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En poco tiempo todas las estancias estaban en sobre aviso, y los lanceros
elficos se encontraban listos y dispuestos para plantar cara al invasor del
sur. Curiosamente, a Imladris y a Zarahx les ordenaron marcharse a la casa
del herrero, pues este era el lugar al que habían mandado al resto de jóvenes
para que estuvieran a salvo de la contienda que se iba a desatar.
Al cabo de unas horas, y al escuchar tan solo silencio desde su lugar,
Imladris se levanta de donde estaba, y se encamina hacia la puerta.
No aguanto mas - comenta sinceramente – Voy a ver que a ocurrido, pues
tal espera me esta matando lentamente.
Te acompaño – susurra Zarahx – Quiero saber que le a pasado a padre, que
no ha venido a decirnos nada.
Imladris asintió, y ambos hermanos corrieron nuevamente por los
complejos túneles que formaban el laberinto de defensa de las estancias,
buscando a sus padres.
La visión de las estancias resultaba de lo más desalentadora, pues los
trasgos habían reducido prácticamente a la nada cuanto habían sido las
estancias del Tharanduil: un espeso humo negro dominaba la parte superior
de todos los túneles, y tirados por doquier se hallaban cuerpos mutilados y
damas elficas muy bellas, violadas y degolladas posteriormente. De la
práctica totalidad de hogares- cueva salía un olor molesto, claramente se
trataba del olor de la madera al arder, y el alma de los dos jóvenes elfos
sufría profundamente ante tal visión de destrucción. Imladris maldijo para
si, al ver a la dama elfa, Yivian, tirada en el suelo y con signos visibles de
haber sido forzada repetidas veces a copular, muy posiblemente con un
repugnante trasgo.
Esto no quedara así –La sangre de Imladris hervía de desesperación y odio
en sus venas – juro por todo lo sagrado que esto no quedara si.
El rostro de Zarahx se convulsionaba de horror ante tal visión de muerte y
noto como sus puños se tensaban alrededor de la espada – Te ayudare
hermano… aunque sea lo ultimo que uno de los dos hagamos, te ayudare a
vengar a nuestro pueblo.
La convicción que movió a estos en este momento fue tal, que volvieron a
la herrería para contarles la mala noticia y algunos de sus hermanos de raza
les apoyaron en dicha convicción, acompañándolos para preparar una
partida de caza.
De los pocos elfos que quedaban vivos, quedaba un joven aprendiz de
herrero, que calentó nuevamente la forja para crear armas para el grupo.
Mientras el joven aprendiz hacia esto, Imladris volvió a la casa de sus
padres, y vistió una túnica negra con una cota de mallas elfica bajo esta,
colgando de un cinto la espada cogida de la herrería. Después volvió al
puesto de guardia, y recupero del cuerpo de su padre un colgante de cuarzo
negro que pendía de su cuello. Se introdujo en el receptáculo del vigía de
reposo, y allí donde dejo la piedra de obsidiana se hallaba aun. La recogió
del suelo, y esta vez no noto cosquilleo alguno.
Supongo que debió romperse cuando la deja aquí –Piensa el joven –Bueno,
me la llevare, pues podría serme de alguna ayuda en otro momento. –Dicho
esto se metió la piedra negra en el zurrón que pendía de la túnica oscura y
salía corriendo nuevamente hacia la estancia del herrero, donde el resto de
la partida de caza le esperaba.
Disponemos de cuatro magos, seis guerreros y un rastreador, hermano –
Pronuncio Zarahx al ver entrar a Imladris –Supongo que podremos darles
bastantes problemas a esos trasgos, aunque muramos después.
Espero que nuestra muerte no sea necesaria, Zarahx –La voz de Imladris
trono sombría en las estancias –Esperemos que mi plan tenga existo.
Los doce, pues eran doce con Imladris, partieron de las estancias sabiendo
que era una empresa suicida, y que posiblemente no volverían a ver dichas
estancias.
