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Universidad Autónoma de Querétaro Facultad de Psicología

Psicopatología dinámica II: perversiones y psicosis

Perversión en tiempos contemporáneos: sujeto, ley y violencia.

Andrés Día Mata

Para la teoría psicoanalítica, la perversión puede considerarse no tanto más como


una patología sino como un síntoma, pues debido a la amplitud con la que Sigmund Freud
abordó el tema de la sexualidad humana, esta pudo ser definida no sólo en cuanto a una
práctica reproductiva, sino también como toda una dimensión en la que caben una amplia
diversidad de tendencias: algunas caracterizadas como normales y otras quizá estrafalarias.
No obstante, es cierto que existen también algunas perversiones consideradas como
patológicas debido a que puede considerarse peligrosas tanto para la persona que las
practica como para aquella con quien las ejerce, ubicado como un objeto y no así como un
sujeto, posición que puede ser causa de peligro para esta última “participante”.

La relación de los sujetos perversos con la ley y con los otros es una arista que debe
ser revisada debido a varios fenómenos sociales caracterizados por la violencia (en sus
diversas manifestaciones) que causan tantos estragos en la sociedad, en los sujetos y en los
vínculos sociales. El presente ensayo es un trabajo para realizar una revisión de ciertas
condiciones socio-culturales que pueden articularse hacia un abordaje de la perversión y su
anclaje en la violencia: ¿cuál es la relación, desde la perspectiva psicoanalítica, de la
perversión con las condiciones de violencia en la época contemporánea?

Para dar inicio a este trabajo, habrá que decir que Sigmund Freud distingue en sus
Tres ensayos sobre teoría sexual (1992ª/1905) distingue el desarrollo psico-sexual infantil
“normal” de los individuos para convertirse en sujetos (este término no es propio de Freud),
es decir, en miembros de una sociedad que puede seguir las normas establecidas,
incluyendo aquellas que regulan la actividad sexual1. Para Freud, las perversiones son
aquellas prácticas que ofrecen placer sexual pero que divergen de la meta común sobre la

1
En su texto El sepultamiento del complejo de Edipo (publicado originalmente en 1924), Freud destaca la
importancia de la transmisión del orden social mediante la instancia del superyó, misma que permitirá al
sujeto regular sus impulsos en su vida posterior a la infancia, aun cuando se logre deslindar de sus padres y
consiga su ulterior autonomía.
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sexualidad: es decir, la meta reproductiva, o (pensándolo como algo todavía más amplio,
para deslindarme de esa visión en la que la procreación definía la normalidad sexual),
puede ubicarse al coito como el estándar de las prácticas sexuales.

Freud indica en los Tres ensayos (1992a/1905) que la perversión es el reverso de la


neurosis. Para Freud, las fantasías que son plenamente conscientes en la perversión
coinciden con aquellas fantasías reprimidas en las neurosis (como en la histeria). Además,
el creador del psicoanálisis sostiene que, durante el proceso del crecimiento, las personas
desarrollan o adquieren ciertos “diques anímicos” que contribuyen a la delimitación de
ciertas actividades que podrían resultar indebidas o meritorias de castigos.

El texto El sepultamiento del complejo de Edipo (1992b/1924) resulta revelador y


esclarece el proceso por el cual dichos diques anímicos son producidos: debido al complejo
de castración y la amenaza de la pérdida del pene (para el barón), la realización de ciertas
prácticas sexuales y el desarrollo de ciertas fantasías se ve reprimido, para el caso de la
persona neurótica. No obstante, para la persona perversa, ocurriría que dichas fantasías
permanece entonces consciente y la búsqueda de su realización permanecería latente: para
los neuróticos, la introyección de las leyes y las normas prohíbe y regula los placeres
sexuales (conscientes), pero para los perversos, dichas normas son en realidad objeto de
una relación distinta. El perverso no cede ante la ley, sino que sigue adelante, desafiándola.

