremo.

Y si pensamos que en estos casos precisamente mucho de esa


función que hace a la contención fam iliar es lo que se ausenta, ubi­
94 / Gustavo Pablo Rossi

camos en esa presencia de un semejante el lugar del AT. Ese trato es


lo que extraña alguien com o H éctor4, aquello que lo lleva a invitar
a Daniel a un bar, que lo lleva a demandarle, a demandar ese trato
que es uno a uno: si lo pensamos en términos de la familia es ese lazo
con una historia, un lazo con peleas y rencores y no solamente de
encuentros, pero que al fin y al cabo es singular, como lo es una his­
toria. Desde ese lugar que sostiene en el caso un deseo no-anónimo,
teniendo sin em bargo el atributo central de ser alguien externo a la
familia, el at perm ite en ese sentido hacer un relevo respecto a la
familia, poner e n ju e g o algo -q u e en estos casos está ausente- de la
función familiar, en el m ejor de los sentidos...6

Cuando desde el sistema de salud, desde el hospital de día, des­


de la instancia judicial, se le da al sujeto una respuesta anónima, lo
deja precisamente en un lugar de objeto, y en esto desespera al que
espera. Com o Héctor, quien así diferencia en ese caso al trabajador
social del at, después de tanto esperar para efectivizar un trámite de
traslado a otra institución asistencial. A l hablar del trabajo en red,
es importante en esta perspectiva que las “respuestas” o acciones
en esa red no sean “ de alguien anónimo a otro anónim o” . En este
punto, es lo contrario del AT. ¿Qué hace entonces el at? A l pres­
tar su presencia, se constituye en un referente, en tanto el paciente
pueda suponerle un deseo, que no es cualquiera. Acom pañar en un
“ simple” trámite, averiguar para hacer una inscripción en un taller
laboral, ir a una consulta postergada con un médico, pueden no ser
tareas “ administrativas” . Aunque queda claro que al hacer estas co­
sas el at no interviene de igual manera que el analista en el dispositi­
vo analítico, puede p o r su parte sostener su posición en un proyecto
terapéutico que se hilvane al discurso analítico, a su ética.

Ética, técnica y proyectos terapéuticos


Incluyo otra referencia, de un libro de C. Calligaris, Introducción
a una clínica diferencial de las psicosis. Sostiene Calligaris que no es
pertinente plantear cuestiones técnicas como si fueran cuestiones éticas.
Para los temas que empezamos a ver anteriormente, esto significa:
hay que hacer una diferencia entre lo que es del orden de la táctica
(y de la técnica) de las cuestiones que hacen a la política de la cura.
Calligaris recuerda a Lacan, en un Congreso sobre “ Psicoanálisis y
Psicoterapia” , en el cual le preguntaron: ¿dónde comienza y dónde
termina una psicoterapia?, y ¿dónde comienza un psicoanálisis? A llí
Lacan dice: “ El psicoanálisis es la cura que un paciente tiene dere­
Acompañamiento terapéutico / 95

cho a esperar de un psicoanalista” . L o que hace que una cura sea


psicoanalítica, prosigue Calligaris, “ es la posición ética del psicoana­
lista” , que a su vez “ remite al análisis del analista” 6.

Se trata entonces de ubicar el lugar que ocupa el analista en tan­


to sostén de la transferencia y de la singularidad que implica esa
transferencia en cada caso. Esto perm itirá n o quedarse anclado en
un aprendizaje de “ técnicas” , sino hacer eje en “la posición a partir
de la cual el analista” interviene, en el transcurso de una cura, en
tanto remite a una política. Y que, en función de esas circunstancias
singulares para un sujeto en tratamiento, se sostengan determina­
das intervenciones, e indicaciones com o las del A T (com o veíamos
en el caso anterior en el H D D ), en una dirección “ terapéutica”, en
el marco de dicha política.

Por otra parte, si volvemos desde aquí a Freud, afirma que la origi­
nalidad del psicoanálisis reposa en que “ es el único procedimiento” en
que “ se conserva esa preciosa conjunción” entre “curar e investigar” .7
Y esto permite pensar los efectos “ terapéuticos” . Ese nexo insepara­
ble entre curar e investigar lo lleva a decir que “ aquellos conocimien­
tos que se haya logrado adquirir en el camino de un análisis”, (...)
por mínimos que parezcan, se encontrarán transformados en poder
terapéutico” . Ese conocimiento, que tiene la propiedad de ser singu­
lar y sostenerse en la transferencia, “ aportaba el éxito” terapéutico.
“Y no era posible tratar sin enterarse de algo nuevo, ni se ganaba un
esclarecimiento sin vivenciar su beneficioso efecto8” .

Las intervenciones del A T en una estrategia analítica, así, serán


ubicadas como intervenciones mínimas pero no nimias, digamos apelan­
do al ju ego de palabras. Presencias muy acotadas o acciones plantea­
das para algo específico (ayudar a un paciente a tramitar un subsidio,
hacer el recorrido diario hasta una institución), pero que no serán
nimias si se las considera en el marco de una estrategia y una política
del tratamiento. A l no quedar en una significación de ser hechos ais­
lados, o actos de asistencialismo, pasarán a ser acto terapéuticos.

Se trata asimismo de darle a cada intervención su lugar en un ho­


rizonte, inscribirlas en un proyecto. Es distinto a plantear: “que el
paciente aprenda a llegar al H D D ” , “ que obtenga un subsidio” , “ que
conviva con...” , pero no importa cómo, en qué condiciones, a qué cos­
to subjetivo. Sino simplemente porque es algo esperable... ¿socialmente?,
para su reinserción. ¿Pero dónde queda la singularidad? Es distinto en­
tonces al voluntarismo de querer “ hacer el bien” para un paciente.
96 / Gustavo Pablo Rossi

Propuesta que a veces busca sostenerse aunque conduzca a ubicar al


paciente como un objeto, del cual habría que apiadarse, o resguardar­
se, y al cual en el m ejor de los casos habría que conducir, hacia “ su
Bien” ...¿Quién sabe cuál es? En otras palabras, conduce a lo peor.

A hora demos un paso más. En un texto reciente, E. Laurent9 afir­


ma que es necesario para el psicoanalista saber “ adaptar la cura a los
diferentes proyectos terapéuticos”, y que, al hablar de psicoanálisis
aplicado, Lacan remite a “ lo que quiere decir de terapéutica y de
clínica m édica” . Su propuesta implica articular psicoanálisis y “ pro­
yectos terapéuticos” . Y esto no es hacer “psicoterapia” . Partiendo de
la base de que no hay una sola form a terapéutica, significa que hay
que distinguir entre terapéutica y psicoterapia.

Esto va de la mano de lo planteado p o r otros analistas, respecto


de la relación entre Psicoanálisis y Sociedad en cada época, para pen­
sar en el desafío de “nuevos artificios” que estén “ a la altura actual
del sufrimiento subjetivo” , en una clínica “ donde las clasificaciones
clásicas ya no responden” , donde el psicoanálisis del siglo X X I quizá
“ deba vivir bajo el régim en del no-todo” 10.

En una apertura inevitable de los analistas ante las extensiones y


urgencias de la clínica actual, “ es la ocasión de confluir con los acto­
res del drama social, psiquiatras, responsables políticos, practicantes
de otras formas de terapia, para reflexionar juntos.” 11

Consideraciones acerca de la noción de demanda


Haremos algunas acotaciones preliminares. Pensado en el contex­
to del trabajo clínico, el “ pedido” de tratamiento será aquello donde
se incluirá el motivo de una consulta, en tanto el paciente lo trae al
exponer algo que lo aqueja. En los casos de trastornos más severos,
ese pedido de asistencia suele realizarlo la familia.

En cuanto al acompañamiento, ya hablamos de la idea de una


indicación, que también se ubica en términos de un pedido que se
realiza para incluir este recurso. Tendrá su diferencia si es realizado
p o r un profesional -e n términos de una indicación terapéutica-, a
si lo realiza directamente el paciente o su familia.

Ahora bien, vamos a diferenciar la noción de demanda en el


planteo de J. Lacan, de la idea de “ ped id o” . Los conceptos en este
punto nos llevan a otra dimensión de la noción de la demanda, si la
Acompañamiento terapéutico / 9?

consideramos como una form a de nombrar los pedidos cotidianos


que un sujeto realiza. Aquellos que el paciente y la fam ilia hacen en
el vínculo con el at, durante su tarea, con la intensidad que veíamos
en algunos casos.

“ Demandar: el sujeto no ha hecho nunca otra cosa, no ha podi­


do vivir sino por eso12” , expresa Lacan, que dará distintas definicio­
nes de esta noción. En referencia a a la posición del analista en la
clínica, continuará diciendo: “ ...y nosotros tomamos el relevo.”

La demanda es intrínseca al ser humano: dependerá de la posi­


ción que adopte quien reciba esa demanda, para que esta sea puesta
a trabajar (o no) en el marco de un tratamiento, y para que se cons­
tituya un análisis.

En un tratamiento analítico se trata de poner a trabajar esa de­


manda, y para esto hay que ubicar las condiciones que permiten
darle un lugar, alojarla, en cada caso. Dice en otra parte del mismo
texto: “ con oferta, he creado demanda” . Por lo tanto la dem anda de
análisis se produce en tanto se enmarca en esa oferta, la del analista,
la de la escucha analítica, que sostiene una presencia, una posición
ligada a un acto, que produce y pone a trabajar esa demanda. Hasta
acá no estamos en el espacio del acompañamiento.

La presencia del analista es en prim er lugar la im plicación de su


acción de escuchar, y ésta es justamente la condición de la palabra.

El analista apoya la demanda, para perm itir que reaparezcan los


significantes13, en tanto, por interm edio de esa demanda, “ todo el
pasado se entreabre hasta el fondo de la prim era infancia” .

En un análisis, el sujeto se dirige a quien supone un saber so­


bre su deseo, esto es, en tanto supone que descifrará la pregunta
articulada a su deseo. Pregunta cuyo peso aparece cuando el sujeto
experimenta que dice más de lo que intenta decir, a partir de la
presencia de un analista, que con su acto enlaza así la dem anda a la
transferencia.14

Por su parte, Daniele Sylvestre plantea que es necesaria “una ta­


rea de información y de orientación de esa dem anda” . ¿Cómo es
esto? En ciertos casos, especialmente en un inicio, hay una posición
que llamaría “ más activa” del analista ante la demanda.

¿Y qué sucede con estas cuestiones en el A T? Volvemos a la parti­


cularidad de su dispositivo.
98 / Gustavo Pablo Rossi

Demanda y acompañamiento terapéutico


La posición del acompañante terapéutico no es la posición del
analista. Debe ubicarse en un lugar distinto al del analista en cuanto
a su respuesta a la demanda del paciente.

Desde su presencia, con su palabra, y también con su escucha,


está en ese borde con un silencio que se haga tolerable. Rescata la d i­
mensión de la subjetividad, apuntando en principio a que no se ob­
ture de plano lo atinente al sujeto, que se presenta en sus demandas.
N o pretende anular la insistencia de una demanda, como se podría
intentar m ediante el encierro total o con una excesiva apelación al
recurso farm acológico.

Tendrá lo que llamaría otra permeabilidad ante las demandas del


paciente, no a todas ni en cualquier momento, pero sí al menos ante
cierta dimensión de la demanda. Aunque tampoco es función del
acompañante tender a taponar respondiendo a toda demanda, ya
que im pediría trabajar sobre lo que implica esa demanda para un
sujeto.
En ocasiones, precisamente no responder llanamente a determ i­
nadas demandas implica un acto que tiene consecuencias como o r­
denador, com o regulador, que es terapéutico. También ante dem an­
das que provienen de la familia, que el at se ubique en un lugar que
modera, al establecer límites y pautas (con el aval de la estrategia del
equipo terapéutico), en nuestra experiencia ha sido muchas veces
pacificador, con efectos reguladores a nivel de la dinámica familiar.

En todo caso, el at, cuando su lugar está orientado por el discur­


so analítico, estará advertido de las características estructurales de la
demanda. Esto es, que la misma no puede ser satisfecha. Que dice
siempre “algo más” , en lo que pide. Pide más.

Com o describía antes, cuando nos encontramos por ejem plo con
el Acompañamiento que se desarrolla en un bar, a la salida de un cine,
en la conversación sobre temas de la realidad cotidiana, es habitual
que el paciente quiera saber sobre cuestiones de lo personal del at, con
preguntas a veces muy directas al respecto. Sería imposible responder
desde una intervención que “pusiera a trabajar” esas preguntas con
nuevos interrogantes, o con silencios ante requerimientos puntuales,
con una posición de “abstinencia” como la que puede pensarse para el
analista (en algunos casos, y en determinadas situaciones).
Acompañamiento terapéutico / 99

Obviamente, el at no tiene que “ com prom eter su subjetividad” .


Pero, parodiando la cuestión con un ejem plo, entenderán que es di­
ferente, cuando se le pregunta al at si tiene novia, que el at responda
sí o no, y brevemente algo más a que se ponga a llorar contando sus
padecimientos por las discusiones que tuvo con su pareja la semana
anterior.

Con frecuencia su tarea va a consistir en “ poner el o íd o ” , cuando


esta inclusión del at está sosteniendo la necesidad de un interlocu­
tor. De un semejante que adquiere su valor en esa dimensión de dar
lugar a la palabra, a ciertas argumentaciones, a “ reflexiones” en voz
alta que el sujeto no tiene con cualquiera, ni en soledad. A llí el at
hace un relevo de las figuras familiares. Y a su vez da otro valor a ese
tiem po en el cual algo se va elaborando, perm ite una tramitación
por la palabra, lo cual muchas veces favorece que ceda la angustia.

Precisemos asimismo que ese diálogo, que también es sobre cual­


quier cosa, no está sin embargo basado en aquella regla fundamental
tendiente a que el paciente “ diga todo lo que se le ocurra” , como
tampoco sitúa su escucha a partir de invitar al paciente a esa aso­
ciación libre, aún cuando se ubique en relación a una política de la
cura psicoanalítica.

Tomem os ahora otra cita de Lacan, para establecer una línea


divisoria, en estos puntos que venimos desarrollando, de diferencia
entre la posición del at y la del analista. Luego de plantear que el
psicoanalista es quien dirige la cura, teniendo com o principio que
“ no debe dirigir al paciente15”, dirá: “ La dirección de la cura es otra
cosa. Consiste en prim er lugar en hacer aplicar p o r el sujeto la regla
analítica, o sea las directivas cuya presencia no podría desconocerse
en el principio de lo que se llama la situación analítica”.

Destaquemos entonces otra diferencia, si lo pensamos desde la no­


ción de las “formaciones del inconciente” . El at no tiene por función
interpretar, aunque el sujeto diga siempre algo más de lo que quiere
decir. El acompañante no se ubica en el lugar del intérprete como sí
lo hace al analista16. La función de éste se presenta com o una “x ” , en
tanto incógnita que permite al sujeto el trabajo sobre su deseo. Tampo­
co se trata de ayudar desde el A T a “ metabolizar y reforzar interpreta­
ciones” 17, ya que un “refuerzo” o una interpretación no es efecto de la
voluntad del at que respondería a una consigna: la interpretación es
fruto de esa singularidad transferencial que implica un momento, un
instante de apertura y cierre irrepetible, que se produce en el trabajo
100 / Gustavo Pablo Rossi

sostenido desde la función del analista13. H ay autores que hablan de


“ acontecimiento” , de “ encuentro” , como hallazgo “único” .

Vuelvo a la cuestión de la estrategia, que tendrá que ver con las


variables transferenciales que se ju egan en el vínculo at-paciente, si
pensamos acá al A T en relación al discurso psicoanalítico. Com o lo
referente a la interpretación, la conceptualización de la transferen­
cia es una temática com pleja para el A T 19, no estamos pensándolo
en términos del trabajo de la transferencia que se ju ega en el dispo­
sitivo analítico, cuando la atención flotante es solidaria de aquella
“ regla fundamental” freudiana de la asociación libre. Ahora bien,
se encuentra también para el analista estas complicaciones y parti­
cularidades, en muchos pacientes. Sucede en las psicosis, como ha
sido explicado. En estos casos es difícil ya para el analista estar en el
lugar del “ intérprete” , llevándonos a interrogar cómo considerar la
transferencia, el lugar del analista y sus intervenciones.

En síntesis, com o decíamos no es esta “ situación analítica” la mis­


ma que la “ situación del A T ” . La idea de dispositivo nos ayuda: no
se trata del mismo dispositivo20.

En el texto Tratar la psicosis (1997), es posible encontrar marcadas


consonancias con el recorrido que vengo realizando: “ El tipo de es­
cucha del acompañante terapéutico se sitúa, de entrada, en el campo
analítico, aunque el acompañante no esté en posición de analista” 21.

Decíamos antes que el at puede situarse en el marco de una política,


la del psicoanálisis, y de eso se trata en la experiencia que mencionan.

Sigamos con la cita: “ Esto no quiere decir que el acompañante


haga un trabajo de análisis. Si bien inscripta en el campo analítico,
la escucha del acompañante no es una variación ni una alternativa
ante la cura analítica” . En esta perspectiva, el at “ sostiene y articula
en su materialidad el trabajo analítico” que en dicha cura se hace,
aunque su lugar se disdngue nítidamente de la situación analítica.

Se ofrece a un diálogo donde el “palabrerío cotidiano” tiene su lu­


gar también hace una oferta, en la cual el “ sentido” queda por principio
establecido, de manera prioritaria por sobre el “sin sentido”. Por ende
tampoco pondrá a trabajar su escucha en función de la interpretación
del lapsus o el acto fallido. Aunque el acompañante, como el analista,
está “ lejos de poder medir todo el efecto de sus palabras” , se encuentra
a su vez “convertido” de esto, y “ tratando de remediarlo”22.

Escuchar implica también que muchas veces el acompañante debe


Acompañamiento terapéutico/101

remitir algunas cuestiones al espacio de análisis, aunque esa “ deriva­


ción” se hace ya en otras condiciones: con un “ decir” que requirió de
algún tiempo de trabajo en el espacio de acompañamiento.

Volviendo al uso del diálogo en la situación de A T y específica­


mente a la palabra del acompañante, a su decir, encontrará sus límites
y su orientación en las coordenadas que llevan a incluir su trabajo.

Si se cuenta con la posibilidad de un trabajo articulado con el ana­


lista, mediante reuniones o comunicaciones desde el comienzo del AT,
en el equipo se tratará de ubicar en cada caso qué margen de respuesta
en el diálogo tiene el at ante ciertas cuestiones, en cuáles temas de­
berá tener especial cuidado, sobre cuáles es conveniente no ahondar,
etc., Siempre tomando en cuenta que son elementos que hacen a cierta
“predisposición” o “preparación” con las que el acompañante se dispo­
ne a “salir a la calle” , como quien dice. Y nunca m ejor dicho.

N o obstante, esos elementos no dejan de ser previos, un a priori.


Es necesario ir trabajando dichas cuestiones atinentes a la demanda,
al uso de escucha y la palabra, al diálogo, en función del desarrollo
que tenga el caso y del vínculo con el acompañante. Que será con
cada at cuando se trabaja con un equipo.

¿ Más pacientes que el paciente ?


Por otra parte, se reitera la experiencia en el espacio de A T de
pacientes que no demandan nada. Voy ahora a un artículo de H . Hein-
rich23, quien dice al respecto que hay sujetos “ que no pueden hacer­
lo”, no pueden articular una demanda, “al menos todavía” . Hubo
durante años teorizaciones que nos resguardaban de intentar traba­
jar sobre esto. “ N o teníamos que hacer ninguna oferta para que esa
demanda se produjera” , se suponía. Plantea no esperar a que los
pacientes se adecúen a nuestro dispositivo, sino que debemos pre­
guntarnos qué dispositivo es el adecuado para estos pacientes. Para
cada paciente. Y entonces es necesaria una oferta, acorde al sujeto.

Se trata, y es otra manera de pensar muchos casos donde inter­


viene el AT, de sujetos que tienen ese rasgo d e falta de confianza24 en
que alguien pueda escucharlos, entenderlos, y por lo tanto no pue­
den depositar un saber y confiar en un analista/terapeuta.

Y Heinrich hace una apreciación muy atinente: “Algunas pro­


puestas del psicoanálisis en general y del lacanismo en particular,
han sido degradadas de tal manera que se ha confundido por ejem-
102 / Gustavo Pablo Rossi

p ío abstinencia con indolencia (com o dice U lloa), encuadre con r i­


gidez, no satisfacer la demanda con ser descorteses, no com prender
con no acompañar (...)” . Pero además esto se ha confundido con la
mudez, con no responder a nada, siendo esa “ no respuesta” también
algo estereotipado, que lleva al analista a ofrecer un espacio donde
nada puede ser “ depositado” allí en términos transferenciales.
Es válido detenernos en ese lugar que Lacan propone para el
analista, el del muerto, al tomar com o ayuda la analogía con el ju eg o
del bridge: según leemos son los sentimientos del analista los que sólo
tienen ese lugar posible. Pese a que en ocasiones esto pareció deslizarse
a que sea la operación misma del analista la hom ologable al lugar
del muerto (tiene que estar inmutable, parece que prácticamente no
puede hablar, ni reírse, mucho menos em itir palabras que “ toquen
lo político, social” , etc.,...como si tal cosa fuera posible). Ahora bien,
com o se ve en casos que luego serán considerados inanalizables, el
lugar del analista así planteado no perm ite ningún juego.
H einrich habla del “ desafío para el psicoanálisis en el nuevo m i­
lenio, en el que la palabra está tan degradada y en el que hay tantas
terapias que ofrecen soluciones mágicas: ¿estamos dispuestos a im pli­
camos lo suficiente como para que alguien que está acostumbrado a
actuar, tenga ganas de hablarnos? ¿O realmente creemos que alcanza
con poner cara de nada y preguntar a usted qué le parece?”25
El problem a para el terapeuta y el at es que nos produce bastante
malestar esa posición del paciente, esa falta de confianza. Y hasta
puede llevarnos en este punto al acting, creyendo que con nuestra
prisa hacemos una intervención terapéutica.
E l paciente que viene en esta posición “ de no p o d er aún dem an­
darnos un saber -porqu e no está seguro de que lo podamos escu­
ch ar- no nos resulta fácil de soportar.” Heinrich plantea que es un
paciente que no se va a conform ar tampoco con “una interpretación
premasticada” del analista, y nos va a llevar “ al lím ite de nuestra
propia ignorancia” , hasta dejarnos en falta ya que “ será la única p o ­
sibilidad de suponernos un deseo” 26. Traigo esta lectura en tanto, si
sostenemos las diferencias que les marcaba antes con la posición del
at, es sumamente pertinente para pensar su intervención.

N o es lo mismo “ la demanda en el A T ” , que “ la demanda al at” .


Deben pensarse ambas cuestiones. La primer cuestión remite a ubicar
qué sucede, con la temática de la demanda, en el espacio de acompa­
ñamiento, donde muchas veces esa demanda “brilla por su ausencia”y
Acompañamiento terapéutico /103

si es que brilla, no podemos ignorarla, aunque esté ausente. Se trata de


dar un espacio donde esto se trabaje. Dar un lugar, en el punto donde
exista la propuesta de un tratamiento posible, la apuesta a que algo del
sujeto emerja, y por ende, a que esa demanda ausente deje de brillar -ya
que a veces esto encandila- y empiece a formularse en palabras.

Para esto, es necesario un otro cercano, una oferta oportuna, que


no es sencilla sino que requiere en muchos casos de un “ paciente”
trabajo, que implica tiempo, y mucha permanencia, aunque no se­
pamos muy bien “ por qué tanta” presencia. Cuando nos encontra­
mos con el silencio constante, con la ausencia de palabras, tolerar
ese “no saber” es hacer mucho.

En los casos que atendemos, n o está de más recordar que hay


cierta lógica a revertir: aprender a ser “ más pacientes” , esto es, a
esperar. De lo contrario pareciera que alguien que no es un “buen
paciente” no merece ser considerado como sujeto, es “ inanalizable”,
cuando no insondable, quedando com o objeto, o como el paciente-
mueble que pierde prácticamente su humanidad. De quien se dice
que “ no accede” a ningún tratamiento, a ningún taller o grupo tera­
péutico, cuya existencia de paciente se reduce al “ ser m edicado”, ser
susceptible de medicación y control, como único abordaje posible.

Sin demanda, sin síntoma, ¿cuál es la sintonía?


U n punto que dejo esbozado, ligado al anterior. Especialmente
en aquellos pacientes en los que se incluye el AT, así com o los que
frecuentemente son atendidos en las instituciones hospitalarias, so­
lemos encontrarnos con dificultades para ubicar algo del orden de
lo sintomático (apareciendo las impulsiones, las actuaciones agresi­
vas, sean actings o pasajes al acto, etc.). A veces, luego de un tiempo
de trabajo, de instalación de ese vínculo tan particular donde algo
de lo transferencial se ponga a trabajar, algo de eso sintomático se
empieza a inscribir, dando lugar a que el sujeto aparezca cuando se
logra “ hacer consistir” el síntoma.

A propósito de la organización de un espacio de tratamiento, de


la construcción de un dispositivo, es muy oportuna la siguiente cita
d e j . Lacan:

“A diferencia del síntoma, el acting out es el amago de la trans­


ferencia. Es la transferencia salvaje. (...) una de las maneras de plan­
tear la cuestión, en lo relativo a la organización de la transferencia,
104 / Gustavo Pablo Rossi

es preguntarse cómo domesticar la transferencia salvaje, cómo ha­


cer entrar al elefante salvaje en el cercado, cómo poner a dar vueltas
al caballo en el picadero.” 27

“ L a transferencia sin análisis es el acting out” , dice luego, y esto


es interesante tanto para el analista (incluya o no A T), com o para el
acompañante. Cuando la indicación de acompañamiento viene de
un analista, poner a trabajar el interrogante ¿cómo domesticar la
transferencia salvaje? ¿será el eje que oriente también las intervencio­
nes del at? Menuda apuesta que amerita, por supuesto, sintonizar
con otra pregunta: ¿en qué casos es pertinente ir en esta dirección?

Notas_____________________________________________________________
1 Lacan, J.; La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos, Bs. As.,
Ed. Siglo X X I. Pag. 569. Volveremos sobre esto en los últimos puntos de
este capítulo.
2 Lacan, J.; La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos, Bs. As.,
Ed. Siglo X X I. Pag, 597..
3 Lacan, J.; Dos notas sobre el niño (A J. Aubry), en Intervenciones y textos 2, Bs.
As., Manantial, 1988.
4 La presentación de este caso se encuentra en el Capítulo sobre Salud
Mental y AT, donde se vuelve sobre el tema.
5 En el sentido en que ese rasgo “externo” a la familia tratará de evitar la
dimensión de lo siniestro. También abordamos este tema en el Capítulo
destinado al prójimo y al semejante.
5 Calligaris, C., 1989.
7 Cf. en S. Freud: “Análisis Profano” y la conferencia sobre “ Psicoanálisis y
Psiquiatría” .
8 Freud, S., conferencia sobre “Psicoanálisis y Psiquiatría” .
9 Laurent, E.; Ciudades analíticas, 2004.
10 Belaga, G.; en La urgencia generalizada, Bs. As, Ed. Grama, 2004.
11 Laurent, E.; en La urgencia generalizada, Bs. As, Ed. Grama, 2004.
12 Lacan, J.; La dirección de la cura.... Pag. 597.
13 Para ampliar este tema, entre otros textos: “Las entrevistas preliminares, Mesa
redonda”, en el libro Acto e Interpretación, A A W , Ed. Manantial, 1993.
14 Cf. también Silvestre, M.; pag. 57 y siguientes, en “Mañana el
psicoanálisis” .
15 Lacan, J.; Op. Cit., p. 566
16 A l menos para la neurosis, este es el lugar dado por Freud al analista. Para
profundizar sobre la problemática de las psicosis: Soler, C., 1992; entre
otros.
17 Así se ha planteado en textos de otros autores.
18 En su doble dimensión de sujeto supuesto saber y objeto a.
19 Lo retomaremos desde distintas perspectivas en este texto.
Acompañamiento terapéutico /105

20 A lgo en esta perspectiva profundizó D. Laznik, en su presentación en el


Primer Congreso Iboeroamericano de AT, realizado en Bs As, en 2003: el
del A T se diferencia del dispositivo analítico, aunque responda al discurso
analítico.
21 Capítulo escrito por B. Bélanger y L. Riou.
22 Lacan, J.; Op. Cit., p. 568.
23 Heinrich, H.; “ Clínica del nuevo milenio - Impulsiones y formalización
sintomática”, en Revísta Clepios, Bs. As., Vol. IX, N ro 2, Ed. Polemos,
2003.
24 En términos de A. Didier Weill puede definirse como “ falta de confianza
en el significante”.
25 Heinrich, H.; Op. Cit., P. 93.
26 Heinrich, H.; Op. Cit., P. 95.
27 J. Lacan; Seminario 10, La angustia, inédito.
Capítulo 6
El sujeto en el acompañamiento terapéutico y la
cuestión de la transferencia
En la casa llena de ruidos
la luz de la foto
que de pronto más
se enturbia
Leónidas Lamborghini - “ Diez escenas del paciente”

Acompañamiento y presencias terapéuticas: el amigo, el semejante,


el prójimo
Comencemos el tema con un párrafo de otro de los artículos so­
bre A T escritos en Argentina, que rescato para introducir nuestro
desarrollo. En la perspectiva de argumentar la im portancia del re­
querimiento de AT, N ora Cavagna escribe: “ La necesidad de com­
pañía y estimulación humana es algo que se ha reconocido desde
tiem po inmemorial. En la mayoría de las culturas existe la costum­
bre de que los afligidos por enfermedades, muertes o desgracias,
reciban ánimo y apoyo de parientes, amigos, vecinos o incluso ex­
traños que puedan permanecer con esa persona hasta que recupere
su entereza. Ante un desastre o peligro repentino externo o interno,
los adultos con frecuencia aumentan sus exigencias de otras perso­
nas, buscando la proxim idad de un ser conocido y en quien confían,
manifestando una conducta de apego que prolonga de m od o direc­
to la de la infancia.1”

Esta referencia pone en relieve el valor que adquiere la presencia cer­


cana de alguien, el acompañamiento en tanto cercanía emocional de
otro, que aparece como compañía y ayuda para el enfermo, y lo que
esto representa para el paciente en momentos de delicada estabilidad.

La necesidad de “ estar acompañado” y de contar con ese seme­


jante que esté cercano, desde aquel que sostiene al bebé en el mo­
m ento de mayor indefensión -si enfocamos los comienzos de la vida
del sujeto humano-, ha sido tema de amplios desarrollos para el
psicoanálisis, la psicología y la psiquiatría.

En nuestras sociedades, cada vez más aparece esta queja por el


aislamiento, por el individualismo y anonimato generalizado, por la
108 / Gustavo Pablo Rossi

ausencia de contactos directos donde se ju egue algo de lo em ocio­


nal. Esto sucede en vínculos sociales donde el trato personal era
común en otras épocas, incluido el trato médico-paciente, por ejem ­
plo, con el clásico m édico de familia, de “ cabecera” de una fam ilia a
la que tratataba uno por uno. Aquel m édico era quien conocía una
historia familiar, quien conocía hasta los cambios arquitectónicos en
la casa del paciente y junto a ello el contexto y las situaciones vincu­
lares donde se habían producido determinadas enfermedades, era
quien conocía las reacciones de los miembros de una familia frente a
ciertos padecimientos, etc. H oy ya no existe. H a intentado reem pla­
zarse por una figura que, a veces, puede presentarse como “ m édico
de cabecera” pero cuya función se centraliza en llevar un control de
la salud del paciente y realizar las derivaciones a los “ especialistas” ,
o la de un m édico que es “ especialista en” familia, pero que cada vez
más está al servicio de una empresa de medicina pre-paga, incluido
com o un especialista más ante la hiperespecialización, con el fin casi
excluyente de economizar recursos, en una perspectiva económica
donde se “ empaña” la mirada médica que debe tomar en cuenta la
particularidad del paciente y la pertinencia de los tiempos y recur­
sos acordes al mismo.

Para el enferm o con un fuerte padecim iento psíquico, para el pa­


ciente “ psiquiátrico” , esa presencia de otro en su vida cotidiana toma
una connotación especial.

Esto nos lleva a hablar del acompañante terapéutico sosteniendo


ese lugar del semejante, de aquel que en prim er lugar va a ofrecer su
presencia, com o sucede en momentos críticos. En la mayoría de los
casos no es sólo el “ estar” allí, sino que el acompañante también se
inscribe en un universo simbólico que implica también prestar la
escucha y estar dispuesto al diálogo. U n estar ahí desde un nombre:
no es alguien más en una serie, sino que adquiere un contorno par­
ticular en la economía libidinal del paciente. Una economía libidinal
fuertem ente perturbada, por exceso o por defecto.

Recuerden que en las primeras experiencias en Argentina el at


fue denom inado en ocasiones como “ am igo calificado” . N om in a­
ción que no fue casual sino que rem ite al hecho de que en la prác­
tica clínica esta temática de lo “ amistoso” suele presentarse, por
las particularidades del lugar que ocupa el at., del tipo de vínculo
que genera al com partir una im portante cantidad de horas con el
paciente.
Acompañamiento terapéutico /109

Es interesante en este sentido remitirnos a una cita clásica res­


pecto de la amistad, tomada de Aristóteles (en La Ilíada), quien dice
que los amigos “ son dos que marchan juntos” , lo cual los hace más
“poderosos” . Esta idea de dos que marchan juntos nos lleva preci­
samente al tema de la semejanza por lo que nos pareció una buena
metáfora para la situación del acompañamiento terapéutico: dos que
marchan, nos remite a pensar en una actividad en común, un camino
que recorren juntos. Desde esta perspectiva se prioriza la simetría,
la relación entre semejantes, que los hace más poderosos. Sentirse
en algún punto mínimamente “poderoso” no es m enor en personas
que precisamente tienen esa limitación en su propia valoración, en
aquello que no pueden hacer, que no pueden emprender, que no pue­
den sostener de su existencia diaria.

