Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
MISAEL E. ALBERTO
Misael E. ALBERTO
I.- INTRODUCCIÓN:
Para comenzar este trabajo, nada más adecuado que reproducir el diálogo que
Piero Calamandrei puso en boca de un juez, un abogado (que denominó “Los
prácticos”) y de un profesor de una facultad de Derecho (al que llamó “El teórico”), en
el excelente libro “De las buenas relaciones entre jueces y abogados”.
Dice el juez pesimista: “...Hay en el nuevo Código una cierta disposición que
permite al juez obtener indicios para la decisión de la causa del modo en que las partes
se comportarán en el nuevo proceso. Conducta de las partes quiere decir conducta de
los defensores...”.
“¿Existe en el nuevo Código una disposición de esta especie?”, preguntó el
abogado pesimista. “Ciertamente –respondió el teórico-, hay un artículo que
literalmente concede al juez el poder de deducir argumentos de prueba del
comportamiento de las partes en el proceso”. “¡Pero éste es un poder más que
homicida! –saltó el abogado pesimista-...La conducta de las partes y de los defensores
vendrá a ser, en la valoración del juez, un juego de simpatías o de repugnancias
personales...”.
2
MISAEL E. ALBERTO
A lo que el teórico le respondió: “Tú miras siempre las innovaciones bajo una
luz de pesimismo, que te las hace aparecer como más peligrosas de lo que en realidad
son. No hay dudas de que el poder concedido a los jueces de deducir elementos de
convicción del comportamiento de las partes tiene sus peligros; y los jueces deberán
habituarse a servirse de este poder con mucha cautela. En suma, esta disposición está
hecha no para la gran mayoría de los abogados, sino para aquellos poquísimos que han
creído hasta ahora que el sumo arte del defensor consiste en las insidias y en las
fintas.”; y concluye “...el nuevo Código ha hecho otra cosa mejor que fulminar
prohibiciones y multas sin finalidad: se ha limitado a advertir a los defensores que en
el nuevo proceso los embrollos no están prohibidos, pero que, empleándolos, se
contribuye a entregar la causa vencida al adversario...”1.
Más allá de las conclusiones que extraen de este provechoso diálogo, que
pueden extenderse para el estudio de otras figuras, lo cierto es que marca una línea de
pensamiento que debería arraigarse en los operadores judiciales, me refiero a jueces y
abogados, fundamentalmente a los primeros (sobre todo en orden a la “practicidad”),
en cuanto a la posibilidad de extraer “conclusiones”, “argumentos de prueba” o,
directamente, “prueba” –como se concluirá- de la conducta desarrollada por las partes
en el proceso o durante su transcurso.
Lamentablemente, el escaso –casi nulo- interés que ha despertado esta figura y
la falta de una norma expresa que la contemple, en especial referencia al ordenamiento
ritual santafesino y otros, ha llevado a que los magistrados se muestren renuentes en
aplicarla, siendo muy pocos los antecedentes jurisprudenciales que han echado manos
a ella2.
Como bien sostiene Jorge Peyrano, quizás el factor determinante del poco éxito
logrado se deba a la idea consciente (o no) de que en homenaje al “debido proceso” se
1
CALAMENDREI, Piero, “De las buenas relaciones entre jueces y abogados –en el nuevo proceso civil”, trad.
Santiago Sentís Melendo, 3ª. Edición, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1990, pág. 103 y sig.
2
Justo es reconocer que en el orden nacional tampoco abundan antecedentes, a pesar que el C.P.C.N. cuenta con
una norma expresa (art. 163, inc. 5, párr. 3) que la contempla. No obstante en los últimos tiempos, quizás debido
a la insistencia de la doctrina (v. gr. último Congreso Nacional de Derecho Procesal de Paraná), se observa –
enhorabuena- un aumento de precedentes que aplican la figura bajo estudio; a pesar de ello, creo, sigue vigente
la afirmación del Dr. Jorge W. Peyrano a la que se hace referencia en la nota siguiente.
3
MISAEL E. ALBERTO
tenga que evitar a las partes sorpresas 3, aún cuando la consecuencia devenga del propio
comportamiento de ellas y se transforme “en bumerán con efectos devastadores” 4, en
perjuicio de quien tenga una conducta omisiva, oclusiva, contradictoria o mendaz,
distintas manifestaciones que, según Kielmanovich, puede asumir la figura en estudio
“con virtualidad eminentemente probatoria”5.
