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DEGRADACIÓN DE LAS FORMAS DE GOBIERNO SEGÚN PLATÓN

Platón, en su dialogo La República, específicamente en el capítulo VIII, presenta una conversación


de Sócrates con Glaucón y Adimanto a propósito de las formas de gobierno distintas de la del buen
Estado, que el primero de ellos ha venido caracterizando previamente. El buen Estado, de modo
5general, se basa en la aristocracia, entendida ésta como el gobierno de los mejores. En tal Estado,
se cuenta con la comunidad de mujeres y de hijos, con una educación integra y ocupaciones en
común, también con un grupo de soldados que no tendrán nada en privado, y las personas que
gobiernan han de ser las mejores respecto de la filosofía y la guerra, quienes recibirán lo necesario
para vivir y ocuparse de sí y del Estado (Cfr. Platón, Diálogos. VIII 543 a-c).

10Respecto a este buen Estado, Platón sostiene a través de Sócrates que los otros tipos de Estado
son deficientes. Para demostrar la veracidad de tal afirmación ante sus interlocutores, Sócrates se
da a la tarea de caracterizar las principales formas de gobierno -timocracia, oligarquía, democracia
y tiranía-, mostrando con ello la validez de su afirmación y agregando otra tesis: el mejor Estado es
el más feliz y el peor el más desdichado (Cfr. Ibíd., 544 a-b). Esta tesis probablemente le lleva a
15mostrar la necesidad del buen Estado para todos los ciudadanos.

A continuación entonces, el siguiente trabajo en primer lugar presenta la caracterización platónica


de los Estados “defectuosos” y luego de ello sugiere algunas preguntas de reflexión cuyo objetivo
es clarificar o problematizar algunas cuestiones.

Estados Defectuosos

20Como se indicó líneas atrás, el buen Estado es el aristocrático, conformado por hombres buenos y
justos. Éste es el punto de partida de la argumentación platónica, la cual se basa en lo que sigue en
contraponer al Estado justo el más injusto. Para ello, Sócrates recorre las formas de Estado
consideradas defectuosas, guiado por una idea de degradación permanente respecto a ellos, es
decir que, el Estado más defectuoso entre los defectuosos viene a ser aquel más injusto. Pero,
25¿por qué se origina el paso de un buen Estado a otro defectuoso?

Esta idea supone una ley de degeneración inevitable, manifiesta en el numeral 546 a-b, según la
cual “todo lo generado es corruptible”, por tanto el buen Estado una vez constituido será
perturbado y con ello degradado. La ley de degeneración se expresa en las plantas y los seres vivos
cuando se presenta fecundidad e infecundidad y en el caso del Estado se manifiesta del mismo
30modo, pues aun cuando los dirigentes sean sabios, se les pasará por alto los momentos más
propicios para la procreación. De ahí surge la posibilidad de que los guardianes casen a las
doncellas en momentos no propicios y nazcan en consecuencia niños no favorecidos por la
naturaleza ni la fortuna. De ellos, asegura Sócrates, lo mejores serán designados por sus
predecesores, pero, dada su falta de mérito, descuidarán la música, se tornarán más incultos y no
35discriminarán las razas -plata, bronce, hierro-, creando una anomalía inarmónica que genera
guerra y odio. Este sería pues, el origen de la perturbación del buen Estado, en términos de Platón,
la genealogía de la discordia (Cfr. Ibíd., 547 a).

Esta primera perturbación del buen Estado genera la timocracia. A su vez, y teniendo en cuenta la
ley de degeneración, de ella se deriva la oligarquía, de la oligarquía la democracia, y de ésta la
40tiranía. Ahora bien, la pregunta que sigue es ¿cómo se da la constante degradación de uno a otro
Estado, hasta llegar al más injusto?

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Para responder este interrogante, Sócrates precisa de cada tipo de Estado el modo en que
proviene del anterior, el tipo de hombre que le corresponde –pues hay una relación estrecha entre
el tipo de Estado y el carácter del alma humana- y los defectos de tal forma de gobierno,
mostrando con ello que estos modos de organización son deficientes y desdichados con el ánimo
5de reiterar la armonía y felicidad del buen Estado. A continuación se precisan los aspectos
mencionados de cada constitución política.