En un artículo que ya hemos destacado, P. Aubenque2, a par­


tir de Aristóteles, afirma que “ la amistad se caracteriza com o una
igualdad entre amigos” y apunta algo fundamental: “ Si la superio­
ridad de uno de los dos términos es tal que no hay m edida común
entre ellos, ya no habrá amistad posible” . Esto se produciría, se­
gún Aristóteles, “ con un ser totalm ente separado de nosotros, por
ejem plo Dios” .

Para nuestro tema, puntualicemos que si el acompañante tera­


péutico en la práctica se aleja demasiado de ese lugar de semejante,
tomando una distancia que lo lleva a operar desde un lugar de “ au­
toridad” , demasiado asimétrico, nos vemos llevados a ese estrecho
umbral donde puede perderse la posibilidad de “ algún tipo de m e­
dida común” con aquel que acompaña, obstaculizándose el vínculo,
hasta llegar en algunos casos a im pedir el trabajo.

El hecho de que el at pueda diferenciarse del terapeuta en este pun­


to, ubicándose en una relación donde queda manifiesto algo del seme­
jante, que pueda prestarse a este semblant3, con frecuencia favorece el
trabajo, aunque ciertamente no es una receta “para todos los casos” .

Carlos García Bo trabajó también esta “vía de la amistad” , en su


implicancia para el abordaje de las psicosis, ya que en esta orienta­
ción “ (...) encuentra el analista un lugar posible (...) ¿con qué sem­
blante? Indicación lacaniana de la philia, la amistad (...) espejismo
de simetría donde no la hay (...) y como señala Aristóteles es una
disposición más que un sentimiento” 4.

Para el acompañante, entonces, se trata de una disposición, más


que de un sentimiento. L o traducimos en la apelación a no responder
110 / Gustavo Pablo Rossi

a la amistad con amistad. Hacemos con esto un paralelismo con el


planteo de Lacan respecto a la transferencia, cuando dice que el
analista no debe responder al amor con amor, lo que vale también
para el acompañamiento, dado que tendrá sus obstáculos si es el
acompañante quien “ se confunde” respecto de su rol y queda iden­
tificado a ese lugar del amigo.

A m p lío ahora reseñando una entrevista realizada a R. Broca5,


donde hace una m ención destacada al lugar de la amistad y de
la semejanza: “ una de las prim eras lecciones en el abordaje de
las psicosis fue la idea de que había que tener un respeto humano
com parable al que uno puede tener hacia un amigo, que uno pue­
de dirigirse al psicótico con la misma espontaneidad, con las mis­
mas palabras con las que uno se d irige a alguien familiar. Aunque
parezca evidente, esto de tratar a los locos com o seres humanos,
com o semejantes, es a m i parecer lo más difícil y lo más com plica­
do del abordaje de las psicosis, es decir, no considerar al otro com o
objeto” .

Esto lleva a varias cuestiones que abarcan desde el lugar del loco
en la sociedad y la segregación que padece, que a veces no es tenida
suficientemente en cuenta por los propios profesionales de la “ Salud
Mental” ; hasta la importancia de partir de una posición cuyo eje es la
humanización de aquel que de otra manera estaba como objeto, como
resto. Prestarse a una relación de semejanza, como condición inicial, va
a sentar una base para ir estableciendo un vínculo. La calidad de ser
semejante es algo que “ liga” al sujeto humano6.

En otro artículo recomendable, C. Glasman7 también destaca tan­


to los desarrollos de Aristóteles como el diálogo platónico al respecto,
aportando que este “ tipo de lazo social especial” aún hoy nos sigue
resultando tan enigmático como necesario. En su lectura de Aristóte­
les cita que “ (...) los corazones grávidos de pesares se aligeran cuando
los amigos comparten sus penas. Y podría preguntar si este alivio pro­
viene de que los amigos toman con nosotros nuestro fardo, (...) porque su
presencia nos es agradable y el pensamiento que nosotros tenemos de
que ellos padecen con nosotros hace m enor nuestra aflicción” . Más allá
de cuál sea la razón, dirá Aristóteles, sucede de esta manera. Incluí
las itálicas en la cita para subrayar que la presencia de alguien que
padece con nosotros, que comparte, que toma nuestro fardo, hace
menor el sufrimiento, y aquí se sostiene algo de esta vertiente del A T
y del sentirse acompañado. C. Glasman reflexiona a partir de un caso
Acompañamiento terapéutico /111

y de distintos autores, tomando el término “transferencia de amis­


tad” , y plantea que la amistad no recibe la misma valoración —no se la
conceptualiza de igual forma en los escasos textos psicoanalíticos que
se ocuparon del tem a- según se trate de pensar la transferencia en
general o de la transferencia en las psicosis.

Plantea que: “ En las psicosis, donde la cosa se presenta tan real


com o imposible de soportar, la amistad sería el m odo de sostén ima­
ginario que haría factible el trabajo del diálogo, creando condiciones
de estabilidad para la suplencia de lo forcluido” 8.

Y se pregunta: “ ¿cómo es posible una relación planteada en el eje


imaginario que no padezca de los callejones sin salida de la psico-
patología del dualismo especular?”9 Consignemos con esto los dis­
tintos efectos de la identificación narcicista, los celos, la agresividad
o rivalidad, cuestiones que de diversas maneras se plantean para la
relación que se entabla en el AT.

Esto nos lleva entonces al punto siguiente.

Del semejante al prójimo


En este alcance que damos a la presencia de un at será útil conti­
nuar con una línea de trabajo que profundice en la diferencia entre
la figura del semejante y la del prójimo, dado que ambas dimensiones
pueden pensarse en situaciones de AT, a veces con preponderancia
de una sobre la otra, a veces de manera convergente.

El semejante es aquel cuya im agen guarda determinada simetría;


donde aparece un plano de cierta “ igualdad” , tanto com o de una
cierta “identidad”, un plano en que se establecen puntos de compa­
ración, como suele darse en una amistad.

Sin embargo, el semejante no es necesariamente el prójim o.

Juan B. Ritvo trabaja en profundidad esta temática tan comple­


ja 10, en un libro del que recorto algunos puntos, com o aporte a la
interlocución que propongo. A firm a que “ el prójim o no es reductible
al semejante, cuya semejanza óptica se diferencia de la inquietante
cercanía del prójim o, puesto que la semejanza es una apariencia de
identidad (la identidad es sólo apariencia de identidad, simbólica­
mente tomada) siempre amenazante y menesterosa de diferencias
(“ pequeñas diferencias” , diría Freud) (...)” u

La problemática del semejante está ligada al narcisismo, como


112 / Gustavo Pablo Rossi

bien lo señala la alusión a Freud, ese de las pequeñas diferencias


que pueden llevar a un callejón sin salida cuando no está en ju e g o
la instancia de un lugar tercero, la instancia de lo simbólico. Esto se
presenta en situaciones de AT, donde el acompañante queda ubi­
cado por el paciente en ese lugar simétrico, como el de un ami­
go, generándose dificultades cuando aparece alguna tensión, como
puede suceder al pautar ciertas actividades o al poner algún lím ite
en cuanto a la consigna planteada para un AT. C om o indicación
técnica para estos casos, la referencia al tercero representado en el
coordinador del A T o el terapeuta, es algo que apunta a “ pacificar” ,
a la vez que ratifica un encuadre (en el sentido simbólico) para la
situación del AT. Se intentará así que la tensión dual imaginaria no
aumente cuando la simetría se torna un atolladero a superar, rem i­
tiendo a una estrategia terapéutica. Aunque para el paciente el at
“ parece un am igo” , no lo es.

Esto nos lleva a otra conclusión: desde la perspectiva psicoana-


lítica, en relación con el semejante también está presente la rela­
ción con un “objeto” , es decir, nuestro semejante podría ser también
nuestro objeto, lo que implica que esa relación no es sencilla ni úni­
camente una relación “ de persona a persona” .

La noción de prójimo, no es una entidad psicológica, no es el alter


del ego, sino que nos lleva a toda una dimensión donde la cuestión
de la proximidad, la cercanía, la vecindad, e n ju e g o en su propia eti­
m ología, puede ser traumática. N o se trata necesariamente allí de
un vínculo simétrico. Ritvo lo plantea com o asimétrico. Incluso pue­
de llegar a considerarse antisimétrico12, teniendo en cuenta que “ la
relación originaria no es la de un yo con un tú sino la del yo con el
O tro” .13
En la práctica del acompañante, demasiada “ proximidad” va a resul­
tar conflictiva, por esto es necesario ir regulando esa “distancia íntima” ,
para llegar a “ adecuar” esa mayor o menor simetría en la relación.

Otras referencias a Lacan nos llevan a pensar la diferencia entre la


situación del acompañamiento y la del análisis. AI hablar de la transfe­
rencia y el procedimiento de Freud, refiriéndose al pasaje de la entrevista
“cara a cara” al diván, dice: “ya no es al que está en su proximidad a quien
se dirige, y es esta la razón de que le niegue la entrevista cara a cara” 14.

En el Seminario sobre Las Psicosis, expresa “ de qué m odo se pre­


para la técnica de la transferencia. Todo está hecho para evitar la
relación yo a yo, el espejismo im aginario que podría establecerse
Acompañamiento terapéutico / 113

con el analista. Él sujeto no está cara a cara con el analista. Todo está
hecho para borrar todo lo que tenga que ver con una relación dual,
de semejante a semejante.15”

Si “la técnica analítica deriva de la necesidad de una oreja16” , el


acompañante también dará lugar a esa necesidad, pero su respuesta
será distinta a la del analista, ya que deriva además de la necesidad
de una presencia cercana, en ciertos momentos y lugares, y de una
necesidad de intervención en la cotidianeidad. Por su parte, en la
“ situación de A T ” , no podemos decir que “ todo esté hecho” para bo­
rrar esa relación dual, sino que precisamente algo de la “ proxim idad”
se sostiene, algo de la implicancia de ese “ cara a cara” se conserva,
aunque también deberá ir “regulándose” una proximidad acorde a la
situación. L o complejo reside entonces en cómo adecuar esa simetría
cuando la relación de semejante a semejante está en el centro de la
escena del AT. Aunque el at sabe que no debe quedar entrampado en
el espejismo imaginario, que el sujeto se dirige “ a alguien más” que al
semejante, que si es llevado al lugar de amigo es en el orden del sem­
blante, como contrapartida tampoco puede “ alejarse” demasiado de
aquel que acompaña. Esto es, debe regular una distancia que permita
guardar alguna “semejanza” : en forma artesanal, en cada A T

N i demasiado lejos como para perder toda posibilidad de víncu­


lo, ni tan cerca, porque también se trata de que esa figura no resulte
asfixiante, que ese prójim o se torne perseguidor, en cuanto a su m i­
rada, a su palabra, hasta su presencia, en un m om ento crítico por
ejem plo del sujeto psicótico.

En este punto, una posición “ directiva” , normativa, requiere de mu­


cha cautela, para que ese semejante no quede en una postura intrusi­
va, demasiado próximo, hasta siniestro y para que el sujeto no quede a
merced de ese Otro en que puede convertirse el at, cuando pierde esa
distancia necesaria para cada caso, y aparece en un lugar de poder que
se impone al sujeto. Para esto, que el at se muestre con algún punto
de “falta” , que no se presente desde una figura de “ completud”, en
algunas ocasiones le permite salir del atolladero agresivo, imaginario,
remitiendo al equipo por ejemplo, o haciendo semblante de algún no
saber, de alguna vacilación en su subjetividad en ese vínculo dual.

También hay casos donde la escasa distancia en la simetría lleva


a un punto en el cual es imposible maniobrar con las pautas y obje­
tivos planteados para el AT. “ ¿Cómo me vas a venir con indicaciones
y límites si somos amigos?” Esta problemática aparece en especial
114 / Gustavo Pablo Rossi

cuando está en ju ego la cuestión de los límites y la transgresión,


com o se describe en algunos pacientes con problemas de adicciones,
o con características “ psicopáticas” .

Aproximación a la proxémica: ¿puede medirse?


Llam a la atención en este contexto todo un conjunto de inves­
tigaciones que vienen realizando antropólogos, etólogos, e incluso
profesionales dedicados a la tarea de proyectar, diseñar y construir
ambientes. Se proponen analizar la manera en que el hom bre es­
tructura el “ microespacio” , el espacio circundante, próxim o.17 El es­
pacio personal necesario, en el sentido de un territorio, de un lugar
que pueda considerar suyo. Se denom ina a estos estudios “ p roxé­
m ica” . Hay quienes incluyen aquí elementos de la comunicación no
verbal, referidos a la distancia o proxim idad física que existe entre
las personas que están m anteniendo una comunicación.

M ediante investigaciones basadas en distintos aspectos conduc-


tuales, los mencionados estudios llegan a conclusiones sobre las cua­
les Freud ya había reflexionado.
Dicen algunos de estos autores, que resulta esencial “ dentro de
esta ecología social, no vernos ante la sensación de estar siendo inva­
didos” , llegando a plantear zonas en la que el sujeto humano actúa
habitualmente con distancias diferenciales, desde una “ zona íntim a”
a una “ zona pública” . Se refieren al tipo de contacto que es p erm i­
sible para cada uno, las relaciones íntimas entre los miembros de
la fam ilia y las determinaciones culturales que se presentan allí, así
com o las convenciones sobre el contacto que se extienden a las rela­
ciones profesionales con médicos, dentistas y fisioterapeutas, entre
otros vínculos donde algo del contacto corporal está “ estipulado” .

En este ámbito laboral, ¿cuál es la distancia que debe tomar un at


en su trabajo con un paciente?; ¿cuánto de prójim o tiene su lugar?,
fueron preguntas en las que había pensado reiteradas veces para el
lugar del acompañante terapéutico, surgidas en términos similares
al supervisar o al dar cursos sobre esta práctica.
M e resultó interesante saber que había gente dedicada a estudiar
el tema de la “proxim idad” necesaria en el ámbito humano, aunque
parecieran a primera vista excesivas tantas mediciones de corte ex­
perimental.
Por ejemplo, que “ en los encuentros humanos la proxim idad y la
territorialidad distan mucho de ser cuestiones banales”, señalando
Acompañamiento terapéutico /115

la proxém ica que dentro de nuestro accionar, el espacio personal cir­


cundante adquiere un sentido tanto afectivo como físico apropiado
a cada cultura y a cada contexto interpersonal. Tam bién es intere­
sante rescatar la idea de que para cada marco de acción y, agregaría
para cada relación con un otro, necesitamos contar mínimamente
con la posibilidad de mantener una cierta distancia con los demás
a fin de lograr “ funcionar” de manera adecuada y armónica, tanto
con los otros como con nuestra propia intimidad.

En Psicología de las masas y análisis del yo, ya Freud escribió: “ Con­


sideremos el m odo en que los seres humanos en general se compor­
tan afectivamente entre sí. Según el famoso símil de Schopenhauer
sobre los puercoespines que se congelaban, ninguno soporta una
aproximación demasiado íntima de los otros.”

El relato de Schopenhauer dice que “ en un crudo día invernal,


los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros
para prestarse mutuo calor. Pero al hacerlo así se hirieron recíproca­
mente con sus púas y hubieron de separarse. Obligados de nuevo a
juntarse por el frío, volvieron a pincharse y a distanciarse. Estas al­
ternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que les fue
dado hallar una distancia m edia en la que ambos males resultaban
mitigados.” Prosigue Freud: “ De acuerdo con el testimonio del psi­
coanálisis, casi toda relación afectiva íntima y prolongada entre dos
personas -m atrim onio, amistad, relaciones entre padres e hijos-,
contiene un sedimento de sentimientos de desautorización y de hos­
tilidad que sólo en virtud de la represión no es percibido” .

Decía antes que el A T debe ir “regulando” de alguna manera una


distancia, y que el establecimiento de esa distancia se define caso
por caso, situación por situación, en un trabajo que cada at hace en
forma artesanal.

L o referente al ambiente personal, sin embargo, al espacio físico


habitable, a las interrelaciones entre los miembros de una casa, es
un tema sobre el cual considero pertinente reflexionar para el acom­
pañamiento terapéutico. Vimos en ocasiones la falta significativa de
“un lugar” en su propio hogar para aquel m iem bro de la familia
que es el “ paciente psiquiátrico” . U n lugar en el sentido de una
habitación o ámbito físico personal, que no carece de consecuencias
en estos casos para sus posibilidades de organizar de otra manera su
cotidianeidad. También nos encontramos con situaciones donde la
proxim idad en el contacto corporal con el paciente puede aliviar o
introducir una tensión al momento.
116 / Gustavo Pablo Rossi

Esto nos llevan a un tema, que no profundizaremos aquí, que es


lo atinente al lugar del cuerpo en el acompañamiento, la significación
de lo corporal en \apresencia del at. Hablamos con esto de la cercanía
afectuosa, con la connotación incluso de ternura desde lo corporal,
que deberá calibrarse en momentos de fuerte desconsuelo o crisis del
paciente, pensando sus decisiones en tal sentido en términos de inter­
venciones terapéuticas en tanto resulten válidas para cada caso.

Entonces: ¿Podrán esos estudios ser de utilidad para el AT? ¿O


es que no hay nada nuevo bajo el sol?. El tiem po dirá. La apuesta
en tal caso es cómo sistematizar las aristas importantes del tema sin
perder rigurosidad clínica.

Un espacio entre lo público y lo íntimo


En este desarrollo que venimos haciendo, vamos a avanzar hacia
lo público y lo íntimo, lo privado a partir de una nueva cita. “ El prójim o
indisolublemente se liga a lo que Bataille ha denom inado intimidad,
térm ino com plejo en extrem o” . “ L o íntim o no es el mal llamado
‘m on ólogo interior’ (que es m onodiálogo abierto al exterior) sino la
parte enigmática, incluso misteriosa (...)” .18

La ubicación que tiene el A T nos lleva a esa interrelación entre


esos dos polos: lo externo y lo interno, lo ín tim o y lo público. En la
intervención del AT, ubicaremos la configuración que se produce en
campo de conexiones y disyunciones entre lo privado (de un sujeto,
de una fam ilia) y lo público.

En el acto de su inclusión queda, en principio, habilitado para


hacer de enlace en ese interior, siendo necesario que luego sea el mis­
m o quien se autorice en ese lugar.

El A T está en ese borde, oscila entre lo más íntimo y lo externo, y hasta


hace de shifter, de embrague entre ambos, de enlace. Sostiene y representa
algo del interior en lo exterior, y de lo externo en el interior.

Con su palabra, con su participación en una escena cotidiana, se


presenta como un otro que llega desde el exterior, que debe trabajar
a partir de su lugar de “ extraño” , para convertirse en alguien “ no
anónim o” , significativo para el sujeto.

A partir del polo de oposiciones entre interno y externo, acude a


nosotros otra noción, que podría pensarse en el marco de los desa­
rrollos lacanianos para trabajar su utilidad en este espacio del AT,
Acompañamiento terapéutico /11?

como es la de extimidad. N i totalmente externo ni interno, y a la vez


en los dos espacios, o en otros términos “ transicional” .

N o obstante, es necesario que se conserve algo de esa dimensión


de lo “ externo” a la familia, en la perspectiva de evitar la vertiente
de lo “ siniestro” , que para Freud puede encontrarse en lo familiar. En
este sentido, lo siniestro sería aquello espantoso “ que afecta las cosas
conocidas y familiares desde tiempo atrás” 19.

En algunos casos, el at está bajo la figura de un testigo20. Este contexto


cabe afirmar que es testigo pero de esa intimidad familiar, que no es la
del sujeto, pero que no dejará de ensamblarse en algún punto.

Desde ese lugar de testigo, digamos también que “ da a leer un


testimonio”21, es decir que su presencia ofrecerá un testimonio a la
lectura de un tercero, como lugar a ocupar por el terapeuta. Aunque
el at no sepa de qué se trata eso que testimonia, y en esto se diferencia
de aquel “rol” del informante. Pese a no saber, y soportando esto, po­
drá dar testimonio, si hay a quien darlo, si hay alguien que escucha. Acá
remarco las consecuencias del lugar del terapeuta en la orientación
de la tarea del at, tanto en su acción cotidiana como en su ética.

En otro caso, G., el A T fue planteado por el terapeuta com o una


especie de “bisagra” , alguien que esté con G. desde el lugar de un
par, un semejante, como alguien cercano que no es un familiar, pero
tampoco es una persona del mundo exterior, el desconocido de la
calle o del espacio público, que le resultaría amenazante. Ante la
angustia y preocupación desbordada de la familia, y e l aislamiento
en que el paciente se sumerge, el A T es ubicado allí tam bién para
evitar una nueva internación y dar lugar a otro horizonte d e traba­
jo para el dispositivo de tratamiento. El A T se constituye, en una
primera instancia, como un relevo respecto de la presencia familiar,
en especial de la madre, que en esas ocasiones está presente la ma­
yor parte del tiem po en el hogar. En este punto, es llam ado en la
perspectiva de “ darles descanso” algunas horas del día y evitar que
el agobio termine perjudicando el establecimiento de condiciones
mínimas de viabilidad para superar ese estado de crisis, en el marco
del tratamiento. Cabe consignar que -pese a su im portancia en esa
cotidianidad- no es sólo este su lugar, y dependerá de su posición en
un tratamiento que el at no quede cristalizado allí, y pueda generar
ese vínculo que sale del anonimato y permite la producción del su­
jeto, com o salida ante el aislamiento y para comenzar a tramitar ese
malestar que se le torna insoportable.
118 / Gustavo Pablo Rossi

A pelo, finalmente, a la noción de espacio transicional, de D. Win-


nicott, que fue trabajada en algunos textos sobre A T 22, y que es de
sumo interés para ubicar con otras palabras este recorrido acerca del
lugar fundamental de su trabajo en esa dialéctica entre lo interno y
lo externo. Por un lado, ahí se encuentran aspectos de su función de
sostén para la salida, y en otra perspectiva su significación para mate­
rializar algún corte con el interior, partiendo del espacio íntimo.

El mas allá del consultorio


A m p lío el punto anterior con otro de los temas que hace a las
implicancias del lugar del A T y la valoración de sus responsabilida­
des para aquel que lo indica. La cuestión es: “ cuánto intervenimos
desde un tratamiento” , cuál es nuestra injerencia con este “ otro” que
conocerá la topografía hogareña de un paciente, en el minuto a mi­
nuto, ya no en la intim idad que conocemos p o r el relato que hace el
prop io sujeto de la misma, sino estando presentes en el transcurrir
de su vida personal y fam iliar cotidiana, de la organización de sus
lugares en la casa, de sus horarios, de sus actividades diarias dentro
y fiiera del hogar.

Com partiendo entonces otras lecturas, voy a referirm e a un psi­


coanalista clásico para la escuela americana, Franz Alexander23,
quien tiene fuertes debates respecto de la “ injerencia del analista
en los problemas prácticos de un paciente, sobre la realidad coti­
diana” .
Resulta interesante en dos sentidos: prim ero, porque trae cues­
tiones que frecuentemente conversamos en la form ación y en la
práctica del at, como es lo relativo a su intromisión en la vida cotidia­
na de un paciente, hasta qué punto “ guiarlo” , qué se puede cambiar
de esa especie de “ ecología” en la que cada uno está inmerso, qué
es lo ético allí. Segundo, en tanto trae un cuestionamiento hacia la
estandarización de las reglas de la abstinencia freudiana y las con­
secuencias que sacaron autores pos-freudianos al respecto. Restará
decir en qué aspecto no suena nada interesante.

Impulsado por la búsqueda de efectos terapéuticos para el psicoa­


nálisis, Alexander dará form a a la “ experiencia em ocional correcti­
va” como necesaria en el proceso de la cura.

Habla también de las “ experiencias extraterapéuticas” , diciendo


que hay una “parte d e la terapia que puede tener lugar fuera de las
Acompañamiento terapéutico /119

sesiones” , y que esta será “ mayor cuanto menos severo sea el caso” .
En algunos tratamientos, “ una entrevista semanal o quincenal pue­
de ejercer influencia suficiente sobre la vida cotidiana del pacien­
te como para asegurar su progreso. En el otro extrem o se halla el
paciente que debe ser hospitalizado y m antenido bajo supervisión
constante” . “ Es importante tener en cuenta que el paciente tendrá
que resolver sus problemas en la vida real, en sus relaciones con su
mujer y sus hijos, con sus superiores y competidores, con sus amigos
y enem igos” . Dirá luego, aumentando su apuesta, que “una parte
integrante del tratamiento consiste en observar e influir sistemática­
mente sobre las experiencias del paciente en la vida.”

En especial encuentra esta problemática en el tratamiento de las


neurosis, aunque tienen su pertinencia también en las psicosis, con
sus particularidades.

Sigo con otra cita: “ Se ha hecho excesivo hincapié sobre la actitud


según la cual un verdadero psicoanalista no debe tratar de guiar al pa­
ciente en su vida cotidiana y debe alentar o desalentar sus actividades
lo menos posible. Se creía antes (y aún se sigue creyendo a veces) que
durante el tratamiento el paciente no necesita en realidad hacer mu­
cho acerca de sus problemas prácticos, y que en todo caso influir sobre
sus actividades cotidianas no es cuestión que competa al analista” .

Este supuesto, afirma Alexander, prolongó indebidamente mas de un


tratamiento. De la adhesión a la regla “ ningún cambio importante,
irreversible, durante el tratamiento, puede resultar un serio retardo
del progreso terapéutico” 24.

En esa línea aparece también la referencia freudiana que hace


Alexander: “ El mismo Freud llegó a la conclusión de que en el trata­
miento de algunos casos, las fobias por ejem plo, llega un momento
en que el analista debe alentar al paciente a empeñarse en esas acti­
vidades que evitó en el pasado.”25

Destaco su intento por replantear cuestiones que quedaban de


manera cristalizada y servían como receta generalizable a todos los
casos, así como su apuesta a incluir al psicoanálisis en el conjunto de
las prácticas que tienen consecuencias terapéuticas.

N o obstante, cabe interrogarse respecto de lo indebido o no que


resultaría la prolongación de un tratamiento, o en otras palabras:
cómo medirlo, si no es a través de un modelo aplicable desde algún
ideal social, institucional o personal.
120 / Gustavo Pablo Rossi

El problema de formulaciones como las de Alexander es cuando


se vuelven “ reglas” a repetir, prom oviendo una intervención estan­
darizada sin tomar en cuenta la singularidad del caso y la posición
transferencial del analista.

La diferencia que señalo está en el terreno de la política de la


cura implicada ante estos temas, es decir, hay algo de las problemá­
ticas indicadas que puede ser tomado en cuenta, en el sentido de la
táctica, como por ejem plo ciertas intervenciones para sostener un
tratamiento. Es necesario entonces sentar un desacuerdo respecto
de la política que esa táctica tiene -ah í ponem os un tope a nuestro
interés-, y así remarco la divergencia antes mencionada, en cuanto a
la ética en ju ego : no se trata de manejar al paciente desde un modelo
de salud que nosotros sostendríamos, debido a que ese modelo aplas­
tará el deseo singular de cada uno.

La pregunta es, entonces, ¿cómo puede influir este enfoque para


el trabajo del AT?.

Beatriz Dorfm an Lerner, (basándose en French y Alexander) afir­


ma, por ejem plo, que el at puede “suministrar, en complementación
con la provista por el terapeuta, una experiencia correctora”26.

Durante mucho tiem po se habló del at com o aquel que se brinda


como “ m odelo de identificación” , lo cual iba en esta línea, aunque
es una idea que ha caído desuso salvo en escasas escuelas de la psi­
quiatría que apelan a un tono pedagógico. Sus derivaciones negati­
vas incluso resultaban contraproducentes para el lugar preasignado
al at ya desde su misma capacitación.

Además de las consecuencias que tiene para la práctica del at, es


relevante debatir esta problemática que se plantea Alexander, ya que
de diversas maneras toca nuestra clínica de manera frecuente y es tema
de reformulaciones desde siempre para la intervención psicoanalítica,
más o menos explícitamente, y para las psicoterapias -tengan o no al­
guna influencia del psicoanálisis, incluidas las denominadas “breves”-.

Esto lleva a numerosas preguntas, a situaciones paradojales, entre


otras, ¿qué hacer con aquellas cuestiones de la realidad cotidiana de
un paciente que tienen aristas preocupantes?; ¿es pertinente para el
analista alguna intervención ante esos “ problemas prácticos” que un
paciente con padecimientos severos no puede resolver? Por ejemplo,
aquel que no come desde hace días, o que com e mal desde hace se­
manas o meses, en el marco de una fuerte crisis de angustia, y que no
Acompañamiento terapéutico /121

cuenta con lazos familiares o de amistad. Com o el caso de Sonia, que


a partir de una sintomatología agorafóbica había ido perdiendo (con
el paso de los años) capacidades básicas para la organización diaria:
no podía cambiar las bombitas de luz que no funcionaban desde hacía
meses, ni llamar a un plomero ante un desperfecto en la cocina, ni
mucho menos organizarse con las compras de la casa. ¿Es pertinente
que el analista intervenga? Pero además: ¿cómo? Llam ando a perso­
nas de referencia, si las hay y si es que responden. ¿Y si no? ¿Llamará
él al plomero o al electricista? ¿Comprará los repuestos o insumos que
sean necesarios? Com o ven, si seguimos puede llevarnos a hipótesis
hasta ridiculas, cuando no tragicómicas, aunque no estén tan alejadas
de la “realidad” . Una realidad que implica también la posibilidad de
sostener un tratamiento.

Pensemos, no obstante, que para el analista hay un m argen don­


de su intervención “ directa”/directiva resulta en ocasiones “ajena” ,
externa” a la cura que conduce, en tanto se lo considere desde su
posición transferencial, ya que puede llevarlo a maniobras inconve­
nientes. A llí es donde entra en ju e go el AT.

C om o contrapartida, por otra parte, cierta “secuencia” hipoté­


tica a la que pueden llevar estas escenas hizo que el terapeuta se
desentienda a veces de situaciones que luego atentan contra la con­
tinuidad del tratamiento, lo cual tampoco es válido.

Com o describía, son situaciones que terminan “ entrando por la


ventana” del consultorio en tanto no se les abre alguna puerta en
el marco de una estrategia de tratamiento. Es que esto considerado
como “ externo” y p o r lo tanto ajeno a la intervención del analista,
lo planteamos no en el sentido del “fuera del consultorio” , no úni­
camente en el sentido de la “realidad exterior” por la que el analista
incluye un recurso complementario, sino que la evaluación de lo que
es “ externo” al dispositivo psicoanalítico va a tener que realizarse en
función de la transferencia en ju e g o y de la política que se sostenga
para una cura. Para que la evaluación e indicación de maniobras de
este tipo no implique desentenderse del lugar transferencial qué
convoca al trabajo analitico.

Precisamente es otra manera en que pensamos la tarea del AT:


como una intervención que permite ampliar el campo de acción del
terapeuta y sostener la continuidad de un proyecto terapéutico en el
ámbito de la vida diaria del paciente, ya sea con su entorno familiar,
cuando existe, o en sus relaciones con la comunidad, entre otras. N o
122 / Gustavo Pablo Rossi

para que el at vaya a “ hacer de plom ero” (ni el analista ni el acompa­


ñante, claro). N o es tampoco un asistente social, que podría ayudarlo
a conseguir trabajo o estudio. N i una empleada para tareas domésti­
cas, ni un enfermero. Tam poco está para ser “ informante” .
Por ello debe ubicar su acto en el contexto de una estrategia,
aunque tome facetas en m ayor o m enor m edida directivas, de guía o
de organizador. Su intervención será en situaciones que tienen una
doble incidencia: por un lado en su tratamiento, aunque por otra
parte es así al incidir en las posibilidades de un paciente de sostener
su vida cotidiana.

Entre ofertas y demandas: la presencia del acompañante y sus


intervenciones
Vuelvo al texto que había reseñado de M. Benyakar (2003), para
pensar respecto de la intervención del at, en términos de qué sucede
con la demanda, pero también con la oferta.
Este autor considera dos m odos de intervención fundamentales
en el área de salud mental en situaciones de catástrofe:

a- intervención p o r demanda.
b- intervención por presencia.
Esquematiza esto a partir de nociones que se utilizan para la. pla­
nificación de los servicios de salud. Es conocido como intervención por
demanda espontánea (la a- en Benyacar), e intervención por demanda
promovida por el profesional (que se adapta en sus términos a la inter­
vención b-). Veamos un poco más de qué se trata.
a- la intervención por demanda es muy similar a la típica función del
equipo de guardia psiquiátrica. El profesional aguarda en el lugar
asignado para su tarea y recibe al “ paciente” o “ damnificado” , que
acudirá en form a espontánea o derivado por otro profesional.
b- la intervención por presencia, se caracteriza porque los profesiona­
les están disponibles y en contacto directo con todas o la gran mayoría
de las personas -involucradas en la catástrofe que los convoca.
Además, dice otras cosas, en cuya lectura encuentro “ resonan­
cias” para la tarea del acompañante terapéutico. N o sólo en situa­
ciones de catástrofes sociales, sino que apelo a esta dimensión de la
catástrofe en términos de la subjetividad y, a veces, de la problemática
familiar que se genera ante una crisis emocional, un brote psicótico,
etc., en los casos con los que trabaja el at.
Acompañamiento terapéutico /123

Los “ damnificados tienen dificultades para advertir su condición


de tales” . “ N o conviene esperar su demanda espontánea. El objetivo
principal de este m odo de intervención es realizar el diagnóstico
precoz o la intervención oportuna y la prevención de secuelas” .27

En cuanto al acompañante, puede form ar parte de un conjunto


de profesionales que establecen algún diagnóstico de la situación del
paciente y de su marco familiar/ambiental, pero no es el diagnóstico
entendido en el sentido de su ubicación en un cuadro clínico, desde
un esquema nosográfico determinado.
También su intervención oportuna en situaciones de urgencia
funciona a manera de “ prevención” de crisis mayores, de actuacio­
nes impulsivas que lleven a un agravamiento en las condiciones del
paciente y su marco de referencia. Su presencia, en sí misma, funcio­
na muchas veces como tope, como lím ite, apaciguando situaciones
de crisis qu^, si se las deja libradas a su propia evolución, pueden
tornarse inmanejables. A su vez, a partir de la presencia del acom­
pañante y su lectura, el equipo terapéutico puede evaluar desde
distintas perspectivas la pertinencia de un esquema domiciliario de
contención, o si sería necesario contar con un dispositivo institucio­
nal para ese momento.

