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La demanda y su calificación
POR ALEXANDER RIOJA BERMÚDEZ - FEBRERO 28, 2017

SUMILLA: I. Introducción. II. Acción, pretensión y demanda. III. Calificación


de la demanda. IV. Auto de inadmisibilidad de la demanda. V. Auto de
improcedencia de la demanda. VI. Auto admisorio de la demanda. VII.
Conclusiones.

I. INTRODUCCIÓN

Conforme señala Juan Monroy, la idea de proceso supone algo más que la
simple concatenación de actos: supone la bilateralidad de todas las
instancias de las partes[1] es decir, que para que nazca o exista un proceso
debemos entender previamente la existencia de un acto de iniciación del
mismo (la demanda) un acto que permite dar la apertura al mismo (auto
admisorio) y por consiguiente un acto mediante el cual quien ha sido
emplazado con la demanda la absuelve, la contradice, la contesta; es a
partir de allí, que podemos advertir la existencia de un proceso.

Sin perjuicio de ello, en la doctrina se señala que “el proceso” transcurre


por cinco etapas claramente definidas, así, existe una etapa postulatoria,
una probatoria, una decisoria, una impugnatoria y finalmente una
ejecutoria. La primera implica el inicio del proceso a través de distintos
actos procesales tanto de las partes como del juez, siendo el primero de
ellos la presentación de la demanda, que viene a ser el ejercicio de la
acción procesal es decir aquel escrito mediante el cual el demandado
acude al Estado en busca de tutela jurisdiccional. En tal sentido, conforme
lo señala Alvarado, es a partir de este acto procesal ante la autoridad
competente, que surge para ella un claro deber procesal de proveer a su
objeto: iniciar un proceso.

En un futuro trabajo académico que publicará Adrus Editores,


desarrollaremos in extenso todo lo vinculado a la demanda, requisitos, su
calificación, modificación ampliación, y otros temas, esperando sea del
beneplácito de todos mis colegas abogados, y alumnos.

II. ACCIÓN, PRETENSIÓN Y DEMANDA

Corresponde previamente señalar, acorde a la doctrina, la definición del


derecho de acción, pretensión y demanda. Si bien acción pretensión y
demanda son conceptos distintos como veremos, tiene una indudable
relación. “(…) adviértase que la demanda consiste materialmente en un
documentos cuya presentación al juez (o al arbitro) exterioriza el ejercicio
del derecho de acción (instar a la autoridad) y que resulta ser el
continente de un contenido necesario: la pretensión.”[2]

El derecho de acción es concebido como aquel derecho que tiene todo


sujeto de derecho a solicitar tutela jurisdiccional al Estado, para la
solución de una controversia o incertidumbre jurídica. Para Monroy
Gálvez[3], por el derecho de acción: “toda persona -y por ello sujeta de
derechos- se encuentra en aptitud de exigir del Estado tutela jurisdiccional
para un caso concreto; sea conflicto de intereses o incertidumbre
jurídica”.

La pretensión, desde un punto de vista amplio la precisa, Hernando Davis


Echandia,[4] para quien la pretensión es “el efecto jurídico concreto que el
demandante (en los procesos civiles, laborales y contenciosos
administrativo) o el querellante o denunciante y el estado a través del juez
o de fiscal, según el sistema vigente (en los procesos penales), persiguen
con el proceso, efecto al cual se quiere vincular al demandado (si lo hay) o
al imputado y luego procesado.”

Finalmente, “(…) la demanda al igual que cualquier acto procesal que


efectué alguna de las partes o terceros legitimados en el proceso tiene por
objeto la constitución o extinción de derechos y cargas procesales que
deben de realizarse de acuerdo con las normas procesales vigentes. Como
todo acto procesal que se introduce al proceso, estos deben contar con
determinadas características y requisitos para su confección, caso
contrario será objeto de rechazo por parte del Juez, por ello se debe tener
en consideración determinados requerimientos que debe contener antes
de evitar que el órgano jurisdiccional pueda desecharlos sin tomar en
cuenta nuestra pretensión por el incumplimiento de un deber de
parte.”[5]

Este primer acto procesal que realiza el demandante viene a ser el punto
de partida para el inicio o no de un proceso judicial, es decir, que
constituye aquel acto por el cual pueda tener conocimiento, el órgano
jurisdiccional, de la necesidad de satisfacer un conflicto de intereses o una
incertidumbre jurídica.

III. CALIFICACIÓN DE LA DEMANDA

Ahora, al calificar la demanda, el Juez efectuará una primera apreciación


de los presupuestos procesales de orden formal y de orden material,
presupuestos necesarios para que nazca, se desarrolle y concluya un
proceso con una sentencia de mérito; de lo contrario, el Juzgador emitirá
una sentencia inhibitoria.