La timocracia -forma de Estado elogiada- se basa en el amor al honor, y nace específicamente de la


discordia entre los gobernantes y sus auxiliares en la aristocracia, justamente por la inarmonía
inicial que Sócrates adjudica al principio de que lo generado es corruptible. La timocracia imita a la
10aristocracia en el honor hacia los gobernantes y en el hecho de abstener a las clases guerreras de
ocuparse de otras cuestiones que no le corresponden, como la agricultura por ejemplo. No
obstante, se teme llevar a los sabios a desempeñar funciones de gobernantes por contar
precisamente con hombres mixtos, y en su lugar, tienden a reconocer como gobernador a otros
hombres más fogosos aptos para la guerra (Cfr. Ibíd., 547 e). El tipo de hombre de este gobierno es
15sediento de riqueza y avaro –oculta sus tesoros- porque es educado por la fuerza y no por la
persuasión, descuida la música y en su lugar enfatiza en la gimnasia; claramente en él prevalece la
fogosidad, el deseo de imponerse y ser venerado, no es retórico, es feroz con los esclavos, gentil
con los libres y sumiso con los gobernantes. Este hombre puede provenir de un padre bueno que
huye de los honores en un Estado mal organizado, al que su esposa le reprocha que no sea
20gobernante y pide a su hijo que lo sea, mostrándose así más hombre que su padre (Cfr. Ibíd.,
549d-50b). Por tanto, tal hombre se debate entre su parte racional –representada en su padre- y
la parte fogosa –que su madre y los demás alientan-. Finalmente, su parte fogosa le domina, lo
cual se constituye en el mayor defecto del Estado timocrático: le falta el mejor guardián: la razón.

La segunda forma de Estado más elogiada es la oligarquía. Ésta consiste en el mandato de los ricos
25que tasan su fortuna -avaricia heredada de la timocracia- mientras los pobres no participan. Los
ricos, que tienen su riqueza en secreto, descubren otras maneras de gastar el dinero que les
pervierten al punto de menospreciar la excelencia y las leyes en favor de la riqueza (Cfr. Ibíd.,
550c-e). El hombre de este régimen tiene su origen en la timocracia: según Sócrates, del
timocrático nace un hijo que imita a su padre y lo ve tropezar contra el Estado –es desterrado,
30asesinado, etc.-, de modo que aquel se atemoriza y se entrega a la ambición y la fogosidad.
Humillado por la pobreza y viendo en la guerra que el rico es débil, este hombre considera
vencerlo y luego se vuelve al lucro, entronizando su parte codiciosa por encima de lo racional y lo
fogoso (Cfr. Ibíd., 553d). De tal situación resulta un hombre que se entrega a los apetitos
necesarios, reprime los innecesarios 1 y por tanto se mantiene acumulando riqueza, además, no
35gasta en su renombre ni en la guerra, de modo que es alguien que puede ser derrotado, pero
bastante rico. En este orden de ideas, el defecto del Estado radica en que no se venera la
excelencia, el honor, sino las riquezas y a los ricos, de ahí que se impida que un hombre pobre no
pueda gobernar aunque tuviere la posibilidad de hacerlo mejor (Cfr. Ibíd., 551 c). El Estado, que
según Sócrates debe ser uno y armonioso, en la oligarquía es doble –uno de pobres y otro de
40ricos-, porque con la excesiva riqueza también sobreviene la desmedida pobreza, que engendra
mendigos, malhechores y salteadores. A este Estado también la falta el mejor guardián, que se
disminuye por falta de educación.

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Sócrates realiza una distinción entre apetitos necesarios e innecesarios. Los primeros son aquellos que no
pueden ser dejados por su carácter inherente a la vida humana o por ser beneficiosos, como el comer por
ejemplo, los segundos son apetitos improductivos que pueden ser dejados de lado como el despilfarro (Cfr.
Ibíd., 559 b-e).