A partir de esto, propongo hacer una reformulación de estos tér­


minos, para precisar la idea de presencia y de intervención del A T y
algunas articulaciones particulares entre la demanda y esa presencia.

Vamos a form alizar la Presencia del AT, en tanto intervención, en


dos direcciones: una como “ oferta” disponible, una presencia ex­
pectante, más pasiva. Y otra en que se prioriza la dimensión del
“ hacer” , de la actividad, que pensamos com o una presencia activa.

Estas dos direcciones o modalidades de la presencia del acom­


pañante no son excluyentes, no es que va a ubicarse “ de uno u otro
lado” con un paciente, sino que dependiendo de la situación en
que se incluye el acompañamiento quedará priorizada una u otra
dimensión, aunque luego esta posición se m odifique, de acuerdo a
la evolución del caso y a la dinámica transferencial que se genere.

¿Cómo explicar estas dos modalidades?

1) Con la intervención en tanto oferta, el acompañante se encuen­


tra como una presencia expectante, que ofrece su disponibilidad,
en cierto sentido desde una figura pasiva aunque alerta. Se trata de
un semejante que a veces es pensado com o “ testigo” , que alivia y
124 / Gustavo Pablo Rossi

por momentos también implica una “ contención” desde el hecho de


estar presente, al lado, cerca del paciente. Igualmente, cabe dar un
paso más -para diferenciarlo de la presencia fam iliar y de las amis­
tades-: el at está atento a lo que pueda generarse en ese m om ento
en el vínculo con el paciente. Estará “ a demanda” , en ese sentido.

Aludo a una disponibilidad del at, que se ofrece, generándose un


espacio que es terapéutico desde esa presencia, en sí misma, de esa
oferta, que es estática en cierto sentido, pero no por ello dejamos de
ubicarla como una intervención. Además, articulará su trabajo tera­
péutico a partir de la aparición de una demanda, de un requerimien­
to, de una palabra de ese interlocutor que es el paciente. A l estar como
oferta-presente, ubica en el paciente un interlocutor y queda, a su vez,
como posible oyente -pero también hablante- en ese vínculo. Puede
generar entonces movimientos y efectos en ese campo de interrelación
con el paciente. N o es que el at va a “hablar todo el tiempo” que está,
ni que intentará por todos los medios generar un diálogo. Y no se
pondrá a la espera de que el paciente le hable (para no desesperar...).
Menos aún, el at se ubicará en posición de quien lo interroga, e in­
tenta que le conteste aquello que quiera saber. Hay otra particularidad
respecto al tipo de relación habitual paciente-terapeuta: el at no va a
proponerse hacer una “anamnesis” , ni una reconstrucción de “ datos
de la historia familiar” , en ese aspecto no va a orientar su posición des­
de esos objetivos, para “lograr” esos datos, salvo que sea estrictamente
necesario en ciertos casos, indicándose el A T en relación a esa tarea.
Puede pasar sin embargo que los “datos” surjan com o producto del
diálogo, y allí se evaluará qué valor tienen para el proyecto terapéuti­
co, o -m ejor dicho—qué “ otro valor” pueden tener además del hecho
de que el paciente pueda hablar de eso con el at, con un otro, lo cual
ya es demasiado.
Un típico ejem plo de esta posición es lo que sucede en las inter­
naciones domiciliarias, de 24 hs., donde el paciente está en su hogar,
“ ocupado” en distintas cuestiones cotidianas, que fueron autoriza­
das o que están dentro de lo pautado por el equipo terapéutico. Está
ocupado en mirar televisión, hablar por teléfono, dibujar, escribir,
leer o dorm ir y a su vez el at está leyendo, o m irando televisión, en
los casos donde no se indica una actividad, está “ como quien hace
otra cosa” . N o está “ a la espera” , ni en posición de “ escucha” frente
al paciente que “ tendría que” hablarle, sino que se constituye en una
presencia cercana, expectante, de alguien que no es un fam iliar ni un
amigo.
Acompañamiento terapéutico / 12S

Es necesario trabajar al respecto sobre los preconceptos o prejuicios


del at. En este sentido, apelo a las precisiones en la escritura de Klé-
ber Duarte Barreto28, quien afirma que el acompañante no puede
ejercer su función cuando le es difícil “ aceptar y com prender que
hace algo al no hacer absolutamente nada -solo estar presente” .

A l decir que el at estará “ a dem anda” , puede acercarse enton­


ces a la “ Intervención por demanda espontánea” , en parte forzando
los términos. Ese forzamiento, deliberado, apunta a generar algu­
na interrogación, al llevarnos a complicaciones si lo puntuamos en
relación a la división que hace Benyacar: acá se trata a su vez de
una “ Intervención por presencia” , aunque dadas las características
particulares de este rol del at, se trastoca esa línea divisoria, y esto
es lo interesante del lugar del acompañante. Es que está en el “aquí
y ahora” del lugar y el m om ento de la “ catástrofe” de un sujeto, o
cerca de la misma, en tiem po y espacio.

Recapitulemos para sintetizar este desarrollo: en la prim er m o­


dalidad no está “ a dem anda” y no se posiciona necesariamente “ a
la espera” de la misma, ni buscando generarla, sino que el at está
aquí disponible en tanto la misma emerja. Esto lleva a otra diferencia
en la situación, si lo comparamos con las sesiones de terapia, una
diferencia que hace a las variables de tiem po y espacio en que se
desarrolla el AT. Su marco particular, hogareño o callejero según los
casos, paradójicamente suele facilitar la aparición de ciertas deman­
das, o cierta expresión de angustias y ansiedades que el paciente no
manifestaba, y que ponía en ju e go a través de la actuación y vehicu-
lizaba en la impulsión o en el pasaje al acto. Esas manifestaciones,
la expresión de afectos, su puesta en palabras, aparecen allí con el at,
mientras bajo otras coordenadas no se presentaban, lo cual aporta
para pensar la especificidad del A T y sus efectos.

Veamos entonces ahora el otro tipo de presencia, en tanto implica


otra modalidad de intervención y tiene su propia relación con la
cuestión de lá demanda.

2) La otra vertiente es la de una intervención caracterizada por


la actividad, en una posición tendiente al “ hacer” , quedando en un
lugar distinto al de esa presencia atenta del punto anterior.

Por un lado, el acompañante tiene un objetivo de m ayor movili­


dad, con la meta de tareas a realizar, o consignas que pueden estar di­
rigidas a estimular o impulsar en cierta manera al paciente respecto
de actividades posibles. Esta intervención implica una presencia más
126 / Gustavo Pablo Rossi

“ activa” , donde la tarea acordada va a significar un acompañamiento


que ya no está “ a la espera” .

Con su actividad, tiende a construir ciertas “ escenas” en su coti-


dianeidad, determinados escenarios que le permitan al sujeto sos­
tenerse, ligarse a algún proyecto, transitar sus días de otra manera.
Aunque sea en el “mientras tanto” de un m om ento de su tratamien­
to, en un escenario que apostamos a construir con el sujeto, sus in­
tereses y sus deseos.

En esta línea, Carlos García Bo29 califica al at como “interventor",


cuando “ hace falta efectividad en alguna instancia cotidiana del pa­
ciente” , en su organización diaria, y no alcanza para esto con lo
trabajado en las sesiones.
Por otra parte, pero también en esta perspectiva de una “ acción”
del at, a veces su escucha o su palabra están por así decir “ direcciona-
das” . Por ejemplo, si se plantea la importancia de dialogar sobre de­
terminados temas: com o sucedió en el caso de H., una paciente que
rechazaba y evadía las cuestiones concernientes al consumo de alco­
hol, “ motivo” de su tratamiento. Esto ocurría de la mano de toda una
serie de actos transgresores, de conductas de “ negación” , mientras se
iba deteriorando su estado, exponiéndose cada vez más a situaciones
de riesgo para su vida y la de sus hijos, con quienes convivía. En el
espacio de AT, inicialmente, la paciente se “ escurría” ante la posibili­
dad de hablar de esa problemática, respetando las acompañantes sus
silencios, sus salidas mediante chistes, sus ambigüedades en cuanto al
estado en que estaba. Luego de un prim er tiempo, ya no se dio mar­
gen a dicha evasión del tema, y se decidió incluir desde la tarea de
las acompañantes en form a explícita esta problemática diariamente:
qué le había pasado respecto al alcohol ese día, si había consumido o
no, etc. Es decir, conversar sin rodeos de esto, tratando de acotar esa
ambigüedad en las respuestas de la paciente. Al poder dialogarse con
ella sobre la cuestión de su consumo (luego de esa etapa inicial de un
A T más “pasivo” ), se produce una “vuelta” de esta temática para el es­
pacio de las sesiones individuales, ya que de alguna manera se tendía
a que pudiera “sintomatizar” algo de dicha cuestión, no sin el trabajo
con el terapeuta. Y que se reubicara subjetivamente su posición ante
ese consumo. Se plantea entonces poner un tope a dicha posición tan
esquiva como metonímica, de evasión, para que no se precipite en
un deterioro incesante y en un previsible abandono del tratamiento,
como tantas otras veces.
Acompañamiento terapéutico / 1Z7

En ocasiones entonces, esta intervención se modula en términos


de una escucha “ menos libre” sobre ciertas problemáticas, donde no
se “ escucha todo igual” -e n el sentido del “ palabrerío” sobre cual­
quier cosa de lo cotidiano- sino que va a plantearse una interven­
ción del at que “ acota” , que “ no da lugar” , o al menos no otorga
tanto lugar a ciertas temáticas para dar espacio a otras, etcétera.

Existen también en estos puntos coincidencias con la propuesta


de Belanger y Riou (1997),30en cuanto al tratamiento de la psicosis,
donde esta intervención es una acción “ sobre la palabra delirante
enmarcando sus límites” . Teniendo “un rol activo” , el acompañante
intervendrá para hacer que el discurso delirante “ no invada todo
el espacio de palabra” del sujeto, sino que se tratará de que vaya
teniendo “un tiem po y un lugar de expresión” . Esa determinación
de ciertos límites lleva a que el psicótico no quede “ tom ado” en esa
invasión ligada a aquello pulsional que lo excede, para construir un
espacio subjetivo. Esto podrá ser producto de toda una “ negocia­
ción”, que tiene en cuenta las posibilidades y necesidades del sujeto
en cada momento, así como las cuestiones atinentes al lazo social, su
relación con su “ entorno” , con el espacio público.

Para volver sobre el primer punto, pero también para pensar la ar­
ticulación entre esa primer dimensión y la segunda que esquematicé
para el at, me remito además a la manera en que se piensa el momento
inicial del AT, en el abordaje institucional propuesto por ambos auto­
res31: un aspecto primordial del trabajo en ese momento consiste en
“ crear un espacio de confianza en una palabra por advenir” . En esa
instancia, no se trata de tomar una posición frente al discurso delirante,
en cuanto a rechazarlo, confirmarlo o interpretarlo, sino sobre todo de
“escuchar” el delirio “tal como es dicho” , así como de “reconocerle un
lugar” para ese sujeto y su historia. Para formularlo en otros términos:
si el at sabe “callar” , va a facilitar que advenga el decir del sujeto que
acompaña. En otro tiempo tendrá que trabajar sobre ese decir, sobre
aquello que se generó a partir del movimiento. Cabe recordar, por otra
parte, que estos tiempos tienen un sentido tanto lógico como cronoló­
gico, es decir, puede alternarse en un mismo sujeto, y por ende en la
posición del at, los momentos donde sea necesario “ callar” , ser testigo,
con momentos en que el vínculo posibilita otra modalidad de trabajo
para el at, otra posibilidad para su palabra.

Consignem os también que incluso cuando no interviene ver­


balm ente puede haber una decisión táctica de parte del at, respecto
128 / Gustavo Pablo Rossi

de qué “ hacer” con su presencia y con su ausencia, y podrán produ­


cirse efectos en tanto se señale así algo para el paciente y su familia,
que puede ser reelaborado o trabajado luego. La toma de distancia
(física) en una situación de charla familiar, puede ilustramos sobre
ese registro de cierta ausencia del at en la situación: que el at se aleje
de la habitación donde está dándose ese diálogo, o se quede, no es
indiferente. Ejemplos de esto se dan en la interrelación del at con
el entorno familiar, cuando al aparecer discusiones familiares recu­
rrentes, escenas conflictivas, etc., muchas veces son resignificadas a
partir de esa “marca” que implica la presencia del at y/o su palabra;
siempre en la m edida en que existan las condiciones -e n la familia
y en el equipo terapéutico- para ser trabajadas.

El más o el menos transferenciaI: el acompañante terapéutico, entre la


falta y el exceso
En términos de lo que sucede fenom énicamente con la dinámica
transferencial que se produce en cada caso y del soporte transferen­
cia! posible, consideramos dos perspectivas para la intervención del
AT, a manera de síntesis.

Desde esta lectura de la situación clínica, el A T se propone para


compensar en cierto sentido determinadas dificultades que pertur­
ban la marcha de un análisis, e incluso obturan la posibilidad de ins­
talación de un dispositivo analítico, sea por exceso, sea por defecto de
la dimensión transferencial, o por situaciones donde no es posible
sostener el análisis desde la presencia y la intervención excluyente
del analista. 32 Podem os decir, esquemáticamente:

a- Con el analista algo “no alcanza”', algo está en falta.


b- Con el analista algo está “sobrando”-, está en exceso.

a- Se presenta acá lo que podemos llamar una “ insuficiencia” ,


en términos de una dificultad en la instalación de la transferencia,
de un trabajo de transferencia donde el analista pueda encarnar su
lugar para un sujeto.

Puede pensarse en aquellos tratamientos donde existe una inte­


rrupción del trabajo de análisis, o la amenaza persistente de salida
del dispositivo, de caída de un sujeto respecto de la situación analí­
tica, en tanto aparece una interrupción de ese vínculo transferencial
-e n estos casos lá bil- que se había instalado, o que está todavía en
tiempos preliminares.
Acompañamiento terapéutico /129

Por ejemplo, la irrupción de una fuerte crisis depresiva, sin ese


sostén, hace que sea necesaria la implementación de otros recur­
sos, incluso muchas veces lleva al analista a decidir una internación,
existiendo en otras ocasiones un “ alejamiento” o “ desvinculación”
del caso, que se derivará vaya uno a saber donde... Tam bién lleva a
decidir que se incluya el tratamiento psicofarmacológico.

Con el analista no alcanza, quiere decir que el A T está indicado en


un esquema que permite sostener un dispositivo de tratamiento, me­
diante la contención, haciendo de soporte en la cotidianeidad de aquello
qué sobrepasa al sujeto y a su marco de referencia cotidiano, familiar
o de amistades. “ N o es suficiente con el analista” , en tanto no está al
alcance de su dispositivo de trabajo sostener por sí solo ese momento
crítico. N o es suficiente, aunque por ejem plo incremente el número
de sesiones. A l decir que no es suficiente, aludo tanto a su lugar trans­
ferencial, como a la posibilidad de que sus actos tengan efectos (por
así decir) en ámbitos por fuera del consultorio. Y reitero que, a veces,
tampoco resulta pertinente que intervenga en cuestiones ordenado­
ras de lo cotidiano, en tanto esto complique la posibilidad de manio­
bra en el vínculo transferencial, esto es, en la marcha del análisis.

b- Con el analista algo está “en más", se encuentra un exceso. Acá


recortamos netamente aquel exceso en cuanto al vínculo transfe­
rencial que se encuentra en determinados pacientes, esto ha sido
descripto recurrentemente por analistas de diversas escuelas, que
apelaron a recursos diferenciales en la clínica.

Existe una necesidad de diversificación de la transferencia, como


forma de apuntar a una preservación del vínculo con el terapeu­
ta, dando lugar al abordaje a partir de lá mediación del/los acom-
pañante/s de cuestiones particularmente conflictivas que ponen en
ju ego un compromiso anexo de la persona del analista, que lleva a un
límite donde no puede sostenerse en su función. Esa diversificación
permite la presencia de otros, donde esa fuerza transferencial es
demasiado para “uno solo” , algo le sobra al lugar en que queda el
analista. Se trata, a su vez, de una m ediación que implica un tiempo,
que transcurre con otros, a partir del cual podrá darse luego otras
posibilidades para el trabajo, en el espacio de análisis.

Hay autores que hablan de la necesidad de disociación de ese


montaje, y es allí donde el acompañante perm itiría un trabajo con
alguien más que el analista. Se ha planteado en casos de erotoma-
nía, en casos de paranoia33 donde en los momentos de crisis apare­
130 / Gustavo Pablo Rossi

cen situaciones que hacen centro en el analista, generándose lo que


llamaría una especie de tsunami transferencial, imposible de conte­
ner. A lg o de esto es lo que sucedía en el caso de la paciente “ D ” , que
presentaba a propósito de las instancias del A T en un proyecto de
tratamiento.

Retom o en otro párrafo el trabajo de C. García Bo34, en lo referen­


te a las psicosis, donde pensaremos esta vertiente, y el lugar del AT:
“ La psicosis, histórica y estructuralmente implicó un abordaje insti­
tucional; dicho de otro modo, nos mostró que desde la instancia del
Otro Social se suplió de hecho o con algún fundamento de razón, la
terceridad abolida por lapreclusión (...) Pero en términos de un análisis
posible de las psicosis me pregunto ¿la función del A T no materializa
en persona, con una presencia nombrable, una referencia necesaria
en la dualidad analista-paciente? ¿N o nos indica una alternativa... o
sea el otro entre dos que hace posible el soporte del espacio transferen­
cial... y que a su vez funcione com o transferencia desdoblada?”

Y se pregunta también acerca de aquellos análisis de sujetos psicóti­


cos extendidos en el tiempo, si “ no han presentado la necesidad de la
presencia de un A T ” . “ Esta función puede ser desarrollada por otros.
De hecho familiares, amigos, vecinos, etc la efectivizan, pero entiendo
que en cada análisis en algún mom ento esta función convoca a un AT...
sea por distinta circunstancia o avatar. Constituye algo contingentemente
necesario encamado en alguien. Y el A T soportará las mismas condiciones
que el analista, por eso lo de transferencia desdoblada, la función de
testigo, de orientador de goce, de philia, de sostener el autotratamien-
to del paciente (...) y en el cada caso se dirimirá la complejidad de su
intervención. ¿Cómo se dirimirá su intervención?, en interlocución con
el analista; referido a una estrategia, que supone las coordenadas de ese
análisis.”
A propósito de esto, vuelvo a la propuesta de Lacan del final del
capítulo anterior, al preguntarse, en lo relativo a la organización
de la transferencia, “cóm o domesticar la transferencia salvaje, cóm o
hacer entrar al elefante salvaje en el cercado...”35

Y nos interrogamos, tratando de evitar el furor curandis: ¿en qué


casos puede intervenir el recurso del acompañamiento para “ d o­
mesticar la transferencia salvaje” ? ¿Qué significa en términos de la
dirección posible de la cura? ¿Cóm o hacer para no caer en la tram­
pa de responder a ese amago? De no “ comerse el amague” , digamos en
términos futbolísticos.
Acompañamiento terapéutico /131

El acting out, el pasaje al acto, como intentos de “ arrancar a la an­


gustia su certeza” plantean para el sujeto la dificultad de sintomatizar,
así como para el analista de sostenerse en el orden del semblante.
¿Habrá allí con el A T la posibilidad de dar un tiem po y un espacio
que despejen otro camino? La respuesta será caso por caso.

Para finalizar, señalemos que en las dos instancias antes descrip­


tas, el acompañante podrá intervenir en situaciones de urgencia, las
cuales implicarán características distintas para su rol. Debe evaluar­
se si es pertinente, así como el m om ento y la m odalidad precisa en
que podría incluirse este recurso, por las consecuencias de su posi­
ción ante las diferentes situaciones transferenciales.

Y en el terreno de los interrogantes, al situar las características de


la transferencia en la situación de AT, cabe plantear: qué hacer con
esta transferencia cuyo receptor no es el analista, que no es recibida
por el at desde la posición del “ intérprete” . Por otra parte,¿desde
esa transferencia con el analista algo se “ derram a" hacia el at, algo
se “ extiende” al at? Con esta im agen intento pensar una cuestión
que resulta compleja desde lo conceptual. Sin embargo, fenom é­
nicamente nos encontramos, a veces, con cierto rasgo de la trans­
ferencia que se produce en paralelo, entre analista y at. A su vez, la
complejidad del fenóm eno lo muestra el hecho de que en ocasiones
donde hay varios acompañantes, la transferencia tiene aristas to­
talmente distintas con cada uno. Entonces, ¿qué están llamados a
“soportar” en esa “ multiplicación” transferencial?

C om o se ha planteado al pensar sus características en el AT,


¿puede situarse una transferencia donde prevalece el eje imaginario?
Es una línea en la que trabajamos36. El tema no está cerrado y, para
ser consecuentes, no intentamos cerrarlo aquí.

C om o contrapartida, termino con una afirmación: la presencia y


la intervención del at debe tener en cuenta la transferencia que se
produce en cada caso, que la aloje en cada situación, sin que esto sea
sinónimo de hacerla trabajar en términos del dispositivo de análisis,
al ser la respuesta del acompañante diferente.
13H / Gustavo Pablo Rossi

Notas

1 Cavagna, Nora, 1994.


2 Cf. Aubengue, P.; publicado en la Revista de psicoanálisis “ElMurciélago"-,
Bs. As., Ed. Anáfora, Nro 2, Mayo de 1990.
3 En términos de G. Pommier (1996), prestarse al semblant (sea cual sea)
implica que pueda ser investido con el lugar transferencial que cada paciente
“ quiera” .
4 García Bo, C.; “Acompañamiento (terapéutico) y psicosis” , trabajo
presentado en las leras. Jornadas de la Práctica Profesional “Fundamentos
clínicos del Acompañamiento Terapéutico” , Facultad de Psicología UBA,
2004. Ficha de la Cátedra.
5 Gueller, D.; Entrevista a Roland Broca, en: Rev. Psicoanálisis y el Hospital,
1994.
6 Cf. Lacan, J.; Seminario sobre La angustia, Clase 25.
7 Glasman, C.; Un caso de curación psiquiátrica favorable a la teoría psicoana-
lítica; en Rev. Psicoanálisis y el Hospital, Nro. 9, Bs. As., 1996.
8 Glasman, C.; Op. Cit.
9 Preguntas que se suman a las paradojas mencionadas por Aristóteles en la
relación de amistad. Cf. Aubenque, P., 1990.
10 Ritvo, J. B. (2006), Figuras del prójimo, Bs. As., Ed. Letra Viva. Remito al
libro a quienes les interese un mayor desarrollo para seguir la línea de su
trabajo.
11 Ibid. P. 69.
12 Ibid. P. 70.
13 Hay que considerar, en una lectura lacaniana, a este Otro como ligado a aquel
universo donde el sujeto viene a constituirse y alienarse, así como el mundo
simbólico, aunque es un concepto complejo (a veces apresuradamente
simplificado) que lleva a numerosos desarrollos. Pero a partir de esta lectura
de Ritvo sobre la idea de prójimo, tomo una dimensión de ese Otro como
aquel que puede aplastar al sujeto, en tanto éste puede quedar sometido a
su “ capricho” absoluto, como “ objeto” de ese Otro, cuando no se produce
alguna separación del Otro (la cual debe ser una separación que no lo haga
tampoco “ caerse” de ese lugar).
14 Lacan, J.; La dirección de la cura y los principios de su poder, p. 577.
Escritos, Ed. S X X I, Bs. As., 1985. Las itálicas no están en el original.
15 Lacan, J.; Seminario III, Clase 19.
16 Lacan, J.; Seminario III, Clase 19.
17 El antropólogo Edward T. Hall, define la proxémica como “ el estudio de
cómo el hombre estructura inconscientemente el microespacio” . Fuentes:
www.geocities.com/Athens/Column y www.icalquinta.cl.
18 Ritvo, J. B., 2006. P.40. Acoto aquí la referencia a dicho texto, que lleva a
desarrollos de la filosofía y el psicoanálisis francés, muy apreciables aunque
Acompañamiento terapéutico /133

de una extensión y minuciosidad que excede el interés de este capítulo.


Freud, S.; Lo siniestro (1919); Obras completas, Ed. Amorrortu, 1979.
El at como testigo del sujeto, es una vertiente a considerar en muchos casos,
como ha sido planteada con pacientes psicóticos especialmente, en artículos
sobre el tema escritos desde diferentes escuelas teóricas.
Ese planteo fue realizado en estos términos por Demetrio Dermitgian, a
quien agradezco su interlocución en las charlas previas que tuvimos para la
organización de la Mesa Redonda sobre Acompañamiento Terapéutico del
Segundo Congreso Argentino de Salud Mental (de la Asociación Argentina
de Salud Mental, AASM, Bs. As., 2007).
Cf. Duarte Barreto, K.; 2005, entre otros.
Alexander, F. (1956). Para los estudiantes y las generaciones más jóvenes,
debe destacarse que no es un autor irrelevante, y menos en Argentina,
donde toda la línea “psicosomática” que tuvo como autor central a Alexander
ha sido de mucha influencia entre los primeros grupos institucionales de
psicoanalistas ligados a la IPA.
Op. cit., p. 53
Op. cit., p. 56
Dorfman Lerner, B., 1984.
Bonyacar, M., P. 200, 2003.
Duarte Barreto, K..; 2005, P.68.
García Bo, C.; “Acompañamiento (terapéutico) y psicosis” , trabajo
presentado en las leras. Jornadas de la Práctica Profesional “ Fundamentos
del Acompañamiento Terapéutico", F. de Psicología UBA, 2004. Ficha de la
Cátedra.
Apollow, W. y otros, Tratar la psicosis, p. 151-157, Ed. Polemos, 1997.
Apollow, W. y otros, Tratar la psicosis, p. 152, Ed. Polemos, 1997.
Este planteo, pensado en la perspectiva de la transferencia, a la vez se
articula en la clínica con las tres instancias que mencioné, en el Capítulo 4.
Aunque no solamente en estas situaciones, ni queda reducido a estos
pacientes.
Op. cit., 2004.
J. Lacan; Seminario 10, “ La angustia” .
Que el at se ubique en esa relación de semejante a semejante, soporte de lo
imaginario, no quiere decir que deban ignorarse los otros registros.
Capítulo 7
El acompañamiento terapéutico con niños y
adolescentes
...el tiempo es demasiado tolerante
los padres no debieran adentrarse tanto en la edad de sus hijos
deberían morir al principio
o bien no morir nunca
por qué dividir así una vida
ser hijo durante tanto años
y de pronto no
proyectado de pronto
hacia juera
trastabillar enceguecido
irse de espaldas

César Fernandez Moreno,


en Argentino hasta la muerte

Un dispositivo acorde a la situación del niño y su familia


El acompañamiento terapéutico con niños y adolescentes ha te­
nido una destacable expansión en los últimos años, con m odalida­
des sumamente innovadoras, respondiendo a situaciones familiares
excepcionales, mediante intervenciones y dispositivos que se fueron
sistematizando en su especificidad de manera paulatina.

En estos casos, el acompañamiento terapéutico ofrece una inter­


vención personalizada que se desarrolla en el m edio familiar, social
o educativo del niño, así como en el marco de las instituciones asis-
tenciales, con objetivos delineados y orientados en una estrategia de
trabajo en equipo. Aunque en el últim o tiem po se lo ha solicitado
desde programas pedagógicos, tiene el valor especial de poder in­
tervenir en form a articulada a un proyecto psicoterapéutico.

Sus coordenadas fundamentales guardan consonancia respecto


al trabajo con adultos. A llí donde resulta insuficiente el tiem po y el
espacio del consultorio y/o la institución, para ampliar la tarea de las
distintas disciplinas intervinientes, el at posibilita un seguimiento y
una asistencia cotidiana en los ámbitos donde el niño requiere de la
ayuda cercana de un “ otro” , o el sostén de un adulto extra-familiar
136 / Gustavo Pablo Rossi

en determ inado m om ento de su desarrollo, frente a obstáculos que


no llegan a superarse.
L o habitual es que en estos acompañamientos se atiendan niños
“ con perturbaciones psíquicas severas” , si los agrupamos fenom éni­
camente: esto es, casos de debilidad mental, autismo, formas de las
psicosis infantiles, aquellos agrupados bajo el diagnóstico de Tras­
torno Generalizado del Desarrollo (TG D , según el DSM IV), y pro­
blemáticas asociadas a enfermedades neurológico-psiquiátricas.

En muchos casos se han producido reiterados cambios de tera­


peutas y/o de instituciones asistenciales, debido a complicaciones en
los tratamientos o al escaso avance de los mismos. Surge desde los
padres una demanda y una queja, respecto de las dificultades que se
presentan en el establecimiento del diagnóstico, que en la práctica
hace que lleguen a la consulta con varios diagnósticos, o en la bús­
queda de confirmación de alguno.
En otros casos aparece una significación cristalizada de su pro­
blemática, con una rigidez que im pide toda m ovilización familiar
y del niño respecto de eventuales cambios en la perspectiva con
que vienen al m om ento de solicitar un tratamiento. Suele suceder
cuando hay alguna variable neurológica de relevancia, o algún daño
cerebral determinado, pero también en niños y adolescentes que
llegan con el diagnóstico de debilidad mental, de retraso mental.
En este ámbito es común que atiendan al niño a la vez distintos
profesionales, a veces sin conformarse un equipo al tener distintas pro­
cedencias (cuando no pertenecen a la misma institución). M e refiero
a terapistas ocupacionales, kinesiólogos, psicomotricistas, fonoaudió-
logos, musicoterapeutas, con quienes será necesario buscar un espacio
de diálogo transversal cuando no existe un equipo, que favorezca el
trabajo con el niño respetando la particularidad de cada función.

En los últimos años, se ha hecho también frecuente la consulta en


situaciones donde no hay en prim er plano un trastorno psicopato-
lógico severo en el niño, sino que la demanda se asocia a problemá­
ticas físicas1 (discapacidades de relevancia, Síndrome de West, por
ejem plo), que tienen la particularidad de dificultar la organización
de la familia, observándose fenómenos que afectan fuertemente la
trama vincular entre sus miembros. O coyunturas propias de una
compleja dinámica fam iliar en la cual los padres no pueden hacerse
cargo de cuestiones de la cotidianeidad del niño, al menos m om en­
táneamente, com o ser perturbaciones importantes ante la particula­
ridad de un duelo y/o la depresión de alguno de los padres.
Acompañamiento terapéutico /13?

En el ambiente escolar, puede suceder que la atención dada por


los docentes a los niños no permita que este niño (al cual se indica
A T ) acceda a una integración apropiada en el proceso educativo,
por sus características personales, por determinada conflictiva que
esté atravesando, aunque dicha atención sea satisfactoria para los
demás compañeros pertenecientes al curso. En el contexto cotidia­
no de la escuela, a partir del vínculo particularizado con el niño, el
acompañante terapéutico -en el marco de un trabajo interdiscipli­
nario- abordará aquellas cuestiones que sean más pertinentes para
su integración y su desenvolvimiento en las actividades tendientes al
aprendizaje, favoreciendo tanto el vínculo con los otros niños, como
con el docente a cargo de la clase.

En una singular experiencia en este ámbito, con la Práctica Pro­


fesional “ Fundamentos Clínicos del Acom pañam iento Terapéutico”
(U BA), venimos trabajando con acompañamiento terapéutico en
instituciones asistenciales y “hogares” destinados a niños y adoles­
centes en situación de vulnerabilidad social, que se encuentran allí
por haber estado en “ situación de calle” , por haber padecido abuso
o encontrarse con problemáticas socio-familiares que dieron lugar
a la permanencia en una institución. Es una propuesta que genera
expectativas por los desarrollos que puedan continuarse, con sus
aristas particulares, en tanto la estrategia a sostener tiene necesa­
riamente que ubicar la cuestión comunitaria y de restitución de de­
rechos de estos niños: algunos vienen de una historia de muchos
años como “ chicos de la calle” , otros arrastran estructuras familiares
donde la precariedad y marginalidad tiene ya varias generaciones.
El nexo con el afuera, el trabajo en red para la revinculación del niño
con su familia, el acompañar los procesos d e egreso institucional,
son algunas de las tareas del at en este espacio.

Este capítulo analizará algunas coordenadas básicas de este tema:


comenzamos por describir los ámbitos principales de trabajo, para
abordar luego la complejidad y particularidad de esta práctica, m e­
diante una puntuación de conceptos y herramientas prácticas ne­
cesarias para el acompañamiento con niños y adolescentes. En el
ámbito de la infancia, en el A T aparece cierta contraposición en ese
“cruce” que se produce entre lo terapéutico y lo pedagógico, que es
una temática que suele presentarse en el abordaje “ psi” de la infan­
cia. L o veremos a propósito del desarrollo histórico, en el cual recor­
to algunas aristas de interés, partiendo del concepto de niño para ir
al abordaje de la alienación en la infancia y sus atravesamientos en
las distintas disciplinas y enfoques a lo largo del tiem po.
138 / Gustavo Pablo Rossi

Ámbitos de trabajo
Esquemáticamente, con estas descripciones prácticas veremos
tres ámbitos principales del acompañamiento terapéutico con niños
y adolescentes:

A - Solicitado desde un m arco institucional asistencia! -Centro


de Día, Clínica, Hospital-.
Trabajo en la institución: A T individual o grupal
Traslados y actividades en “espacios de la ciudad”: de la institución al
espacio “público”.
Actividades recreativas.

