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DEFINICIÓN DE FILOSOFÍA

La reflexión metódica que refleja la articulación del conocimiento y los


límites de la existencia y de los modos de ser se denomina filosofía. El
término, de origen griego, se compone de dos vocablos: philos (“amor”)
y sophia(“pensamiento, sabiduría, conocimiento”). Por lo tanto,
la filosofía es el “amor por el conocimiento”.
El filósofo, por su parte, es un individuo que busca el saber por el saber
mismo, sin un fin pragmático. Se mueve por la curiosidad e indaga acerca
de los últimos fundamentos de la realidad. Más allá del desarrollo de la
filosofía como disciplina, el acto de filosofar es intrínseco a la
condición humana. No es un saber concreto, sino una actitud natural
del hombre en relación al universo y a su propio ser.
Al igual que la religión, la filosofía se centra en las cuestiones últimas de
la existencia humana. En cambio, a diferencia de la religión, no se basa en
una revelación divina o en la fe, sino que lo hace en la razón. De esta
forma, la filosofía puede ser definida como el análisis racional del
sentido de la existencia humana, tanto individual como colectiva,
fundado en la comprensión del ser. Pese a ciertas semejanzas con
la ciencia, la filosofía se distancia de ésta ya que muchas de sus
preguntas no pueden ser respondidas mediante el empirismo
experimental.
En la Antigua Grecia es donde ya por primera vez surgió la citada
filosofía. Concretamente la misma apareció a principios del siglo VI a.C en
la parte de Jonia, que se encuentra situada en Asia. Un momento y un
lugar que, sin duda alguna, marcaron a esta rama del saber pues allí
tuvieron lugar algunos acontecimientos fundamentales en la misma.

En concreto, entre esos puntos cúlmenes que hay que subrayar que nos
encontraríamos con el establecimiento de cuatro periodos como serían la
filosofía presocrática, los sofistas, la ática y la post-aristotélica.
Etapas todas ellas donde tomarán protagonismo grandes pensadores que
actualmente siguen estudiándose y que se han convertido en pilares
básicos de la historia de la filosofía. Este sería, por ejemplo, el caso de
Platón, quien fue seguidor de Sócrates y destacó por realizar numerosas
obras donde hizo especial hincapié en lo que es la teoría de las ideas y de
las formas.

En concreto lo que determinó con aquella es que cada idea es inmutable y


única y que los seres de lo que es el mundo sensible se caracterizan por ser
imperfectos y deficientes. Cuestiones todas ellas que adquirieron gran
valor entre la filosofía como también lo hizo su conocido mito de la
caverna donde analiza en profundidad la diferencia entre realidad y
conocimiento.

Además de este pensador también es fundamental en el seno de esta rama


que nos ocupa Aristóteles, quien fuera discípulo del anterior. Una figura
que está considerada, entre otras cosas, el padre de la Lógica.

La filosofía puede dividirse en diversas ramas. La filosofía del ser, por


ejemplo, abarca a la metafísica, la ontología y la cosmología, entre
otras disciplinas. La filosofía del conocimiento incluye a la lógica y
la epistemología, mientras que la filosofía del obrar se relaciona con
cuestiones como la ética.

Tales de Mileto
(Mileto, actual Turquía, 624 a.C. - 548 a.C.) Filósofo y matemático
griego. Iniciador de la escuela de Mileto, la primera de las escuelas
filosóficas de la antigua Grecia, es considerado el primer filósofo por su
aspiración a establecer una explicación racional de los fenómenos de la
naturaleza, trascendiendo el tradicional enfoque mitológico que había
caracterizado la cultura griega arcaica. Tales fue el primero que sostuvo
la existencia de un arjé, es decir, de un principio constitutivo y originario
común a todas las cosas, que identificó con el agua; inauguró con ello un
tema recurrente en la filosofía presocrática y de vastas implicaciones en
la tradición filosófica occidental.
Tales de Mileto

