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Atlas Historico de La II Guerra Punica PDF
Atlas Historico de La II Guerra Punica PDF
El área conocida como Galia Cisalpina la podríamos dividir en cuatro grandes zonas
diferenciadas. La primera, la Galia Cispadana, en donde habitaban los conflictivos
Boyos (boii) y los otro hora poderosos semnnones; luego, la región de la Transpadana,
dividida en dos regiones, la habitada por insubros y cenomanos más todo el territorio
hasta los Álpes. La segunda, la conocida hoy como el Veneto, habitada por innu-
merables pueblos menores que no fueron anexionados a Roma si no hasta muchísimo
tiempo después que sus vecinos. La tercera gran región en que se dividía el norte de
Italia era la Liguria, una agreste superficie que se extendía desde las fronteras de Etruria
hasta el actual Golfo de León, tocando ya con las colonias massilotas establecidas en las
estribaciones de los Alpes. Fueron estos ligures los enemigos más encarnizados de los
romanos, aunque las más de las veces no causaron más que problemas puntuales; no
había año en que no se emprendiese una expedición contra alguna de las numerosas tri-
bus de este valeroso pueblo emparentado más con los iberos que, según parece, con los
celtas.
No conocemos exactamente las relaciones existentes hasta ese momento entre el poder
cartaginés y el pueblo de los ilergetes, pueblo que más adelante se convertiría en uno de
los más influyentes de la península y casi decisivo en su apoyo a uno u otro de los
contendientes. Lo cierto es que durante este año, y gracias a la intervención de Asdrúbal
Barca, se armaron contra los romanos llevando a la rebelión a los lacetanos y los
ausetanos además de otros pueblos menores. Los cartagineses, el ejercito de Asdrúbal,
se limitó ha hacer una pequeña incursión al otro lado del Ebro, dejando a los rebeldes
todo el peso de las operaciones. Poco después de la retirada de Asdrúbal Barca, los
rebeldes fueron derrotados y los ilergetes obligados, al menos nominalmente, a some-
terse a Roma.
La ciudad, ya poderosa durante los tiempos de la guerra del Peloponeso, ganó su
privilegiada posición política durante el reinado del tirano Dionisio. Bajo cuya hégira,
se convirtió en la primera potencia del Mediterráneo. La ciudad en sí ganó en tamaño,
extendiéndose hacia la Acradina y posteriormente hacia Tyche y Neapolis, considerados
durante la época que nos ocupa como barrios de la propia ciudad. Con una población
aproximada de 350.000 habitantes era considerada la urbe más rica del mundo, más
incluso que la opulenta Cartago o la Alejandría de los Ptolomeo. Al comenzar la II
Guerra Púnica, el poder político del reino no era ya ni la sombra de lo que fue, sin
embargo, sus recursos todavía eran considerables y la ciudad en sí poseía un valor
estratégico incalculable.
Situada en una envidiable posición, durante la etapa del tirano Dionisio fue totalmente
fortificada la meseta de Epipolae, amén de un sin número de obras defensivas menores.
Ya durante la etapa de Hierón II, se dedicaron grandes recursos a reforzar el perímetro
defensivo de la urbe (con un total de 22 Km. de muralla), y en su última etapa en esta
tarea, confiando el diseño de las nuevas construcciones al singular Arquímedes.
Después de abandonar el territorio de Massilia, las fuerzas romanas (quizás unos 20.000
hombres), al mando de Cneo Cornelio Escipión, llegaron a bordo de la flota hasta la
colonia masíliota de Emporion, en donde desembarcaron y comenzaron la conquista de
Hispania. Rápidamente se sometió a todos los pueblos situados entre la costa y las mon-
tañas, e incluso pueblos de la misma zona montañosa. Siguiendo hacia el sur, se
enfrentó a la resistencia de los indigetes, a los que también acabó por someter. Fue tras
esto cuando Hannón, comandante de las fuerzas cartaginesas al norte del Iberus (río
Ebro) decidió enfrentarse a los romanos antes de que estos se hiciesen con la alianza de
todos los pueblos hispanos circundantes.
Se combatió en las cercanías de Cesse, que se suele identificar con Tarraco (por aquel
entonces puede que solo una simple posición fortificada). La batalla fue desfavorable
para los cartagineses que perdieron en la misma unos 6.000 hombres y hasta su general,
que cayo en manos de los romanos, quienes se hicieron también con Cesse, punto del
que harían en adelante uno de sus referentes en la península.
El koinon de los epirotas
Una ventaja al menos tenían los macedonios gracias a su rivalidad con los etolios: a
éstos, las naciones vecinas los aborrecían, por ello acudían siempre al abrigo de Mace-
donia. Por ejemplo, el Koinon de los epirotas, una confederación de reciente aparición,
formada en el 237/4 a.C. tras la trágica desaparición de la familia real del Epiro.
