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Metafísica de la guerra

 Julius Evola

El principio general al cual apelar para justificar la guerra en el plano de lo humano


es el "heroismo". La guerra, según esto, ofrece al hombre la ocasión de d e redescubrir al héroe
que anida en él. Rompe la rutina de la vida
v ida cómoda , a través de las m!s duras pruebas,
favorece un conocimiento transfigurante de la vida en función de la muerte. El instante
final en el cual un individuo debe comportarse como un héroe es el último de su vida
terrestre  pesa infinitamente m!s en la balana que toda su e#istencia vivida
monótonamente en la agitación incesante de las ciudades. Esto es lo que compensa, en
términos espirituales, los aspectos negativos  destructivos de la guerra que el paternalismo
 pacifista pone unilateral  tendenciosamente de relieve. La guerra, estableciendo 
realiando la relatividad de la vida humana, estableciendo  realiando también el derecho
de un "m!s all! de la vida", tiene siempre un valor anti$materialista
an ti$materialista  espiritual.
Estas consideraciones tienen un peso indiscutible  dejan cortas todas las
demagogias del humanitarismo, los lloriqueos sentimentales  las protestas de los paladines
de los "inmortales principios"  de la internacional de los "héroes de la pluma". %ientras
tanto, es preciso reconocer que para
p ara definir bien las condiciones por las cuales la guerra se
 presenta realmente como un fenómeno espiritual, se debe proceder a un e#amen ulterior,
esboar una especie de "fenomenolog&a de la e#periencia guerrera",
gu errera", distinguir las diferentes
formas  jerarquiarlas para dar todo su relieve al punto absoluto que servir! de referencia a
la e#periencia heroica.
'ara ello es preciso referirse a una doctrina que no tiene la estructura de
construcción filosófica particular  personal, sino que es, a su manera, una referencia de
hecho positiva  objetiva. (e trata de la doctrina de la cuatripartición en todas las
civiliaciones tradicionales que da origen a cuatro castas diferentes) siervos, burgueses,
aristocracia guerrera  detentadores de la autoridad espiritual. *o debe entenderse por
casta, como hace la maor&a,
ma or&a, una división artificial  arbitraria, sino el lao que une a los
individuos de una misma naturalea, un tipo de interés  de vocación idéntica, una
cualificación original. *ormalmente, una verdad  una función determinada definen cada
casta  no lo contrario. *o se trata pues de privilegios  de formas de vida erigidas en
monopolio  basadas en unaun a constitución social conocida, m!s o menos, artificialmente. El
verdadero principio del que proceden estas instituciones, bajo formas históricas m!s o
menos perfectas, es que no e#iste un modo único  genérico de vivir su propia vida, sino un
modo espiritual, es decir, como guerrero, burgués, siervo , cuando las funciones 
reparticiones sociales corresponden ciertamente a esta articulación, según la e#presión
cl!sica, estamos ante una organiación "procedente de la verdad  de la justicia".
Esta organiación se convierte en jer!rquica cuando implica una dependencia
natural $ con la dependencia la participación$ de modos inferiores de vida de aquellos que
son superiores, siendo considerado como superior toda p ersonaliación de un punto de vista
 puramente espiritual. (olamente en este caso, e#isten relaciones claras  normales de
 participación  subordinación, como lo ilustra la an!loga ofrecida por el cuerpo humano)
all& donde no ha condiciones sanas  normales, cuando el elemento f&sico +siervos o la
vida vegetativa +el burgués, o la voluntad impulsiva  no controlada +guerreros, asumen la
dirección o la decisión en la vida del hombre, aparece el caos- pero cuando el esp&ritu
constitue el punto central  último de referencia para las facultades restantes, a las cuales
no les es negada por tanto una autonom&a parcial, una vida propia  un derecho
diferenciado en el conjunto de la unidad, all& aparece el rden.
(i bien no debemos hablar genéricamente de jerarqu&a, aunque se trate de la
verdadera jerarqu&a en la que quien est! en lo alto  dirige es verdaderamente superior, es
 preciso hablar  hacer una referencia a los sistemas de civiliación basados en una élite
espiritual  en donde el modo de vivir del siervo, del burgués  del guerrero terminan por
inspirarse en este principio para la justificación de las actividades en que se manifiestan
materialmente. 'or el contrario, se encuentra en un estado anormal cuando el centro se
desplaa  el punto de referencia no es el principio espiritual sino el de la clase servil,
 burguesa o simplemente guerrera. En cada uno de estos casos, si e#iste igualmente
 jerarqu&a  participación no se trata de algo natural. (e convierte en deformante 
subversiva  termina por e#ceder los l&mites transform!ndose en un sistema en donde la
visión de la vida, propia de un siervo, orienta  compenetra todos los elementos del
conjunto social.
En el plano pol&tico, este proceso involutivo es particularmente sensible en la
historia de ccidente hasta nuestros d&as. Los Estados de tipo aristocr!tico$sacral han sido
reemplaados por Estados mon!rquico$guerreros, ampliamente seculariados  luego e llos
mismos a su ve, han sido reemplaados  suplantados por Estados apoados sobre
oligarqu&as capitalistas +casta de los burgueses  de los mercaderes  finalmente por
tendencias socialistas, colectivistas  proletarias que han encontrado su e closión en el
 bolchevismo +casta de los siervos.
Este proceso es paralelo al cambio de un tipo de civiliación por otro, de un significado
fundamental de la e#istencia a otra, si bien en cada fase particular de estos conceptos, cada
 principio, cada institución forma e imprime un sentido diferente, conforme a la nota
 preponderante.
Esto es igualmente v!lido para la guerra. / he aqu& como vamos a poder abordar
 positivamente la tarea que nos propusimos al principio de este ensao) especificar los
diversos significados que pueden asumir el combate  la muerte heroicas. (egún se decante
 bajo el signo de una u otra casta, la guerra se justificaba por motivos espirituales,
consider!ndose como una v&a de realiación sobrenatural  de inmortaliación para el héroe
+tema de la 0uerra (anta, en el de las aristocracias guerreras se luchaba por el honor  por
un principio de lealtad que no se asociaba al placer de la guerra por la guerra. 1on el paso
del poder a manos de la burgues&a se produce una profunda transformación. El concepto
mismo de nación se materialia- se crea una concepción anti$aristocr!tica  natural de la
 patria  el guerrero da paso al soldado  al "ciudadano" que lucha simplemente por
defender o conquistar una tierra, estando los guerreros en general, fraudulentamente
guiados por raones o primac&as de orden económico o industrial. En f&n,all& donde el
último estadio ha podido ser alcanado abiertamente, es en una organiación en manos de
siervos, tal como e#presó perfectamente Lenin) "La guerra entre naciones es un juego
 pueril, una supervivencia burguesa que no nos ata2e. La verdadera guerra, nuestra guerra,
es la revolución mundial para la destrucción de la burgues&a,  el triunfo de la clase
 proletaria".
