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Árbol

“Sea el Dharma el Refugio, el Maestro, la Senda”

Gautama

Día 0

Una mezcla de vaga melancolía por lo ido y curiosidad por


lo desconocido le atravesó el pecho. No era la primera vez
que lo sentía: quizá por haberlo padecido antes lo había
reconocido de inmediato. Pensó que los dolores repetitivos
que el mundo causa terminan por reconocerse y al hacerlo,
van perdiendo cuerpo, importancia, se van. Le pidió al
taxista que lo dejara en la plaza. Se bajó, impulsado por
el deseo de caminar, tomar café y encender un cigarrillo,
como para abrir un espacio dónde reflexionar las últimas
acciones con la bruma del humo y el sabor agridulce del
café. Al sentarse en uno de los bancos de la plaza y con
una típica mueca sintió por él esa misma compasión que
por “noséqueava” vez siente un padre al ver a su hijo caer
por el mismo error: cuando el alma deambula ciega por las
emociones de compasión, lástima, pérdida y recuperación
momentánea de la fe, noción de duda, desengaño y risa. Notó
que la autocompasión se quería apoderar de él. Sacudió con
el borde del pulgar el cilindro de papel y tabaco, suspiró.

Ella no era ni mala ni culpable de sus condicionamientos,


de sus afectos y repudios heredados, de su avidez y su
distracción. Todo eso que habitaba en ella pertenecía
naturalmente al mundo y no le comportaba ninguna
incomodidad o desasosiego, por el contrario, era motor,
palanca, detonador porque a ella le importaba el mundo. Al
igual que el resto de las mujeres (y los hombres, aunque en
otros aspectos) En cambio él sabía que estaba apostando al
inútil juego de los apegos y las aversiones y sabía también
que en ese juego se exponía su corazón y su camino que en
algún momento de extraña lucidez -lucidez casi prestada-
había decidido con el ánimo y la determinación que, desde
hacía mucho tiempo no había crecido en el humus de la
inspiración por la autorrealización. Por eso su dolor era
mucho más significativo (no más fuerte) por cometer un
error a sabiendas que era una acción estéril, como todo lo
que en el mundo temporal germina. Tragó café, aspiró del
cigarrillo.

Lo mismo le pasaba con el negocio, constantemente estaban


en desacuerdo por las decisiones que su socio tomaba, sacó
a una chica que trabajaba en el café para evitar que su
mujer se enterase de otra más de sus infidelidades; en esa
ocasión le dijo que era un inconciente, que sabía que ella
necesitaba el trabajo, aunque al socio eso no le
importaba. Sentía un profundo rechazo por esas cosas que
su socio hacía, como ponerlo en situaciones en las que
debía mentir para que no lo matara la esposa, si bien eso
le causaba desagrado no olvidaba el aprecio y las virtudes
de él. Observaba como el dinero en sus vaivenes, las
mujeres en sus vaivenes, la búsqueda de prestigio, lo
distraían. Se dio cuenta que todos los humanos padecían lo
mismo pero representados en objetos diversos, en diferentes
personas, en diferentes valores. Lanzó la colilla con un
ademán parecido a unmudra, tomó rumbo a la calle que a esa
hora era ambarina. Como un ocaso. Un vaso de café tibio se
aferraba a sus dedos. Recordó que allí tenía el dinero del
carro, había vendido el suyo y quería comprarse otro, pero
luego de todo lo que ha pasado este dinero serviría para
otros propósitos Llegó a la puerta de su casa, advirtió que
no se habían llevado la basura. Entró y lanzó las llaves
con tedio sobre la mesa. Se quedó dormido con las botas
puestas. Quería despertar.

