Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EDITORIAL DE LA FLOR
Vistas las cosas que para los asientos de los lugares son necesarias, y
escogido el sitio más provechoso y que incurren más de las cosas que para
el pueblo son menester, habréis de repartir los solares del lugar para hacer
las casas, y éstos han de ser repartidos según las calidades de las
personas y sean de comienzo dados por orden; por manera que hechos los
solares, el pueblo parezca ordenado, así en el lugar que dejare para plaza,
como el lugar en que hubiere la iglesia, como en el orden que tuvieren las
calles: porque en los lugares que de nuevo se hacen dando la orden en el
comienzo sin ningún trabajo ni costa queden ordenados e los otros jamás
se ordenen.2
5
.-Jaeger, Werner. Paideia, México, FCE, 1968.
un problema de formación de hombres. La construcción de ese
tipo ideal es simétrica con las exigencias de formulación del
discurso platónico, el diálogo, que no pretende ser un
testimonio de lo dicho, sino una dispositio adecuada al orden de
la exposición, en la que ocupa un lugar privilegiado la
intertextualidad polémica y paródica del discurso sofístico. Así,
ese hombre ideal se construye discursivamente en la "figura"
filosófica de Sócrates en tanto paradigma. Para Platón, un
paradigma es absolutamente perfecto, lo podemos admirar
tanto si puede convertirse en realidad como si permanece en
estado virtual:
9
.-Virgilio, La Eneida. Canto VI, 893 ss., Madrid, Cátedra, 1991.
en la letra la versión que le permite intervenir activamente
en los asuntos históricos. La ciudad ideal de Platón, la
Roma fundada por Eneas son construcciones discursivas
que se edifican sobre una lógica en la que presencia y
ausencia son alternativas no excluyentes.
Ya Buenos Aires, más que una ciudá, es un país y hay que encontrarle la
poesía y la música y la pintura y la metafísica que con su grandeza se
avienen. Ese es el tamaño de mi esperanza, que a todos invita a ser dioses
y a trabajar en su encarnación.11
"¡Qué lindo ser habitadores de una ciudad que haya sido comentada por
un gran verso! Buenos Aires es un espectáculo para siempre (al menos
10
.-Borges, Jorge Luis. Inquisiciones, Buenos Aires, Proa, 1925.
11
.-Borges, Jorge Luis. El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Proa, 1926.
para mí), con su centro hecho de indecisión, lleno de casas de altos que
hunden y agobian a los patiecitos vecinos, con su cariño de árboles, con
sus tapias, con su Casa Rosada que es resplandeciente desde lejos como
un farol, con sus noches de sol y toda luna sobre mi Villa Alvear, con sus
afueras de Saavedra y de Villa Urquiza que inauguran la pampa. Pero
Buenos Aires, pese a los dos millones de destinos individuales que lo
abarrotan, permanecerá desierto y sin voz, mientras algún símbolo no lo
pueble. La provincia sí está poblada: allí están Santos Vega y el gaucho
Cruz y Martín Fierro, posibilidades de dioses. La ciudad sigue a la espera
de una poetización.12
"Mi Patria —Buenos Aires— no es un dilatado mito geográfico que esas dos
palabras señalan; es mi casa, los barrios amigables, y juntamente con
esas calles y retiros, que son querida devoción de mi tiempo, lo que en
ellas supe de amor, de penas y de dudas." 13
.-En el prólogo a Cuaderno San Martín, en las Obras Completas, Buenos Aires,
18
Emecé, 1974, Borges corrige el título del poema "...escribo ahora Fundación
mítica de Buenos Aires y no Fundación mitológica, ya que la última palabra
sugiere macizas divinidades de mármol.
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina...
Con todo, una suerte de gravitación familiar me alejó hacia unos barrios,
de cuyo nombre quiero acordarme y que dictan reverencia a mi pecho. No
quiero significar así el barrio mío, el preciso ámbito de la infancia, sino sus
todavía misteriosas inmediaciones: confín que he poseído entero en las
palabras y poco en realidad, vecino y mitológico a un tiempo. 21
19
.-Borges, Jorge Luis. Cuaderno San Martín, Buenos Aires, Proa, 1929.
20
.-Mansilla, Lucio V. Mis memorias. Infancia-adolescencia, Buenos Aires,
Hachette, 1955.
21
.-Borges, Jorge Luis. Historia de la eternidad, Buenos Aires, Viau y Zona, 1936.
nal en Borges, ya presente en sus artículos de Crítica de 1933 a
1934, recopilados parcialmente un año después en Historia
universal de la infamia, es simétrica con un progresivo
desvanecimiento de la apelación insistente a Buenos Aires; se
pierden las marcas de su identidad poética hasta integrarse en
un escenario citadino muchas veces indefinido o
deliberadamente trastornado. Las menciones de la ciudad se
dan en relación a una imposición de verosimilitud, desplazando
su función a una mera exigencia narrativa.
En la reedición de Discusión, en 1942, exhibe ese
enmascaramiento al referirse a su cuento "La muerte y la
brújula":
Hará un año escribí una historia que es una suerte de pesadilla en que
figuran elementos de Buenos Aires deformados por el horror de la
pesadilla; pienso allí en el paseo Colón y las llamo Rue de Toulon, pienso
en las quintas de Adrogué y las llamó Triste-le-Roy... 22
El pasaje de la invención poética a la pura ficción, de la
construcción mítica de los orígenes de una región fundacional
en la que se imbrican los restos de la historia con las marcas
del impreciso sueño del poeta, a la abierta conjetura
imaginaria, más que una ruptura se inscribe como un incesante
y tenaz juego caleidoscópico, que encuentra su coherencia
diagramática en la poética borgeana pensada como una gran
trama, de la que emergen perpetuamente fragmentos de una
textualidad, reescrita una y otra vez como anagrama y como
farsa.
Cuando Borges retoma el topos de su ciudad, años
después, en El otro, el mismo, 1964, en el poema "Buenos
Aires", la ciudad fundada por la escritura no exige búsqueda
alguna, el yo lírico la encuentra instalada en su cartografía
íntima:
Florida, Ushuaia, Alaska, Yukón, Rusia, Volga, Basilea, Miami, Puerta del
Sol, Regent Street, Boulevar Montmartre, Broadway, Unter der Linden.
Con rodeos de fácil triunfo, llevó dos luces del coche al desolado horizonte
de Alaska. De manera que en la mitad de la cuadra no tuvo mayor trabajo
para eludir el ambiente cálido que sostenían en el "affiche" los hombros
potentes de Clark Gable y las caderas de la Crawford; apenas si tuvo un
impulso de subir al entrecejo las rosas que mostraba la estrella de los ojos
grandes en medio del pecho. Tres noches o tres meses atrás había soñado
con la mujer que tenía rosas blancas en lugar de ojos.
Declaramos en alta voz —para que se nos oiga en toda la orilla del charco
que apedreamos semanalmente—, que si Fulano de Tal descubre que el
gaucho Santos Aquino, de Charabón Viudo, sufre un complejo de Edipo con
agregados narcisistas y se escribe un libro sobre este asunto, nos parece
que obra perfectamente bien.
Pero muy bien. Lo único que rogamos a Fulano de Tal es que haya vivido
en Charabón Viudo, en mayor o menor intimidad con el paisano Aquino y
su torturante complejo.
Lo malo es que cuando un escritor desea hacer una obra nacional, del tipo
de lo que llamamos "literatura nuestra", se impone la obligación de buscar
o construir ranchos de totora, velorios de angelito y épicos rodeos.
Todo esto, aunque él tenga su domicilio en Montevideo. Pero habrá pasado
alguna quincena de licencia en la chacra de un amigo, allá por el
Miguelete. Esta experiencia le basta.
Para el resto, leerá el Martín Fierro, Javier de Viana y alguna décima más o
menos clásica.
Entretanto, Montevideo no existe. Aunque tenga más doctores, empleados
públicos y almaceneros que todo el resto del país, la capital no tendrá vida
de veras hasta que nuestros literatos se resuelvan a decirnos cómo y qué
es Montevideo y la gente que lo habita. 30
29
.-Marcha, Montevideo, 30 de junio de 1939.
30
.-Marcha, Montevideo, 25 de agosto de 1939.
La participación de Onetti en Marcha coincide con un
período de intensa actividad literaria, mientras reside
alternativamente en Buenos Aires y Montevideo. Además de
"Avenida de Mayo - Diagonal - Avenida de Mayo", publica los
cuentos "El obstáculo", 1935, "El posible Baldi", 1936,
“Convalecencia", 1940, y las novelas, El pozo, 1939, Tierra de
Nadie, 1941, Para esta noche, 1943. Hay que agregar, además
Tiempo de abrazar, novela presentada en un concurso en 1940
y el relato "Los niños del bosque", cuyos originales se
consideraron perdidos y que fueron publicados recién en 1974.