Establecido esto, es evidente que el "héroe" puede ser denominador común que
abrace los tipos  significados m!s diversos. %orir, sacrificar su vida, puede ser v!lido
solamente en el plano técnico$colectivo, incluso en el plano de aquello que se llama ho
 brutalmente "material humano". Es evidente que no es en tal plano donde la guerra puede
reivindicar un auténtico valor espiritual para el individuo, cuando éste se presenta no como
"material", sino $a la manera romana$ como personalidad. Esto no se producen a no ser que
e#ista una doble relación entre medio  fin, cuando el individuo es solo un medio en
relación con la guerra  con sus fines materiales, sino simult!neamente, cuando la guerra 
su entorno deriva como medio en relación con el individuo, ocasión o v&a cuo fin es la
realiación espiritual, favorecida por la e#periencia heroica. Entonces e#iste s&ntesis,
energ&a  m!#ima eficacia. En este orden de ideas  en función de eso que hemos dicho
anteriormente, es evidente que todas las guerras no ofrecen las mismas posibilidades. / ello
en raón de analog&as en absoluto abstractas, sino positivamente activas, según las v&as,
invisibles para la maor&a, que e#isten entre el car!cter colectivo preponderante en los
diferentes ciclos de civiliación  el elemento que corresponde a este car!cter en el todo de
la entidad humana. (i la era de los mercaderes  siervos es aquella en la que predominan las
fueras correspondientes a las energ&as que definen en el hombre el elemento pre$personal,
f&sico, instintivo, telúrico o simplemente org!nico$vital, en la era de los guerreros  en la de
los jefes espirituales se e#presan fueras que corresponden respectivamente, en el hombre
al car!cter  a la personalidad espiritualiada, realiada según su destino sobrenatural.
(egún todo lo que desarrolla de trascendente en el individuo es evidente que en una guerra,
la maor&a no puede m!s que sentir colectivamente el despertar correspondiente, m!s o
menos, con la influencia preponderante de esa guerra. En función de cada caso, la
e#periencia heroica conduce a puntos diversos , sobre todo, de tres formas.
En el fondo, corresponden a las tres posibilidades de relación que pueden verificarse por la
casta guerrera  su principio respecto a las otras articulaciones a e#aminadas. 'uede
verificarse el estado normal de una subordinación al principio espiritual, en donde el
heroismo como desencadenamiento conduce a la supra$vida  a la supra$personalidad. 'ero
el principio guerrero puede ser un fin en s& rechaando reconocer aquello que ha de
superior en él, entonces la e#periencia heroica dar! lugar a un tipo "tr!gico", arrogante 
templado como el acero, pero sin lu. La personalidad permanece $est! incluso reforada$
como le ordena el l&mite de su lado naturalista  humano. (iempre este tipo de héroe ofrece
una cierta garant&a de grandea  naturalmente, para los tipos jer!rquicamente inferiores,
"burgueses" o "siervos", este heroismo  esta guerra significan superación, elevación, 
realiación.
El tercer caso se refiere al principio guerrero degradado, al servicio de elementos
 jer!rquicamente inferiores +última casta. 3qu& la e#periencia heroica se al&nea casi
fatalmente con una evocación, un desencadenamiento de fueras instintivas, personales,
colectivistas, irracionales, provocando finalmente una lesión  una regresión en la
 personalidad del individuo, el cual, rebajado a tal nivel, est! condicionado a vivir el
acontecimiento de manera pasiva o bajo la sugestión de impulsos pasionales. 'or ejemplo,
las célebres novelas de Eric %ar&a Remarque no reflejan m!s que una posibilidad de este
género) gentes llevadas a la guerra por falsos idealismos constatan que la realidad es otra
cosa. *o desertan o abandonan, pero en medio de terribles pruebas, son sostenidos por
fueras elementales, impulsos instintivos, reacciones apenas humanas, sin conocer un solo
instante de lu.
'ara preparar una guerra, tanto en el plano material como en el espiritual, es preciso
ver clara  firmemente todo esto, af&n de poder orientar almas  energ&as hacia la solución
m!s elevada, la única que conviene a las ideas tradicionales. Luego ser&a preciso
espiritualiar el principio guerrero. El punto de partida podr&a ser el desarrollo virtual de
una e#periencia heroica en el sentido de la m!s elevada de las tres posibilidades que hemos
analiado.
%ostrar cómo esta posibilidad, m!s alta, m!s espiritual, ha sido plenamente vivida
en las grandes civiliaciones que nos han precedido ilustrando as& su aspecto constante 
universal es algo que no depende de la simple erudición. Es precisamente lo que nos
 proponemos hacer a partir de las tradiciones propias a la romanidad antigua  medieval.
4emos visto como el fenómeno del heroismo guerrero ha podido revestir varias formas 
obedecer a diferentes significados una ve fijados los valores de auténtica espiritualidad
que lo diferencian profundamente.
'or ello vamos a comenar e#aminando ciertas concepciones relativas a las antiguas
tradiciones romanas.
En general, no ha m!s que un concepto laico del valor de la romanidad en la antig5edad.
El romano no fue m!s que un soldado en el sentido estricto de la palabra  gracias a sus
virtudes militares unidas a una feli concurrencia de circunstancias hubo conquistado el
mundo.
3ntes que nada, el romano alimentaba la &ntima convicción de que Roma, su
"6mperium"  su "3eternitas" se deb&an a fueras d ivinas. 'ara considerar esta convicción
romana bajo un !ngulo e#clusivamente "positivo", es preciso sustituir esta creencia por un
misterio) misterio de como un pu2ado de hombres, sin ninguna necesidad de "tierra" o
"patria", sin estar pose&dos por ninguno de estos mitos o pasiones que tanto acarician los
modernos  con las que justifican la guerra  promueven acciones heroicas, sino bajo un
e#tra2o e irresistible impulso, fueron arrastrados cada ve m!s lejos, de pa&s en pa&s,
reduciéndolo todo a una "ascesis de poder&o". (egún testimonios de todos los cl!sicos, los
 primeros romanos eran mu religiosos $"nostri maiores religiosissimi mortales"$ pero esta
religiosidad no permanec&a sólo dentro de una esfera abstracta  aislada desbordada en la
 pr!ctica hacia el mundo de la acción  en consecuencia , abarcab a también la e#periencia
guerrera.