Para dar inicio al proceso judicial, el abogado deberá cumplir de manera


diligente con presentar su demanda teniendo en cuenta los requisitos
legales que establece de manera clara y precisa los artículos 130°, 424° y
425° de la norma procesal civil, sin perjuicio de algunos requisitos
especiales para determinados procesos. Esta constituye la primer garantía
que estatuye la norma procesal para los sujetos intervinientes en el
proceso, ya que todos ellos se deberán adecuar a lo allí prescrito,
respetando y haciendo respetar el cumplimiento de la misma.

Sin embargo, y como es lógico, la presentación de la demanda conlleva a


que el juez responda de esta actividad mediante el acto de calificación de
la misma, el cual se materializa mediante un auto a través del cual el juez
se encuentra facultado a decidir sobre ella teniendo hasta tres
posibilidades o actos procesales en la que se manifiesta su actuar, de esta
manera el magistrado puede, en los actos postulatorios del proceso:

1) declarar improcedente la demanda;

2) declarar inadmisible la misma o;

3) admitir a trámite la demanda.


Respecto de la calificación de la demanda podríamos traer a colación lo
señalado por Quintero, Beatriz y Pietro, Eugenio[6] para quienes “(…)la
finalidad primordial que debe perseguirse con este estudio para evitar el
nefasto suceso que en buena parte ha contribuido al descrédito de la
justicia y que se constituye por un pronunciamiento inhibitorio después de
un largo, demasiado largo, periodo en que se ha desarrollado el inútil y
anormal proceso con elevados costos y desperdiciada actividad procesal.”
Por ello, con el fin de que el juez pueda resolver la pretensión propuesta,
aplicando el derecho sustancial, es necesario que de manera previa haya
verificado que estén presentes todos los elementos necesarios que la
norma procesal establece y por tanto o permitir la admisión de la
demanda y en su caso la resultas del proceso.

IV. AUTO DE INADMISIBILIDAD DE LA DEMANDA.

En el caso que el Juez advierta que la demanda no satisface las exigencias


de orden formal el juez la declara así mediante auto, indicando en él la
omisión u omisiones existentes que han impedido sea admitida a trámite.
Esta resolución tiene un carácter temporal en tanto y en cuanto concede
un plazo a fin de que subsane las deficiencias que señala el magistrado,
vencido el mismo y no habiendo cumplido con el mandato contenido se
dispone el rechazo de la misma.

Al respecto nuestra jurisprudencia ha establecido: “No puede ampararse


la improcedencia de la demanda si el recurrente omite adjuntar a su
demanda el instrumento con el que acredita haber efectuado el
requerimiento para el nombramiento del árbitro. Ello configura un
supuesto de inadmisibilidad por cuanto está referido a una omisión de
naturaleza formal, que puede y debe ser subsanada dentro de un plazo
prudencial.

En tal sentido, el Juez declarará inadmisible la demanda cuando:

No tenga los requisitos legales (señalados en su artículo 424° los cuales


permiten saber quién demanda, cuál es su domicilio real y procesal
(correo electrónico), a quien se demanda y donde debe notificársele, cual
es la pretensión propuesta, los hechos que sustentan la misma, la
fundamentación jurídica (que como ya hemos señalado no es la simple
mención de los artículos de la norma), el monto del petitorio, si lo hubiera,
los medios probatorios, la firma del demandante o de su representante o
de su apoderado y finalmente los anexos correspondientes, pues en su
caso se debe acreditar determinadas condiciones de los actores en el
proceso y sustentar su pretensión adjuntando para ello las documentales
correspondientes.);

No se acompañen los anexos exigidos por ley;

El petitorio sea incompleto o impreciso; o

Contenga una indebida acumulación de pretensiones.

Es decir, que se sanciona al litigante que ha incumplido con subsanar la


omisión decretada por el magistrado, también en el caso que lo ha hecho
parcialmente, que implica un incumplimiento o lo ha realizado fuera del
plazo concedido por el órgano jurisdiccional. Por ello, se ha precisado que
“(…) Se inadmite la demanda cuando le falta algún requisito o un anexo o
tenga algún defecto subsanable y con el fin de que sea subsanado en el
término que la ley procesal señale; por lo tanto, la inadmisión es una
medida transitoria” (Devis Echandía, 1985, Tomo II: 480). Pero, si no logra
subsanarse la demanda dentro del plazo legal, la declaración de
inadmisibilidad traerá como consecuencia el archivamiento del
expediente. Asimismo en sede judicial se ha precisado que: “Conforme a
la ley y a la doctrina una demanda resulta inadmisible, cuando ella no
satisface las exigencias de orden formal que condicionan su admisión a
trámite”[7]

