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CONGREGACIÓN DE LA MISION – PADRES PAULES

PROVINCIA DE COLOMBIA – REGIÓN VENEZUELA


FORMACIÓN PERMANENTE 2019
EL LLAMADO A LA SANTIDAD EN EL CARISMA VICENTINO

IMPLICACIONES DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA


GAUDETE ET EXSULTATE EN EL CARISMA VICENTINO

Contextualización – síntesis – propuestas


Nuestro camino vocacional – nuestro itinerario misionero – nuestro camino de santidad

1. LA SANTIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL

Acercarnos a “la santidad en san Vicente de Paúl”, en primer lugar, nos da libertad para abordar el tema,
bien de su santidad personal,o desde las ideas que él tenía sobre la santidad, evitando el peligro de
separar persona, vida y pensamiento; yen segundo lugar, porque muy seguramente en estos tiempos
comulgamos más con la palabra santidad que con la palabraperfección.
1.1.LOS IDEALES TERRENOS Y LA SANTIDAD
La santidad de Vicente de Paúl no fue fruto de una conversión en sentido de ruptura, sino la evolución
natural de su piedad juvenil. En primer lugar, porque la vocación no era considerada por los
contemporáneos del joven Vicente de la misma manera que hoy día. En la primera mitad del siglo XVII se
pensaba que para tener vocación bastaba desear ser sacerdote, ya que el sacerdocio es el más grande
de los ministerios que puede ejercer un hombre y, por ello, quererlo es lo mejor que se puede desear. Es
la idea que propagará san Francisco de Sales, y es la idea que defendía san Vicente hasta 1636, cuando
le convence más la idea del Oratorio de Bérulle de que la vocación personal es una llamada de Dios.
Vicente de Paúl hacia 1635, cuando ya da evidentes signos de santidad aún sigue fundamentando la
vocación más en la razón que en la llamada.Pero, en cierto modo, tampoco parece un disparate en la
actualidad, pues no se puede admitir que la respuesta a la llamada divina tenga que ser una respuesta
desencarnada; al contrario, la respuesta vocacional encierra una motivación personal y social convertida
en mediación divina. No cabe duda que hay “vocaciones” que son llamadas explícitas de Dios a
determinadas personas, tal como lo hizo a Moisés, a los Apóstoles o a san Pablo y Matías. Igualmente
hay llamadas a una persona concreta para entrar en una determinada Institución Religiosa, como aparece
en la vida de algunos santos. Pero no se olvide que lo más natural es que Dios manifieste su voluntad a
través de la naturaleza creada por Él para que cada hombre extienda el Reino de Dios, le dé gloria y
encuentre su felicidad. La manifestación del llamamiento divino no está expresada claramente y al hombre
puede quedarle alguna duda de cuál sea en concreto la voluntad de Dios. De ahí que esta llamada divina
admita diversas respuestas humanas. Dios respeta la capacidad de iniciativa racional de la libertad del
hombre. Vicente dio una respuesta desde su situación y desde la situación del mundo. Era una respuesta
racional, de acuerdo con el modo de pensar de entonces, sabiendo a qué se comprometía y con la
decisión de cumplir las obligaciones que entrañaba la vocación elegida de ser sacerdote. Y Dios admitió
como buena esta respuesta positiva, porque en ese género de vida, de acuerdo con las situaciones
personales, familiares y sociales, podría darse el encuentro entre el hombre terreno y el Dios santo,
podría encontrar la santidad.

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No se puede aplicar al campesino del suroeste francés la situación social y económica que los
historiadores aplican a los campesinos del resto de Francia. El País Vasco, el Bearnés, Guyena y
Gascuña eran Países de Estado con Parlamento, administración y tributación autónomos que habían
creado un campesinado propietario de sus tierras sin que apenas hubiera arrendatarios. La familia de
Paúl no era pobre, aunque sí pauperable, como todo campesino, en tiempos de guerra o malas cosechas.
Por parte de su madre, parece que los Moras eran burgueses y Señores de Peyroux, a 20kms. alsur de
Dax, con una serie de derechos sobre los habitantes y tierras del pueblo, como la justicia, el orden, la
imposición de su horno, molino, lagar, etc., por los que recibían tributos y rentas, al tiempo que se
liberaban de muchos impuestos. Parece también que varios hermanos de su madre eran abogados y
funcionarios y que alguien de la familia Moras, acaso los abuelos de Vicente de Paúl, tenía casa en el
pueblo de Puy, como residencia permanente o para pasar algunas emporadas.
Por parte de su padre, los Paúl eran campesinos fuertes, con tierras, bosque y ganado en Puy y en otras
partes cercanas a Dax, como en el pueblo de Saint-Paul. Al ser una familia de funcionarios, burgueses y
campesinos pudientes, se supone que tenía influencias en el entramado social. Por eso se puede decir
que Vicente de Paúl pertenecía a una familia capacitada y autorizada por la costumbre y la mentalidad
social de la época para aspirar a más, para medrar en la escala social y eclesial sin contradecir a la
santidad. Así lo vemos igualmente en las familias de Saint-Cyran, Bérulle, Francisco de Sales, Arnauld,
Marillac, Attichy, etc. Y así lo pretendieron san Vicente y santa Luisa para el hijo de ésta, Miguel Le Gras.
Esta costumbre únicamente era realizable para las familias que podían tener influencia en la colación de
beneficios clericales que pertenecían al rey, a los nobles, a la alta burguesía o al alto clero. Y si era
realizable, quiere decir que se consideraba normal. Añadamos que lo corriente en aquel siglo era que los
segundones de estas familias entraran en la administración pública, en los conventos o en el estado
clerical. Ninguna de estas aspiraciones se oponía directamente a la búsqueda de la santidad, porque
entonces era impensable la separación de mundo y trascendencia. La sociedad francesa era de tipo
sacral; lo sagrado lo impregnaba todo y no había distinción entre social, político y religioso, como puede
verse en las llamadas Guerras de Religión y en las personas que llegaron a santas y que, desde niños,
habían sido entregadas a los conventos o a la Iglesia como abades, abadesas, obispos o sencillos frailes,
monjas y sacerdotes. A finales del siglo XVI, tener o no tener vocación dependía generalmente del
beneficio familiar y de las necesidades de la Iglesia. Santo Tomás y el Concilio de Trento tan sólo le piden
al sacerdote moralidad de vida y ciencia para desempeñar su ministerio’. La noción de una vocación
personal fue una novedad en la Francia del siglo XVII introducida por Bérulle, Olier, Bourdoise y los
oratorianos, sulpicianos y sacerdotes de San Nicolás de Chardonnet.
La familia Paúl-Moras, a iniciativa del señor Comet, -emparentado colateralmente con los Moras- escogió,
con el asentimiento de Vicente, el estado clerical. ¿Por qué? Por un lado, porque le consideraron con
capacidad suficiente para llevar los estudios eclesiásticos y llegar alto en la Iglesia. Cuando, a los quince
años, fue a estudiar al colegio de Dax, pasó de golpe tres cursos y en sólo dos años se preparó para
estudiar teología, además de considerársele con aptitud para ser preceptor de los hijos del juez Comet. Lo
cual supone que de niño, aunque guardara el ganado, tuvo profesor particular, bien en su casa, bien, y es
lo más probable, en las temporadas que pasaba en casa de sus abuelos maternos. Y por otro lado,
porque vieron en él cualidades piadosas. A pesar de aparecer en el futuro con un carácter sombrío, duro y
brusco, tenía un temperamento afectivo y compasivo: devoción infantil a la Virgen, limosnas de puñados
de harina o de 10 sueldos a los pobres, lágrimas cuando a sus veinte años y recién ordenado sacerdote
va a Roma y ve la tumba de los apóstoles, llanto cuando visita a sus parientes y renuncia a ayudarlos