Se ha dicho, con admirable agudeza y actualidad que “los jueces se inclinan
más bien a no usar los poderes que tienen que arrogarse aquellos que no tienen”
(Piero Calamandrei), pues, como se pregunta Peyrano, “¿A santo de qué evitarles
sorpresas al querulómano, al improbus litigator o, simplemente a quien no tiene
razón?”6 y, agrego, o a quien mantiene a lo largo del proceso un comportamiento
incoherente con conductas anteriores (“intercadencia”) desarrolladas dentro del mismo
proceso e, incluso, fuera de él con “proyecciones” sobre el mismo (más allá de la
diferencia a la que se hará referencia mas adelante).
Las partes son libres de comportarse como les plazca dentro del proceso, pero
así como se debe reconocer a quien tiene un comportamiento leal, coherente u honesto
–incluso velar para que se mantenga-, también se debe hacer saber –a través de una
resolución moralizadora o “docente”7- a quien no mantuvo idéntica conducta que tal
obrar va en detrimento suyo. Así, antes de conducirse “libre o livianamente” por el
camino del proceso, sabrá que “a ciertos comportamientos suyos [se vinculará
necesariamente] una determinada consecuencia: de modo que la parte sabe que
comportándose de cierta manera, va contra un determinado riesgo y se ve, por tanto,
3
PEYRANO, Jorge W., “Fuerza probatoria de la conducta en juicio”, en “El Proceso Atípico”, Editorial
Universidad, Buenos Aires, 1983, pág. 80. Al respecto, relacionado con esta conclusión, resulta interesante
destacar que el cimero Tribunal de la provincia de Santa Fe en el año 1992, sostuvo que “El principio
constitucional del ‘debido proceso’ no implica transformar a la actuación ante los Tribunales en un ámbito donde
no interesa la verdad jurídica de los litigios y en donde resulten indiferentes las actitudes procesales de las
partes” –la letra me corresponde- (C.S.J. Sta. Fe, 19.09.91 “A.,M. c/ L., C. s/ Filiación s/ Rec. de
Inconstitucionalidad”, Ac. y S., T°. 90, p. 92).
4
PEYRANO, Jorge, “Fuerza...”, Ibídem.
5
KIELMANOVICH, Jorge L. “Teoría de las pruebas y medios probatorios”, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1996, pág. 502/3.
6
PEYRANO, Jorge, “Fuerza...”, Ibídem.
7
Acerca de la función docente de las resoluciones judiciales, ver PEYRANO, Jorge W. “Sobre la función
docente de las resoluciones judiciales”, en “Soluciones Procesales”, Editorial Juris, Rosario, 1996, pág. 5.
4
MISAEL E. ALBERTO
2.1) Su necesidad
8
CALAMANDREI, Piero, “El proceso como juego” en “Estudios sobre el proceso civil”, trad. Santiago Sentís
Melendo, Tomo III, Editorial Ejea, Buenos Aires, 1962, pág. 289.
9
En nuestro medio la primera monografía sobre el particular fue elaborada en 1979, cuando aún no estaba
consagrada normativamente, por el Dr. Jorge W. Peyrano: “Valor probatorio de la conducta procesal de las
partes”, publicado en Rev. L. L., T. 1979-B, Secc. Doctrina, pág. 1049/53, aunque ya en 1941 “vislumbró” su
aparición el “maestro” –en palabras de otro maestro como Augusto Morello- Amílcar Mercadé (ver cita nota 25).
5
MISAEL E. ALBERTO
163 del CPCN, un tercer párrafo, que expresamente contempla tal posibilidad como
“elemento de convicción corroborante”10.
Para los Códigos Procesales que no contienen una previsión expresa al respecto
(por ej. C.P.C.C. de Santa Fe11, entre muchos otros), las opiniones que se volcarán a
favor o en contra podrían servir de sustento para que, en una próxima reforma, se
contemple la posibilidad de su incorporación.
