Está en la página 1de 3

Un símbolo de la medicina universal

Daniel Alcides Carrión García: mártir de la medicina


peruana

La figura de Daniel Alcides Carrión ha


cobrado notoriedad en los últimos meses
debido a los casos de bartonelosis que
han aparecido en distintas zonas del
país. Carrión dedicó todos sus esfuerzos
a investigar esta enfermedad, producida
por los efectos de la picadura del zancudo Lutzomyia sp,
también conocido como titira. Murió en el transcurso de su
investigación.

Daniel Alcides Carrión nació en la ciudad de Cerro de Pasco el 13


de agosto de 1857. Sus padres fueron don Baltazar Carrión,
abogado y médico en la Universidad de Guayaquil, y doña Dolores
García Navarro, peruana, oriunda de Quillacocha, en Cerro de
Pasco.

Carrión realizó sus estudios primarios en la Escuela Municipal de


Cerro de Pasco, pero la muerte accidental y trágica de su padre lo
dejó huérfano a la edad de 8 años, obligándolo a continuar sus
estudios en la ciudad de Tarma y a permanecer bajo el cuidado de
un familiar de su madre.

A los 14 años de edad se trasladó a la ciudad de Lima. Cursó la


secundaria en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe y en 1878
inició sus estudios universitarios en los viejos claustros de la
Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos.

Las dificultades producidas por la Guerra del Pacífico,


enfrentamiento bélico entre los países hermanos de Chile y Perú
que duró hasta 1883, originó que Carrión se enrolara en el ejército
como practicante de medicina. Participó en la Batalla de Miraflores,
donde puso a prueba toda la experiencia ganada en los hospitales
Dos de Mayo, San Bartolomé, Maisón de Santé y Lazareto.
Terminada la guerra, reanudó sus estudios en la Universidad de
San Marcos y sus prácticas en el Hospital Dos de Mayo.

Sacrificio por vocación

Por esas épocas, Carrión sintió una honda inquietud por conocer
dos enfermedades características de algunos valles centrales
peruanos. Una de ellas era conocida con el nombre de fiebre de La
Oroya y se caracterizaba por una fiebre y anemia progresiva que,
pese al tratamiento que se efectuaba en la época, tenía una
letalidad cercana al 100%. El otro proceso se conocía como
verruga peruana y tenía igual distribución geográfica, pero su
evolución era benigna tras la súbita aparición de nódulos cutáneos
y escasos síntomas generales.

En esos años se consideraba que ambos cuadros clínicos tenían


diferente etiología, pero Carrión, tras estudiar minuciosamente el
problema y llevado por una intuición genial, afirmó que ambos
procesos eran manifestaciones distintas de una misma enfermedad.
Debido a que ambos cuadros solo se producen en el hombre, la
única manera de demostrar su hipótesis era usando voluntarios
humanos.

Llevado por su espíritu de investigación, no vaciló en inyectarse


sangre extraída directamente de las verrugas de la enferma
Carmen Paredes, interna de la Sala de las Mercedes (hoy Daniel A.
Carrión) del Hospital Dos de Mayo. El 27 de agosto de 1885 solicitó
al doctor Evaristo M. Chávez que le hiciera la inoculación.

A los 21 días sintió los primeros síntomas de la fiebre de La Oroya,


que continuó con su evolución característica. Carrión escribió
personalmente su historia clínica hasta el 26 de setiembre, día en
que, agobiado por la fiebre y por la anemia, entró en delirio. A
solicitud suya, sus compañeros continuaron con el trascendente
documento clínico que en forma heroica había iniciado.

Su muerte se produjo el 5 de octubre de 1885, fecha que es


recordada como el Día de la Medicina Peruana. Es indudable que la
experiencia científica de Carrión aclaró el enigma de la fiebre de La
Oroya y dejó sentada la unidad de este fenómeno patológico: la
anemia grave y la forma eruptiva son dos expresiones de una
misma entidad.

También podría gustarte