Día 1

Se despertó aún de madrugada turbado por un sueño: un simio


descomunal lo perseguía por los corredores de una casa
infinita y desconocida. Aún fresca la imagen del sueño en
su mente pudo comprender que se trataba de un mal sueño,
seguramente se trataba de una proyección de su mente: su
animalidad más primitiva simbolizando al simio que lo
perseguía sin tregua. Se tranquilizó porque ya había
despertado y al hacerlo se dio cuenta de algo mucho más
tenebroso: podía despertarse fácilmente de una pesadilla
pero del sueño colectivo no sería tan fácil. Al menos en el
sueño íntimo tomaba forma claramente su primitiva pulsión.
Sin embargo, en el sueño colectivo -donde todos los seres
que en él duermen desde hace milenios lo declaran real
hasta la muerte-, sus apetitos, codicias e impulsos tomaban
forma o saltaban de un objeto a otro a cada momento, según
fuese la circunstancia como resultado de la ignorancia
acumulada en su alma en siglos de sucesivas existencias.

Había algo en él que le decía todo esto con suma claridad y


facilidad, pero apenas quería enfocarlo, hacerse conciente
de ese “ente” su mente lo llevaba hacia las áridas
tierras de las medidas y los conceptos, de modo que ese
habitador luminoso se escurría, tal vez como el rayo de luz
que se escapa de las manos del ser que por primera vez lo
observa y necio, se empeña en asirlo. ¿Qué faltaría para
enfocar nítidamente a esa fuerza misteriosa que siempre le
espetaba la verdad sin complejos? Y si lo lograba ¿qué
haría entonces? ¿Sería una llave el silencio o perdería la
oportunidad al callar? ¿Tendría algo adecuado para decirle
o deberíadecirle algo en especial? En el fondo concluía que
seguramente era él quién se escapaba, quien traicionaba por
debilidad. Era una conclusión que obviamente confirmaba que
a esas alturas no sabía nada.

Hizo café y lo bebió en silencio.

Se le ocurrió una idea formidable: buscaría un lugar


natural, agradable y alejado e instalaría allí un pequeño
campamento en donde poder comenzar una rutina que le
hiciera llegar a su centro. Desde hacía rato le estaba
dando vueltas por la cabeza y sintió sin lugar a dudas qué
era el momento indicado. “serán unos días” Por lo pronto
debía comenzar a organizar la catarata de ideas que le
llegó a la mente. No podía fallarse. Su vida se iba en esa
meta y aún había tantos compromisos adquiridos por él de
los cuales librarse en justicia y concordia con los otros.
Definitivamente algo como la fe comenzaba a moverlo. Entró
en una cabina telefónica e hizo llamadas, precisamente a
todas aquellas personas a quienes en su consideración había
maltratado o le había causado algún tipo de disgusto: la
mayoría pensó que estaba loco e incluso alguien le preguntó
si tenía alguna enfermedad terminal. Llamó a su familia y
también a los grandes amigos, a los antiguos y a los más
recientes y les dijo las cosas que en su corazón había.
Luego llamó a su socio y le dijo que estaría ausente por
unos días, que iba a usar su tiempo para acomodar algunos
asuntos pendientes y que volvería apenas terminara. Al
salir le dijo a la cajera del centro de telecomunicaciones
algo que ella no alcanzó a entender y se fue a su casa.
Llenó un morral con suficiente alimento y ropa, cerró la
llave del gas y del agua, bajó los breakers y dejó el
teléfono celular apagado sobre la cama no sin antes dejar
un mensaje. Pasó por el banco y sacó todos sus ahorros, -
cosa que le costó mucho tiempo- compró más alimentos y
algunas cosas que pensó necesitaría en el campamento:
linterna, fósforos, una sierra pequeña, bolsas plásticas
gigantes, varios rollos de cinta roja, mecatillo, una olla
pequeña, un bidón de agua y un plato de acero. Tomó un taxi
con rumbo al terminal de pasajeros. El taxista era hablador
y para evitar ser descortés hizo un esfuerzo para no
distraerse de la conversación por exceso de simpatía.
Sentía que lo halaban por el corazón, el chofer le contaba
que la mujer era su mayor equivocación (lo mismo que a él),
que estaba cansado de su trabajo (lo mismo que a él) que
estaba resignado a todo eso y que qué más… que así es la
vida (ahí si no se parecían, el estaba decidido a hacer
algo al respecto) le pagó y le dio las gracias -tal vez
porque ya no iba a seguir escuchándolo.