La rica y próspera ciudad griega de Mileto, en la costa de la actual


Turquía, fue la cuna del pensamiento occidental; en ella se desarrolló, a
lo largo del siglo VI antes de Cristo, la actividad de los filósofos milesios,
es decir, originarios de Mileto: Tales, Anaximandro y Anaxímenes. El
paso del mito al logos, a la razón, señala el comienzo de los filosofía. Y
los filósofos milesios fueron, en efecto, los primeros en prescindir de las
explicaciones mitológicas y religiosas de los fenómenos (los rayos son
producto de la cólera de Zeus, la peste es un castigo de los dioses) y en
dar respuestas racionales a las cuestiones. No por ello debemos percibir
a los milesios como filósofos en el sentido moderno del término, sino
más bien como sabios interdisciplinares, interesados en lo que
actualmente serían campos diversos de la filosofía, la ciencia o la
técnica, como la astronomía, las matemáticas o la ingeniería.
La cuestión filosófica que más ocupó a los pensadores de Mileto fue la
del arjé (o arché), palabra que puede traducirse como «principio» en su
doble sentido: como principio constitutivo (aquello de que están hechas
las cosas) y como principio originario (aquello de lo que proceden todas
las cosas). Es obvio que la fisis, la naturaleza o universo físico, es un
conjunto de seres de muy diversa índole; pese a ello, Tales y los
filósofos milesios supusieron que existía un principio constitutivo único,
una sustancia común a toda esta multiplicidad de seres. Pero a la hora
de determinar cuál podía ser este primer principio, cada uno de los
pensadores de la escuela milesia dio una respuesta distinta: para Tales
de Mileto el arjé es el agua; para Anaximandro, el ápeiron, lo indefinido;
para Anaxímenes, el aire.

La disparidad y lo que hoy nos parece escasa fundamentación de las


respuestas no puede socavar la trascendencia de estas aportaciones en
la medida en que suponen el inicio de una actitud racional, es decir,
filosófica. En este sentido, Tales representa el primer intento de dar una
explicación razonada del universo, introduciendo una hipótesis que
permitía explicar su origen y su composición y dar cuenta de la múltiple
variedad de seres y fenómenos. Es imposible reconstruir su pensamiento
con precisión, porque, aunque se le atribuyen algunas obras, no nos han
llegado ni siquiera fragmentos de ellas, ni tampoco es seguro que
escribiera alguna; sólo disponemos de los breves resúmenes y
comentarios a su filosofía trazados por autores posteriores.

