El principio general al cual apelar para justificar la guerra en el plano de lo humano
es el "heroismo". La guerra, según esto, ofrece al hombre la ocasión de d e redescubrir al héroe que anida en él. Rompe la rutina de la vida v ida cómoda , a través de las m!s duras pruebas, favorece un conocimiento transfigurante de la vida en función de la muerte. El instante final en el cual un individuo debe comportarse como un héroe es el último de su vida terrestre pesa infinitamente m!s en la balana que toda su e#istencia vivida monótonamente en la agitación incesante de las ciudades. Esto es lo que compensa, en términos espirituales, los aspectos negativos destructivos de la guerra que el paternalismo pacifista pone unilateral tendenciosamente de relieve. La guerra, estableciendo realiando la relatividad de la vida humana, estableciendo realiando también el derecho de un "m!s all! de la vida", tiene siempre un valor anti$materialista an ti$materialista espiritual. Estas consideraciones tienen un peso indiscutible dejan cortas todas las demagogias del humanitarismo, los lloriqueos sentimentales las protestas de los paladines de los "inmortales principios" de la internacional de los "héroes de la pluma". %ientras tanto, es preciso reconocer que para p ara definir bien las condiciones por las cuales la guerra se presenta realmente como un fenómeno espiritual, se debe proceder a un e#amen ulterior, esboar una especie de "fenomenolog&a de la e#periencia guerrera", gu errera", distinguir las diferentes formas jerarquiarlas para dar todo su relieve al punto absoluto que servir! de referencia a la e#periencia heroica. 'ara ello es preciso referirse a una doctrina que no tiene la estructura de construcción filosófica particular personal, sino que es, a su manera, una referencia de hecho positiva objetiva. (e trata de la doctrina de la cuatripartición en todas las civiliaciones tradicionales que da origen a cuatro castas diferentes) siervos, burgueses, aristocracia guerrera detentadores de la autoridad espiritual. *o debe entenderse por casta, como hace la maor&a, ma or&a, una división artificial arbitraria, sino el lao que une a los individuos de una misma naturalea, un tipo de interés de vocación idéntica, una cualificación original. *ormalmente, una verdad una función determinada definen cada casta no lo contrario. *o se trata pues de privilegios de formas de vida erigidas en monopolio basadas en unaun a constitución social conocida, m!s o menos, artificialmente. El verdadero principio del que proceden estas instituciones, bajo formas históricas m!s o menos perfectas, es que no e#iste un modo único genérico de vivir su propia vida, sino un modo espiritual, es decir, como guerrero, burgués, siervo , cuando las funciones reparticiones sociales corresponden ciertamente a esta articulación, según la e#presión cl!sica, estamos ante una organiación "procedente de la verdad de la justicia". Esta organiación se convierte en jer!rquica cuando implica una dependencia natural $ con la dependencia la participación$ de modos inferiores de vida de aquellos que son superiores, siendo considerado como superior toda p ersonaliación de un punto de vista puramente espiritual. (olamente en este caso, e#isten relaciones claras normales de participación subordinación, como lo ilustra la an!loga ofrecida por el cuerpo humano) all& donde no ha condiciones sanas normales, cuando el elemento f&sico +siervos o la vida vegetativa +el burgués, o la voluntad impulsiva no controlada +guerreros, asumen la dirección o la decisión en la vida del hombre, aparece el caos- pero cuando el esp&ritu constitue el punto central último de referencia para las facultades restantes, a las cuales no les es negada por tanto una autonom&a parcial, una vida propia un derecho diferenciado en el conjunto de la unidad, all& aparece el rden. (i bien no debemos hablar genéricamente de jerarqu&a, aunque se trate de la verdadera jerarqu&a en la que quien est! en lo alto dirige es verdaderamente superior, es preciso hablar hacer una referencia a los sistemas de civiliación basados en una élite espiritual en donde el modo de vivir del siervo, del burgués del guerrero terminan por inspirarse en este principio para la justificación de las actividades en que se manifiestan materialmente. 'or el contrario, se encuentra en un estado anormal cuando el centro se desplaa el punto de referencia no es el principio espiritual sino el de la clase servil, burguesa o simplemente guerrera. En cada uno de estos casos, si e#iste igualmente jerarqu&a participación no se trata de algo natural. (e convierte en deformante subversiva termina por e#ceder los l&mites transform!ndose en un sistema en donde la visión de la vida, propia de un siervo, orienta compenetra todos los elementos del conjunto social. En el plano pol&tico, este proceso involutivo es particularmente sensible en la historia de ccidente hasta nuestros d&as. Los Estados de tipo aristocr!tico$sacral han sido reemplaados por Estados mon!rquico$guerreros, ampliamente seculariados luego e llos mismos a su ve, han sido reemplaados suplantados por Estados apoados sobre oligarqu&as capitalistas +casta de los burgueses de los mercaderes finalmente por tendencias socialistas, colectivistas proletarias que han encontrado su e closión en el bolchevismo +casta de los siervos. Este proceso es paralelo al cambio de un tipo de civiliación por otro, de un significado fundamental de la e#istencia a otra, si bien en cada fase particular de estos conceptos, cada principio, cada institución forma e imprime un sentido diferente, conforme a la nota preponderante. Esto es igualmente v!lido para la guerra. / he aqu& como vamos a poder abordar positivamente la tarea que nos propusimos al principio de este ensao) especificar los diversos significados que pueden asumir el combate la muerte heroicas. (egún se decante bajo el signo de una u otra casta, la guerra se justificaba por motivos espirituales, consider!ndose como una v&a de realiación sobrenatural de inmortaliación para el héroe +tema de la 0uerra (anta, en el de las aristocracias guerreras se luchaba por el honor por un principio de lealtad que no se asociaba al placer de la guerra por la guerra. 