Al entrar al andén tuvo un momento de desconcierto, no


sabía a donde dirigirse. Se sentó en un banco, ansioso. Lo
pensó, se levantó y caminó con rumbo a la cafetería(No
importa adónde vayas, lo realmente importante es que en
dónde estés hagas definitivamente lo que es tu voluntad,
se te espera desde hace mucho tiempo)retumbó en su
cabeza. Pero esa “voz” no lo asustó ya que no era primera
vez que eso le sucedía. Tampoco era una voz de ultratumba o
una vos de zarza ardiente, sencillamente él lo asumía como
algo que siempre ha estado ahí y que todos tienen pero que
no todos le hacen caso debido a las distracciones de lo
cotidiano. La distracción personal: La distracción
colectiva: diálogo de sordos, cine para ciegos. La
distracción del mundo: Fiero mutismo que ignora el trágico
sarcasmo. Vio un vehículo que decía “Pueblos del Sur” y
una ola de inspiración que se tradujo en certidumbre lo
colmó, sonrió.

Fueron tres horas de viaje agotador, al bajarse del bus,


sintió como le cayó encima el cansancio del viaje, no se
amilanó, desde el piedemonte miró la cumbre de la sierra
que emergía con natural majestad frente a él, comenzó a
caminar por un sendero angosto y a dejar estratégicamente
trozos de cinta para no perderse y saber regresar en caso
de emergencia, era aún de día y la luz se filtraba a través
del techo vegetal: zumbido de mil insectos distintos, caída
de hojas, grito susurrado de río lejano permanente en la
montaña, … Se detuvo sofocado por el peso del morral (o del
corazón), bebió agua, se percató de cuanto había dejado de
ejercitarse, siguió el camino cuesta arriba “se llama
cuesta porque cuesta subir”pensó y sonrió. Había calor,
insectos y humedad exasperantes.

Se aproximó a un riachuelo cristalino donde se detuvo un


momento. Sudaba a mares, pura nicotina y alcohol. Se
despojó de todo, incluso su ropa. Entró a un pozuelo
creyendo refrescarse y no sólo se refrescó, salió trémulo
de frío. Caminó como un pingüino hasta una piedra grande
rodeada de flores amarillas y se expuso rato largo al sol
de las tres, al secarse se sentó con los brazos cruzados
sobre las rodillas y viendo el paisaje comenzó a llorar sin
motivo aparente. “¡Ay, mariquito, lo que te faltaba!
¿Ahora te vas a poner a llorar?” Pensó. Era la tragicomedia
que aparecía ante él. Como la presencia invisible de una
deidad inclemente y graciosa.

Al empezar a caer la tarde se detuvo en un pequeño plano


donde situó la carpa unipersonal. Sabía que ese no sería el
sitio definitivo, pero por esa noche estaría allí sin ser
interrumpido por nadie. Encendió una cocinilla vieja, abrió
una lata de frijoles, hizo café dos veces y luego de comer
encendió una lamparita y se quedó leyendo hasta muy tarde
un libro de hatha yoga. Las pálidas estrellas parecían un
estremecimiento celeste que vertiginosa y lentamente lo
arropaban desde hacía miles de siglos.

“¿Escapando? Yo no estoy escapando de nada. [...Padma Âsana…] Aunque yo los


extrañe a todos y quiera estar ahora con ellos […Marici Âsana…] haciendo lo que
ellos siempre hacen -vivir para morir- […Upavistakona Âsana…] no quiere decir que
no me haya dado cuenta de que eso que hacen nos dilata el tiempo de regresar. […
Bhujanga Âsana…]Reconozco que estoy condicionado por hacer lo mismo que ellos
tantas veces […Adhomukha Âsana…] tengo ese mal hábito de ser inconciente, por eso
quiero desintoxicarme de todo esto, por eso estoy aquí. Quiero morir para vivir, quiero
matar esta identidad, quiero ser otra cosa” Iba divagando, mientras el sueño era un
colibrí libando sobre las flores de su mente.