El genio griego se inclinaba a la observación y a la especulación (no así a


la experimentación, base de la ciencia moderna que se inicia en Galileo),
por lo que cabe la posibilidad de que Tales partiera de la observación de
las transformaciones que la materia puede experimentar: el tronco arde
y se convierte en cenizas, el mosto de uva fermenta y deviene vino, de
ciertas rocas extraemos metales, los seres vivos se descomponen al
morir. Tal observación pudo conducirle a suponer que cualquier
sustancia puede transformarse en otra, y que ello era posible porque
todas las sustancias eran simplemente aspectos diversos de una misma
materia; es decir, todas procedían y estaban formadas por un principio
común, el arjé.
Quedaba entonces determinar cuál era entonces ese principio
constitutivo. Para Tales de Mileto, el arjé es el agua: todo nace del agua,
la cual es el elemento básico del que están hechas todas las cosas.
Aunque tampoco conocemos con certeza las razones que le llevaron a
establecer el agua como arjé, sus comentaristas coinciden en aventurar
algunas. El agua es la materia que se encuentra en mayor cantidad,
rodea la tierra y corre a través de los continentes; impregna la
atmósfera en forma de vapor, que es aire, nubes y éter, y del agua se
forman los cuerpos sólidos al condensarse; por carecer de
determinaciones (estado, forma, color, olor), es apta para
determinarse. El agua, por otra parte, es condición necesaria de lo vivo:
hace germinar las semillas y es imprescindible para las plantas y los
animales, hasta el punto de que la vida no es posible sin ella. La Tierra,
para Tales, era un disco plano que flota en un océano infinito, cubierto
por la semiesfera celeste.
La existencia de un primer principio fue asumida por los filósofos
posteriores, a pesar de que, como ya se ha indicado, no aceptasen que
el agua fuera tal elemento. Lo importante de la tesis de Tales es la
consideración de que todos los seres se constituyen a partir de un
principio, sea el agua, sea cualquier otro. Y el hecho de buscarlo de una
forma racional, de extraerlo de una serie de observaciones y
deducciones, es lo que ha valido a Tales el título de «padre de la
filosofía». La cuestión del arjé, en efecto, seguiría siendo tratada no sólo
por sus discípulos de la escuela de Mileto (Anaximandro y Anaxímenes),
sino también por otros destacados pensadores de la floreciente filosofía
griega, como Pitágoras, Jenófanes de
Colofón, Parménides, Heráclito, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo o De
mócrito, hasta convertirse en uno de los motivos centrales de la filosofía
presocrática, es decir, de la anterior a Sócrates.
Para calibrar la importancia de la aportación de Tales debe tenerse en
cuenta, además, que la noción misma de arjé envuelve una serie de
consecuencias que irían explicitándose a lo largo del periodo presocrático
y en las que reconocemos temas fundamentales de la filosofía
occidental. Así, por un lado, la existencia de un principio constitutivo
común implica que la multiplicidad de seres que observamos en la
naturaleza es sólo aparente; en consecuencia, el testimonio de los
sentidos no es fiable. Por otra parte, tal principio constitutivo es una
esencia inmutable y eterna, propiedades que no se manifiestan en la
continua transformación de los seres individuales y que sólo pueden ser
aprehendidas por la razón, único instrumento que permite discernir lo
verdadero de lo aparente.
Un sabio legendario
De la vida de Tales de Mileto nos han llegado datos y anécdotas
dispersas de imposible verificación. Al parecer, en su juventud viajó a
Egipto, donde aprendió geometría de los sacerdotes de Menfis, y calculó
la altura de la pirámides por la longitud de sus sombras. También
estudió astronomía, que posteriormente enseñaría con el nombre de
astrosofía; el historiador Herodoto afirma que predijo un eclipse
acaecido en el año 585 a.C. De vuelta a Mileto dirigió una escuela de
náutica, construyó un canal para desviar las aguas del Halis y dio
acertados consejos políticos a los gobernantes.
En geometría, y en base a los conocimientos adquiridos en Egipto, Tales
de Mileto elaboró un conjunto de teoremas generales y de
razonamientos deductivos a partir de los primeros. Todo ello fue
recopilado posteriormente por Euclides en su obra Elementos, pero se
debe a Tales el mérito de haber introducido en Grecia el interés por los
estudios geométricos. Son muy numerosas (seguramente demasiadas)
las aportaciones que se le atribuyen, probablemente por el inmenso
prestigio de que gozó ya en la Antigüedad: junto con el
legislador Solón y otros nombres menos conocidos, figuró siempre como
el primero de los «siete sabios de Grecia».
En líneas generales, sin embargo, no cabe confiar demasiado en las
informaciones de que disponemos; de hecho, las distintas fuentes no
coinciden ni siquiera en su personalidad. Cuenta Platón que, andando
absorto en la contemplación del firmamento, Tales cayó en un pozo y
fue por ello blanco de las burlas de una criada; pero esta tópica e
improbable imagen de sabio distraído contrasta con las anécdotas que lo
caracterizan como un hombre práctico y realista. Aristóteles refiere que,
gracias a sus conocimientos astronómicos, Tales supo que habría una
buena cosecha de aceitunas; por poco dinero alquiló en invierno cuantos
molinos pudo, y llegado el momento de la cosecha, ante la fuerte
demanda, realquiló los molinos al precio que quiso, obteniendo grandes
beneficios. Con ello habría querido probar que el saber es útil, y que si
los filósofos no son ricos es porque se interesan más por el saber que
por el dinero.

Sócrates
(Atenas, 470 a.C. - id., 399 a.C) Filósofo griego. Pese a que no dejó
ninguna obra escrita y son escasas las ideas que pueden atribuírsele con
seguridad, Sócrates es una figura capital del pensamiento antiguo, hasta
el punto de ser llamados presocráticos los filósofos anteriores a él.
Rompiendo con las orientaciones predominantes anteriores, su reflexión
se centró en el ser humano, particularmente en la ética, y sus ideas
pasaron a los dos grandes pilares sobre los que se asienta la historia de
la filosofía occidental: Platón, que fue discípulo directo suyo,
y Aristóteles, que lo fue a su vez de Platón.