7n colegio sagrado formado por los "8estivos" presid&a en Roma un sistema bien
determinado de ritos que serv&an de contrapartida m&stica a cualquier guerra, desde su
declaración hasta su conclusión. 9e una manera general, es cierto que uno de los principios
del arte militar romano era evitar librar batallas antes que los signos m&sticos hubiesen, por
as& decirlo, indicado el "momento".
1on las deformaciones  prejuicios de la educación moderna no se querr! ver en
esto m!s que una superestructura e#tr&nseca hecha a base de un fatalismo e#travagante.
'ero no era ni lo uno ni lo otro. La esencia del arte augural practicado por el patriciado
romano, as& como otras disciplinas an!logas de car!cter m!s o menos idéntico en el ciclo de
las grandes civiliaciones indo$ europeas no era descubrir el "destino" a base de una
supersticiosa pasividad, sino, por el contrario, descubrir por adelantado los puntos de
conjunción con influencias invisibles, para concentrar las fueras de los hombres  hacerlas
m!s poderosas, actuando igualmente sobre el plano superior con el fin de barrer, cuando la
concordancia era perfecta, todos los obst!culos  resistencias en el plano material 
espiritual. Es dif&cil, pues, a partir de eso, dudar del valor romano, la ascesis romana de la
 potencia no era sólo en su contrapartida espiritual  sacra, instrumento de la grandea
militar  temporal, sino también un contacto  una unión con las fueras superiores.
(i fuese este el momento, podr&amos citar numerosa d ocumentación para basar esta tesis.
 *os limitaremos sin embargo a recordar que la ceremonia del triunfo tuvo en Roma un
car!cter mucho m!s religioso que laico$militar  numerosos elementos permiten deducir
que el romano atribu&a la victoria de sus "duces" m!s a un fuera trascendente, que se
manifestaba real  eficamente a través de ellos en su heroismo e incluso por medio de su
sacrificio +como en el rito de la "devotio" en el que los jefes se inmolaban, que a sus
cualidades simplemente humanas. 9e esta forma, el ven cedor, revistiendo la "dignitas" del
9ios capitolino supremo, a parte del triunfo, se identificaba co n él, era su imagen, e iba a
depositar en las manos de éste el laurel de su victoria, en homenaje al verdadero vencedor.
En fin, uno de los or&genes de la apoteosis imperial, el sentimiento que bajo la apariencia
del Emperador se escond&a un "numen" inmortal, est! incontestablemente derivado de la
e#periencia guerrera) el "6mperator", originariamente era el jefe militar aclamado sobre el
campo de batalla en el momento de la victoria, pero en ese instante aparec&a también como
transfigurado por una fuera llegada de lo alto, terrible  maravillosa, que daba la impresión
del "numen". Esta concepción, por otro lado, no es e#clusivamente romana, se la encuentra
en toda la antig5edad cl!sico$mediterr!nea  no se limitaba a los generales venc edores, se
e#tend&a a los campeones ol&mpicos  a lo supervivientes de los combates sangrientos del
circo. En 4élade, el mito de los 4éroes se confunde con las doctrinas m&sticas, como el
orfismo, identificando al guerrero vencedor con el iniciado, vencedor de la muerte.
:estimonios precisos sobre un heroismo  un valor emanaban m!s o menos
conscientemente de las v&as espirituales, benditos no solo por las conquistas materiales 
gloriosas a donde conduc&an, sino también por su aspecto de evocación ritual  de
conquista espiritual.
'asemos a otros testimonios de esta tradición que, por su naturalea, es metaf&sica 
en donde, en consecuencia, el elemento "raa" no puede tener m!s que una parte secundaria
 contingente. 9ecimos eso, pues m!s adelante trataremos de la "0uerra (anta" que fue
 practicada en el mundo guerrero del (acro 6mperio Romano$0erm!nico. Esta civiliación
se presentaba como un punto de confluencia creadora de tres elementos romano uno,
cristiano otro , un último, nórdico.
Respecto al primero, a hemos hecho alusión a él en el conte#to que nos interesa. El
elemento cristiano se manifestar! bajo los rasgos de un h eroismo caballeresco
supranacional con las cruadas. ;ueda el elemento nórdico. 1on objeto de que nadie se
llame a enga2o al respecto, se2alamos que se trata de un car!cter esencialmente
suprarracial, por lo tanto incapa de valoriar o denigrar un pueblo en relación a otro. 'ara
hacer alusión a un plano en el cual nos autoe#cluimos de momento, nos limitaremos a decir 
que en las evocaciones nórdicas m!s o menos frenéticas que se celebran ho en d&a "ad
usum delphini" en la 3lemania *ai, por sorprendente que pueda parecer, se asiste a una
deformación  a una depreciación de las auténticas tradiciones nórdicas tal como fueron
originariamente  tal como se perpetuaron en los 'r&ncipes que ten&an por gran honor el
 poder denominarse "Romanos" aun no siéndolo de raa. 'or el contrario, para numerosos
escritores "racistas" de ho, "nórdico" no significa m!s que "anti$romano"  "romano"
tendr&a m!s o menos un significado equivalente a "jud&o".
9icho esto, es interesante reproducir una significativa fórmula guerrera de la
tradición celta) "1ombatid por vuestra tierra  aceptad la muerte si es preciso) pues la
muerte es una victoria  una liberación del alma". 6déntico concepto corresponde en
nuestras tradiciones cl!sicas a la e#presión "mors triunphalis". En cuanto a la tradición
realmente nórdica nadie ignora lo relacionado con el <alhalla +literalmente) reino de los
elegidos. El (e2or de este lugar simbólico es d&n$<otan que nos aparece en la
/nglingasaga, como aquel que, por su sacrificio simbólico en el "!rbol del mundo", habr&a
indicado a los héroes el modo de esperar el divino descanso en el lugar donde se vive
eternamente sobre una cima luminosa  resplandeciente, m!s all! de las nubes. (egún esta
tradición, ningún sacrificio, ningún culto eran tan gratos a 9ios, ni m!s ricos en
recompensa en el otro mundo, como aquel realiado por el guerrero que combate  muere
luchando. 3ún ha m!s) el ejército de los héroes muertos en combate debe reforar la
falange de los "héroes celestes" que luchan contra el Ragna$r=>, es decir, contra el destino
del "obscurecimiento de lo divino" que, según las ense2anas, como en el caso de las
cl!sicas +4es&odo pesa sobre el mundo desde las edades m!s remotas. Encontramos este
tema bajo formas diferentes en las leendas medievales con cernientes a la "ultima batalla"
que librar! el emperador jam!s muerto. 3qu&, para percibir el elemento universal, tenemos
que sacar a la lu la concordancia de antiguos conceptos nórdicos +que, digamos de paso,
<agner desfiguró con su romanticismo ampuloso, confuso  teutónico con las antiguas
concepciones iranias  persas. 3lgunos se sorprender!n al saber que las famosas <al>irias
no son quienes recogen las almas de los guerreros destinados al <alhalla, sino la
 personificación de la parte trascendente de estos guerreros cuo equivalente e#acto son las
fravashi que en la tradición irano$persa est!n representadas co mo mujeres de lu  v&rgenes
arrebatadas de las batallas. 'ersonifican m!s o menos a fueras sobrenaturales en que las
fueras humanas de los guerreros "fieles al 9ios de la Lu" pueden transfigurarse 
 producir un efecto terrible  turbulento en las acciones sangrientas. La tradición irania
conten&a igualmente la concepción simbólica de una figura divina, %ithra, concebida como
el "guerrero sin sue2o", que al frente de las fravashi de sus fieles, combate contra los
emisarios del dios de las tinieblas, hasta la aparición del (aoshant, se2or de un reino que
ha de llegar de "pa triunfal".