Día 2

Despertó con la mente embotada, no recordaba que había


soñado pero intuía que había sido algo muy conmovedor,
puesto que tenía pestañas y mejillas mojadas y el corazón
como recién salido de la secadora ¿Había llorado dormido?,
¿Porqué no sentía sino tranquilidad?, ¿Era posible llorar
de esa manera sin despertarse? Algo en él estaba pasando y
sin embargo no sabía que era, dentro de sí solo hallaba el
residuo de algo semejante a una certidumbre.

“Levántate, sigue siendo temprano.” Pensó.

Al salir de la carpa lo arrobó la imagen del amanecer:


todos los colores luminosos en el cielo, todas las
penumbras en la tierra, fácil metáfora de la vida. Desayunó
unos higos secos, algunas semillas con miel y café.
Comenzaba el canto de los pájaros. Desarmó la carpa y se
echó a andar montaña adentro. Horas de caminata, reflexión
y sudor.
Pasó un susto. Mientras iba caminando se dio cuenta que
había entrado en una parte ya muy profunda de la
vegetación, no había nada parecido a un camino, el peso y
el tamaño de su morral le causaba inconvenientes a la hora
de moverse ágilmente, optó por bajar una vertiente para
acortar camino y resbaló sobre una piedra que creía firme;
fueron casi treinta metros hacia abajo acompañado de un
grito y ramazos en todo el cuerpo; mientras caía con
vértigo y miedo creyó por un instante que iba a perder la
vida, esperaba un fuerte golpe de un momento a otro, pensó
que quedaría herido, inmovilizado por el dolor y que nadie
lo rescataría, que moriría miserablemente como algo
insignificante.

Cuando todo se detuvo, abrió los ojos y miró el cielo


salpicado de escasas nubes. Estaba en el lecho de rocas de
un riachuelo seco, entre mil plantas de bambú. Intentó
incorporarse y sintió dolor en varias partes del cuerpo,
estaba lleno de rasguños, golpes, tierra seca y hojarasca,
el morral lo había protegido de la mayoría de los golpes y
no había por qué preocuparse, por esa razón un grito en
forma de carcajada primitiva y nerviosa brotó de su
garganta. Observó frente a él -a unos quince o veinte
metros- un árbol robusto que creyó samán, mango o aquel
tipo de árbol de ramaje grueso y amplio que proporciona
buena sombra. Caminó tembloroso por los nervios de la caída
hasta el pie del árbol. Observó por un momento sus anchas
ramas extenderse hacia los lados y hacia arriba y la luz
danzando entre sus hojas verdosas, Soltó el morral y se
dejó caer en el suelo. Bebió agua como un animal sacudido,
así concluía la mañana.

Alrededor de la una de la tarde, repuesto, después de comer


algo y pasado aquel episodio se le ocurrió hacer una
casucha sobre el árbol. Tenía suficiente material y
herramientas como para hacerla en poco más de un par de
días, además lo protegería el tiempo que estaría allí de
las adversidades naturales del entorno, lluvia, plaga,
animales e incluso ser visto por personas. Era construir
algo con sus propias manos, “un acto de creación”.
Puso manos a la obra, fue hasta los bambúes donde
“aterrizó” y comenzó a cortarlos. Reunió una buena cantidad
y los llevó al árbol, repitió esta rutina hasta calcular
las bases y el piso de la cabaña. No era tan complicado
porque parte de las ramas del árbol servirían de armazón.
Trabajó toda la tarde con tanta satisfacción por lo que
hacía que era incomparable a las veces que había obtenido
éxito en su trabajo convencional. Esa noche al terminar, ya
dentro de la carpa, leyó acerca de algunas âsanas que
había olvidado hasta que ya no pudo más y se rindió al
sueño.

