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El programador

Sabía dónde vivía y que sus actividades preferidas eran:


a) Mirar fotos de conocidas y desconocidas en facebook.
b) Leer artículos de cualquier tipo en Taringa.
c) Obsesionarse con los artículos y googlear acerca del tema hasta el cansancio.
d) ver porno amateur de guachiturras o de etnias exóticas.
e) Charlar con mujeres por internet para intercambiar fotos obscenas o tener horas y horas de
cybersex.
f) Hacer catarsis mediante estados o contar su cotidianidad.
g) Subir fotos en las que escondía su pequeña obesidad mediante ángulos y trucos de luz.
h) mirar fotos de accidentes, de animales destripados o vídeos snuff.

Mediante los aces de luz en la intermitencia de la pantalla penetraba sus globos oculares
(imagen fálica) a través del nervio óptico hacia su cerebro. Esto le permitía saber que en él
ardía el morbo cuando miraba las fotos provocativas. También les dejaba ver que
recurrentemente se las imaginaba vestidas con el uniforme de la escuela a  la que iba cuando
era aún un adolescente (joggin verde, chomba blanca) recostadas boca abajo sobre no de los
bancos del frente. El pantalón violentamente bajo hasta las rodillas, la bombacha húmeda rosa
o blanca colgando débil de los elásticos poco más arriba; desde su ángulo de visión se veía la
conchita apretada por las piernas y el agujero del culo humedo, lubricado, dilatado.

No solo penetraba con morbo, para husmear- acaso el mismo morbo que lo llevaba a ver fotos
de conocidas y desconocidas en poses provocativas-, él lo sabía.  Lo hacía para alimentar sus
intenciones con la programación mental; jugaba con sus estructuras mentales; lo hacía oscilar
entre la psicosis y la neurosis total; provocaba blackouts cerebrales que se cobraban por
víctimas recuerdos que se atrofiaban, borrones, lagunas. Todo esto más altas dosis de
ansiedad inducida mediante el sistema de recompensa - similar al que induce a la ludopatía-
presente en todo sitio de la red y obligando a su cerebro a segregar grandes cantidades de
dopamina; conseguían que ignorase al sueño y el cansancio y prolongara sus masturbaciones
(que incrementaban aun mas sus niveles de ansiedad y su cantidad de dopamina y que
retroalimentaban siniestramente el circulo vicioso de recompensa) hasta el amanecer momento
en que su locura sobrexcitada de charlas y toqueteo llegaba a su fin y lo dejaban ir a dormir en
paz.
´
Él lo sabía. A pesar de ello no podía dejar de caer en sus garras, no conseguía romper el
círculo; día tras día caía en lo mismo sin poder impedirlo. La programación mental era tan
putamente perfecta que tenía ganas de violar a su cpu del cual salían sugestivas piernas, una
costura craneal cordillerana de tetas como un montículo y bocas a los costados como
apéndices.

Ocasionalmente su programador le concedía cierta libertad a modo de descanso y le permitía


abandonar la ciclotimia, la ansiedad de las redes sociales y el morbo masturbatorio que raya la
violación. Para él esto era como la hora de descanso en el trabajo. Nunca sintió que hubiera
dejado de trabajar. Para él era como tener un trabajo extra; su ocio lo pasaba alimentando
siniestras páginas, participando de ellas para el entretenimiento de los demás. Cedía su
tiempo, sus dato, su vida y estas paginas crecían gracias a los miles como él., que sabía que
los había. Igual de manejados y abandonados al ocio a la esclavitud adictiva de libertarse
alimentando lo que lo oprimia desde las sombras con crueldad y morbo.
¿Cómo sería su programador? Se lo preguntaba a menudo con cierto dejo de homoerotismo.
Se lo imaginaba como un joven rubio delgado que tomaba coca cola en una oficina minúscula
con corte a la hipster.

Una noche tras una orgía de masturbaciones inorgánicas y con fuertes sentimientos
nauseabundos empezó a conocer, mediante el chat de facebook a una mujer. Intercambiaron
elogios rápido y pronto estaban con sus caras frígidas masturbándose por la cámara con una
mano y escribiendo con la otra. Se tocó hasta acabar por tercera vez en la noche y quedó la
pija arrugada en el boxe raído manchado de semen- Después de la eyaculación siguieron
hablando de absolutamente nada, como era normal salvo sin sentidos.