En contra de la previsión legal, es paradigmática la opinión de Furno, quien
considera innecesaria toda norma expresa que contemple la posibilidad de que el juez,
al momento de sentenciar, tome en cuenta la conducta procesal de las partes. Dice
textualmente el jurista italiano, al comentar el art. 116 del código italiano: “Estimo
especialmente superfluo cualquier norma legal expresa que obligue o prohiba al juez
tomar en cuenta, en el momento de su decisión, la conducta procesal de las partes. Me
gustaría saber por qué medios podría un juez sustraerse a la influencia de dicha
conducta cuando ejercita sus poderes discrecionales. Podrá no advertir tal influjo, pero
lo sufrirá tan inconsciente como fatalmente.”12
En nuestro medio se enrola en esta corriente Kielmanovich, para quien, así
como en cualquier otro supuesto de prueba indiciaria o “innominada” (art. 378 CPCN),
la conducta de las partes sirve por si sola para formar la convicción del juez, sin
sujetarse a conceptos aprioríticos; y concluye afirmando que, con relación a los
diversos medios de prueba regulados, la valoración de la conducta procesal no requiere
10
Ley 22.434 (ADLA XLI-B, 2765), promulgada el 16.03.1981 y que comenzó a regir el 24.07.1981 (según art.
2-I), incorpora la figura en el Título III (Actos procesales), Capítulo IX (Resoluciones judiciales). Textualmente
dice: “La conducta observada por las partes durante la sustanciación del proceso podrá constituir elemento de
convicción corroborante de las pruebas, para juzgar la procedencia de las respectivas pretensiones”. Se puede
criticar la ubicación metodológica quizás, pero, al menos, resulta satisfactorio que el legislador nacional la haya
contemplado expresamente. También prevén la figura bajo estudio, ente otros, el Código Procesal de Corrientes
(art. 163 inc. 5) y el de la provincia de Córdoba (art. 316, párrafo 2do., en el Capítulo destinado a la prueba de
presunciones); el de la provincia de Tucumán, dispone la “colaboración” de las partes en las inspecciones e
informes que se le requieran con consecuencias (art. 370). Asimismo lo contempla el Anteproyecto del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación de los Dres. Morello, Kaminker, Arazi y Eisner. En cambio, no lo
regulan normativamente el C.P.C.C. de Entre Ríos y Formosa, no obstante seguir casi textualmente el código
nacional.
11
En el seno de la Comisión Reformadora del Código Procesal Civil y Comercial de Santa Fe (ley 11.930) se
propuso y debatió la cuestión. Al respecto, y con distintas propuestas, se pronunciaron a favor de la inclusión la
Dra. Alicia García, a la que adhiere la Dra. Andrea Meroi, y los Dres. Alberto Maurino, Jorge Peyrano y
Francisco Cecchini; en contra de su consagración, el Dr. Pedro Sobrero.
12
FURNO, Carlos, “Teoría de la prueba legal”, traducido por Sergio González Collado, Revista de Derecho
Privado, Madrid, 1954, pág. 76.
6
MISAEL E. ALBERTO
de norma expresa que así lo autorice, y menos aún de disposición que así lo prevea 13.
Opinión con la que parecería enrolarse José V. Acosta. 14
En la vereda de enfrente, es decir quienes consideran la necesidad de su
reglamentación legal, se encuentran Peyrano para quien “Conviene que se reglamente
legalmente de modo expreso y al modo italiano...”, dando razones de tal postura 15.
Cabe advertir que esta conclusión la sostuvo antes de la sanción legal en el orden
nacional. En igual tesitura: Angelina Ferryera de De la Rúa y Cristina González de la
Vega de Opl16.
En una postura que podríamos llamar ecléctica: Roland Arazi. No obstante,
como conclusión final, no considera superflua la mención legal, pues constituye un
llamado al juez para que ponga atención en tales conductas 17. También en una
orientación intermedia Carlos Fenochietto18 y Carlos Daniel Pastor19.
Por mi parte, considero que la valoración de la debe estar expresamente
consagrada en las leyes de rito. Las razones son diversas, pero, desde mi postura como
abogado, una previsión así evitaría que se dilaten maliciosamente los procesos con
chicanas sin sentido y se opere con corrección y coherencia a lo largo de todo el
procedimiento20.
Ello, además, por un doble motivo; por una parte, porque –a la larga- una
conducta obstructiva, maliciosa o incoherente obraría en contra de quien la lleve a
13
KIELMANOVICH, Jorge L., “Algo más acerca de la conducta procesal como prueba”, en J.A, Tomo IV,
1994, pág. 805.