Durante todo el camino permanecieron callados, expectantes ante los
hallazgos del rastreador que apenas levantaba la mirada del suelo para
poder guiarles hacia los trasgos.
Horas mas tarde, arribaron a una cueva de estrecha boca, donde las huellas
de trasgo se perdían –Aquí es, o al menos eso parece Imladris –pronuncio
el rastreador -¿Entramos ya?
Déjanos preparar algunos conjuros –Señalo a los otros magos –Y pronto
estaremos listos para darle su merecido a esos trasgos.
A cada paso que daba, sentía cada vez más un pesado sueño que lo iba
embargando poco a poco y notaba como las piernas y los brazos se le
engarrotaban presa de la acción del áspid vertido en su sangre.
La agonía se iba acrecentando mientras que su ya escasa convicción de
venganza se desvanecía, y por un momento creyó ver a sus compañeros
difuntos que le recriminaban su falta de valor. Imladris tuvo que hacer un
tremendo esfuerzo para desechar esas visiones, hasta que el sol del nuevo
atardecer le devolvió parte de la esperanza perdida.
Salto raudamente a un lateral, y con apremio, se oculto lo mejor que supo de
los trasgos que le perseguían; observo durante largo tiempo como los trasgos
trataban en vano de dar con él, y en cuanto vio una oportunidad se alejo
prácticamente exhausto del lugar.
Fue entonces cuando la mente de Imladris vago hasta las ahora arruinadas
estancias del Tharanduil, y recordó que aun quedaban allí hermanos suyos,
algunos que, con gran clarividencia, rehusaron partir con él y Zarahx hacia la
muerte cual cordero en el matadero; fue entonces cuando se levanto de la
piedra, y casi como un mero fantasma deambulo por las sendas poco
transitadas de las cercanías de Rhovanion, en dirección a Tharanduil, su hogar
natal.
Pasaron un par de días, y parecía que iba a agonizar allí mismo, pues carecía
ya de víveres para seguir alimentándose, y la escasa agua que le quedaba no
duraría mucho tiempo más. Escucho un sonido familiar, se trataba de unas
palabras pronunciadas en la lengua de los humanos que conocía bastante bien.
Se acerco a ellos sin atisbos de miedo o duda en su ahora marmóreo rostro, y
les saludo sin muchas ceremonias, tan solo para ver como uno de ellos sonreía
mostrando unos descomunales colmillos y saltaba sobre él…
3.-
Tharanduil,
años después
Una fría y tormentosa noche de invierno, una silueta negra se presento ante el
puesto de guardia que años atrás había pertenecido al padre de Imladris.
Vestía una pesada capa negra de viaje, y el resto de su vestimenta quedaba
oculta bajo esta capa, además de su rostro, del que tan solo se veían un par de
resplandores brillando allí donde hubieran debido estar los ojos.
Durante varios años, una decena tan solo, la vida trascurrió nueva y
monótonamente sobre las Estancias del Tharanduil, e Imladris vivió de
nuevo entre su floreciente pueblo. No eran muchos no, pues de los
anteriores moradores quedaban tan pocos que se podían contar con los
dedos de las manos; y los jóvenes, bueno, ellos proliferaban y proliferaban
pero aun así apenas contaban con cien o dos cientos habitantes en las
renovadas estancias ocultas de Rhovanion: Las Estancias de Tharanduil.
Todo trascurrió de tal modo, hasta que un buen día, sin aviso previo,
apareció el cuerpo de una joven dama desangrada. Se trataba de una
damisela elfica de muy buen ver, con los cabellos de un gris platino intenso
y unos hermosos ojos azules tan inmensos y profundos como el del propio
mar, y vestía una túnica pálida como la tiza, casi parecía haber estado a
punto de contraer matrimonio antes de hallar tan fatal destino.