Aprovechando el vacío de poder que se dio en esa región de Grecia, los etolios arreba-
taron a estos la importante región de Ambracia, que será a la postre el primer objetivo
del joven Filipo en su larga guerra contra los etolios.
Se supone que formarían parte del Koinon de los epirotas las tres tribus más importantes
de la región: los molosos, los tesprotos y los caonios ( Molossoi, Thesprotoi, Chaones).
Probablemente la presidencia de la confederación rotaría entre estas tres tribus, reunién-
dose la asamblea en Dodona, ciudad que llego a ser atacada en su momento por los pro-
pios etolios.
No se sabe con precisión el paso montañoso que utilizó Aníbal para atravesar los Álpes,
lo que si se sabe es que la primera tierra que pisó fue la de la tribu Cisalpina de los
taurinos. Esta tribu se encontraba por entonces en guerra contra los insubros. Aníbal se
abstuvo de intervenir en el conflicto principalmente por que sus tropas comenzaban a
reponerse del duro paso de los Álpes; necesitaban algunas jornadas de descanso antes de
ponerse de nuevo en marcha. Las cifras que se dan acerca de los efectivos cartagineses
varían de unos autores a otros. Lo generalmente aceptado es que fuesen unos 20.000
infantes y cerca de 10.000 jinetes, más un puñado de elefantes. Este ejercito estaría
compuesto por una variada mezcla de soldados iberos, celtíberos, lusitanos, carta-
gineses, africanos, númidas y mercenarios galos. No aguantó mucho la inactividad el
cartaginés, pues ante el rechazo que causaba su presencia entre los taurinos y habiendo
rechazado estos así mismo su amistad, optó por hacerles la guerra asaltando y tomando
su capital Taurinum, tras lo cual, se rindieron a él. La vuelta a la actividad de Aníbal ha-
bría impulsado a los galos del otro lado del Po a la guerra abierta contra los romanos, si
no fuera por que el cónsul P. Cornelio Escipión llegó a la región rápidamente, pues
deseaba trabar combate con el cartaginés antes de que sus fuerzas se recobrasen del duro
paso de los Álpes. Disponía Escipión de un ejército consular, en gran parte formado por
reclutas y que recientemente y bajo mando del pretor L. Manlio, habían sufrido algún
descalabro frente a los galos.
El primer encuentro de ambas fuerzas se dio casi por casualidad. Los dos jefes coinci-
dieron en avanzar con tropas ligeras y de exploración para espiarse mutuamente, coinci-
dieron así las dos columnas en el campo de batalla y rápidamente se desplegaron para el
combate. Escipión colocó sus arqueros en primera línea, seguidos por los jinetes galos
aliados; en la reserva, dejó a los romanos y a los aliados de más valía. Aníbal desplegó
en el centro de su dispositivo a la caballería de línea y en las alas a los númidas. En
cuanto éstos avanzaron, los arqueros de Escipión emprendieron la fuga, y de esta mane-
ra, chocó tan solo en el combate la caballería de ambos contendientes. El combate fue
duro e igualado, hasta que los númidas de los flancos, dando un rodeo, aparecieron por
la espalda del enemigo. El miedo se apoderó de la formación romana, más a más porque
el cónsul fue en ese momento herido en combate (siendo salvado por la intervención de
su hijo, el joven Escipión, quien más tarde sería llamado El Africano). Los arqueros que
servían a los romanos y que se encontraban ahora en la retaguardia tras haber retro-
cedido, sufrieron el choque de los mortíferos númidas y fueron dispersados. La forma-
ción romana se apiño alrededor del cónsul herido y protegiéndolo, se retiraron en orden
hasta el campamento.
En la época que nos ocupa, el estado etolio había sido metido en cintura por Antígono,
rey de Macedonia. Sin embargo, era ya una poderosa confederación que se expandía
desde el sur de Tesalia hasta el sur del Epiro, en donde habían arrebatado a los epirotas,
tras la extinción de la familia real del Epiro, la región de Ambracia. A los acarnanes
también les habían conquistado gran parte de su territorio, además sus tentáculos se
extendían hasta el Peloponeso, dominando no solo la extensa Cephalonia, sino también
alguna ciudad de la península como Phigalea, que formaba parte de la Liga. Polibio
responsabiliza a los etolios de todos los males de esta época; ellos desataron de nuevo la
guerra que terminaría con la irrupción de los romanos en Grecia, y poco tiempo des-
pués, de nuevo protagonizaron la guerra con Antioco III y que terminó con el definitivo
establecimiento del poder romano en la helade.
El Peloponeso, 220 a.C.
Primeras campañas del joven rey Filipo V de Macedonia contra la Liga Etolia y sus
aliados (220-218 a.C.)