La reiterada y ominosa presencia de la gran ciudad es uno de
los ejes dominantes que atraviesa los textos. 31
Lo que preocupa a Onetti de modo distintivo no es el
escenario de la ciudad pensada como un conjunto de motivos
nuevos que se deben incorporar sino la perturbación de los
modos de representación.
La textualidad onettiana, que toma como referente privile-
giado la gran ciudad, da a leer las contradicciones que son
constitutivas de la metrópoli moderna. Las relaciones humanas
no se presentan como interacciones entre personas, sus
conflictos se traman mediados por fuerzas sociales que alienan
y aislan al individuo. El personaje en algunos de estos relatos es
un peatón lanzado a la vorágine del tránsito, un hombre que
choca contra un conglomerado de masa y energía. El tránsito
no conoce límites espaciales o temporales, inunda todos los
lugares, impone sus ritmos, trastorna la totalidad del entorno.
El caos no reside en la espacialidad en la que se mueven los
peatones sino en su interacción con la totalidad informe de
movimientos que constituyen el espacio común. La ilusoria
racionalidad de cada uno de los elementos conduce a la
irracionalidad anárquica del sistema social que reúne a todas
las unidades. Ese peatón se escinde y da lugar al soñador,
compartimentando la sucesión y constituyendo otro de los
tópicos onettianos, el personaje que construye en el territorio
de su imaginación otra versión de la realidad.
Los personajes onettianos se instalan en un mundo regido
.-Esta afirmación exige una cierta modulación ya que en "El obstáculo", "Niños
31
1986.
cada alusión trastorna el efecto de naturalización de los textos
parodiados. En la parodia se deshace cualquier ilusión de
originariedad de la letra, la cita es repetición y trasvestimiento.
El Brausen de La vida breve que fabulaba la posibilidad de
escribir un guión de cine, desaparece de la acción en los relatos
siguientes, pero permanece instalado en la resistencia del mito
original en sus innumerables versiones.
34
.-Onetti, Juan Carlos. La muerte y la niña, Madrid, Bruguera, 1980.
Acaso, me queda por retomar el principio como cita y
dejar que la letra se haga paradójica y digresiva.
La fundación de la ciudad es una cita, sólo posible en la
insistencia de la escritura y el retorno de la lectura.
Pedro Páramo, EL GRADO 0 DEL PALIMPSESTO
.-Rulfo, Juan. Pedro Páramo, Madrid, Cátedra, 1986. Todas las citas
35
Lo que pasó es que unos pocos de los "viejos" aburridos de estar ociosos,
se pusieron a disparar contra un pelotón de pelones, que resultó ser todo
un ejército.
La denominación de pelones correspondía a los soldados
federales que llevaban el pelo corto cortado al rape, lo que
motivó que los revolucionarios aludiesen a este hecho en forma
despectiva, esto hacia 1914.
No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca,
deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir,
cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis
dedos para siempre. Digo para siempre. Tengo memoria de haber visto
algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y
luego enjugarme con aquella espuma y perderme en su nublazón.
Fue lo último que vi.
—¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado?
La abuela lo miró con aquellos ojos medio grises, medio amarillos, que ella
tenía y que parecían adivinar lo que había dentro de uno.
—Vete, pues, a limpiar el molino.
"A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá
de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios,
detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y
adonde no llegan mis palabras."
—Abuela, el molino no sirve, tiene el gusano roto.
38
.-En Las contradicciones del modernismo, México, El Colegio de México,
1978, Noé Jitrik desarrolla ampliamente los tópicos de la poética
modernista.
39
.-Una exposición detallada de esta problemática en Ferro, Roberto.
Escritura y desconstrucción. Lectura (h)errada con Jacques Derrida, Biblos,
Buenos Aires, 1995.
40
.-Todas las citas corresponden a Obra poética completa, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1976. (Edición y prólogo de Bayón Aguirre, Enrique.)
escritura asumiendo la musicalidad como el valor más alto de la
palabra poética. Pero, a pesar de ese predominio de la
dominante modernista, su textualidad exhibe algunos puntos
de inflexión y desplazamiento, en los que es posible leer un
conflicto entre el querer decir de la oralidad proferida por un
sujeto que le otorga entidad, y la escritura, que instala en la
repetición de la marca la desconstrucción de la voz como origen
del sentido.
En Los heraldos negros se da a leer el anuncio de la
inscripción en la letra de un conjunto de marcas que no se
dejan domesticar por la linealidad fónica, que no pueden ser
dichas por la sucesión del monocódigo. La escritura no puede
ser sofocada por la voz, el texto instala la traza en la letra
cegando a la oralidad, abriendo el sentido a la mirada.
A modo de sucinto inventario, detallo a continuación
algunos de los procedimientos en los que emergen esas
marcas:
1.-Hay en Los heraldos negros un uso insistente de los puntos
suspensivos;
—se dan a leer en el final de un verso, el último de "Bordas de
Hielo":
2.-En los textos que componen Los heraldos negros hay un uso
diferencial de las mayúsculas, más allá de toda regla usual;
—en el poema "Los heraldos negros" se dan a leer marcadas
por la diferencia de la mayúscula: Muerte, Destinos, Cristos; en
"Romería": Vida, Luz; en "Setiembre": Dios; en el segundo
soneto de la sección "Nostalgias Imperiales"; Mamá.
en "Babel":
ella daña y arregla; a veces dice:
"El hospicio es bonito; aquí no más!"
en "La de a mil":
El suertero que grita "La de a mil"
III - Trilce
El exceso y el desvío que abren estrías de tensión en la
legalidad del paradigma poético del modernismo, que hemos
visto asomar en Los heraldos negros, se agravan y proliferan en
Trilce, hasta constituirse en un gesto dominante.
Si en Los heraldos negros el desvío en la inscripción de las
mayúsculas podía llegar a asimilarse a un índice de
intensificación en la significación de algunas palabras, en Trilce
son un modo de intervención en la espacialización que no se
puede traducir a ningún código estable:
—en Trilce XXVI41:
—en I:
—en II:
Se llama lo mismo que padece
nombre nombre nombre nombrE
—en LX:
41
.-A partir de ahora citaremos con el número de poema.
del placer que nos engendra sin querer,
y el placer que nos DestieRRa
Tiempo Tiempo,
Mediodía estancado entre relentes,
Bomba aburrida el cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.
Era Era.
Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.
—en los XVII, LXVIII, LXIX y LXX los textos traman la diferencia
indecidible de los dos códigos, el último verso del VII satura el
procedimiento en la espacialización y la sutura:
999 Calorías
Rumbbb... Trrraprrr rrach...chaz
Serpentínica u del bizcochuelo
engrifada al tímpano.
Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.
1.000 calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavonado y le alborota los cascos
al más frío.
¡Odumodneurtse!
IV - La corrosión de la voz
La legalidad de la poética modernista soportada en la
originalidad, la musicalidad y, fundamentalmente, en la
subjetividad exigen para su despliegue las características
propias de la notación fonética: representar la palabra y
eclipsarse ante la plenitud que confabula interioridad y sentido,
la palabra deviene, entonces, transparente, desaparece.
Esto supone el olvido de la espacialización, de las marcas
que articulan las convenciones de disposición, en fin, del
trabajo de la escritura.
La travesía de Los heraldos negros a Trilce puede ser
pensada como la dis-locación de los tabiques que
compartimentaban la poética modernista, esa grieta se abre en
la corrosión de la voz.
La escritura de César Vallejo des-hace la plenitud de
sentido atada al privilegio de la voz. La voz, como sustancia
espiritualizada, determina la ilusión de la pura presencia a sí del
sentido del habla, habla que soporta las convenciones rítmicas
de la musicalidad, actuando como residencia de la plenitud y,
por ende, de cancelación del significante y de su materialidad
escrita, que implican un obstáculo al ideal de la pura presencia
a sí del sentido.
En Trilce se deshace la primacía de una voz unificadora y
subjetiva que profiere el poema, porque se des-origina el texto,
trastornando el orden de la linealidad, consecuencia del
pensamiento logocéntrico y modelo que impera en la
concepción tradicional del tiempo y, por lo tanto, de la historia.
Los textos de Trilce trastornan la subjetividad metafísica,
esto es el sujeto como origen y fundamento del sentido.
La notación fonética, principal vehículo de esa concepción
e imagen gráfica de la sucesión irreversible del tiempo lineal, es
sometida al es-cribaje de la marca, que sólo significa a la
mirada.