Por otra parte, en los Tres ensayos (1992a/1905) Freud describe que la disposición a
la perversión no es algo raro ni particular, sino algo inherente a la sexualidad humana y a la
constitución de una persona (sujeto). Este último punto será relevante para preguntar si,
debido a ciertas condiciones sociales-culturales, ¿podría entonces ocurrir que la perversión
se convierta en la estructura psíquica más común entre los individuos? En otras palabras:
¿podría ocurrir que las condiciones del contexto precipiten entre las nuevas generaciones de
personas-sujeto tendencias para conductas (y estructuras psíquicas) perversas?

Es necesario atender a dos referencias indispensables para hablar de la violencia


desde la perspectiva psicoanalítica: en Más allá del principio del placer (1992c/1920)
Freud hablará de la pulsión de muerte y la pulsión de agresión como algo inherente al ser
humano en tanto ser pulsional: si la primera es una tendencia propia de los organismos que
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apunta hacia el regreso al estado de tensión cero, hacia un estado más bien inorgánico, su
descarga hacia el exterior (y hacia los otros) no deja de ser una de sus manifestaciones.

Por otra parte, en El malestar en la cultura (1992d/1930) Freud aclara que esta
tendencia innata a la agresión, no obstante, encuentra en la cultura (instruida y heredada
mediante el proceso del sepultamiento del complejo edípico y la generación del superyó) un
freno, una ley que la contiene y previene la disolución del vínculo social ante la violencia.
Como dirá Freud en dicho texto, la cultura protege de los peligros de la naturaleza, pero
también de los peligros del humano en sí mismo: ayuda a preservar el vínculo social y así
fomentar el crecimiento y desarrollo de la sociedad misma.

No obstante, es menester también acudir a textos recientes en los que dicho tema es
puesto sobre la mesa para ser cuestionado, bajo la mira de fenómenos sociales recientes y
de gran interés para diversas ciencias, así como la opinión pública en general: las recientes
oleadas de violencia atroz y las diversas manifestaciones colectivas e individuales que han
estado marcadas profundamente por lo explosivas y violentas que han sido. Cabe
preguntarse, ¿qué pasa cuando el mismísimo lazo social es el que promueve la violencia y
la trasgresión de la ley?

Retomo aquí el planteamiento de Agustín Martínez Pacheco (2016) quien indica


sobre la violencia que esta se trata de una forma de relación social o de vínculo en la que
no se reconoce al papel del otro en tanto sujeto, sino que se da un trato como objeto,
misma que no es sólo un hecho material aislado que ocurre en un contexto como telón de
fondo, sino que ocurre por condiciones históricas, culturales y sociales que posibilitan dicha
forma de relación social. Es decir: la violencia, no pensada únicamente como una
manifestaciones pulsional que depende de cada individuo, ajena al contexto en el que se
realiza, sino producida por este mismo contexto: así como Freud mencionara acerca del
papel de la cultura (1992e/1930), esta puede también, a la inversa, precipitar tales formas
de relaciones sociales en las que no se reconoce el papel del otro sino como objeto.

Además, sobre el contexto, pueden considerarse la denominada “posmodernidad”,


sobre la que Olivos Aragón (2003) comenta, entre algunas de sus características: la
globalización del mercado, la masificación de los medios de comunicación, el triunfo del
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neoliberalismo, la desacralización de la cultura, la negación de la historia, la muerte del


optimismo que prometían los avances de la tecnología y la ciencia, entre otras cosas.
Además el autor señala que en esta época se presentan nuevas formas de subjetividad que
se construyen desde la caída de la figura paterna, la autoridad (que edificaba el complejo
edípico en la subjetividad moderna), produciendo ahora un “yo debilitado”: para el llamada
“sujeto posmoderno”, se ha perdido la capacidad de ordenar y jerarquizar los impulsos. Por
otro lado, se plantea que el narcisismo/hedonismo es lo distintivo de la subjetividad
posmoderna, regida bajo una “ética hedonista”, además del mandato del Mercado que
indica la obtención de placeres inmediatos, del éxito y del consumo como indicador de la
“felicidad” en tanto requisito para un mayor reconocimiento del status social; este autor
remarca la difusión de la identidad y la desorganización de la personalidad.