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económicamente. Años más tarde exclamará: “¿Piensa usted que no quiero a mis parientes? Les tengo
todos los sentimientos de ternura y de cariño que otro cualquiera puede tener por los suyos, y este amor
natural me apremia bastante para que les ayude”. Era un joven bueno que pensaba cumplir con las
obligacionessacerdotales y también, sin duda, buscar el bienestar material que, para la gente de
entonces, no se oponía a una vida sincera de sacerdote, como tampoco hoy día se opone a la santidad el
deseo de familias buenas de que sus hijos estudien, se gradúen y aspiren a puestos de relieve en la
sociedad y en la Iglesia.
Parece que san Vicente no oponía la santidad al deseo de progresar en la sociedad y en la Iglesia. Da la
sensación de que san Vicente consideraba este anhelo humano como el resultado de una programación
que hubiese hecho Dios al crear el universo y, de acuerdo con la naturaleza, quedase programado en el
hombre el amor propio, la responsabilidad y la lucha por la felicidad personal, como si la santidad no fuera
nada más que vivir según la naturaleza humana programada por Dios, cumpliendo, así, su voluntad.
1.2.SANTIDAD Y LA VOLUNTAD DE DIOS
Porque cumplir la voluntad de Dios entraba de lleno en el concepto de santidad que tenía Vicente de Paúl,
y que en el fondo es admitido también en la actualidad. Un día le escribió a santa Luisa: “¡Qué poco se
necesita para ser santa: hacer en todo la voluntad de Dios!. Cuando el santo comenzó a dirigirla, la
machaca con la idea de cumplir la voluntad de Dios, para que él y ella tengan siempre un mismo querer y
no-querer con Dios,pueses el fin al que han tendido los santos y sin ello nadie puede ser feliz, hasta
declararle ella que había sido él quien le había enseñado a amar la voluntad de Dios tan justa y
misericordiosa.Es cosa natural, por lo tanto, que ella, su mejor discípula, la señorita Le Gras, dijera a una
señora que la santidad consistía en launión de la voluntad del hombre con la de nuestro buen Dios, porque
también san Vicente declaraba rotundamente que la santidad consistía en hacer siempre y en todo la
voluntad de Dios, hasta tal punto que su voluntadyla nuestra no sean nada más que una.
Y ésta era también la idea de todos los espirituales de entonces. Ante tantas calamidades, guerras y
enfermedades de origen desconocido contra las cuales los hombres y la ciencia se sentían impotentes,
aquella gente religiosa se lo atribuía al querer de Dios; la gente consideraba el mundo dirigido por la
Voluntad divina que por medio de su Providencia actuaba castigando con guerras y catástrofes naturales
o premiando con la paz y las buenas cosechas. Al hombre, arrepentido o agradecido, sólo le tocaba
aceptar el beneplácito divino” sinadelantarse a su providencia.Algunas veces san Vicente añade
expresiones espirituales más místicas, identificando el querer de Dios con su amor benevolente al mundo,
pero en el fondo nunca abandonó la interpretación ascética de permanecer ante el querer de Dios
comolos soldados a las órdenes de los mandos o como los mulos ante su amo.
Se podrá objetar que eso no es santidad, que cumplir la voluntad de Dios de este modo es un
determinismo que lleva a considerar a Dios un déspota que exige a los hombres una obediencia ciega,
anula la libertad humana y convierte al hombre en un autómata y a la divinidad en Deus ex machina’.Pero
guste o no guste, hay que admitir que aquellos espirituales, incluido san Vicente, intentaban ser santos
movidos por esta mentalidad. Aunque ciertamente Vicente de Paúl, hombre práctico más que teórico, que
se guiaba más por la experiencia espiritual que por una ideología, en la vida ordinaria humanizaba la
doctrina. Para él el problema no está en cumplir la voluntad de Dios, que hay que cumplirla siempre, sino
en saber cuál es la voluntad de Dios y dónde está.
Es así como san Vicente hace de cada suceso una experiencia espiritual, y concluye que es la razón del
hombre la que descubre la voluntad divina que, a su vez, atrae a la voluntad humana a su cumplimiento,
implicando de este modo, para alcanzar la santidad, a la libertad humana, hasta tal punto que, al ser el

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hombre de buena voluntad quien discierne lo que es voluntad de Dios, es él el que decide y ejerce su
voluntad, convencido, eso sí, de caminar de acuerdo con la voluntad divina.
Entonces, ¿quién cumple la voluntad de quien? La respuesta puede ser discutida, pero no se olvide que
algunos historiadores, al considerar la fundación de las Caridades, la Congregación de la Misión, las Hijas
de la Caridad, los ejercicios a ordenandos o las Conferencias de los martes como el resultado inmediato
de un acontecimiento, han concluido que para san Vicente la Voluntad de Dios se confunde con la
experiencia vivida en los sucesos.
1.3.LA SANTIDAD SACERDOTAL
El Concilio de Trento fue admitido en Francia por el gobierno y el clero 14 y 15 años después de
ordenarse san Vicente y Abelly escribió laVidadespués de la reforma llevada a cabo por los muchos y
buenos reformadores del clero, entre ellos el mismo Vicente de Paúl ya santo. Pero a principios del siglo
era frecuente ordenarse de cura sin tener la edad canónica, de tal manera que la irregularidad de
ordenarse a los 20 se había convertido en norma regular con la condición de pedir luego la dispensa a
Roma. Coste cita una carta de la Secretaría de Estado al nuncio de Paris extrañándose del gran número
de sacerdotes franceses ordenados antes de la edad canónica y que pedían regular su situación: Uno de
los motivos, si no el único, por los que Vicente fue a Roma, meses después de ordenarse, seguramente
fue el de arreglar su situación. Y seguramente que para el joven sacerdote Vicente no fue un trauma ni un
pecado. La norma había sido modificada por la costumbre, con tal de acudir luego a Roma. Y así en una
conferencia a los misioneros en 1642, expresa, como lo más natural, “la idea de enviar a Roma a los que
no tuviesen la edad para ser sacerdotes y obtener de Su Santidad el poder ordenarse antes de la edad”.
De la carta que escribirá años más tarde al canónigo de San Martín, diciéndole que “si hubiera sabido lo
que era el sacerdocio, cuando tuvo la temeridad de entrar en ese estado, como lo supo más tarde,
hubiera preferido quedarse a labrar la tierra”, nada se infiere contra el modo de entrar, sino contra la
temeridad de ser sacerdote por la grandeza y santidad de su naturaleza y ministerios que le había
descubierto Bérulle; así se lo escribía a un abogado un año antes de morir: “Y está tan metido en mí este
sentimiento que, si no fuera ya sacerdote, no lo sería jamás”.
1.4.LA SANTIDAD MINISTERIAL
Nada más ser ordenado sacerdote, intentó ser párroco de Tihl, una parroquia cercana a su pueblo natal.
No lo logró, pero lo intentó. Y no se concluya que era para vivir cómodamente de sus rentas.
Queúnicamentefuera por ese fin, es una afirmación gratuita. Cuando más tarde fue nombrado párroco en
Clichy y en Chátillon, lo fue de verdad.
Es cierto que ordenado sacerdote estuvo once años sin cura de almas. Era lo común entonces y no
escandalizaba a nadie. Hacia 1600, año de la ordenación de Vicente de Paúl, para 18 millones de
habitantes había en Francia alrededor 100.000 sacerdotes seculares y otros cien mil regulares. Los
sacerdotes con cura de almas eran una minoría. La mayoría buscaba ocupación como sustitutos
temporales, parecidos a muchos trabajadores actuales con contrato temporal. Todos los curas querían
tener cura de almas, pues no se olvide que la cura de almas era un beneficio con remuneración muy
apetecida, y quien lo lograba era un agraciado con buenas aldabas. Muchos sacerdotes una vez logrados
algunos beneficios se retiraban a su país natal para vivir de su patrimonio. Esta costumbre absorbía los
excedentes sacerdotales, dedicándoles a funciones pastorales secundarias. Lo que debemos evitar es un
doble anacronismo: Uno, considerar el sacerdocio con mentalidad moderna, creyendo que todo el clero
del siglo XVII conocía y vivía el ideal sacerdotal defendido por Bérulle, san Vicente en su edad madura y
otros reformadores, cuando los católicos se habían acostumbrado a considerar el sacerdocio como una