Golpe de estado en Esparta
Aníbal se propuso atraer a G. Flaminio (2) a un terreno favorable para sus planes, pues
era difícil batir al romano si se decidía por avanzar contra él en Arezzo (Arretium). Así
pues, dedicó sus esfuerzos a saquear la rica campiña etrusca dejando a un lado al
romano, por delante del cual llegó incluso a "desfilar" con sus fuerzas tras acercarse
hasta el mismo Arretium. Finalmente, Aníbal dejó atrás al romano y saqueó con espe-
cial crueldad el territorio entre Cortona y el lago Trasímeno. Flaminio quizás no pudo
evitar ya al menos el seguir los pasos del cartaginés, ya que se le alejaba demasiado y el
plan de esperar a su colega quizás quedaría sin sentido si el enemigo marchaba decidi-
damente hacia el sur, quizás hacia Roma.
De esta manera, una vez que consideró que debía seguir de cerca la progresión de Aní-
bal (para los historiadores críticos ,como Tito Livio, la cosa se reduce a que en vez de
esperar la llegada de su colega desde la Cisalpina como le aconsejaba su estado mayor,
decidió ponerse en marcha rápidamente y combatir al cartaginés). Aníbal, mientras
tanto, ya había elegido el lugar del encuentro y así, establecido entre la ciudad de
Crotona y el lago Trasímeno, saqueaba a placer esas tierras a donde tal y como deseaba
fue atraído finalmente el romano.
1. En cuanto a este personaje, en principio hay dos versiones, la primera parece que nos lo pone
como oficial del ejercito del cónsul Gn. Servilio, en realidad al mando de la caballería del
cónsul, quien lo envía con 5.000 jinetes en busca de C. Flaminio para reforzarle antes de que
ambos ejércitos lleguen a encontrarse. La otra versión es la que aquí expongo, la de Apiano, al
menos más detallada e interesante. Las dos pueden ser perfectamente válidas aunque se suele
aceptar la de Livio quien parece que sigue a Polibio.
2 .En honor a la verdad, C. Flaminio no se dejó atraer por Aníbal. La critica ha sido feroz,
volcando en él la responsabilidad total del desastre por cuanto no esperó a su colega y
emprendió por sí solo la campaña contra Aníbal C. Flaminio era un experimentado soldado, no
reaccionó ante la devastación provocada por el cartaginés y solo se movió cuando este
amenazaba ya con alejarse de él hacia el sur, lo cual es quizás una interpretación más aséptica y
acertada de lo sucedido.
Aníbal, mientras tanto, habiéndose ya recuperado el ejercito de tantas fatigas y esfuer-
zos, levantó su campamento y prosiguió su marcha hacia el sur. De esta forma, las co-
marcas de los praetutii (en el Piceno) fueron devastadas y luego y siguiendo en di-
rección sur, las tierras de los vestinii, los marrucios, paelignos y marsos.
Este año, los dos escipiones decidieron dividir sus fuerzas. De esta manera, uno de ellos
se hizo cargo de la flota (Cneo Escipión) y el otro de las operaciones terrestres (P.
Escipión). Asdrúbal, quien se mantenía a distancia de los romanos y que solicitaba ya
hace tiempo refuerzos a Cartago, recibió de ésta 4.000 infantes y 500 jinetes, por lo que,
ya más seguro de sus fuerzas, se acercó a los romanos al tiempo que aprestaba una
nueva flota de combate. Pero cual fue su sorpresa cuando se vio sorprendido por la
deserción de sus filas de los marinos procedentes de la zona de la Andalucía atlántica,
gentes de gran importancia cuantitativa dentro de la flota púnica en Hispania. La deser-
ción de estas unidades (habían sido duramente amonestadas por Asdrúbal tras la batalla
naval habida en la desembocadura del Ebro y que terminó en desastre para las armas
cartaginesas), que ya desde el año precedente se habían mostrado menos leales y
dispuestas a los cartagineses (a causa precisamente de la dura amonestación por Asdrú-
bal), habían llegado ya a, no solo desertar del lado cartaginés, si no a promover en la
baja Turdetania una rebelión abierta contra Carthago, tanto es así, que al poco recibía
Asdrúbal las nuevas de que la rebelión se ha propagado con éxito e incluso que los
sublevados han tomado ya una ciudad al asalto. El barcida, que decidió no dejar este
peligroso foco rebelde a sus espaldas, concentró sus fuerzas contra estos dejando a un
lado a los romanos. De esta manera, y utilizando la ciudad de Ascua (Asta??) como base
de operaciones, sentó sus reales frente a la ciudad recientemente perdida ante los
rebeldes ya que estos acampaban allí mismo también.