Destacaré entonces que para el sujeto posmoderno, la ineficiencia de una figura


paterna que instaure la ley y permite la introyección de la autoridad, repercute en cuanto a
una supuesta “debilidad del yo”, pues este se vuelve menos capaz para auto-regularse y de
ordenar sus impulsos, de modo que, podemos pensar que, debido a ciertas condiciones
socio-culturales que imposibilitan la presencia parental para la educación de los sujetos más
jóvenes, sean niños o adolescentes, estas nuevas subjetividades se distinguen porque no han
logrado desarrollar la capacidad para controlar sus impulsos.

Conectaré ahora este planteamiento con lo propuesto por Patiño Correa y Quiroz
Bautista (2014) al hablar de la relación de la violencia y la constitución psíquica del sujeto:
si bien, la violencia surge como un acto que, debido a la absoluta dependencia
infranqueable en la que nacen los seres humanos, y que permite, a la vez que marca un
límite respecto al cuerpo propio y el cuerpo del otro, para evitar el “aplastamiento” por ese
otro del que se depende, pero que logra ser regulada (durante el desarrollo psíquico) por la
introducción de las normas, por la introyección de la autoridad parental para la creación del
superyó y la posibilidad de una no transgresión de la ley (al menos en las condiciones más
frecuentes entre los seres humanos, capaces de sostener un vínculo social reconociendo a
sus congéneres como sujetos).

No obstante, los autores (ibíd.) también plantean que, en la actualidad, hay una
incapacidad de la ley, del orden simbólico, para contener las manifestaciones de la
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violencia que se produce entre los sujetos, subjetivados en un contexto ampliamente


marcado por la trasgresión a las normas: delincuencia, agresiones, violaciones, asaltos,
narcotráfico, pederastia, impunidad, corrupción, entre tantas y tantas cosas. Por ende, el no
reconocimiento de una ley que deba acatarse y respetarse, así como la falta del
reconocimiento del otro como sujeto y no sólo como objeto, bajo la orden cultural del
consumo y la obtención inmediata de placeres (máximo mandato posmoderno), no pueden
sino precipitar los pasajes al acto, la falta de regulación de los impulsos y las prácticas
violentas. En otras palabras: es el mismo contexto que, desde distintos ángulos y desde
diversas formas, posibilita el surgimiento ciertos vínculos sociales en los que la violencia es
incontenible, irrefrenable.

Al respecto, Francisco Landa (s.f.) menciona que hay una característica en el sujeto
neurótico que juega como un arma de doble filo: a la vez que opera como sujeto, a veces,
puede también proceder posicionándose como un objeto que busca el reconocimiento del
otro (encarnado en la infancia por las figuras parentales), su amor 2. No obstante, el perverso
no elige al otro (al neurótico) como un objeto de amor (como un sujeto), sino que lo utiliza
como cosa, cosa que será utilizada y desechada posteriormente: objeto de consumo, objeto
que fungirá como aquella cosa sobre la que se descargarán las pulsiones más violentas, en
la que no se pretenderá sino ejecutar esas fantasías que, de haberse introyectado la ley,
serían reprimidas o llevadas hacia otros destinos. Para Landa Reyes, el perverso es capaz de
utilizar a su semejante como una cosa desechable y después dejarla a su suerte, no
importando así si esta depara un destino traumático.

En esta consideración, cabe destacar ese no reconocimiento del otro como sujeto, es
decir, esa condición para que un sujeto sea tratado como un objeto-cosa. Pero no solo eso:
Landa Reye (ibíd.) plantea los peligros de la idealización a la que se someten a algunas
personas dentro de diversos contextos. El autor se centra en aquellos casos de abuso sexual
infantil y de adolescentes dentro de instituciones religiosas, empero, también destaca que el
peligro reside en la ubicación idealizada (fetichizada) de algunos personajes a los que se
considera por encima de la ley (debido, quizá, a que aparentan ser aquellos quienes han
2
Como indican Patiño Correa y Quiroz Bautista (2014), la identidad (que se construye durante la
adolescencia) es algo que se produce en relación a un otro, es decir, no puede ser sostenida por uno mismo,
sino que depende de un vínculo para poder ser afirmada: se muestra ante los semejantes para distinguirse de
ellos, a la vez que se busca su aceptación.
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logrado cumplir con el ideal social), y que entonces, antes las condiciones adecuadas,
pueden trasgredir toda norma que regule las relaciones sociales y hacer de alguien, infante,
joven o coetáneo un objeto de prácticas devastadoras con efectos traumáticos.

