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El Guerrero

El Vagabundo identifica al dragón y huye; el Guerrero se queda y combate. Y es el arquetipo del Guerrero
el que representa en nuestra cultura la definición del heroísmo. He pedido en muchas ocasiones que
nombraran los personajes centrales en la historia del héroe. Siempre me dan la misma respuesta: el
héroe, el villano (o el dragón que hay que matar), y la víctima (o la doncella que debe ser rescatada).
Todos conocemos este argumento y estos personajes. La moraleja implícita en esta historia es que el bien
puede y efectivamente triunfa sobre el mal, pero lo que es aún más fundamental, la historia nos dice que
cuando las personas tienen el coraje de luchar por sí mismas, pueden cambiar su mundo.

Este arquetipo nos ayuda a aprender a hacernos de nuestro poder y a afirmar nuestra identidad en el
mundo. Este poder puede ser físico, psicológico, intelectual y espiritual. En el nivel físico, el arquetipo del
Guerrero comanda la afirmación de que tenemos derecho a estar vivos. La conciencia del Guerrero incluye
la autodefensa, una disposición y una capacidad para combatir en defensa propia. En el nivel psicológico,
tiene que ver con la creación de límites saludables, de modo que sepamos dónde terminamos nosotros y
dónde comienzan los demás, y una capacidad para la auto asertividad.

Desde el punto de vista intelectual, el Guerrero nos ayuda a aprender a discriminar, a ver qué caminos,
qué ideas, qué valores nos resultan más útiles y contribuyen a mejorar la vida. En el nivel espiritual,
aprendemos a diferenciar qué produce vida y qué mata o atrofia la fuerza vital en nuestro interior. El
Guerrero también nos ayuda a expresarnos y a luchar por aquello que nutre nuestra mente, nuestro
corazón y nuestra alma; y a derrotar todas aquellas cosas que desgastan y vacían el espíritu humano,
diciendo la verdad sobre ellas y rehusándose a condonarlas o aceptarlas en nuestras vidas.

El viajero, sea masculino o femenino, que no ha pasado algún tiempo bajo el tutelaje del arquetipo del
Vagabundo, sólo puede llegar a ser un pseudo-Guerrero. El Guerrero que no se ha sometido a las
enseñanzas del Mártir se quedará frenado en un nivel muy rudimentario de combatividad en el que el
mundo está divido entre «ellos» y «nosotros».

Una cultura guerrera

Los Guerreros cambian el mundo haciendo valer su voluntad y la imagen que ellos tienen de un mundo
mejor. En sus familias, escuelas, lugares de trabajo, grupos de amistades, comunidades o el medio en
general, este arquetipo representa las demandas del Guerrero para que el medio se modifique de acuerdo
a sus propias necesidades y se adapte a su sistema de valores.
Pero aquellos que comienzan a guerrear antes de ocuparse de sus identidades, no pueden llegar a ser
verdaderos Guerreros, porque o no saben por qué están luchando, o simplemente luchan para probar su
superioridad: un mecanismo para desarrollar la autoconfianza que nunca llega a sustituir el saber quiénes
somos en realidad.
Los individuos (y las culturas) tienen necesidad de abordar un enfoque del Vagabundo cada vez que
atraviesan grandes períodos de transición para responder a la pregunta: “¿Quién soy en este momento?”
Si no han resuelto esta cuestión, mantienen el énfasis en el argumento de acabar con el dragón, pero es
una forma sin contenido. De modo que muchas personas se involucran en pseudo guerrerismo y actúan el
mito mecánicamente, pero terminan averiguando que el ritual no alcanza para transformar al Guerrero o al
reino.