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institución social más que un sacramento de salvación. Y otro, catalogar la noción de santidad de
entonces con mentalidad del siglo XXI.
1.5.EN LOS CÍRCULOS ESPIRITUALES DE PARIS
A finales de 1608 llega a París. Parece que después de terminar sus estudios en Toulouse estuvo en
Roma y, según cuenta él, dos años cautivo en Túnez. Aunque algunos biógrafos lo han puesto en duda,
El P. Benito Martínez lo admite por la única razón de que una aventura tan descabellada no podía contarla
como cierta nada menos que a un juez y abogado de Dax, que podía verificarlo con bastante probabilidad.
Vicente ya tenía 27 años cuando lo escribió y sabía lo que escribía. Era un hombre hecho y derecho, con
una personalidad madura, en una época en que la precocidad era mucho mayor que en la actualidad. En
las cartas que envió al señor de Comet no parece que Vicente considerara su cautividad como un castigo
de Dios por su mala vida o por haber usurpado el sacerdocio. Él se presenta como un sacerdote bueno,
que quiere vivir bien su vida sacerdotal, aunque al estilo de entonces, y este trance doloroso pudo lograr
avivar más la devoción sacerdotal que guardaba dentro de él.
En París, hacia 1602, comenzaban a bullir círculos de espiritualidad. Uno de los más famosos era el que
se reunía en el palacio de Bárbara Juana Avrillot, esposa de Pedro Acarie; de ahí el nombre por el que se
la conocía, señora Acarie y, una vez viuda y haber profesado en las carmelitas, por María de la
Encarnación (beata). Círculo frecuentado por su primo Pedro Bérulle, Andrés Duval, Ángel de Joygeuse,
Benito de Canfield, Miguel de Marillac, la marquesa de Maignelay, perteneciente a la familia Gondi, y otros
espirituales. Todos ellos seguían las inspiraciones del cartujo domBaucousin y la espiritualidad
renanoflamenca a través de laPerla evangélica,elBreve compendiode Isabel Bellinzaga (Gagliardi), de
laRegla de Perfecciónde Benito de Canfield y de los escritos de santa Catalina de Génova. La mayoría de
ellos leía también los escritos de santa Teresa de Jesús, y algunos, los de san Juan de la Cruz. Por lo que
sucedió meses más tarde, Vicente de Paúl tomó contacto con esos espirituales al poco de llegar a París
bien porque él buscaba directamente la santidad o porque ellos descubrieron en aquel joven sacerdote
ansias de santidad y le invitaron a sus reuniones. Todos ellos buscaban la santidadcomo decía Bérulle,
-ladivinización- a través de la oración contemplativa y el desprendimiento.
Con estos espirituales comenzó a relacionarse Vicente de Paúl al llegar a París, contagiándose de su
espiritualidad de tal manera que sólo un año antes de morir dirá a los misioneros: “¿Qué es la santidad?
Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo tiempo el amor y la unión con
su divina voluntad… es romper el afecto a las cosas terrenas y unirse con Dios”. Sacerdote bueno,
también él se dio a la oración y al desprendimiento personal en busca de la santidad. Puede parecer que
esta afirmación no esté muy de acuerdo con la carta que envió dos años más tarde a su madre en la que
presenta una serie de ambiciones materiales que no respiran desprendimiento. Tal como lo pensamos
nosotros en el siglo XXI, no; tal como lo pensaban aquellos espirituales de comienzos del siglo XVII, sí.
1.6.DESPRENDIMIENTO
Hay que tener presente que las categorías sociales de aquella época eran consideradas como queridas
por Dios, y todos los hombres debían intentar ascender en la escala social por medios lícitos. Se sentía
una obligación hacer fructificar los talentos que Dios daba a cada hombre para escalar o comprar puestos
en la pirámide social. Todo ello estaba admitido por la corte, la sociedad y la Iglesia, y hasta
reglamentado. A quienes llegaban a los puestos de la nobleza, alcanzados o comprados, se les asignaba
el título denobles de toga.Un año antes que san Vicente escribiera la carta a su madre, san Francisco de
Sales publicaba la Introducción a la vida devota, como una conclusión a la que había llegado desde que
aparecieron la Devoción moderna y los Ejercicios de san Ignacio de Loyola para presentar la santidad en

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todos los estados sociales. Idea resaltada más firmemente aun por los hugonotes al defender que el éxito
económico y social en esta vida son signo de estarpredestinadopor Dios a la salvación eterna.
El desprendimiento que propugna la espiritualidad renano-flamenca es el desprendimiento interior,en
especial del amor propio, el anonadamiento interior en cualquier estado social. Y san Vicente comenzaba
a adquirirlo cuando fue acusado de robo y su única defensa fue decir Dios sabe la verdad.No fue ese lance
el comienzo de una conversión, era el avance continuo y natural en el camino de la santidad, por el que
ya caminaba desde joven. Ni por un momento parece que se le ocurriera decir que un muchacho le había
llevado la botica, y aceptó la calumnia como un desprendimiento interior. Cuando el juez de Sore lo
denigró delante de Bérulle y sus amigos, san Vicente estaba entre espirituales que comprendían y
aconsejaban esa postura.
Otro aspecto de santidad que siempre ha estado presente en la humanidad, incluido el cristianismo: el
rechazo o desprendimiento del mundo. Hasta el Concilio Vaticano II, se puede decir que en general la
espiritualidad cristiana tenía de la creación una visión dualista de origen neoplatónico transmitida por el
agustinismo: alma y cuerpo, pasiones y virtudes, natural y sobrenatural, mundo y Dios, etc. y, aunque la
teología ha recordado quelo sobrenatural no anula ni sustituye ni disminuye lo natural, sino que supone la
naturaleza, la cura, la perfecciona y la eleva. Se defendía que la santidad es algo sobrenatural, y que
cuanto más se vive lo natural, menos sobrenatural es una persona. Ya desde los padres del desierto y los
orígenes del monacato, se consideraba la santidad como el alejamiento y aun el desprecio del mundo,
arrastrando a muchos hombres y mujeres a los monasterios y conventos. La Iglesia ayudaba a las
religiosas a desprenderse del mundo por medio de la clausura de grandes muros y fuertes verjas. Cierto
que no se puede negar que la ascesis y la mortificación están en el evangelio y ningún cristiano puede
rechazarlas; son expresión común de toda vida espiritual, hasta llegar a formar en aquellos años uno de
los puntales de cualquier vida espiritual. El mismo san Vicente las aceptaba como parte del evangelio y se
las exponía a santa Luisa como el plan de vida espiritual que debían llevar las jóvenes que empezaban a
ser Hijas de la Caridad: “Dígales en qué consisten las virtudes sólidas, especialmente la de la
mortificación interior y exterior de nuestro juicio, de nuestra voluntad, de los recuerdos, (de la vista, del
oído, del habla y de los demás sentidos; de los afectos que tenemos a las cosas malas, a las inútiles y
también a las buenas)”.
Siguiendo el dualismo corriente y cierto pesimismo agustiniano propio de la época, San Vicente, sin
acercarse al calvinismo ni llegar al jansenismo, también estaba convencido de que la naturaleza era mala
y llevaba al pecado: “Pues mirad, —decía a las Hermanas— lo mismo pasa con la vida de los hombres
que han salido de la masa corrompida del mundo para servir a Dios. Es una vida que no va según la
naturaleza, porque… seguir la naturaleza es ir hacia abajo. Por eso no cuesta ningún esfuerzo, dado que
es como la corriente de agua que nos inclina a esas cosas… Si no seguimos mortificándonos
continuamente y yendo contra nuestras inclinaciones, si dejamos a nuestros ojos en libertad para que
miren todo lo que se presenta, evitando sobre todo mirar a un hombre en la cara —no hay que hacer eso
nunca, a no ser por necesidad—, inmediatamente nos disipamos y vamos hacia abajo”.
Así el desprendimiento del mundo se equiparaba a la santidad, dando a los religiosos el apelativo de vivir
en unestado de perfección,como si la santidad fuera propia de los religiosos. Aparentemente también san
Vicente lo admitía y decía: de las dos clases de personas que hay en el mundo, “unas están en sus
ocupaciones y no se preocupan nada más que del cuidado de su familia y de la observancia de los
mandamientos; las otras son aquellas a las que Dios llama al estado de perfección, como los religiosos de
todas las órdenes y también aquellos que Él pone en comunidades, como las Hijas de la Caridad, que…