Tras la batalla de Cannas, se le abrieron a Aníbal las puertas del sur de Italia. Tras
realizar una rápida marcha (1) hacia el Brucio, en donde recibió la alianza de muchas
ciudades y sometió otras, movió ahora sus reales hacia el Samnio, donde los hirpinos le
ofrecían la alianza y el notable Estacio Trebio (4) le aseguraba poderle entregar la
ciudad de Compsa. Así se hizo, a la llegada del cartaginés la ciudad le abrió sus puertas
y mientras este dejaba a Magón a cargo de someter la región, Aníbal se dirigió a la
costa, con el firme propósito de apoderarse de un puerto desde donde poder establecer
sólidas líneas de comunicación con Cartago. Así se hizo, los cartagineses se llegaron
hasta las murallas de Nápoles saqueando a placer y sorprendiendo a un escuadrón de
caballería enemiga, haciéndola caer en una emboscada preparada por el general
cartaginés Con el ejercito plantado ante Neapolis y renunciando al asalto de una ciudad
tan bien amurallada, Aníbal se retiro hacia Capua en donde se le daba la oportunidad de
formalizar con tan importante y populosa ciudad un tratado de alianza (3), siendo así
que tanto Capua como otras ciudades menores que dependían de ella firmaron con los
cartagineses una alianza formal; otras serian destruidas por su resistencia, como Nuceria
o Acerra.
3.El tratado a que se llegó entre Aníbal y la ciudad de Capua: Ningún general o
mandatario cartaginés tendría jurisdicción alguna sobre ciudadanos campanos y que
ningún campano, sin su consentimiento, cumpliría obligaciones civiles o militares. Que
Capua mantendría sus propias leyes y sus propios gobernantes, que los cartagineses
entregarían trescientos prisioneros a los campanos , que estos elegirían, para que fuesen
canjeados por los jinetes campanos que servían al ejercito romano en Sicilia. Tito Livio
23-7.3,4 Volver.
Tras la batalla de Cannas, fueron muchos los pueblos que mandaron embajadas al cam-
pamento de Aníbal para ofrecer su alianza, entre ellos y en masa, los bruttios, pueblo
que daba nombre a la región más al sur de la península itálica.
Eran los bruttios gentes más bien incivilizadas, al menos en comparación con las
antiquísimas colonias griegas que salpicaban las costas de la región, con las que tenían
conflictos seculares y con las que eran totalmente incompatibles. Aníbal recibiría con
agrado la alianza de este pueblo pues era aguerrido y buen combatiente, aunque esta
amistad le perjudicase a la hora de acercarse a las ciudades griegas, pues en verdad se
odiaba bastante a este conflictivo pueblo montaraz. Decidido pues el cartaginés a hacer-
se con los valiosos servicios de estas gentes, abandonó la región de Apulia y se dirigió
hacia el Bruttium en donde recibirían ya abiertamente la sumisión y alianza de las
diferentes ciudades que les pertenecían.
Año 215 a.C.
Tras llegar a Campania sin oposición, el general cartaginés, tras ocupar de nuevo sus
acuartelamientos permanentes en el monte Tifata, marchó sin dilación contra Pozzuoli,
fracasando en la acción. Luego ante Nola, lo mismo. Para entonces ya se habían concen-
trado en la región tres ejércitos romanos, por lo que, cansado de no lograr avances y de
la cada vez áas agobiante presencia militar romana, decide aceptar lo que le ofrecen
unos jóvenes tarentinos, si se acerca a la ciudad; dicen que la ciudad le abrirá sus puer-
tas pues está toda ella en manos de los jóvenes y el pueblo, enemigos todos de los
romanos. Aníbal abandonó, pues, Campania (1)y se dirigió rápidamente a Tarentum,
saqueando a su paso todo el territorio romano hasta las tierras de Tarentum, en donde,
en previsión de la alianza, no cometió ninguna tropelía, marchando con las tropas uni-
das y sin desmandarse. En Tarentum, tres días antes de la llegada del cartaginés, el
nuevo prefecto M. Livio, que había sido mandado allí por el propretor M. Valerio, jefe
de la flota de base en Brindisium, se había dedicado a reforzar todos los puestos de
guardia con tropas romanas y tarentinos afines con tal dedicación que los ciudadanos
que esperaban la llegada de Aníbal para sublevarse tuvieron que desistir de la idea. Aní-
bal, tras perder unos días y cerciorarse que no había ninguna posibilidad real de hacerse
con la ciudad, se retiró del territorio y de nuevo sin causar daños.
Como estaba ya finalizando la campaña, Aníbal eligió Salapia para situar sus cuarteles
de invierno. Se sabe que antes se hizo con el trigo de las tierras de Metapontum y Hera-
clea, saqueando además con sus unidades irregulares la región de los salentinos y otras
áreas de Apulia controladas todavía por los romanos.