Las instituciones pueden estar orientadas hacia objetivos educa­


tivos, o tener un objetivo principalm ente terapéutico o recreativo,
con diferencias a su vez en cuanto a una mayor o m enor heteroge­
neidad de las características de los niños. El at se integra a un plan­
tel profesional para realizar actividades grupales o individuales.

En casos donde el niño muestra un aislamiento severo, bajo la


form a de autismo, psicosis infantiles, etc., puede requerirse una im ­
portante canddad de horas semanales de acompañamiento, con una
tarea que funciona como facilitadora en el “vínculo” del niño con los
otros y con los objetos. La actividad del A T motoriza y oficia como
“ m ediador” en muchos casos donde la perturbación en el lazo con
el entorno es muy marcada.

Tam bién es solicitado para actividades o salidas de manera pun­


tual en casos de jóvenes que se encuentran internados, por ejem plo
con adolescentes, donde se los acompañará a una institución para
realizar gestiones tendientes a la inclusión en un contexto educativo
o recreativo, o para asistir a una consulta médica, o una visita espe­
cial a un familiar con quien no convive. Tendrá una mayor o m enor
regularidad y continuidad de acuerdo a la situación en que se indica,
puede pautarse una serie de veces y no necesariamente planificarse
de manera semanal, con horarios y días preestablecidos. En estos
casos se trata también de que el mismo espacio y tiem po destinado
al A T para realizar alguna “ gestión” o una actividad por ejem plo de
tipo administrativa, se convierta en un espacio terapéutico. Esto es, en
un viaje en colectivo, a partir de ir generándose un vínculo con el
adolescente, el at va a dialogar sobre sus intereses, sus gustos, etc.
En el tiem po en que se encuentra con el joven, en los distintos ám­
bitos de lo cotidiano donde transcurre el AT, se aborda lo referente
Acompañamiento terapéutico /139

a la búsqueda de actividades que respondan a esos gustos y posibili­


dades en ese momento.

Casos como el de G., con diagnóstico de psicosis infantil, deja en­


señanzas en este punto. Tenía 13 años cuando se solicita el AT, cuya
modalidad comprendía el traslado desde su casa hasta el centro de
día, por la mañana, y el regreso una vez finalizadas las actividades
del mismo, a las 17 horas. En un principio, simplemente la consigna
era realizar dichos traslados. G. carecía de orientación témporo-es-
pacial, tenía un lenguaje rudimentario y, por momentos, un rechazo
a los lugares abiertos, al tránsito y los ruidos de la calle. C om o era de
suponer, ese simple traslado no fue tan simple. Es válido consignar
que el año previo había sido muy agotador para los padres, debido
a que toda salida de la casa era m otivo de crisis, requiriendo en ese
m om ento traslados exclusivamente en taxi o en el auto de la familia,
sin poder estar en lugares públicos.

Se pautó un tiem po de acompañamiento de dos horas, lo que


perm itió que una parte de ese horario se utilizara en la institución
o fuera de ella, en una plaza o en un bar, buscando trabajar en lo
vincular con G.. La distancia que había entre la casa y la institución
podía recorrerse en una m edia hora. Con la ayuda de generar un
m om ento lúdico, un espacio “ protegid o” que incluía al at, G. co­
m enzó a permanecer en lugares abiertos como una plaza y a transi­
tar p o r la ciudad, incluso yendo a otros espacios que se “ desviaban”
del camino habitual.

Luego se fue dando un intercambio con el at, y a veces con otros


niños, que lo llevó a establecer vínculos cualitativamente distintos, en
ámbitos que no eran los familiares (donde su lugar estaba muy “cris­
talizado” , de suma dependencia), como efecto de incluir esa actividad
en un marco más amplio que una “ gestión” a realizar. La propuesta en
estas situaciones es que el A T no quede en una tarea administrativa, por
más pedagógica que resulte (si se propone por ejemplo que aprenda a
ir solo), como sucede cuando el niño o adolescente sigue quedando en
una posición de objeto, sobre el cual hay que hacer algo.

Es así como el “ simple” objetivo inicial del traslado, al incluirse


en el marco de un proyecto de tratamiento puede tener otra signifi­
cación, e incluso alcanzar otros logros.

B- Sin un ámbito institucional


Indicado por un terapeuta. Amplía el espacio y el tiempo de la tarea
terapéutica.
140 / Gustavo Pablo Rossi

Intervención en el contexto familiar.


Actividades sociales y recreativas: de la casa al espacio “público”. Tras­
lados.
Contratado por la familia

A l no ser solicitado desde aquel marco institucional, puede re­


querirse A T para distintas instancias de trabajo, donde se contrata
directamente con la familia, a instancias de un terapeuta o equipo
privado. Puede ser también para traslados, para llevar al niño a sus
sesiones y/o a otros espacios terapéuticos (fonoaudiología, kinesio-
logía, etc.). Se incluye en salidas recreativas, o en la inserción social
en actividades educativas, y de intercambio con pares.

En el caso de R., un niño que nació con un síndrome neurológico


cuyo efecto fue un retraso madurativo con episodios de epilepsia, se
solicita A T cuando tenía 7 años. En principio es pensado por su te­
rapeuta como una form a de “ descomprimir” una situación familiar
que se tornaba angustiante, en especial hacer cierto “relevo” del lu­
gar materno. A los pocos meses del nacimiento del hermano de R.,
su segundo hijo, la madre aparecía fuertemente desbordada por la
crianza de ambos, generando esto cuestiones complicadas en el trato
con R., que demandaba una atención casi permanente, como sucedía
hasta la llegada de su hermano. La inclusión de acompañamiento en
la casa, por las tardes, al volver R. del centro de día, generó otro clima
familiar, resultando productivo el espacio de ju ego que se organizaba
luego de la merienda con R. La madre refiere al tiempo en entre­
vistas familiares con el terapeuta, que se encontraba aliviada y que
podía entablar otro vínculo con R. Se había sentido muy culpabilizada
durante los meses precedentes, lo que a su vez repercutía en su hijo,
quien tenía importantes reacciones agresivas.

Si es solicitado directamente por la familia, el acompañante debe


indagar acerca de la asistencia profesional que recibe el niño, para
entrar en comunicación, aclarando en especial el motivo p o r el
cual no fue solicitado por el/los terapeuta/s a cargo. Que haya o no
acuerdo profesional suele marcar caminos muy diferentes. A veces
surge de un pedido familiar, luego “ aceptado” por el terapeuta. En
esto, que encontremos posibilidades de articular un trabajo en equi­
p o tiene también el valor de un buen pronóstico en lo que hace al
acompañamiento.
La explicitación de estas cuestiones y de las características del
trabajo en ese caso, es un paso inicial para establecer un encuadre
Acompañamiento terapéutico /141

preciso, sin el cual luego puede resultar difícil maniobrar directa­


mente con los padres, al no poder recurrir al lugar de terceridad que
significa el terapeuta o el equipo que lo indica.

Igual que con adultos, cuando el niño no está en tratamiento, de


acuerdo a la problemática que presente, será conveniente recurrir
a un profesional para una interconsulta, de manera de enmarcar
los límites de la intervención del acompañante, evitando generar
expectativas confusas y distorsiones en su tarea.

C- En el ámbito educativo - Jardín de infantes, preescolar o pri­


meros grados.

Participa en la integración escolar, en escuela común o especial.


Concurre en los horarios de clases, varios días a la semana. Se arti­
cula con la dirección de la institución, el equipo técnico y la maestra.
Se indica en:

- Perturbaciones psíquicas graves en la infancia. Es frecuente un


diagnóstico de T G D que amerita alguna integración escolar, aun­
que hay casos donde no existe una precisión diagnóstica.
- Retrasos madurativos, debilidad mental leve.
- Fobias escolares severas.
- Fracasos reiterados en la integración escolar.
- Dificultades relevantes en la adaptación social y en el control
de impulsos.

Existe una demanda creciente para la inclusión en situaciones


de integración del niño/adolescente con necesidades especiales a la
escuela, común o especial, cuya inserción se ve dificultada p o r sus
características en cuanto a dificultades en la comunicación, en el
vínculo con adultos o con otros chicos, o dificultades en cuanto a su
producción intelectual sin un apoyo cercano, etcétera.

Se incluye un at para que esté en el horario escolar con el niño,


en un trabajo que apunta a que vaya integrándose al grupo y a abor­
dar las cuestiones de su posibilidad de aprendizaje. A veces de ma­
nera paralela perm ite el at algún “ alivio” en cuanto a la tarea del/la
docente a cargo, en casos donde resulta muy dificultoso el manejo
cotidiano de ese niño.

La integración escolar con ats, de manera complementaria al tra­


bajo realizado por el gabinete profesional de la escuela, es una ex­
periencia que está en expansión tanto en la ciudad de Buenos Aires
142 / Gustavo Pablo Rossi

como en otros lugares del país. Niños con dificultades significativas de


aprendizaje, que se asocian a problemáticas psicopatológicas, cuentan
con este recurso.
Relato a continuación simplemente los objetivos del inicio de un
caso, para presentar com o se planteó el A T en un niño de 5 años,
con un diagnóstico de Trastorno Generalizado del Desarrollo, con
marcada desconexión con su entorno.

E l caso Mariano: objetivos del Acompañamiento Terapéutico en la ins­


titución escolar
En una prim era etapa, el A T participa en la evaluación del des­
envolvim iento del niño en las diferentes actividades y en sus víncu­
los en el jardín/escuela, y aporta desde allí al diseño de trabajo en el
marco de un equipo psicoterapéutico interdisciplinario.

Se propone para favorecer la actividad intersubjetiva, la comu­


nicación y el desarrollo del vínculo con otros (niños y adultos), de
manera articulada a la propuesta pedagógica institucional.

Estimula el desarrollo de la actividad lúdica.

Favorece la ampliación de la autonomía y autovalimiento.

En los aspectos pedagógicos de la integración escolar, su trabajo


permitirá:
-Estimular una postura más placentera frente al aprendizaje fo r­
m al o escolar.
-Fomentar la participación en las propuestas escolares.
-Orientar tácticas de búsqueda e investigación de información.
-Asistir al niño en actividades que le permitan mejorar la atención.
-Colaborar en el diseño de situaciones educativas que posibiliten
el aprendizaje.

Por otra parte, los desarrollos de quienes estudiaron las estrate­


gias para los procesos de integración institucional de alumnos con ne­
cesidades especiales, perm iten dividir dos modalidades principales
de intervención. Sin profundizar en el tema, considero que puede
resultar útil tener esos lincamientos para quienes se proponen tra­
bajar en este campo:

1- Integración centrada en el emplazamiento del alumno con “discapacidades”

En este caso, la perspectiva para la intervención no establece d i­


ferencia entre escolarización y educación. Sin embargo, que el niño se
Acompañamiento terapéutico /143

encuentre escolarizado no necesariamente va en dirección del me­


joram iento de la calidad de sus vínculos y de su integración en un
proyecto educativo congruente con sus necesidades y capacidades.

2- Integración centrada en dar lugar a la diversidad

Dentro de ésta hacemos una subdivisión, que aporta precisiones


para la planificación que se realiza:

2.a -Programas específicos de intervención sobre el alumno aten­


diendo a sus diferencias.

2.b -Programas institucionales de intervención. Se trata de un


trabajo en conjunto entre los profesionales y la comunidad educati­
va, en un proyecto educativo común. La propuesta es de una moda­
lidad educativa única pero acorde con el respeto a la diversidad.

El niño, entre la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis


U n breve panorama histórico puede iniciarse a partir de una
pregunta con connotaciones políticas en la Argentina: ¿los únicos
privilegiados son los niños? Si esto fuera así: ¿desde cuándo?

Algunos investigadores afirman que hacia fines del siglo XVI


aparecen los orígenes del concepto de infancia, enmarcado en ideas
morales y religiosas. Cuesta imaginar un tiem po en que la infancia
no era considerada en sí misma con un interés particularizado, no
era un tiem po “ privilegiado” en la vida de un sujeto. Sin embar­
go, como lo estudiaron en profundidad distintos autores, no había
antes del siglo X IX una sensibilidad especial por la infancia.2 Por el
contrario, autores como L. de Mausse sostienen en sus escritos la
existencia de un fuerte maltrato y abusos cometidos contra los niños
desde tiempos remotos hasta pasada la Edad Media, incluso con
la aceptación en algunas culturas del infanticidio com o un hecho
cotidiano y natural.

En la perspectiva de la intervención social, en el transcurso del


siglo X IX , la tematización de la niñez surge más tem prano en el
plano del interés pedagógico, cercano muchas veces al control social
y a una intervención normativa. Su valoración com o un tema espe­
cíficamente médico irá de la mano de ese interés. Las modalidades
asistenciales que tendrá la niñez son producto de una superposición
de miradas, generándose, en prim era instancia, la instalación de
sistemas destinados al control de la infancia, bajo la consigna de la
144 / Gustavo Pablo Rossi

p rotección de los desamparados/desviados en los primeros años de sus


vidas, con una injerencia que llegaba en esos casos, por su propia
lógica, hasta las familias.

Por su parte, y sin ser ajeno a esta problemática, enfocando es­


pecialm ente el abordaje de la denominada patología mental en la
infancia, el comienzo de esta asistencia remite al tratamiento m édi­
co-pedagógico del “ niño-lobo” , sustentado en la educación del oli-
gofrénico, que en esa época -hacia fines del siglo X V I I - era llamado
el “ niño idiota”3. En un período que puede situarse cerca del año 1800
y se extiende hasta las dos últimas décadas de ese siglo, la clínica se abo­
caba a una elaboración semiológica proveniente de la psiquiatría del
adulto, cuyo centro era, con sus particularidades, Pinel y Esquirol. La
única noción a la que se remitía el estudio y el tratamiento de la aliena­
ción en la infancia era la de detención del desarrollo, bajo una concepción
de la niñez que fue pensada acertadamente como adultomorfismo. Los
trabajos sobre la idiotez ocupan un lugar excluyeme: no existe otra for­
ma de pensar la alienación en la niñez, o, como se ha dicho, los autores
de la época no creen en la existencia de la locura propiamente dicha
en la infancia. La patología mental quedaba subsumida dentro de los
desarrollos sobre la idiocia, la imbecilidad, el cretinismo, etc. Los deba­
tes se hacían en tom o a la reversibilidad o no de ese estado, ganando
reconocimiento denominados educadores de idiotas, quienes apostaban a
demostrar que esos niños no eran “incurables” , y que podían adquirir
algún grado de conocimiento o de instrucción. Itard, Seguin, Boume-
ville, entre otros, reflexionan y llevan adelante sus propuestas en ese
contexto.

En ese marco, el estudio definido de una psicología del niño, los


intentos de asistencia y teorización psiquiátrica, comenzaron a des­
plegarse con mayor nitidez en el último cuarto del siglo X I X 4, con
un interés creciente hacia las primeras décadas del siglo X X .

Por las dificultades para constituir un campo específico, un psi­


quiatra tan reconocido en este ámbito como L eo Kanner, llega a
afirmar categóricamente que “ al comenzar el siglo X X no había
nada que pudiera considerarse psiquiatría de la niñez”5

La escasa experiencia paidopsiquiátrica puede asociarse a aque­


lla concepción de la infancia: el niño como adulto en potencia. El con­
tenido dado a la infancia era tender al estado adulto, no tenía en sí
misma otro sentido esta etapa de la vida. La escuela, siguiendo estos
razonamientos, es pensada como fábrica de la humanidad, y el niño
Acompañamiento terapéutico /145

como objeto a educar. N o es casual entonces que en aquella cultura


era especialmente el campo pedagógico aquel que aportaba las ex­
plicaciones más detalladas sobre distintos aspectos de la infancia.
Acotemos que hacia 1906, será la aparición del concepto de demen­
cia precocísima, de Sante de Sanctis6, lo que comenzará a marcar un ca­
mino diferente. A partir de esto, la separación entre las formas de las
‘locuras” , por un lado, y los problemas del desarrollo intelectual, los
fenómenos de la deficiencia mental, por otro, producen un quiebre que
da lugar a una mayor especificidad en el abordaje clínico del niño.

Muy sintéticamente consigno que a esto se suma luego la im por­


tancia que tendrá el pasaje a las nociones de esquizofrenia y psicosis
infantiles, ya entrado el siglo X X , con la impronta de las distintas
escuelas del psicoanálisis. Resta destacar para finalizar el valor de
la conceptualización de un cuadro clínico observado precisamente
por Kanner ya en los primeros años de vida: el autismo infantil precoz.
Se avanza entonces hacia una especificidad clínica y conceptual que
llega así a considerar el am plio espectro de las perturbaciones psí­
quicas graves de la infancia, remontándose a las más primarias de
las alienaciones y a lo más temprano del sujeto humano.

Las herramientas teóricas del psicoanálisis, pero también su


abordaje clínico, adquieren un especial protagonism o a partir de
esa época, principalmente desde la segunda mitad del siglo X X .

Aportes de conceptos psicoanaliticos para la práctica del AT


Aunque en la perspectiva de Freud la infancia sólo adquiere va­
lor para el analista en tanto que dicha y producida a posteriori, es
decir, “ reconstruida” desde el adulto en la cura, paradójicamente
los aportes del psicoanálisis serán centrales en esta historia, incluso
para sus críticos. Si bien su creador no analizaba niños, ni mostró
un particular interés en el ejercicio del psicoanálisis con niños pro­
piamente dicho, sus ideas provocaron virajes fundamentales en la
mirada moderna de la relación niño-adulto. En vez de proponer
que se subraye en el niño lo que anticipa del adulto, nos muestra en
el adulto lo que tiene de niño7.

Por ejemplo, no sorprende actualmente pensar en la sexualidad


de los niños y es usual que la pediatría aborde con las madres estos
temas y dialogue sobre las diferentes etapas de la evolución em o­
cional del niño, bajo el tamiz de otros atravesamientos discursivos,
incluido el del “ sentido común” .
146 / Gustavo Pablo Rossi

Sin embargo, la clínica del psicoanálisis con niños tendrá sus


controversias, en especial respecto a la particularidad de su inter­
vención a sus diferencias con el análisis del adulto. En ese contexto,
también la disyuntiva planteada en términos del lugar de la variable
educativa en el tratamiento psicoanalítico del niño, se traslada a lo
largo de los años. L a especificidad de este ámbito sigue quedando
abierta a perspectivas diversas.
Las valoración en mayor o m enor m edida del aspecto evolutivo
del niño (diacrónico, o del desarrollo), y el aspecto sincrónico (que
alude a la constitución estructural com o sujeto), con sus efectos en la
form a de plantear el diagnóstico, también atraviesan la orientación
que tendrá el abordaje con niños hasta la actualidad.

Las formas de la alienación en la infancia. Diagnóstico y crisis en el niño


Diversos autores, desde el psicoanálisis pero también desde lec­
turas psiquiátricas, expusieron la dificultad para encontrar una espe­
cificidad al diagnosticar los llamados trastornos graves en los niños,
lamentando frecuentemente la insuficiencia de instrumentos semióti-
cos que sirvan de base para una construcción diagnóstica sólida8.
J. De Ajuriaguerra, cuando evalúa la especificidad de la definición
de las psicosis infantiles para la psiquiatría, dirá: “ En cualquier caso, la
simple traslación del marco sem iológico adulto al niño es errónea
en dos aspectos: 1) la dificultad de integrar en el niño el concepto
de demencia, lo que implica una organización previa, suficientemente
desarrollada; y 2) la infrecuencia, por no decir la ausencia, de delirio
crónico en el niño” . En coincidencia con el panorama histórico, des­
de las primeras descripciones de psicosis infantiles, el haber intentado
“ calcar rigurosamente” , en la descripción de la psicopatología del
niño, las características de la psicopatología adulta, llevó a un calle­
jó n sin salida, puesto que cuanto más rigurosamente se intentó esa
correspondencia “ tanto menos casos clínicos se hallaron” .

En la perspectiva del psicoanálisis, decimos que al abordar la niñez


será necesario considerar tanto al tiem po lógico como al cronológico
en la estructuración de un sujeto. En esta dirección, vamos a puntuar
en nuestro recorrido algunos conceptos de Contardo Calligaris, psi­
coanalista, que plantea que no corresponde pensar la “psicosis infan­
til” con los mismos instrumentos que las psicosis del adulto.9

J. Lacan (con la presentación del caso de Rosine Lefort, “ El lobo,


el lob o”) dirá que “ estos casos graves” van a colocar al analista en
una posición muy incómoda en cuanto al diagnóstico, en una gran
Acompañamiento terapéutico /14?

“ambigüedad nosológica” . A su vez, esta posición incóm oda en


cuanto al diagnóstico nos va a rem itir a una posición nada cómoda
en la clínica, en la posibilidad de sostener estos tratamientos.

En el Seminario 2, “ El yo en la teoría de Freud” , afirma: “ En cierto


m odo no se sabe si es correcto emplear la misma palabra para las psi­
cosis del niño y del adulto. Durante décadas se rehusó pensar que en
el niño pudiera haber verdaderas psicosis, y se intentó ligar los fenó­
menos con ciertas condiciones orgánicas. En el niño y en el adulto las
psicosis no están estructuradas en absoluto de la misma forma...”

C. Calligaris considera importante diferenciar: a) niños que pre­


sentan “ trastornos” en su infancia, de b) niños en cuya infancia no
existen esas crisis o trastornos -es decir, el desencadenamiento de la
psicosis se produce en la adultez, o a posteriori de la pubertad-.

Se constata que la evolución clínica de un niño “psícótíco” va a ser


muy diferente de lo que será la de un paciente “psicótico” adulto.

Subrayo: las psicosis que se desencadena en la adultez, por ende,


no suponen lo que llamamos un “niño psicótico” . Si partimos de la
hipótesis referente a la “ constitución de una estructuración psicótica
en la infancia” , esto no lleva necesariamente a que se pueda hablar
de ese niño como psicótico. La llamada “ psicosis infantil” -incluyen­
do en ella las numerosas formas que se diagnostican com o T G D -
hablaría de fracasos en una estructuración, que no necesariamente es
la psicótica, sino que puede ser también la neurótica.

“ En las manifestaciones que llamamos psicosis en la infancia, que


son manifestaciones críticas, estaríamos confrontados con algo que
fracasa en esa estructuración, incluso en la constitución misma de
una estructura psicótica.10” Y Calligaris va a decir que el analista
puede ayudar a superar la crisis volviendo al niño al “ trabajo de
construcción de su propia estructuración” .

Con esa posición conceptual y su incidencia a los fines del diagnós­


tico, abre una perspectiva que otorga mucho valor a las posibilidades
de un trabajo clínico en tiempos de la infancia, y es en este contexto
donde traemos también la importancia del espacio del AT.

El componente “orgánico" en el niño con “perturbaciones psíquicas


severas"
Seguimos en el tema, aunque abrimos otra problemática. Maud
Mannoni planteó que durante mucho tiempo el trabajo con el campo
148 / Gustavo Pablo Rossi

de las patologías severas fue evitado en numerosas ocasiones desde el


psicoanálisis, aunque esto lo vemos también actualmente, quizá con
otros argumentos. A l referirse al tratamiento del niño con problemas
de base orgánica, en su libro El niño retardado y su madre, Mannoni (una
de las analistas pioneras en este campo), dice que “la creencia en la na­
turaleza orgánica de ciertas afecciones (...) ha servido como excusa ante
nuestra impotencia frente a estos casos, de niños llamados anormales.”

Ligad o a esto, un tema de gran actualidad es el referente al com ­


ponente orgánico, neurológico o genético. Se ha fortalecido en el
im aginario social la influencia de terapéuticas “ comportamentales”
o “ conductuales” , que parecen retomar aquel eje “ pedagógico” que
históricamente tuvo tanto peso, ahora apoyado en los avances de la
genética y en la investigación médica que, obviamente, hoy tiene
otras herramientas y alcances.

C om o se desprende de los desarrollos precedentes no es algo


nuevo, pese a que desde algunas escuelas teóricas se lo plantee como
una novedad producto de la “ sofisticación científica” .

Claro que no se trata de desdeñar lo somático, lo genético, etc, sino


de darle un lugar a la subjetividad del niño, que sea leída en el conjun­
to de sus expresiones, esto es, que el “componente emocional” no se
reduzca a cero en un tratamiento. Se dice, por ejemplo, que el autismo
es un cuadro “ exclusivamente” orgánico, determinado genéticamen­
te y también que habría “patologías” que tienen una causa genética,
aunque esta n o se haya “ descubierto” . El problema es que la promesa
científica produce sus efectos, a veces devastadores cuando no se puede
escuchar al niño, y cuando se cierra el espacio para la expresión fami­
liar. N o estamos con esto desestimando todo esfuerzo que se haga en
el sentido “pedagógico”, pero sí es necesario darle la dimensión más
pertinente, acorde a la particularidad del caso.

Se preguntarán: ¿no hay determinaciones somáticas? En tal caso,


qué lugar darles y qué entidad tienen para que el niño, su familia, la
dinámica afectiva en que se desarrolló, no queden reiteradamente
obturados bajo una perspectiva limitada. Las distintas disciplinas que
hoy intervienen en este ámbito coinciden en que los problemas que
afectan el desarrollo del niño son producto de una combinatoria de
causas, donde se fusiona lo orgánico con lo inherente a la estructura­
ción de la subjetividad del niño, que incluye la historia familiar.

Antes de pasar al punto siguiente, digamos también que en este


debate actual es donde se inserta el AT, que se encontrará con esta
Acompañamiento terapéutico /149

divergencia de miradas, pese a lo cual movilizará muchas veces con su


intervención aquello que de otra manera no se hubiera desplegado.

¿Qué se juega en el jugar?


Para pasar del diagnóstico a los temas del tratamiento, partimos de las
siguientes preguntas: ¿cuál es la ocupacion más genuina, propia del niño?
¿Cuál es el espacio privilegiado para ayudar al niño en ese proceso?

Recomiendo la lectura de E l poeta y los sueños diurnos de S. Freud,


donde escribe que “ la ocupación favorita y más intensa del niño es
el ju eg o (...). Todo niño que ju ega se conduce como un poeta, creán­
dose un mundo propio, o más exactamente, situando las cosas de su
mundo en un orden nuevo, grato para él. Sería injusto en este caso
pensar que no toma en serio ese mundo: por el contrario, toma muy
en serio su juego, y dedica en él grandes afectos” 11.

Sabrán que el ju eg o es un espacio de trabajo privilegiado, en tanto


implica para el niño algo del orden de la construcción de su propia
subjetividad. Para Freud, el niño mediante el ju eg o se crea un mundo
propio y al jugar sitúa las cosas del mundo en un orden nuevo, que le
es grato. Nada más ni nada menos.

D. Winnicott, que ocupa un lugar destacado en la clínica con


niños, tiene su noción de espacio transicional que, para decirlo senci­
llamente quiere decir: “ ni adentro ni afuera” . C on Winnicott, subra­
yemos que la zona de juego está entre el niño y el exterior, es facilita­
dora del contacto del niño con los otros, así como de la construcción
de un espacio propio.

A partir de estas articulaciones, ubicaremos al ju eg o com o una


especie de máquina de producir placer, en la línea de poner un tope
a lo traumático, de dominarlo, en tanto intento de “ cambiar el mun­
do” . J.A. M iller12, al respecto, recuerda atinadamente que es una
idea “ estrictamente freudiana la de considerar el fantasma como
algo que le perm ite al sujeto obtener placer” . En el fam oso ju eg o
del fort-da, el sujeto “ domina una situación y aprende a obtener pla­
cer de la misma p o r vía de la pequeña máquina de su ju e g o (...) El
fan tasma tiene una función semejante a la del ju eg o que es, a partir
de una situación tanto de goce como de angustia, la de producir pla­
cer” 13. En el texto E l poeta..., Freud escribe también que si los adultos
no juegan como cuando eran niños es porque la fantasía sustituye en
ellos la actividad lúdica infantil.
150 / Gustavo Pablo Rossi

Siguiendo este desarrollo conceptual, cabe decir que la condi­


ción necesaria del fort-da va a ser la ausencia de la madre. El ju ego
entonces, además de estar posibilitado p o r la ausencia de la madre,
podría pensarse como aquello que permite construir algo de esa ausen­
cia, sostener ese espacio de corte.

En form a coincidente con esto, posibilitar ese espacio transicional


será tan necesario en la niñez, que en estos casos de perturbaciones
psíquicas severas nos encontramos con serias dificultades para cons­
tituirse, allí donde el niño no puede jugar.

En el contexto de esta rápida puntuación, digamos que para la


configuración de la tarea diaria, los recursos lúdicos resultan e le ­
mentos privilegiados para el Acom pañam iento. Hasta en la prác­
tica con adolescentes, la apelación al ju eg o , al dibujo y la lectura,
a la construcción de algún espacio lúdico, perm ite ir generando
un vínculo donde algo de la confianza “ se ju egu e” , siendo estos
instrumentos necesarios para establecer dicho vínculo con el at,
cuando de otra manera no resulta posible el acceso a un espacio
de simbolización.

A veces se propone el A T para trabajar cuestiones ligadas al auto-


valimiento, a las cuales el niño o adolescente no ha podido acceder.
Apelar al recurso lúdico podrá hacer de esto algo en lo cual el niño/
adolescente se implique, y no quede en términos de imposiciones o re­
glas externas, de las cuales habrá tenido muchas, pese a su corta edad.
En principio, si se indica un AT, es porque algo de lo normativo no ha
funcionado, empezando por los intentos familiares, siguiendo por las
directivas de las distintas instancias pedagógicas a las que fue accedien­
do en el proceso de socialización. Previamente, podrán constatar que
ya no había estado presente el lugar del espacio lúdico en ese niño.

En el A T con los niños más pequeños, con escasa comunicación y/


o lenguaje, el at trabaja sobre la presencia que el cuerpo enjuego im ­
plica y sus efectos en cada etapa de desarrollo del niño; un cuerpo
que no será sin la apelación al orden de lo afectivo, de lo libidinal.
Y donde la presencia del at significa a su vez poner a trabajar algo
del mundo simbólico, ya que sin ese mundo los cuerpos (el del at y
el del niño) no podrán ju ga r a nada.

En problemáticas como el Autismo puede resultar complementario


de la tarea del analista, en ese punto donde es necesario ampliar la asis­
tencia, tanto por el lado de un “estimulador” del espacio ludico, como un
sostén en momentos de crisis, en especial en el ámbito familiar.
Acompañamiento terapéutico /151

En los niños con que se incluye el AT, nos encontramos con la


irrupción de esa realidad amenazadora, que puede llegar a aterro­
rizar, en el mismo ju ego. La excitación, la confusión realidad-juego,
y la irrupción de situaciones u objetos que desbordan al niño son
fenómenos comunes en el trato con ellos.

Cuando se requiere de un dispositivo y un tiem po que supera


las posibilidades de un analista, desde el consultorio o la atención
individual en una institución, podrá allí ubicarse el at. Su lugar se
apoyará en la actividad lúdica, en tanto sea posible, apareciendo
como una disponibilidad a sostener, para dar lugar a la producción del
niño, siendo pacientes con el llamado paciente, para que no quede
en el lugar de objeto.

En algunos casos es la utilización de ese dispositivo el que va a


facilitar al terapeuta el sostenimiento o la construcción de un es­
pacio lúdico. El acompañante, con su tiem po y su flexibilidad en
la utilización del espacio, también puede favorecer el pasaje por
distintos momentos o instancias del juego. Con la lectura y el trabajo
conjunto con un analista, proponem os que el at se inserte en cierta
lógica a la que arribará en cada caso, retroactivamente, trabajando
según cada momento, soportando incluso no saber en qué juego se
encuentra, para no interrum pirlo resistencialmente...

Articulaciones y diferencias con otras instancias del trabajo en equipo


£IAT y el terapeuta a cargo del caso

En la presentación de casos de A T con niños, suele pasar que no


se expliciten las diferencias entre el lugar del acompañante y el del
terapeuta. Que se describa una indicación dada por el/la analista del
niño, sin que luego se aborden las coordenadas particulares de la tarea
del acompañante. Pese a ser un campo de trabajo donde el borde que
separa el lugar del at y el del terapeuta es sumamente estrecho, es ne­
cesario puntuar algunas diferencias y limitaciones, tanto desde el A T
como desde aquel que indica este recurso. Veamos dos temas centrales,
como son el lugar del diagnóstico y la intervención con la familia.

£1 qué hacer con la cuestión del diagnóstico


A nte las controversias referidas en la temática del diagnóstico
en la infancia, destaquemos lo que resulta de mayor interés para el
rol del acompañante. En prim er lugar, que la posición del terapeu­
152 / Gustavo Pablo Rossi

ta frente al diagnóstico en estos casos, y sus consecuencias para la


clínica, serán determinantes también para la estrategia en que se
inserta su rol.
Asimismo, al at no le compete directamente la elaboración de un
diagnóstico clínico en el sentido clásico, en la m edida en que se inclu­
ya en el caso por indicación de un terapeuta que tiene su opinión al
respecto. Podrá plantearse un diagnóstico “ situacional” , respecto de
la valoración o evaluación hecha por el at de su inclusión en un caso,
de las variables que se juegan en su campo de acción. Incluso para
decidir no continuar, o no comenzar, con un acompañamiento.

Por otra parte, cuando se menciona el rol educadvo del at en el


ámbito de la discapacidad, la pregunta a hacerse es: ¿qué significa esa
discapacidad en un niño y en su familia? El uso que el niño hace de la
propuesta lúdica también es fundamental para el desarrollo de un caso,
incluso aunque se pauten objetivos pedagógicos. A l hablar de capacida­
des diferentes, ¿no tiene todo niño capacidades propias, diferentes?