1on el paso del poder a manos de la burgues&a se produce una profunda transformación. El concepto mismo de nación se materialia- se crea una concepción anti$aristocr!tica natural de la patria el guerrero da paso al soldado al "ciudadano" que lucha simplemente por defender o conquistar una tierra, estando los guerreros en general, fraudulentamente guiados por raones o primac&as de orden económico o industrial. En f&n,all& donde el último estadio ha podido ser alcanado abiertamente, es en una organiación en manos de siervos, tal como e#presó perfectamente Lenin) "La guerra entre naciones es un juego pueril, una supervivencia burguesa que no nos ata2e. La verdadera guerra, nuestra guerra, es la revolución mundial para la destrucción de la burgues&a, el triunfo de la clase proletaria". Establecido esto, es evidente que el "héroe" puede ser denominador común que abrace los tipos significados m!s diversos. %orir, sacrificar su vida, puede ser v!lido solamente en el plano técnico$colectivo, incluso en el plano de aquello que se llama ho brutalmente "material humano". Es evidente que no es en tal plano donde la guerra puede reivindicar un auténtico valor espiritual para el individuo, cuando éste se presenta no como "material", sino $a la manera romana$ como personalidad. Esto no se producen a no ser que e#ista una doble relación entre medio fin, cuando el individuo es solo un medio en relación con la guerra con sus fines materiales, sino simult!neamente, cuando la guerra su entorno deriva como medio en relación con el individuo, ocasión o v&a cuo fin es la realiación espiritual, favorecida por la e#periencia heroica. Entonces e#iste s&ntesis, energ&a m!#ima eficacia. En este orden de ideas en función de eso que hemos dicho anteriormente, es evidente que todas las guerras no ofrecen las mismas posibilidades. / ello en raón de analog&as en absoluto abstractas, sino positivamente activas, según las v&as, invisibles para la maor&a, que e#isten entre el car!cter colectivo preponderante en los diferentes ciclos de civiliación el elemento que corresponde a este car!cter en el todo de la entidad humana. (i la era de los mercaderes siervos es aquella en la que predominan las fueras correspondientes a las energ&as que definen en el hombre el elemento pre$personal, f&sico, instintivo, telúrico o simplemente org!nico$vital, en la era de los guerreros en la de los jefes espirituales se e#presan fueras que corresponden respectivamente, en el hombre al car!cter a la personalidad espiritualiada, realiada según su destino sobrenatural. (egún todo lo que desarrolla de trascendente en el individuo es evidente que en una guerra, la maor&a no puede m!s que sentir colectivamente el despertar correspondiente, m!s o menos, con la influencia preponderante de esa guerra. En función de cada caso, la e#periencia heroica conduce a puntos diversos , sobre todo, de tres formas. En el fondo, corresponden a las tres posibilidades de relación que pueden verificarse por la casta guerrera su principio respecto a las otras articulaciones a e#aminadas. 'uede verificarse el estado normal de una subordinación al principio espiritual, en donde el heroismo como desencadenamiento conduce a la supra$vida a la supra$personalidad. 'ero el principio guerrero puede ser un fin en s& rechaando reconocer aquello que ha de superior en él, entonces la e#periencia heroica dar! lugar a un tipo "tr!gico", arrogante templado como el acero, pero sin lu. La personalidad permanece $est! incluso reforada$ como le ordena el l&mite de su lado naturalista humano. (iempre este tipo de héroe ofrece una cierta garant&a de grandea naturalmente, para los tipos jer!rquicamente inferiores, "burgueses" o "siervos", este heroismo esta guerra significan superación, elevación, realiación. El tercer caso se refiere al principio guerrero degradado, al servicio de elementos jer!rquicamente inferiores +última casta. 3qu& la e#periencia heroica se al&nea casi fatalmente con una evocación, un desencadenamiento de fueras instintivas, personales, colectivistas, irracionales, provocando finalmente una lesión una regresión en la personalidad del individuo, el cual, rebajado a tal nivel, est! condicionado a vivir el acontecimiento de manera pasiva o bajo la sugestión de impulsos pasionales. 'or ejemplo, las célebres novelas de Eric %ar&a Remarque no reflejan m!s que una posibilidad de este género) gentes llevadas a la guerra por falsos idealismos constatan que la realidad es otra cosa. *o desertan o abandonan, pero en medio de terribles pruebas, son sostenidos por fueras elementales, impulsos instintivos, reacciones apenas humanas, sin conocer un solo instante de lu. 'ara preparar una guerra, tanto en el plano material como en el espiritual, es preciso ver clara firmemente todo esto, af&n de poder orientar almas energ&as hacia la solución m!s elevada, la única que conviene a las ideas tradicionales. Luego ser&a preciso espiritualiar el principio guerrero. El punto de partida podr&a ser el desarrollo virtual de una e#periencia heroica en el sentido de la m!s elevada de las tres posibilidades que hemos analiado. %ostrar cómo esta posibilidad, m!s alta, m!s espiritual, ha sido plenamente vivida en las grandes civiliaciones que nos han precedido ilustrando as& su aspecto constante universal es algo que no depende de la simple erudición. Es precisamente lo que nos proponemos hacer a partir de las tradiciones propias a la romanidad antigua medieval. 4emos visto como el fenómeno del heroismo guerrero ha podido revestir varias formas obedecer a diferentes significados una ve fijados los valores de auténtica espiritualidad que lo diferencian profundamente. 'or ello vamos a comenar e#aminando ciertas concepciones relativas a las antiguas tradiciones romanas. En general, no ha m!s que un concepto laico del valor de la romanidad en la antig5edad. El romano no fue m!s que un soldado en el sentido estricto de la palabra gracias a sus virtudes militares unidas a una feli concurrencia de circunstancias hubo conquistado el mundo. 3ntes que nada, el romano alimentaba la &ntima convicción de que Roma, su "6mperium" su "3eternitas" se deb&an a fueras d ivinas. 'ara considerar esta convicción romana bajo un !ngulo e#clusivamente "positivo", es preciso sustituir esta creencia por un misterio) misterio de como un pu2ado de hombres, sin ninguna necesidad de "tierra" o "patria", sin estar pose&dos por ninguno de estos mitos o pasiones que tanto acarician los modernos con las que justifican la guerra promueven acciones heroicas, sino bajo un e#tra2o e irresistible impulso, fueron arrastrados cada ve m!s lejos, de pa&s en pa&s, reduciéndolo todo a una "ascesis de poder&o". (egún testimonios de todos los cl!sicos, los primeros romanos eran mu religiosos $"nostri maiores religiosissimi mortales"$ pero esta religiosidad no permanec&a sólo dentro de una esfera abstracta aislada desbordada en la pr!ctica hacia el mundo de la acción en consecuencia , abarcab a también la e#periencia guerrera. 