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no dejan de estar en este estado de perfección, si son verdaderas Hijas de la Caridad”. Aparentemente
porque años más tarde retocará esta mentalidad: “Del religioso se dice que está en estado de perfección,
no que sea perfecto; pues hay que establecer una diferencia entre estado de perfección y ser perfecto;…
aunque el religioso haya hecho lo que dijo nuestro Señor, esto es, vender todos los bienes y dárselos a
los pobres, si ustedes quieren, no por eso es perfecto, aunque esté en el estado de perfección”.
¿Qué es entonces la santidad? —se preguntaba san Vicente— Y respondía: “Es el desprendimiento y la
separación de las cosas (de la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad.
En esto me parece a mí que consiste la santidad. Si uno de los dos extremos de la santidad es el
desprendimiento del mundo, el otro extremo es la unión con Dios por medio de la contemplación infusa.
Esta mentalidad llevó a mucha gente a dedicarse a la oración en busca de la contemplación y a identificar
oración contemplativa con santidad y el fiado de santidad con la altura de la contemplación. Aunque no lo
diga con plena claridad, también san Vicente lo indica en la conferencia que dio a las Hermanas el 31 de
mayo de 1648, y se lo sugiere a un misionero: “Ya sabe usted, padre, que aunque la vida contemplativa
es más perfecta que la activa, no lo es más que aquella que comprende a la vez la contemplación y la
acción, como es la suya, gracias a Dios”.
1.7.LAS CULTURAS SOCIALES Y LA SANTIDAD
Carlos du Fresne o Antonio Le Clerc de la Forét lograron para Vicente de Paúl un puesto de Capellán de
la Reina repudiada Margarita de Valois (Margot), los espirituales que acudían al Círculo Acarie, tenían
influencias entre los nobles, para bien y para mal. Todo indica que a finales de 1609 o principios de 1610
el sacerdote Vicente de Paúl era considerado un sacerdote que buscaba a Dios; y los datos posteriores
nos indican que se había dado a la oración bajo la dirección de Bérulle. En 1611 hizo los Ejercicios en el
Oratorio y, aunque no se hizo oratoriano, Bérulle le consideró digno de sustituir al párroco de Clichy,
Bourgoing, que entraba en el Oratorio. Y sin que renunciara a la parroquia de Clichy, por influencia de
Bérulle fue nombrado al año siguiente preceptor de la familia Gondi. Sin contar que ya era abad de la
abadía de San Leonardo de Chaumes.
Los espirituales del círculo de Acarie vivían la oración y a ella se entregó Vicente de Paúl. Y en verdad
que avanzó. Hacia 1614, siendo preceptor en casa de los Gondi, Vicente de Paúl aparece entrando en
una Noche Mística que los biógrafos conocen comotentación contra la fe,pero que tiene todas las notas
de ser la Noche Oscura de los Sentidos que san Juan de la Cruz coloca como la puerta que introduce a la
contemplación infusa llamadaoración de quietud.Hacia 1617 parece que Vicente ha pasado esa Noche.
Lo cual quiere decir que ya es un santo de verdad poseído por el Espíritu del Padre y del Hijo -el Espíritu
Santo-, y desprendido de todo pecado y de las imperfecciones voluntarias, según el lenguaje que usaban
los espirituales de aquel tiempo.
1.8.LA NOCHE MÍSTICA DEL AMOR O SANTIDAD
Vicente junto a los espirituales del círculo Acarie buscaba la santidad, es decir, hacer la voluntad de Dios
que se conocía a través de la oración y se cumplía por el desprendimiento interior. Cuando se halla en
esa situación de pasar a ser lo que llamamos un hombre santo, realiza el gran ofrecimiento a Dios y al
hermano de dar la vida por el otro, pidiéndole a Dios que le dé a él la situación dolorosa en que vive su
amigo el teólogo que conoció siendo capellán en el palacio de la Reina Margarita de Valois. Y Vicente de
Paúl creyó que Dios había aceptado el ofrecimiento y le había cargado con las dudas de su compañero de
las que se verá libre solamente mediante otro acto sacrificial de amor: consagrar su vida, por amor a
Jesucristo, al servicio de los pobres.Pero tengamos en cuenta que Vicente no entró en la santidad por