El ritual que cimienta el mito del Guerrero se halla presente, obviamente, en la guerra, pero también se lo
actúa culturalmente en los deportes, las prácticas del mundo de los negocios, nuestras religiones e
inclusive en nuestras teorías económicas y educativas. Nuestra cultura refuerza tan sistemáticamente este
arquetipo básico, al menos para los que detentan el poder, que el modelo de “acabar con el dragón” es el
único válido para ellos, la única realidad (así como el Huérfano percibe que el sufrimiento sin causa es lisa
y llanamente el modo en que son las cosas).
Los Guerreros tienden a concentrarse en los “hechos”, en su esfuerzo por ser estrictos: un marxista
insistirá que la realidad material es la realidad. Cualquier otro enfoque en realidades internas, subjetivas o
espirituales es falso. Un cristiano fundamentalista, de modo semejante, insistirá en tomar la Biblia al pie de
la letra como si fuera un manual de instrucciones. En los deportes contabilizamos resultados; en los
negocios, saldos; en la educación cuantificamos cada vez más y buscamos métodos sin fallas; en
economía tabulamos el Producto Nacional Bruto. En todos los casos, darle demasiada importancia al
impacto que estos hechos puedan tener en la gente, en los deseos de un mundo mejor que tienen las
personas, un corazón demasiado sensible o demasiadas esperanzas son considerados puntos de vista
inapropiados, ineficientes e improductivos. En esta perspectiva, pensar correctamente es hacerlo en forma
lineal, jerárquica y dualista.

Así pues, los Guerreros deben ser duros y realistas para cambiar el mundo matando dragones. Necesitan
poder mirar a su adversario frente a frente y decirle: “Eres un dragón y voy a acabar contigo”. O si no: “No
me interesa cómo te sientes, quiero ganar y eso significa que debo derrotarte”. Los Guerreros también
deben estar alertas ante características inapropiadas que ellos mismos puedan tener, para combatirlas y
suprimirlas.

Los Guerreros comparten con los Mártires la sensación de que deben sufrir por sus transgresiones.
En verdad, la creencia en el argumento del héroe/villano/víctima es un dogma de nuestra cultura, con un
poder tal que, al invocarlo, toda la evidencia en contrario se vuelve irrelevante.

En tanto el argumento del héroe/villano/víctima tiene enorme poder en nuestra cultura, el desafío que
enfrentamos como Guerreros depende de nuestra habilidad para imaginar y afirmar otras verdades, otras
versiones del mito del Guerrero. La consecuencia lógica de seguir definiendo la vida como un torneo es el
hambre en el mundo, la devastación ambiental, la desigualdad racial y sexual, la guerra nuclear y, como
mínimo, un desperdicio del talento de todos aquellos que se perciben como perdedores. Por suerte,
aunque nuestra cultura está poseída por el Guerrero, el combate tiene otras etapas y formas posibles.
Las etapas del viaje del Guerrero

El progreso del Guerrero a través del arquetipo depende de cuánto haya aprendido de los otros
arquetipos. Por ejemplo, los pseudo-Guerreros (hombres o mujeres machistas) son en realidad Huérfanos
disfrazados de Guerrero, encubriendo su miedo con bravuconada. Si experimentan el vagabundeo antes
de desarrollar su capacidad para cuidar de los demás o su sentido de identidad, lucharán principalmente
para probar su coraje sin saber muy bien por qué están luchando, excepto quizás para ganar. Cuando han
llevado a cabo algunas exploraciones para averiguar quiénes son y qué quieren, pueden luchar por sí
mismos, y cuando han desarrollado una cierta capacidad para cuidar a los demás, pueden luchar por ellos.
Por otra parte, si los Guerreros se han salteado las lecciones del Vagabundo, pueden llegar a sentirse muy
solos como Guerreros. Si no han prestado suficiente atención a las lecciones del Mártir el arquetipo los
poseerá y se convertirán ellos mismos en Mártires de la causa, la empresa o el equipo por el que luchan
en su condición de Guerreros. E igualmente si no atienden a las lecciones del Guerrero que logran integrar
preocupación por los demás con maestría son capaces de luchar por sí mismos y por otros.

Los efectos colaterales dañinos del combate del Guerrero provienen de su forma más primitiva, tal y como
sucede con el sacrificio. Cuando está libre de las formas más absolutistas y dualistas, la lucha (como el
sacrificio) se convierte en un proceso humano saludable, útil y positivo. Es el proceso básico de hacer algo
para proteger de daño a sí mismos y a los que aman.