7n colegio sagrado formado por los "8estivos" presid&a en Roma un sistema bien determinado de ritos que serv&an de contrapartida m&stica a cualquier guerra, desde su declaración hasta su conclusión. 9e una manera general, es cierto que uno de los principios del arte militar romano era evitar librar batallas antes que los signos m&sticos hubiesen, por as& decirlo, indicado el "momento". 1on las deformaciones prejuicios de la educación moderna no se querr! ver en esto m!s que una superestructura e#tr&nseca hecha a base de un fatalismo e#travagante. 'ero no era ni lo uno ni lo otro. La esencia del arte augural practicado por el patriciado romano, as& como otras disciplinas an!logas de car!cter m!s o menos idéntico en el ciclo de las grandes civiliaciones indo$ europeas no era descubrir el "destino" a base de una supersticiosa pasividad, sino, por el contrario, descubrir por adelantado los puntos de conjunción con influencias invisibles, para concentrar las fueras de los hombres hacerlas m!s poderosas, actuando igualmente sobre el plano superior con el fin de barrer, cuando la concordancia era perfecta, todos los obst!culos resistencias en el plano material espiritual. Es dif&cil, pues, a partir de eso, dudar del valor romano, la ascesis romana de la potencia no era sólo en su contrapartida espiritual sacra, instrumento de la grandea militar temporal, sino también un contacto una unión con las fueras superiores. (i fuese este el momento, podr&amos citar numerosa d ocumentación para basar esta tesis. *os limitaremos sin embargo a recordar que la ceremonia del triunfo tuvo en Roma un car!cter mucho m!s religioso que laico$militar numerosos elementos permiten deducir que el romano atribu&a la victoria de sus "duces" m!s a un fuera trascendente, que se manifestaba real eficamente a través de ellos en su heroismo e incluso por medio de su sacrificio +como en el rito de la "devotio" en el que los jefes se inmolaban, que a sus cualidades simplemente humanas. 9e esta forma, el ven cedor, revistiendo la "dignitas" del 9ios capitolino supremo, a parte del triunfo, se identificaba co n él, era su imagen, e iba a depositar en las manos de éste el laurel de su victoria, en homenaje al verdadero vencedor. En fin, uno de los or&genes de la apoteosis imperial, el sentimiento que bajo la apariencia del Emperador se escond&a un "numen" inmortal, est! incontestablemente derivado de la e#periencia guerrera) el "6mperator", originariamente era el jefe militar aclamado sobre el campo de batalla en el momento de la victoria, pero en ese instante aparec&a también como transfigurado por una fuera llegada de lo alto, terrible maravillosa, que daba la impresión del "numen". Esta concepción, por otro lado, no es e#clusivamente romana, se la encuentra en toda la antig5edad cl!sico$mediterr!nea no se limitaba a los generales venc edores, se e#tend&a a los campeones ol&mpicos a lo supervivientes de los combates sangrientos del circo. En 4élade, el mito de los 4éroes se confunde con las doctrinas m&sticas, como el orfismo, identificando al guerrero vencedor con el iniciado, vencedor de la muerte. :estimonios precisos sobre un heroismo un valor emanaban m!s o menos conscientemente de las v&as espirituales, benditos no solo por las conquistas materiales gloriosas a donde conduc&an, sino también por su aspecto de evocación ritual de conquista espiritual. 'asemos a otros testimonios de esta tradición que, por su naturalea, es metaf&sica en donde, en consecuencia, el elemento "raa" no puede tener m!s que una parte secundaria contingente. 9ecimos eso, pues m!s adelante trataremos de la "0uerra (anta" que fue practicada en el mundo guerrero del (acro 6mperio Romano$0erm!nico. Esta civiliación se presentaba como un punto de confluencia creadora de tres elementos romano uno, cristiano otro , un último, nórdico. Respecto al primero, a hemos hecho alusión a él en el conte#to que nos interesa. El elemento cristiano se manifestar! bajo los rasgos de un h eroismo caballeresco supranacional con las cruadas. ;ueda el elemento nórdico. 1on objeto de que nadie se llame a enga2o al respecto, se2alamos que se trata de un car!cter esencialmente suprarracial, por lo tanto incapa de valoriar o denigrar un pueblo en relación a otro. 'ara hacer alusión a un plano en el cual nos autoe#cluimos de momento, nos limitaremos a decir que en las evocaciones nórdicas m!s o menos frenéticas que se celebran ho en d&a "ad usum delphini" en la 3lemania *ai, por sorprendente que pueda parecer, se asiste a una deformación a una depreciación de las auténticas tradiciones nórdicas tal como fueron originariamente tal como se perpetuaron en los 'r&ncipes que ten&an por gran honor el poder denominarse "Romanos" aun no siéndolo de raa. 'or el contrario, para numerosos escritores "racistas" de ho, "nórdico" no significa m!s que "anti$romano" "romano" tendr&a m!s o menos un significado equivalente a "jud&o". 9icho esto, es interesante reproducir una significativa fórmula guerrera de la tradición celta) "1ombatid por vuestra tierra aceptad la muerte si es preciso) pues la muerte es una victoria una liberación del alma". 6déntico concepto corresponde en nuestras tradiciones cl!sicas a la e#presión "mors triunphalis". En cuanto a la tradición realmente nórdica nadie ignora lo relacionado con el <alhalla +literalmente) reino de los elegidos. El (e2or de este lugar simbólico es d&n$<otan que nos aparece en la /nglingasaga, como aquel que, por su sacrificio simbólico en el "!rbol del mundo", habr&a indicado a los héroes el modo de esperar el divino descanso en el lugar donde se vive eternamente sobre una cima luminosa resplandeciente, m!s all! de las nubes. (egún esta tradición, ningún sacrificio, ningún culto eran tan gratos a 9ios, ni m!s ricos en recompensa en el otro mundo, como aquel realiado por el guerrero que combate muere luchando. 3ún ha m!s) el ejército de los héroes muertos en combate debe reforar la falange de los "héroes celestes" que luchan contra el Ragna$r=>, es decir, contra el destino del "obscurecimiento de lo divino" que, según las ense2anas, como en el caso de las cl!sicas +4es&odo pesa sobre el mundo desde las edades m!s remotas. Encontramos este tema bajo formas diferentes en las leendas medievales con cernientes a la "ultima batalla" que librar! el emperador jam!s muerto. 