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haber hecho el ofrecimiento, sino que hizo el ofrecimiento porque ya había llegado a la santidad, al amor-
caridad.
En su caminar de cumplir la voluntad de Dios, desprenderse interiormente de todo afecto a lo creado y de
entregarse a la oración, llegó a la Noche mística de los sentidos como una etapa común a todos los
cristianos que siguen a Jesús. Y a ella hubiera llegado, aunque no hubiera hecho el ofrecimiento. El
ofrecimiento fue el punto final de la ascética, del esfuerzo que estaba haciendo aquel joven sacerdote
mediante la gracia y las virtudes teologales que había recibido en el bautismo para el encuentro con Dios
santificador. Con su esfuerzo y la gracia divina había alcanzado el desprendimiento interior de sí mismo
hasta llegar a sacrificar su vida por aquel teólogo que sufría, y el Espíritu de Dios se le presenta en una
contemplación infusa para ser Él mismo quien le purifique por medio de algunos de los llamados siete
dones a través de una purificación llamada Noche mística y que algunos teólogos modernos, siguiendo a
un contemporáneo y conocido de san Vicente, Luis Lallemant, llaman segunda conversión. Ycomo un fruto
de la santidad se ofrece a servir a los pobres que ya visitaba en estos años oscuros en el Hospital de la
Caridad que los Hermanos de San Juan de Dios habían fundado en París. Ofrece su vida al servicio de
los pobres, si Dios le libra de aquellas tentaciones contra la fe. Y como una cosa corriente en la vida
espiritual, Dios le saca de aquella situación, porque Dios así lo quiere para todos los que han llegado a
esa etapa de la vida espiritual, como por dos vecessan Vicente se lo insinúa a las Hijas de la Caridad. O
también podemos decir que Vicente, con las disposiciones o dones que había recibido en el bautismo
acogió la fuerza del Espíritu divino y salió por sus propios pies de la Noche mística, porque, a pesar de las
dudas, buscaba la santidad. Su oración contemplativa de inmediato será de quietud y de tiempo en tiempo
experimentará la presencia del Espíritu en su interior que se ha apoderado de él de tal manera que
Vicente tiene conciencia de su presencia en lo más íntimo de su interior y experimenta la gratuidad de su
acción en su mente y en su corazón; ya es santo, ya es san Vicente de Paúl.
1.9.LA SANTIDAD VIRTUOSA
Una vez salido de la Noche, desde 1617, van sucediéndose los hechos de Gannes, Folleville, Chátillon,
Mácon, Marchais; hace Ejercicios en Valprofonde y en Soissons; y se intensifican sus relaciones con el
pueblo sencillo que tiene y vive otro concepto de santidad, la santidad ética o virtuosa, la santidad de vida
por medio de las virtudes, “Dios es el Dios de las virtudes, Deus virtutum,les dirá a los misioneros, y si os
ha escogido para practicarlas es que vivís por Él y su reino está en vosotros”. Hombre realista y práctico
nunca olvidará esta mentalidad de la santidad moral o ética que aprendió desde niño en su familia y en su
pueblo. Sólo que cuando tenga que dirigir Señoras, Voluntarias, Hijas de la Caridad, sacerdotes y
misioneros se apoyara en la Biblia, en la Alianza que Yahvé hizo por medio de Moisés con el pueblo
escogido, implicándole a cumplir los mandamientos, y el cumplimiento de los mandamientos implica
también el de las virtudes: “Santificaos y sed santos; porque yo Yahvé, vuestro Dios. Guardad mis
preceptos y cumplidlos. Yo soy Yahvé, el que os santifico” (Lv 20, 7-8). También san Vicente se lo repetirá
continuamente a los laicos, Hermanas y misioneros, hasta afirmar que “la perfección consiste en la
perseverancia invariable por adquirir las virtudes y progresar en ellas y que trabajar por adquirir las
virtudes es trabajar por agradar a Dios y en ello consiste nuestra perfección, amenazando a las Hermanas
con el peligro de perderse si no son más virtuosas que las religiosas”.
Y así, en el siglo XVII y más claramente cuando fue canonizado Vicente de Paúl, se acuñó la mentalidad
de quesanto es el hombre o la mujer que ha practicado las virtudes en grado heroico. Más que una
definición de santidad era una marca que daba a conocer si una persona había sido santa. Y si es una
marca de santidad, es conveniente examinar entonces qué significaba para san Vicente heroicidad.

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“Practicar las virtudes heroicas” no quiere decir que el santo sea un héroe que ha vivido y ejercitado las
virtudes de su estado de una manera inasequible a las demás personas. Lo que quiere decir es que su
santidad le ha unido tan estrechamente a Dios que Dios ha estado presente en él y ha realizado todo lo
que el hombre es incapaz de hacer por sí mismo. En palabras de San Vicente “esas virtudes no son
virtudes comunes, sino virtudes de Jesucristo”. Es el fruto del amor de amistad que une al santo y a Dios.
Sólo el amigo de Dios que le ama, dialoga con Él y le permite que actúe en su interior, es capaz de
responder a los retos que presenta diariamente vivir las virtudes cristianas que exige la santidad.
1.10. NUEVA VISIÓN DE LA SANTIDAD
Desde que salió de la Noche mística, en el interior de san Vicente de Paúl comienza a bullir otra idea de
santidad. Su huida a Chátillon puede considerarse como el ansia de encontrar esa nueva santidad que se
había instalado en su corazón más que en su mente. Él nunca olvidará que para entrar y salir de la Noche
fue el amor al prójimo quien le abrió la puerta. En aquellos actos de amor encontró la santidad, o mejor,
que aquellos actos de amor eran la verdadera santidad, pues santidad y amor se identifican. Donde el
Antiguo Testamente dice que Dios es santo, san Juan dice que Dios es amor.
La santidad, la unión con Dios sólo puede realizarse por el amor, porque Dios es amor, y el hombre no es
nada más que un animal que amacon el amor divino, depositado en nuestro corazón por medio del
Espíritu Santo(Rm 5, 5). De tal manera que le lleva a san Vicente a afirmar que lo importante en la
santidad ya no es cumplir la voluntad de Dios, sino cumplirla por amor a Dios. La santidad divina es, pues,
la misma realidad que el amor, y la santidad humana será ya, para san Vicente, una relación de amor, el
encuentro del amor humano con el amor divino en los pobres. Esta es la gran paradoja divina: que la
santidad que refleja la alteridad de Dios con el mundo, lo incorpora a su santidad. De ahí la preocupación
de insistir tanto a las Hermanas como a los misioneros en hacer oración yno salir nunca de ella.
Desde noviembre de 1618 hasta septiembre de 1619, san Vicente dialogó frecuentemente con san
Francisco de Sales que se hallaba en París y quedó subyugado por su bondad. Su amistad le afianza en
la nueva experiencia de santidad que había descubierto en el trato con la gente de Folleville, Chátillon y
de los pueblos que misionaba. La unión directa con el único Santo es una exigencia de la santidad, pero
incompleta. La santidad ya no es para él una línea recta hacia Dios, sino un rayo que zigzaguea de pobre
en pobre donde encontramos a Dios. Idea que ya nunca abandonará, explicándosela a los misioneros:
“Santo Tomás propone la cuestión siguiente: ¿quién es el que más merece, el que ama a Dios y descuida
el amor al prójimo o el que ama al prójimo por amor de Dios? Y da él mismo la respuesta, diciendo que es
más meritorio amar al prójimo por amor de Dios que amar a Dios sin entrega al prójimo… ya que la
perfección de la ley consiste en amar a Dios y al prójimo. Dadme a un hombre que ame sólo a Dios, un
alma elevada en contemplación que no piense en sus hermanos; esa persona, sintiendo que es muy
agradable esta manera de amar a Dios… se detiene a saborear esa fuente infinita de dulzura. Y he aquí
otra persona que ama al prójimo, por muy vulgar y rudo que parezca, pero lo ama por amor de Dios.
¿Cuál de esos dos amores creéis que es el más puro y desinteresado? Sin duda el segundo, pues de ese
modo se cumple la ley más perfectamente”.
Hay varios datos que confirman que Vicente de Paúl, ha ido cambiando el sentido de la santidad, debido
al trato con la gente en las misiones, primero; por influencia de san Francisco de Sales, después, y
finalmente por el encuentro con las señoras de las Caridades y las Hijas de la Caridad. Primer dato, en
1602, cuando san Francisco de Sales frecuenta el círculo de Acarie, se manifiesta un contraste radical
entre la concepción salesiana de santidad y la berulliana. Segundo dato, cuando en 1618 san Vicente
encuentra a san Francisco de Sales, cuyos libros había leído, queda atado a su mentalidad sobre la