Estos elementos de la antigua tradición indo$europea repiten siempre los temas de la
sacralidad de la guerra  del héroe que no muere realmente, sino que pasa a ser soldado de
un ejército m&stico en una lucha cósmica, interfiriendo visiblemente con los elementos del
cristianismo que puede asumir la divisa "?ita est militia super terram"  reconocer que no
solamente con la humildad, caridad, esperana  dem!s, sino también con una especie de
violencia $la afirmación heroica$ es posible acceder al "Reino de los 1ielos". Es
 precisamente de esta convergencia de temas como la nación la concepción espiritual de la
"gran guerra" propia de la Edad %edia de las 1ruadas  que vamos a analiar
decant!ndonos por adelantado sobre el aspecto interior individual siempre actual de estas
ense2anas.
E#aminamos de nuevo las formas de la :radición heroica que permiten a la guerra
asumir el valor de una v&a de realiación espiritual en el sentido m!s riguroso del término,
es decir, de justificación  finalidad trascendental. /a hemos hablado de las concepciones
que, desde este punto de vista, fueron las del antiguo mundo romano. Luego hemos dado un
vistao a las tradiciones nórdicas  al car!cter inmortaliante de toda muerte realmente
heroica sobre el campo de batalla.
 *os hemos referido necesariamente a estas concepciones para llegar al mundo
medieval, a la Edad %edia como civiliación resultante de la ant&tesis de tres elementos) el
 primero romano, seguido del nórdico  finalmente del elemento cristiano. *os proponemos
ahora e#aminar la idea de la sacralidad de la guerra, tal como fue concebida  cultivada a lo
largo de la Edad %edia.
Evidentemente deberemos referirnos a las 1ruadas tomadas en un significado m!s
 profundo, es decir, no reducidas a determinismos económicos o étnicos, como suelen hacer
los historiadores materialistas  mucho menos a un fenómeno de simple superstición  de
e#altación religiosa, tal como pretenden algunos esp&ritus "avanados", dej!ndolo en fin
como un fenómeno simplemente cristiano.
(obre este último punto no hemos de perder de vista la relación justa entre fin 
medio. (e dice también que en las 1ruadas la fe cristiana se sirvió del esp&ritu heroico  de
la caballer&a occidental, cuando precisamente fue todo lo contrario. La fe cristiana  sus
fines relativos  contingentes de lucha religiosa contra el "infiel, de "liberación del :emplo"
 de ":ierra (anta", no fueron m!s que los medios que permitieron al esp&ritu heroico
manifestarse, afirmarse, realiarse en una especie de ascesis distinta de la contemplación,
 pero no menos rica en frutos espirituales. La de los caballeros que dieron sus fueras  su
sangre por la "guerra santa" no ten&an m!s que una idea  un conocimiento teologal de lo
m!s vago sobre la doctrina por la cual combat&an.
'or otra parte, el conte#to de las 1ruadas era rico en elementos susceptibles de
conferir un valor  un significado superiores. 3 través de las v&as del subconsciente, mitos
trascendentales reafloran en el alma de la caballer&a medieval) la "conquista de la ":ierra
(anta" situada "m!s all! de los mares" presenta, en efecto, infinitamente m!s referencias
reales que las supuestas por los historiadores con la an tigua saga según la cual "en el lejano
oriente, en donde se ala el sol, se encuentra la ciudad sagrada en donde la muerte no reina
sino que los valerosos héroes que saben esperarla goan de una celestial serenidad  de una
vida eterna". 'or encontrar otra analog&a diremos que la lucha contra el 6slam revistió, por
su naturalea, desde el principio, el significado de una prueba ascética.
"*o se trata de combatir por los reinos de la tierra $escribió @luger, el célebre
historiador de las 1ruadas$ sino por el reino de los cielos- las 1ruadas no tuvieron como
resorte a los hombres sino a 9ios, +... no se deben pues considerar como el resto de los
acontecimientos humanos". La guerra santa deb&a, según la e#presión de un antiguo
cronista, compararse "con el bautismo semejante al fuego del purgatorio antes de la
muerte". Los 'apas  los predicadores comparaban simbólicamente aquellos que mor&an en
las 1ruadas con el "oro tres veces ensaado  tres veces purificado por el fuego" que pod&a
conducir al 9ios supremo".
"*o olvidéis jam!s este or!culo $dec&a (an Aernardo$ a vivamos, a muramos, del
(e2or somos. ;ué gloria para vosotros salir de la confrontación cubiertos de laureles.'ero
qué alegr&a m!s grande la de ganar sobre el campo de batalla una corona inmortal... h,
condición afortunada, en la que se puede afrontar la muerte sin temor, incluso desearla con
impaciencia  recibirla con el coraón firme". La gloria absoluta estaba prometida al
cruado $ gloria asolue, en provenal$ pues, a parte de la imagen religiosa se le ofrec&a la
conquista de la supravida, del estado sobrenatural de la e#istencia. 3s& Berusalén, fin
codiciado de la conquista, se presentaba simbólicamente, como ciudad celeste e inmaterial,
 pero también como una ciudad terrestre, es decir, que ante este doble aspecto la 1ruada
tomaba un valor interior, independiente de todos sus aparatos, sus soportes  sus
motivaciones aparentes.