Acá también, rescato la idea freudiana de tomar a cada caso


como único, lo que apunta precisamente a salir de la estandariza­
ción (diagnóstica, y en el pronóstico) con que llegan a veces los pa­
cientes y las familias. El tema es no generar lógicas de pensamiento
y de intervención que sostengan la estigmatización, y por ende la
discriminación. Apuntamos a que al at no quede así “ cristalizado” , a
veces con los efectos de cierta posición cronificada en una perspecti­
va ya dada, lo cual genera inevitablemente el cansancio en su tarea,
cuando no el abandono.

£1 qué hacer con lafamilia


Otra diferencia entre el A T y el terapeuta está en el lugar dado
al trabajo con la fam ilia del adolescente o niño que acompaña y su
relación con la demanda familiar.

El A T no opera prioritariamente con su tarea a nivel “ simbólico”


sobre esa estructura familiar, para decirlo en términos sencillos, como
sucede en el dispositivo basado en la palabra que se despliega en un
consultorio. Pondrá en ju ego su palabra, su presencia, sus intervencio­
nes, mediante la inserción de su tarea en el contexto familiar cotidiano
cuando es necesario descomprimir una situación que se da en la diná­
mica familiar, cuando debe asistir en la contención de un paciente que
desborda las posibilidades familiares, en el marco de una estrategia
terapéutica, complementando la misma o en casos donde es pertinente
Acompañamiento terapéutico /153

trabajar sobre algunos límites o normas en el día a día de la familia. En


tal sentido, demarca espacios para el “no” en lo cotidiano. Y esta es una
tarea vedada a la acción directa del analista o terapeuta a cargo, aunque
lo considerara pertinente, al no estar en la casa.

El at interviene también ante situaciones hogareñas donde la fa­


milia se muestra desbordada, o sin posibilidades de intervenir, dada
la larga historia de conductas o interacciones que se han solidificado
en la vida diaria.

Resumo una situación que sucedió en el tratamiento de R., un


niño que se encontraba con integración escolar para sala de 4, con
AT. Con una perturbación psíquica de comienzo precoz, había tenido
una marcada mejoría en el último año, a partir de su tratamiento con
una analista. Teniendo 5 años, llamaba la atención en el jardín los
problemas que este chico tenía en el horario de la comida. Se des­
calzaba, deambulaba permanentemente, tiraba la comida, comía del
piso, molestaba a sus compañeros. La at, que algunos días estaba con
R. en la escuela, trataba de acotar ese desborde, le marcaba la im por­
tancia de permanecer sentado, de no comer levantando la comida del
piso, etc. A l concurrir a la casa, los demás días, se encuentra que en el
momento de almorzar o merendar en su hogar, por lo general el chi­
co estaba con su abuela, quien lo iba siguiendo por toda la casa, con
el plato de comida, hasta su finalización. Esta escena, donde además
R. se descalzaba, se recostaba en el piso, etc., aparecía de manera muy
similar en la escuela. Con una madre que no podía ponerle límites
al hijo pero tampoco a su propia madre (esta abuela vivía allí), con
funciones paternas que no se asumían, estos eran temas de trabajo en
entrevistas de la analista con los padres desde hacía meses.

Sin embargo, fue necesaria una intervención de la at en el hogar,


tendiente a organizar ese espacio de las comidas, principalm ente
en un trabajo con la abuela de R. En principio, para que ubicara
un lugar para el m om ento en que R. comiera, que dejara de darle
de comer “persiguiéndolo” . Junto a algunas otras cuestiones que se
fueron trabajando paralelamente con los padres, en el A T y en el
espacio de análisis, el niño comenzó un notable cambio en el ja r ­
dín, tanto respecto de su “ organización” en el horario de la comida,
como en la aceptación de pautas de convivencia que antes resulta­
ban imposibles de abordar por parte de su maestra. Algunos dirán:
¿se cambia con esto algo “estructural” ? Podría responderse que no.
Y preguntaría: ¿en qué estructura?’4
154 / Gustavo Pablo Rossi

N o obstante, y para no detenernos en los enfoques teóricos, en


R. fue notable cómo cierta organización simbólica em pezó a operar
de otra manera, en la escuela, en su hogar e incluso en su utilización
del lenguaje. Esto no se produjo sin el espacio con su analista, por
supuesto. Podría decirse igualmente que había algo cuya m odifi­
cación, aunque sea en principio a nivel conductual, resultaba im ­
prescindible en esa etapa, sin lo cual el niño aparecía enmarañado
en ese “ desorden” y con posibilidades de ser expulsado nuevamen­
te de un ámbito escolar. Esto ya había sucedido, aunque ahora los
tiempos del niño para su reinserción en la escolaridad iban siendo
sumamente escasos, de acuerdo a la evaluación de la analista, quien
incluye esta m odalidad de AT. Los temas familiares, obviamente,
fueron tratados en el conjunto de intervenciones que se realizaban
en el equipo de tratamiento, donde en esa etapa quedaba mucho
por hacer, tanto respecto a la tarea con el niño como respecto a la
posición de los padres en la problemática de R.
Por otra parte, como aporte a estas diferencias del at con el espa­
cio terapéutico, consignemos sintéticamente que en las entrevistas
familiares, el terapeuta/analista va a trabajar sobre diversas cuestio­
nes que se generan a partir de la demanda familiar, del lugar que
ocupa el niño para la historia fam iliar y del espacio simbólico al que
accede en esa historia y en la dinámica en ju ego entre padres-her­
manos-abuelos, etcétera.15
A manera de articulación con el punto referente al diagnóstico,
creo pertinente recordar el texto “Cóm o se decide una psicoterapia
con niños” , de M.C. y E. Ortigues en el que expresan que el diagnós­
tico tendrá que ver con evaluar las posibilidades de movilización de una
familia, que dará indicadores para considerar la pertinencia o no de
un trabajo terapéutico, esto es, nos da elementos para conjeturar tam­
bién algún pronóstico. La consideración inicial respecto de los padres
que consultan, ante la movilización que implica un tratamiento, es
para ellos un dato básico para decidir tomar a su cargo un caso.
El trabajo con los padres del niño, con la estructura familiar, la
inclusión de una intervención terapéutica en esa especie de “ eco­
logía” cotidiana en que se encuentra el niño, van adquiriendo otra
dimensión cuando se incluye la presencia y la acción del at. Por esto,
que la familia esté decidida a sostener el trabajo terapéutico en m o­
mentos críticos, es fundamental también para que sea factible la ta­
rea del at, y perdure con el aval del terapeuta pese a las situaciones
complicadas que presente su permanencia en el m edio familiar.
Acompañamiento terapéutico /155

Entre el analista y el “educador especial"


Otra punto a delimitar, por la demanda que se le realiza al at, es
respecto a ese espacio de intersección entre el “ educador especial” y
el analista, para diferir de ambos.
En algunos casos, al otorgar demasiado peso con estos niños y
adolescentes a una tarea exclusivamente educativa, sin dar lugar a
aquello subjetivo y hasta sintomático que se ju ega en una dificultad
de aprendizaje, por ejemplo, se pueden generar efectos contrapro­
ducentes para el trabajo y desvirtuar la función del at.
Con el eje puesto en los aspectos psíquicos/emocionales del niño,
más que en los contenidos pedagógicos, el trabajo en un equipo
terapéutico le da a la función del acompañante su orientación. Se
diferencia en este punto de la maestra recuperadora, del educador
especial, en tanto prioriza un proyecto terapéutico. Esto se dará a
partir de la construcción de un vínculo particularizado con el niño,
como vía de acceso a su integración y a los contenidos pedagógicos.
Son tiempos del sujeto donde resulta de suma relevancia dar lugar
a su inserción en el grupo escolar, al sostenimiento de vínculos con
pares, más que a una perspectiva reduccionista cerrada en el apren­
dizaje de contenidos pedagógicos.

Quisiera referirm e a otro fragm ento de la práctica: el acompa­


ñante terapéutico-autopista. En este caso, la maestra integradora, en
la reunión de equipo, valora precisamente el A T com o “vía de ac­
ceso para llegar al chico” . Según ella manifiesta, el at con su tra­
bajo perm ite una adecuación curricular contando con otro conoci­
m iento del niño, que se transmite a la maestra. Eso llam ado cono­
cimiento, im plica en el A T un respeto de los tiem pos subjetivos del
alumno, y que se haga un proyecto más acorde a las posibilidades
del niño. A h í señala el “ saber” del at, quien conoce “ hasta donde
puede el chico” . L o que para la maestra marca diferencias entre
este abordaje, con at, de otros que llevaron irreductiblem ente al
fracaso del objetivo educativo propuesto.

Viñeta clínica: el casoAZ


Salir de la casa - Llegar al tratamiento - Quedarse - Poner en juego lo
exogámico.

Muchas veces el A T facilita las condiciones necesarias para que


pueda construirse un espacio de tratamiento. El fragm ento clínico
va a partir de ese punto.
156 / Gustavo Pablo Rossi

Esta niña estaba por cumplir 7 años cuando sus padres consultan
en un centro de día con una m odalidad “ Recreativo-terapéutica” ,
destinado a niños y adolescentes.

Los padres llegan a la institución manifestando marcadas d ifi­


cultades para poder contener a la niña, debido a sus persistentes
estados de angustia y desborde, describiéndola com o hiperactiva,
con una fuerte desorganización general. Pese a haber adquirido el
lenguaje, sus expresiones eran muy rudimentarias, repetitivas, g e ­
neralmente con monosílabos. Las posibilidades de diálogo se pre­
sentaban en escasos momentos y se daba a partir de la insistencia
de quien trataba de entablar un vínculo con ella. Sus dibujos y sus
particulares “ju egos” tenían un alto grado de desorganización, con
rasgos bizarros y con una connotación de agresividad que tendía a
“ rom per” el ju ego.

Habían realizado diversas consultas y tratamientos, concurrien­


do incluso a otras instituciones, por períodos breves.

A Z no llegó a iniciar la escolaridad. Previamente, tampoco pudo


asistir al jard ín de infantes, al no poder quedarse, ni estar luego en
condiciones de integrarse a una institución escolar. N o iba hasta esa
edad al baño sola. Literalmente, tenía que ser acompañada por al­
guien cada vez que ingresaba al baño, p o r lo terrores que la captura­
ban al entrar al mismo, de ser devorada, arrastrada por los agujeros
o paredes, según sus expresiones.
Según surge en las entrevistas con los padres, de esta niña se es­
peraba con gran expectativa que fuese varón, teniendo este m atrim o­
nio otras dos hijas, 2 y S años mayores que AZ. Sobre la segunda de
las hijas, la anterior a AZ., también se supuso durante el embarazo
que sería un varón. Desde el relato de los padres, en el caso de AZ.
el m édico que atendía a la madre les había “ asegurado” que iban a
tener un varón, “ confirm ado” por los resultados de las ecografías.
La decepción de los padres fue muy grande al enterarse que era
otra nena. Resulta casi patético cuando el padre relata el m om ento
en que el médico, en la sala del hospital, le comunica que habían
tenido una niña. N o obstante, dirá el padre, “ la aceptaron” .

Su nombre, compuesto, remite en uno de sus términos al sexo mas­


culino, apareciendo como una especie de “ solución de compromiso”
que hacen al encontrarse con que era nena. El otro nombre alude a algo
relativo a un “ m ilagro” que habría significado ese nacimiento, según
Acompañamiento terapéutico /157

la madre, a que A Z “ se salvó” de la muerte por las complicaciones


que tuvo el embarazo y el parto, al ser ochomesina y tener dos paros
respiratorios luego de nacer, presentando incluso la madre riesgo de
muerte en esos momentos. Estuvo en incubadora durante aproxima­
damente un mes y recibió alimentos por sonda en los primeros días.

La madre dirá, además, que su propia madre, la abuela de AZ,


“no quería que AZ naciera” , haciéndole la “vida imposible durante el
embarazo” . Ella se describe como “ muy miedosa” y sumamente de­
pendiente de esta mujer, de la cual dice que “le organizaba la vida”.

Relata también la madre de AZ que no pudo prácticamente darle


el pecho y que debió alimentarla con mamadera. Dice que ella se
sentía desbordada por un estado permanente de llantos intensos de
esta hija, que se acentuaba en algunos momentos, com o por ejem ­
plo al tratar de bañarla -afirm a que no podía terminar de hacerlo.
N o sabía “ cómo reaccionar” con el estado de “ pánico” en que entra­
ba AZ, resultándole muy complicado sostener los cuidados mínimos
en esos momentos.

Se prolongarán en esta niña estados de crisis cargados de im por­


tante angustia incomprensibles para sus padres, hasta cerca de los
siete años, con intermitencias y variaciones en su intensidad y en sus
temas. Esto llevaba a numerosos trastornos en la vida familiar. A d e­
más, por no poder separarse de los padres, se dificultaba para estos
toda inserción en actividades que implicaran para A Z algún grado
de intercambio con chicos/as de su edad.

Tam poco podían llevarla a este “ centro de día” por el estado de


desesperación y desborde que presentaba cuando lo intentaron, no
queriendo separarse de ellos ni de sus hermanas, p o r lo que se plan­
tea inicialmente que concurran dos acompañantes terapéuticos a la
casa, alternando todos los días de la semana, para hacer actividades
que le permitan ir estableciendo un vínculo con alguien “ extern o” al
grupo familiar, y desde allí empezar a concurrir a la institución.

A l mismo tiempo, y paulatinamente, se iniciaba un espacio de


psicoterapia con esta niña, em pezando con entrevistas en un con­
sultorio de la institución, algunos días en la semana, previo a la in­
clusión en el dispositivo de centro de día.

Con el A T se trató en un prim er tiem po de lograr el estableci­


miento de un vínculo para la salida del hogar. Se realizó las prim e­
ras semanas en la casa y, luego de algunos días, los acompañantes
158 / Gustavo Pablo Rossi

(un varón y una mujer) em pezaron a ir un rato a un parque cercano,


al que llamativamente A Z fue sin mayores problemas, salvo algu­
nos m iedos que le aparecían, frente a lugares donde no quería estar
dentro de ese parque. En ese m om ento paralelamente em pieza a
concurrir a la institución, a las primeras sesiones con el terapeuta.

Los primeros días en la casa, según relata la acompañante, la


madre estaba muy presente en el m om ento en que se encontraban
allí. A veces interrumpía actividades, simplemente por “ curiosidad” ,
según le dijo a la at. Se planteó en esos primeros días darle lugar
también a la madre, pero resultaba muy difícil poder generar un
espacio de alguna intim idad con la niña, cuando se intentaba poner
algún lím ite al tiem po de actividades “ compartidas” .

En esos días, al ir a su habitación, con la at realiza varios dibujos


(garabatos), diciendo que dibujaba a su madre. A lgo para destacar es
que al finalizar el horario del AT, en dos ocasiones y con insistencia,
le dice a la acompañante “ lleváte a mamá!” Durante el trabajo en
equipo, la lectura que se hace de esas expresiones es considerarlas
com o indicadores positivos de un vínculo que se iba estableciendo
acorde a la orientación que tenía el espacio de AT, en tanto estaba
destinado a perm itirle alguna salida a la niña, a “ sacarla” de su casa,
a que funcione alguna “ separación” con su hogar. N o solamente en
el sentido de una salida del espacio físico de la casa, sino más preci­
samente respecto de su madre, del “ mundo-madre” . Que la atse lle­
vara a la madre, que alguna separación se estableciera con su madre,
podía pensarse como una condición necesaria para esa “ salida” del
hogar, para que algún “ corte” empezara a vislumbrarse.

Esto obviamente no resultó tan fácil. Cuando llegó a la institu­


ción también los primeros días se mostraba aterrorizada, aferrándo­
se al cuerpo de alguno de los padres, llorando, manifestando tener
m iedo y no querer quedarse.

El trabajo que se fue haciendo y que requirió en las primeras oca­


siones de la presencia y la intervención del acompañante, permitió que
algo de esa “ separación” se pusiera en acto y, especialmente, que pudie­
ra insertarse en el dispositivo de tratamiento en el centro de día.
El A T se realizó durante casi tres meses, aunque aproximada­
m ente a los 40 días fueron acotándose los horarios y los días, hasta
finalizarlo cuando se consideró que no era necesario continuar la
intervención en el hogar. Se había cumplido con los objetivos plan­
Acompañamiento terapéutico /159

teados para esa etapa, al consolidarse la permanencia de esta niña


en el dispositivo de tratamiento institucional, incluyéndose en los
distintos espacios del mismo.

La inclusión de manera precisa del acompañamiento terapéuti­


co, tanto en adultos como en niños, ayuda a generar las condiciones
para que el dispositivo del tratamiento se ponga en marcha.

La estrategia terapéutica en que se insertó el acompañamiento se


orientaba hacia la construcción de ese espacio de corte/separación
respecto de su madre y del ámbito familiar, que en aquella instancia
solicitaba, además, “ ayuda” para que la niña logre alguna “indepen­
dencia” (aunque las posiciones de sus miembros parecían precisa­
mente ir en contra de esto).

Esta estrategia im plicó un abordaje conjunto entre el A T y los


espacios terapéuticos de la institución, donde se realizaban entrevis­
tas individuales con la niña, familiares, o con alguno de los padres.
Se planteaba así, con dispositivos diferenciales pero bajo la misma
orientación, la construcción de un espacio “ p rop io” para esta niña,
desde un orden simbólico tendiente a perm itirle “ poner un tope” a
aquello que la aterrorizaba del mundo familiar, en la perspectiva de
tramitar lo enloquecedor y desbordante de algunas cuestiones fami­
liares mortíferas16, que fueron apareciendo en los distintos espacios
terapéuticos.

En perspectiva, se promovió con A Z la constitución de un “espacio


protegido” , donde el despliegue de sus juegos, el m ovim iento lúdico,
fueron allí las instancias privilegiadas en ese proceso de construcción
de subjetividad, de un “ lugar posible” para AZ, con un trabajo muy
productivo en su análisis.

Cabe consignar (por la relación cotidiana en el centro de día, y


con sus compañeros en la escuela especial a la que comenzó a concu­
rrir al año de tratamiento), que pueden considerarse ciertos efectos
“ terapéuticos” sobre sus vínculos, que se manifiestan en un mayor
nivel de comunicación y de concentración en actividades escolares y
de talleres, según dicen sus docentes, y en que parece haber accedi­
do, con el tiempo, a cierta “ pacificación” , cierta tranquilidad en su
manera de estar en el mundo.

Se trató, finalmente, de un dispositivo “ a m edida” del caso. Pero


¿qué es “ el caso” en estos casos? Para el acompañamiento el “ caso”
es tanto el niño com o su entorno fam iliar y social.
160 / Gustavo Pablo Rossi

Se diferencia de otros abordajes terapéuticos al ingresar en la


homeostasis fam iliar y ofrecerse tanto a la mirada 17 del entorno como
a un intercambio, con esa configuración del m edio habitual, en una
intervención que produce efectos, com o en la situación de AZ. El
acompañante, paradigmáticamente, pasa de la figura del intruso, al
lugar de un “ otro” (extrafamiliar) significativo, que “ entra y sale” en
el m undo cotidiano.

Para concluir
En casos com o el de AZ, destaco que el at llega a ser parte de la
cotidianeidad, con la particularidad de intervenir desde una posición
que sostiene algo de esa mixtura entre lo externo o “ extranjero” , y
ía intimidad, m oviéndose en ese borde afuera-adentro.

Con niños y adolescentes, buscar el armado artesanal de un es­


pacio lúdico hasta allí inexistente, estar en el ju ego que se genere,
prom overlo, será fundamental para la función del acompañante,
en especial en los casos de perturbaciones severas. Su intervención
adquiere valor al ofertarse en un intercambio lúdico, desde aquel
“ orden prop io” que produce algún placer en el niño, para sostener
incluso en ocasiones aquel ju ego que desordena toda “lógica” , aun­
que no com prenda en ese m om ento de qué juego se trata.

En síntesis, el acompañante terapéutico se inserta en una estrate­


gia para aportar a la construcción de la subjetividad del niño, desde
su tarea en tanto un otro no anónimo. Con la especificidad que re­
quiere, para el niño que ubicábamos en crisis, en el adolescente so­
m etido a la impulsividad, la angustia o la violencia, se orientará en
una apuesta dirigida al encuentro con esa singularidad, bajo las coorde­
nadas propias de la situación en la que está llamado a acompañar. A l
responder a ese llamado, encontrará en prim er lugar al niño, pero
también estará su terapeuta, la institución educativa que lo aloja con
dificultades y una fam ilia desbordada en sus posibilidades de soste­
ner, contener o asistir a este hijo en el devenir de su vida cotidiana.
Acompañamiento terapéutico t 161

Notas

1 AI menos en primera instancia la demanda se presenta así, aunque a veces


al avanzar la intervención se empiezan a desplegar otras cuestiones, de
aquello “psíquico” que era desplazado por diversos motivos.
2 Para ampliar ver: L. de Mausee, P. Aries, desde perspectivas distintas, o J.
Postel y C. Quetel, entre otros.
3 También puede recurrirse a: Bercherie, P, La clínica psiquiátrica del niño,
estudio histórico, en Rev. Malentendido N ro 3, Bs. As., 1988. Huertas, R.;
Clasificar y educar, Madrid, CSIC, 1998. Y para el estudio de esta temática
en Argentina: Rossi, G: La locura en los niños, hacia finales del siglo X IX en
Buenos Aires.; Rev. Temas de Historia de la Psiquiatría Argentina, Edit. Polemos,
Bs. As., Nro. 17, 2003.
4 Cf. Bercherie, P ; Génesis de los conceptos freudianos. Bs. As., Ed. Paidós,
1988.
5 Kanner, L.; Psiquiatría infantil; p. 29-53, Bs. As., Edit. Siglo Veinte, 1972.
6 El concepto fundamental que sigue para sus estudios este autor es el de
demencia precoz, de E. Kraepelin.
7 Codina, E; Las infancias después de la modernidad, trabajo monográfico,
archivo CONNAF., 2004
8 Cf. Josep Moya, Revista Confluencias, Vol. V, N ro .l, 1991, entre otros.
9 Calligaris, C.; Introducción a una clínica diferencial de las psicosis, P.73,
Bs. As., Ed. Nueva Visión, 1989.
10 Op. cit., p. 72.
11 Freud, S.; El poeta y los sueños diurnos (1907).
12 Miller, J. A.; “ Dos dimensiones clínicas: Síntoma y Fantasma” , P. 20, Bs.
As., Manantial, 1984.
15 Op. cit., p. 20.
14 J. Lacan, en “Dos notas sobre el niño”, dice que el niño puede estar
respondiendo a lo que hay de sintomático “ en la estructura familiar” . N o
habla de “ estructura” en términos de un sujeto, en una formulación que
resulta interesante aunque compleja, en los propios términos en que Lacan
ha planteado la noción de estructura subjetiva.
15 Ortigues, M C y E., “ El reparto de cartas familiar” , en Cómo se decide una
psicoterapia de niños, 1987.
16 En ese “reparto de cartas” en que estaba inmersa, según se desprende del
relato de sus padres.
17 Resulta muy interesante al respecto la presentación que realizan Levit, C. y
Akselrad R., “Acompañamiento Terapéutico y Autismo” , en Eficacia clínica
del Acompañamiento Terapéutico; AAVM Bs. As., Polemos, 2002.
Capítulo 8
Acompañamiento terapéutico en la internación
psiquiátrica
Daniel Matusevich*

La internación psiquiátrica
En este capítulo trataremos de definir una propuesta de acompa­
ñamiento terapéutico (A T ) que se pueda aplicar a la complejidad del
trabajo que se lleva a cabo en una sala de internación psiquiátrica.

Es necesario consignar aquí que el proceso que describiremos es


pasible de llevarse a cabo en una sala de internación psiquiátrica psi-
codinámica que es aquella que amalgama el vértigo de la llamada pos­
modernidad con algunos de los valores y el espíritu de la comunidad
terapéuticas planteadas en 1953 por Maxwell y Jones. Retomando los
tres puntos claves planteados por estos autores podem os decir que:

• La democratización en la internación breve se sostiene a partir


de un permanente “ em poderam iento” de las capacidades de los
pacientes y de un trabajo en equipo con los mismos, apuntan­
do a objetivos comunes y tratando de resolver las diferencias sin
apelar a recursos autoritarios que tienen su origen en el modelo
médico hegemónico.

• Las actividades e interacciones se relacionan con la reeducación


y la rehabilitación social; en este punto la única diferencia sig­
nificativa con Main y Jones es el tiem po de desarrollo de esta
tarea, que a pesar de ser más corto, está definido desde el primer
momento por un estrecho contacto con el afuera. Podemos decir
que el prim er objetivo de la internación es la externación.

• El análisis de todas las conductas y su interpretación, es el corazón


del funcionamiento comunitario que no se afecta por la corta esta­

• Medico especialista en psiquiatría, Jefe de la Sala de Internación de Psiquiatría


del Hospital Italiano de Buenos Aires (H IBA), Presidente del Capitulo de
Historia y epistemología de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).
daniel.matusevich@hospitalitaliano.org.ar
164 / Gustavo Pablo Rossi

día ya que, desde el comienzo, el paciente es “atravesado” por inter­


venciones significativas de parte de todo el personal con el objetivo
de resignificar vivencias traumáticas y poder enfrentarlas.

Las actividades comunitarias (asambleas y reuniones de todos los


integrantes de la comunidad) adquieren características particulares
debido al gran “ giro-paciente” que existe con la consiguiente difi­
cultad para transmitir la experiencia; el hecho de poder discutir
grupalmente los conflictos ejerce un efecto positivo en las personas
internadas, disipando conductas antidemocráticas y psicopáticas, al
tiem po que produce una retroalimentación en la comunicación en­
tre terapeutas y pacientes que tiene un enorm e valor para la recon-
ceptualización constante del tratamiento.

U no de los elementos fundamentales de la internación psiquiá­


trica actual es la disminución de los tiempos de estadía de los pa­
cientes, lo que perm ite pensar los procesos de internación de mane­
ra análoga a las internaciones en las “ unidades de cuidados inten­
sivos” , es decir diagnósticos rápidos, intervenciones farmacológicas
y psicoterapia psicodinámica focalizada en un contexto facilitador
donde el todo es más que la suma de las partes. La analogía se sos­
tiene en que, así com o los pacientes no salen curados de la terapia
intensiva sino que deben continuar su tratamiento, la internación
psiquiátrica aguda es un escalón más en un continuum de cuidados y
no el tratamiento en su totalidad abarcativa.

En la internación de corta estadía el factor tiem po es reemplaza­


do por la gran intensidad que se le im prim e a los vínculos entre los
integrantes; los mismos se sostienen en un m onitoreo permanente
de las interacciones y conductas, poniendo permanentem ente el eje
en la necesidad de una rápida compensación de los síntomas agu­
dos. Así como en una unidad de tiem po m ínim o la sobrecarga que
sobrepasa la capacidad de procesamiento del aparato psíquico tiene
consecuencias traumáticas, del mismo m odo pero en sentido con­
trario, una interacción humana significativa a través de la palabra,
gesto o actitud, aun en una unidad de tiem po mínim o, puede lograr
cambios favorables y duraderos en los pacientes.

El objetivo es sentar las bases para un futuro cambio estructu­


ral, posible en la continuidad de los tratamientos al alta; la interna­
ción debe inevitablemente estar inserta en un sistema de atención
que brinde a los pacientes un abanico de posibilidades terapéuticas
(hospital de día, consultorios externos, acompañamiento terapéu­
Acompañamiento terapéutico /165

tico, casas de m edio camino, servicio social, tratamientos grupales,


etc.) adaptadas a las necesidades de cada uno.

Acompañamiento terapéutico en la internación institucional


El A T en el proceso de internación psiquiátrica es en la gran
mayoría de los casos una indicación hecha p o r el equipo tratante
al paciente y a su familia; en un reducido grupo de casos es el pro­
pio paciente o el grupo familiar el que puede llegar a solicitarlo
al equipo terapéutico en el contexto de las com plejidades de una
internación en curso.

Es fundamental comprender que el A T es un recurso más de


todo el andamiaje terapéutico y que, como tal, debe ser tenido en
cuenta desde el inicio de las diferentes internaciones y no pensar en
él solamente cuando otras intervenciones fracasaron.

Una dificultad que conlleva este program a de trabajo en este


marco radica en la interacción entre el m odelo m édico de las in­
ternaciones psiquiátricas y el m odelo psicológico-psicoanalítico de
los acompañamientos terapéuticos. El éxito de la amalgama de am­
bos enfoques reside en la aceptación por parte del m odelo médico
de que la perspectiva biológica es una aproxim ación necesaria pero
no suficiente para la comprensión del sufrimiento humano. Inevi­
tablemente, esta perspectiva debe ser am pliada y complementada
por otros enfoques que aporten sus visiones en un plano de igual­
dad epistemológica y m etodológica para así p o d er garantizar una
aproximación integral e integradora a la problemática en ju ego.

En un sentido amplio podemos decir que la función del A T en


la sala de internación debe combinar la ayuda en la reparación de
aquello deteriorado en el sujeto junto con la tarea de acompaña­
m iento propiam ente dicha.

Vale la pena que nos detengamos en d efin ir con más detalle


en qué consiste la tarea de acom pañam iento propiam ente dicha
en el espacio de internación; si bien los tiem pos de internación
han disminuido, esto no se ha visto reflejado en una disminución
del prejuicio contra las personas que han debido afrontar interna­
ciones psiquiátricas. Múltiples ejem plos en nuestra práctica diaria
avalan que las largas estadías aumentan el prejuicio pero d e nin­
guna manera lo construyen; aunque en nuestro país existen cada
vez más grupos autogesdonados p o r pacientes y familias, aun no
166 / Gustavo Pablo Rossi

se ha conseguido desterrar el pesado estigma que acarrea el paso


p or el m anicomio.

Es en este lugar donde el A T deberá desempeñar su tarea, un


lugar atravesado p o r las coordenadas históricas del asilo, del estig­
ma, del abandono y del castigo; no se presenta como tarea senci­
lla entonces acompañar el sufrimiento de la persona en proceso de
hospitalización.

El quehacer de “ amistoso com ponedor”, en el decir de Gustavo


Rossi, deberá realizarse entonces entre los diversos espacios que com­
ponen la internación y el propio paciente, seguramente desorientado
frente a una nueva realidad a la cual se hace necesario significar; es
entonces en la ayuda y facilitación de la significación del espacio de in­
ternación donde se registra la necesidad del trabajo del acompañante
ayudando a marcar el ritmo de la resolución de los síntomas agudos.

Continúa siendo muy difícil para los pacientes procesar las en­
fermedades mentales y, tal vez, la máxima expresión de esto sea la
elaboración del proceso de internación psiquiátrica; dicha situación
es equiparada en el im aginario social con estar loco y está muy le ­
jos del glamour que puede presentar un personaje de W oody Alien
cuando concurre al analista o confiesa públicamente que toma Pro-
zac; el tem or a perder el trabajo en caso de que la internación conste
en el registro m édico de la cobertura de salud, o el m iedo a que el
entorno significativo se entere, son situaciones cotidianas de la prác­
tica médica en una sala de agudos, que nos alerta acerca de que el
estigma sigue vivo y en el m ejor de los casos, solamente se ha traves­
tido con los ropajes que le aporta la posmodernidad, que, al vaciar
de contenido a las polémicas, lo que hace no es resolverlas sino más
bien silenciarlas y ocultarlas.

La presencia del equipo de A T garantiza una disminución del


estigma, ya que su im plicación en el proceso de internación, ac­
túa como elem ento m oderador frente a las diferentes instancias te­
rapéuticas de la internación que en muchas ocasiones son vividas
com o intimidadoras y regresivas.

Para poder acompañar este proceso el A T tendrá que estar dis­


puesto a ingresar a este mundo, que tan bien describió Erving Go-
ffm an en “ Internados, ensayos sobre la situación social de los en fer­
mos mentales” ; es en este contexto donde jugarán un rol fundam en­
tal tanto el entrenamiento com o la supervisión que deberán equipar
al A T con elementos que lo habiliten para poder procesar su propia
Acompañamiento terapéutico /16?

angustia y sus propios prejuicios transformándolos en elementos


aptos para desarrollar la tarea requerida.

Analizaremos ahora detenidamente algunas de las indicaciones


de acompañamiento terapéutico en la internación psiquiátrica:

1. Riesgo suicida: es común la internación de pacientes que más


allá del diagnóstico presenten una intencionalidad importante de
quitarse la vida; este hecho puede expresarse o manifestarse de dis­
tintas formas, ya sea que constituya el m otivo propiam ente dicho de
hospitalización o se revele durante el proceso. El m anejo de estas
conductas de riesgo constituyen tal vez el desafío más importante
de todos aquellos que se presentan en el trabajo en la sala y requiere
como nunca del funcionamiento en equipo y de la multidisciplina
para salir airosos del reto. El acompañante terapéutico ju ega un rol
fundamental en el equipo tratante ya que su presencia reduce al m í­
nimo la necesidad de recurrir a la contención física o de medicalizar
en exceso a los pacientes en riesgo. Se requiere entonces un A T que
tenga un claro posicionamiento frente a fenóm enos com o la muerte
alucinada del psicótico, la muerte desesperanzada del melancólico
o la muerte desesperada del “lim ítrofe” . El paciente puede ser in­
ternado debido a que realizó una tentativa en el exterior o incluso
puede llevarla a cabo en la internación misma requiriendo entonces
la construcción de un entramado de protección que n o lo encierre
pero que lo proteja de sus propios fantasmas y temores. El trabajo
del A T entonces consistirá en entrar en ese mundo propio del su­
friente y tratar de contribuir con la restauración de los aspectos de
su ser que la locura devastó y disgregó al punto de que la muerte se
proyecta como una salida.