Después del recorrido realizado hasta este punto, habiendo hablado del vínculo del
sujeto con la ley y las normas; de la violencia como forma de relación social, determinada
por condiciones de su contexto; de considerar la manera en la que el sujeto perverso usa a
un otro (semejante) como objeto desechable; cabe formular una conclusión no como
respuesta, sino a modo de preguntas e interrogantes que puedan marcar posteriores
elaboraciones teóricas.

¿Puede considerarse que la perversión es promovida por los ideales sociales


contemporáneos? Si se piensa a la perversión como la estructura psíquica, desde la
perspectiva psicoanalítica, que trasgrede las normas al reconocerlas como tales (ya que es el
reverso de la neurosis y no hay un displacer consciente ante la ejecución de ciertas
fantasías), ¿puede hablarse de una producción (socio-cultural) masiva de sujetos perversos
debido a que cada vez más sujetos parecen quebrantar las normas? O, ¿será acaso que, ante
la promoción de normas cada vez más laxas, del consumo y la competitividad exacerbada,
del éxito a toda costa, y, más aún, de normas que instan a la trasgresión misma, que los
sujetos en realidad se ciñen más a dichas normas sociales que, en lugar de convertirlos en
los neuróticos de la modernidad, los vuelve fieles creyentes y acatadores de las leyes
vigentes en la época actual?

Tales preguntas, complejas en su formulación, apuntarán hacia una prosecución del


presente trabajo para continuar con la articulación de las diversas aristas hasta aquí
abordadas.

Referencias:

Freud, S. (1992a). Tres ensayos sobre teoría sexual (1905). En J. Strachey (Ed.) y J. L.
Etcheverry (Trad.), Sigmund Freud Obras Completas. Argentina: Amorrortu. (V. 7,
pp. 109-223). (Trabajo original publicado en 1905).
Freud, S. (1992b). El sepultamiento del complejo de Edipo (1924). En J. Strachey (Ed.) y
J. L. Etcheverry (Trad.), Sigmund Freud Obras Completas. Argentina: Amorrortu.
(V. 19, pp. 177-188). (Trabajo original publicado en 1924).
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Freud, S. (1992c). Más allá del principio del placer (1920). En J. Strachey (Ed.) y J. L.
Etcheverry (Trad.), Sigmund Freud Obras Completas. Argentina: Amorrortu. (pp.
1-62). (Trabajo original publicado en 1920).
Freud, S. (1992d). El malestar en la cultura (1930 [1929]). En J. Strachey (Ed.) y J. L.
Etcheverry (Trad.), Sigmund Freud Obras Completas. Argentina: Amorrortu. (pp.
57-140). (Trabajo original publicado en 1930 [1929]).
Landa Reyes, f. (s.f.). La trampa y el espanto: reflexiones analíticas a partir del caso
Maciel y otros dispositivos institucionales perversos.
Martínez Pacheco, A. (2016). La violencia: conceptualización y elementos para su estudio.
Política y Cultura, núm. 46, pp. 7-31. Recuperado de:
http://www.scielo.org.mx/pdf/polcul/n46/0188-7742-polcul-46-00007.pdf
Olivos Aragón, P. (2003). Nuevos sujetos posmodernos; ¿nuevas patologías?, ¿nuevos
pacientes? En: Raúl Riquelme y Alex Oksenberg (editores) Trastornos de
Personalidad. Hacia una mirada integral (pp.189-204). Chile: Sociedad Chilena de
Salud Mental.
Patiño Correa, M. y Quiroz Bautista, J. (2014). El cuerpo del adolescente frente a la
violencia. Daena: International Journal of Good Conscience. 9 (1) 104-114.
Recuperado de: http://spentamexico.org/v9-n1/A9.9(1)104-114.pdf

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