Vallejo corroe el privilegio de la voz, reinstalando en el
poema la genealogía de la traza, haciendo equívoca la ceguera
de la voz, fundando la poesía en la mirada. Su escritura teje y
trama el sentido y la marca como dos motivos con-fundidos e
indecidibles. La grieta vallejiana, nunca reparada, pero tantas
veces omitida o sofocada, inscribe la necesidad que tiene la
palabra poética de con-fabular varias lenguas y producir varios
textos a la vez.
La tentativa de Vallejo en Trilce, lo que he llamado, acaso
de un modo altisonante la corrosión de la voz, da a leer la
palabra poética como traza de la condensación y el despliegue
de lo equívoco, en un cruce inestable de lenguajes que hace
aflorar en la mayor sincronía posible, la mayor potencia de las
imágenes enterradas, acumuladas y entremezcladas en el
cuerpo de cada partícula lingüística, de cada palabra, de cada
proposición simple, a través de la totalidad y divergencia de los
imaginarios mundanos, en la mayor genialidad de sus formas.
Hace emerger la unidad y la diversidad a un tiempo en la
migración generalizada de una escritura que no traduce ya de
una lengua a otra a partir de sentidos compactados, sino que
circula participando de todos los sentidos a la vez, acumula su
energía, actualiza sus modulaciones arcanas, descubre regiones
insondables y reencuentra el valor poético en la multiplicidad.
Leo el pasaje y la grieta que se tienden desde Los
heraldos negros a Trilce en una escritura que corroe la voz.
La voz, esa vieja celestina que comercia los sentidos, los
domestica, los unifica en la propiedad única de un sujeto
ilusorio.
Buenos Aires, Coghlan febrero de 1995.
Paradiso - EL TEXTO COMO UN UNIVERSO EN
EXPANSIÓN
Lo supremo sería captar las cosas de tal modo que todo lo real fuese ya teoría .
Johann Wolfgang von Goethe
Así como los brotes dan origen, por crecimiento, a nuevos brotes, y
éstos, si son vigorosos, se ramifican y sobrepujan por todos lados, a
muchas ramas más débiles, así también, a mi parecer, ha ocurrido
en el gran árbol de la vida, que con sus ramas muertas y rotas llena
la corteza terrestre y cubre su superficie con sus hermosas
ramificaciones, siempre en constante bifurcación.
Operación Masacre:
INVESTIGACIÓN Y ESCRITURA
Prolegómenos
Toda aproximación crítica a un texto literario supone la
exigencia de dar cuenta, de uno u otro modo, de las
características propias que lo constituyen y distinguen; en el
caso de Operación Masacre de Rodolfo Walsh, esa exigencia se
torna ineludible, ya que esas características están íntimamente
relacionadas con su especificidad, que perturba y trastorna el
orden de las tipologías genéricas. Tres de ellas aparecen como
las de mayor relevancia:
—Su escritura se despliega en el encuentro, el pasaje y la
confrontación, de dos formaciones discursivas diferentes: la
literaria y la política, que se traman y confabulan desde su
inscripción primera: la práctica periodística, que legitima y
propaga el contacto.
—Su rasgo de perpetuo inacabamiento, de texto en constante
reformulación, que obliga a pensar a Operación Masacre como
corpus antes que un texto con límites precisos. Rodolfo Walsh
re-escribe la primera edición en libro de 1957, en 1964, 1969 y
1972; cambia, suprime, añade, establece un diálogo constante
con el contexto social e histórico.
—Operación Masacre da a leer el tejido narrativo de varias
historias: la de la investigación que reconstruye un saber para
hacerlo público, la de los sucesos que relata minuciosamente y
la de la propia puesta en escritura.
El modo en que estas tres historias se van imbricando da
cuenta de la genealogía del corpus que componen las
diferentes ediciones de Operación Masacre y permite,
asimismo, desplegar el campo de problemas que configuran su
especificidad distintiva. La importancia que, desde su misma
aparición, ha tenido Operación Masacre en la constitución de
los géneros discursivos, que articulan tanto el campo literario
como las prácticas periodísticas, no puede ser separada de las
condiciones concretas a partir de las cuales Rodolfo Walsh
investigó los sucesos de José León Suárez y los dio a conocer.
La crónica de los momentos fundamentales de ese
proceso, que expongo a continuación, apunta a exhibir y
problematizar la tensión dialéctica entre la puesta en discurso y
la instancia de dilucidación de los hechos: escritura e
investigación fueron sincrónicas e interdependientes.
La búsqueda de testimonios y documentación, que me
permitiera reconstruir el recorrido de Rodolfo Walsh en la
producción del saber sobre los fusilamientos del 10 de junio de
1956, exigió un considerable número de entrevistas y aportes
de distinto tipo. Sería imposible dar cuenta detallada de cada
uno, todos tienen un inestimable valor para mí; pero debo sí
mencionar, entre ellos, a tres que fueron fundamentales y sin
los cuales no hubiera podido superar mis interrogantes:
Enriqueta Muñiz, quien no sólo accedió a largas
conversaciones, sino que además me permitió leer su
Diario de investigación, relación manuscrita
contemporánea de la actividad de Walsh, entre
diciembre de 1956 y mayo de 1957.
El Doctor Máximo von Kotsch, abogado de Juan Carlos
Livraga, que me aclaró todos los pormenores de la
causa judicial y sus antecedentes.
Lilia Ferreyra, que me facilitó materiales, me permitió
revisar lo que pudo salvar de la biblioteca de Rodolfo
y me puso en contacto con documentación aún
inédita.
I. El 9 de junio de 1956
La trama de relaciones sociopolíticas y el orden
institucional establecidos por el peronismo en diez años de
gobierno se desmoronaron en setiembre de 1955 ante la
insurrección armada de un frente cívico-militar.
La coherencia, que le daba entidad y solidez al conjunto de
la oposición que apoyaba el golpe de Estado contra Perón, se
diluyó una vez triunfante e instalado en el gobierno, exhibiendo
las contradicciones propias de su heterogeneidad ideológica,
cuyo principal motivo de convergencia había sido el
antiperonismo.
El 13 de noviembre la puja, que desde el principio había
caracterizado al gobierno de facto, tuvo un desenlace drástico
con el desalojo del sector nacionalista de la cúpula del Poder
Ejecutivo por la renuncia del presidente, el general Eduardo
Lonardi, y de los ministros que le eran afines. En su reemplazo
asume el general Pedro Eugenio Aramburu, mientras el
contralmirante Isaac Rojas, numen del sector liberal, conserva
la vicepresidencia.
Se acentúa, entonces, la ola de represión a los militantes y
dirigentes peronistas. El atropello y el hostigamiento no eran
tan sólo la expresión de una cruzada “libertadora” o la
manifestación de una ideología autoritaria; eran, además,
sustancialmente necesarios para llevar a cabo la
instrumentación de una política económica —el plan Prebisch—
que suponía la redistribución del ingreso nacional en detrimento
de los sectores populares beneficiados en los años del régimen
peronista. Maniatar al peronismo era la exigencia prioritaria
para desmembrar todo intento de oposición a un nuevo diseño
de país; pues muy pronto fue notorio que muchos sectores, que
se habían alineado contra Perón, serían igualmente
perseguidos.
El peronismo, que desalojado del poder, no había atinado a
ninguna respuesta, con amplios sectores de la población, que le
daban apoyo y le otorgaban legitimidad, intimidados y
agredidos; desmontado su aparato partidario, con sus
dirigentes que huyen o son encarcelados, encuentra en la
represión un factor de aglutinamiento y cohesión. Comienzan
atentados y sabotajes que, más allá de su importancia relativa,
son signos inequívocos de que no abandona la confrontación,
mensajes a agredidos y agresores de la organización de un polo
de resistencia ante la impunidad del poder de facto.
El 9 de junio de 1956, un grupo de militares de filiación
nacionalista, liderados por el general Juan José Valle, lleva a
cabo un intento insurreccional. Contaban, además del
descontento popular, con la participación activa de los cuadros
de suboficiales, mayoritariamente partidarios de Perón, y con la
adhesión de los militares que habían sido alcanzados por las
purgas discriminatorias llevadas a cabo por el gobierno.
Numerosos núcleos de activistas peronistas al tanto del
movimiento apoyan las acciones, a pesar de que Perón no
otorgó ningún aval al movimiento, desconfiado de las
motivaciones políticas de sus jefes. Los focos rebeldes más
importantes se produjeron en La Plata, en Campo de Mayo y en
Santa Rosa.