Al tiempo que los siracusanos se veían envueltos en querellas intestinas, los romanos y
los cartagineses tomaron posiciones por lo que pudiera ser. La flota cartaginesa, al man-
do de Himilcón, esperaba acontecimientos junto al promontorio de Pachynus. Los
romanos, reforzando sus fuerzas en Sicilia tanto en tierra como en mar, aguardaban en
el estrecho de Messina el momento adecuado para intervenir directamente en los aconte-
cimientos.
Comienza la campaña, pero de nuevo los cartagineses, pese a verse en aprietos el año
anterior, habían conseguido volver a tomar la iniciativa gracias a la llegada de un nuevo
ejercito púnico al mando de Asdrúbal Giscón. De esta manera, mientras Magón y
Asdrúbal Barca combatían con éxito a los hispanos que les habían hecho defección, As-
drúbal Giscón se preparaba para hacer frente a los escipiones.
Año 213 a.C.
Aníbal parece que se mantuvo inactivo durante ese año en los alrededores de Salapia.
Más tarde, quizás se dirigió a operar en el área de la Magna Grecia, y durante todo el
resto de ese año puede que no se moviera de esa región, alentado seguramente por las
esperanzas que mantenía de conquistar Tarentum. Los romanos, por su parte, comen-
zaron el año operando contra las ciudades menores aliadas al cartaginés. Era funda-
mental para la conquista de Capua tratar de eliminar en lo posible todo ese hinterland
que el general barcida mantenía cerca de Campania (1).
El cónsul Fabio Máximo (hijo del conocido F. Máximo) operó con éxito ahora contra
las ciudades del norte de Apulia que se alineaban con los cartagineses. Arpi, importante
ciudad de la región, contaba con unos 8.000 hombres de guarnición, 5.000 de ellos del
ejercito de Aníbal. F. Máximo acampó frente a la ciudad y se acercó una noche lluviosa
a sus murallas con una unidad comandada por los mejores centuriones del ejercito y
unos 600 soldados también de reconocida valía. Gracias a la noche y a la lluvia (los
guardias a causa de ella habían abandonado sus puestos y se habían puesto a cubierto),
se pudo subir con escalas por la muralla sin oposición. Luego, como lo más difícil ya
estaba echo, el ejército romano en pleno irrumpió en la ciudad. Comenzó un terrible
combate por las calles. Los cartagineses, que no se fiaban de las milicias locales, las
mandaron por delante de sus fuerzas por lo que chocaron con los romanos los primeros.
Después de combatir durante un tiempo, entablaron los milicianos conversaciones con
los romanos; poco después cambiaban estos de bando con la anuencia de las autoridades
de Arpi y juntos cargaban contra los cartagineses. Fue esa una noche de pactos, pues
ahora eran los cartagineses quienes entablaron negociaciones con los romanos. 1.000
hispanos de la guarnición decidieron pasarse a los romanos si estos permitían al resto de
la misma retirarse sin daño. La propuesta fue aceptada por Fabio y de esta manera se
hizo finalmente con esta importante ciudad de la región de Apulia. Todo ocurrió tan
precipitadamente que Aníbal, que se encontraba en Salapia, no pudo reaccionar, reci-
biendo a las tropas que se retiraron de Arpi al mismo tiempo que se enteraba por ellas
de lo acontecido.
No es un año del que se disponga de mucha información. Esto es todo lo que sabemos
que ocurrió en el año 213 a.C. Aníbal posiblemente se retirase ese año a invernar el
Bruttium.
La breve campaña de Marcelo por el sur de la isla sirvió al menos para evitar veleidades
de las ciudades que dudaban que posición adoptar. Así pues continuó la campaña en la
que ahora eran los cartagineses quienes tenían la iniciativa. Himilcón avanzó desde
Agrigentum hacia Siracusa. La superioridad de las fuerzas cartaginesas era patente.
Marcelo, obligado por el sitio de la metrópoli siciliana a mantener a sus tropas
repartidas en muchas posiciones, no pudo encararse con el general enemigo, el cual
acampó tranquilamente cerca de las líneas romanas. Tampoco lo tenía fácil el propio
cartaginés si el general romano no le presentaba batalla. Asaltar las posiciones romanas
se presentaba como difícil, así pues, y recibiendo la noticia de que una nueva legión
romana había desembarcado en Panormus, se decidió por interceptarla y destruirla. A tal
fin, avanzó hacia el norte (la ruta más corta de Panormus a Siracusa era atravesando las
montañas por la ruta Morgantina-Agyrium-Himera), consiguiendo tomar la ciudad de
Morgantina, en donde los romanos disponían de una de sus bases de aprovisionamiento,
por lo que el botín fue enorme. Tras esta acción, muchas ciudades sicilianas se
decidieron por fin por inclinarse del lado púnico Más cuando la guarnición romana de
Henna, por aquellos días temerosa de una insurrección de la población local, arremetió a
traición contra los civiles causando una gran matanza entre ellos. De esta forma, los
romanos solo controlaban ya, al igual que en el sur de Italia, las ciudades en las que
disponían de guarniciones legionarias.