V. AUTO DE IMPROCEDENCIA DE LA DEMANDA

En este caso, el Juez advierte que la demanda no cumple con un requisito


de fondo establecido expresamente por la norma procesal y por ende el
proceso no puede dar inicio o prosperar ante el surgimiento de una de las
casuales previstas en la norma, lo que no le impide plantearla
nuevamente ante el mismo juzgado o ante otro que sea competente, por
ello se ha establecido que: “La declaración de improcedencia al ser
inhibitoria no afecta el derecho del recurrente a solicitar nuevamente
tutela jurisdiccional respecto a las mismas peticiones de su demanda.” [8]
Igualmente ha precisado que: “Al declarar improcedente la demanda el a
quo invocó el artículo cuatrocientos veintisiete del Código Procesal Civil,
considerando que no se habían cumplido los requisitos de la demanda:
consecuentemente, al haberse advertido la ausencia de los presupuestos
procesales, se ha verificado el incumplimiento de los requisitos para que
pueda emitirse una sentencia válida sobre el fondo del asunto. (…) el
artículo tercero del código adjetivo, dispone que el ejercicio del derecho
de acción es sin perjuicio del cumplimiento de los requisitos procesales,
dentro de los cuales se encuentran los presupuestos procesales; en ese
sentido, al no haberse verificado el cumplimiento de dichos requisitos, el
agravio referido a la vulneración del derecho de acción carece de base
legal.” [9]

Conforme lo señala el artículo 427° de la norma procesal el Juez declarará


improcedente la demanda cuando:

 El demandante carezca evidentemente de legitimidad para obrar;

 El demandante carezca manifiestamente de interés para obrar;

 Advierta la caducidad del derecho;

 No exista conexión lógica entre los hechos y el petitorio;

 El petitorio fuese jurídica o físicamente imposible;

También en el caso que el Juez estimara que la demanda es


manifiestamente improcedente, declarándola así de plano expresando los
fundamentos de su decisión, es decir motivando dicha decisión y
devolviendo los anexos.

En reiterada doctrina se ha precisado que “La improcedencia de la


demanda se da en el caso de que falle algún requisito de fondo o cuando
éste apareciera defectuoso, razón por la cual el juez rechaza la demanda’
[10]

VI. AUTO ADMISORIO DE LA DEMANDA

Mediante este primer acto jurídico procesal el juez da trámite a la


demanda interpuesta dando por ofrecidos los medios probatorios y
confiriendo traslado al demandado para que comparezca al proceso. La
admisión de la demanda o la expedición del auto de admisión a trámite
del mismo nace en virtud de que la demanda ha reunido todos y cada uno
de los requisitos que la ley exige califique el Juez para dar inicio al proceso.

En el auto admisorio el Juez ha de tomar las providencias necesarias del


caso para poder encaminar el nuevo proceso que tiene en sus manos,
constituye el primer acto de saneamiento del proceso toda vez que ha de
verificar la existencia y cumplimiento de determinados requisitos para
adecuar el proceso.

Conforme reiterada jurisprudencia “El auto admisorio tiene como


característica principal que promueve o inicia un proceso y fija el canal
procesal que se inicia cuando la parte demandante, conocida como parte
activa en el proceso, interpone su demanda contra la parte demandada,
conocida como parte pasiva, trayendo como consecuencia una
controversia jurídica cuya resolución es la finalidad inmediata del órgano
jurisdiccional”.[11]

VII. CONCLUSIONES

La demanda, debemos de entenderla no solamente como la


materialización del derecho de acción sino también como aquel acto
jurídico procesal mediante el cual un sujeto introduce una o más
pretensiones concretas ante el órgano jurisdiccional, es decir solicitando
tutela respecto de un derecho, el cual será manifestado en la sentencia.

La calificación de la demanda constituye el inicio o no del proceso, es un


acto meramente formal ya que el magistrado se limita a verificar el
cumplimiento de los requisitos mínimos que señala la norma procesal
para que el demandante pueda acceder al órgano jurisdiccional.

Cuando el Juez advierta que la demanda no satisface las exigencias de


orden formal el juez la declara así mediante auto, indicando en él la
omisión u omisiones existentes que han impedido sea admitida a trámite.

En el caso que el Juez advierte que la demanda no cumple con un


requisito de fondo establecido expresamente por la norma procesal y por
ende el proceso no puede dar inicio o prosperar ante el surgimiento de
una de las casuales previstas en la norma por lo que declarar su
improcedencia.

Mediante el auto admisorio el juez da trámite a la demanda interpuesta


dando por ofrecidos los medios probatorios y confiriendo traslado al
demandado para que comparezca al proceso.

[1] ALVARADO Velloso, Adolfo () Debido Proceso versus pruebas de oficio.


Editorial Juris. p. 243.

[2] ALVARADO Velloso, Adolfo (1992): Introducción al estudio del Derecho


Procesal. Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fe. p. 98.