14
ACOSTA, José V., “Visión jurisprudencial de la prueba civil”, Tomo II, Rubinzal-Culzoni Editores, Santa Fe,
1996, pág. 344.
15
PEYRANO, Jorge W., “Valor probatorio...”, citado en nota 9, pág. 1053.
16
FERREYRA DE DE LA RÚA, Angelina y GONZÁLEZ DE LA VEGA DE OPL, Cristina, “Interrogatorio
libre de las partes”, en J.A., T. III-1995, pág. 757, donde concluyen: “Creemos que es conveniente que se
consagre en los cuerpos formales una norma que en forma expresa y general atribuya al juez civil la facultad
para deducir argumentos de prueba de la conducta observadas por las partes durante el proceso...”
17
ARAZI, Roland, “La prueba en el proceso civil”, Ediciones La Roca, Bs. As., 1986, pág. 107.
18
FENOCHIETTO, Carlos E. “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación – Comentado, Anotado y
Concordado con los Códigos Provinciales”, 2ª edición actualizada y ampliada, T. 1, Astrea, Bs. As., 2001, p.
610.
19
PASTOR, Carlos D., “¿Constituye un verdadero acierto la regulación de la conducta procesal de las partes
como elemento de convicción?”, en Jurisprudencia Santafesina (J.S.), N° 44, Santa Fe, julio de 2001, Ed.
Panamericana, p. 11/19.
20
Bien se ha observado que con la figura en estudio “No se trata de formular consideraciones éticas que
impongan como castigo o premio determinadas admisiones, sino de conclusiones apoyadas en argumentos
lógicos: quien oculta por algo lo hace” del voto del Dr. Lugones en: Bauille, Francisco y O. c/ Fabris, Gentil;
C.Civ. y Com. Lomas de Zamora, Sala 2da., 18-6-92, J.A., 1992-III, pág. 323.
7
MISAEL E. ALBERTO
cabo con importantes derivaciones respecto de la suerte del juicio; y, por otra parte,
porque la regulación expresa actuaría como “principio” 21 o, mejor aún como regla
moral, que disuadiría a los contendientes en el pleito –y sus profesionales- a no
tentarse a cometer comportamientos contrarios a la buena fe, la lealtad y la probidad,
previniendo asimismo al deber moral de contribuir al esclarecimiento de la verdad y de
colaborar con el órgano jurisdiccional. Así nos convenceremos “de que a la larga
también en el proceso la honestidad termina por ser un buen negocio”, como con
admirable agudeza señalara Calamandrei22.
21
Al respecto ver sobre el “principio de autorresponsabilidad” que se imputa a quienes actúan en la jurisdicción,
FENOCHIETTO-ARAZI en “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación comentado y concordado con el
Código Procesal Civil y Comercial de Buenos Aires”, T. I, Astrea, Bs. As., 1985, p. 569/570.
22
CALAMANDREI, Piero, “El proceso como juego”, en “Estudios...”, Ob. cit., T. III, pág. 289.
23
Ver nota 10. La incorporación del 3er. párrafo al inc. 5 del art. 163 del C.P.C.N., tuvo a su vez como fuente el
párrafo segundo del artículo 116 del Código de Procedimiento Civil Italiano de 1940 (promulgado el 28-X-1940,
en vigor desde el 21-IV-1943) ubicado en el Libro Primero, Título V “De los poderes del juzgador”, que dice:
“Apreciación de las pruebas... El juzgador podrá inferir argumentos de prueba de las respuestas que las partes
den conforme al artículo siguiente (interrogatorio no formal), de su negativa injustificada a consentir las
inspecciones que haya ordenado y, en general, de la conducta de las propias partes en el proceso.” Traducción de
Niceto Alcalá Zamora y Castillo en “Sistema de Derecho Procesal Civil” de Francisco Carnelutti, Ed. UTEHA,
Bs. As., 1944, pág. 456.
8
MISAEL E. ALBERTO
MISAEL E. ALBERTO
30
Conf. KIELMANOVICH, Jorge L. “Algo más acerca de la conducta procesal como prueba”, cit. en nota 13, p.
804.
10
MISAEL E. ALBERTO
31
COUTURE, Eduardo J., “Fundamentos del derecho procesal civil”, tercera edición (póstuma), Depalma, Bs.
As. , 1987, pág. 218 y 219.