Esa noche cuando le suspendieron la dósis de dopamina y el sueño empezó a apoderarse de


él -más temprano de lo habitual- pensó con cierta culpa antes de dormir acerca de la joven y el
programador. Comprendió lo que querían. A pesar de eso no podía olvidar a esa joven semi-
obesa que había mostrado su concha y sus tetas para su entretenimiento y que con cierta
ternura frígida le dijo "te quiero" al despedirse de él. Por más que lo intentó no pudo dormirse;
se revolcó por la cama hasta las cinco, hora en la que decidió romper con su ansiedad y
conectarse desde el celular, a ver si acaso ella estaba conectada todavía y poner, de paso, un
estado para que la chica pensara que él la quería.

A lo largo de las semanas coincidieron varias veces en sus ataques de ansiedad y repetían la
operación encerrándose como bestias salvajes en zoológicos de círculos masturbatorios sin
bañarse hasta el amanecer. Él iba a trabajar las veces sin dormir, casi no pensaba ya en su
programador. Sabía que por un lado él (o ellos) eran responsables y que por otro lado lo habían
sumido en algo que los excedía a ellos e incluso a sí mismo. Lo habían metido en un callejón
sin salida rodeado de sombras. Cuando se ponía a charlar con "su chica" sentía odio, desdén,
aburrimiento, dolor, como si en el fondo quisiera abandonar la charla y salir corriendo, al mismo
tiempo siempre respondía sus mensajes a tiempo y nunca se concentraba en lo que hacía Se
preguntaba si eso se sentía enamorarse: odio con culpa y un vago cariño que no se manifiesta
sino a través de la tristeza. Una danza de histeria potenciada por fotos de diferentes ángulos de
sus genitales, fantasías obscenas de coger en cementerios y hasta en una calle contra el
paredón cerca del jardín de infantes.

Una mañana la pareja se fue a una plaza de la ciudad a conocerse, misteriosamente el había
podido dormir la noche anterior. Era extraño. Las veces anteriores que había intentado conocer
a alguien con quien tenía este tipo de charlas su programador no le permitía dormir. Mientras la
esperaba ansioso y mas esquizoide de lo normal en el centro de la plaza con grandes
afecciones de paranoia se le pasó por la cabeza que todo eso era obra pura del programador.
Este lo había manipulado; deseaba que la pareja se concrete ¿Por qué? Pensó con cuidado si
esa mujer de verdad le gustaba ¿Por qué iba a cerrar un vínculo con ella? No le gustaba y  no
solo eso, en el fondo le tenía un vago odio permutado en asco ¿Por qué hacía lo que no quería
como si su propio enemigo fuera él? Esas noches de masturbaciones por cámara para el
morbo de esa asquerosa tarada eran una autoviolación. Estaba nervioso, surgían preguntas
que no tenían respuesta, esto sumado a la ansiedad por la falta de conexión lo llevaba a fumar
un cigarrillo atrás del otro: La cantidad de humo que congestionó sus pulmones de repente tuvo
un efecto anestésico sobre su cerebro por la falta de oxigeno. Por unos instantes se desorientó
y su mente quedó en blanco. Estuvo un rato levemente mareado intentando poner cara
seductora a las mujeres que pasaban cerca de él; las miraba a los ojos frígidos.

Pensó en cómo serían las fotos de estas chicas tan bonitas y faltas de sangre. Esas caras
ahora tan frígidas y odiososas mirando con deseo el lente de la cámara como si fuera el sexo
muerto con hedor a semen pastoso acumulado o una concha palpitante. Todo sucio con un
morbo de pies con medias rotas y sexos pestilentes penetrándose sin protección,
transmitiéndose el sida. Se estremeció de repente, extasiado.

Le costaba que se pasara el tiempo y poco podía hacer él para perderse en el pensamiento. Se
sintió demasiado lleno de abstinencia. Pensaba constantemente en cosas que buscaría por
Internet, estados para el facebook, fotos, etc. Hasta se imaginó sacándose una foto muy
graciosa con un encabezado muy atrevido; se imaginó las isas detrás de las pantallas y hasta
medio que las actuó escondiendo detrás de sus manos sus caras que imitaban carcajadas y
expresiones de desconcierto. Lo actuó todo. Decía expulsando aire silencioso "es un capo"
"jajaja que pibe..." y se reía aún mas imaginándose los comentarios siguiéndole la corriente de
la broma; mostraba sus dientes amarillentos y descuidados. También se imaginaba fotos sexys
para incitar a las mujeres: ángulos de narcisismo casi homoerotico donde se excitaba
pensando en sí y en lo bonito que se vería, y se deprimía pensando lo horrible que en realidad
era.