Más que matar al Dragón

Los argumentos del Guerrero evolucionan del argumento del héroe/villano/víctima al del héroe/héroe/héroe
tanto para hombres como para mujeres. El hecho que la verdad del Guerrero sea actualmente una más
entre muchas no excluye el compromiso con ideales, personas, causas, creencias. Los Guerreros abrazan
sus convicciones con todas sus fuerzas aún en un mundo sin absolutos. Llegados a este punto, alguien
que exprese una verdad aparentemente contraria puede ser recibido no como un enemigo, sino como un
amigo potencial: “He aquí mi verdad. Te la explicaré lo mejor que pueda, y tú me explicarás la tuya”. La
tarea del héroe, entonces, es tender puentes, no liquidar o convertir.

El Guerrero Amante

Cuando los Guerreros ceden el control pasan más allá de la visión del mundo de “el de arriba/el de abajo”.
La única razón por la que uno desea estar “arriba”, es por la creencia de que no está bien ser alguien
común. Anteriormente, no ser especial o diferente era equivalente a la impotencia del Huérfano, y por lo
tanto a los Guerreros les parecía despreciable. Al reconocer la unidad con la tierra y la interdependencia
con los demás, llegan a honrar la humanidad en aquellos que controlan sus vidas, y también en aquellos
que han cedido el control o les ha sido arrebatado.
Cuando los héroes renuncian a la necesidad de ser mejores que..., ya no tienen que probarse a sí mismos
todo el tiempo y, al menos en ocasiones, pueden simplemente ser.
Tiene importancia simbólica que al final del antiguo mito heroico, luego que el Guerrero ha hecho frente a
su temor matando al dragón, regrese al hogar y se case. La recompensa por su batalla es que al fin se
convierte en amante. Sin las habilidades de autoafirmación y fijación de límites, no puede haber una
verdadera relación amorosa entre pares. De otro modo, una persona conquista y la otra acepta. Estas
habilidades permiten la creación de una relación positiva con otro ser humano, con las instituciones y con
el mundo en general, y eventualmente permiten que amemos y disfrutemos de la vida misma.

Ser bueno y eficiente en el propio trabajo es sólo un paso hacia la satisfacción laboral. El siguiente paso es
lograr aprecio, respeto y recompensa por el trabajo, y esto demanda habilidad para negociar y para
influenciar el mundo, para tender puentes hacia otras personas e instituciones.
Las primeras veces que los Guerreros tratan de hacer valer sus deseos, inevitablemente se pasan de la
medida y, por supuesto, no obtienen muy buenos resultados. Sin embargo, en la siguiente etapa,
aprenden a ser más sutiles y políticos y a obtener lo que desean más seguido. Sin embargo,
eventualmente los Guerreros deben abandonar el control sobre los resultados y afirmar su propio valer
como parte de la danza de la vida. El proceso de autoafirmación se torna entonces en la recompensa,
porque les permite ser cada día más ellos mismos.
Allí es cuando comienzan a suceder los milagros. A menudo, luego de que se han logrado un desapego
respecto a cierto resultado en particular, cuando han hecho valer sus deseos y a sí mismos sin ninguna
intención de manipular a otros o hacer que les satisfagan, los Guerreros descubren que los resultados son
mejores de lo que nunca se habían atrevido a esperar. Es en este punto precisamente que las nociones
budistas del desapego y las creencias místicas cristianas y judías respecto a trascender al ego comienzan
a tener sentido e incluso a serle de utilidad al héroe.
Los Guerreros que han probado su habilidad para defenderse y luchar por lo que quieren tienden a ser
respetados y a respetarse a sí mismos. Pueden negociar una manera de ser fieles a sí mismos y a sus
parejas, amigos, colegas e instituciones. Llegados a este punto, la vida ya no es tan dolorosa como antes.
Por fin los Guerreros están listos para deponer las armas y convertirse en amadores, y saborear la vida
que han creado, honrando y amándose a sí mismos, a los demás y a la tierra.
Cuando experimentamos por primera vez el poder del arquetipo del Guerrero, nos alzamos en armas en
defensa de nosotros mismos y de aquello que queremos. A medida que vamos aprendiendo mejor las
lecciones del Guerrero, todo esto nos parece muy remoto y es probable que afirmemos: “Los brazos son
para abrazar”.

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