Sócrates

Pocas cosas se conocen con certeza de la biografía de Sócrates. Fue hijo


de una comadrona, Faenarete, y de un escultor, Sofronisco,
emparentado con Arístides el Justo. En su juventud siguió el oficio de su
padre y recibió una buena instrucción; es posible que fuese discípulo
de Anaxágoras, y también que conociera las doctrinas de los filósofos
eleáticos (Jenófanes, Parménides, Zenón) y de la escuela de Pitágoras.
Aunque no participó directamente en la política, cumplió ejemplarmente
con sus deberes ciudadanos. Sirvió como soldado de infantería en las
batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis (422),
episodios de las guerras del Peloponeso en que dio muestras de
resistencia, valentía y serenidad extraordinarias. Fue maestro y amigo
de Alcibíades, militar y político que cobraría protagonismo en la vida
pública ateniense tras la muerte de Pericles; en la batalla de Potidea,
Sócrates salvó la vida a Alcibíades, quien saldó su deuda salvando a
Sócrates en la batalla de Delio.

Con los bienes que le dejó su padre al morir pudo vivir modesta y
austeramente, sin preocupaciones económicas que le impidiesen
dedicarse al filosofar. Se tiene por cierto que Sócrates se casó, a una
edad algo avanzada, con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo. Cierta
tradición ha perpetuado el tópico de la esposa despectiva ante la
actividad del marido y propensa a comportarse de una manera brutal y
soez. En cuanto a su apariencia, siempre se describe a Sócrates como
un hombre rechoncho, con un vientre prominente, ojos saltones y labios
gruesos, del mismo modo que se le atribuye también un aspecto
desaliñado.

La mayor parte de cuanto se sabe sobre Sócrates procede de tres


contemporáneos suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo
Aristófanes y el filósofo Platón. Jenofonte retrató a Sócrates como un
sabio absorbido por la idea de identificar el conocimiento y la virtud,
pero con una personalidad en la que no faltaban algunos rasgos un tanto
vulgares. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las
nubes (423), donde es caricaturizado como engañoso artista del discurso
y se le identifica con los demás representantes de la sofística, surgida al
calor de la consolidación de la democracia en el siglo de Pericles. Estos
dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en
sus Diálogos, en los que aparece como figura principal, una imagen que
no deja de ser en ocasiones excesivamente idealizada, aun cuando se
considera que posiblemente sea la más justa.
La mayéutica
Al parecer, y durante buena parte de su vida, Sócrates se habría
dedicado a deambular por las plazas, mercados, palestras y gimnasios
de Atenas, donde tomaba a jóvenes aristócratas o a gentes del común
(mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para
sostener largas conversaciones, con frecuencia parecidas a largos
interrogatorios. Este comportamiento correspondía, sin embargo, a la
esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica.
Alcibíades y Sócrates (detalle de un cuadro de Marcello Bacciarelli)

El propio Sócrates comparaba tal método con el oficio de comadrona que


ejerció su madre: se trataba de llevar a un interlocutor a alumbrar la
verdad, a descubrirla por sí mismo como alojada ya en su alma, por
medio de un diálogo en el que el filósofo proponía una serie de
preguntas y oponía sus reparos a las respuestas recibidas, de modo que
al final fuera posible reconocer si las opiniones iniciales de su
interlocutor eran una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento.

En sus conversaciones filosóficas, al menos tal y como quedaron


reflejadas en los Diálogos de Platón, Sócrates sigue, en efecto, una serie
de pautas precisas que configuran el llamado diálogo socrático. A
menudo comienza la conversación alabando la sabiduría de su
interlocutor y presentándose a sí mismo como un ignorante: tal
fingimiento es la llamada ironía socrática, que preside la primera parte
del diálogo. En ella, Sócrates proponía una cuestión (por ejemplo, ¿qué
es la virtud?) y elogiaba la respuesta del interlocutor, pero luego oponía
con sucesivas preguntas o contraejemplos sus reparos a las respuestas
recibidas, sumiendo en la confusión a su interlocutor, que acababa
reconociendo que no sabía nada sobre la cuestión.
Tal logro era un punto esencial: no puede enseñarse algo a quien ya
cree saberlo. El primer paso para llegar a la sabiduría es saber que no se
sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar conciencia de nuestro
desconocimiento. Una vez admitida la propia ignorancia, comenzaba
la mayéuticapropiamente dicha: por medio del diálogo, con nuevas
preguntas y razonamientos, Sócrates iba conduciendo a sus
interlocutores al descubrimiento (o alumbramiento) de una respuesta
precisa a la cuestión planteada, de modo tan sutil que la verdad parecía
surgir de su mismo interior, como un descubrimiento propio.
La filosofía de Sócrates
Al prescindir de las preocupaciones cosmológicas que habían ocupado a
sus predecesores desde los tiempos de Tales de Mileto, Sócrates
imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía griega,
inaugurando el llamado periodo antropológico. La cuestión moral del
conocimiento del bien estuvo en el centro de las enseñanzas de
Sócrates. Como se ha visto, el primer paso para alcanzar el
conocimiento consistía en la aceptación de la propia ignorancia, y en el
terreno de sus reflexiones éticas, el conocimiento juega un papel
fundamental. Sócrates piensa que el hombre no puede hacer el bien si
no lo conoce, es decir, si no posee el concepto del mismo y los criterios
que permiten discernirlo.