32
Conf. KIELMANOVICH, Jorge L., “Teoría de la prueba...”, Ob. cit., pág. 50.
33
CARNELUTTI, Francisco, “La prueba civil”, 2da. Edición, traducción de Nieto Alcalá Zamora y Castillo,
Depalma, Bs. As., 1982, pág. 195.
34
DEVIS ECHANDÍA, Hernando, “Teoría general de la prueba judicial”, Tomo I, Víctor P. de Zavalía Ed., Bs.
As., 1981, pág. 273.
35
CARNELUTTI, Francisco, Ibídem.
36
Conf. KIELMANOVICH, Jorge, “La conducta procesal de las partes como prueba en el proceso civil”, en
L.L., T. 1985-B, Secc. Doctrina, pág. 1024.
37
También conductas anteriores al proceso dejan vestigios y pueden ser “objeto de prueba” en muchos
supuestos, por ejemplo la prodigalidad, la toxicomanía o ebriedad consuetudinaria, etc.
11
MISAEL E. ALBERTO
mientras que la conducta en concreto, como hecho perceptible, puede erigirse como
“fuente” de prueba la que, como tal, debe infiltrarse al proceso a través de los medios
que brinda y reglamenta la ley. Ocurrido este “proceso” será apreciado por el juzgador
bajo la sana crítica.
Existe consenso generalizado, según prestigiosas opiniones doctrinarias, en
sostener que la conducta de las partes, luego de abierta la instancia, deja una huella,
surco, rastro o marca a lo largo de todo el desarrollo del proceso, que puede ser
percibido o aprehendido por el juez.
Según la moderna concepción del proceso civil son objeto de prueba los hechos
o la inexistencia de ellos y si concebimos a éstos [hechos] como a “todos aquéllos
sucesos o acontecimientos externos o internos susceptibles de percepción o
deducción”38, podemos concluir que el comportamiento de las partes, durante el curso
de la instancia, se incrusta perfectamente dentro de ese dilatado concepto de hechos
objeto de prueba, cuya aprehención o apreciación la puede efectuar el propio
magistrado. En tal sentido, bien afirma Peyrano -citando a Furno- “la conducta en
juicio es un hecho de existencia indudable en cuanto percibido directamente por el
juez”39.
Sentado entonces que la conducta puede ser objeto de prueba y partiendo del
concepto de indicio que nos brinda Alsina como “todo rastro, vestigio, huella,
circunstancia y en general, todo hecho conocido o, mejor dicho, debidamente
comprobado, susceptible de llevarnos por vía de inferencia al conocimiento de otro
hecho desconocido”40, a través de una operación lógica basada en normas generales de
la experiencia o en principios científicos o técnicos especiales 41, se puede colegir que
la conducta desplegada por las partes durante el proceso es fuente de prueba indiciaria,
es decir como hecho que prueba otro hecho. De allí que se hable del amplio género del
38
PALACIO, Lino E., “Derecho procesal civil”, Tomo IV, Ed. Abeledo-Perrot, Bs. As., 1977, pág. 343.
39
PEYRANO, Jorge W., “Valor probatorio...”, cit. en nota 9, pág. 1050. En tal sentido, C.N.Civ., Sala A,
21.09.56, “Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires –en liquidación- c/ Municipalidad de la
Capital”, L.L. 84-556, donde se considera que “... la evidente evasiva sancionable y más que sancionable,
compulsable, debe ser reputada como hecho del proceso” (el remarcado me corresponde).
40
ALSINA, Hugo, “Tratado teórico práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial”, 2da. Edición, Tomo III,
Ediar S.A. editores, Bs. As., 1961, pág. 683.
41
Conf. DE SANTO, Víctor, “Prueba de indicios”, en “Diccionario de Derecho Procesal”, 2da. Edición, Edit.
Universidad, Bs. As., 1995, pág. 311.
12
MISAEL E. ALBERTO
MISAEL E. ALBERTO
artículo 226, con la expresa mención que constituía “indicio” (en especial propuestas de los Dres. J. Peyrano y
F. Cecchini y Dra. A. García).
48
El C.P.C.C. de Santa Fe, es uno de los pocos códigos que regula al indicio como medio de prueba. Otro que lo
regula es el C.P.C.C. de Córdoba (art. 344 a 346).