Día 3

Se despertó en la madrugada y con energía hizo una rutina


de asanas de yoga. Al rato se estiró, cantó mantras durante
más de una hora. Entonces cuando ya era de día desayunó
fuertemente y vio que el bidón de agua estaba en dos
tercios, reflexionó que había que dar una vuelta para
conseguir alguna fuente de agua para tomar y bañarse
mientras estuviese allí. El trabajo le causaba sed como es
natural y decidió que tal vez pudiera hallar algún río
cerca.

Al llegar la mitad de la tarde hizo un alto para descansar


y comer algo, Abrió una lata de atún y se hizo un
emparedado. Mientras comía observaba el piso entramado de
bambúes ya construido, dos de las tres paredes listas, el
armazón del techo terminado, “sólo falta colocarle unas
bolsas plásticas y luego hojas secas de bambú sobre ésta
armazón y terminar una pared”; así que convino terminarlo
luego y se dedicó a buscar leña. Pensó que hasta que la
comida no se le acabase no se iría. Calculó para ocho
semanas o más.

Luego de descansar de la comida, a eso de las cinco se fue


a dar una vuelta de reconocimiento por los alrededores del
lugar para hallar la fuente de agua, caminó unos minutos
hasta que comenzó a escuchar el ruido lejano de un río, se
guió por él y bordeó la ladera. A menos de medio kilómetro
de la casa, más profundamente en la montaña y oculta entre
la vegetación halló con desconcierto otra casa con una
forma más bien extraña. Sintió un tirón en el pecho. Dejó
de importarle el río. Por su aspecto parecía abandonada -o
el así lo veía- evaluó acercarse ya que no quería que
supieran de su existencia.

Gritó, nadie respondía.

No. Era indudable que nadie vivía allí desde hace rato,
entonces decidió arriesgarse a entrar. Abrió la puerta de
madera principal sin mucho esfuerzo ya que estaba podrida.
Adentro había una cantidad desmedida de libros viejísimos
en un cestón, (varios Best- Sellers, unas cuarentas
selecciones de Reader`s Digest viejísimas, revistas de
farándula, manuales de herramientas de agricultura,
crucigramas resueltos), casi tanto como las cantidad de
telarañas y mugre, una lata de tabaco Burley-Virginia con
una pipa adentro, una cama con enredaderas de una mata de
parchitas, ropa, el espacio de la que sería la cocina con
latas, frascos, peroles de aluminio golpeado, comida más
que podrida, dos bombonas de gas completas y una bombona de
gas a medio terminar, una botella de ron intacta,
materiales y herramientas de construcción (dos sacos de
cemento, bloques, algunas herramientas herrumbrosas pero
útiles, cabillas, un pico de mango roto, una escardilla, un
machete y una pala en el último estado de la oxidación.
Había más cosas, “este hombre estaba organizado”. Se
preguntó de quién serían todas estas cosas. Que le habría
pasado. ¿El dueño estaría vivo, loco, muerto? ¿Sabría este
desconocido que alguien estaba en ese momento en su casa?
¿Creería que este extraño sería una amenaza para él? salió
temeroso de la casa. Un poco extraviado por el suceso
comenzó a buscar el camino por donde vino y no muy lejos
notó en el fondo de un barranco un jeep entre la maleza
estrellado contra un árbol. Una sensación de angustia y
curiosidad simultánea lo invadió -parece que ya entendía
todo- entonces juntó fuerzas y comenzó a descender hasta
el fondo del barranco. Llegó hasta el vehiculo y vio un
cadáver ya reseco con el volante incrustado en el pecho. La
impresión que le causó lo dejó inmóvil.
Reaccionó.