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santidad y el amor, de tal manera que le dice a santa Luisa que lea el Tratado del amor de
Dios,especialmente en lo que toca a la voluntad de Dios y a la indiferencia, y que haga los Ejercicios
siguiendo laIntroducción a la vida devota,que, por su parte, santa Luisa se lo recomienda también a las
Hermanas de Angers. Tercero, este cambio de postura ante la santidad fue la causa principal por la que
Olier, beruliano convencido, dejó en 1635 la atención de san Vicente para tomar la del P. Condren,
superior del Oratorio.
1.11. LA SANTIDAD ES EXPANSIVA
Este nuevo concepto de santidad no es que sea más moderno, es que es el único cristiano y evangélico.
La santidad es algo dinámico, es la energía divina que se comunica a los hombres, les sale al encuentro,
y en ese encuentro el hombre descubre el mundo divino.
San Vicente de Paúl comprendió bien lo que es la santidad de Dios, que no separa, sino que penetra en el
mundo a través de Jesucristo, llamando a ser santos no a las personas únicamente individuales, sino a
toda la humanidad, y que, por lo tanto, mientras haya pobres no puede haber santidad en el mundo,
porque la pobreza es la negación de Dios y la destrucción de la Iglesia a la que Jesús incorpora a los
bautizados, formando un cuerpo místico, cuya cabeza es Él y cuyo espíritu es el Espíritu Santo, y
firmando la alianza de hacer santos a los hombres si cumplen el mandamiento de amar a Dios con todo el
corazón, alma, fuerza y mente y al prójimo como a uno mismo (Lc 10,27), o más conciso aún, si se aman
unos a otros como Él nos amó(Jn 13, 34). San Vicente lo concretizó en amar y servir a los pobres: “¡Por la
caridad, por Dios, por los pobres! Si conociera usted su felicidad, hermana, se sentiría realmente llena de
gozo; pues, haciendo lo que usted hace, cumple la ley y los profetas, que nos mandan amar a Dios con
todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos. ¿Y qué mayor acto de amor se puede hacer
que entregarse a sí mismo por completo, de estado y de oficio, por la salvación y el alivio de los afligidos?
En eso está toda nuestra perfección”.
1.12. CARIDAD PERFECTA
San Vicente, al equiparar la santidad con la caridad perfecta, no la considera tanto cualitativamente —en
grado sumo—, cuanto extensivamente: abarcando a Dios y al prójimo. Y es que para san Vicente, si Dios
llama a todo un pueblo y le hace santo, porque ha visto su aflicción y quiere liberarlo de sus opresores, y si
Jesús reúne a los bautizados en Iglesia y la convierte en su esposa santa, para liberar especialmente a
los pobres, quiere decir que la santidad es solidaria con los pobres. Por eso, san Vicente, siguiendo a san
Lucas (6,36), a la santidad la llamará compasión: “El Hijo de Dios, al no poder tener sentimientos de
compasión en el estado glorioso que posee desde toda la eternidad en el cielo, quiso hacerse hombre y
pontífice nuestro, para compadecer nuestras miserias. Para reinar con él en el cielo, hemos de
compadecer, como él, a sus miembros que están en la tierra. Los misioneros deben estar llenos de este
espíritu de compasión, ya que están obligados, por su estado y su vocación, a servir a los más
miserables, a los más abandonados y a los más hundidos en miserias corporales y espirituales.
Y si la santidad se identifica con la compasión quiere decir que la santidad es personal ciertamente, pero
en relación comunitaria con el pobre. Así nos explicamos que, al ir creciendo su experiencia de la
presencia compasiva de Dios en los pobres, la plasmará en aquel texto tan conocido: “No hemos de
considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según su aspecto exterior, ni según la impresión de
su espíritu, dado que con frecuencia no tienen ni la figura ni el espíritu de las personas educadas, pues
son vulgares y groseros. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los
que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre; él casi ni tenía aspecto de hombre en su pasión
y pasó por loco entre los gentiles y por piedra de escándalo entre los judíos; y por eso mismo pudo

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definirse como el evangelista de los pobres: Evangelizare pauperibusmisit me.¡Dios mío! ¡Qué hermoso
sería ver a los pobres, considerándolos en Dios y en el aprecio en que los tuvo Jesucristo!”.
Y si la santidad en el hombre, aunque sea personal, está en relación con Dios y con los hombres,
conviene volver a lo dicho anteriormente. Santidad quiere decir que en Dios no hay nada terreno ni
mundano, en Dios sólo hay divinidad, Dios es puro Dios, y así la santidad se identifica con su simplicidad.
La conclusión que pone san Vicente es que no puede existir santidad en los hombres si no buscan
launión.Y aunque alguna vez la pone como objetivo del amor de Jesucristo, recomendándosela a los
misioneros que marchaban a Irlanda, la mayoría de las veces la pone como fruto del amor en la Trinidad
que hace la unión de las tres Personas divinas, modelo de la unión comunitaria. Pues la unión es la
manifestación humana de la simplicidad divina, de la pura divinidad, o sea, de la santidad trinitaria lograda
por el amor divino que llamamos, al igual que san Vicente, Espíritu Santo.
1.1.3 SANTIDAD Y REVESTIRSE DEL ESPÍRITU DE JESUCRISTO
Por el amor, el Padre envía al mundo a Jesús como portador de la santidad, y desde entonces en la
Humanidad de Cristo tenemos un camino llano y asequible de encontrar la santidad a través
delseguimiento.Copiando a san Pablo escribirá san Vicente al P. Portail: “Acuérdese, padre, de que
vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de
Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir
como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo”, pues “debemos formar nuestros afectos sobre los de
Jesucristo para que sus pasos sean la regla de los nuestros en el camino de la perfección. Los santos son
santos por haber seguido sus huellas… Por eso, hay motivos para esperar de la divina bondad que
pondrá en nuestra alma todas las virtudes que nos harán agradables a sus ojos y nos concederá la gracia
de seguir de cerca a Jesucristo y de vivir su vida”.
Loshombres no pueden ser santos si no se unen a la humanidad de Cristo e imitan sus virtudes, porque la
humanidad de Cristo es el único lugar en la tierra donde encontramos la santidad al ser la única que está
íntimamente unida a la divinidad. Cuando san Vicente dice que Jesucristo es el adorador de la divinidad
del Padre, quiere decir que es adorador de la santidad del Padre, y que al ser enviado al mundo con el
encargo de traernos la santidad, nos implica a seguirlo y a unirnos a su humanidad en una comunión de
vida y en una continuación de su misión. De ahí dos consecuencias: primera, que participar en la
Eucaristía y comulgar frecuentemente son imprescindible para alcanzar la santidad; y segunda, que ya
sólo se puede ser santo desde los pobres, continuando su misión de evangelizar y santificar a los
hombres, pues si los pobres son ellugar teológicodonde encontramos a Dios, son también ellugar
santificadordonde encontramos la santidad. No es extraño que un día escribiese a un misionero: “¡Qué
felicidad para usted poder trabajar en lo que él mismo hizo! El vino a evangelizar a los pobres, y ésa es
también su tarea y su ocupación. Si nuestra perfección se encuentra en la santidad, como es lógico, no
hay mayor caridad que la de entregarse a sí mismo por salvar a las almas y por consumirse lo mismo que
Jesucristo por ellas”. O que lo imprimiera en el comienzo de las Reglas de los misioneros y de las Hijas de
la Caridad.
No es enteramente la santidad que enseñaba Bérulle ni tampoco en su totalidad la que aconsejaba san
Francisco de Sales, la santidad que ha descubierto Vicente de Paúl, más asequible a los pobres y más
apropiada para quienes se entregan a su servicio y evangelización. El armazón del edificio espiritual de
san Vicente seguirá siendo beruliano. De san Francisco de Sales tomará los materiales y hasta la pintura,
pero los planos de ese edificio que encierra la santidad los fue diseñando él a lo largo de su experiencia
de vida. Y llama la atención que logra admirablemente unir la santidad ontológica, en cuanto unión con la