El gobierno tenía conocimiento de la conspiración desde
hacía algún tiempo y sólo esperó que se produjera,
descargando entonces el peso de una represión desmedida y
premeditada para que sirviera de ejemplo ante cualquier
remezón futuro.42
Declarada la ley marcial en la madrugada del 10 de junio,
se seguirá fusilando a quienes se juzgue responsables hasta el
12, cuando ya el movimiento estaba totalmente controlado y se
habían terminado las acciones bélicas. Lo que en relación a lo
acontecido en los años siguientes en la Argentina debe ser
pensado como una afirmación política de una clase que no
vacilará en repetir, aumentada en progresión geométrica, la
aniquilación de los sectores de la oposición cuando hagan
peligrar sus intereses.
.-Tanto Ferla, Salvador. En Mártires y verdugos, Buenos Aires, Peña Lillo,
42
44
.-El seudónimo que utiliza Walsh es Daniel Hernández, nombre de uno de
los personajes de sus relatos ficcionales.
Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos
policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de
algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo
periodismo, aunque no es periodismo. 45
16-6-70.
Propósitos seguirá con las denuncias sobre torturas en las
ediciones siguientes: “El pueblo debe saber”, 1-1-57, y
“Torturas y otras indignidades”, 14-1-57, pero no publicará la
entrevista a Livraga. Hay dos factores determinantes de esa
actitud. Uno es personal, Eduardo Schaposnik le ha imputado a
Barletta la inclusión de su nombre sin previa consulta en la nota
que acompaña a la denuncia Livraga; el material publicado
corresponde a un resumen de la sesión secreta de la Junta
Consultiva del 18 de diciembre, que Doglia había entregado a
Walsh. Otro es político, el 10 de octubre el gobierno crea por
decreto la Junta de Defensa de la Democracia. Su objetivo
consistía en establecer el control sobre “las organizaciones
comunistas y totalitarias sea cual fuere la denominación con
que se encubran o el tipo de actividad que realicen”. A
principios de diciembre, el jefe de policía, almirante Dellepiane,
califica a Propósitos como de tendencia comunista. Un
sardónico editorial, “Respuesta al jefe de policía”, el 4 de
diciembre, le vale la detención por casi dos semanas. El peligro
inminente de clausura condiciona la decisión de Barletta.
Walsh busca establecer contactos con publicaciones
opositoras al gobierno a las que les pueda interesar la aparición
del reportaje. Gregorio Weinberg lo acerca a Osiris Troiani, quien
tiene fluidas relaciones con la prensa partidaria de Arturo
Frondizi, ya por entonces en franca oposición. Enriqueta Muñiz
lo conecta con Emilio Spinelli, director de Semana Médica y
estrechamente vinculado a medios nacionalistas.
Escribí este libro para que fuera publicado, para que actuara. Quienquiera
me ayude a difundirlo y divulgarlo es para mí un aliado...
55
.-Cita de un reportaje en Primera Plana, 22-10-68, tomado de Rivera,
Jorge (ed.). El relato policial en la Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1986.
datos que le relató durante la primera entrevista y luego repitió
en una audiencia en los tribunales de La Plata, a la que Walsh
pudo asistir haciéndose pasar por su primo.
Más tarde, su hermano menor, Eduardo, un muchachito de
12 años, los presentará a la viuda de Vicente Damián
Rodríguez, en Hipólito Yrigoyen 4545, en la misma cuadra de
“la casa de los portoncitos celestes”. Aurora Bogarino accede al
reportaje y a las fotos, cuatro, con sus hijos Alicia, Tutí y Vicente
Carlos.
Luego visitan a Miguel Ángel Giunta en su casa de Hipólito
Yrigoyen 4575, quien accede a la requisitoria con la salvedad de
que no se publiquen sus declaraciones. Walsh, además, logra
establecer comunicación con algunos vecinos que le aportan
una serie de informaciones fragmentarias que van configurando
algunas pistas más precisas para la investigación.
Como de costumbre, los chicos del barrio fueron mis mejores informantes.
Una pequeña de ojos vivaces se nos acercó misteriosamente.
—El señor que ustedes buscan está en su casa —susurró—. Le van a decir
que no está, pero está.58
...lo que nos permite publicar una relación completa e imparcial de los
hechos, reservándonos aquéllos que comprometen a terceros o que exigen
una ulterior investigación... El autor de esta nota y de las dos anteriores —
cuyo nombre retenemos por razones obvias— nos pide aclarar que en las
escasas oportunidades en que menciona circunstancias que si bien le
constan no puede documentar en forma inmediata, usa el verbo en el
correspondiente modo potencial.
Hablo con Bruno, después con Tulio. Tulio Jacovella lee el manuscrito, y se
ríe, no del manuscrito, sino del lío en que se va a meter, y se mete. 65
Escribí este libro para que fuera publicado, para que actuara... Investigué y
relaté estos hechos tremendos para darlos a conocer en la forma más
amplia, para que inspiren respeto, para que no puedan jamás repetirse. 70
Cuando escribí esta historia, yo tenía treinta años. Hacía diez que estaba
en el periodismo. De golpe me pareció comprender que todo lo que había
hecho antes no tenía nada que ver con cierta idea de periodismo que me
había ido forjando en todo ese tiempo, y que esto sí —esa búsqueda a todo
riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso—, tenía que ver,
encajaba en esa idea. Amparado en semejante ocurrencia, investigué y
escribí enseguida otra historia oculta, la del caso Satanowsky. Fue más
ruidosa, pero el resultado fue el mismo; los muertos probados, pero
sueltos.71
y que se profundiza en el Epílogo de la tercera edición:
La tarea que intento llevar a cabo, por encima de todo, es hacer que
vean.
David Wark Griffith, 1913.
Los ejercicios de prosa narrativa que integran este libro fueron ejecutados
de 1933 a 1934. Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson y de
Chesterton y aun de los primeros films de von Sternberg y tal vez de cierta
biografía de Evaristo Carriego. Abusan de algunos procedimientos: las
enumeraciones dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción
de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas. (Ese propósito visual
rige también el cuento "Hombre de la Esquina Rosada".) No son no tratan
de ser psicológicos.73
“Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la
vecindad; la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía
frío, pero a veces me gusta trabajar con la ventana abierta, mirar las estrellas
descansa y apacigua el ánimo, como si uno escuchara una melodía muy vieja
y muy querida. El único rumor que turbaba el silencio era el leve rozar de la
pluma sobre el papel. De pronto un crujido en la silla enfrente mío...”
Corregidor, 1974.
-¿No tiene algo de César Bruto?
Inventor
Cada vez que agarro y me pongo a mirar las cosa que se inventaron arriba del
mundO, pienso y pienso en lo lindo que sería agarrar un día y venirse
inventor, ya sea de la letricidaD, ya sea del gas heliO -que es el que más infla
los globos dirijibles-, la nasta y losaparato del balneario, como ser la
vueltalmundo, el gusano, el látigo y losautitos, que son las cosa que dan más
plata como también dan plata los medidor del gas y la lus, que la conpaníA
no tiene más que ponerlos en las casas y después tirarsea chanta y venir
todos los mes a cobrar la cuenta. La contra que tiene venirse inventor es que
todo ya está inventado...
Los suenios
Si esiste alguna cosa propiamente barata y al alcance de todo el mundO,
incluso de los animaL, de los adultO y los nínioS, esa cosa es el sueniO, pero
no el sueniO conosido por las gana de dormir, sino el sueniO de soniaR, o sea
la cosa de que uno, por egemplo, agarra y en medio del sueniO se piensa que
lo viene corriendo un tigrE, y uno corre todo lo que da, pero en lugar de
poder correr resulta que siempre está en el mismo sitio, endemientras de quel
tigrE avansa y avansa, y cuando uno ya lo tiene ensima, listo para resibir un
lindo sarpaso que le haga una rajadura de aribabajo en la espalda, ¡páfate de
que uno se despierta y se salba de un buen dijusto!. Yo, por mi manera
dentender las cosas, me parese de quel inbento del sueniO es una de las
cosas más grande y inportante que se conosen...
La búsqueda de la literatura es la
búsqueda del momento que la precede.
Maurice Blanchot.
¿Encontraría a la Maga?
Julio Cortázar.
.-Cortázar, Julio. Deshoras, México, Editorial Nueva Imagen, 1983. Todas las
87
Releo el pasaje de Derrida, verifico que no tiene nada que ver con mi
estado ánimo e incluso con mis intenciones;...
Lo que es peor, me cansa releer para encontrar una ilación, y además
esto no es un cuento,...
2 de febrero, 1982
A veces, cuando me va ganando como una cosquilla de cuento, ese
sigiloso y creciente emplazamiento que me acerca poco a poco y
rezongando a esta Olympia Traveler de Luxe...