3qu&, para percibir el elemento universal, tenemos que sacar a la lu la concordancia de antiguos conceptos nórdicos +que, digamos de paso, <agner desfiguró con su romanticismo ampuloso, confuso teutónico con las antiguas concepciones iranias persas. 3lgunos se sorprender!n al saber que las famosas <al>irias no son quienes recogen las almas de los guerreros destinados al <alhalla, sino la personificación de la parte trascendente de estos guerreros cuo equivalente e#acto son las fravashi que en la tradición irano$persa est!n representadas co mo mujeres de lu v&rgenes arrebatadas de las batallas. 'ersonifican m!s o menos a fueras sobrenaturales en que las fueras humanas de los guerreros "fieles al 9ios de la Lu" pueden transfigurarse producir un efecto terrible turbulento en las acciones sangrientas. La tradición irania conten&a igualmente la concepción simbólica de una figura divina, %ithra, concebida como el "guerrero sin sue2o", que al frente de las fravashi de sus fieles, combate contra los emisarios del dios de las tinieblas, hasta la aparición del (aoshant, se2or de un reino que ha de llegar de "pa triunfal". Estos elementos de la antigua tradición indo$europea repiten siempre los temas de la sacralidad de la guerra del héroe que no muere realmente, sino que pasa a ser soldado de un ejército m&stico en una lucha cósmica, interfiriendo visiblemente con los elementos del cristianismo que puede asumir la divisa "?ita est militia super terram" reconocer que no solamente con la humildad, caridad, esperana dem!s, sino también con una especie de violencia $la afirmación heroica$ es posible acceder al "Reino de los 1ielos". Es precisamente de esta convergencia de temas como la nación la concepción espiritual de la "gran guerra" propia de la Edad %edia de las 1ruadas que vamos a analiar decant!ndonos por adelantado sobre el aspecto interior individual siempre actual de estas ense2anas. E#aminamos de nuevo las formas de la :radición heroica que permiten a la guerra asumir el valor de una v&a de realiación espiritual en el sentido m!s riguroso del término, es decir, de justificación finalidad trascendental. /a hemos hablado de las concepciones que, desde este punto de vista, fueron las del antiguo mundo romano. Luego hemos dado un vistao a las tradiciones nórdicas al car!cter inmortaliante de toda muerte realmente heroica sobre el campo de batalla. *os hemos referido necesariamente a estas concepciones para llegar al mundo medieval, a la Edad %edia como civiliación resultante de la ant&tesis de tres elementos) el primero romano, seguido del nórdico finalmente del elemento cristiano. *os proponemos ahora e#aminar la idea de la sacralidad de la guerra, tal como fue concebida cultivada a lo largo de la Edad %edia. Evidentemente deberemos referirnos a las 1ruadas tomadas en un significado m!s profundo, es decir, no reducidas a determinismos económicos o étnicos, como suelen hacer los historiadores materialistas mucho menos a un fenómeno de simple superstición de e#altación religiosa, tal como pretenden algunos esp&ritus "avanados", dej!ndolo en fin como un fenómeno simplemente cristiano. (obre este último punto no hemos de perder de vista la relación justa entre fin medio. (e dice también que en las 1ruadas la fe cristiana se sirvió del esp&ritu heroico de la caballer&a occidental, cuando precisamente fue todo lo contrario. La fe cristiana sus fines relativos contingentes de lucha religiosa contra el "infiel, de "liberación del :emplo" de ":ierra (anta", no fueron m!s que los medios que permitieron al esp&ritu heroico manifestarse, afirmarse, realiarse en una especie de ascesis distinta de la contemplación, pero no menos rica en frutos espirituales. La de los caballeros que dieron sus fueras su sangre por la "guerra santa" no ten&an m!s que una idea un conocimiento teologal de lo m!s vago sobre la doctrina por la cual combat&an. 'or otra parte, el conte#to de las 1ruadas era rico en elementos susceptibles de conferir un valor un significado superiores. 3 través de las v&as del subconsciente, mitos trascendentales reafloran en el alma de la caballer&a medieval) la "conquista de la ":ierra (anta" situada "m!s all! de los mares" presenta, en efecto, infinitamente m!s referencias reales que las supuestas por los historiadores con la an tigua saga según la cual "en el lejano oriente, en donde se ala el sol, se encuentra la ciudad sagrada en donde la muerte no reina sino que los valerosos héroes que saben esperarla goan de una celestial serenidad de una vida eterna". 'or encontrar otra analog&a diremos que la lucha contra el 6slam revistió, por su naturalea, desde el principio, el significado de una prueba ascética. "*o se trata de combatir por los reinos de la tierra $escribió @luger, el célebre historiador de las 1ruadas$ sino por el reino de los cielos- las 1ruadas no tuvieron como resorte a los hombres sino a 9ios, +... no se deben pues considerar como el resto de los acontecimientos humanos". La guerra santa deb&a, según la e#presión de un antiguo cronista, compararse "con el bautismo semejante al fuego del purgatorio antes de la muerte". Los 'apas los predicadores comparaban simbólicamente aquellos que mor&an en las 1ruadas con el "oro tres veces ensaado tres veces purificado por el fuego" que pod&a conducir al 9ios supremo". "*o olvidéis jam!s este or!culo $dec&a (an Aernardo$ a vivamos, a muramos, del (e2or somos. ;ué gloria para vosotros salir de la confrontación cubiertos de laureles.'ero qué alegr&a m!s grande la de ganar sobre el campo de batalla una corona inmortal... h, condición afortunada, en la que se puede afrontar la muerte sin temor, incluso desearla con impaciencia recibirla con el coraón firme". La gloria absoluta estaba prometida al cruado $ gloria asolue, en provenal$ pues, a parte de la imagen religiosa se le ofrec&a la conquista de la supravida, del estado sobrenatural de la e#istencia. 3s& Berusalén, fin codiciado de la conquista, se presentaba simbólicamente, como ciudad celeste e inmaterial, pero también como una ciudad terrestre, es decir, que ante este doble aspecto la 1ruada tomaba un valor interior, independiente de todos sus aparatos, sus soportes sus motivaciones aparentes. 