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divinidad en Jesucristo, con la santidad ética o moral alcanzada a través de la respuesta a la acción del
Espíritu Santo en nosotros. Se ve claro cuando identifica la santidad vicenciana con revestirse del Espíritu
de Jesucristo: “Para tender a la perfección, hay que revestirse del espíritu de Jesucristo… Esto quiere
decir que, para perfeccionarnos y atender útilmente a los pueblos, y para servir bien a los eclesiásticos,
hemos de esforzarnos en imitar la perfección de Jesucristo y procurar llegar a ella. Esto significa también
que nosotros no podemos nada por nosotros mismos. Hemos de llenarnos y dejarnos animar de este
espíritu de Jesucristo… (La Compañía) siempre ha deseado revestirse del espíritu del evangelio, para
vivir y para obrar como vivió nuestro Señor y para hacer que su espíritu se muestre en toda la compañía y
en cada uno de los misioneros, en todas sus obras en general y en cada una en particular.
Pero ¿cuál es este espíritu que se ha derramado de esta forma? Cuando se dice: «El espíritu de nuestro
Señor está en tal persona o en tales obras» ¿cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derramado sobre
ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre los justos y
habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse
que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en
la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los
dones de este divino Espíritu”.
Fundadas las Caridades, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad, viene la
etapa final en la vida y en la mentalidad de san Vicente sobre la santidad. Las Voluntarias, los Misioneros
y las Hermanas están llamados a la santidad, como todos los cristianos. Pero cada uno según su estado.
La santidad es única: unirse a Dios incorporándose a la humanidad de Cristo, pero el camino es diferente
según cada estado y cada persona. A cada Institución que él ha fundado y a cada uno de sus miembros
hay que darle el espíritu de Jesucristo, pero apropiado a su vida y a su servicio evangelizador. En el
bautismo el Espíritu Santo nos ha santificado, nos ha hecho hijos adoptivos del Padre, partícipes de su
naturaleza divina, nos ha incorporado a Cristo y, para que desarrollemos esta vida divina, nos ha dado
gratuitamente el don de su presencia, las virtudes teologales y los dones —esas disposiciones que nos
capacitan para ser iluminados y guiados por el Espíritu divino—. Es decir, la santidad es un don gratuito
de Dios, es el don del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el gran obrero del Padre que trabaja en el interior de los hombres para darles las
mismas cualidades que depositó en el Hombre Jesús e incorporarlos a su Humanidad. Dejarse conducir
por el Espíritu de Jesús —que es el Espíritu Santo— es el verdadero seguimiento. Dejarse conducir
produce la responsabilidad personal de vivir de tal manera que su influjo abarque toda la existencia. Aquí
reside la ética o moral de la santidad en el hombre: en que depende de nosotros permitir al Espíritu divino
que nos una a Jesucristo. ¿Cómo lo expresamos los vicencianos en la vida de comunidad y en el
servicio? A través de las virtudes propias de nuestro Espíritu. La señal de que te dejas conducir por su
Espíritu, el camino para incorporarse a Cristo son las famosas cinco virtudes que conforman nuestro
espíritu. Para ello hay que vaciarse de uno mismo y revestirse del Espíritu de Jesús. Y en esto consiste la
santidad de los vicencianos: adquirir el espíritu propio, revistiéndose del Espíritu de Jesucristo, a través de
la humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación y celo por las almas. Pero teniendo en cuenta que la
persona humana, cierto, siempre es y está en relación con la santidad divina, pero también en relación
con la santidad de la comunidad, pues la llamada a la santidad se dirige, al mismo tiempo, a cada persona
individual y a toda la comunidad.
Claro que ello es hacer la voluntad de Dios, claro que para ello tienes que desprenderte de todo lo
mundano que lo impida, claro que para ello tienes que llegar a sentir la presencia del Espíritu en la

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oración, claro que para ello tienes que incorporarte a la Humanidad de Cristo y vivir de una manera
heroicasus virtudes. Son caminos diferentes que nosdestierrany nos conducen a la única santidad: la
unión con el Dios tres veces santo.
2. LA PROPUESTA DE GAUDETE ET EXSULTATE A NUESTRO CARISMA HOY
2.1.CAPÍTULO TERCERO: A LA LUZ DEL MAESTRO
Este es el capítulo más importante de la Exhortación. Aquí el Papa Francisco señala dos pasajes
evangélicos que contienen la esencia de la santidad: las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) y el
Gran Protocolo (Mt 25,31-46), es decir, los criterios que usará Nuestro Señor en el Juicio Final, que
determinarán quién se salva y quién se condena.En este tercer capítulo el Papa señala la necesidad de
apoyarse en el Espíritu Santo para vivir el mensaje de Jesús, pues, aunque es atractivo, “en realidad el
mundo nos lleva hacia otro estilo de vida”.
Las Bienaventuranzas: hemos resaltado que Francisco recuerda que bienaventurado o feliz, es sinónimo
de santo. Es decir, que la santidad está en las bienaventuranzas.Frente a grandes teorías o abundantes
explicaciones, el Papa Francisco define las bienaventuranzas como el “carnet de identidad del cristiano”.
1.- “Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”: El que tiene un espíritu de
pobre ha puesto su confianza en Dios y no en los bienes materiales. Es algo muy parecido a la “santa
indiferencia” de la que habla San Vicente de Paúl, muy seguramente tomado, y hasta copiado de San
Ignacio de Loyola, donde da lo mismo la salud o la enfermedad, la riqueza o la pobreza, esta cosa o la
otra, pues la única cosa que realmente importa es responderle a Dios siempre y donde Él nos quiera,
alcanzando así una hermosa libertad interior. Por su parte, Lucas no habla de una pobreza “de espíritu”,
sino de ser “pobres” a secas (Lc 6,20); así nos invita a una existencia austera y despojada. Es decir,
significa ser pobre en el corazón.
2.- “Felices los mansos, porque heredarán la tierra”: Esta mansedumbre es lo opuesto a la ira, a la
imposición agresiva. Consiste sobre todo en soportar con caridad las limitaciones y defectos ajenos. Así lo
dice Santa Teresita del Niño Jesús: “La caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás,
en no escandalizarse de sus debilidades”. Admite el Papa que, en este punto, tristemente la Iglesia se ha
equivocado muchas veces.
3.- “Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”: En el mundo actual se suelen ignorar las
situaciones dolorosas y hasta se esconden. Es un mundo que no quiere llorar en lo absoluto. En cambio,
el santo no rehuye el encuentro con el que sufre y logra ver la realidad. Y ante este espectáculo, llora
frecuentemente en su corazón. Está consciente de que, el que está en el dolor, es su hermano, es carne
de su carne, y no teme acercarse hasta tocar su herida. Y a ese que llora, Jesús mismo es quien lo
consuela.
4.- “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”: Esta justicia no es la
que se entiende en el mundo, la cual muchas veces está manchada por la corrupción. Es la justicia divina,
la de Jesús, y que tiene como objeto principal a los desamparados. Esta justicia con toda seguridad, tarde
o temprano, llegará. Y entonces los que tenían hambre y sed de ella, serán saciados.
5.- “Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”: Esta misericordia tiene dos
aspectos: servir a los otros y perdonarlos. Es parecerse a Dios mismo, infinitamente misericordioso,
porque dar y perdonar es tratar de imitar la perfección de Dios.
6.- “Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”: El corazón simboliza en la Biblia el lugar de
donde surgen las intenciones verdaderas. El que es de corazón limpio es alguien lleno de sencillez,