88
.-Cortázar, Julio. Bestiario, Buenos Aires, Sudamericana, 1951.
Esa foto de Anabel, puesta como señalador en nada menos que una
novela de Onetti y que reapareció por mera acción de la gravedad en
una mudanza de hace dos años, sacar una brazada de libros viejos de
la estantería y ver asomarse la foto, tardar en reconocer a Anabel.
Creo que se le parece bastante aunque extraño el peinado, cuando vino
la primera vez a mi oficina...”
89
.-Derrida, Jacques. La verité en Peinture, París, Flammarion, 1978.
fondo.
La idea del suicidio había sido comentada por Caeta y Miera a los
policías que los condujeron a la Capital Federal. Obvio es que
muchos dudaron. No es descartable, en teoría, la idea de un
crimen. Sin abrir opinión sobre lo que uno no conoce, sí debe
señalarse que no hay en la conducta del comisario Pirker un solo
motivo para dudar de su palabra, y él afirmó que Caeta se quitó
la vida. Además, si se consultan las estadísticas del Hospital
Churruca, establecimiento destinado a policías y sus familiares,
se advertirá el altísimo porcentaje de suicidios entre el personal
policial. La proximidad con la muerte es para ese personal una
rutina casi diaria, muchos caen cumpliendo con su obligación, y
muchos, también, deben matar para no ser muertos. Esto de la
proximidad con la muerte no es un psicologismo trasnochado, ni
una teoría propia. El más alto porcentaje de suicidios de Buenos
Aires se registra, históricamente, en la zona aledaña al
Cementerio de la Chacarita.95
94
.-Juvenal, Carlos. Sivak, Buenos Aires, I.G.I. S.A., 1987.
95
.-Ibídem.
Más allá de algunas particularidades del razonamiento, y de
la dudosa apelación a estadísticas de suicidios en Buenos Aires
por barrios, lo que aparece como eje de toda la argumentación es
una evidente confusión entre una “proximidad” metafórica, la de
los policías con la muerte y una “proximidad” geográfica, la de los
vecinos con el cementerio. Más adelante señala:
96
.-Sivak, ob. cit.
97
.-Oyhanarte, Marta. Tu ausencia/tu presencia, Buenos Aires, Contexto, 1987.
98
.-Tu ausencia/tu presencia, ob. cit.
Si pensamos en un modelo de objeto parodiado,
seguramente, el texto de Santiago Kovadloff aporta un muy
interesante ejemplo. La característica distintiva de este tipo de
publicaciones, tanto las periodísticas, como las que son
reconocidas como pertenecientes al espacio literario, es que
aparecen constituyéndose en un desplazamiento a un escenario
ampliado de un proceso judicial; hacen pública una escena que
tiene un marco acotado. Lo que se proponen es reconstruir o
demostrar una verdad, y esta verdad funda el desencadenamiento
de un presupuesto compartido, la justicia. Este desplazamiento
participa de la agonística que se trama en todo juicio, que implica
necesariamente la confrontación de dos historias. Cada parte
deberá demostrar que su versión es la más cercana a la verdad.
Uno de los rasgos paradigmáticos del desplazamiento apela a una
figura con amplio registro de aceptación en el imaginario social, la
figura del periodista que investiga, que sólo está comprometido
con la verdad, que hace pública a través de la palabra escrita y
que se convierte en una especie de tribuno de la justicia.
La comunicación de un saber, que se postula como decisivo
para la dilucidación de la verdad, reposa necesariamente sobre
una estructura de intercambio, que implica la aceptación por las
partes de valores que lo hagan posible. Estos valores son: un
marco de funcionamiento de la justicia y la posibilidad de exhibir
un conjunto de pruebas testimoniales que garanticen “una
verdad”. Este mismo concepto de intercambio puede ser pensado
a partir del de contrato, lo que implica, en cualquier caso, una
relación intersubjetiva, que abre la posibilidad a cursos de acción
en los que el discurso asignará obligaciones y responsabilidades.
La verdad en el discurso, tal como lo especificaba la Retórica
Clásica, no es tan sólo una representación simple y llana de una
referencia exterior, que se nos ofrece con transparencia, sino más
bien una construcción. No basta con describir las marcas precisas
de ese referente en el discurso. La transmisión de un “saber
verdadero” consiste en la producción de efectos de sentido que
puedan ser asumidos como la verdad. La verosimilitud aristotélica
no supone la adecuación entre la letra y el referente, sino entre el
sentido del enunciado y la credibilidad del destinatario.
Los textos, que hemos presentado como pertenecientes a los
discursos parodiados en Crónica de una muerte anunciada,
apuntan a constituir una especie de desplazamiento a un espacio
público de un conflicto judicial, donde la verdad y el concepto de
justicia aparecen como ejes de una causa.
La causa, el objeto del juicio, es el momento en el que se
produce la primera colisión entre las partes en conflicto que la
retórica articulaba a partir de tres cuestiones:
1º) la conjetura: se discurre acerca del interrogante primero y
constitutivo, resultado inmediato del primer conflicto de
aserciones que se sintetizan a partir de un interrogante
excluyente: ¿el hecho tuvo lugar o no?,
2º) la definición: se apunta a la codificación del hecho: ¿es un
crimen?, ¿es dolo?, ¿es un accidente?,
3º) la cualidad: se define si el hecho en cuestión es permitido, es
útil o es excusable.
La crónica periodística de hechos de sangre y los relatos que
ficcionalizan deliberadamente esos sucesos, comparten
estrategias y procedimientos de verosimilitud y de argumentación
en orden de producir certeza acerca de un saber que garantice la
dilucidación de los interrogantes de la causa. El modo privilegiado
de configurar en relato esos interrogantes siguen recorridos más o
menos previstos, que remiten al código hermenéutico narrativo,
en el que se articulan, de acuerdo a diversos protocolos, los
enigmas, su resolución y los variados accidentes que vinculan la
pregunta, el diferimiento de la respuesta y el desciframiento de la
verdad. El pacto de lectura en el que se inscriben generalmente
estas narraciones supone una cuota de suspenso, instancia
textual que explicita las exigencias del mercado y la exhibición de
las marcas de su producción y circulación.
El género policial, en su vertiente clásica, se desarrolla
narrativamente en la interacción de dos niveles: una historia, que
da origen al relato y que se constituye en enigma, es objeto de un
proceso inquisitivo por parte de otra historia. La trama de
interrogantes, misterios y dilaciones que presenta la historia
objeto y el armado de su estructura de relaciones lógicas está
explicado por la metahistoria. El relato policial puede ser leído
como un tipo de metanarración por excelencia y de algún modo es
la tematización de todo un imaginario de la búsqueda
epistemológica. El espacio de la metanarración está ocupado por
una figura que posee una competencia textual, un tipo de saber
de una jerarquía distinta a los demás personajes. Quizás,
gráficamente, se puede pensar al detective de la policial clásica
montado sobre un promontorio textual, con su mirada abarcando
un panorama más amplio que los otros personajes.
.-Scorza, Manuel. Redoble por Rancas, Plaza & Janes, Barcelona, 1987.
101
103
.-Plantear la cuestión de la naturaleza de la narración es suscitar la
reflexión sobre la naturaleza misma de la cultura y, posiblemente, incluso
sobre la naturaleza de la propia humanidad. Es tan natural el impulso a
narrar, tan inevitable la forma de la narración de cualquier relato sobre cómo
sucedieron realmente las cosas, que la narratividad sólo podría parecer
problemática en una cultura en la que estuviese ausente. White, Hayden. El
contenido de la forma, Barcelona, Paidós, 1992.
104
.-De Certeau, Michel. La escritura de la Historia, México, Universidad
Iberoamericana, 1993.
postulado cero, que permite marcar la posibilidad del retorno de
un pasado; el cero es la incisión que se abre a la multiplicidad del
injerto, sin ese cero la configuración de todas las transformaciones
que se dicen como devenir no se desplegaría; por lo tanto, la
primera imposición convencional del discurso narrativo es
prescribir como comienzo lo que es punto de llegada, el final de
los sucesos narrados coincide con el principio de la narración y, en
la clausura que impone la finitud del acto de narrar se abre la
instancia de repetición infinita.
La narración articula la representación temporal como
intervalo en el que el tiempo es figurado como si tuviera un
comienzo, un medio y un final, lo que implica otorgarle una
determinada dirección y un orden específico, además de aceptar,
sea cual fuere la tipología genérica y la pertenencia discursiva, la
figuración de una concepción lineal del tiempo.