El ejercito romano, divido entre la flota y el ejercito de tierra, se acercó a Siracusa por
tierra hasta el Olympieion, en donde se establecieron el campamento fortificado, y por
mar se fondeó frente a la ciudad, evitando de esta manera que la flota cartaginesa desde
el exterior o bien la propia siracusana intentasen alguna maniobra. Tras inspeccionar el
perímetro defensivo, se escogió un tramo de la muralla bien alejado del corazón de la
ciudad y que al mismo tiempo permitía el ataque por tierra de una forma más adecuada
que otros lugares. El ataque terrestre se realizo sobre el pórtico Escitico, cerca del
puerto de Trogilos y en donde la muralla toca con el mar. Al mismo tiempo, la flota,
comandada por el propio cónsul, atacaba la Achradina desde el mar. Disponía Claudio
Marcelo para el ataque de 60 quinquirremes abordo de las cuales se encontraban gran
numero de arqueros y velites, que con sus proyectiles mantenían a los siracusanos fuera
de las almenas. Se acercaban al punto junto a las murallas ocho quinquirremes más
unidas de dos en dos. A tal efecto, se les habían quitado los remos por los lados en que
las unían. Sobre estas se levantaban un total de cuatro sambucas. Durante el primer
asalto, Arquímedes defendió la muralla instalando catapultas de diferente alcance.
Cuando los romanos se encontraban lejos, los bombardeó con proyectiles, y cuando
estaban más cerca (pensaban que se ponían fuera de tiro), nueva maquinaria con menor
alcance proseguía con el contraataque. Marcelo desistió de acercarse a la muralla al
menos de día. Planifico el mismo ataque pero para la noche, en la que se acercó a la
muralla sin ser visto. Sin embargo, Arquímedes. ya se encontraba preparado contra el
supuesto de que el enemigo llegase junto a la muralla. Ahora entraron en funcionamien-
to los escorpiones instalados en las troneras de las murallas, que apoyados así mismo
por arqueros, hicieron gran matanza entre los romanos hasta el punto de inutilizar
cualquier intento de asaltar la muralla. Las sambucas, acercadas a su vez junto a las
murallas, fueron desechas por unos extraños artefactos diseñados por el sabio siracusano
que, cuando las sambucas se acercaban al muro, sobresalían a lo alto de la muralla
transportando grandes peñascos e incluso bolas de plomo que se dejaban caer sobre la
escalera enemiga, destrozándola, e incluso poniendo en grave aprieto a las naves mis-
mas. Los barcos asaltantes eran sorprendidos aquí y allá con el lanzamiento de grandes
pedruscos mediante unas órbitas hasta entonces inimaginables, de tal manera que en
ángulos que parecían imposibles de ser alcanzados, los romanos recibían el impacto de
los proyectiles siracusanos. También desarrolló Arquímedes. una maquina que constaba
de una mano de hierro suspendida de una cadena que atenazaba al barco por la proa.
Luego, mediante un sistema de poleas, el barco era elevado del agua, y cuando se en-
contraba suspendido ya en el aire, se le soltaba, yendo a pique la mayor parte de las
ocasiones. Marcelo ya no sabía qué hacer contra los inventos de Arquímedes., siendo
además los romanos presas de la mofa y burla de los defensores siracusanos que asistían
asombrados a tan desigual combate entre los hombres y las maquinas. El asalto por
tierra que llevó a cabo Appio Claudio no fue menos desastroso que el naval, debiendo
desistir también del ataque. Reunidos los oficiales romanos, se decidió no intentar más
un asalto a viva fuerza, procediendo al asedio por hambre de la ciudad; aunque en los
meses siguientes no dejara de intentarse todo lo humanamente posible por expugnar las
murallas de Siracusa.
Año 212 a.C.
Bomílcar, que permanecía entonces en el puerto de Siracusa con una flota de 90 navíos,
al percatarse de que el bloqueo de la flota romana a la ciudad se había levantado por
causa de un temporal, largó velas hacia Cartago con 35 naves dejando a Epícides en
Siracusa otras 55. Llegado a África, convenció al senado de la necesidad de ayudar a
Siracusa, por lo que se le entregaron 45 barcos más y retornó así con 100 navíos a la
sitiada ciudad. Ahora los acontecimientos se precipitan. El ejercito terrestre cartaginés,
al mando de Himilcón, más los restos de las fuerzas siracusanas de Hipócrates se hacer-
caron por el este, al tiempo que la flota cartaginesa de Bomílcar fondea en el puerto
grande y amenaza las comunicaciones entre el II campamento romano y el campamento
antiguo en donde se encuentra T. Quinctio Crispino. Epícides. Una vez confirmado que
Himilcón e Hipócrates atacaban las posiciones romanas de T. Crispino, avanzó a su vez
contra las de Marcelo en la meseta de Epipolae.