2. Riesgo autoagresivo: en general este fenómeno se verifica en pa­


cientes que padecen trastorno límite de la personalidad y también sue­
le estar asociado con conductas adictivas pudiendo constituirse tanto
en un motivo de institucionalización como en una contingencia que
tiene lugar en la hospitalización. Nuevamente, el rol del acompañante
consiste en minimizar la necesidad de recurrir a métodos coercitivos;
en la comunidad terapéutica estas conductas no son penalizadas o me-
dicalizadas sino que más bien se trata de dar sentido a las mismas a
través de múltiples intercambios terapéuticos. Joel Paris plantea que
para algunos de estos pacientes la autoagresión es una forma de vida y
quizás sea ahí donde el A T puede jugar un rol importante al tener una
oportunidad de primera mano para poder “confrontar” con el pacien­
te sobre sus conductas, ya sea en forma preventiva o después de sucedi­
168 / Gustavo Pablo Rossi

do el episodio. La interacción con un otro significativo sin duda es más


efectiva que los métodos de contención física a la hora de pensar estra­
tegias de cuidado o de organizar sistemas de prevención; para poder
llevar adelante esta tarea es absolutamente fundamental el diseño de
los acompañamientos como un traje a la medida del que lo va a usar, es
decir confeccionar un match lo más ajustado posible entre acompañante
y acompañado, que tenga en cuenta a las capacidades autoagresivas del
paciente por un lado y a las habilidades en el manejo de la herramienta
de cuidado, por el otro.
S. Riesgo heteroagresivo: la agresión física dirigida a terceros es
un m otivo muy común de internación y puede corresponder a las
más variadas patologías psiquiátricas; más allá de la violencia, es
muy diferente el enfoque si hablamos del furor del paciente m a­
níaco, el descontrol del adicto, el ataque del delirante alucinado
paranoide o la ira del enferm o de Alzheimer. En estos casos el A T
deberá posicionarse frente a uno de los síntomas más controversia-
les de la psiquiatría, donde más delgado es el lím ite entre el cuidado
y la contención o el ejercicio del autoritarismo a través del chale­
co farm acológico o de los otros chalecos posibles. La presencia del
equipo de acompañamiento en el m anejo de la agresividad plantea
un m odelo en donde no se criminaliza la violencia o se culpabiliza
a la víctima sino en donde ésta tiene el status de síntoma que debe
ser solucionado apelando a recursos lo menos traumáticos posible.
N o planteamos aquí una visión romántica de esta compleja cues­
tión pero alertamos contra aquellos enfoques tecnologizados que,
simplemente, actualizan en nuestra época viejos paradigmas im por­
tados del asilo para locos que tan bien categorizara hace ya tiem po
M ichel Foucault en varias de sus obras. Las crisis de violencia per­
m iten que el acompañamiento se desarrolle tanto de manera verbal,
cuando la palabra puede llegar a tener efecto tranquilizador, o de
manera paraverbal donde la sola presencia del otro atenúa el sufri­
m iento que se expresa a través de arrebatos de exaltación que sólo
pueden ser manejados en contextos terapéuticos específicos.

4. Disminución del aislamiento: Henry Ey plantea en su libro En


defensa de la psiquiatría que la práctica de esta especialidad médica
debe ejercerse en el sentido de perm itir o devolver la mayor libertad
al individuo. La privación de la libertad no es su fin sino tan sólo uno
de sus medios, un m edio accesorio para llegar al verdadero fin que es
precisamente restituir a esos enfermos mentales la libertad que han
perdido, no por un decreto del orden social, sino más esencialmente
Acompañamiento terapéutico /169

por efecto de su propia enfermedad. Curioso destino entonces el de


la psiquiatría que para devolver aquello que la locura sustrae debe, en
ocasiones, actuar de manera temporaria restringiendo la autonomía
de los individuos. La presencia del at desde los primeros momentos
de la internación trata de contrarrestar la pesada carga asilar a tra­
vés de la construcción de un espacio de “ puertas abiertas” donde el
enfoque comunitario actúa como antídoto contra las políticas de ais­
lamiento representadas por lo que hemos dado en llamar “ asilos de
corta estadía” , por donde los pacientes pasan y en los que se definen
un numero variado de intervenciones con el objetivo de cubrir aspec­
tos legales y médicos. Esta circunstancia produce una gran desmorali­
zación en el equipo médico, que ve como su trabajo consiste cada vez
más en llenar documentos y sistematizar estrategias de externación y
menos en pensar los nuevos modos de sufrimiento mental y sus ma­
neras de inserción en las diferentes estructuras sociales. En ocasiones,
debido a algunas características de ciertos procesos de internación,
se le solicita a la familia que no visite al paciente temporariamente
hasta alcanzar un equilibrio que torne favorable el encuentro y que
no complique más una situación ya de p o r sí embrollada y angustiosa;
en esos casos el A T cumple un rol central ya que puede actuar como
mediador entre la sala de internación y la familia, tranquilizando al
grupo familiar y transmitiendo información de prim era mano acer­
ca del devenir del miembro internado. Este m odelo de intervención
produce un efecto porque cumple con las tres instancias planteadas
por Gustavo Rossi cuando sostiene que el dispositivo de acompaña­
miento debe construir las condiciones para que un tratamiento se
ponga en marcha, sostener dicho espacio y por último actuar como
catalizador del proceso en un cierto mom ento.

5. Facilitador del proceso de resocializacion: dijimos que el primer


objetivo de la internación es la externación; el A T cumple un papel
trascendente en el momento de diagramar los permisos con los pa­
cientes en el regreso al mundo exterior. El éxito de estas salidas mu­
chas veces definirá el tiempo que durará la internación; es necesario
precisar un trabajo colaborativo con la familia de la persona internada
dado que, en la gran mayoría de los casos, el grupo prim ario será el
encargado de recibir al paciente en su jo m a d a de regreso al hogar.

Es aquí donde entra a ju gar la especificidad del AT, donde no


sería pertinente decir “ los” acompañamientos sino que más bien
deberíamos hablar del acompañamiento de cada paciente en parti­
cular. N o son semejantes las demandas del psicótico que regresa a
1?0 / Gustavo Pablo Rossi

un ambiente que vivió com o hostil mientras se hallaba prisionero


de sus alucinaciones y sus delirios, que las necesidades del anciano
con demencia y fallas definitivas en su m em oria que determinan un
estado paranoide irreversible. N o nos posicionaremos de manera
idéntica frente al adicto y sus compulsiones que frente a la m egalo­
manía del enferm o bipolar; todas estas variaciones y muchas otras
dependientes de la singularidad del paciente deben ser tenidas en
cuenta en la construcción del espacio de acompañamiento, cuando
apuntemos a organizar el proceso de resocializacion como parte del
proceso de internación.

El acompañamiento terapéutico como parte del equipo terapéutico


Si bien las intervenciones psicofármacologicas son centrales e
la compensación de los pacientes, el estilo comunitario plantea una
mirada multidisciplinaria en la construcción de la enferm edad y,
p o r consiguiente, en su resolución. Diferentes estrategias delineadas
en un plano de igualdad son fundamentales para poder reflejar la
com plejidad de la patología mental. Un enfoque puramente bioló­
gico produce un em pobrecim iento en el horizonte de posibilidades
con que cuenta el equipo tratante y limita las opciones, los recursos
y los desarrollos.

El lugar por excelencia donde se amalgaman los diferentes apor­


tes que constituirán el program a de tratamiento de cada pacien­
te es la reunión de equipo, verdadero corazón del funcionamiento
comunitario en la internación; es fundamental la participación del
equipo de A T en estas reuniones ya que es justamente en ese espacio
donde la especificidad del trabajo del acompañante encontrará su
lugar de desarrollo máximo, amplificando las opciones de interven­
ción en la subjetividad del individuo enfermo.

Frente a la progresiva biologización y tecnologización del campo


disciplinar, este m odelo de trabajo propone un rescate del m odelo
comunitario com plem entado con nuevas opciones adaptadas a los
desafíos que plantean las diferentes enfermedades mentales y sus
contextos; el A T aplicado en una sala de internación psiquiátrica
ofrece un abanico de posibilidades que contribuyen -e n un sentido
am p lio- a m inimizar el impacto de la hospitalización, disminuyen­
do el efecto estigmatizante de dicho proceso y humanizando uno de
los recursos más complejos que ofrece la clínica psiquiátrica.
Acompañamiento terapéutico / 1?1

Bibliografía

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2. Foucault, M.; El poder psiquiátrico, Bs. As., Ed. Fondo de Cultura Economica,
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9. Main T.; The hospital as a therapeutic institución, Bulletin o f the Meninger
Clinic, 10:66-70, 1946.
Capítulo 9
Acompañamiento Terapéutico en la Vejez
Carolina Vairo*
Martin Ruiz**
Daniel Matusevich

Introducción
El envejecimiento es un nuevo fenóm eno dem ográfico, relacio­
nado con el desarrollo económico, sanitario, social y cultural. Según
datos del IN D E C del censo de 2001 la población total mayor de 65
años en Argentina es de 3.587.620, siendo en Capital Federal de
478.445 (13,3%); a su vez entre los años 1950 y 2000, la población
total aumentó un 116%. En los mayores de 65 años el aumento fue
de un 398% y en los mayores de 80 años un 682% (2,5).
El envejecimiento progresivo de la población supondrá una pro­
funda transformación social en el mundo y el resto del siglo X X I
estará sumido en esta revolución demográfica. Según la Organiza­
ción de Naciones Unidas (O N U ), en el mundo hay unos seiscientos
millones de personas de más de 60 años, cifra que se habrá dupli­
cado en el 2025, principalm ente en los países en vías de desarrollo,
mientras que en las sociedades industrializadas la población de más
de 80 años es la que está aumentando en mayor proporción.

A nivel mundial la franja etaria de mayores de 65 años aumenta más


rápidamente que el crecimiento global de la población. En muchos paí­
ses desarrollados una de cada diez personas ya tiene más de 65 años y
en el 2050 serán casi el 25 por ciento de todos sus habitantes.
Este crecimiento de la población de más edad se debe a las me­
joras económicas y sanitarias en todo el mundo, que han supuesto
que la esperanza de vida se duplique a lo largo del siglo X X . Pero
el aumento de las personas de edad avanzada supone que se deben

* Médica psiquiatra. Coordinadora de atención domiciliaria, Hospital Italiano


de Buenos Aires (H IBA), carovairo@hotmail.com.
** Médico psiquiatra. Coordinador Sala de internación, Hospital Italiano de
Buenos Aires (H IBA).
174 / Gustavo Pablo Rossi

aumentar más recursos a su atención, ya que el envejecimiento lleva


im plícito un deterioro biológico de las funciones vitales que limitan
en muchas ocasiones su capacidad de acción. El descenso de la m or­
talidad en edades avanzadas y el alargamiento del prom edio de vida
aumentan la proporción de ancianos dentro del total de la pobla­
ción. Este hecho obliga a plantearnos el problema desde perspecti­
vas políticas, sanitarias, sociales y económicas, y nos compromete a
generar una propuesta que incluya todas estas variables.

El envejecim iento poblacional, que tiene su correlato en un au­


m ento de patología psiquiátrica en personas mayores de 65 años, ha
dado origen a la psicogeriatría com o subespecialidad (7,9,12,17).

A pesar de la advertencia de Sir Martin Colé, quien en 1988 ma­


nifestó que “ Los equipos de psicogeriatría deben ser diseñados a la
m edida de los ancianos hacia los cuales van dirigidos” , solamente
Holanda, Inglaterra, Suiza y los Estados Unidos poseen atención psi-
cogeriátrica sistematizada a lo largo de todo el país, constituyendo en
Argentina todavía un desafío que es necesario enfrentar (3,18).

Mientras algunos autores marcan un incremento de la utilización


de los servicios de psicogeriatría debido a la presencia de unidades
especializadas, programas que incluyen a la gente mayor y personal
entrenado para la atención (15), otros estudios manifiestan que existe
una escasa utilización de los servicios de salud mental por parte de la
población mayor de 65 años, debido a que solicitarían ayuda a los m é­
dicos generales y presentarían un escaso soporte social, dificultades
para la accesibilidad y una baja adherencia a los tratamientos.

La carencia de una política clara de Salud Mental que incluya de


manera definida a la población geriátrica, y los relativos pocos años
transcurridos de la instalación de la práctica del acompañamiento
terapéutico en form a específica en este ámbito, hacen difícil en la
Argentina el desarrollo de esta temática.

Acompañar en la vejez
Para “ acompañar viejos” debemos pensar prim ero en algunas
cuestiones fundamentales tales com o la significación de la vejez, el
paso del tiem po, la enferm edad, el deterioro físico y mental, la sole­
dad, el aislamiento y la espera de lo ineludible, la muerte.

Por estas cuestiones es que el acompañamiento terapéutico en la


vejez adquiere dimensiones distintivas y propias de aquellas plan­
Acompañamiento terapéutico /175

teadas tradicionalmente, para pacientes graves, con patología “bor-


derline” , psicosis u otros.
En prim er lugar lo constituyen las temáticas propias de la vejez:
los viejos perciben la salud de form a diferente al niño, al joven o al
adulto; para ellos es un predictor clave de mortalidad, hecho al que
necesitan adaptarse psicológicamente y que en muchas ocasiones
puede ser m otivo de depresión. Ellos suelen ver sus enfermedades
como parte natural del proceso de envejecimiento, consideran las
molestias físicas como algo esperable a su edad y p o r tanto no se les
puede exigir que su grado de autonomía y perspectivas sean equipa­
rables a las de edades previas, puesto que generaría frustración; se
trata de vivir la vejez con salud, pero no con juventud.

El acompañante terapéutico de viejos ocupa muchas veces un


lugar distinto al de facilitador de la cura. Ayuda en la aceptación del
paso del tiem po, de la enfermedad, de las limitaciones, constituyen­
do un verdadero “ caminar ju nto” al paciente.

En este sentido es que el acompañante es clave a la hora de la


desarticulación del concepto del “vie jo ” com o “ loco” , discrimina­
do, aislado y apartado de la fam ilia y de la sociedad. Para esto es
fundamental el desarrollo transferencial en el vínculo con el acom­
pañante, con la edad de éste, para la proyección p o r ejem plo de la
agresión, ó de la envidia a la juventud, la rabia, y el surgimiento de
una nueva concepción de si mismo, “viejo pero no loco” .

El Acompañamiento del paciente con riesgo suicida en geriatría


La trascendencia que adquiere el suicidio en la vejez está dada
por la prolongación de la vida y el crecimiento de la población vieja,
com o im portante fenóm eno social. El suicidio es la octava causa de
muerte entre las personas de todas las edades en E E U U ; actualmen­
te los viejos representan el 25% d e l-total de suicidios consumados.
En los próxim os años, el suicidio de gerontes se va a transformar en
un problem a aún más significativo (20,15). El sexo masculino y el
incremento de la edad constituyen dos de los factores epidem iológi­
cos de riesgo más citados (4,17). En la mayoría de los países indus­
trializados, la tasa de suicidio tiende a incrementarse con la edad,
siendo la más alta en los hombres mayores de 75 años (75-84 años:
25/100.000; 15-24 años: 13/100.000). Esta tasa ha permanecido re­
lativamente constante y no ha tenido el incremento dramático de la
tasa de suicidios en jóvenes (13).
1?6 / Gustavo Pablo Rossi

En Argentina el número de personas mayores de 65 años que co­


m eten suicidio es 597 al año (tasa de suicidios x 100 m il habitantes:
16,8) (Los datos corresponden al Ministerio de Salud Nacional con
base en el año 2000).
Debido al gran impacto que produce en la salud pública el suici­
dio en viejos es que la figura del acompañante terapéutico adquiere
trascendencia, tanto en la internación psiquiátrica, en el hogar de
día de viejos, en las instituciones geriátricas o en la casa del pacien­
te. Siendo que en general los gerontes debutan con una tentativa
frustra o aún con el desgraciado hecho del suicidio, el acompañante
no sólo disminuye el riesgo del paciente en sí, sino que actúa como
factor aliviador para la familia, por lo general y al principio poco
consciente de la gravedad de la situación.
En su relación con el paciente actúa com o “ bisagra” entre el
mundo exterior y el sufriente mundo interno, inundado de muer­
te, desesperanza y rabia narcisista por la frustración del intento. El
acompañante colabora en la contención diaria, en la reinserción so­
cial del viejo, a veces en un nuevo ámbito para el paciente como el
geriátrico o el hospital de día, y en la exploración y reparación de
un yo em pobrecido y rígido.
Es en medio de la escena post tentativa suicida donde el acompa­
ñante brinda herramientas para el anclaje del paciente de nuevo a
la vida, sabiendo que esto implica de todas maneras la espera de la
muerte, pero no su deseo.

El Acompañante Terapéutico en las demencias


El acompañamiento terapéutico constituye un rol de múltiples
funciones: compartir, escuchar, observar, ayudar a hacer cosas, a fre­
nar impulsos, contener, estimular, etc. Y en particular en geriatría
es una función que se puede asociar a cierta perspectiva del llamado
“ maternaje” .
El paciente se debe sentir cuidado, protegido y apoyado en una
función donde el terapeuta triangula. Se trata de una tarea en la que
no sólo se deberá tener en cuenta la contención individual del pa­
ciente, sino también la de su entorno. El acompañante terapéutico
ayudará al paciente en su resocialización, con el ordenamiento y la
planificación, program ando estrategias para la reinserción familiar
y social de las personas con demencia, desarrollando las potencia­
lidades y fortaleciendo los lazos sociales, para así lograr la mayor
autonomía posible.
Acompañamiento terapéutico / 1??

Las repercusiones de las demencias sobrepasan el plano de lo


psicológico individual, abarcando el contexto fam iliar e incluso,
provocando un gran impacto social. La enferm edad se instala en el
sistema familiar a manera de ruptura.
Habitualmente la familia se ve movilizada a consultar frente a
trastornos cognoscitivos, anímicos y de la conducta que comienzan
a desorganizar la dinámica familiar. Contar con el apoyo fam iliar es
fundamental para el logro de objetivos en el tratamiento, ya que si
no la posibilidad de fracaso es muy grande.

En este ámbito, está presente de distintas formas la figura de el


cuidador. El acompañante terapéutico se diferencia de éste, ya que
tiene su especificidad tanto en su capacitación com o en el lugar que
ocupa en una estrategia terapéutica. Aunque en términos generales
podría ubicarse también al acompañante dentro de los distintos cui­
dadores presentes en el campo de la geriatría, deben plantearse las
particularidades referidas. En palabras más precisas, destaquemos
que no todo cuidador es acompañante terapéutico.
Es responsabilidad del terapeuta “ em poderar” a los cuidadores,
en su conjunto, esto ayuda a la tarea de cuidar del paciente, perm i­
tiendo por ejem plo que los familiares se sientan competentes ante la
posibilidad de brindar los cuidados adecuados. Em poderar se defi­
ne como el proceso por el cual se incrementa el poder personal, in­
terpersonal o político de manera tal que los individuos, las familias
o la comunidad puedan accionar para m ejorar su situación ( 21 ).

Las consignas claras hacia los familiares serán fundamentales


para proveer un adecuado cuidado hacia su pariente enferm o. Es
necesario delinear un programa que brinde inform ación sobre to­
dos los aspectos del cuidado del paciente, incluyendo el autocui-
dado, siendo temas que a su vez podrán ser trabajados en algún
espacio terapéutico.

Los síntomas conductuales de las demencias afectan práctica­


mente a todos los pacientes con este diagnóstico en algún m om ento
de la evolución de la enfermedad. Son estos los síntomas que pro­
ducen en mayor m edida estrés de los cuidadores y los que deter­
minan la calidad de vida del paciente y su familia. Diversidad de
síntomas pueden aparecer en una persona con deterioro cognitivo
como cambios en la personalidad, ansiedad, angustia, ira, agitación,
agresión, insultos, amenazas, delirios persecutorios, alucinaciones,
deambulación sin sentido, conductas desinhibidas, etc.
178 / Gustavo Pablo Rossi

Es importante tener en cuenta las características de los cuidado­


res y/o de los at, y la dinámica vincular con el paciente al evaluar los
síntomas conductuales, ya que m odificando pequeños aspectos de
esta interacción se pueden lograr grandes cambios. Una aproxim a­
ción única y universal para todos los pacientes terminaría fracasan­
do. Además, sabemos que la psicofarmacología tiene un modesto
efecto para la contención de los síntomas demenciales.

En una situación ideal, ciertas necesidades y requerimientos


del paciente deben anticiparse para disponer de los recursos con­
venientes en el m om ento oportuno. Prevenir dolor o sufrimiento
innecesario, asegurar un ambiente seguro y posponer o prevenir la
institucionalización injustificada, m ejorando la calidad de vida.

Evaluar la seguridad ambiental incluye identificar factores de riesgo


que puedan producir daño físico como equipos eléctricos, artefactos de
cocina, líquidos peligrosos, medicación, etc. Tener en cuenta los riesgos
potenciales en la actividades cotidianas como el baño, el vestirse, la
deambulación. Es de vital importancia disponer de las modificaciones
en el hogar para adaptarlo a las necesidades del paciente ( 6).

El respeto por el anciano enferm o exige probablemente una


aproximación más específica que el enferm o “habitual” . La mayor
dificultad desde el punto de vista de un equipo de atención inter­
disciplinario, consiste en encontrar, caso a caso, el justo equilibrio
en “ el hacerse cargo” , garantizando que el exceso de cuidados será
evitado, absteniéndose, al mismo tiem po, de actos o de tratamientos
inútiles y de cuidados desproporcionados. Se trata prioritariamente
de preservar la integridad de la historia de vida (a partir del relato
de vida) del paciente.

Por otra parte, es necesario prestar una atención preferente, más


que la cuestión de la “ autonomía” en un sentido “ objetivo” , a la
dimensión narrativa de la situación, a lo que es del orden de la sub­
jetividad del anciano.
El enfrentamiento cotidiano con la vejez, el deterioro físico y psí­
quico y la muerte, someten a prueba las emociones y los sentimien­
tos. La vivencia de im potencia inunda el campo de acción. La falta
de atención, o -a veces— de recursos, la ausencia de un proyecto
terapéutico y de trabajo en equipo (donde los espacios de conten­
ción estén valorizados) puede desembocar en un importante m a­
lestar y/o en situaciones de fuerte cansancio y dolor psíquico en los
Acompañamiento terapéutica /179

profesionales que trabajan en psicogeriatría. En el contexto de las


demencias no nos encaminamos hacia una gratificante curación del
paciente; por el contrario, es un arduo camino que nos va marcando
la proxim idad de la muerte (19).

Notas
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180 / Gustavo Pablo Rossi

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Capítulo 10
Psicoanálisis y acompañamiento terapéutico:
entrecruzamientos
Osvaldo Delgado*

A l incluir este texto en un libro que propone dar cuenta de la


importancia que tiene el A T en el cam po de lo asistencial, podem os
decir que muchas cosas empiezan a pasar ahora y se habla incluso
de otra manera del tema, en gran m edida justamente p o r el trabajo
que se viene realizando en todos estos años. Hace unos años atrás,
era algo entre poco y mal conocido, y es precisamente gracias al tra­
bajo de producción intelectual como este que el tema está teniendo
los efectos que está teniendo.

Voy a tratar de situar algunas cuestiones, para tratar de ubicar en


qué lugar pienso el valor, la importancia, la dimensión del AT.

Gráfico 1: ubico el A T en los círculos donde se entrecruzan el psicoaná­


lisis, la salud mental y los derechos humanos.

Gráfico 1

El A T se ubica en el centro de esos cruces y tiene que ver con esas tres
intersecciones y es parte del efecto de éstas. Además, en el cruce psi-

Osvaldo Delgado es Profesor Titular a cargo de las Materias: Psicoanálisis


Freud I, y Hospital de Día y Problemáticas clínicas contemporáneas, de la
Facultad de Psicología UBA.
182 / Gustavo Pablo Rossi

coanálisis-salud mental, encontramos: los efectos terapéuticos, esa es la


intersección del psicoanálisis y el campo de la salud mental. Entre psi­
coanálisis y derechos humanos la intersección es lo que vamos a ubicar
o nombrar como la diferencia limitada a nivel del goce, la singularidad, el
respeto por la singularidad. Tanto el psicoanálisis como la ley universal
de los derechos humanos se sostienen en el respeto más absoluto a la
singularidad, a lo que Lacan llama la diferencia limitada. En el cruce
entre Derechos humanos y Salud Mental el acompañante terapéutico
se ubica crucialmente en un lugar que vamos a denominar anti-segre-
gacionista, en el punto donde el paciente puede quedar (efecto de su
padecimiento) segregado; pasar a ser una figura de la exclusión social,
como segregado. La operación del acompañante terapéutico en esta
dimensión es una operación antisegregacionista.

Gráfico 2: nuevamente el A T en el calce de estos círculos; acá


en vez de psicoanálisis voy a ubicar la palabra “Tratam iento Psico­
terapéutico” , en la m edida en que efectivamente estamos hablando
tanto de pacientes, en neuróticos, neuróticos en cuadro agudo, pa­
cientes psicóticos, entonces no podríam os decir com o cierto “ psi­
coanálisis” respecto de un paciente psicótico sino “ tratamiento posi­
b le” como dice Lacan para el cam po de la psicosis. Entonces p refie­
ro poner tratamiento psicoterapéutico que vale tanto para neurosis
como para psicosis; dentro de esto efectivamente podem os ubicar
el psicoanálisis, no psicoterapia sino tratamiento psicoterapéutico,
para que quede form ulado más rigurosamente. Vamos a ubicar la
medicación y en otro círculo lo intersubjetivo.

Entonces tenemos: 1-tratamiento psicoterapéutico; 2-psicofár-


maco: la medicación, y 3- lo intersubjetivo.

Gráfico 2
Acompañamiento terapéutico /183

En el cruce del tratamiento psicoterapéutico y lo intersubjetivo


el at queda colocado, su operación está al servicio de lo que vamos
a llamar el desplazamiento libidinal, desplazamiento libidinal como
efecto terapéutico, tanto en casos de neurosis aguda com o en pa­
cientes psicódcos; en pacientes tomados por un riesgo de pasaje al
acto permanente o de acting out, desplazamiento libidinal en el sen­
tido de acompañar efectos de sintomatización; o cuando un pacien­
te padece un cuadro depresivo y hay un desplazamiento libidinal,
que lo podemos constatar, por ejem plo, en que pueda dormir, en
que salga del insomio, en que pueda soñar, y en que pueda dejar de
repetir incansablemente un tipo de actividad, para em pezar a tener
ciertos movimientos, cierto ju ego, esto es porque hay desplazamien­
to libidinal, son efectos de m etonimia de goce en términos lacania-
nos. Y entre la medicación y lo intersubjetivo, tenemos el efecto del
real químico de la medicación restitutivo del lazo. Entonces efecti­
vamente aquí en este marco tenemos como efecto desplazamiento
libidinal, y real químico restitutivo del lazo. Por su parte, entre trata­
miento psicoterapéutico y medicación está toda la problemática de
la interdisciplina en este campo. Tenemos lo interdisciplinario en­
tonces, los desplazamientos libidinales, y lo real químico articulado
a la restitución del lazo. El at en el calce de estos círculos acompaña
efectivamente los efectos del desplazamiento libidinal, es parte de la
interdisciplina, también participa respecto de la cuestión de la me­
dicación (recordando al paciente que tom e la medicación, cuidando
u organizando lo que se hace con la medicación, ordenando, situan­
do, hablando con el analista respecto a la medicación y sus efectos,
hablando al respecto con aquel que dirige el tratamiento, etc.)

Incluyo precisamente la cuestión de la medicación, al hablar so­


bre acompañamiento terapéutico, ya que en el ámbito universita­
rio de la Facultad de Psicología hay como una devaluación de la
dimensión de la medicación, que es tan im portante en el trabajo
en hospital de día y con el acompañamiento terapéutico. Aunque
por otra parte se sabe que tenemos toda la cuestión de la enorme
plusvalía de los laboratorios, del peso del enorm e comercio de los
psicofármacos... Pero sin embargo, eso no debe llevarnos a tomar
una posición totalmente prejuiciosa, de desinformación, ideologi-
zada, del valor que tiene la medicación en muchos casos, donde es
totalmente necesario el psicofármaco, porque no hay otro m odo de
operar respecto a ese real pulsional. Y la palabra psicoterapéutica,
la acción del AT, los diferentes dispositivos, el accionar simbólico,
no afecta de la misma manera ese real pulsional, y lo que sí puede
afectar el real pulsional es el real químico, del psicofármaco, que
184 / Gustavo Pablo Rossi

perm ite condiciones de posibilidad para el trabajo nuestro, incluso


porque si no, no podríam os trabajar. A l tratar ese real de goce, pul-
sional, se permite que se llegue a abrir la dimensión de esa m etoni­
mia de goce, esos desplazamientos libidinales que hacen posible que
alguien pueda sostenerse en relación a su palabra.

Gráfico 3- Vamos a ubicar también tratamiento psicoterapéuti­


co, en su articulación con los dispositivos asistenciales y con el gran
Otro.
Gráfico 3

En el cruce entre dispositivos asistenciales y gran Otro, en la in­


tersección va a quedar la operación de trabajo del at. La operación
acá se articula a lo que vamos a llamar cesión de goce. El enlace entre
tratamiento psicoterapéutico y el Otro va a implicar la restitución de
la posición del sujeto. Y en el cruce de tratamiento psicoterapéutico
y dispositivos asistenciales el trabajo del A T va a estar situado en rela­
ción a la denominada clínica entre varios. Que tiene por función los no
retornos persecutorios de la transferencia en el campo de las psicosis,
donde puede aparecer la consistencia de un Otro no barrado. Esta
clínica entre varios va a permitir una operación de barramiento del
Otro que haga posible que no se desencadene la dimensión intrusita
como iniciativa del Otro. Acá sitúo las transferencias múltiples. Es
como un rechazo al empuje erotomaníaco permanente.

Gráfico 4- En este esquema vamos a ubicar simbólico, real, im a­


ginario. En el centro de estos tres círculos nuevamente el AT. Y en el
cruce de simbólico-real la operación del at va a perm itir (lo voy a p o ­
ner entre comillas porque como hablamos tanto de pacientes neu­
Acompañamiento terapéutico /185

róticos como psicóticos efectivamente tendrá diferente valor esto,


simplemente), trabajar el síntoma como m odalización de goce.

Gráfico 4

Está al servicio el at de un concepto que Colette Soler ha situado


siguiendo a Lacan, y lo ha desarrollado excelentemente, llamando a
esto que estoy tratando de situar aquí fixion. Según la elaboración de
Colette Soler, fixión reúne la fijación freudiana, la fijación de goce y
la ficción como realidad psíquica. Fixión, la fijación freudiana -para
que quede claro- da cuenta de la relación a lo real y la ficción es la
articulación imaginario y simbólico de la realidad psíquica freudiana,
o la fantasía. Entonces el concepto fixión es la condensación de estos
dos: en este sentido la operación del at en el cruce simbólico-real se
pone al servicio de producir estos efectos de fixión. En el cruce sim-
bólico-imaginario va a permitir efectos de significación donde hay
significaciones en suspenso, las crisis de angustia, donde hay caída
de la posibilidad de la producción de significación por la inminencia
del pasaje al acto, donde hay compulsiones, acting out, impulsiones,
identificado el sujeto al objeto como desecho, etc. Va a producir, el at,
se va a articular, permitir, y sostener la posibilidad de la producción
de efectos de significación. En el cruce entre imaginario y real, va a
permitir tener un cuerpo. En el gráfico, vamos a poner el “ a” lacania-
no para que quede claro. Esto es, el tener un cuerpo, en el sentido
del sujeto. En las impulsiones, el pasaje al acto, en los desencadena­
mientos psicóticos precisamente lo que hay es una pérdida de ese
cuerpo que tenemos, porque tenemos un cuerpo en la m edida en que
haya un operador mental que para la neurosis llamamos nombre del
padre, pero que el punto de basta que nos permite tener un cuerpo,
sino no lo tenemos. Sino hay una caída de ese tener el cuerpo. Entonces
186 / Gustavo Pablo Rossi

se articula el A T a las producciones de significación, a la posibilidad


de tener un cuerpo, de restituir, donde hay fenómenos depresivos,
crisis de angustia, neurosis aguda, pasaje al acto, etc. Tener un cuer­
po, también en las adicciones: el “ no” respecto de la dimensión de la
adicción, está al servicio también de la dimensión de tener un cuerpo
y fundamentalmente esta articulación.

C on estos 4 escribo el quinto y el último, que es una síntesis arti­


culada de otro m odo de estos gráficos.