El discurso narrativo, que como un marco transporta la
representación del devenir temporal, necesita escindirse del
tiempo que pasa y olvidar su transcurso para imponer los modelos
de entramado del tiempo pasado. La narratividad implica la
elección de un vector de dirección tal que trastorne el sentido
temporal que pretende representar, invirtiendo su orientación e
imponiéndole una doble clausura. La ambivalencia del tiempo
narrativo reside en la trama que no se puede pensar como una
designación denotativa sin apelar a la coacción de algún decreto
reglamentario, sino que expone en toda su amplitud los
dispositivos de la semiosis infinita propia de la construcción
figurativa. Toda narración es una figura que alude a la instancia de
re-comienzo, imposible de ser pensada en términos de ostensión.
Creo que las novelas de Scorza dan a leer en su gestualidad
de borradura y exceso los límites de los discursos que se postulan
como dadores de verdad objetiva sobre los referentes. La saga La
Guerra Silenciosa es una esceno-grafía desaforada de la
imposibilidad de constitución del referente como una entidad
previa, escindida de los imaginarios de sentido que las refieren, en
un estatuto de plena autonomía de las redes de simbolización que
los refieren.
La revisión de las líneas teóricas que se proponen constituir
de manera más o menos precisa la especificidad de la ficción, más
que alcanzar ese objetivo parecen perseguir una noción
indeterminada y preteórica y, por lo tanto, desprovista de toda
pertinencia, salvo la que consiste en componer un ghetto con todo
aquello que obstruye la clausura de la semiosis figurativa.
La endeblez teórica manifiesta de la referencia directa, o de
la posibilidad de una denotación transparente, impide construir
sobre ese eje una distinción estable entre dos espacios discursivos
bien diferenciados a partir de la pertenencia o no del rango
ficcional.
Los intentos de distinción que tienen como matriz a la teoría
pragmática de los actos de habla resuelven las aporías que la
ficcionalidad les presenta recurriendo a la intención del
enunciador, es decir sus desarrollos implican una regresión que
explica el sentido en términos de conciencia volitiva del sujeto
emisor.
En el primer caso, la extensión referencial en la que se
fundan se vuelve inaceptable por la pérdida del privilegio que
tenía la realidad como exterioridad objetiva, que determinaba la
garantía última del estatuto epistemológico y ontológico del texto.
En el segundo, la fragilidad teórica que supone tomar como
principio ordenador la intención, se manifiesta en la rigidez e
inadecuación de la tipología de cada uno de los planteos, más allá
de la sofisticación con que a menudo se presentan.
En cuanto a la narración, que es el espacio discursivo sobre
el que las prescripciones imponen un mayor rigor de control, la
tipología distintiva sólo puede ser impuesta por mandatos
institucionales o por posturas doctrinales, que a menudo recurren
a planteos morales con el objetivo de salvar la verdad.
Esta imposibilidad de fijar límites precisos que establezcan la
diferencia entre los discursos ficcionales y no ficcionales, implica
la exigencia de superar el "a priori" que sanciona a las ficciones
como manifestaciones anómalas o desvíos de los demás discursos
serios o con valor de verdad.
La notable preocupación que la cuestión trae consigo —
revelada en la mutiplicidad y diversidad de los asedios que se
manifiesta en el considerable aumento, especialmente en los
últimos años, de la bibliografía sobre el asunto—, hace que su
tratamiento afecte gran parte de los discursos teóricos
contemporáneos, instalando la ficcionalidad como un tema clave.
Mi trabajo se inscribe en el cruce de un doble propósito por
una parte, exponer la debilidad de criterios en extremos
reductivos que pretenden someter a control a un concepto con
una genealogía tan compleja como es el de la ficción, y, por otra,
promover un desplazamiento, que abomine de banalizaciones y
rigideces, a los efectos de contribuir a la apertura de una reflexión
teórica que supere el dogmatismo y los componentes doxáticos de
los principios que aparecen como puntos de partida obligados.
Sobre el lugar reservado a la ficción como término anómalo
de una jerarquía violenta que le impone restricciones y límites, es
posible provocar el desplazamiento antes mencionado para
pensar a los discursos ficcionales no como una variedad
parasitaria o desviada, sino como la condición de posibilidad de
cualquier discurso, lo que implica desestabilizar asimismo los
parámetros que constituyen las bases de la discriminación.
La pregunta retórica del título, les recuerdo: "La narrativa de
Manuel Scorza ¿historia o ficción?", no puede ser separada del
otro título, el de la investigación de la que se desprende esta
ponencia: "La violencia en el orden del referente y en el proceso
de escritura - Las novelas de La Guerra Silenciosa de Manuel
Scorza", un título atrae al otro y es imposible reflexionar sobre la
violencia sin animarse a cuestionar la coacción de las taxonomías.
Reportaje o novela sin ficción —y sin literatura, quizás— este libro quiere ser
el análisis detallado, minucioso, de un crimen ocurrido en la ciudad de México
en octubre de 1978 y cuyas características, antecedentes y repercusiones
permiten iluminar áreas significativas de la sociedad mexicana en esta
segunda mitad del siglo veinte.105
.-Leñero, Vicente. Asesinato, México, Plaza & Janés, Colección Platino, 1989.
105
a Ramón Plaza
.-Piglia, Ricardo. Nombre Falso, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975. Todas la citas
106
107
.-Arlt, Roberto. Cronicón de sí mismo, Buenos Aires, Edicom, 1969, p.112.
Todas las citas de Aguafuertes remiten a esta edición.
108
.-La Literatura Argentina, Año 1, Nº 12, Buenos Aires, 1927, pp. 25-27.
"La gente busca verdad y nosotros le damos moneda falsa".
(Continuación de la cita anterior, cambia "verdades equivocadas" por "moneda
falsa").
"Es el oficio, 'el metier'. La gente cree que recibe mercadería legítima y cree
que es materia prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda de
otras falsificaciones, que también se inspiraron en falsificación." (Continúa la
cita anterior después de elidir: "Lo blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo,
pero es así. Hay que escribir. En Europa los autores tienen su público; a ese
público le dan un libro por año. ¿Usted puede creer, de buena fe, que en un
año se escribe un libro que contenga verdades? No, señor. No es posible. Para
escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora. Llenar páginas
de frases". Además, agrega al texto "legítima".)
"Usted me dirá". (Se invierte el orden del original "Me dirá usted.") "¿Y
si los otros no entienden que soy sincero? ¿Qué le importa a usted de los
otros?" (Se cambian los signos de admiración por los de pregunta en la última
frase, el texto saltea varias líneas.) "Uno se equivoca cuando tiene que
equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después." (Se retoma el mismo
texto elidiendo varias líneas.) "¿O qué se cree usted? ¿Que es uno de esos
multimillonarios norteamericanos que primero venden diarios, después son
carboneros, después dueños de circos, fiolos, vendedores de autos, hasta que
un golpe de fortuna los sitúa? Esos hombres se convierten en multimillonarios
porque querían serlo. Pero piense usted en todo los que se jugaron para
llegar" (Se cambia "ayer vendedores de diarios" por "primero venden diarios",
"más tarde carboneros" por "después carboneros", "luego dueños..." por
"después dueños...", ...y sucesivamente "periodistas" por “fiolos",
"automóviles" por "autos"; se elide "en el lugar que inevitablemente debían
estar" y se cambia "que querían ser eso" por "querían serlo"; se elide "Con
eso sabían que realizaban la felicidad de su vida"; se cambia "para ser felices"
por "para llegar".)
"¿Se da cuenta? —decía Kostia—. Hay una frase de Goethe, respecto a este
estado, que vale un Perú. Dice 'tú me has metido en este dédalo, tú me
sacarás de él'". (Cita de textualidad duplicada, a la que agrega "¿Se da
cuenta? —decía Kostia—", como conector indispensable que articula la
secuencia del relato en que se inserta.)
"Te darás cuenta que sacándole el brillo a la goma (me van a entregar
ahora una sin brillo ni tacto como el que tiene ésta) el asunto es perfecto.
Tendrán que usar mis medias o andar sin medias en invierno. No hay
disyuntiva.
Escribirte las pruebas y los trabajos que he efectuado hasta la fecha es
escribir una novela." (Se cambia "describirte" por "Escribirte".) "Con decirte
que mediante pruebas y trabajos sucesivos he conseguido reemplazar una
pierna de aluminio que costaba $100 por una pierna de madera revestida de
plomo cromado que cuesta $15. Es fantástico. He tenido que invertirlo todo y
sin trabajar ni hacer pruebas no es posible."
109
.-Arlt, Mirta. "Recuerdos de mi padre. A propósito de algunas cartas",
Ficción, Buenos Aires, Nº 15, setiembre-octubre, pp. 21-26.