Todos los ataques fueron rechazados; los romanos permanecieron en sus posiciones y
por si esto fuera poco, la peste hizo acto de presencia entre las tropas situadas alrededor
del puerto grande. Establecidas éstas en terrenos pantanosos e insanos, el calor de un
otoño soleado hizo que pronto apareciesen las fiebres. Con todo, y pese a que el mal
perseguía a los dos bandos por igual, hizo presa con más virulencia en los cartagineses
recién llegados y poco habituados a las aguas y demás; mientras los romanos, después
de una larga permanencia en el cerco, se encontraban ya mas acostumbrados a ello. La
enfermedad hizo estragos hasta tal punto entre los púnicos que su propio general,
Himilcón, cayó víctima de la enfermedad. Finalmente, el ejercito cartaginés se deshizo,
aunque tampoco fueron pocas las bajas entre las fuerzas romanas.
Año 211 a.C.
Año 210 a.C.
En la época de su conquista por Escipión, Cartago Nova era una ciudad opulenta, ya no
por las riquezas que acumulaba como capital barcida en la Península, si no porque de
ella habían hecho los cartagineses su principal base de operaciones en Hispania. La ciu-
dad se hallaba repleta de caudales (unos 600 talentos se encontraban en esos momentos
en sus arcas) y de suministros bélicos; también mantenían allí a los rehenes de todas las
tribus hispanas de dudosa fidelidad.
Al comenzar la primavera del año 207 a.C., encontramos de nuevo a los cartagineses en
plena actividad. Ya, una vez que han recibido los refuerzos desde Cartago (al mando de
Hannón), unidos estos al ejercito de Magón Barca, se han dirigido estas fuerzas hacia el
territorio celtíbero para reclutar allí el mayor numero de mercenarios posible (se reclutó
entonces un contingente de 9.000 guerreros). Los romanos, que se enteraron de esto
gracias a los desertores hispanos, se pusieron inmediatamente en la tarea de aniquilar, o
al menos dispersar, estas fuerzas antes de que se dirigiesen a la región de Turdetania.
Escipión, tras felicitar a Marco Silano por su victoria, consideró que era ya la ocasión de
acabar con los cartagineses y se decidió a avanzar al encuentro de Asdrúbal Giscón y
obligarle a presentarle batalla. Éste retrocedió hasta la costa, y tras constatar que el ro-
mano se encontraba decidido a encontrarle y destruirle, tomaron los cartagineses la
resolución de dispersar sus tropas, enviándolas a las diferentes guarniciones de las ciu-
dades aliadas o sometidas, para de esta forma ganar tiempo. Mientras, el propio Asdrú-
bal Giscón abandonaba Hispania para dirigirse en persona a Cartago y exponer allí, con
su indudable influencia, la urgente necesidad de refuerzos, y en general, dar cuenta ante
el senado de los últimos acontecimientos ocurridos en la península. Mientras tanto, Ma-
gón Barca y otros influyentes cartagineses se refugian, a salvo de los romanos, en Ga-
des, que como isla que es, les permite escapar a cualquier precipitada tentativa de ataque
romana desde el continente...
Año 206 a.C.
Tras el castigo de estas dos ciudades, Escipión volvió a Cartago Nova, mientras enco-
mendaba a sus lugartenientes terminar la tarea de someter a los turdetanos. L. Marcio,
al mando ahora de las fuerzas romanas, avanzó por la orilla izquierda del Betis hasta
cerca de Ilipa, en donde, tras cruzar el curso fluvial, sometió pacíficamente a dos im-
portantes ciudades del lugar que le abrieron así las puertas. Se dirigió ahora contra
Ostipo, ciudad conocida no tanto por su amistad con los cartagineses como por su odio
a los romanos (contra los que habían cometido numerosos despropósitos, atacando y
saqueando a todo latino que encontraban por sus tierras y las adyacentes, dándose el
caso que habían llegado incluso a matar en una emboscada a un numeroso grupo de
soldados que marchaba por el lugar). Así pues, decidió L. Marcio terminar con este
estado de cosas. Se puso sitio a la ciudad, no muy bien defendida por la naturaleza, pues
no se asentaba en un lugar bien defendible. Sus habitantes, resueltos a vencer o morir, se
prepararon para hacer una salida contra el enemigo que había asentado ya sus reales a
poca distancia de las murallas y que lo que menos esperaba era una ataque de este tipo.