'or lo dem!s, fueron las órdenes de caballer&a quienes ofrecieron el tributo m!s
grande a las 1ruadas, con la rden del :emple  la de los 1aballeros de (an Buan de
Berusalén, compuestas por hombres que, como el monje cristiano, tend&an a despreciar la
vanidad de esta vida- en tales órdenes se encontraban guerreros fatigados por el mundo, que
hab&an visto  gustado de todo, prestos a una acción total que no sosten&an ningún interés
 por la vida material temporal ni por la pol&tica ordinaria, en el sentido m!s estricto. 7rbano
66 se dirigió a la caballer&a como a la comunidad supranacional de aquellos "dispuestos a
 partir hacia donde estallara una guerra, a fin de llevar el terror de sus armas para defender el
honor  la justicia"... con m!s raón deb&an escuchar  atender la llamada de las 1ruadas 
de la "0uerra (anta", guerra que, según la apropiación de uno de los escritores de la época,
no tiene por recompensa un feudo terrestre, revocable  contingente, sino un "feudo
celeste".
'ero el desarrollo mismo de las 1ruadas, en capas m!s amplias  en el plano
ideológico general provocó una purificación  una interioriación del esp&ritu de iniciativa.
:ras la convicción inicial de que la guerra por la "verdadera" fe no pod&a tener m!s que una
salida victoriosa, los primeros fracasos militares sufridos por los ejércitos cruados fueron
un foco de sorpresas  asombro, pero a la postre sirvieron, no obstante, para sacar a la lu
su aspecto m!s elevado.
El resultado desastroso de una 1ruada era comparado por los clérigos de Roma al
destino de la virtud desgraciada que no es jugada  recompensada m!s que en función de
otra vida. / esto anunciaba el reconocimiento de algo superior tanto en la victoria como en
derrota, la colocación en el primer plano del aspecto propio a la acción heroica
cumplimentada independientemente de los frutos visibles  materiales, casi como una
ofrenda transformando el holocausto viril de toda la parte humana en "gloria absoluta"
inmortaliante.
Es evidente que de esta manera se deb&a terminar por esperar un plano, por as& decir,
supratradicional, tomando la palabra "tradición" en su sentido m!s estrecho, m!s histórico 
religioso. La fe religiosa en particular, los fines inmediatos, el esp&ritu antagonista, se
convert&an entonces como lo es la naturalea variable de un combustible destinado
solamente a producir  alimentar una llama. El punto central segu&a siendo el valor santo de
la guerra, pero se prefiguraban igualmente la posibilidad de reconocer que aquellos que
inicialmente eran adversarios, parec&an atribuir a este combate el mismo significado.
Este es uno de los elementos gracias al cual los 1ruados sirvieron, a pesar de todo, para
facilitar un intercambio cultural entre el ccidente gibelino  el riente !rabe +punto de
reencuentro, a su ve, de elementos tradicionales m!s antiguos, pues la tendencia a esta
convergencia va m!s all! de lo que la maor&a de los historiadores han demostrado hasta el
 presente. Las órdenes de caballer&a !rabes, an!logas a las occidentales en el plano de la
ética, las costumbres  la simbolog&a, se encontraron frente a las órdenes de caballer&a
cristianas,  por ello la "guerra santa" que hab&a dirigido a las dos civiliaciones, una co ntra
otra en nombre de sus religiones respectivas, permitió igualmente su reen cuentro 
hablando en nombre de dos creencias diferentes, cada una terminó por dar a la guerra un
valor espiritual an!logo.
3 partir de este momento, fuerte en su fe, el caballero !rabe se elevó- se elevó al
mismo nivel supratradicional que el caballero cruado mediante su ascetismo heroico.
Este es otro punto a aclarar. 3quellos que jugan las 1ruadas remitiéndolas a uno
de los episodios m!s e#travagantes de la "oscura" Edad %edia, no suponen que lo que
definen como "fanatismo religioso" es la prueba tangible de la presencia  de la eficacia de
una sensibilidad  de un tipo de decisión cua ausencia caracteria la barbarie auténtica, a
que el hombre de las 1ruadas sab&a todav&a dirigirse, combatir  morir por un motivo que,
en su esencia, era suprapol&tico  suprahumano. (e asociaba as& a una unión basada no
sobre lo particular sino sobre lo universal.
 *aturalmente no puede confundirse esto pensando que la motivación trascendente
 pudiera ser una e#cusa para hacer al guerrero indiferente, negligente a los deberes
inherentes a su pertenencia a una raa  a una patria. 'or el contrario, esencialmente se
trataba de significados profundamente diferentes según los cuales, ac ciones  sacrificios
 pueden ser vividos  vistos desde el e#terior, siendo absolutamente los mismos.
E#iste una diferencia radical entre quien hace simplemente la guerra  quien, por el
contrario, en la guerra hace también la "0uerra (anta", viviendo una e#periencia superior,
deseada, deseable  esperada para el esp&ritu. (i tal diferencia es, ante todo, interior, bajo el
impulso de todo lo que interiormente tiene una fuera, traduciéndose también hacia el
e#terior, derivando efectos, sobre otros planos , m!s particularmente, en los términos de
"irreductibilidad" del impulso heroico) quien vive espiritualmente el heroismo est! cargado
de una tensión metaf&sica, estimulado por un aliento cuo objeto es "infinito"  superar!
siempre aquello que anima a quien combate por necesidad, por oficio o bajo el impulso de
instintos o sugestiones.
En segundo lugar, quien combate en una "0uerra (anta" espont!neamente se sitúa
m!s all! de todo particularismo, viviendo un clima espiritual que, en un momento dado,
 puede mu bien dar nacimiento a una unidad supranacional de acción. Es precisamente esto
lo que se verificó en las 1ruadas, cuando pr&ncipes  jefes de todos los pa&ses se unieron
 para la empresa heroica  santa, m!s all! de sus intereses particulares  utilitarios  de las
divisiones pol&ticas, realiando por ve primera una unidad europea conforme a su
civiliación común  al principio mismo del (acro 6mperio Romano 0erm!nico.
(i debemos abandonar el "prete#to"  aislar lo esencial de lo contingente,
encontraremos un elemento precioso que no se limita a un per&odo histórico determinado.
Rechaar, conducir la acción sobre un plano "ascético", justificarla también en función de
este plano, significa separar todo antagonismo condicionado por la materia, preparar el
lugar de las grandes distancias  los amplios frentes, para redimensionar, poco a poco, los
fines e#teriores de la acción en su nuevo significado espiritual) tal como se verifica cuando
no es sólo por un pa&s o por ambiciones temporales que uno combate, sino en nombre de un
 principio superior de civiliación, de una tentativa de eso que, por ser metaf&sico, nos hace
ir hacia delante, m!s all! de todo l&mite, m!s all! de cualquier peligro  de no importa que
destrucción.