110
.-Citada por Raúl Larra, Roberto Arlt, El torturado, Buenos Aires, Ediciones
Ánfora, 1950, p. 138.
111
.-Arlt, Roberto. El jorobadito, Buenos Aires, Anaconda, 1933.
1930, puede ser leído como un fragmento de "Las fieras",
publicado en El jorobadito y de la aguafuerte porteña
"Conversaciones de Ladrones", que a su vez están ligados en el
tema y el tratamiento.
"Gordo, jadeante, el traje de filafil verde hilo manchado con café, cenizas y
rouge."
"Kostia era un tipo gordo, asmático, que respiraba con un jadeo pesado."
p.123.
"Una mendiga duerme tirada sobre un banco. La despierta. ¿Cómo te llamás?,
dijo Rinaldi mientras el subte iba entrando con un zumbido."¿Quién?", dijo la
mujer. (Rostro cuarteado, hundido.) "Vos, carajo", jadeó Rinaldi. "¿Cómo te
llamás?" (La mujer se apretaba con las dos manos una especie de túnica
oscura y barrosa que le cubría la piel manchada.) "Cómo te llamás?
Echevarre, María del Carmen", dijo la mujer"
"En un costado, tendido en un zaguán, vio el bulto sucio de mujer que dormía
envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie.
—Che, vos —dijo.
La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cabeza como
enceguecida.
—¿Cómo te llamás? —dijo él.
—¿Quién?
—Vos. ¿O no me oís?
—Echevarne Angélica Inés —dijo ella, rígida."
113
.-Buenos Aires, CEAL, 1979, p.10.
2.4 En su ensayo "Nathaniel Hawthorne",114 Jorge Luis Borges
toma de los cuadernos de apuntes del escritor norteamericano
una cita que resume el argumento de un relato, que Piglia injerta
como apertura del esbozo de novela de Arlt:
("Llegaba demasiado temprano: eran las diez de la noche; pero la gran sala
blanca con sillas doradas y espejos a lo largo de las paredes estaba ya
dispuesta para recibir a los visitantes. Todas las luces estaban encendidas. La
casa era de las de primera")
("Apenas eran las diez de la noche; pero la espaciosa sala, toda blanca, con
muebles dorados y espejos bajos a lo largo de las paredes, ya esperaba a los
visitantes. El establecimiento, entre los de su clase, era de los bien
considerados, y las luces resplandecían profusas.")
II
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí
mi desesperación de lector/crítico, de crítico/lector. La molestia
persistía, iba diseñando en un pasaje inverso la estrategia de una
telaraña fugaz y confusa. Aún debía buscar más: el original de
Andreiev, ése era el centro que me permitiría deshacer el enigma
o atenuar la molestia. Luego con el original en ruso intentaría mi
versión, buscaría auxilio si fuera necesario, pero mi traducción
debía ser el último eslabón, el más firme.
No tenía demasiadas opciones en Buenos Aires, aunque
parezca paradójico, aquí en Buenos Aires no hay demasiadas
opciones para este tipo de búsquedas exóticas. De la molestia a la
compulsión hubo apenas un leve aleteo. Primero fue a S.A.R.C.U.,
una entidad cuasi oficial en la que se enseñaba ruso y se daban
cursos de literatura. Había olvidado un detalle, el año 1991, la
academia estaba en disolución. El edificio donde funcionaba
parecía poblado de fantasmas, casi vacío, con gente que me daba
dudosas explicaciones de prontas reformas. Alguien me acercó un
dato: se había abierto una sede vicaria con algunos disidentes en
el barrio de Versailles. Todo parecía una alegoría kitsch, el
derrumbe del socialismo coincidía en Buenos Aires con una
mudanza hacia el Antiguo Régimen. Allí, las profesoras egresadas
del Instituto Pushkin de Moscú me aportaron poco. No tenían el
texto de Andreiev en ruso, me advirtieron que conseguirlo me
llevaría meses "dada la actual situación allá" y, finalmente, re-
citaron lo que en cualquier enciclopedia podía encontrar sobre la
biografía "del insigne escritor nacido en 1871 y muerto en 1919".
Cuando imaginaba la necesidad de cancelar todo nuevo
desvío y darle una conclusión elegante a mi trabajo, entregándolo
en la fecha comprometida, la conjunción de una taza de café
derramada sobre un artículo de Ricardo Piglia acerca del cuento,
publicado en Clarín, el 6 de noviembre de 1986, y un aviso
sobriamente destacado, renovaron mis expectativas. Era un
recuadro, ubicado casi en un extremo de la página, entre los
avisos habituales del suplemento "Cultura y Nación": SE ENSEÑAN
BUENAS MANERAS Y ESTILOS—CONDE ANTON TOKRAY.
Alguien alguna vez me había mencionado que Tokray poseía
la mejor biblioteca de literatura rusa en su lengua original.
Mi ansiedad evitó la consulta telefónica, fui directamente a la
dirección del aviso sin establecer antes una cita. Era un
departamento en la calle Arenales, en un edificio que conservaba
el decoro y la distinción de otras épocas.
Me recibió Natasha Tokray, la hija del conde; su padre había
muerto hacía dos años. Ella iba liquidando los libros que había
heredado en pequeños lotes, lo que le aseguraba un mejor precio;
había elegido un método simple, el orden alfabético, ya iba por la
H. Quizás el desaliento, o la extrañeza que mi ansiedad habían
producido en aquella mujer alta, vestida de negro con un rostro
tallado por las arrugas y una mirada distante, la llevaron a
invitarme a tomar un té.
"Mi padre enseñaba buenas maneras y estilo, lo hacía
consciente de que aquellos comerciantes adinerados o políticos
arribistas no podrían corromper nunca las buenas costumbres. El
me decía que enseñarle a un sujeto cómo tomar los cubiertos para
ir a un programa de almuerzos televisivos era un modo de
preservar la pureza frente a la mezcla, el entrevero, la
disgregación producida por los simuladores."
Cuando nos despedíamos pareció compadecerse, me pidió
que la esperara y me anotó un nombre y una dirección, el Príncipe
Orloff, en la calle Brasil al 500, casi frente al parque Lezama, me
entregó, además una tarjeta de Juan María Brausen, "Désela,
seguro que lo va a atender. Mi padre le tenía gran admiración".
No me animé a preguntarle por qué la tarjeta que me daba
no era la de su padre, y acepté ir directamente sin cita previa.
Orloff me recibió tendido en la cama; era alto, enjuto, con
mechones blancos de pelo gris, los labios se le quebraban en una
mueca dolorosa, tenía una frente alta y prominente, las huellas de
la renuncia y el desengaño en sus gestos de oficinista envejecido.
Cuando llegué, leía La verdadera tierra de Erskine Caldwell.
Parecía desconectado del mundo, varado en una isla, a la deriva
en esa cama como en una balsa. Cerca, en una mesita cuadrada,
había un samovar, socavado por el tiempo, del que se desprendía
un tubo de goma que colgaba del respaldo de la cama; intuí que
lo que tomaba Orloff no era té.
Cuando leyó la tarjeta dijo con una voz ronca y acompasada:
"Juan María Brausen, pensar que este infeliz se creyó Dios y tuvo
que terminar como un pobre diablo, inventando un infierno con
una lata de kerosene y un fósforo, para quemar un retablo de
títeres, que osó, alguna vez, llamar pomposamente ciudad".
Cuando me animé a preguntarle por el texto de Andreiev se
sumió en un profundo silencio.
El zumbido de la llovizna agravaba su mutismo, por la
ventana se venía la noche con la persistencia de un viejo discurso
roído. "Algo debo tener, deme tiempo, mientras tanto busque en
Gorki y en Chejov."
Sus palabras me sonaron como un acertijo.
La fecha de entrega del artículo ya había pasado, con una
última excusa retuve la atención del editor. No encontré mucho en
quince días, pero lo suficiente para presentarme de nuevo frente a
Orloff. Dos datos apenas, que me parecieron más un señuelo de
pescador desesperado que otra cosa:
"Y a-t-il une histoire? S'il y a une histoire, cela fait trois ans qu'elle a
commencé. Toute sa vie était un jeu de hasard dangereux, avec de brusques
changements de fortune. Se présentait maintenant une de ces occasions où
s'impose l'astuce. Le destin, aveugle aux torts, est souvent impitoyable aux
moindres distractions; une patrouille de la police l'avait surpris tandis qu'il
s'extasiait a la lecture de ce qu'il venait d'écrire au charbon sur un mur.
C'était la phrase de Steve Ratliff que l'avait tant obsedé: CONVICTIONS CAN
NOT BE MURDERED.