Los hispanos salieron sin orden ni concierto pero poseídos de una furia tal que, cuando
los romanos lanzaron a parte de la caballería contra ellos, ésta fue desbaratada, y con
ella, la infantería ligera que les seguía vaciló también. A duras penas tuvo tiempo de
formar la línea de combate la infantería legionaria cuando chocaron con ellos los
atacantes, con tal ímpetu y poseídos de tal impulso que, incluso estos, los legionarios,
vacilaron por un momento. Finalmente, muertos estos primeros asaltantes, los demás se
refrenaron un tanto, generalizándose un combate más regular. Poco después, en vista de
que nadie cedía en el duro combate, los romanos, aprovechando su superioridad numé-
rica, alargaron sus líneas y desbordaron a sus contrarios, quienes se encontraron al poco
totalmente rodeados y combatiendo en círculo hasta que el último de ellos murió por la
espada. En la ciudad, viendo el desfavorable resultado del combate, se precedió a un
suicidio masivo en el que los pocos soldados que habían quedado en la ciudad asesi-
naron, como así se había acordado, a la totalidad de sus conciudadanos, hombres muje-
res y niños, arrojando luego sus cuerpos a una enorme pira de fuego levantada a tal
efecto en la ciudad. Finalmente, los propios guerreros entregaron sus cuerpos a la muer-
te arrojándose al fuego. Cuando los romanos llegaron a las puertas de Ostipo, la
matanza ya se había consumado. Primero la sorpresa detuvo a los soldados, luego la
codicia les empujó a dirigirse hacia las llamas a recoger lo que del oro y la plata que
había entre ellas se pudiese recuperar. La barahúnda de soldados empujados unos a
otros por la estrechez del lugar y el empuje de los que venían desde atrás, hizo que mu-
chos se precipitasen a las llamas o que muriesen asfixiados por el humo.
Por aquellos días, se encontraba en Gades Magón Barca entregado de nuevo a reorga-
nizar los intereses púnicos en el área. Había reclutado, con la ayuda del prefecto de la
ciudad, Hannón, un nuevo contingente de mercenarios, bien en África o bien en la
propia Hispania. Disponía también de una numerosa flota. Escipión, deseando terminar
por fin con los cartagineses, después de asegurarse de la veracidad de lo que se le ofre-
cía, encomendó la operación de nuevo a sus lugartenientes L. Marcio y M. Silano.
Marcio iría por tierra con un contingente sin bagajes, con el fin de llegar al lugar lo más
rápidamente posible. La cobertura naval sería encomendada a M. Silano, que con siete
trirremes y una quinquirreme, se llegó hasta el puerto de Carteia....
Tras solucionar el problema en su ejercito, Escipión se dispuso a castigar a los ilergetes
que habían traicionado la alianza y que habían osado atacar a los otros pueblos aliados a
Roma en la zona.
Indíbil y Mandonio, tras las noticias del fin del motín, habían regresado a sus territorios
y se mantenían inactivos a la espera de que el general romano perdonase sus faltas;
esperanza tenían, pues parecía que se las había perdonado a sus propios soldados. Una
vez confirmada la noticia de la atroz muerte de los responsables de la revuelta, armaron
de nuevo a sus gentes, pues no esperaban ya de Escipión ninguna medida de gracia. El
ejercito ilergete y aliado marchó así al territorio sedetano (o puede que edetano), en
donde mantenían un campamento atrincherado levantado en la ultima de sus incursiones
meses atrás. Las fuerzas hispanas sumarían unos 20.000 infantes y 2.500 jinetes. Com-
batieron los dos ejércitos en un valle angosto, valle que si bien no permitía desplegarse
correctamente y según su forma de pelear a los hispanos, a los romanos les venía estu-
pendamente, ya que su avance en orden cerrado, sin duda arrojaría a los guerreros ene-
migos del campo de batalla. Y ya que la caballería tampoco podía maniobrar en el lugar,
Escipión dispuso a la suya, al mando de Lelio, para que, dando un rodeo por las mon-
tañas que conforman el valle, fuesen a dar a la retaguardia enemiga. Finalmente, los his-
panos fueron derrotados por el concurso de estas dos acciones: el sólido avance de la
infantería romana y la súbita aparición de la caballería romana por la retaguardia. Todo
el centro del dispositivo ilergete fue rodeado y exterminado, mientas las alas escapaban
por las montañas y con ellas los dos protagonistas de la revuelta, Indíbil y Mandonio.
Del ejercito ilergete, puede que solo se salvase un tercio de sus efectivos.
Año 204 a.C.
Año 203 a.C.
Año 202 a.C.