La mujer llegó con un retraso de 50 minutos . No se dijeron nada, permanecieron en silencio.


Se acercaron lentamente un poco echados atrás por la decepción producto de la diferencia
entre la fotografía del facebook y como ran en realidad. Desilusión normal para todo el que hay
conocido a alguien a través del internet. En ese momento el cristal y la pantalla lsd se fracturó
frente a ellos ofreciendo la visión estatica del recuerdo: Un par de rollos rebotando sobre el
pubis durante la masturbación pública (esa exhibición siniestra de horror y miseria) Sin
intercambiar palabras se besaron comparando los movimientos robóticos de sus lenguas con
fotos obscenas y con sus propias fantasías personales en torno a las mismas. El beso fue largo
y cargado de saliva: cargaban sus lenguas de baba espesa y las restregaban una y otra vez.

Cuando terminaron de besarse  casi con un sentido absurdo encima empezaron a caminar por
la calle sin rumbo fijo, deteniéndose ocasionalmente para besarse un poco y continuar. Por
dentro el pensaba en unas fotografías de accidentes que había visto la noche anterior, en
goringa. Ella pensaba en el travestí de obedece a la morsa. Se detuvieron con las mismas
intenciones en el portal de un edificio ya mas a cubierto que las besos anteriores y se
meterieron las manos en los pantalones: El con una mano le tocaba la concha aceitosa como
podía y con la otra le masajeaba el agujero del culo todo pegoteado y espeso. Ella lo pajeaba
apretándole el sexo con fuerza mientras se mordía los labios. Los vapores de sus cuerpos
ocultos rodeados de transeúntes que caminaban freneticos despedían vapores de violación.

Hasta ahí llegó su primer encuentro: Poco después de eso siguieron como si nada hasta que
ella tuvo que irse.

Al volver a su departamento esa noche él se sentía violado y lleno de un sentimiento


desagradable: Sabía que ella se sentía exactamente igual de violada que él. Se puso a pensar
que el programador no debía de ser muy inteligente si los hacía sentir así. Esa noche también
volvieron a hablar. Había algo raro en sus charlas: se notaba por la manera en la que se
tipeaban los mensajes la mutua culpa y el mutuo sentimiento de suciedad; la mutua repulsión.
No obstante llevaron la charla hasta la cámara y se masturbaron el uno frente al otro como
siempre con esa frialdad de objeto exhibido, como sujeto de consumo masturbatorio.

Él sabía que el programador leía en su cerebro, a través de traductores que interpretaban las
conexiones neuronales, como lo llamaba idiota y como se burlaba de su fallido intento.
También sabía que ellos sabían que él sabía; sabía lo que había atrás de todo; se imaginó a su
programador ejecutando un protocolo sobre él y sobre mucha gente más. Se lo imaginó
midiendo sus actividades neuronales durante sus reiteradas masturbaciones por cámara,
programando mapas cerebrales- cadenas de neuronas que se asociaban ante diversos
elementos para reconducirlo a su maldita adicción-. Se lo imaginó sonriendo al ver el resultado
de la inducción y la supresión de su voluntad.  Se lo imaginó también mirándolos masturbarse
por cámara con una sonrisa mórbida con el centro de placer del cerebro estimulado y erecto
como un punto g, esperando la aguja que inyecte morfina en él hasta matarlo ¿Se masturbaría
pensando en él o ellos? Se lo imaginó con una morbosa camisa blanca semi desabrochada, los
pantalones bajos; se masturbaba mientras los observaba y acababa sobre el teclado de la pc
avanzada que estaba rodeado de latas de gaseosa vacías.

Después de semanas de frígidas charlas y más masturbaciones morales casi insufribles


pactaron una nueva cita a pesar de que mutuamente sentían rechazo. Esto no fue tan fácil. Ella
se negó todo lo que pudo a volver a verlo anteponiendo cualquier excusa y había un dejo de
asco en su manera de escribirle casi como si intentara oponerse al programador. Él había
cedido por completo a aceptar ese recazo como parte de sus frustraciones personales, por su
lado, y notaba como la incomodaba al hablarle y  las pocas ganas que tenía de verlo. En el
fondo pensaba en lo violador que se sentía, en lo humillado y asqueado que estaba.