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De la oligarquía en la argumentación platónica se sigue la democracia. En esta forma de
organización política, los gobernantes compran propiedades y realizan préstamos a alto interés en
honor a su antecedente oligárquico, forzando a hombres nobles a mantenerse en la pobreza. Éstos
entretanto, bien armados, con deudas, odian y conspiran contra los ricos hasta provocar una
5revolución (Cfr. Ibíd., 555 c-e), entonces el Estado enferma y arde en una lucha interna. La
democracia surge allí, cuando los pobres matan, destruyen a los oligarcas y hacen participes a los
demás –el pueblo- en el gobierno; pero esto que parece un triunfo es el principio de algo peor: los
ciudadanos son libres de hablar y actuar de modo que cada uno impulsa su modo de vida
particular según los deseos necesarios e innecesarios –especialmente- que les gobiernen (Cfr.
10Ibíd., 557 a-b). Los hombres libres de la democracia son insaciables en su codicia y ricos, a la vez
son muy distintos uno respecto al otro en sus deseos y voluntades. Ellos para Sócrates son hijos de
oligárquicos educados por sus hábitos, pero la diferencia es que en la democracia son gobernados
por los placeres innecesarios, confundiendo a los necesarios con estos, empero, por la diversidad
misma de la democracia hay algunos casos en que los hombres logran equilibrar sus apetitos. No
15obstante, la mayoría de los hombres asumen la desmesura como cultura, el control de sí como
falta de virilidad, la liberalidad como anarquía (Cfr. Ibíd., 561a). Como resultado, el principal
defecto de este Estado radica en que asigna igualdad a lo igual y a lo desigual, en otras palabras,
valora igual la virtud y el vicio, la rectitud y la corrupción, banalizando en cierto modo la idea de lo
bueno y lo justo. Así para Sócrates, no hay obligación de gobernar ni de obedecer, ni de entrar en
20la guerra ni de guardar la paz (Cfr. Ibíd., 557e-558a). La tolerancia propia de la democracia se
convierte en un desdén por los principios del Estado.

El último y más defectuoso modo de Estado es la tiranía, proveniente de la democracia. En la


tiranía, el deseo de aquello que la democracia define como su bien -la libertad- es lo que
paradójicamente la hace sucumbir, dado que la excesiva libertad convierte en necesaria la figura
25del tirano (Cfr. Ibíd., 562a); ante un exceso de libertad para actuar justa o injustamente, se
requiere la mano firme y dura de un gobernante. El Estado se divide ahora en tres partes: una, la
cabeza feroz, el tirano, que es alimentado por el pueblo, la segunda, los hombres más ordenados
por naturaleza que se separan de la muchedumbre y se convierten en los ricos, y la tercera, el
pueblo, en el que cada uno trabaja para sí mismo y actúa en la medida en que puede serle
30recompensada su participación (Cfr. Ibíd., 565a). El hombre propicio para este Estado es el que
hace condenas injustas y hace estallar la revuelta del pueblo contra los que tienen fortuna,
teniendo en principio el apoyo de la multitud. Se presenta así como caudillo, y luego, promueve
guerras para hacerse necesario y empobrece al pueblo cobrando impuestos (Cfr. Ibíd., 566 a-e).
Posteriormente, elimina a sus opositores –los honestos-, “purifica” el Estado, y una vez el pueblo
35no le apoya, busca la custodia del extranjero y del esclavo liberándolo. Esta estrategia para
preservar el gobierno del tirano, según Sócrates es tan efectiva que la tragedia parece ser algo
sabio (Cfr. Ibíd., 568a). Sin embargo, la desdicha de este Estado es la peor y más concluyente de
todas: el pueblo al huir del humo de la sumisión a hombres libres -como era en el buen Estado-,
“va a parar al fuego del despotismo de los esclavos y en lugar de la libertad abundante se viste con
40la esclavitud más dura y amarga, la de los esclavos” (Ibíd., 569 b-c).