 *o se encontrar! e#tra2o que tras haber e#aminado un conjunto de tradiciones
occidentales relativas a la guerra santa, es d ecir, a la guerra como valor espiritual, nos
 propongamos ahora e#aminar este concepto tal como ha sido formulado por la tradición
isl!mica. En efecto, nuestro fin, tal como he mos se2alado en varias ocasiones, es poner de
relieve el valor objetivo de un principio a través de la demostración de su universalidad, de
su conformidad quid ubique, quiod ad imnibus et quod semper. (olamente as&, se puede
tener la sensación de que ciertos valores tienen una categor&a absolutamente diferente de lo
que pueden pensar unos  otros, sino también que en su esencia son superiores a las formas
 particulares que han asumido para manifestarse en las tradiciones históricas. 1ontra m!s se
reconoca la correspondencia interna de estas formas  su principio único, m!s se po dr!
 profundiar en su propia tradición, hasta poseerla  comprenderla &ntegramente partiendo
de su punto original  especialmente metaf&sico.
4istóricamente es preciso subraar que la tradición isl!mica, en el tema que nos
interesa, es de alguna manera heredera de la persa, es decir, de una de las m!s altas
civiliaciones indo$ europeas. La concepción madeista del 9ios de la Lu  de la
e#istencia sobre la tierra como una lucha incesante para arrancar seres  cosas al poder del
anti$dios, es el centro de la visión persa de la vida. Es precisamente capital considerarla
como la contrapartida metaf&sica  el fondo espiritual de las haa2as guerreras en cuo
apogeo tuvo lugar la edificación persa del imperio del "Re de Rees". :ras la caida de la
civiliación !rabe medieval, bajo formas m!s materiales  en ocasiones e#asperadas, pero
sin anular jam!s el motivo original de la espiritualidad isl!mica, todos estos contenidos
subsistieron.
3s& nos referiremos a tradiciones de éste género, sobre todo porque ponen de
manifiesto un concepto mu útil para aclarar ulteriormente el orden de ideas que nos
 proponemos e#poner. (e trata del concepto de la "0uerra (anta", distinto de la "peque2a
guerra", pero al mismo tiempo ligada a esta última según una correspondencia particular.
La distinción se basa en un hadith del 'rofeta, el cual, llegado de una e#pedición guerrera
hab&a dicho) "4emos vuelto de la peque2a guerra santa para la gran guerra santa".
La "peque2a guerra" corresponde a la guerra e#terior, a la que, siendo sangrienta, se
hac&a con armas materiales contra el enemigo, contra el "b!rbaro", contra una raa inferior
frente a la cual se reivindicaba un derecho superior o en fin, cuando la empresa estaba
dirigida por una motivación religiosa, contra el " infiel". 'or terribles  tr!gicas que puedan
ser las incidencias, por monstruosas como sean las destrucciones no deja de ser menos
cierto que esta guerra, metaf&sicamente, es siempre la "peque 2a guerra". La "0ran 0uerra
(anta" es, al contrario, de orden interior e inmaterial,es el combate que se libra contra el
enemigo, el "b!rbaro" o el "infiel" que cada uno abriga en s&  que ve aparecer en s& mismo
en el momento en que ve sometido todo su ser a una le espiritual) tal es la condición para
esperar la liberación interior, la "pa triunfal" que permite participar en ella a aque l que est!
m!s all! de la vida  de la muerte, pues en tanto que deseo, tendencia, pasión, debilidad,
instinto  lasitud interior, el enemigo que est! en el hombre debe ser vencido, quebrado en
su resistencia, encadenado, sometido al hombre espiritual.
(e dir! que esto es simplemente ascetismo. La 0ran 0uerra (anta es la ascesis de
todos los tiempos. / alguno estar! tentado de a2adir) es la v&a de aq uellos que huen del
mundo  que, con la e#cusa de una lucha interior se transforman en un tropel de pacifistas.
 *o es nada de todo esto. :ras la distinción entre las dos guerras, e#pongamos ahora su
s&ntesis. Lo propio de las tradiciones heróicas es prescribir la "peque2a guerra", es decir, la
verdadera guerra, sangrienta, como un instrumento para la "0ran 0uerra (anta", hasta e l
 punto de que, finalmente, las dos no trminan siendo m!s que una sola cosa.
3s&, en el 6slam, "guerra (anta", guiad  "?&a de 9ios" son utiliados
indiferentemente. ;uien combate lo hace sobre la "?&a de 9ios". 7n célebre hadith
caracter&stico de esta tradición dice) "La sangre de los 4éroes est! m!s cerca del (e2or que
la tinta de los sabios  las oraciones de los devotos". 3qu& también, como en las
tradicionales de las que a hemos hablado, la acción asume el e#acto valor de una
superación interior  de acceso a una vida liberada de la obscuridad, de lo contingente, de la
incertidumbre  de la muerte. En otros términos, las situaciones  los riesgos inherentes a
las haa2as guerreras provocan la aparición del "enemigo interior", el cual, en tanto que
instinto de conservación, dejade, crueldad, piedad o furor ciego, sirve como aquello que es
 preciso vencer en el acto mismo de combatir al enemigo e#terior. Esto muestra que el
aspecto central est! constituido por la orientación interior, la permanencia inquebrantable
de aquello que es esp&ritu en la doble lucha) sin participación ciega, ni transformación en
una brutalidad desencadenada, sino, por el contrario, dominio de las fueras m!s profundas,
control para no estar jam!s arrastrado interiormente sino permaneciendo siempre como
due2o de s& mismo, lo que permite afirmarse m!s all! de cualquier l&mite. 3bordaremos
ahora una imagen de otra tradición en donde esta situación est! representada por un
s&mbolo caracter&stico) un guerrero  un ser divino impasible, el cual, sin combatir, sostiene
 conduce al soldado junto al cual se encuentra sobre el mismo carro de combate. Es la
 personificación de la dualidad de los principios que el verdadero héroe posee, a que las
emanaciones tienen siempre algo de eso sagrado de lo que es portador. En la tradición
isl!mica, se lee en uno de sus te#tos) "El combate es la v&a de 9ios +es decir, la guerra
santa aquel que sacrifica la vida terrestre por la del m!s all!, combate por la v&a de 9ios,
a resulte muerto o vencedor  recibir! una inmensa recompensa". La premisa metaf&sica
según la cual se prescribe) 1ombatid según la guerra santa a aquellos que hagan la guerra",
"matadles donde los encontréis  aplastadlos", "no os mostréis débiles, no les invitéis a la
 pa", pues "la vida terrestre es solamente fuego que se e#tingue"  "quien se muestra avaro
no es avaro m!s que consigo mismo". Este último principio evidentemente puede
compararse a aquel otro evangélico) "El que quiere salvar su propia vida la perder!  quien
la pierda obtendr! la vida eterna", confirmado por este te#to) "C;ué hicisteis vosotros que
creéis cuando se os ordenó) descended a la batalla para la guerra santaC s quedasteis
inmóviles. 4abéis, pues, preferido este mundo a la vida futura" por lo tanto "vosotros
Desper!is de nosotros recompensa  no las dos supremas, victoria o sacrificioC"
Este otro fragmento es digno de atención) "La guerra os ha sido ordenada, aunque os
disguste. 'ero algo que es bueno para vosotros puede disgustaros  gustaros lo que es malo.