Se sentó a respirar el susto. Luego de calmarse se preguntó


qué hacer: Calculó al menos dos o tres años allí desde la
muerte del hombre (aunque el no era ningún experto en
necropsias) abrió la puerta del copiloto con bastante
esfuerzo y revisó adentro, unas bolsas de mercado con un
cartón de leche (que alguna vez fue líquida) confirmaban
relativamente su versión: algo más de cuatro años. Por la
ropa, el sombrero y los zapatos tal vez era un hombre mayor
de cincuenta años. Un cadáver con sombrero, ¡qué absurdo!
Pensó: ¿Qué se hacen en estos casos? Avisar a la policía,
llamar a un sacerdote, notificarlo a los vecinos ¿cuáles
vecinos? Pensó: “si ha pasado todo este tiempo y aún está
aquí es porque era alguien sin familia, sin amigos, un
viejo eremita moderno, un campesino aislado, el último de
los hermanos de una familia ya extinta”. Subió con esfuerzo
de nuevo a la casa del hombre, se resbaló dos veces, mentó
madre. Al llegar se sentó en un muro de la entrada a pensar
qué hacer. “Entonces me está pasando esto: conseguí un
cadáver, heredé una casa de espanto y debo hacer una
ceremonia.”

Como pudo, sacó los restos del hombre del jeep, revisó su
cartera y descubrió que se llamaba Raúl, que había muerto
según sus cálculos a los cincuenta y siete años, que
mascaba chimó con frecuencia, que le gustaba el ron
cacique, que fumaba tabaco en pipa; aparentemente todo
indicaba que era un hombre solitario. Cavó una tumba para
él. Lo amortajó con su propia ropa de cama, recogió flores
y se las coloco encima, luego tiró la tierra y asumiendo
que tal vez sería cristiano le hizo una cruz de madera con
su nombre. Recogió su ropa, sus botas raídos, todas sus
pertenencias y las quemó mientras bebía la última botella
de ron de Raúl, “¡Salud, viejo y buen viaje!” le dijo
mientras frente a la hoguera vaciaba la mitad del ron sobre
la tierra que cubría sus huesos.

Día 4
Amaneció nublado y la hoguera se transformó en un cúmulo
de cenizas apenas humeantes. Anoche por encargarse de toda
la “Ceremonia” Abel está cansado; apoyado en la pared del
porche de la casa, ha reflexionado acerca de todo lo que
aparentemente sin razón le ha sucedido; “No, no puede ser
casualidad que yo haya subido a esta montaña por querer
centrarme, que haya llegado a aquella vertiente, donde
resbalé, donde me instalé, que no haya agua cercana y que
por esa razón haya llegado hasta la casa de Raúl y que
finalmente nos hayamos encontrado aquí, como si hubiese
esperado por su ceremonia tanto tiempo allí, muerto.” Se
quedó dormido.

Llegó a la casa del árbol para terminar lo que había


empezado. Buscó la sierra y fue por más bambúes. Toda la
mañana trabajando en la casa y pensando en lo sucedido,
sentía que por algo había llegado a ese sitio, Raúl al
menos se lo iba a agradecer. “Tal vez le estás leyendo las
letras pequeñas al frasco -pensó- estoy rumiando mucho o
sobresignificando las cosas; tal vez todo es parte
inequívoca del azar y el azar es el destino de los hombres
y tú aquí rompiéndote los nervios creyendo que estás en el
Sinaí, esperando algo que no sabes que es, siguiendo un
impulso que tal vez confirme tu locura” Haciendo un amarre
entre un bambú y una rama: “No es locura, pero no deja de
inquietarme todas éstas cosas, por más que las ignore es
como un gusano que se va comiendo mi conciencia de lo que
estoy haciendo ahora, ¿por qué este trance?... faltando
una de las paredes y comienza una lluvia incipiente “No
importa, Se crece ante lo difícil, a lo mejor esto resulta
mejor así, con lluvia incluida.”

