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Los procesos políticos no son sino fenómenos biológicos ¿pero qué político sabe
esto?
Gregory Bateson
Por lo mismo, sólo voy a ofrecerles una cuantas imágenes, trazadas con
brocha gorda. Me parece que no tendría gran provecho presentarles una sucesión
de anécdotas o vivencias sin contexto alguno. Por lo mismo, quisiera inscribir
estas ideas o experiencias en el marco particular de lo que representan para mí,
en relación con lo que hemos escuchado en esta conferencia, ayer y hoy. Mi
punto de partida, mi sesgo fundamental, es que no creo que podamos hablar
acerca de una visión del mundo o de una representación de lo que el mundo es
sin que, al mismo tiempo, observemos y examinemos de manera crítica cómo
surgen estas ideas. No debiéramos separar el contenido del espacio en que éste
se produce. A esto se le denomina epistemología. Y por ende, me gustaría hacer
un poco de epistemología.
Ahora bien: ¿Por qué hacer esta distinción? Es pertinente hacerla porque
la propuesta de Odum acerca de la energía contiene, para decirlo rápidamente, lo
que yo creo son algunas de las derivas más peligrosas de una visión de mundo
que concibe la ciencia y la filosofía de manera mecanicista, con total
prescindencia del observador. Tomemos, por ejemplo, su noción de «calidad» de
la energía y la analogía que estableció con las cadenas alimenticias: en la medida
que te mueves «hacia arriba», en una cierta dirección, mejora la calidad de la
energía. El resultado exponencial que nos presentó corresponde a la figura del
Presidente quien, al pulsar un botón, puede hacer volar por los aires a un
continente entero, con un gasto energético insignificante. En términos más
específicos, él graficó un sistema que distingue los recursos y los residuos, en
un lugar intermedio del flujo, colocó un pequeño símbolo que representa lo que
él denomina orden. A ese punto en el flujo también lo podemos llamar
información. Desde mi punto de vista, esta imagen anula por completo lo que yo
considero es la información. Porque el orden y la información no son conceptos
absolutos. Ellos dependen del sistema que se está describiendo, así como del
sujeto que describe lo que ve.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con Chile? La relación con Chile
radica en que la Guerra Civil me mostró, de manera vívida, que las epistemologías
no son algo abstracto de lo cual deban preocuparse sólo los historiadores de la
ciencia. La epistemología crea el tipo de mundo en que vivimos y los valores que
profesamos. No reconocer que construimos este mundo desde una
epistemología es incluso más peligroso que cualquier debate encendido entre
filosofías opuestas. He querido mostrar esta cuestión a partir del ejemplo de la
energía.
Para mí ese fue el momento en que las cosas comenzaron a tornarse muy,
muy confusas. Empecé apoyando de manera entusiasta todo el asunto. Trabajé
arduamente, al igual que muchas otras personas, haciendo lo que me parecía
posible. No hice nada tan especial. Nunca fui un alto funcionario de gobierno.
Participaba en el trabajo desde las bases. Ya durante el segundo año de gobierno
comenzó a agudizarse la polarización y empecé a tener serias sospechas, a
preguntarme si esto tenía sentido o no. No lograba convencerme que las
personas al otro lado de la trinchera fueran tan malas, estúpidas, inmorales, feas
y un largo etcétera, como se supone que debíamos creer. Había algo que no
cuadraba en todo aquello. Y yo estaba muy, muy confundido; atrapado en el
dilema de la lealtad con quienes sentía eran, esencialmente, mi gente, mis
amigos que estaban en esto, juntos. No estaba dispuesto a abandonar el barco.
Pero iba perdiendo la convicción y el compromiso con la defensa de todo aquello.
Esa experiencia me fue dada, y con ella, he tenido que lidiar desde
entonces. Me reveló la conexión entre visión del mundo, acción política y
transformación personal. Se me reveló, en un modo que sabía sin saber, que
comprendía vagamente sin haberlo experimentado, que a menos que yo fuera
capaz de traspasar mi sentido de identidad y apego -mi identificación con lo que
creía eran mis ideas, mis cosas, mi territorio, mis límites-, no tenía ninguna
esperanza de entender qué diablos estaba pasando. Esto dio un vuelco radical a
mi vida. Esa experiencia me señaló que a menos que incorporara un trabajo con
la espiritualidad (lo que más tarde empecé a entender que era el sentido de las
religiones) -a menos que construyera sobre esa base- simplemente no tendría
esperanza de comprender. En mi vida, la práctica budista representa esa
comprensión. No puedo separar esa práctica, ese trabajo de la contemplación de
cómo mi conciencia y mis acciones se generan y operan, de la acción política y
de mi comprensión del mundo. Supongo que es por esto que los temas
epistemológicos me apasionan tanto. Porque la epistemología sí importa. Hasta
donde yo entiendo, la guerra civil fue causada por una epistemología equívoca
que le costó a mis amigos y a otras 80.000 personas que no conozco, sus vidas,
la tortura.
Cuando digo que debemos incorporar en la conformación y la proyección
de nuestras visiones de mundo la clara conciencia que se trata de una
perspectiva, reconociendo su valor de marco relativo y buscando el modo de
asegurar que se pueda desarmar lo construido, no se trata de una proposición
abstracta. A menos que encontremos maneras de expresarnos que respondan a
esos requerimientos, seguiremos dando vueltas en el mismo círculo. Si se puede
hacer o no, no lo sé. Pero, de ser posible, ha de ser sin duda con un grupo de
gente como éste. Tengo la profunda convicción que debemos buscar que
nuestras opiniones políticas y nuestras proyecciones en el mundo se expresen
en esta forma relativa, reconociendo que cualquier posición que adoptemos
contendrá también su opuesto. Que, en última instancia, la acción política ya no
puede pretender fundarse en la verdad. No puedo decir que mi posición política
es verdadera en oposición a la tuya, que sería falsa. Cada posición política
contiene elementos en los que se basa la verdad de los otros; nos vinculamos
por medio de una pequeña danza. Ciertamente, se toma partido y eso está bien.
Pero, cómo puedo realmente encarnar en mi acción el reconocimiento de la
importancia de la otra parte y de la hermandad esencial entre dos posiciones;
cómo puedo decirle a Pinochet: Hola hermano. La verdad es que no lo sé. No creo
ser tan iluminado, para nada. Yo no sería capaz de hacerlo y reconozco que, en
algún sentido, eso constituye una gran limitación. Debería ser posible, de alguna
manera.
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