Algunas preguntas para la reflexión

Hasta aquí se ha presentado la argumentación de Platón acerca de la inferioridad de las otras


formas de gobierno en relación al Estado justo y bueno que ha propuesto en capítulos
precedentes del texto. La primera pregunta que surge en seguida es si se cumple el cometido de
45mostrar que los otros Estados son deficientes, y que el mejor es también el más feliz, mientras el
peor –la tiranía- es el más desdichado.

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Efectivamente la exposición revela la deficiencia de cada una de las formas de gobierno
mencionadas. En la timocracia el fallo radica en el predominio de la fogosidad sobre la razón, en la
oligarquía en el auge de la ambición sobre la razón y la fogosidad, en la democracia en la no
distinción entre los apetitos necesarios e innecesarios y en la tiranía, la deficiencia radica en la
5esclavitud. Asimismo, se revela que la tiranía 2 es el más infeliz de los modos de Estado justamente
por terminar en la sumisión del ciudadano a un gobernador injusto y sangriento, pero incluso, los
otros modos de constitución política también resultan desdichados: en la democracia la vida en la
comunidad se hace insostenible y contradictoria por la diversidad de criterios, en la oligarquía el
gobernante termina muerto o desterrado y en la timocracia la fogosidad provoca más guerra que
10paz. Estos son algunos ejemplos que hacen suponer, cómo de una u otra forma tales Estados
terminarán caracterizados por la guerra, la desarmonía entre las partes que lo componen.

La segunda inquietud que se presenta es en relación a la necesidad del argumento platónico. En


realidad, para este trabajo no ha resultado indiscutible el punto de partida de donde se
desprenden las formas de gobierno como modos desmejorados y cada vez más desdibujados en
15comparación con el Estado bueno. Por una parte, la idea de una ley de degeneración resulta
problemática porque no es del todo claro, primero, que la validez de esta ley se encuentre fuera
de discusión, y segundo, porque resulta todavía más confuso el uso de esta ley en situaciones
particulares, por ejemplo: ¿cómo es posible que necesariamente de la riqueza se siga la avaricia?
¿O que de la libertad se siga la desmesura en la democracia? ¿O la fogosidad del temor? Aun
20cuando se admita la falta de educación, la presencia fuerte de la fogosidad y la ambición, parece
no ser del todo claro que la tendencia a la degradación se dé siempre y del mismo modo. Por otra
parte, esta ley de degeneración parece entrar en contradicción con el hecho de que el Estado
bueno sea guiado por filósofos guerreros que ya han apreciado la Idea de Bien, pues según lo
presentado en argumentaciones previas (Cfr. Ibíd., VII), no es posible que un hombre que ha
25participado de tal Idea vuelva a un modo de opinar anterior que se constituiría solo en sombra de
lo verdadero. Si esto es así ¿cómo aplicar la ley de degeneración a un Estado bueno guiado por
gobernantes que han participado de la Idea de Bien? Pues la primera degradación –del Estado
bueno a la timocracia- surge cuando un guardián se equivoca en su consideración del momento
propicio para el nacimiento de los nuevos ciudadanos del Estado.

30Parece haber aquí una posible contradicción entre el Estado de hecho y el Estado ideal que se
intenta zanjar a través de una supuesta ley. No obstante esta ley parece despertar más
interrogantes que explicaciones satisfactorias, o quizá, la cuestión de la ley de degeneración es
otra manera de formular lo dicho en 473a: “¿se puede poner en práctica algo tal como se dice? ¿O
no es acaso que la praxis, por naturaleza, alcanza la verdad menos que las palabras?

35Bibliografía

PLATÓN. Diálogos IV: República (1986). Madrid, Gredos.

CROMBIE, I. Análisis de las Doctrinas de Platón. Vol. I (1988). Madrid, Alianza.

Elaborado por: Pablo Vargas Rodríguez

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Cabe señalar que la tiranía es el más defectuoso e infeliz de las formas de Estado expuestas porque, dado
que hay una relación de degradación entre un Estado y otro, que va del buen Estado a la tiranía, éste
constituye la síntesis de errores de todos los anteriores, siendo la esclavitud la conclusión de todo un
tránsito que ha dejado de lado la primacía de la razón y la sabiduría.

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