-El joven se estremeció ante las palabras del viejo elfo Imladris, e intento
ocultar sus temores con una nueva serie de afirmaciones –De tal modo que
piensas igual que yo… más bien pienso en algún tipo de licántropo o
vampiro, aunque se bien que en la actualidad quedan pocos seres de ese
tipo, pues la alianza de elfos y humanos acabo con ellos hace milenios, mas
–La mirada del joven busco la aprobación de la de Imladris, mas este
continuo con la mirada perdida en el infinito nuevamente –tiendo a pensar
que se trata de algún ser de un poder y maldad sin parangón con respecto a
los que cualquier elfo normal halla podido luchar en alguna ocasión y ello
me lleva a pensar, en el terrible combate que se llevara a cabo si en algún
momento ese ser es descubierto y se le intenta ajusticiar.
-También es probable Imladris, mas era algo que de algún modo deseaba
descartar, pues ya hemos sufrido bastante con malas decisiones.
-Yo también desearía poder desechar ese tipo de razonamientos, mi joven
elfo, pero el tiempo que he vivido fuera de estos muros me ha dado a
entender de que en el interior de cada individuo hay una semilla de mal, y
tan solo es cuestión de un chispazo de oscuridad para que esa semilla
germine, y enloquezca al mas cuerdo de los cuerdos, ¿No crees? –Le
devuelve la mirada al joven
-Seria más que posible, maese Imladris, más quisiera pensar no…
Imladris toco el hombro del joven con su mano, y diciéndole “vamonos de
aquí, este lugar apesta a muerte” se deslizaron con rapidez por los túneles,
hasta alcanzar el nivel principal de la renacida Tharanduil.
Los rumores eran cada vez mas frecuentes, y muchos de ellos se usaban
entre las gentes del pueblo como acusaciones de unos a otros y viceversa,
mientras que el culpable quedaba un nuevo día impune.
Los piqueros elficos y los guardias de la ciudad patrullaban las calles por la
noche, para tan solo encontrar un nuevo cadáver al llegar el nuevo día.
Una noche, una dulce dama elfa salía de una de las tabernas que quedan
abiertas todo el día, acompañada de Imladris, que quedaba cubierto por una
capa negra completa (con capucha incluida), dejando una gran propina al
tabernero que lo agradeció con una amplia y grata sonrisa.
Imladris y la dama Lutía se alejaron hacia los túneles mas oscuros de las
estancias, y allí… perdidos entre las nieblas primogénitas del mundo, se
abrazaron y besaron, para acabar haciendo el amor en lo que antiguamente
fue la casa, y la cama del herrero, al que mas de una vez Imladris había
molestado con su hermano.
Bien… en ese caso, “Lord” Imladris… -el anciano levanto la mano, y los
dos guardias alzaron su espada- tu castigo será morir desangrado fuera de
estas Estancias, y cual trasgo, perecer en el frió de la noche sin tener donde
caer muerto –bajo la mano el anciano, y las hojas de los guardias
provocaron la negrura en el mundo de Imladris, sumiéndolo en una mortal
inconsciencia-
La mirada una vez más moribunda del joven elfo se pasaba de una roca a
otra, oteando en la oscuridad en busca de la más mínima señal de vida para
ser auxiliado. Poco a poco, el aturdimiento dio paso a la desesperación, al
ver que el exterior del Tharanduil continuaba muerto desde la llegada hace
ya más de un siglo por parte de los trasgos.
Su anfitrión, que no era otro que el joven Quendi que le hablo de la primera
muerte en las estancias, un joven de robusto torso (para ser elfo) y cabello
rubicundo, bajo el que descansaban dos ojos de un azul intenso.
Imladris agradeció con una reverencia al joven que le había recogido, y
sintió un tremendo punzazo que le recorrió toda la columna vertebral,
obligándolo a tumbarse nuevamente sobre el camastro de paja que el joven
le había preparado. Uno o dos días después, pues en este estado es difícil
precisar, Imladris volvió a incorporarse en le camastro, esta vez con una
salud tan firme que ni sintió dolor alguno por las heridas que aun no se
habían cerrado. Sin embargo, sentía una tremenda sed, un apetito que la
escasa comida que el joven podía proporcionarle no llegaba nunca a
acallar. Imladris sentía desprecio hacia el mismo, cuando después de
devorar a una rata sintió mermar minimamente esa impía necesidad,
aunque no obstante, la sed volvió casi de inmediato.