49
KIELMANOVICH, Jorge L., “Teoría de la prueba...”, Ob. cit., pág. 504.
14
MISAEL E. ALBERTO
En concreto, dejando de lado que resulta inviable invocarla cuando es obra del
ejercicio de un derecho o prerrogativa procesal, la conducta desarrollada por las partes
en un proceso tiene límites y no puede ser llevada a su aplicación extrema o excesiva
por parte de los jueces, ya que como sabemos nuestro sistema procesal civil es un
método de debate dialéctico, en el que las partes enfrentadas –en rigor los abogados de
éstas- muchas veces ensimismados por el fragor en la defensa de sus intereses,
desarrollan conductas o estrategias que no se condicen con un ideal ético elevado 50.
Por ello, esta figura tiene que manejarse con mucho cuidado y “los magistrados deben
ser aparte de prudentes (como habitualmente lo son) también extremosos en orden a
verificar si corresponde aplicar la doctrina del valor probatorio de la conducta...”,
sobre todo cuando se postulan aplicaciones livianas o excesivas. 51
MISAEL E. ALBERTO
MISAEL E. ALBERTO
55
PALACIO, Lino E., “Estudio de la reforma procesal civil y comercial –ley N° 22.434-“, 2da. Edición,
Abeledo-Perrot, Bs. As. 1982, pág. 209.
56
GOZAÍNI, Osvaldo A. “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación Comentado y Anotado”, 1ª Edición,
T. I, Ed. La Ley, Bs. As., 2002, pág. 417. Sostiene que “ni las presunciones ni los indicios pueden fundar por sí
una sentencia, porque son elementos corroborantes”.
57
KIELMANOVICH, Jorge L., “La conducta procesal de las partes como prueba...”, cit. en nota 36, pág.
1028/29.
17
MISAEL E. ALBERTO
58
PEYRANO, Jorge W., “Fuerza probatoria de la conducta en juicio” en “El proceso atípico”, primera parte,
Editorial Universidad, Bs. As., 1983, pág. 77 a 88.
59
PEYRANO, Jorge W, “A fuer de ser sinceros....”, cit. en nota 43, pág. 848.
60
KIELMANOVICH, Jorge L., “La conducta procesal de las partes como prueba...”, cit. nota 36, pág. 1031.
Postura a la que “suscribe sin hesitaciones y sin reservas” Jorge Peyrano en “A fuer de ser sinceros...” Ibídem.
61
MERCADÉ, Amílcar A. “La jurisdicción y la prueba...”, cit. en nota 25, L.L. T.23-135.
62
Cam. Civ. 2ª de la Capital, 14.08.1945, “Medina Onrubia de Botana, Salvadora c/ Salgado, Juan –suc.”, L.L. t.
39, pág. 735.
18
MISAEL E. ALBERTO
63
ALSINA, Hugo “Tratado...”, ob. cit., T. III, pág. 303.
64
Conf. PEYRANO, Jorge W., “Notas sobre la prueba compuesta” en “El proceso atípico”, Parte Tercera,
Editorial Universidad, Bs. As. 1985, pág. 135.
65
Conf. MORELLO, Augusto M. “La prueba – Tenencias Modernas”, Ob. cit., pág. 125
19
MISAEL E. ALBERTO
con otras pruebas producidas que posean idéntica fuerza, apunten a acreditar el mismo
hecho controvertido.
MISAEL E. ALBERTO
MISAEL E. ALBERTO
VI.- CONCLUSIONES
70
No es ninguna novedad observar la escasa, casi nula, significación que se da al alegato por parte de los
profesionales de la abogacía. Más aún, se observa en numerosos precedentes jurisprudenciales que lo que se
pudo alegar luego se invoca como “agravio” para fundar una apelación, siendo ya tarde. También es una realidad
la poca atención –podríamos decir en la mayoría de los casos inexistente- que los jueces prestan a dicho acto, los
que prácticamente ni se leen.
22
MISAEL E. ALBERTO
3) Hay que ser cautos en su aplicación pues cuenta con límites precisos y claros, como
asimismo los defensores de las partes deberán evitar su alegación desmedida o
exacerbada.
4) Su aplicación puede resultar oficiosa por el juez o ser invocada por la parte en
oportunidad de informar <<alegar>> sobre las pruebas producidas, dentro de las cuales
estará incluida la “huella” que deja el comportamiento de parte.