Pero no resultó mejor, la lluvia comenzó a intensificarse


hasta el punto en el que tuvo que dejar de trabajar y
resguardarse con las bolsas plásticas. En menos de media
hora era ya una lluvia bíblica e iba en aumento, a pesar
del follaje del samán (si se trataba de un samán) el agua
era un frío tiento sádico sobre el plástico que lo cubría.
El lecho del riachuelo ya no era el mismo, comenzaba a
parecerse a esas quebradas de documental de cambio
climático. Se llevaba las hojas, las ramas y algunos
bambúes de tamaño considerable. No podía bajar del árbol y
se dio cuenta de su absoluta semejanza a los frágiles
humanos: Reaccionó como todos sus amigos y enemigos, como
el taxista, como su socio, como su ex mujer y como Raúl tal
vez reaccionaría cuando vio llegar su hora: con miedo,
sintiéndose vulnerable, pequeño, castigado. Se sintió
sometido por alguna fuerza inclemente que a través de las
gotas le telegrafiaba su furia por la insolencia de estar
allí.

La soledad y la inmovilidad a la que estuvo expuesto lo


llevaron a pensar. Recordó a sus amigos y compañeros
brindando el día de la inauguración del café, recordó las
discusiones con su socio y con su esposa, su niñez, su
adolescencia, su primer orgasmo compartido con una mujer
(que era la novia de su hermano), la muerte de su madre a
los diecisiete años, los trabajos que hizo, los que ganó, y
que despreció, los que perdió; las mujeres que amó y que
despreció, las que perdió y las que ganó; después
comprendió que los humanos que había conocido en su vida
exigían ser tomados en cuenta, atendidos; y anhelaban la
libertad, terrible contradicción: ¿quién se ocupará de
ellos sin perder la libertad?; pensó que él era uno más de
ellos y que el ritmo de cada hombre y cada mujer es único,
que a pesar de todo la humanidad era una orquesta sin
saberlo que fabricaba una música heterogénea
inconcientemente con la cual se acompañaría o padecería
siempre y que sólo faltaba sincronizar, armonizar. Pensó en
la comida que comió, que cocinó, que vomitó, cada una de
las copas del vino que bebió, sus viajes, sus estudios, la
universidad, los bares de mala muerte, las iglesias; tenía
frío y deseó vino, un lugar seco y caliente. Tu, pensando
en “trascendentalitudes” en vez de hacer el bohío ¡Oh!
Abel de La Cruz, ¡por la que pasas ahora! ¡Y eso que lo
habías decidido por tí mismo! Querías ir a una montaña por
Luz y te dieron agua fría, a baldes.

Ya han pasado seis horas y la lluvia no ha amainado, todo


este tiempo ha sido el mismo acento. Piensa que se trata de
una “Purificación por agua”. Aunque en el fondo Abel sabe
que se trata de una serie de estupideces que pudo evitar.
Día 5

Es una mañana añil, nítida. Abel esta sentado en el piso de


la casa. Ya la terminó y con satisfacción va a celebrar su
finalización. “Ayer, toda una tarde de lluvia, luego un
ocaso con una estúpida llovizna que no permite hacer nada,
solo comer galletas y enlatados bajo un refugio dentro de
una casita que semeja la casa del árbol de un
indigente. Pero ya no más” Piensa que tal vez pudiera
llevarse algunas cosas de la casa de Raúl que le
permitieran estar más tiempo y cómodo en ese lugar, fue
entonces cuando empezó a cocinar, comió y luego fue a su
casa heredada. Trajo varias cosas, a algunas fueron usadas
con otro propósito como la cortina tejida que sirvió de
tapete. Mientras iba en el camino pensó que él mismo era el
que recibía el testigo de manos de Raúl el eremita, y que
el iba a ser una especie de sucesor de ello. Se quedaría
por un tiempo más. Indefinidamente.

