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Historia II
Año: 2020
Influencia de la peste negra en el Renacimiento
Período un tanto impreciso, los historiadores suelen encuadrar la Baja Edad Media entre los siglos
XI y XIV para hablar de una etapa de transición entre el mundo medieval y el moderno. La Baja
Edad Media sigue perteneciendo al Medievo, pero, en su evolución, los rasgos sociales y culturales
medievales van perdiendo ascendencia, mientras se producen una serie de cambios estructurales
que contienen los requisitos para el desarrollo de un sistema social cualitativamente nuevo: la Edad
Moderna.
Estos cambios profundos se generan por la acumulación de pequeñas variaciones en todos los
ámbitos de la Baja Edad Media. En la escena social y económica, el tránsito significó la aparición
de una clase de empresarios (asociados en gremios) y otra de asalariados urbanos que trabajaban,
ahorraban y consumían en una economía que, con muchas limitaciones, evoca a la capitalista. La
inversión de fondos en distintos campos (manufacturero, comercial y agrícola) llevó a buscar
personal cada vez más especializado, lo que elevó el nivel general de la instrucción. La educación
se volvió más secular, y surgió un interés nuevo por la ciencia y la técnica.
La progresiva implantación de estas mutaciones se sirvió de una serie factores que no podemos
considerar desencadenantes, pero sí determinantes, puesto que actuaron como reguladores e
incluso como aceleradores del cambio: la crisis social, económica y agrícola, el hambre, la guerra
y, por encima de todos ellos, la peste negra.
La peste en escena
En medio de tensiones sociales, crisis y guerras, apareció en 1347 la más letal epidemia que
conocería el Medievo, la peste negra, que dejaría un rastro inaudito de muerte y miseria. “Con tanto
espanto había entrado esta tribulación en el pecho de los hombres y de las mujeres, que un
hermano abandonaba al otro y el tío al sobrino y la hermana al hermano, y muchas veces la mujer
a su marido, y lo que mayor cosa es y casi increíble, los padres y las madres evitaban visitar y
atender a los hijos como si no fuesen suyos”, describe Boccaccio en el Decamerón. Para el
anónimo autor de Viajes de Juan de Mandeville, un clásico de la literatura también escrito en aquel
siglo, “parecía como si hubiese habido una batalla entre dos reyes, y el más poderoso y con mayor
ejército hubiera sido derrotado y la mayoría de sus gentes asesinadas”. En torno a 48 millones de
personas habrían muerto directa o indirectamente, ya fuera por contagio, por abandono –en el caso
de ancianos y niños– o por falta de recursos básicos.
El primer impacto de la peste fue, por tanto, demográfico. Las vidas que se llevó en solo siete años
tardarían dos siglos en recuperarse, mientras que los supervivientes se reorganizarían de un modo
distinto. Durante los años de epidemia, la población rural se había desplazado a las ciudades en
busca de alimento y compañía, y, dado el amplio número de vacantes que dejó la peste, ya no
tendría que regresar. El campo quedó despoblado, mientras la vida en las ciudades se revitalizaba,
impulsada por la concentración de fortunas que siguió a la elevada mortandad. La vieja aristocracia
rural, acostumbrada a vivir holgadamente de las rentas, se encontró con dos posibilidades:
arrendar sus tierras a precios más bajos o explotarlas directamente, contratando a agricultores y
pagándoles salarios cada vez más altos. El poder señorial perdía, por tanto, parte de su capacidad
adquisitiva, mientras que los jornaleros, repentinamente valiosos debido a su escasez, veían
aumentar su bienestar.