9ios sabe, entonces que vosotros no sabéis nada".
3qu& tenemos una especie de "amor fati", una intuición misteriosa, evocación 
realiación heroica del destino, con la &ntima certea de que, cuando ha "intención justa",
cuando la inercia  la lasitud son vencidas, al !lito va m!s all! de la propia vida  de la de
los otros, m!s all! de la felicidad  de las aflicciones guiando en el sentido de un destino
espiritual  de una sed de e#istencia absoluta, dando nacimiento a una fuera de la que no
 podr! carecer el fin absoluto. La crisis de una muerte tr!gica  heroica se vuelve una
contingencia sin interés, lo que, en términos religioso est! e#presado as&) "'ara aquellos que
mueren en la v&a de 9ios +en la 0uerra (anta su realiación no se perder!. 9ios los guiar!
 dispondr! de su alma haciéndolos entrar en el para&so revelado".
9e esta manera el lector se encuentra de nuevo con ideas e#puestas anteriormente,
 basadas en las tradiciones cl!sicas o nórdico$ medievales relativas a una inmortalidad
 privilegiada reservada a los héroes, los únicos que, según 4esiodo, habitan en las islas
simbólicas en las que se desarrolla una e#istencia luminosa e intangible a imagen de la de
los dioses ol&mpicos. En la tradición isl!mica e#isten frecuentemente alusiones al hecho de
que ciertos guerreros, muertos en combate no estar&an realmente muertos, afirmación no
simbólica sino real, como también es real la e#istencia de ciertos estados supra$humanos,
separados de las energ&as  de los destinos de los vivientes. Es cierto que aun ho 
 precisamente en Espa2a e 6talia, los ritos por los cuales una comunidad guerrera declara
"presentes" a sus muertos en el campo del honor ha conseguido una fuera singular. Es la
idea del héroe que no est! verdaderamente muerto, como la de los vencedores que, a la
imagen del 1ésar romano, permanecen como "vencedores perpetuos" en el centro de la
raa.
8inaliaremos este breve estudio consagrado a la guerra como valor espiritual,
refiriéndonos a una última tradición del ciclo heroico indo$europeo, el Ahagavad$0ita, el
m!s célebre te#to seguramente de la antigua sabidur&a hindú, escrito esencialmente para la
casta guerrera.
(u elección no es arbitraria  no se debe en absoluto al e#otismo. 3l igual que la
tradición isl!mica nos ha permitido formular, en lo universal, la idea de la "g uerra santa",
contrapartida posible  alma de una guerra e#terior, la tradición transmitida por el te#to
hindú nos permitir! encuadrar definitivamente nuestro tema de an!lisis en una visión
metaf&sica.
En un plano m!s e#terior, est! referencia al riente hindú, nos parece igualmente
útil para rectificar las opiniones  los criterios, as& como la comprensión supratradicional,
 pues tales son los fines que perseguimos. 9urante mucho tiempo han prevalecido las
ant&tesis artificiales entre riente  ccidente) artificiales porque est!n basadas en el último
ccidente, en el ccidente moderno  materialista que, finalmente, tiene mu poco que ver 
con el que le precedió, con la verdadera  gran civiliación occidental. El ccidente
moderno se opone tanto al riente como al antiguo ccidente. (i nos remitimos a los
tiempos antiguos encontraremos efectivamente un patrimonio étnico  cultural
ampliamente común, que corresponde a un único denominador indo$europeo. Las formas
originales de vida, de espiritualidad, de instituciones de los primeros coloniadores de la
6ndia  del 6r!n tienen muchos puntos de contacto con aquellos pueblos helénicos 
nórdicos e incluso con los antiguos romanos.
?amos a abordar ahora las tradiciones que nos dan un ejemplo de la afinidad de la
concepción espiritual común del combate, de la acción  de la muerte heroica,
contrariamente a la idea recibida que nos hace pensar, al o&r hablar de la civiliación hindú,
en el nirvana, el fa>irismo, la evasión del mundo,  la negación de los "valores de la
 personalidad".
El Ahagavad$0ita est! construido en forma de di!logo entre un guerrero, 3rjuna 
un dios, @hrisna, su maestro espiritual. El di!logo tiene lugar c on ocasión de una batalla en
la que 3rjuna vacila en lanarse a la acción frenado por escrúpulos humanitarios.
6nterpretados en clave esotérica, estas dos figuras de 3rjuna  @hrisna no son, en realidad,
m!s que una sola, pues representan las dos partes del ser humano) 3rjuna, el principio de la
acción, @hrisna el del conocimiento trascendente. El di!logo se transforma en una especie
de monólogo con una finalidad tanto de clarificación interior  resolución heroica como
espiritual del problema de la acción guerrera que se hab&a impuesto a 3rjuna en el mismo
momento de descender al campo de batalla.
'ues la piedad que impide al guerrero combatir cuando descubre en las filas
enemigas a viejos amigos  a algunos parientes, es calificada por @hrisna +el principio
espiritual de trastorno indigno de los arios que cierra las puertas del 1ielo  solo depara la
verg5ena. 9e esta manera surge el tema que a hab&amos encontrado a menudo en las
ense2anas tradicionales de ccidente) "(i mueres ganar!s el cielo- si lograr la victoria,
 poseer!s la tierra... lev!ntate, hijo de @unti para combatir firme  resuelto".
3l mismo tiempo que se perfila el tema de una "guerra interior" que es preciso
llevar contra s& mismo) "(abiendo pues que la raón es m!s fuerte, af&rmate en ti mismo 
mata al enemigo de las formas mutables". El enemigo e#terior tiene por paralelo a un
enemigo interior, que es la pasión, la sed animal de la vida. 4e aqu& como es definida la
 justa orientación) "Refiere en m& todas las obras, piensa en el 3lma (uprema-  sin
esperana, sin inquietud de ti mismo, combate sin un !pice de tristea".