Voilà les circonstances que poussérent Emile Zérin, ce soir d'automme,
à chercher un abri urgent dans une maison close. Il arriva trop tôt: el était dix
heures du soir mais la grande salle blanche, aux chaines dorées et aux
miroirs le long des murs, était déjà aménagée pour accuellir les visiteurs."
Herbert Lottman, una cita de su Diario de esa época: "Presiento que llevaré
en el mundo una vida corriente, sensata, razonable, que seré un buen (...)
componedor de frases, un buen abogado, mientras que yo quisiera tener una
extraordinaria".
junto a ese norteamericano alto, de pelo colorado, prisionero de
una historia siniestra, que desplegaba sus papeles en los que
hurgaba una y otra vez los pormenores de una novela
interminable, cuyo sentido, el que luego sería el autor de Madame
Bovary nunca pudo descifrar.
Junto a Ratliff, Flaubert comenzó a leer de otra manera,
incluso los textos que más lo habían marcado en su adolescencia,
su cercanía le hizo comprender con mayor claridad lo que estaba
buscando a tientas.
Después de aquel verano en Trouville, el joven Gustave
Flaubert no volvió a ver jamás a Steve Ratliff, pero, al parecer,
íntimamente siempre reconoció que aquel forastero era quien
verdaderamente lo había iniciado en literatura. En algunos de los
proyectos de sus textos es posible rastrear la traza que imprimió
Steve Ratliff y la cifra de un velado homenaje.
En 1843, mientras estudia en París en la Escuela de Derecho
empieza la primera versión de Educación sentimental, en la que
algunos críticos flaubertianos han rastreado una impronta
fuertemente biográfica. En esta primera versión, no publicada en
vida de Flaubert, hay dos protagonistas: Henry, estudiante sin
ambiciones, y Jules, aspirante a escritor. En la primera etapa de su
escritura la novela tenía a Henry como protagonista y luego
introdujo a Jules para crear contraste. Cada uno de estos dos
héroes novelescos, representaba un aspecto de él mismo, según
consta en una carta Louise Colet de marzo de 1852. En esa
versión de la novela, Henry conquista a una mujer casada y huyen
juntos a Nueva York. Ese fue, al parecer, el motivo de la
desaparición de Steve, quien, finalmente, logró seducir a la mujer
que vivía en la casa que había sido de Victor Hugo.
Al escribir el relato de Emile Zérin, Flaubert incorporó la cita
que Ratliff había repetido tantas veces en sus encuentros.
En 1851, después de su viaje al oriente y en tren de superar
la decepción que le había producido el rechazo de sus amigos por
la Tentation de Saint Antoine, Flaubert piensa escribir una novela
basada en un hecho real, lo que le permitirá desplegar la poética
que desde hace tiempo ha ido diseñando: la palabra justa, la
objetividad, la composición rigurosa, el control racional de la
intuición. Duda entre dos historias, la de un revolucionario de
1848, Emile Zérin, o la de Eugène Delamare y Delphine Couturier,
quien había muerto el 6 de marzo de 1848, tras vivir un intenso
drama pasional. En septiembre de 1851, comienza a escribir
Madame Bovary. Flaubert optó por la segunda historia.
De la primera, al parecer, sólo queda el fragmento que me
entregó Orloff y, supuestamente, una versión más o menos
terminada, posiblemente en otras manos. Todo esto si se puede
probar la autoría de Flaubert, si se sostiene de alguna manera
esta novela familiar, por llamarla de algún modo.
De todas maneras, hasta aquí he llegado. No más.
Suponer que Flaubert alguna vez imaginó escribir sobre un
revolucionario del 48 es patear el tablero, poniendo en cuestión
los estudios que lo inscriben en el tramado de relaciones que teje
el Segundo Imperio. Discutir la tesis de Sartre según la cual el
escritor más representativo de esa sociedad fue el autor de
Madame Bovary, quien estaba identificado plenamente con lo que
el régimen de Louis Bonaparte significó, es pretender abrir un
intersticio en la muralla institucional, con el único auxilio de un
escarbadientes. Además, sugerir una relación de aprendizaje de
Gustave Flaubert con un ignoto norteamericano es una
desmesura, teniendo en cuenta que apenas poseo dos vagos
indicios de su existencia: 1) un fax con la reproducción del artículo
sobre la muerte de La Fayette en el New York Evening Star, pero
sin otra aclaración que dos iniciales, S.R.; 2) la posibilidad de
probar con algún grado de confiabilidad que Steve Ratliff era
oriundo de una antigua plantación cercana a Jefferson, en el sur
de EE.UU.; y una única certeza: que la cita es falsa, no le
pertenece. Quizá a diferencia de Sarmiento que confundió su
autoría, Ratliff recordaba a Diderot, pero prefirió omitirlo, y repetía
sólo la traducción.
Pero es demasiado para mí, voy a guardar como souvenir la
carta de Flaubert a Louise Colet, desconocida para los
compiladores de su correspondencia, que había ido a parar a
manos de Chejov, conocida por Gorki, puesta en relato por
Andreiev, que recibí de un personaje que se hace llamar el
príncipe Orloff y a quien no volveré a visitar.
Tan sólo me quedan algunas dudas: qué sabe Ricardo Piglia
de todo esto, acaso es una casualidad que cuando enumera la
lista de libros leídos por Arlt, ubica a Flaubert entre Gorki y
Andreiev, p.120; me perturban, además las siguientes "simetrías":
—el narrador de "En otro país", como el mismo Flaubert,
comienza un diario a los dieciséis años;
—también es hijo de un médico;
—asimismo, su figura iniciática es un norteamericano que se
llama Steve Ratliff, quien, además teoriza sobre Flaubert;
—Renzi es un anagrama de Zérin.
¿No será él, acaso, quien olvidó devolver la primera versión a
Orloff?
Pero también con Piglia guardaré silencio. Todos mis diálogos
con él constituyen un galimatías, una especie de ficción
paranoica. Siempre hablamos de cosas diferentes, fingimos
entendernos como si cada uno fuera el traductor simultáneo del
otro, pero a destiempo.
Además, imagino su respuesta lábil: "Steve Ratliff es el otro",
apenas le pregunte por el lugar de Max Brod en esta historia.
III
La fundamentación de mi artículo como crítica de la crítica se
apoyaba en tres núcleos:
1) El primero partía de un estereotipo propio de la narrativa
policial: el criminal siempre vuelve al lugar del crimen.
Pretendía trastornarlo: el lector está cometiendo un crimen,
el lector ha cometido un crimen, pero todo en futuro, a pesar de la
lengua. El privilegio de la linealidad como imagen irreversible de
la sucesión temporal, se desconstruye en la inevitable
intersección de la lectura y la escritura. Lo que, al parecer, entra
en cuestión es la primacía del ahora-presente, este tiempo
conceptualizado por la metafísica se caracteriza por el privilegio
del instante-presente del que dependen el pasado y el futuro
según una sucesión espacial homogénea, lineal y continua.
Sucesión de la que provienen tanto la oposición original/derivado
como la utopía de un origen pleno.
Las escenas de escritura/lectura se tornan indiscernibles, los
límites están en perpetuo desvanecimiento y fading.
2) El segundo consideraba la traducción como una analogía
probable de la improbable frotación entre la utopía del origen y el
diferimiento incesante del lector per-verso.
La versión es lo que atraviesa al lector.
3) Y, finalmente, proponía que todas las ficciones son teorías
en el sentido de configuraciones discursivas en las que las
posiciones de los sujetos y los predicados que se despliegan
construyen verdaderos simulacros. Gesto fundante e inequívoco
de toda teoría.
Santa Evita de T. E. MARTÍNEZ - LA VERDAD DE LA
FICCIÓN
Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la
certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en
el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una
beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea de la muerte no le dejaba de
doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte era la
blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un
caballo al galope.
No por eso le tuvieron lástima sus enemigos, que también eran millares. Los
argentinos que se creían depositarios de la civilización veían en Evita una
resurrección obscena de la barbarie. Los indios, los negros candomberos, los
crotos, los malevos, los cafishios de Arlt, los gauchos cimarrones, las putas
tísicas contrabandeadas en los barcos polacos, las milonguitas de provincias;
ya todos habían sido exterminados o confinados a sus sótanos de tiniebla.
Cuando los filósofos europeos llegaban de visita, descubrían un país tan
etéreo y espiritual que lo creían evaporado. La súbita entrada en escena de
Eva Duarte arruinaba el pastel de la Argentina Culta. Esa mina barata, esa
copera bastarda, esa mierdita —como se la llamaba en los remates de
hacienda— era el último pedo de la barbarie. Mientras pasaba, había que
taparse la nariz.