Día N

Han pasado dos meses y una mañana Abel está terminando un cuadro con un tipo de
desiderata, algunas palabras para tener siempre presente: “Si, es difícil pero hay que
hacerlo, hay que renunciar al mundo quedándose en él: La feliz renuncia. Aguardando
como un centinela: alerta y cumpliendo su deber sin mayor problema. Tienes que
entenderlo desde lo más sublime que hay en ti, la idea es permanecer en un estado de
conciencia en el que recuerdes que por más que hayas escuchado lo peor, hayas
recibido lo peor de alguien o sencillamente la vida no sea según tú quisieras no hay
nada que temer. Difícil de tragar, el ego pega un brinco: su reino está en riesgo. Lo
cierto es que todo cambia y eso que ahora te causa dolor, angustia, desolación, todo
eso va a cambiar también. Ten paciencia y ábrete a recibir el cielo del conocimiento
para aplicarlo y ser sabio o cierra tu corazón y afirma tu creencia en que eres una
víctima en el infierno. La Feliz renuncia te proporciona suficiente tranquilidad para
reflexionar acerca de ti, acerca de tus actos. Por la búsqueda de ilusiones estamos
permanentemente distraídos, y perdemos un valioso tiempo para desarticular esa
estructura mental que reafirma nuestras aparentes carencias, que nos hace percibirnos
como débiles, pobres, abandonados; al hacerlo las resistencias caen al comprender
que la pérdida de algo o alguien en sí no es lo que nos causa dolor sino el “cariño” o
apego que deliberadamente le hemos tomado al fijar esperanzas y condiciones para
nuestra felicidad en él. El miedo a perder lo que se cree poseído cesa al comprobar que
nada nos pertenece. Al no desear, nada nos posee y por lo tanto no pueden ocurrir
pérdidas. Entonces ¿Cómo se hace esto? Permite que las personas y los objetos estén
allí el tiempo que deben estar, no retengas, da. Agradece lo que te ha proporcionado y
para tu paz no intentes comprender ni desees saber el porqué. Jamás esa respuesta te
proporcionará satisfacción sea la respuesta que sea. Ya que al creer que algo se ha
“ido” tu dolor a causa del apego no cesará hasta que de lo más profundo de tu ser no
surja la aceptación del suceso como algo que es parte del juego. ¿Hay que desear?
Obligatoriamente mientras estés aquí no puedes dejar de vivir de ilusiones, no obstante
ten presente que los deseos traen consigo insatisfacción. Desea lo justo. ¿Entonces
como saber que estamos deseando en la medida correcta? Por el nivel de sensatez y
honestidad interna y por el nivel de conciencia que te permita IDENTIFICAR la
situación como una sesión de práctica. Si un violinista ha sido honesto en su práctica
no cree sino que sabe cual es el punto de presión del arco en el que se debe tocar
sobre cada cuerda. Si tu deseo más profundo de ser mejor permanece en tu conciencia
tienes la mitad del juego ganado.”

Sigue allí, ha logrado una rutina de yoga, tiene una barba que lo hace ver como
un clochard un poco extraño. Se ríe de él. Ha leído algunas cosas prestadas de Raúl y
cosechó varias verduras y maíz de su conuco, usó sus herramientas, se las ingenió y ha
podido permanecer allí más que cómodo, a gusto. Sin embargo, está tentado de querer
bajar a la ciudad, apertrecharse y regresar. Esta vez comprar algunas semillas, más
enlatados y combustible suficiente para estar seguro. Quería tener contacto con los
demás sólo en extrema necesidad. Disponía de dinero suficiente como para estar una
buena temporada bajo esta rutina. Ya verá.

En el lecho del río han crecido plantas de inigualable


belleza, hay muchas flores. La luz se derrama. Algo se
siente allí. La casa del árbol robusto sigue allí a pesar
del paso del tiempo. El bambú cambió de color, es más
aceitunado; el plástico del techo aguarda de la lluvia
bastante bien aunque ahora hay algunas filtraciones. Un
pájaro pequeño hizo libremente su nido en una de las
esquinas del piso. Allí donde el que era Abel colocaba la
cabeza cuando leía. Todo está verdemente limpio. Es difícil
llegar hasta allí, las cintas del camino perdieron su
color.

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