Es preciso asaltar la llamada a la lucide, supraconsciente, supra$apasionada de
heroismo, que no debe pasar desapercibida en este fragmento donde se subraa el car!cter
de purea, de absoluto, que debe tener la acción  que solo puede tener en términos de
"guerra santa") ":en por igual placer  plenitud, ganancia  pérdida, victoria  derrota  sé
&ntegro en la batalla) as& evitar!s el pecado". 9e esta forma se impone la idea de un
"pecado" referido a un estado de voluntad incompleta  de acción, interiormente todav&a
alejado de la elevación en relación a la cual la vida significa poco, tanto la propia como la
de los otros  en donde ninguna medida humana tiene valor. (i se permanece en este plano,
el anterior te#to ofrece consideraciones de o rden absolutamente metaf&sico, intentando
demostrar como en tal nivel, termina por actuar sobre el guerrero una fuera m!s divina que
humana. La ense2ana que @hrisna +principio del conocimiento dispensa a 3rjuna
+principio de la acción para poner fin a sus vacilaciones, tiende sobre todo a realiar la
distinción entre lo que es incorruptible como espiritualidad absoluta  lo que e#iste solo de
una manera ilusoria como elemento humano  material) "3quel que no es, no puede ser 
aquel que es no puede dejar de ser +... se sabe indestructible aquel por quién ha sido
desarrollado este universo +... quien cree que mata o que es muerto se equivoca- no mata,
no es muerto, ni siquiera cuando se mata el cuerpo +... combate pues, oh Aharata".
'ero eso no es todo. 3 la conciencia de la irrealidad metaf&sica de lo que se puede
 perder o hacer perder, como vida caduca o cuerpo mortal, conciencia que encuentra su
equivalente en una de las tradiciones que a hemos e#aminado, donde la e#istencia humana
es definida como "juego  frivolidad", se asocia la idea de que el esp&ritu, en su absoluto, en
su trascendencia ante todo lo que es limitado e incapa de superar este l&mite, no puede
 presentarse m!s que como una fuera destructora. Es por ello que se plantea el problema de
ver en qué términos en el ser, instrumento necesario de destrucción  muerte, el guerrero
 puede evocar al esp&ritu, justamente bajo ese aspecto, hasta el punto de identificarse a él.
El Ahagavad$0ita nos lo dice e#actamente cuando el dios declara) "/o so la virtud
de los fuertes e#enta de virtud  deseo +... en el fuego el esplendor- la vida en todos los
seres- la continencia en los ascetas +... la cien cia en los sabios- el valor en los valientes".
Luego el dios se manifiesta a 3rjuna bajo su forma trascendental, terrible  fulgurante,
ofreciendo una visión absoluta de la vida) tales como l!mparas sometidas a una lu
demasiado intensa, los circuitos poseedores de un p otencial demasiado alto, los seres
vivientes caen solo por que en ellos arde una fuera que transciende a su perfección, que va
m!s all! de todo lo que pueden  quieren. Es por esto que se convierten, esperan en una
cima , como arrastrados por las olas a las cuales se abandonan  que les hab&an conducido
hasta cierto punto, se funden, se disuelven, mueren, retornando a lo no$manifestado. 'ero
aquel que no teme a la muerte, que sabe asumir su muerte llegado el momento  todo lo que
le destrue, le esclavia, le rompe, termina por franquear el l&mite, llega a mantenerse sobre
la cresta de las olas, no se hunde, sino que, por el contrario, est! m!s all! de la vida que se
manifiesta en él. 'or ello @hrisna, la personificación del principio espiritual, tras haberse
revelado en su totalidad a 3rjuna, puede decir) "E#cepto tú, no quedar! uno solo de los
soldados que constituen estos dos ejércitos, lev!ntate  busca la gloria- triunfa sobre tus
enemigos  adquiere un gran 6mperio. /o esto seguro de su pérdida) son solo el
instrumento +... m!talos pues- no te preocupes- combate  vencer!s a tus rivales.
Encontramos pues la identificación de la guerra, con la "?&a de 9ios" que a hab&amos
visto en p!ginas precedentes. El guerrero cesa de actuar en tanto persona. 7na gran fuera
no humana, a este nivel, transfigura la acción, la vuelve absoluta  "pura", all& precisamente
donde debe ser m!s e#trema. 4e aqu& una imagen mu elocuente, perteneciente a ésta
tradición) "La vida es como un arco, el alma como una flecha, el esp&ritu como la flecha
 proectada que se clava en el blanco". Es una de las m!s elevadas formas de la justificación
metaf&sica de la guerra, una de las im!genes m!s completas de la guerra como "guerra
santa".
'ara terminar esta disgresión sobre las formas de la tradición heroica tal como nos
la han presentado épocas  pueblos diversos a2adiremos algunas palabras a modo de
conclusión.
Esta e#cursión en un mundo que podr! parecer a algunos insólito  carente de
relaciones con el nuestro, no la hemos hecho por curiosidad o para desplegar nuestra
erudición. La hemos hecho, al contrario, con el fin preciso de demostrar lo sagrado de la
guerra, es decir, como la posibilidad de justificar la guerra espiritualmente  su necesidad
constitue, en el sentido m!s elevado del término, una tradición. Esto es algo que se ha
manifestado siempre  en todo lugar en los ciclos ascendentes de todas las grandes
civiliaciones.
En este punto debemos regresar a aquello que escribimos al principio de este
estudio, mostrando que e#isten diversas maneras de "ser h éroe" +incluso aquella animal 
subpersonal por lo tanto lo que cuenta no es tanto la posibilidad vulgar de lanarse a la
 batalla  sacrificarse, sino el esp&ritu según el cual se puede vivir una aventura de éste
género. *osotros tenemos, a partir de ahora, todos los elementos para precisar, entre los
diferentes aspectos de la e#periencia heroica, aquellos que pueden considerarse como
absolutos, que pueden verdaderamente identificar la guerra con la "?&a de 9ios",  en los
héroes, puede dejar entrever realmente una manifestación divina.
'ero es preciso recordar también que el punto donde la vocación guerrera aspiraba
realmente a una altura metaf&sica, reflejando la plenitud de lo universal,es aquel en que una
raa tend&a a una manifestación  a una finalidad igualmente universales. Lo que significa
que no pueda sino predestinar a esta raa o 6mperio. 'ues solo el 6mperio como tal es un
orden superior en donde reina la "'a# :riunphalis", reflejo terrestre de la soberan&a del
supramundo, comparable a las fueras que, en el terreno del esp&ritu manifiestan las mismas
caracter&sticas de purea, de poder&o, de ineluctabilidad, de trascendencia en relación a todo
lo que de pathos, pasión  limitación humana, se refleja en las grande s  libres energ&as de
la naturalea.

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