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pureza, con un corazón sin suciedad, sin dobleces, sin malos deseos. Ellos podrán ver a Dios porque lo
descubrirán ya desde aquí en el prójimo más necesitado.
7.- “Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”: No se trata de
cualquier paz, sino de esa paz que constantemente Jesús daba a sus discípulos (“La paz esté con
ustedes”). Y para esto se requiere una gran amplitud de mente y de corazón, porque hay que saber
integrar también a la gente difícil en una paz evangélica. 5 Se trata de ser artesanos de la paz: se requiere
serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza.
8.- “Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”: El santo no
puede aspirar a tener una vida fácil, cómoda, sin persecuciones, pues esto sería sumergirse en una
oscura mediocridad, porque “quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16, 25). Pero, al mismo tiempo, el
santo es querido y apreciado por un número grande de personas. Un santo no es alguien raro, lejano, que
se vuelve insoportable por su vanidad, su negatividad y sus resentimientos.
El Gran Protocolo: En (Mt 25,31-46) está el protocolo sobre el cual seremos juzgados. Ser santos no
significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis. Significa sobre todo reconocer a Cristo en los pobres
y sufrientes. Y practicar, por tanto, con los más necesitados, las obras de misericordia.El Papa pone un
ejemplo de una situación concreta: ¿Cómo reaccionar ante alguien que, cerca de nosotros, duerme a la
intemperie en una noche fría? Y si no lo ayudamos, ¿qué significa ser cristiano entonces?El Gran
Protocolo implica para los cristianos una sana y permanente insatisfacción, pues no se puede estar
conforme viendo tantas necesidades a nuestro alrededor. En realidad, se debe buscar un cambio social.
Las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio:A esta altura del documento el Papa abre una
especie de paréntesis para advertirnos de dos errores, nacidos de ideologías actuales, que afectan la
práctica de las obras de misericordia:
1.- El primero es separar las exigencias evangélicas de ayuda al necesitado de la relación personal con el
Señor. Así, el cristianismo se convierte en una especie de ONG. A San Francisco de Asís, a San Vicente
de Paúl, a Santa Teresa de Calcuta y otros muchos, ni la oración, ni el amor a Dios, ni la lectura del
Evangelio les disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario.
2.- El segundo error ideológico es de los que viven sospechando del compromiso social de los demás,
considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista, etc. Por
ejemplo, hacer menos el problema de los migrantes, en comparación de los temas “serios” de la bioética.
Y, con esta actitud, se descuidan en general todas las obras de misericordia.
El culto que más le agrada. Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, está llamado a
obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia. El consumismo
hedonista puede jugarnos una mala pasada. También el consumo de información superficial y las formas
de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y
nos aleja de la carne sufriente de los hermanos.
Oración y entrega. Podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o cumpliendo
algunas normas éticas, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos
con los demás. La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor.
Finalmente, el Papa termina con este consejo: “Recomiendo vivamente releer con frecuencia estos
grandes textos bíblicos [las Bienaventuranzas y el Gran Protocolo], recordarlos, orar con ellos, intentar
hacerlos carne. Nos harán bien, nos harán genuinamente felices.”
CAPITULO CUARTO: ALGUNAS NOTAS DE LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL

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A los medios de santificación ya conocidos, como la oración, los sacramentos de la Eucaristía y la
Reconciliación, la ofrenda de sacrificios, las diversas formas de devoción y la dirección espiritual, entre
otros, Francisco suma cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considera de
particular importancia en la cultura de hoy.
Aguante, paciencia y mansedumbre. Estar centrado, firme en torno a Dios, que ama y sostiene. Desde
esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las
agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?” (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo.
A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo,
está hecho de paciencia y constancia en el bien. Es la fidelidad del amor. Quien se apoya en Dios (pistis)
también puede ser fiel frente a los hermanos (pistós), no los abandona en los malos momentos, no se
deja llevar por su ansiedad y se mantiene al lado de los demás aun cuando eso no le brinde
satisfacciones inmediatas.
Alegría y sentido del humor. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el
realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Si dejamos que el Señor nos saque
de nuestro caparazón y nos cambie la vida, entonces podremos hacer realidad lo que pedía san Pablo:
«Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Flp 4,4). Hay momentos duros, tiempos de cruz,
pero nada puede destruir la alegría sobrenatural.
Audacia y fervor. Al mismo tiempo, la santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja
una marca en este mundo. Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite
con serenidad y firmeza: “No tengáis miedo” (Mc 6,50). “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
final de los tiempos” (Mt 28,20). La santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia. Estas
palabras nos permiten caminar y servir con esa actitud llena de coraje que suscitaba el Espíritu Santo en
los Apóstoles y los llevaba a anunciar a Jesucristo. Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor
apostólico, todo eso se incluye en el vocablo parresía, palabra con la que la Biblia expresa también la
libertad de una existencia que está abierta, porque se encuentra disponible para Dios y para los demás.
Necesitamos el empuje del Espíritu para no ser paralizados por el miedo y el cálculo, para no
acostumbrarnos a caminar solo dentro de confines seguros. Recordemos que lo que está cerrado termina
oliendo a humedad y enfermándonos.
En comunidad. Si estamos aislados es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las
asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si
estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y
sucumbimos. La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. En contra de la tendencia al
individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás,
nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús: «Que todos
sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21).
En oración constante. La santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa
en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse
con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de
sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la
contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de
largos momentos.

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CAPÍTULO QUINTO: COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO (nn 158-177)
En el quinto y último capítulo de ‘Gaudete et Exsultate’, el papa Francisco advierte que la vida cristiana es
un combate permanente. Una lucha “muy bella” porque permite celebrar la victoria del Señor en nuestra
vida, pero que requiere “fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio”.
Éstas son las últimas reflexiones del Santo Padre sobre cómo vivir una santidad auténtica en nuestro
mundo.
Luchar contra la fragilidad y el diablo. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad
mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se
reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la
pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es
el príncipe del mal. Jesús mismo festeja nuestras victorias.
La fuerza del mal. No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con
criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. Precisamente, la convicción de que este poder maligno está
entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva. Pero
siempre es Dios quien nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado.
Algo más que un mito. No pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una
idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita
poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras
nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras
comunidades.
Despiertos y confiados. Nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no
quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas
poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la
celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la
vida comunitaria, el empeño misionero.
La corrupción espiritual. Es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y
autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas
sutiles de autorreferencialidad. “No nos entreguemos al sueño”. Porque quienes sienten que no cometen
faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o
adormecimiento. El discernimiento. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu o si su origen está en el
espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone
solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si
lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la
oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad
espiritual. Una necesidad imperiosa. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un
zapping constante. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a
merced de las tendencias del momento. Habla, Señor. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la
libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus
esquemas. Lógica del don y de la cruz. Hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse
ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El discernimiento no
es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros
mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de
los hermanos.

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CONGREGACIÓN DE LA MISION – PADRES PAULES
PROVINCIA DE COLOMBIA – REGIÓN VENEZUELA
FORMACIÓN PERMANENTE 2019
EL LLAMADO A LA SANTIDAD EN EL CARISMA VICENTINO

IMPLICACIONES DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA


GAUDETE ET EXSULTATE EN EL CARISMA VICENTINO

Contextualización – síntesis – propuestas


Nuestro camino vocacional – nuestro itinerario misionero – nuestro camino de santidad

1. ¿Cuáles de las afirmaciones del Papa Francisco en Gaudete et Exsultate han iluminado mi proyecto personal
de santidad?

2. ¿De la vida y la enseñanza de San Vicente de Paúl que se conserva y qué se tiene que renovar a la hora de
proponer la santidad hoy?

3. Hacer una lista de riesgos, otra de desafíos y otra de oportunidad que encontramos al proponer el llamado a la
santidad en el contexto actual.

4. Tenemos diversos campos de proyección de nuestro carisma: evangelización, formación, promoción humana,
promoción vocacional, asesoría a la familia vicentina, dirección espiritual a las Hijas de la Caridad, dirección de
parroquias, seminarios, colegios… etc. ¿Cómo vamos a darle resonancia al llamado a la santidad que nos ha
encargado el Papa Francisco?

5. ¿Qué propuestas para vivir la santidad hoy, considero que debo acrecentar en la vida de mi comunidad local?

6. Proponer una lista de temas y la manera de desarrollarlos para animar a la santidad a las personas con las
que estamos realizando nuestra actividad misionera.

7. ¿Qué sientas y qué piensas cuando te pones delante de la creciente lista de misioneros, hijas de la caridad y
laicos vicentinos que son reconocidos oficialmente por la iglesia como bienaventurados o santos?

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