'or lo dem!s, fueron las órdenes de caballer&a quienes ofrecieron el tributo m!s grande a las 1ruadas, con la rden del :emple la de los 1aballeros de (an Buan de Berusalén, compuestas por hombres que, como el monje cristiano, tend&an a despreciar la vanidad de esta vida- en tales órdenes se encontraban guerreros fatigados por el mundo, que hab&an visto gustado de todo, prestos a una acción total que no sosten&an ningún interés por la vida material temporal ni por la pol&tica ordinaria, en el sentido m!s estricto. 7rbano 66 se dirigió a la caballer&a como a la comunidad supranacional de aquellos "dispuestos a partir hacia donde estallara una guerra, a fin de llevar el terror de sus armas para defender el honor la justicia"... con m!s raón deb&an escuchar atender la llamada de las 1ruadas de la "0uerra (anta", guerra que, según la apropiación de uno de los escritores de la época, no tiene por recompensa un feudo terrestre, revocable contingente, sino un "feudo celeste". 'ero el desarrollo mismo de las 1ruadas, en capas m!s amplias en el plano ideológico general provocó una purificación una interioriación del esp&ritu de iniciativa. :ras la convicción inicial de que la guerra por la "verdadera" fe no pod&a tener m!s que una salida victoriosa, los primeros fracasos militares sufridos por los ejércitos cruados fueron un foco de sorpresas asombro, pero a la postre sirvieron, no obstante, para sacar a la lu su aspecto m!s elevado. El resultado desastroso de una 1ruada era comparado por los clérigos de Roma al destino de la virtud desgraciada que no es jugada recompensada m!s que en función de otra vida. / esto anunciaba el reconocimiento de algo superior tanto en la victoria como en derrota, la colocación en el primer plano del aspecto propio a la acción heroica cumplimentada independientemente de los frutos visibles materiales, casi como una ofrenda transformando el holocausto viril de toda la parte humana en "gloria absoluta" inmortaliante. Es evidente que de esta manera se deb&a terminar por esperar un plano, por as& decir, supratradicional, tomando la palabra "tradición" en su sentido m!s estrecho, m!s histórico religioso. La fe religiosa en particular, los fines inmediatos, el esp&ritu antagonista, se convert&an entonces como lo es la naturalea variable de un combustible destinado solamente a producir alimentar una llama. El punto central segu&a siendo el valor santo de la guerra, pero se prefiguraban igualmente la posibilidad de reconocer que aquellos que inicialmente eran adversarios, parec&an atribuir a este combate el mismo significado. Este es uno de los elementos gracias al cual los 1ruados sirvieron, a pesar de todo, para facilitar un intercambio cultural entre el ccidente gibelino el riente !rabe +punto de reencuentro, a su ve, de elementos tradicionales m!s antiguos, pues la tendencia a esta convergencia va m!s all! de lo que la maor&a de los historiadores han demostrado hasta el presente. Las órdenes de caballer&a !rabes, an!logas a las occidentales en el plano de la ética, las costumbres la simbolog&a, se encontraron frente a las órdenes de caballer&a cristianas, por ello la "guerra santa" que hab&a dirigido a las dos civiliaciones, una co ntra otra en nombre de sus religiones respectivas, permitió igualmente su reen cuentro hablando en nombre de dos creencias diferentes, cada una terminó por dar a la guerra un valor espiritual an!logo. 3 partir de este momento, fuerte en su fe, el caballero !rabe se elevó- se elevó al mismo nivel supratradicional que el caballero cruado mediante su ascetismo heroico. Este es otro punto a aclarar. 3quellos que jugan las 1ruadas remitiéndolas a uno de los episodios m!s e#travagantes de la "oscura" Edad %edia, no suponen que lo que definen como "fanatismo religioso" es la prueba tangible de la presencia de la eficacia de una sensibilidad de un tipo de decisión cua ausencia caracteria la barbarie auténtica, a que el hombre de las 1ruadas sab&a todav&a dirigirse, combatir morir por un motivo que, en su esencia, era suprapol&tico suprahumano. (e asociaba as& a una unión basada no sobre lo particular sino sobre lo universal. *aturalmente no puede confundirse esto pensando que la motivación trascendente pudiera ser una e#cusa para hacer al guerrero indiferente, negligente a los deberes inherentes a su pertenencia a una raa a una patria. 'or el contrario, esencialmente se trataba de significados profundamente diferentes según los cuales, ac ciones sacrificios pueden ser vividos vistos desde el e#terior, siendo absolutamente los mismos. E#iste una diferencia radical entre quien hace simplemente la guerra quien, por el contrario, en la guerra hace también la "0uerra (anta", viviendo una e#periencia superior, deseada, deseable esperada para el esp&ritu. (i tal diferencia es, ante todo, interior, bajo el impulso de todo lo que interiormente tiene una fuera, traduciéndose también hacia el e#terior, derivando efectos, sobre otros planos , m!s particularmente, en los términos de "irreductibilidad" del impulso heroico) quien vive espiritualmente el heroismo est! cargado de una tensión metaf&sica, estimulado por un aliento cuo objeto es "infinito" superar! siempre aquello que anima a quien combate por necesidad, por oficio o bajo el impulso de instintos o sugestiones. En segundo lugar, quien combate en una "0uerra (anta" espont!neamente se sitúa m!s all! de todo particularismo, viviendo un clima espiritual que, en un momento dado, puede mu bien dar nacimiento a una unidad supranacional de acción. Es precisamente esto lo que se verificó en las 1ruadas, cuando pr&ncipes jefes de todos los pa&ses se unieron para la empresa heroica santa, m!s all! de sus intereses particulares utilitarios de las divisiones pol&ticas, realiando por ve primera una unidad europea conforme a su civiliación común al principio mismo del (acro 6mperio Romano 0erm!nico. (i debemos abandonar el "prete#to" aislar lo esencial de lo contingente, encontraremos un elemento precioso que no se limita a un per&odo histórico determinado. Rechaar, conducir la acción sobre un plano "ascético", justificarla también en función de este plano, significa separar todo antagonismo condicionado por la materia, preparar el lugar de las grandes distancias los amplios frentes, para redimensionar, poco a poco, los fines e#teriores de la acción en su nuevo significado espiritual) tal como se verifica cuando no es sólo por un pa&s o por ambiciones temporales que uno combate, sino en nombre de un