Gráfico 5. Vamos a escribir aquí el paciente, y aquí vamos a incluir


el A (el Otro). Llamaremos a esto tanto lo público, como lo intersub­
jetivo, para tomar como referencia un artículo de Gustavo Rossi, que
se publicó en el diario Página 121, que recomiendo leer, donde insiste
en la operación del A T respecto de la dimensión de “ lo público” , es
muy interesante. Efectivamente, tenemos un paciente que de acuerdo
a la estructura de que se trate y en qué momento está de lo que le
está ocurriendo, si es una psicosis en pleno desencadenamiento, si
es en el momento anterior al desencadenamiento, si ya se produjo el
desencadenamiento, si se trata de un neurosis en cuadro agudo con
un efecto de melancolización, riesgo de pasaje al acto, acting out si se
trata de adicciones con impulsiones con riesgo etc. tenemos especial­
mente una relación trastornada del sujeto para decirlo así, con el otro
llamado lo público, lo intersubjetivo. Es aquí donde se va a ubicar el at
a partir del trabajo entre varios, del clínico, la medicación, el hospital
de día, ahí va a venir a intervenir el at. Hay momentos en donde el at
se presenta, muestra cierta dimensión de la castración imaginaria por
ejem plo comentando cosas de su vida personal, se muestra como un
sujeto castrado. Podríamos utilizar aquí perfectamente la formulación
de Lacan de la vacilación calculada de la neutralidad como momento
puntual en una operación analítica; en el at esto sería una práctica
más cotidiana, esto perm ite el encuentro con una barradura en el Otro.
Tenemos al at también a veces perm itiendo la producción de un S2
donde en el paciente hay una insistencia de un SI sin que esto pueda
venir a armar una cadena, o sea el A T viene a ser soporte de que se
arme alguna posibilidad de “ discurso del amo” , o sea que se articule
algún SI - S2. En esta línea el at hace las veces de una “modalidad de
punto de basta” para perm itir modos de anudamiento de significación.
En otros momentos el at ubica cierta medida: “ hasta acá” , o “ cami­
nemos más cuadras” , o algo de la medicación, “ a ese lugar m ejor no,
porque vos recordá que pasa tal cosa o tal otra” . Siguiendo las indica­
ciones va produciendo un efecto de regulación, de medida fálica.
Acompañamiento terapéutico /187

En ocasiones el at es una suerte de alter ego, en el sentido de


Lacan, el alter ego en el término de la constitución del sujeto. Esto
que aparece problematizado en la psicosis com o transitivismo y que
aparece claramente en el llamado transitivismo de los niños. Mu­
chas veces encontramos el sujeto no solo psicótico sino neurótico
con cuadro agudo que hay una complicación seria a nivel del alter
ego como inscripción en la estructura.

Otras veces el at funciona como S I, com o lugar del Am o, “ eso no” ,


y marca un “no” : para aquel lado no vamos, esto no lo hacemos.

Com o también a veces finalmente funciona como objeto, dócil­


mente, com o un objeto desde un lugar de una docilidad importante
a los modos de restitución de la posición del sujeto com o tal. Todo
esto lo vamos a llamar semblantes, conectores, que perm iten la resti­
tución del sujeto en su dignidad y su conexión con el O tro barrado y
la barradura del Otro donde el Otro se presentaría bajos los modos
de: iniciativa del Otro, intrusión de goce, o el sujeto com o objeto de
la droga o el sujeto tomado en una crisis melancólica com o melan-
colización en una neurosis etcétera.
Gráfico 5

CLINICA ENTRE VARIOS / HDD

PACIENTE
I
AT A/Lo público/Intersubjetividad

I
S
S2
Punto de basta
Regulación
Alter ego
SI
A

SEM BLAN TES CONECTORES


SA BER HACER D EL AT

Todos estos semblantes conectores perm iten por lo tanto la ins­


titución del sujeto y su relación con el otro y el O tro queda barrado.
Esto lo realiza el at, son operaciones del AT, a partir de su saber ha­
188 / Gustavo Pablo Rossi

cer com o at, y en relación directa con el psicoterapeuta, los psicofár-


macos y el dispositivo del hospital de día -cuando está incluido en el
dispositivo de hospital de día-. Siguiendo la orientación de trabajo
ahí, en ese contexto efectivamente con su “ saber hacer” tiene que
“ saber hacer” a partir de este trabajo y de su lugar en cada vez y
cada ocasión contingentem ente de sujeto barrado, punto de basta,
S2, dar m edida fálica, alter ego, significante A m o (marcando un no),
0 com o objeto a. Cada vez, absolutamente cada vez. ¿Qué tenemos
com o resultado?: el at aparece como un objeto absolutamente poli­
valente al servicio de un dispositivo que lo cuenta a él como uno más
del tratamiento, y la clínica entre varios para esta transferencia mul­
tiplicada, pero donde el at ocupa un lugar relevante en la m edida es
el que va con el sujeto por la ciudad, por la casa, articulando la di­
mensión de lo público, y va perm itiendo de este m odo una conexión
del sujeto con ese O tro que el sujeto tiene absolutamente afectado.
Y es necesario un at cuando el sujeto tiene totalmente afectada su
relación con el otro en términos de lo público, del grupo familiar, del
otro social. Es fundamental ahí el lugar del at, nada podría venir
a sustituir eso, ni el analista, ni el psicofármaco, ni los otros dispo­
sitivos, lo único ahí que puede estar con el sujeto acompañándolo
en su relación con el otro de lo público, es el at con un saber hacer
que le perm ita circular por todos estos lugares que son semblantes
conectores, para perm itir una operación de goce cada vez, vez por
vez, que le permita al sujeto hacer estas conexiones. Y que el suje­
to no quede ni desconectado, como desecho del Otro, ni ante una
iniciativa del Otro, ni produciendo una identificación a un objeto y
precipitarse en un pasaje al acto suicida por ejem plo, donde pueden
precipitarse a un consumo de droga que lo podrían poner en riesgo
para si, para otro, para ser tratamiento de fenómenos de melancoli-
zación etc.. Entonces, cierro estas reflexiones: en síntesis, el at cada
vez con su saber hacer es un semblante conector.

Notas ________________________________________________________
1 Rossi, G.; Bases del Acompañamiento Terapéutico: La locura es soledad-, en el
Diario “ Página 12” , Sección Psicología, Bs. As., 11/11/04.
Capítulo 11
Acompañamiento Terapéutico y
Políticas en Salud Mental
31veo allí cuando bajo
tanta gente en silencio
cada uno con su ovillo
desovillando
cuidadosamente
en silencio hacia adentro
y “me siento mal” dijo uno de pronto
y era un paciente de paciencia de años
hace años

Leónidas Lamborghini - “ Diez escenas del paciente”

Reflexiones sobre la noción de Salud Mental: construcción


socio-política de este campo
Es sabido que la noción de salud mental es especialmente poli-
sémica, motivo a veces de polémica, por lo cual haré una revisión
sintética que permita ubicar cuestiones conceptuales consensuadas,
y el sentido que destaco de esta noción para la práctica del AT. Los
organismos internacionales (OMS, OPS, etc.), y los estudios que se
dedicaron al tema, ensayaron numerosas definiciones de la salud
mental, destacándose sus variaciones en función del marco cultural
y político-social. En este marco, extraemos la idea de que es casi
imposible llegar a una definición exhaustiva del concepto de salud
mental, cerrado al debate. Por otra parte, cuando se intenta precisar
qué significa en un individuo determinado la presencia de un estado
de salud mental, cuáles serían sus “ indicadores” , esta noción toma
orientaciones muy diversas, con una valoración que podrá ajustarse
y diferenciarse de acuerdo al marco conceptual de referencia. Existe
sin embargo acuerdo en concebir a la salud mental com o un valor
que depende de múltiples contingencias.

Extraigo de la bibliografía de referencia1, algunas de las explica­


ciones mencionadas: “ ...se trata de un concepto cuyo contenido es, en
gran medida, valorativo. Las distintas evaluaciones de los síntomas y
procesos tanto afectivos como cognitivos y comportamentales que se
utilizan para designar a una persona o grupo social como sano o enfer­
19Q / Gustavo Pablo Rossi

mo varían según las representaciones sociales y paradigmas científicos


dominantes en cada cultura y periodo histórico” “El que una persona
sea considerada como enferma, no sólo depende de alteraciones de
su personalidad sino de las actitudes de la sociedad con relación a ese
tipo de alteraciones. Este hecho nos demuestra la importancia de los
valores sociales en la definición de la salud o la enfermedad mental.
(...) U n mismo comportamiento puede ser evaluado de distinta forma
según el contexto social en que se realiza. Sociólogos como Gofiman
(1976) llegan a definir la enfermedad mental no como un conjunto de
síntomas claramente delimitables sino como una incorrección situacional.
Estas incorrecciones situacionales reflejarían una ruptura en las reglas so­
ciales que definen la interacción comunicativa.” 2

Remarquemos, que más allá de las apreciaciones y críticas entre


visiones clínicas y sociológicas y los cuestionamientos desde autores
psicoanalíticos, hay igualm ente un consenso en que el concepto de
salud mental es más am plio que la ausencia de trastornos mentales,
que la desaparición de todo trastorno posible.

Ahora bien, planteado socialmente com o un ámbito de interven­


ción de las políticas sanitarias, A. Barraco 3 afirma que este campo
de la salud mental “ es multirreferencial, abierto y dinámico, y se
sostiene en el concepto de interdisciplina” .

Habrá, además, diferentes posiciones en cuanto a la inclusión de


la Salud Mental en acciones integrales de Salud, desde autores que
proponen desdibujar o borrar toda diferencia entre salud y salud
mental (en tanto la segunda se integraría en la primera, valorando
la unidad), hasta aquellos que buscan mantener su especificidad, en
especial en el terreno de las políticas en salud, y en su tarea ligada
a la reform a de los abordajes institucionales, desde propuestas al­
ternativas que prioricen lo ambulatorio ante la permanencia de los
m odelos asilares segregativos.

Desde otra posición -c o n la que acuerdo para sostener en este


texto-, E. Vaschetto afirma que no se trata de reproducir los térm i­
nos con los que concluye la O M S sobre el tema, sino de “ resaltar el
uso que podemos dar al significante Salud Mental”. “ El sentido que
posee dicho significante, ora vacío, ora flotante, para quienes com ­
partimos el campo profesional de los servicios de salud mental del
hospital, se sostiene en los puntos de encuentro donde la psiquia­
tría, el psicoanálisis y otros saberes trabajan para acoger el malestar
psíquico4” . Esa intersección va a implicar que estos saberes “ super­
Acompañamiento terapéutico /191

ponen sus carencias” , en tanto respuestas al sufrimiento, confluyen­


do en el “ profesional de la Salud M ental” .

En nuestro texto, venimos considerando esta noción en tanto


construcción política y cultural, que implica una dimensión histórica, de
conjunción entre distintas disciplinas ligadas al abordaje de los pade­
cimientos psíquicos, donde ubicamos tanto puntos de coincidencias
como de polémicas, sin que llegue a establecerse la hegemonía de
una práctica profesional sobre las demás. Recordando lo dicho por
Carpintero y Vainer, el nombre “campo de la Salud Mental” remite en
Argendna y en el mundo a ese movimiento aglutinador, conformado
por discursos y prácticas profesionales y no profesionales, cuya fuerza
histórica en su inicio como campo tenía el significado de confluir en
“ que pretendía superar el manicomio como form a de asistencia.”5
También se apreciaba como una característica relevante del mismo
que “ la psiquiatría dejó de ser la profesión exclusiva que curaba las
enfermedades mentales y debió convivir con otras disciplinas (...)” 6.

Derechos Humanos, Derechos Ciudadanos y Dispositivos


terapéuticos.
Para los trabajadores del área de la Salud que componen el ámbito
de la Salud Mental, se trata en este m om ento de diseñar estrategias
de articulación transversales, donde las distintas disciplinas e insti­
tuciones presten atención a la particularidades y diferencias de los
pacientes, para ir construyendo dispositivos de atención alternati­
vos ante una sociedad que tiende a la segregación, al encierro, y a la
supresión de los derechos civiles de quienes no entran en la lógica del
utilitarismo, en el esquema de las leyes del mercado.

Los dispositivos terapéuticos, subrayemos, no son ajenos a la


consideración que se haga de los derechos humanos de un paciente,
y de sus derechos ciudadanos en una comunidad determinada.
Para avanzar hacia una construcción crítica de nuestra interven­
ción, Emiliano Galende escribió que el desafío sigue siendo generar
un cambio en el m odelo de asistencia, “hacia un m odelo basado en
la atención especializada, sobre la base de equipos interdisciplinarios,
próximos al domicilio de la persona afectada, con capacidad de ex­
tender su atención al domicilio del paciente, de integrar a la familia y
al mismo paciente en el proceso de atención y, de un m odo especial,
que cuente con recursos adecuados a la complejidad de los problemas
que debe atender” .
192 / Gustavo Pablo Rossi

El problema de los neuropsiquiátricos, afirma Galende, “ es políti­


co, ya que expresan la forma en que el Estado atiende a personas, y es
de derechos humanos, porque revela la suspensión atemporal de su
condición de sujetos de derecho” 7. Se refiere a la abolición del dere­
cho al respeto de su dignidad y la supresión de sus derechos ciudada­
nos, propios del funcionamiento de toda “ institución total” 8-prisión,
asilo, institutos de menores, etc.-.
Entonces, en prim era instancia, no se trata de “ curar” a estos suje­
tos, sino de restablecer su dignidad de persona y sus derechos como
ciudadanos de vivir en la comunidad, atendiendo a la rehabilitación
de las capacidades perdidas durante su prolongada internación. “ En
cada trastorno mental se deben atenuar los síntomas del sufrimiento
con la medicación adecuada, pero a la vez es necesario atender desde
el inicio la crisis psíquica en el paciente y en su familia, atender las impli­
cancias que el trastorno trae para su integración a la sociedad y asegurar
que reciba cuidados adecuados de enfermería para su adhesión al tra­
tamiento propuesto9”. A grego: no sólo cuidados de enfermería, sino
que acá también debe valorarse de manera especial la participación
de una red comunitaria y una continuidad de atención que incluya el
acompañamiento terapéutico, por el complemento que implica para
el tratamiento ambulatorio, por su importancia en el ámbito familiar
y la integración social.
Ciertamente, el A T puede ju ga r un lugar central en aquello que
se ha llamado el proceso de sustitución de las lógicas manicomiales. Pro­
ceso que debe hacerse sin perder de vista la singularidad de cada
sujeto, com o eje de los dispositivos terapéuticos, para que estén en
consonancia con el respeto de sus derechos humanos. El “ enferm o
mental” , como residuo, es aquel cuya palabra no es escuchada, no
tiene ningún valor. La desinstitucionalización es más que la abolición
del manicomio, ya que la ideología de custodia asilar también está
en ju ego en los distintos sectores (gubernamentales y no guberna­
mentales) pertenecientes a la comunidad donde se encuentra aquel
que tiene un padecimiento mental severo. O m ejor dicho: donde se
desencuentra.

La constitución y sostenimiento de una red social implica el en­


tramado “ no sólo de organizaciones sino también de vínculos que
constituyen el universo de un sujeto10” , y que participan en el sos­
tenim iento de políticas educativas, preventivas, asistenciales y de
rehabilitación. En el trabajo en red, entonces, no vale solo la pers­
pectiva sanitaria, sino también lo referente ajusticia, Trabajo, Edu­
Acompañamiento terapéutico / 193

cación, etc., con sus instituciones y actores involucrados, para que


cada sujeto pueda ejercer sus derechos como ciudadano.

Salud mental, psicoanálisis y psiquiatría


En un texto reciente, Eric Laurent dice sobre el psicoanálisis, que
aporta al “registro de la particularidad subjetiva” , aunque “va más
allá del respeto de los derechos del hom bre” . Pero para ir más allá
tiene prim ero que pasar por ahí, digamos, tiene que existir prim ero
ese más acá, donde se sitúa el sujeto de derecho, el derecho humano
que debe respetarse en aquel llamado paciente y su familia. Dirá
posteriormente: “ donde no hay derechos humanos, no hay psicoa­
nálisis” , lo cual hace que sean “un previo indispensable” 11.

Con el Acompañamiento, como en un conjunto de dispositivos y


herramientas, trabajamos sobre las circunstancias -objetivas y subje­
tivas- que permitan generar las condiciones para que estos derechos
humanos, en su singularidad, puedan sostenerse. Es muy ilustrativo
en este aspecto el caso que presentaremos en este capítulo.

Y pasamos con esto a otra lectura recomendable para el tema: es


el libro Psicoanálisis y Salud Mental de E. Laurent12, cuyas afirm acio­
nes son de suma relevancia al tratarse de uno de los referentes prin­
cipales en la Asociación Mundial de Psicoanálisis (y en Argentina en
la Escuela de Orientación Lacaniana, E O L )13. Hace un llam ado a la
“responsabilidad de las instituciones analíticas” , para “ afrontar los
retos del siglo” , donde los analistas van a ser participantes de una
red, que ubica a manera de una “ conversación” , donde no tiene que
“ obnubilarse sobre la identidad del psicoanalista - e l problem a no es
su identidad, son sus usos (...)” Tomando el desarrollo de E. Laurent,
sostengamos que tanto para analistas, como para ats, se trata de estar
incluidos en las formas nuevas de “conversación” en este ámbito, y en
el terreno de la cultura actual, ser interlocutores válidos, lo cual no
puede darse (en este estado de cosas) sin tomar en cuenta la dim en­
sión de la eficacia de nuestra práctica, aunque no dejemos de tener
igualmente un horizonte amplio para no perdernos bajo esa única
mirada -e l todo vale de la eficacia-.

Reclama en este texto una alianza “con todos los que luchan den­
tro de la psiquiatría, dentro de la salud pública que desborda el
problema, o que está más allá del problema de la técnica médica
como tal, para construir estructuras menos crueles, com o decía Rorty” .
Desde su posición, el objetivo de participar en estas instituciones me­
194 / Gustavo Pablo Rossi

nos crueles “no es conseguir la cura analítica para todos” , el analista


no persigue esto, se trata más de bien de instalarse en el lugar de un
“uso posible” para todos. En otras palabras, a esto me refiero con la
necesidad de participar en una red de profesionales e instituciones,
donde haya un tratamiento posible para cada sujeto, uno por uno.
El psicoanálisis no tiene lugar en todos lados, pero puede sostener
una posición que recuerde que el sujeto surge de la palabra, y por lo
tanto otorgue valor a la palabra, a la potencia de la palabra.
Y acoto, además, que es necesario que haya escucha —y no cual­
quiera—para que haya palabra.
Por su parte, acuerdo también con la apelación de Laurent, para
pasar de un analista cerrado en su reserva, a un analista que parti­
cipa, a “un analista ciudadano” 14, sensible a las formas de segrega­
ción actual, y “ perfectam ente compatible con las nuevas formas de
asistencia en salud mental, formas democráticas, antinormativas e
irreductibles a una causalidad lineal.”
Mas aún, diría: por qué no hablar aquí de un trabajador de la salud
mental sensible a estas cuestiones.
“ L o que tenemos en común los psiquiatras, los trabajadores de la
salud mental y los analistas es que sabemos que la democracia y el
lazo social son cosas muy frágiles, basadas en un manejo delicado de
las creencias sociales” 15.
En este contexto, es necesario que el analista “ pida” , ante la so­
ciedad y los gobiernos, “ una form a de asistencia en salud mental
que sea democrática y que sea capaz de respetar los derechos civi­
les” . Para esto, deberá no quedar atrapado en esa especie de burbuja
que implica a veces la clínica mirada desde atrás del diván; enten­
der p o r una parte que ante determinadas problemáticas clínicas no
puede actuar sólo, y p o r otra parte que debe plantearse debatir e
incidir en las coordenadas institucionales y políticas que atraviesan
la práctica cotidiana en salud mental.
Pero Laurent dice algo más: se necesitan instituciones particu­
lares “ para darle lugar al inconsciente” . Aunque antes de llegar
a esa instancia, nos interrogamos: ¿cómo plantear una propuesta
psicoanalítica en un contexto institucional, sin replantear aquellas
condiciones que hacen que la internación lleve a la privación de los
derechos civiles del paciente, y se le im pida la comunicación con su
m edio familiar y social, con el exclusivo recurso de un aplastante
tratamiento farm acológico? En muchos casos (se afirma tanto desde
Acompañamiento terapéutico /195

la psiquiatría como del psicoanálisis), no queda otra opción que la


internación, y puede ser cierto. Ya dijimos que es im portante distin­
guir en el psicoanálisis cuestiones de Táctica de cuestiones del orden
de la Política, incluso al pensar una derivación a una institución, la
cual no puede impugnarse de antemano. Ahora bien: ¿se extreman
las medidas para favorecer esquemas de contención y tratamiento
alternativos, y hacer que la internación institucional de tiem po com ­
pleto, cerrada, sea realmente un “últim o recurso” ?

Se necesitan tanto dispositivos com o modalidades de interven­


ción particulares, donde incluimos el acompañamiento terapéutico,
que permitan un trabajo sobre ese “ previo” , sobre las condiciones
básicas que requiere cada sujeto y su contexto fam iliar para que allí
se pueda - o n o - dar lugar al inconsciente.
Si se remiten a nuestros capítulos anteriores, también encontrarán
aportes de este libro para la temática de la demanda. “ Es menester
darle su lugar a la palabra del sujeto, ya sea a través de la entrevista
clínica, el diálogo constante con el enfermero o el educador, o, inclusi­
ve, el pequeño grupo. También hay que saber lo que se oye en la palabra,
sobre todo porque el sujeto tratado de este m odo no habla enseguida,
ya sea niño psicótico o autista, adulto en crisis o toxicóm ano .”16
En el A T recurrimos a dejar hablar al sujeto, aunque el acompa­
ñante hablará en más o en menos de acuerdo al caso. Y no será para
pretender atarlo a alguna regla, aunque se crea que es la mejor, sino
para propiciar su palabra, y propiciar el acceso a una expresión subjetiva.
Esta dirección, que no es sencilla, puede resultar también un punto
de inicio, y un reinicio si se trata de pacientes institucionalizados, con
frustrados intentos de tratamientos durante largos años.

Los costos y las políticas cortoplacistas


Hay por otra parte una dimensión que no es menor, en lo que
hace a reflexionar sobre las instituciones en Salud Mental, y las p o­
líticas en este campo, y es la referida a los costos de los tratamientos
en Salud Mental, “ costos” que hacen en prim er térm ino al padeci­
miento personal del paciente y su familia, pero que también hacen
a la dimensión económica con la fuerza que esto tiene para sostener
un tratamiento. Costos que suelen pensarse de manera extremada­
mente “cortoplacistas” .

A veces se piensa que la tan mentada “ eficacia” es contradictoria


con la idea de implementar acciones en red, en equipo interdis­
196 / Gustavo Pablo Rossi

ciplinario, poniendo como obstáculo central lo referente al costo


económ ico que tendría. Y acá debemos mensurar el gasto que tiene,
en el terreno de las políticas en salud mental, las deficiencias en la
articulación entre los sectores públicos y privados, y entre las institu­
ciones y profesionales dedicados a la asistencia.

En esto también puede pesar la intervención del AT. A lgo de


esta temática veremos en la viñeta clínica de la segunda parte. Ca­
ben igualmente mencionar otros ejemplos casi diarios que tenemos
en nuestra práctica, cuando necesitamos lidiar para que cubran un
dispositivo de acompañamiento terapéutico, con estructuras adm i­
nistrativas y económicas del sistema d e obras sociales y medicina
prepaga, que empujan hacia el embudo de la internación, de la
medicalización, como salida exduyente. Sin dimensionar las conse­
cuencias que esto implica a su vez, por la entrada que esa política tie­
ne para la cronificación de sujetos que podrían ser tratados de otra
manera. Encontramos a directivos de estas instituciones enfrascados
únicamente en el corto plazo, en la opción que parece administrati­
vamente más sencilla, sin entender que incluso desde ese supuesto
interés económ ico se verían beneficiados, en el mediano plazo (que
es como piensan ciertas cosas hasta en el más elemental capitalismo
del m undo) si consideraran los “beneficios” que tiene para la insti­
tución el hecho de que sus pacientes/afiliados no se cronifiquen, es
decir que no se agraven en su estado de salud, en su vínculo social,
en su inserción laboral, en fin, si se toman en cuenta las cuestio­
nes ligadas al deterioro, efecto del aislamiento, etc. Si hablamos en
términos desde la perspectiva “ macro” , aunque suene demasiado
llano, en cuanto a la pérdida económica que implica esa lógica para
un país. Con todas las letras: lo que no se entiende es que sería “ más
económ ico” en un largo plazo tener afiliados que no se reinternen
continuamente, que no se medicalicen innecesariamente, que pue­
dan usar aquello que de terapéutico tiene su m edio ambiente natu­
ral (su familia, su barrio, su actividad laboral, educativa, etc.), en fin:
tener sujetos más sanos, psíquica y físicamente.

Es que, según quienes se han abocado a las variables económicas del


tema17, los procesos de desintitucionalización, cuando se implementa
gradualmente a través de hospitales de día, casas de medio camino,
etc., presentan muy buenos resultados, “ya que indica una reducción
de costos operativos y de capital de carácter significativo para el sis­
tema de salud. En lo económico, los estudios de costo/efectividad al
respecto, indican la conveniencia de implementar dichos procesos” .
Acompañamiento terapéutico / 19?

En cuanto al trabajo con AT, los gastos quizá comparativamente


con el abordaje institucional “ en serie” aumentan, en el corto plazo,
aunque igualmente esto habría que evaluarlo en cada caso, plan­
teando esquemas de A T flexibles y adecuados para los tiempos que
el paciente y la familia necesita, dado que, en la m edida en que es
utilizado con precisión, representa la posibilidad de contar con un
proyecto terapéutico que tiene consecuencias en la evolución del pa­
ciente, y en sostener los avances de un tratamiento, con los esfuerzos
y costos que tuvo. Por esto, en el mediano y largo plazo, puede plan­
tearse que es un recurso que ayuda a reducir los costos de la asis­
tencia, por ejem plo con pacientes que no requieren una internación
psiquiátrica, o cuando se hace un trabajo intra e interinstitucional
con tiempos pautados eficazmente, contando con otra contención,
que complementa al terapeuta o el equipo institucional.

Cronicidad, cronificación y ausencia de proyectos


Otro punto importante, que al menos esbozo, es lo que hace al
tema de la cronicidad. Debe destacarse tanto el lugar del acompaña­
miento terapéutico como del psicoanálisis, en una perspectiva de
trabajo opuesta a la de aquellas instituciones y políticas que llevan al
deterioro crónico de un paciente, y/o que no implementan las m edi­
das necesarias para paliar esto, en tanto sea posible.

Es útil diferenciar el viejo concepto de cronificación respecto a la


idea de cronicidad propia de la estructura psíquica. La cronificación
es el deterioro como efecto del aislamiento, de la falta de estimula­
ción, de la marginación m anicom ial18, mientras que por otra parte
existe cierta cronicidad a manera de un “ defecto” que se va acen­
tuando, descripto en form a paradigmática en algunas formas de las
psicosis. La cronificación podrá limitarse si apuntamos a evitar los
efectos de la desinserción social, y mitigamos en cuanto sea posible
la caída del sujeto respecto de las redes y los lazos que le dan huma­
nidad. Que es una caída donde no es indiferente la dimensión del
lazo transferencial que pueda establecer ese sujeto.

En este punto, también amplío con el aporte de E. Laurent: “ La


cronicidad no es un problema de duración” , porque un sujeto con
determinado trastorno mental puede requerir un tratamiento de
por vida. “ La cronicidad se produce cuando ya no quedan objetivos
terapéuticos. Y en la lucha contra la desesperación, contra la falta de
proyectos, de objetivos, no sólo de tipo comportamental, sino pen­
198 / Gustavo Pablo Rossi

sando la vida de un sujeto, el psicoanálisis tuvo una participación,


por ejem plo, luchando contra las formas de depresión del terapeu­
ta” . Y “ participó en la evaluación del lím ite con que tropiezan las
distintas formas de reordenar los tratamientos en Salud M ental” .

Por esto, existen también acuerdos cada vez mayores sobre la nece­
sidad de “tratamiento combinados” , entre fármacos y formas de psico­
terapia, para el logro de una mayor eficacia, donde sumemos que no
puede dejarse de lado las cuestiones que venimos resaltando, en cuanto
al posible abordaje de la cotidianeidad, de aquello que atraviesa el con­
sultorio o la institución de tiempo parcial, allí donde es necesaria una
red, que otorga un relieve particular a la función del A T

Presentación de un caso. La problemática de la eficacia terapéutica,


del equipo al trabajo interinstitucional

Un “caso social”, para repasar algunas nociones precedentes


En esta segunda parte del capítulo vamos a trabajar a partir de
la viñeta clínica de un AT, sobre el cual centraré mi comentario. El
acompañante terapéutico es quien presentó el caso, de este paciente
al que llama Héctor. Tom aré un recorte, no sin antes agradecer a
Daniel De Socio 19por su gentileza al facilitarme el fragm ento clínico
com o material para esta publicación. En el seminario que m otivó
mi comentario del caso, las presentaciones precedentes abordaron
temas como la eficacia, la transferencia, el trabajo en equipo, en red,
y la interdisciplina. Y con este acompañamiento vamos a recorrer
varios de estos temas.
Leerán primero al recorrido del caso, según fue presentado por
el at.

El caso Héctor
Acompañante Terapéutico: Daniel De Socio, a cargo de la presentación
clínica.
Héctor es Jubilado, de profesión ingeniero. Nacido en la ciudad de
Rosario, Provincia de Santa Fe. De estado civil divorciado, los fami­
liares de referencia que tiene son 2 hermanas y algunos sobrinos,
que residen en Rosario. Está internado desde hace aproximadamen­
te 5 años, al momento del AT.
Acompañamiento terapéutico /199

Existe al comenzar el acompañamiento una "fecha de traslado ins­


titucional", y un lugar para el traslado, que es un Gerontopsiquiá-
trico en la ciudad de Rosario.
Objetivo inicial del Acompañamiento Terapéutico: acompañar al
paciente a PAMI para la gestión de traslado institucional.
Objetivos posteriores:
Acompañar al paciente en:
Proceso de gestión de trámites, teniendo en cuenta "tiempos ins­
titucionales"; proceso de "duelo"; enfermedad clínica; reencuentro
familiar.
Ejes propuestos para trabajar (con la viñeta): interconsulta, in-
terdisciplina, trabajo en red. También en cuanto a contenidos
conceptuales, aparecen preguntas acerca del por qué del AT, su
posición en relación al analista, el psiquiatra, el trabajador so­
cial, etc. y la incidencia en la subjetividad del profesional, cues­
tiones éticas.

Viñeta clínica:
Héctor es un paciente de 58 años, con diagnóstico de esquizo­
frenia, con una larga estancia de internación psiquiátrica, o sea,
un paciente institucionalizado. Es un caso comúnmente llamado
"social"20. Su larga estancia se debe más a cuestiones burocráticas
que a la patología en sí. Los años pasan, los gobiernos cambian y
los pacientes ¿esperan?, ¿qué? Llega su turno de la gran lista de
pacientes en espera... Héctor es citado por PAM I21, vía Asistencia
Social.

Hasta el momento, el paciente se manejaba lo suficientemente


bien como para salir de permiso; en el transcurso de este tiempo
obtuvo un "pase libre de colectivos", con el que se movía sin mayo­
res inconvenientes, ha llegado a viajar a Rosario, solo, para visitar
a su hermana.

Es aquí donde empieza mi labor como AT. Se me indica acompañarlo


para la realización de los trámites en PAMI ya que lo habían citado
para una entrevista. Ahora bien, ¿por qué la pertinencia de la indi­
cación del AT? Entiéndase ésta como uno de los "recursos clínicos
alternativos para el abordaje de pacientes que desbordan los límites
del ámbito institucional"22.

¿Cuál es su función dentro del dispositivo institucional? "la función


del Acompañante Terapéutico sólo puede definirse en relación a la
200 / Gustavo Pablo Rossi

estrategia de un tratamiento, e irá cobrando sentido en la medida


en que éste avance, es decir, en relación a las particularidades de
cada caso".23

En lo que respecta a mi función, no dudé en ponerme al tanto del


caso y particularmente informarme acerca de la medicación que se
le administraba ya que debía salir con el paciente fuera del disposi­
tivo de internación, ahora bien, ¿qué implicación tendría?, una de
ellas era mi responsabilidad como agente de salud, ¿qué responsa­
bilidad ante la ley como at, siendo que aún no estaría legitimada
su función? Sorteando mis dudas emprendí camino hacia PAMI.

La urgencia con Las que suelen manejarse este tipo de situaciones


hizo que en poco tiempo baraje diversas cuestiones, como ser, pre­
sentarme ante el paciente, ponerlo al tanto del trámite a realizar y
de alguna manera estar sujeto al libre albedrío.

Emprendimos viaje en colectivo, caminamos otro trecho hasta lle­


gar a destino. Mientras se le informaba a Héctor sobre su situación
y se le leía una serie de requisitos, noté cierta ansiedad y desenten­
dimiento por parte del mismo. No dudé en establecer cierta alianza
con mi paciente y en preguntarle si estaba entendiendo lo que la
asistente social le explicaba. Percatándome de la poca recepción
de las palabras emitidas por la asistente social, utilicé un lenguaje
más específico y concreto, por lo que fui agradecido ya que según
me explicaba Héctor, estos asuntos lo ponían nervioso y no lograba
entender de qué se trataba exactamente.

Luego de una serie de requisitos a presentar, tales como Informe


Social, Resumen de H. C. , Recibos de pago de Haberes de jubila­
ción (en poder del Curador Oficial), etc, me encontré con una serie
de cuestiones de muy amplio espectro. Ya no se trataba solamente
de acompañar a Héctor sino también acompañar el proceso burocrá­
tico en juego. ¡Qué tarea esa!

Me preguntaba a quién le correspondería realizar estos trámites


y la respuesta quedaba vaciada de contenidos: ¿la familia?, ¿la
asistente social?, ¿su terapeuta?, ¿el AT?, muchos interrogantes y
angustia en juego. Decidí operativizar y de alguna manera soldar
algunas grietas institucionales. (No soportaba la falencia y la len­
titud con que suelen manejarse estos trámites).

Consideré que el Gerontopsiquiátrico en Rosario, ofrecido a Héctor,


podría ser mejor que el actual lugar, ciudad aquella que lo vio nacer
y en donde aún Le quedaban algunos afectos. Ideales éstos, sin
Acompañamiento terapéutico / 201

duda, estaban en juego en mi persona, por lo que creí que cuanto


antes se resolviesen las cuestiones burocráticas, mejor resultaría
para el paciente.

El circular por los distintos dispositivos institucionales me cuestio­


nó acerca de la interdisciplina y sus falencias, aquello que debiera
estar "interconectado" estaba "interfragmentado".