Esa vez, mientras la esperaba en el mismo lugar de encuentro que la vez anterior, apretaba
con furia una caja de preservativos que acababa de comprar, mientras fumaba nervioso.
También pensaba en una imagen que había visto en Goringa junto con la noticia que explicaba
el accidente:

Una familia había muerto en un incendio sofocada por el humo. Durante el incendio habían
sufrido grandes quemaduras por sus cuerpos. Las fotos mostraban lo que quedaba de los
cuerpos en posturas que le parecieron casi obscenas. El padre había ardido casi por completo,
se imaginó su miembro carbonizado y achicharrado y erecto. La madre había ardido de la
cintura para arriba: tenía las tetas como pasas de uva que colgaban ásperas, pero, tenía un par
de piernas apetecibles. Las fotos la exhibían sentada con las piernas cruzadas, esas piernas
gruesas de mujer de antes. El postre era la hija de la familia: Una rubiesita de ojos claros, solo
tenía dañada la boca, parte de la cara, las ante piernas y el brazo izquierdo. Tenía media teta
virginal pálida colgando afuera del escote y se la exhibía recostada sobre la escena. Se
imaginó la concha contrayendo-se con el rigor mortis. Por algún extrañó motivo se sintió
sugestionado.

Cuando ella apareció se repitió el proceso de los besos cargados de saliva sin emitir palabra
previa. Él pensó por unos momentos que se sentiría besar una boca carbonizada y apelechada.
Sin saber cómo aparecieron repentinamente en un Telo. La perfección simétrica de las paredes
y el diseño de la habitación lo hizo estremecerse; se besaron y se revolcaron por la cama.
Ocasionalmente meneaban las pubis insinuando el acto. Se desvistieron entre besos de lengua
fría y lamidas ocacionales a esos cuerpos moldeados por el sedentarismo y la comida chatarra.
Cuando se besaban sentían sus malos alientos mutuos mezclandose; cuando se sacaban la
ropa miraban mutuamente sus estrias y los rollos de piel colgando con desprecio hacia el
cuerpo. Eran dos aberraciones a punto de devorarse.

Mientras la penetraba él pensaba en la rubia con los brazos y las piernas quemadas, en su
mirada perdida; ella miraba de reojo mientras lo recibía dentro de su cuerpo porque tenía la
sensación de que el travesti de obedece a la morsa estaba bailando al lado de la cama con el
pene afuera, colgándole, mientras ellos cogían. Durante el acto sus pesadillas se mezclaron
mientras sus genitales pestilentes manaban jugos; el cálido orgasmo les llegó juntos. Después
de acabar se besaron un poco y se recostaron uno junto al otro creyendo que la imagen del
espejo que había en el techo era más real que ellos. Por un segundo ella supo que había
estado todo el tiempo en una película porno de esas que miraba y que al lado de ella yacía
exhausto el travesti.

Se quedaron un rato mirándose y acariciándose con mutuo desprecio. El empezó a sentir


ganas de llorar, de encerrarse ¿Por qué estaba con ella? Se sentía violado y acostado al lado
de un ser perverso. Sentía asco: asco del hedor que manaban sus sexos muertos, de la rubia a
quien intentó reproducir en el rostro de la mujer que estaba junto a él pensando en el travesti y
comparando las piernas huesudas de él en contra posición a su barriga prominente con las del
diabólico vídeo.

La voz de un operador grabado irrumpió la viñeta "Su turno está por agotarse, quedan quince
minutos, gracias por visitar siroco hotel"

Sin bañarse se vistieron con apuro un poco empujados por la incomodidad . Se despidieron con
un "te quiero" tan mecánico como la voz del locutor que había salido por la malla del parlante.
La epifanía tuvo lugar momentos después cuando él esperaba el colectivo de regreso a la
rutina. Mientras esperaba sentía el cálido hedor que manaba su sexo en el boxer manchado y
se rascaba la cabeza llena de grasa y sudor. En un momento metió la mano en el bolsillo para
buscar la sube y tocó la caja de preservativos. Entonces comprendió que el programador sabía
que era momento de cogerse a la rubia muerta, quemada, con un no nato en el vientre.

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