principio superior de civiliación, de una tentativa de eso que, por ser metaf&sico, nos hace ir hacia delante, m!s all! de todo l&mite, m!s all! de cualquier peligro de no importa que destrucción. *o se encontrar! e#tra2o que tras haber e#aminado un conjunto de tradiciones occidentales relativas a la guerra santa, es d ecir, a la guerra como valor espiritual, nos propongamos ahora e#aminar este concepto tal como ha sido formulado por la tradición isl!mica. En efecto, nuestro fin, tal como he mos se2alado en varias ocasiones, es poner de relieve el valor objetivo de un principio a través de la demostración de su universalidad, de su conformidad quid ubique, quiod ad imnibus et quod semper. (olamente as&, se puede tener la sensación de que ciertos valores tienen una categor&a absolutamente diferente de lo que pueden pensar unos otros, sino también que en su esencia son superiores a las formas particulares que han asumido para manifestarse en las tradiciones históricas. 1ontra m!s se reconoca la correspondencia interna de estas formas su principio único, m!s se po dr! profundiar en su propia tradición, hasta poseerla comprenderla &ntegramente partiendo de su punto original especialmente metaf&sico. 4istóricamente es preciso subraar que la tradición isl!mica, en el tema que nos interesa, es de alguna manera heredera de la persa, es decir, de una de las m!s altas civiliaciones indo$ europeas. La concepción madeista del 9ios de la Lu de la e#istencia sobre la tierra como una lucha incesante para arrancar seres cosas al poder del anti$dios, es el centro de la visión persa de la vida. Es precisamente capital considerarla como la contrapartida metaf&sica el fondo espiritual de las haa2as guerreras en cuo apogeo tuvo lugar la edificación persa del imperio del "Re de Rees". :ras la caida de la civiliación !rabe medieval, bajo formas m!s materiales en ocasiones e#asperadas, pero sin anular jam!s el motivo original de la espiritualidad isl!mica, todos estos contenidos subsistieron. 3s& nos referiremos a tradiciones de éste género, sobre todo porque ponen de manifiesto un concepto mu útil para aclarar ulteriormente el orden de ideas que nos proponemos e#poner. (e trata del concepto de la "0uerra (anta", distinto de la "peque2a guerra", pero al mismo tiempo ligada a esta última según una correspondencia particular. La distinción se basa en un hadith del 'rofeta, el cual, llegado de una e#pedición guerrera hab&a dicho) "4emos vuelto de la peque2a guerra santa para la gran guerra santa". La "peque2a guerra" corresponde a la guerra e#terior, a la que, siendo sangrienta, se hac&a con armas materiales contra el enemigo, contra el "b!rbaro", contra una raa inferior frente a la cual se reivindicaba un derecho superior o en fin, cuando la empresa estaba dirigida por una motivación religiosa, contra el " infiel". 'or terribles tr!gicas que puedan ser las incidencias, por monstruosas como sean las destrucciones no deja de ser menos cierto que esta guerra, metaf&sicamente, es siempre la "peque 2a guerra". La "0ran 0uerra (anta" es, al contrario, de orden interior e inmaterial,es el combate que se libra contra el enemigo, el "b!rbaro" o el "infiel" que cada uno abriga en s& que ve aparecer en s& mismo en el momento en que ve sometido todo su ser a una le espiritual) tal es la condición para esperar la liberación interior, la "pa triunfal" que permite participar en ella a aque l que est! m!s all! de la vida de la muerte, pues en tanto que deseo, tendencia, pasión, debilidad, instinto lasitud interior, el enemigo que est! en el hombre debe ser vencido, quebrado en su resistencia, encadenado, sometido al hombre espiritual. (e dir! que esto es simplemente ascetismo. La 0ran 0uerra (anta es la ascesis de todos los tiempos. / alguno estar! tentado de a2adir) es la v&a de aq uellos que huen del mundo que, con la e#cusa de una lucha interior se transforman en un tropel de pacifistas. *o es nada de todo esto. :ras la distinción entre las dos guerras, e#pongamos ahora su s&ntesis. Lo propio de las tradiciones heróicas es prescribir la "peque2a guerra", es decir, la verdadera guerra, sangrienta, como un instrumento para la "0ran 0uerra (anta", hasta e l punto de que, finalmente, las dos no trminan siendo m!s que una sola cosa. 3s&, en el 6slam, "guerra (anta", guiad "?&a de 9ios" son utiliados indiferentemente. ;uien combate lo hace sobre la "?&a de 9ios". 7n célebre hadith caracter&stico de esta tradición dice) "La sangre de los 4éroes est! m!s cerca del (e2or que la tinta de los sabios las oraciones de los devotos". 3qu& también, como en las tradicionales de las que a hemos hablado, la acción asume el e#acto valor de una superación interior de acceso a una vida liberada de la obscuridad, de lo contingente, de la incertidumbre de la muerte. En otros términos, las situaciones los riesgos inherentes a las haa2as guerreras provocan la aparición del "enemigo interior", el cual, en tanto que instinto de conservación, dejade, crueldad, piedad o furor ciego, sirve como aquello que es preciso vencer en el acto mismo de combatir al enemigo e#terior. Esto muestra que el aspecto central est! constituido por la orientación interior, la permanencia inquebrantable de aquello que es esp&ritu en la doble lucha) sin participación ciega, ni transformación en una brutalidad desencadenada, sino, por el contrario, dominio de las fueras m!s profundas, control para no estar jam!s arrastrado interiormente sino permaneciendo siempre como due2o de s& mismo, lo que permite afirmarse m!s all! de cualquier l&mite. 3bordaremos ahora una imagen de otra tradición en donde esta situación est! representada por un s&mbolo caracter&stico) un guerrero un ser divino impasible, el cual, sin combatir, sostiene conduce al soldado junto al cual se encuentra sobre el mismo carro de combate. Es la personificación de la dualidad de los principios que el verdadero héroe posee, a que las emanaciones tienen siempre algo de eso sagrado de lo que es portador. En la tradición isl!mica, se lee en uno de sus te#tos) "El combate es la v&a de 9ios +es decir, la guerra santa aquel que sacrifica la vida terrestre por la del m!s all!, combate por la v&a de 9ios, a resulte muerto o vencedor recibir! una inmensa recompensa". La premisa metaf&sica según la cual se prescribe) 1ombatid según la guerra santa a aquellos que hagan la guerra", "matadles donde los encontréis aplastadlos", "no os mostréis débiles, no les invitéis a la pa", pues "la vida terrestre es solamente fuego que se e#tingue" "quien se muestra avaro no es avaro m!s que consigo mismo". Este último principio evidentemente puede compararse a aquel otro evangélico) "El que quiere salvar su propia vida la perder! quien la pierda obtendr! la vida eterna", confirmado por este te#to) "C;ué hicisteis vosotros que creéis cuando se os ordenó) descended a la batalla para la guerra santaC s quedasteis inmóviles. 