Ahora el viejo elfo Imladris se debatía entre, ser fiel a los suyos, aquellos
que lo habían abogado a la muerte…. o… acallar su sed con aquel que lo
había recogido de las zarpas de la dama negra.
Puedo saber quien sois, ¿joven humano? Vos sabéis mucho de mi… y es algo
que deseo conocer.
“¡OH! Me temo que no soy mortal como insinuáis mi buen niño, a pesar de
que esta apariencia sea de un humano, puesto que es la que mas podría
agradaros de las que poseo, pero disculpad” –el rostro del joven se vuelve
marmóreo, sin mostrar sentimiento alguno en sus labios y ojos- “De donde
provengo, mi buen Moriquendi**, hasta vuestra raza tiene otro nombre… aquí
desconozco que nombre me daréis a mi y a mis hermanos, mas… me llaman
Arioch, Señor de las Espadas.”
Me temo señor, que desconozco quien sois, aunque dada mi sed de venganza –
titubea- acepto… si… acepto vuestra ayuda para cobrarme mi venganza
La mirada vacía de Arioch brilla levemente – “Bien mi querido niño,
descansa, pues vuestra arma de luto aun debéis encontrar, y el viaje es largo…
muy largo…
*Eru: Dios creador de todo, inicio la canción de la creación que luego completaron los valar (dioses) y maiar (semi
dioses), También conocido como Iluvatar.
** Moriquendi: Referente a los elfos grises, las razas elficas que no vieron la luz de los dioses (elfos sindar y silvanos
comúnmente)
6.-
El Despertar del
Demonio
Pasaron tal vez una decena de días, antes de que Imladris se recuperara por
completo de las heridas infringidas, bajo el cuidado y la mirada de Enluin,
pues este era el nombre del joven de los cabellos dorados; sin embargo, su sed
no hacia más que crecer y crecer con el paso de cada día, de cada alba, hasta
que el día que se cumplía la segunda decena de días junto al joven susurro:
-Me temo hermano*, que debo partir de inmediato, y a mi regreso… tal vez no
sea yo mismo…
-Los ojos de Enluin se abrieron de par en par- Imladris… aun hay algo que
deseo saber antes de que marchéis… y… -lo mira con el rostro serio y severo-
¿Por qué las mataste? Amabas a Lutía, ¿No? ¿Por qué la mataste también a
ella?
-La mirada de Imladris refleja la de Enluin- Me temo que ya no soy lo que fui
–afirma con gran pesar- y tal vez sea hora de que ate un cabo suelto para mi
retorno…
-Imladris le acaricia el cabello, dejando que sus uñas le rasguen el cuello por
detrás- OH… tan solo vengarme de quien me a traicionado, después de…
morir por ellos me temo….
-La mirada perturbada de Enluin se centra en un espejo que hay en la pared,
tras él, la figura de Imladris se transparenta mientras ve un último fogonazo
saliendo de la boca de este. Sus colmillos se clavan en el cuello desprotegido
de Enluin, y el joven queda suspendido en el aire, retorcido como un acordeón
frente al espejo de plata que, ahora refleja a Imladris, con la mirada inyectada
en sangre.
Sangre y Almas
¡Sangre y Almas!
¡Sangre y Almas para mi Señor Arioch!
-Imladris sin saber por que, se arrodilla ante Arioch- Mí… Señor, estoy
dispuesto… -una extraña lucidez brilla en la mente de Imladris- yo traeré a la
que Porta el Duelo…. Yo traeré a Enlutada, para que su sed y mi sed sean una.
7.-
Buscando a
“a La Que Porta
el Duelo”