Momento de tensión
Poniendo a Héctor al tanto de la situación hasta el momento, éste
me comenta que había ido a visitar a la asistente social, en busca
de información, encontrándose con la tan común respuesta "hay
que esperar". Le comunico que había novedades y que seguramen­
te no habrían llegado a oídos de la asistente social, que se quede
tranquilo que en poco tiempo se resolvería todo y que se vaya pre­
parando (haciendo alusión al traslado).
Semana siguiente, me entero de la internación en clínica médica,
¿qué pasó?, (no dejo de pensar en lo que hablamos la última vez
antes de su internación).
No dudo en visitarlo y en ponerme al tanto de su situación. Apa­
rentemente su cuadro clínico refería a una afección pulmonar
agravada por los años y por su costumbre de fumar (EPOC). Me
encuentro con un Héctor con un alto grado de ansiedad, abs­
tinente de fumar, sin medicación psiquiátrica y desmejorando
paulatinamente.
Pasan los días y lo noto peor, sudando, trémulo, criticando todo
a su alrededor; la angustia me corroe, un nuevo lugar me plantea
el acompañamiento de Héctor, ya no es el seguimiento de sus trá­
mites sino el seguimiento de su estado de salud, el mediar entre
los médicos y enfermeros de clínica médica y los de su lugar de
morada, además de presencia y sostén, muchas veces utilizando un
discurso Amo y todo recurso pertinente que estuviese al alcance
de mi mano.

Entre los trámites, confusos para Héctor, y los vericuetos de la


enfermedad, advertí que era momento de una toma de decisión, a
saber: mientras hablaba con Héctor sobre el traslado y otras dudas
al respecto, noto que este tema era motivo de extrema ansiedad
por lo que decido estratégicamente cambiar de rumbo, le propongo
dejar el tema "Rosario" para otro momento, ocuparnos de pasar
este mal trance y ver luego qué sucedería.
202 / Gustavo Pablo Rossi

Héctor demandaba compañía, sostén, palabras alentadoras y mu­


chas otras cuestiones que no estaban al alcance de mi mano.

Debido a estas contingencias, mis visitas eran diarias, contando


aún con el fin de semana. Domingo por la tarde, voy a clínica mé­
dica y me entero de su traslado al Hospital Penna. Hacia allá me
dirijo, lo encuentro en la Guardia en un estado catastrófico, con
respirador, etc. Intento hablar con algún médico y enfermero del
lugar, dándome a conocer como su AT (tal vez, le dieran una mejor
atención). Aquí también mi función era mediadora, no sólo advertí
al paciente sobre la situación actual-, debido a su desorientación
témporo-espacial, sino a médicos y enfermeros del lugar ya que
Héctor no sólo era un paciente librado "a la buena de Dios" sino
que además provenía del Borda y ¡vaya uno a saber que complica­
ciones traería! Noto que mi presencia tranquilizaba a Héctor y lo
mantenía mucho más calmado que como solía escucharse por los
pasillos.

Al día siguiente los médicos se cuestionaban el por qué del traslado


a este hospital siendo que era un paciente para estar en clínica
médica. Un día más y ya no lo encuentro allí, ¿dónde estará? me
preguntaba, y nadie sabía responder, no había registro del paso
por allí, claro, venía del Borda! (y no estaban al tanto que era un
paciente con cobertura de PAMI...)

De regreso a clínica médica, lo visito y se pone muy contento, tan


es así que me demanda si lo puedo terminar de afeitar, estando en
presencia de enfermeros (transferencia instalada).

Tres días después del reingreso a clínica médica, la asistente social


le anuncia que ya salió la vacante para el Gerontopsiquiátrico en
Rosario y que lo vendría a buscar su hermana. A la confusión que
traía, se le suma esta otra, debido a la inminencia del traslado (ya
que si no se perdería La vacante). Me pide que lo ayude a "ordenar­
se" ya que no entiende "por qué tan rápido todo".

Hago un repaso de lo acontecido hasta el momento y de su situa­


ción "futura", para ello vuelco en una hoja esquemáticamente las
cuatro grandes dudas que presentaba y que lo ponían muy ansioso,
a saber: PAM I - Traslado - Curador - Medicación

Le digo que me pregunte lo que quiera saber, todo aquello que le


preocupe, que puede confiar en mi y que lo iba a ayudar. Al expli-
citar estas dudas, quedaron develadas muchas mas cuestiones que
las que me imaginaba.
Acompañamiento terapéutico / 203

Ya de regreso al servicio de T.C.P.l, se reencuentra con sus objetos


personales y me pide que lo ayude, luego me invita a desayunar al
bar, acepto.
Al día siguiente lo visito y se encontraba durmiendo, vestido en su
cama y con un muy mal aspecto; así seria el reencuentro con su her­
mana y sobrina que lo venían a buscar para llevárselo a Rosario.

Despedida y otros avatares


Lo que podría pensarse como objetivo cumplido, destilaba dudas y
cuestionamientos muchos.
Ahora se trataba de despedir a Héctor y de alojar a su familia. Entre
la desmejoría que presentaba Héctor y la angustia de su familia, me
vi implicado y cuestionado hasta el último momento. No dudé en
preguntar y en justificar hasta dónde llegaría mi acompañamiento.
Consideré, por poco que fuera, acompañarlos a Héctor y familia
hasta la Terminal de Retiro, ¿por qué? Se hacía notable el hiato
producido entre Héctor y flía.; mucho tiempo de no verse y la an­
siedad estaba repartida para ambos lados. Un trayecto que sirvió
de lazo y de sosiego para ambas partes. Mientras me ocupaba de
contener a Héctor, su familia compraba los pasajes, de ida para
uno, de vuelta para otros.

Reflexiones finales
Intervenciones, consultas con su analista, médicos, enfermeros y
otros tantos actores en juego, inter e intra institucionales, ponen
de manifiesto la importancia de establecer una "red", que muchas
veces es nombrada, pero pocas veces es bien operativizada.

El debate ético era constante, ¿qué hacer, qué no hacer, a quién


recurrir, será mi deber?, ¿altruismo?

Poner el cuerpo decían, cuando hablaban de Acompañamiento


Terapéutico y no me caben dudas de que algo de ese orden se
trataría.

Comentario del caso24


Un paciente es un paciente y sus circunstancias, puede decirse
parafraseando a O rtega y Gasset. Y acá vemos el Acompañamiento
Terapéutico y sus circunstancias. El acompañante y las circunstan­
204 / Gustavo Pablo Rossi

cias del paciente. A lg o queda dicho en este caso: no se acompaña


nada más (ni nada menos) que a un paciente. Y es así.

En este AT, sus circunstancias son: se realiza a partir del trabajo


en un Servicio del Hospital Borda, y tiene su relación con el espacio
denom inado “ taller Trans-Institucional” . Pone en ju e g o cuestiones
como lo “ Ínter” , lo “ trans” , y el trabajo con pacientes que fueron tras­
ladados del Borda a otra institución, donde ese “ pasaje” era brusco,
era un “ entre” que no quedaba articulado, mas bien fragmentado,
según los dichos del at. U n “ entre” que en su fragmentación no da
lugar a la “ salida” . Si no se piensa la entrada n o podem os plantear la
salida, digamos ju gando un poco con las palabras.

H éctor es etiquetado com o un caso “ social” , es algo habitual, lo


atrayente es que la presentación de Daniel trae implícita la pregun­
ta: ¿pero que hacemos con esto? ¿Quiere decir que no hay nada que
hacer? Y la respuesta, leyendo el caso, es categórica: hay para hacer.
En términos institucionales, en términos de un proyecto terapéuti­
co, en términos del acompañamiento terapéutico. Responder que
“hay para hacer” significa que hay una ética. Esto lleva a pregun­
tarnos por qué a veces quedamos en el espacio del consultorio, del
servicio, de la clínica individual, encapsulados (los terapeutas, lo cual
termina encapsulando también al paciente, encerrándolo).

En un plano más amplio, será algo que nos incumbe como traba­
jadores de la salud mental, aquello que hace a las Políticas en Salud y
en Salud Mental. Y al recurrente tema de las posibles alternativas a la
instítucionalización, qué recursos se le dedican, que form ación para
sus protagonistas, etc. Porque este relato nos hace ver la necesidad
que existe de capacitación básica en estos temas también para los
médicos, y en los distintos servicios hospitalarios, técnicos y profe­
sionales “ no psi” . Nos expone el tema de las grietas institucionales.

La viñeta viene con un ritmo uniforme, tranquilo y metódico, hasta


un punto, un “momento de tensión” en que todo parece desencadenar­
se rápidamente, precipitarse, esto es: la enfermedad clínica de Héctor.
Hasta ese momento, Héctor se había encontrado con la tan común
respuesta “hay que esperar”. Era un caso “ social”. Daniel le comunica
que había novedades, que se quede tranquilo que en poco tiempo se resolvería
todo, pero que se vaya preparando (haciendo alusión al traslado).

A la semana siguiente, “ se entera” (el at) de la internación en clí­


nica médica. “ ¿Qué pasó?” , escribe. Hasta su redacción nos indica
las posiciones de los actores que intervienen en el caso, y su distribu­
Acompañamiento terapéutico / 205

ción “ estratégica” , en un sistema de relevos (podrán leer en esto a M.


Foucault). El at “ se entera” , no “es puesto al tanto” . N o está enterado,
m ejor dicho. Es que no hay una articulación institucional que le de
un lugar en ese enterarse. N o está contemplado ahí un lugar para el at
como parte de un circuito perteneciente a la institución hospitalaria.
Se entera porque va, porque se mueve en el caso, tiene una posición
activa, y -ligado a esto- se pregunta. ¿Qué pasó? Esta pregunta, sin
respuesta inmediata, nos lleva a deslizamos como en un tobogán, por
lo que va a suceder con Héctor, y sus circunstancias.

N o obstante, uno va a deducir que el at hizo alguna hipótesis,


que sostiene con su intervención. Puede suponerse un saber en Daniel
(lo más importante: ¿Héctor lo supuso?). U n saber que tiene que
ver con un deseo, que sostiene en su posición en el caso. Va adonde
tiene que ir. Está con quien tiene que estar. Diferencia momentos,
decide cuestiones tácticas. Habla, hace y escucha.
Y acá anotamos algo sobre la cuestión de la transferencia y el tra­
bajo en equipo.
Propongo cambiar algunos términos: “ Incidencia de la Subjeti­
vidad” lo reemplazaría por: “ intervención a partir de un deseo no
anónimo”23. Es el at que está ahí, al lado del paciente. M óvil y estable
a la vez. Que organiza, contiene, calma, anticipa.
Cabe la pregunta: ¿es el at un jugador polifimcional? Sí y no. N o
es para cualquier situación, ni en cualquier caso. Estuvo muy bien in­
dicado con Héctor, y vemos que el Acompañante cambia de objetivo,
como lo detalla Daniel, aunque podría haberse quedado con la consig­
na inicial: hacer un trámite, una gestión. Com o vimos, el at modifica
sus objetivos en función de la situación del paciente (la denominada
“evolución”), de sus circunstancias singulares, como su contexto.

Vemos también en el caso la necesidad de que exista un Proyecto


terapéutico en que se inserte el AT, y que lo cuente com o interlocu­
tor. Da la impresión, en algunos momentos, de un acompañante
con ausencia de interlocutor, en relación a una estrategia. Y puede
plantearse esto incluso más allá del lugar terapeuta de Héctor, esto
es, lo digo en términos de lo que es pensar una estrategia en una
institución, que implica también en ese marco contar con tiempos y
dispositivos posibles para tener una continuidad en el seguimiento
y eventuales modificaciones de esa orientación.
Y aunque esos tiempos estén en el servicio, com o sucedía aquí,
habría que considerar si el circuito asistencial existente es opera­
206 / Gustavo Pablo Rossi

tivo. En tanto los tiempos propios del paciente no coincidían con


ese esquema, resulta esencial p o d er “ operativizar” -es lo que ex­
presa D aniel-, para dar lugar a las situaciones de urgencia, como
en estos casos.

El psicoanálisis, que no es una psicoterapia, no reniega de lo


terapéutico, p o r el contrario, no puede dejarlo de lado, ni es un
tema m enor actualmente. Suele decirse, en cuanto a la orientación
de la cura analítica y su dinámica, que n o pone en prim er térm i­
no lo terapéutico26, que lo terapéutico se da “ por añadidura...” . Y
estoy de acuerdo: el problem a es que muchas veces esto sirvió de
argumento para desentenderse de muchas cuestiones que no son
menores. C om o ser, sirve aún hoy para desentenderse de las con­
diciones necesarias para que una demanda (de análisis) se instale.
O los requerimientos para que una articulación interinstitucional
pueda realizarse. Y las condiciones materiales que perm iten a un
paciente sostener un tratamiento, que no están desanudadas de las
condiciones singulares, subjetivas, y de su correlato familiar.

Por esto remarco que hay momentos donde una indicación en el


sentido del discurso médico, que priorice lo terapéutico, una indi­
cación desde una posición de “ discurso am o” si lo decimos en otras
palabras, es necesario. Indicar, organizar, realizar esquemas para
responder a las dudas, com o hace el at.

Es allí donde entra e n ju e g o todo aquello supuestamente “ exte­


rior” al dispositivo analítico. Incluso a veces parece ser exterior al
dispositivo tan especial que puede construirse en el marco hospita­
lario. H ablo también con esto de una interconsulta, una derivación,
una indicación determinada que atañe a lo m édico o lo social. Y
aludo además al lugar de la fam ilia para un paciente, del posible
ámbito para vivir si es que se externa, si se va al “ exterior” (del hos­
pital). Así com o (a la inversa), es necesario considerar el lugar que el
paciente tiene para esa familia, ya que tendremos que pensar cómo
transcurren sus horas y sus días una vez que sale de la institución
total. Sus posibles ocupaciones, la llamada rehabilitación social, etc.
Entonces ese “ exterior” no es ajeno, ya que sino entra por la ventana
y esto hace a esa topología especial que tenemos que atender cuando
apostamos al sujeto.
También se trata de contar con herramientas para atemperar un
sufrimiento, como suele resultar necesario ante la urgencia. Com o
sucedió en este caso, aunque precisamente en un principio la cuestión
era la espera.
Acompañamiento terapéutico / 207

Se articulan con esto algunas afirmaciones que extraigo de J. A.


Miller, respecto al uso del m edicam ento, y de su lugar en la cura
analítica: dice que son formas de “ anestésicos” , “ no curan, pero
perm iten trabajar” con ciertos pacientes (...).27 Creo que es una
figura ilustrativa para pensarla en relación al acompañamiento.
N o se trata de que cure, pero perm ite trabajar, con determinados
pacientes, en un m om ento y durante un tiem po más o menos li­
m itado .28

Aunque a veces esto no es entendido así por los propios psicoa­


nalistas. Y digo esto como psicoanalista, ya que por lo general en­
tre los ats y estudiantes de la Facultad suele aparecer la crítica más
franca hacia la práctica psiquiátrica. Sin embargo, en estos años, al
dar charlas o cursos en hospitales o universidades, y en m i práctica
com o coordinador de un equipo de AT, m e fui encontrando con las
dificultades de los terapeutas para precisar la especificidad de esta
función y su orientación en cada caso, donde no se tienen en cuenta
cuestiones básicas, como es la articulación de las acciones del A T con
su estrategia, y la supervisión de sus modificaciones en función de
la evolución del paciente. Y en esto influye el difuso conocimiento
específico sobre el tema entre los profesionales “ psi”.29

Vuelvo al caso. L o terapéutico está puesto en el hecho de acompa­


ñar a Héctor, más allá de los límites del hospital, y en el borde de los
límites de nuestra intervención “ psi” . En un proyecto terapéutico,
esto implicaría que pueda realizarse de manera ordenada, gradual,
en función de tiempos y objetivos. Y en ese punto entra también la
articulación con las instituciones y la familia. El trabajo en red, que
va a tener que estar en función de la subjetividad del paciente.

A l ir al acompañante terapéutico, retomamos la noción de deseo


no anónimo30. ¿Qué demandaba Héctor?: “compañía, sostén, pala­
bras alentadoras y muchas otras cuestiones que no estaban al alcan­
ce de mi m ano” . El trato que es uno a uno. Las respuestas que se le
daban, anónimas, lo dejaban en posición de objeto, del cual se corría
¿cuando?... en el mom ento en que desesperaba, y cuando esperaba
de alguien en tanto podía demandarle.
¿Qué hace entonces el AT? Para él no se trata de operar como en
el dispositivo analítico, pero sí de sostener un proyecto terapéutico
que se hilvana al discurso analítico.
Aunque parezca curioso en este contexto, en varios momentos el lu­
gar del at se acerca al del trabajador social. Pero se ve una diferencia en
208 / Gustavo Pablo Rossi

el caso de Héctor (y habitualmente): ¿qué le respondían comúnmente?


Hay que esperar. Esta es una respuesta de alguien anónimo a otro anóni­
mo. En este caso, es lo contrario del acompañante terapéutico.

Repaso otros párrafos del escrito de Daniel, ya que es muy preci­


so: “ Mientras se le informaba a H éctor sobre su situación y se le leía
una serie de requisitos, noté cierta ansiedad y desentendimiento por
parte del m ism o.”

M e detengo en esta conjunción, de ansiedad y desentendimiento:


suena extraño, ¿no?. ¿Cómo alguien puede estar ansioso si está des­
entendido?, ¿el tema es “ no entender la explicación” ? ¿O será que
ese desentendimiento nos está hablando de una posición del sujeto
ante aquello que se le viene? Ante eso que no termina de entender,
com o quien dice “ no le entra en la cabeza...” que lo lleve a desen­
tenderse la ansiedad de la situación, es una respuesta posible. Po­
dría angustiarse, podría irse, podría enojarse y gritar, serían otras
respuestas ante ese personaje anónimo que le informaba y le leía en
serie innumerables requisitos.

Recordemos la viñeta: luego de los requisitos a presentar, hubo


“una serie de cuestiones de muy am plio espectro. Ya no se trata­
ba solamente de acompañar a H éctor sino también acompañar el
proceso burocrático en ju e g o . ¡Qué tarea esa!... M e preguntaba...” .
O tra vez, será el Acompañante y sus circunstancias: no es solamente
acompañar a H éctor sino también el proceso burocrático. Y nueva­
m ente el at se pregunta: a quién corresponde realizar los trámites.
Pero la pregunta ahí no tiene respuesta, y eso provoca angustia. ¿Le
corresponde a la familia? N o está. Entonces acá aparece la alusión al
terapeuta, a la asistente social, y al at. Sintetizando: el equipo, y a las
redes. Pero esto es como el ju eg o -.¿Lobo está? ¿la red está?. Y también
nos lleva a preguntar: ¿existían esas redes?

El at, entonces, decide operativizar. Ser operador para que algo de


esta red se construya.
Ahora bien: ¿Será posible soldar esas grietas institucionales? Aun­
que Daniel dice “ de alguna manera” soldar... expresión que nos habla
de una mirada no ingenua. Esas grietas nos hablan de la insuficiencia
de redes posibles, casi de ausencia. ¿Le corresponde al at?: sí, pero en
el marco de un equipo, y de una red. Y más ampliamente, correspon­
dería ubicarlo en el contexto de una política en salud mental.
Y aquí hubo una toma de posición del at. N o dudó -dice- en esta­
blecer una cierta alianza con el paciente, y en preguntarle si estaba
Acompañamiento terapéutico / 209

entendiendo lo que la asistente social le explicaba. Percatándose,


utilizó “un lenguaje más específico y concreto” .
Aparece entonces el acompañante terapéutico como mediador,
como facilitador del acceso del paciente a ciertos recursos, en situa­
ciones en que no puede acceder por sí mismo. Y elige una táctica, de
sentido común (parece no sonar muy bien en algunos ámbitos, pero es
así): utiliza un lenguaje más específico y concreto. Sucede también
con la internación en clínica médica, cuando no duda en visitar­
lo y en ponerse al tanto de su situación. H éctor está muy ansioso,
abstinente de fumar, sin medicación psiquiátrica y desmejorando
paulatinamente. Hay allí un m ediador entre el paciente y sus cir­
cunstancias, esos otros, esos trámites, esas instituciones.
Pasan los días, dice Daniel “y un nuevo lugar m e plantea el acom­
pañamiento de Héctor, ya no es el seguimiento de sus trámites sino
el seguimiento de su estado de salud, el m ediar entre los médicos y
enfermeros de clínica médica y los de su lugar de morada, además
de presencia y sostén, muchas veces utilizando un discurso A m o y
todo recurso pertinente que estuviese al alcance de m i m ano.”
Y acá vuelve a decidir un cambio en la estrategia del acom paña­
miento, y en su táctica.
Entre los trámites, confusos para Héctor, y los vericuetos de la
enfermedad, decide cambiar de rumbo, proponerle dejar el tema “Rosa­
rio” para otro m om ento dado que era m otivo de extrema ansiedad.
“ Ocuparnos” de pasar este mal trance. Daniel dice que utiliza el
recurso de hablar desde el “ discurso amo” . Hace que “ cancele” el
viaje, y esto no im porta si es así en la realidad porque está en ju e g o
la “realidad psíquica” de Héctor, en relación a la cual el cancelar ese
tema, opera a manera de organizador, plantea tiempos, calma ansie­
dades. Después verán que pasa..., podrán preguntarnos si no hay
cierta omnipotencia del acompañante, aunque no se trata de eso.
Y nos encontramos entonces con otro punto: ética y deseo del
acompañante terapéutico. Desde el psicoanálisis decimos que es
pertinente enlazar el A T al discurso analítico, el que se sostiene en la
singularidad, que hace a la transferencia. “ N o soportaba la falencia
y la lentitud con que suelen manejarse estos trámites” , dice el at.

Y el tema es el peligro de la impaciencia, cuando nosotros como


terapeutas tenemos que ser un poco más pacientes... Recuerden
la “recomendación” de Freud, cuando dice que es conveniente no
mostrar “ impaciencia” , y advierte sobre la “ ambición terapéutica”
210 / Gustavo Pablo Rossi

que puede ju gam os en contra en un tratamiento -que resulta tan ne­


gativo en muchas situaciones de AT. D ejo la pregunta, no obstante:
¿Algo de la ansiedad de H éctor se transfiere a Daniel? En tal caso,
Daniel puede hacer algo con esto, lo pone a trabajar, desde su espa­
cio, con su escucha, con su palabra, con su intervención.
Para finalizar, se pone de manifiesto la importancia de establecer
una red, que muchas veces es nombrada, pero pocas veces es bien
operativizada.

“ Poner el cuerpo decían, cuando hablaban de Acom pañam ien­


to Terapéutico y no m e caben dudas de que algo de ese orden se
trataría.” Sin embargo, tampoco caben dudas que no es solamente
poner el cuerpo. Se acompaña con la presencia. Se acompaña con la
escucha. Se acompaña con la palabra. Con la pluma, la espada y la pa­
labra, para tomar otra frase prestada. Porque también el A T implica
dar cuenta de lo que sucede allí. Y dar cuenta no es sin una ética, sin
una estrategia y una política de la cura, desde un lugar en esa red.
Aparece en tensión durante el relato esa pregunta, que habla de la
soledad del at: ¿a quién recurrir?, y leemos en esto una apelación a
una contención y trabajo institucional en form a más intensiva, que
incluso parece estar más allá de los esfuerzos del equipo. Com o para
que no sea solamente poner el cuerpo. Y ubicamos acá la pertinencia
de otorgar un mayor espacio a la coordinación y supervisión específi­
ca para el trabajo del at.

Una red que contenga al sujeto


Finalicemos con la idea de red, y el trabajo interinstitucional.

Para dar cuenta del lugar del AT, ¿cómo podemos definir una red,
si lo pensamos desde esa particularidad subjetiva, en el uno por uno?
Resulta fundamental para su construcción considerar qué lugar tiene
esa red para un paciente, en este aspecto que señalaba antes: que pue­
da ubicarse algo de esa relación a un semejante en tanto otro no-anó­
nimo. Com o hilván, prom otor o ayuda-sosten de esa red, con recursos
que se re-construyen para cada caso. Será importante que esa red no
quede reducida al at, pero tampoco al equipo terapéutico institucio­
nal. Com o lo definimos anteriormente, debe contemplarse un trabajo
por fuera del hospital. Y para que esto sea así, subrayemos que el
acompañamiento debe ser un puente hacia los lazos comunitarios,
hacia las redes que pueda ir el sujeto hilvanando en su m edio social,
en la particularidad de sus lazos, con la ayuda necesaria.
Acompañamiento terapéutico / 211

Considerando lo enunciado en otras partes del texto, pensamos la


red como aquel dispositivo que recorre un circuito institucional y extra-
institucional, que implica diversas instancias y sectores31. Donde resulta
fundamental apostar a considerar el trabajo sobre la dimensión sin­
gular del caso, pensando la producción de un sujeto. Desde nuestra
perspectiva, el aporte del A T en esta dimensión será la que le permitirá
enlazar algo a la comunidad, a su prójimo, a sus sermejantes.

Sostener “ la eficacia de las psicoterapias es tanto más grande en


la m edida en que la capacidad de transferencia del sujeto es ates­
tiguada” , escribe E. Laurent en el libro m encionado. Y esto sirve
también para pensar la inclusión del A T en e l contexto de estrate­
gias que respondan a diferentes escuelas teórico-clínicas -aunque el
concepto de transferencia tenga su pertenencia específica desde el
psicoanálisis-.

El at, a partir del lazo transferencial, será aquel semejante que no


pretende “ norm alizarlo” , mediante una rehabilitación standarizada,
sino que da lugar a su singularidad, a sus tiempos, y en muchos ca­
sos hasta dará lugar a su delirio, que puede ser la form a espontánea,
primera, de em pezar a hacer algún lazo.

En el caso de Héctor, el problema se precipita “ cuando se tiene que


ir preparando...” Ya no hay más nada que esperar. Y algo del sujeto
se precipita en sus enfermedades. Aparece la urgencia. En un contexto
crítico como el que atraviesa Héctor, el A T opera a partir de su lugar
de facilitador, y se observa cómo modifica su estrategia en relación a la
particularidad de la situación en que se encuentra el paciente.

El caso -al fin- nos ilustra sobre una experiencia donde se produce
alguna articulación entre normas generales y particularidades indivi­
duales, vía el AT. También nos habla de la importancia referente a que
los terapeutas, psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras, puedan dar cuen­
ta de su implementación, y de las variables que ameritan su inclusión
en un caso. De su lugar posible ante las necesidades que nos plantea la
clínica en su articulación con el espacio social, ante las demandas propias
de este tiempo que -como dice el poeta- “nos ha tocado en suerte” .
212 / Gustavo Pablo Rossi

Notas

1 Que es sumamente dispersa y numerosa, traigo aquí las consideraciones


de Alvaro, J.L. (2005) porque resultan una síntesis de utilidad.
2 Alvaro, J. L.; en Reyes R. y otros ; Diccionario Crítico de Ciencias Sociales,
Madrid, 2005.
3 Barraco, A.; “Desmanicomialización: los límites de la ley", 2005.
4 Vaschetto, E., en La urgencia generalizada; Bs As., Ed. Grama, 2004, p. 163-
165. El Equipo lnterdisciplinario de tratamiento de la crisis del Hospital Central
de San Isidro (Prov. de Bs As.), al cual pertenece Vaschetto, esta conformado
además por trabajadores sociales y acompañantes terapéuticos.
5 La historia de la desaparecida Federación Argentina de Psiquiatras (FAP), por
Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, en Topía: www.topia.com.ar.
6 Los cambios sociales y culturales en la década del sesenta y el auge del psicoanálisis
en la Argentina-, Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, en Revista Topía:
www.topia.com.ar.
7 Galende, E.; en diario Paginal2, Sección Psicología, 5/1/2006, Bs. As.
8 Sobre la institución total, basada en el aislamiento y el encierro, y la supresión
rotunda de los derechos civiles del paciente, recomendamos nuevamente:
Goffman, E., 2001.
9 Subrayado mío.
10 Leal, J. y Escudero, N. A.; p. 20, en La continuidad de cuidados y el trabajo en
red en Salud Mental, Madrid, AEN, 2006.
11 Laurent, E.; en La urgencia generalizada, 1004. p. 29.
12 Laurent, E.; Psicoanálisis y Salud Mental, Bs. As., Ed. Tres Haches, 2000.
p. 58.
13 Se han cuestionado precisamente posiciones de algunos de sus miembros
que tuvieron el efecto de ubicar un analista “ aislado” , desimplicado de las
temáticas sociales/políticas, etc., (supuestamente sosteniendo la enseñanza
lacaniana, como en los años 70 aparecía ese efecto en analistas que adscribían
dogmáticamente a la “ didáctica” de la IPA). Es interesante al ser esa una
posición muy diferente a la planteada por E. Laurent en estos textos.
14 Op. Cit, p.115.
15 Op. Cit, p.121.
16 Op. Cit,, p.86.
17 Cf. Scheiger, A.; “ El sector Salud Mental, influencias político-económicas y
nuevas perspectivas”, en Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría. Vol. V III
N o 30., 12/1997. Bs. As. P.289-290
18 Stagnaro, J.C.; “ Cronicidad y cronificación, efecto de sujeto y efecto social”,
en Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría. Vol. IV N o 14, 12/1993. Bs. As.
19 Daniel De Socio es ex alumno de la Práctica Profesional en A T que coordino
en la UBA, y ha continuado trabajando en el Servicio Terapia a Corto Plazo
I (Jefe de Servicio Dr. Verducci) del Hospital “J.T.Borda” de Bs As. A llí se
desarrolló el Seminario sobre “ Eficacia Terapéutica del Psicoanálisis” , que
coordina la Lic. Silvia Salti, a quien también agradezco la invitación para
dar una charla basada en el comentario del caso (del que conservo el estilo
de la charla oral, pese a sus correcciones a los fines de este libro), resultando
Acompañamiento terapéutico / 213

para mí muy importante el diálogo y el intercambio que se generó con los


participantes.
Ver Ley 448 acerca de la incumbencia de dichos casos.
Obra social para jubilados.
Rossi, G. (1997).
Idem.
El comentario a mi cargo, en el marco del Seminario mencionado, será la
base de este texto, con algunas modificaciones posteriores.
Ver Capítulos precedentes, y Lacan, J.; Dos notas sobre el niño (A J. Aubry).
Diferenciándose así de la perspectiva que fija “ objetivos terapéuticos breves” ,
“focalizados” , a priori.
“ ...con los pacientes decididos” , dice, lo cual nos llevaría hacia temáticas
que exceden este comentario. Además, como bien lo recuerda E. Laurent
(Ciudades analíticas, p. 49), no todos los sujetos que se dirigen a los analistas
están decididos...
Presenté en otro artículo la metáfora del “ analgésico” , cercana a esta: con el
AT, se trata de “ aliviar el dolor que inmoviliza, y además favorecer alguna
salida de ese sujeto del lugar que lo cronifica en una enfermedad, que
aumenta su gravedad o que lo expone a su falta de defensas, psíquicas en
estos casos, frente a situaciones que hacen a su coddianeidad.” Rossi, G.; “El
Día, más allá del Hospital”, 2004. En el intercambio posterior al comentario, se
señaló también que sería más preciso hablar de “ analgésico” en este punto.
Sin embargo como fue bien apuntado allí, el anestésico puede pensarse acá
en tanto permite “ operar” , también al analista.
Que en parte puede atribuirse a esa escasez y disparidad de fuentes para
acercarse a una conceptualización de la temática, a lo que hay que sumar
una formación que ha implicado cierta desvalorización de aquello que no es
la práctica clínica en su encuadre clásico, de las intervenciones que no son
ubicadas linealmente en los términos del quehacer psicoanalítico.
Lo trabajamos en el Capítulo referente a articulaciones con el dispositivo
analítico.
Remito a lo referente al trabajo en red en la comunidad, y a las cuestiones
planteadas a propósito de la idea de la continuidad de cuidados en Salud
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INV. N°
El título de este libro destaca la inclusión del
acompañante terapéutico en esa escena en la que
participa y construye su trabajo, inmerso en la red
social, para que un sujeto con padecimientos
psíquicos severos pueda sostenerse en su vida
cotidiana. El acompañante terapéutico es un
interlocutor para aquel a quien acompaña y, a
veces, para su familia. Se explora, luego, ese
borde entre lo clínico y lo social, a fin de pensar las
condiciones de los tratamientos en el campo de la
Salud Mental, en interlocuciones con distintas
lecturas y nociones que sustenten sus lincamien­
tos teórico-clínicos. Por su singular investigación
acerca del rol del acompañante terapéutico, esta
obra resulta indispensable para quienes se formen
en el tema, y para los profesionales que utilicen
este recurso terapéutico.

Gustavo Rossi es psicólogo, psicoanalista, Coor­


dinador Docente (Prof. Adjunto a cargo) de la
materia “ Práctica Profesional: Fundamentos
Clínicos del Acompañamiento Terapéutico” ,
Cátedra I, Facultad de Psicología, U B A . Ha sido
autor y compilador en libros y artículos sobre el
tema. Ha dictado conferencias, cursos y semina­
rios sobre Acompañamiento Terapéutico en
M éxico, Uruguay, Chile y diversas ciudades de
Argentina, así como en la Carrera de Especializa-
ción en Política y Gestión en Salud Mental
(Posgrado de Psicología, U B A ). También es
Presidente del Capítulo de Acompañamiento
Terapéutico de la Asociación Argentina de Salud
Mental (A A S M ), miembro fundador de la A socia­
ción de Acompañantes Terapéuticos de la Repú­
blica Argentina (A A T R A ) y Supervisor del
Equipo de A T del Hospital de Día Vespertino en
Salud Mental, Hospital “ A lvarez” de Bs. As. Es,
además, miembro del Capítulo de Historia y
Epistemología de la Asociación de Psiquiatras
Argentinos (A P S A ), Coordinador del Comité de
Redacción de la Revista Temas de H istoria de la
Psiquiatría Argentina, y tiene una importante
experiencia en la Secretaría Nacional de Niñez,
Adolescencia y Familia.

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