4abéis, pues, preferido este mundo a la vida futura" por lo tanto "vosotros Desper!is de nosotros recompensa no las dos supremas, victoria o sacrificioC" Este otro fragmento es digno de atención) "La guerra os ha sido ordenada, aunque os disguste. 'ero algo que es bueno para vosotros puede disgustaros gustaros lo que es malo. 9ios sabe, entonces que vosotros no sabéis nada". 3qu& tenemos una especie de "amor fati", una intuición misteriosa, evocación realiación heroica del destino, con la &ntima certea de que, cuando ha "intención justa", cuando la inercia la lasitud son vencidas, al !lito va m!s all! de la propia vida de la de los otros, m!s all! de la felicidad de las aflicciones guiando en el sentido de un destino espiritual de una sed de e#istencia absoluta, dando nacimiento a una fuera de la que no podr! carecer el fin absoluto. La crisis de una muerte tr!gica heroica se vuelve una contingencia sin interés, lo que, en términos religioso est! e#presado as&) "'ara aquellos que mueren en la v&a de 9ios +en la 0uerra (anta su realiación no se perder!. 9ios los guiar! dispondr! de su alma haciéndolos entrar en el para&so revelado". 9e esta manera el lector se encuentra de nuevo con ideas e#puestas anteriormente, basadas en las tradiciones cl!sicas o nórdico$ medievales relativas a una inmortalidad privilegiada reservada a los héroes, los únicos que, según 4esiodo, habitan en las islas simbólicas en las que se desarrolla una e#istencia luminosa e intangible a imagen de la de los dioses ol&mpicos. En la tradición isl!mica e#isten frecuentemente alusiones al hecho de que ciertos guerreros, muertos en combate no estar&an realmente muertos, afirmación no simbólica sino real, como también es real la e#istencia de ciertos estados supra$humanos, separados de las energ&as de los destinos de los vivientes. Es cierto que aun ho precisamente en Espa2a e 6talia, los ritos por los cuales una comunidad guerrera declara "presentes" a sus muertos en el campo del honor ha conseguido una fuera singular. Es la idea del héroe que no est! verdaderamente muerto, como la de los vencedores que, a la imagen del 1ésar romano, permanecen como "vencedores perpetuos" en el centro de la raa. 8inaliaremos este breve estudio consagrado a la guerra como valor espiritual, refiriéndonos a una última tradición del ciclo heroico indo$europeo, el Ahagavad$0ita, el m!s célebre te#to seguramente de la antigua sabidur&a hindú, escrito esencialmente para la casta guerrera. (u elección no es arbitraria no se debe en absoluto al e#otismo. 3l igual que la tradición isl!mica nos ha permitido formular, en lo universal, la idea de la "g uerra santa", contrapartida posible alma de una guerra e#terior, la tradición transmitida por el te#to hindú nos permitir! encuadrar definitivamente nuestro tema de an!lisis en una visión metaf&sica. En un plano m!s e#terior, est! referencia al riente hindú, nos parece igualmente útil para rectificar las opiniones los criterios, as& como la comprensión supratradicional, pues tales son los fines que perseguimos. 9urante mucho tiempo han prevalecido las ant&tesis artificiales entre riente ccidente) artificiales porque est!n basadas en el último ccidente, en el ccidente moderno materialista que, finalmente, tiene mu poco que ver con el que le precedió, con la verdadera gran civiliación occidental. El ccidente moderno se opone tanto al riente como al antiguo ccidente. (i nos remitimos a los tiempos antiguos encontraremos efectivamente un patrimonio étnico cultural ampliamente común, que corresponde a un único denominador indo$europeo. Las formas originales de vida, de espiritualidad, de instituciones de los primeros coloniadores de la 6ndia del 6r!n tienen muchos puntos de contacto con aquellos pueblos helénicos nórdicos e incluso con los antiguos romanos. ?amos a abordar ahora las tradiciones que nos dan un ejemplo de la afinidad de la concepción espiritual común del combate, de la acción de la muerte heroica, contrariamente a la idea recibida que nos hace pensar, al o&r hablar de la civiliación hindú, en el nirvana, el fa>irismo, la evasión del mundo, la negación de los "valores de la personalidad". El Ahagavad$0ita est! construido en forma de di!logo entre un guerrero, 3rjuna un dios, @hrisna, su maestro espiritual. El di!logo tiene lugar c on ocasión de una batalla en la que 3rjuna vacila en lanarse a la acción frenado por escrúpulos humanitarios. 6nterpretados en clave esotérica, estas dos figuras de 3rjuna @hrisna no son, en realidad, m!s que una sola, pues representan las dos partes del ser humano) 3rjuna, el principio de la acción, @hrisna el del conocimiento trascendente. El di!logo se transforma en una especie de monólogo con una finalidad tanto de clarificación interior resolución heroica como espiritual del problema de la acción guerrera que se hab&a impuesto a 3rjuna en el mismo momento de descender al campo de batalla. 'ues la piedad que impide al guerrero combatir cuando descubre en las filas enemigas a viejos amigos a algunos parientes, es calificada por @hrisna +el principio espiritual de trastorno indigno de los arios que cierra las puertas del 1ielo solo depara la verg5ena. 9e esta manera surge el tema que a hab&amos encontrado a menudo en las ense2anas tradicionales de ccidente) "(i mueres ganar!s el cielo- si lograr la victoria, poseer!s la tierra... lev!ntate, hijo de @unti para combatir firme resuelto". 3l mismo tiempo que se perfila el tema de una "guerra interior" que es preciso llevar contra s& mismo) "(abiendo pues que la raón es m!s fuerte, af&rmate en ti mismo mata al enemigo de las formas mutables". El enemigo e#terior tiene por paralelo a un enemigo interior, que es la pasión, la sed animal de la vida. 4e aqu& como es definida la justa orientación) "Refiere en m& todas las obras, piensa en el 3lma (uprema- sin esperana, sin inquietud de ti mismo, combate sin un !pice de tristea". Es preciso asaltar la llamada a la lucide, supraconsciente, supra$apasionada de heroismo, que no debe pasar desapercibida en este fragmento donde se subraa el car!cter de purea, de absoluto, que debe tener la acción que solo puede tener en términos de "guerra santa") ":en por igual placer plenitud, ganancia pérdida, victoria derrota sé &ntegro en la batalla) as& evitar!s el pecado". 