El ser humano aspira a la felicidad, y hacia ello encamina sus acciones.


Sólo una conducta virtuosa, por otra parte, proporciona la felicidad. Y de
entre todas las virtudes, la más importante es la sabiduría, que incluye a
las restantes. El que posee la sabiduría posee todas las virtudes porque,
según Sócrates, nadie obra mal a sabiendas: si, por ejemplo, alguien
engaña al prójimo es porque, en su ignorancia, no se da cuenta de que
el engaño es un mal. El sabio conoce que la honestidad es un bien,
porque los beneficios que le reporta (confianza, reputación, estima,
honorabilidad) son muy superiores a los que puede reportarle el engaño
(riquezas, poder, un matrimonio conveniente).
Sócrates toma la cicuta (detalle de un óleo de David)

El ignorante no se da cuenta de ello: si lo supiese, cultivaría la


honestidad y no el engaño. En consecuencia, el hombre sabio es
necesariamente virtuoso (pues conocer el bien y practicarlo es, para
Sócrates, una misma cosa), y el hombre ignorante es necesariamente
vicioso. De esta concepción es preciso destacar que la virtud no es algo
innato que surge espontáneamente en ciertos hombres, mientras que
otros carecen de ella. Todo lo contrario: puesto que la sabiduría contiene
las demás virtudes, la virtud puede aprenderse; mediante el
entendimiento podemos alcanzar la sabiduría, y con ella la virtud.

De este modo, la sabiduría, la virtud y la felicidad son inseparables.


Conocer el bien nos lleva a observar una conducta virtuosa, y la
conducta virtuosa conduce a la dicha. La felicidad no radica en el placer
(la ética socrática no es hedonista), a no ser que se considere como
placer algo mucho más elevado: la íntima paz y satisfacción que produce
la vida virtuosa. En palabras de Sócrates citadas por Jenofonte, ningún
placer supera al de «sentirse transformado en mejor y contribuir al
mejoramiento de los amigos». La vida virtuosa lleva al equilibrio y a la
perfección humana, a la libertad interior y a la autonomía respecto a lo
que nos esclaviza, y mediante ella se consigue la paz del alma, el gozo
íntimo imperturbable, la satisfacción interior que nos acerca a lo divino.

Sin embargo, en los Diálogos de Platón resulta difícil distinguir cuál es la


parte de lo expuesto que corresponde al Sócrates histórico y cuál
pertenece ya a la filosofía de su discípulo. Sócrates no dejó doctrina
escrita, ni tampoco se ausentó de Atenas (salvo para servir como
soldado), contra la costumbre de no pocos filósofos de la época, y en
especial de los sofistas. Si, como parece, las ideas éticas antes
expuestas son del propio Sócrates, su filosofía se sitúa en la antípodas
del escepticismo y del relativismo moral de los sofistas
(Protágoras, Gorgias), pese a lo cual, y a causa de su pericia dialéctica,
pudo ser considerado en su tiempo como uno de ellos, tal y como refleja
la citada comedia de Aristófanes.
Con su conducta, Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de
inestabilidad en que se hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso,
acabaron por considerar que su amistad era peligrosa para aristócratas
como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de
impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta
después de que, en su defensa, hubiera demostrado la inconsistencia de
los cargos que se le imputaban. Según relata Platón en la Apología que
dejó de su maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a
los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues
como ciudadano se sentía obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque
en algún caso, como el suyo, fuera injusta; peor habría sido la ausencia
de ley. La serenidad y la grandeza de espíritu que demostró en sus
últimos instantes están vivamente narradas en las últimas páginas
del Fedón.

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