9e esta forma se impone la idea de un "pecado" referido a un estado de voluntad incompleta de acción, interiormente todav&a alejado de la elevación en relación a la cual la vida significa poco, tanto la propia como la de los otros en donde ninguna medida humana tiene valor. (i se permanece en este plano, el anterior te#to ofrece consideraciones de o rden absolutamente metaf&sico, intentando demostrar como en tal nivel, termina por actuar sobre el guerrero una fuera m!s divina que humana. La ense2ana que @hrisna +principio del conocimiento dispensa a 3rjuna +principio de la acción para poner fin a sus vacilaciones, tiende sobre todo a realiar la distinción entre lo que es incorruptible como espiritualidad absoluta lo que e#iste solo de una manera ilusoria como elemento humano material) "3quel que no es, no puede ser aquel que es no puede dejar de ser +... se sabe indestructible aquel por quién ha sido desarrollado este universo +... quien cree que mata o que es muerto se equivoca- no mata, no es muerto, ni siquiera cuando se mata el cuerpo +... combate pues, oh Aharata". 'ero eso no es todo. 3 la conciencia de la irrealidad metaf&sica de lo que se puede perder o hacer perder, como vida caduca o cuerpo mortal, conciencia que encuentra su equivalente en una de las tradiciones que a hemos e#aminado, donde la e#istencia humana es definida como "juego frivolidad", se asocia la idea de que el esp&ritu, en su absoluto, en su trascendencia ante todo lo que es limitado e incapa de superar este l&mite, no puede presentarse m!s que como una fuera destructora. Es por ello que se plantea el problema de ver en qué términos en el ser, instrumento necesario de destrucción muerte, el guerrero puede evocar al esp&ritu, justamente bajo ese aspecto, hasta el punto de identificarse a él. El Ahagavad$0ita nos lo dice e#actamente cuando el dios declara) "/o so la virtud de los fuertes e#enta de virtud deseo +... en el fuego el esplendor- la vida en todos los seres- la continencia en los ascetas +... la cien cia en los sabios- el valor en los valientes". Luego el dios se manifiesta a 3rjuna bajo su forma trascendental, terrible fulgurante, ofreciendo una visión absoluta de la vida) tales como l!mparas sometidas a una lu demasiado intensa, los circuitos poseedores de un p otencial demasiado alto, los seres vivientes caen solo por que en ellos arde una fuera que transciende a su perfección, que va m!s all! de todo lo que pueden quieren. Es por esto que se convierten, esperan en una cima , como arrastrados por las olas a las cuales se abandonan que les hab&an conducido hasta cierto punto, se funden, se disuelven, mueren, retornando a lo no$manifestado. 'ero aquel que no teme a la muerte, que sabe asumir su muerte llegado el momento todo lo que le destrue, le esclavia, le rompe, termina por franquear el l&mite, llega a mantenerse sobre la cresta de las olas, no se hunde, sino que, por el contrario, est! m!s all! de la vida que se manifiesta en él. 'or ello @hrisna, la personificación del principio espiritual, tras haberse revelado en su totalidad a 3rjuna, puede decir) "E#cepto tú, no quedar! uno solo de los soldados que constituen estos dos ejércitos, lev!ntate busca la gloria- triunfa sobre tus enemigos adquiere un gran 6mperio. /o esto seguro de su pérdida) son solo el instrumento +... m!talos pues- no te preocupes- combate vencer!s a tus rivales. Encontramos pues la identificación de la guerra, con la "?&a de 9ios" que a hab&amos visto en p!ginas precedentes. El guerrero cesa de actuar en tanto persona. 7na gran fuera no humana, a este nivel, transfigura la acción, la vuelve absoluta "pura", all& precisamente donde debe ser m!s e#trema. 4e aqu& una imagen mu elocuente, perteneciente a ésta tradición) "La vida es como un arco, el alma como una flecha, el esp&ritu como la flecha proectada que se clava en el blanco". Es una de las m!s elevadas formas de la justificación metaf&sica de la guerra, una de las im!genes m!s completas de la guerra como "guerra santa". 'ara terminar esta disgresión sobre las formas de la tradición heroica tal como nos la han presentado épocas pueblos diversos a2adiremos algunas palabras a modo de conclusión. Esta e#cursión en un mundo que podr! parecer a algunos insólito carente de relaciones con el nuestro, no la hemos hecho por curiosidad o para desplegar nuestra erudición. La hemos hecho, al contrario, con el fin preciso de demostrar lo sagrado de la guerra, es decir, como la posibilidad de justificar la guerra espiritualmente su necesidad constitue, en el sentido m!s elevado del término, una tradición. Esto es algo que se ha manifestado siempre en todo lugar en los ciclos ascendentes de todas las grandes civiliaciones. En este punto debemos regresar a aquello que escribimos al principio de este estudio, mostrando que e#isten diversas maneras de "ser h éroe" +incluso aquella animal subpersonal por lo tanto lo que cuenta no es tanto la posibilidad vulgar de lanarse a la batalla sacrificarse, sino el esp&ritu según el cual se puede vivir una aventura de éste género. *osotros tenemos, a partir de ahora, todos los elementos para precisar, entre los diferentes aspectos de la e#periencia heroica, aquellos que pueden considerarse como absolutos, que pueden verdaderamente identificar la guerra con la "?&a de 9ios", en los héroes, puede dejar entrever realmente una manifestación divina. 'ero es preciso recordar también que el punto donde la vocación guerrera aspiraba realmente a una altura metaf&sica, reflejando la plenitud de lo universal,es aquel en que una raa tend&a a una manifestación a una finalidad igualmente universales. Lo que significa que no pueda sino predestinar a esta raa o 6mperio. 'ues solo el 6mperio como tal es un orden superior en donde reina la "'a# :riunphalis", reflejo terrestre de la soberan&a del supramundo, comparable a las fueras que, en el terreno del esp&ritu manifiestan las mismas caracter&sticas de purea, de poder&o, de ineluctabilidad, de trascendencia en relación a todo lo que de pathos, pasión limitación humana, se refleja en las grande s libres energ&as de la naturalea.
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