[3] MONROY Gálvez, Juan. (2004): La formación del proceso civil peruano
(Escritos reunidos). 2ª edición. Lima: Palestra Editores, p 58

[4] ECHANDIA Hernando Davis (1995): Teoría general del proceso. Ed.
Universidad, Buenos Aires, Tomo I p 231.

[5] RIOJA BERMÚDEZ, Alexander (2009): El Proceso Civil. Editorial Adrus


Arequipa. pp. 77 y 78.

[6] QUINTERO. Beatriz y PIETRO Eugenio (1995): Teoría General del


Proceso. Temis Santa fé de Bogotá Tomo II. p. 10.

[7] CAS N° 1076-96-Cusco, El Peruano 09-09-1998, pág. 1567.

[8] CAS. N° 1520-99-Junín. “El Peruano”, 30-11-1999. p, 4196-4197.

[9] CAS. N° 1169-99 Lima. “El Peruano”, 20-01-2000. p. 4608.

[10] CAS N° 1076-1996-Cusco, El Peruano 09-09-1998, p. 1567.

[11] CAS. N° 1561-98-Lima, “El Peruano”, 30-04-2001. p.7143.

¿Cuáles son los principios procesales que


regula nuestro sistema procesal civil?
POR ALEXANDER RIOJA BERMÚDEZ - ENERO 7, 2017
Sumario: 1. Concepto, 2. Principios del proceso, 2.1. Exclusividad y
obligatoriedad de la función jurisdiccional, 2.1.1. Exclusividad
judicial en su vertiente negativa, 2.1.2. Exclusividad judicial en su
vertiente positiva, 2.2. Independencia de los órganos
jurisdiccionales, 2.2.1 Independencia externa, 2.2.2 Independencia
interna, 2.3. Imparcialidad de los órganos jurisdiccionales, 2.4.
Contradicción o audiencia bilateral, 2.5. Publicidad, 2.6.
Obligatoriedad de los procedimientos establecidos por la ley, 2.7.
Motivación de las resoluciones judiciales, 2.8. Cosa Juzgada, 3.
Bibliografía

1. Concepto

Los principios procesales pueden ser entendidos como directivas u


orientaciones generales en las que se inspira cada ordenamiento
jurídico procesal, con la finalidad de describir y sustentar la esencia
del proceso.

“El desarrollo del proceso permite observar un conjunto de


principios que estructuran las denominadas reglas adjetivas del
procedimiento. Es el ritual, propiamente dicho. El reflejo de cómo se
hace un proceso a partir de la orientación que fundamenta cada
sistema jurídico procesal.” (Gozaini, 1996, p. 97). En ese sentido,
nos encontramos ante situaciones genéricas que informan el
desarrollo del proceso desde el momento de la postulación hasta su
etapa ejecutiva, convirtiéndose en garantía del justiciable y del
órgano jurisdiccional en la realización de sus diversos actos
jurídicos procesales.

Pero el número de estos, regulados o no en una norma procesal, no


determina que se encuentren amparados unos, y otros no; sino que,
estos pueden aparecer y ser aplicados por el juzgador en el caso
concreto. Por ello Couture señala que la enumeración de los
principios procesales que rigen el proceso no puede realizarse de
manera taxativa, porque surgen naturalmente de la ordenación,
muchas veces impensada e imprevisible, de las disposiciones de la
ley. Pero, la repetición obstinada de una solución puede brindar al
intérprete la posibilidad de extraer de ella un principio. Puede darse
la posibilidad que sea el propio legislador el que considere
necesario exponer los principios que dominan la estructura de su
obra, para facilitar al intérprete la ordenación adecuada de las
soluciones. (Couture, 197, p. 182).

Es por ello que, en este breve trabajo, reseñaremos algunos


principios relativos al proceso conforme lo señala la doctrina
procesal, sin perjuicio de aquellos otros que por cuestiones de
tiempo y espacio dejaremos pasar, como es el caso de los llamados
principios del procedimiento.

La doctrina procesal moderna distingue dentro de los principios


procesales, los principios del proceso y los principios del
procedimiento. Los primeros son aquellos que resultan
indispensables para la existencia de un proceso, sin su presencia el
proceso carecería de elementos esenciales para ser admitido como
tal. Los segundos son los que caracterizan e identifican la presencia
de un determinado sistema procesal.

2. Principios del proceso

Son principios del proceso:

a) Exclusividad y obligatoriedad de la función jurisdiccional;

b) Independencia de los órganos jurisdiccionales;

c) Imparcialidad de los órganos jurisdiccionales;

d) Contradicción o bilateralidad;

e) Publicidad;

f) Obligatoriedad de los procedimientos establecidos en la ley;

g) Motivación de las resoluciones judiciales;

h) Cosa juzgada.

2.1. Exclusividad y obligatoriedad de la función jurisdiccional

Consagrado en el inciso 1 del artículo 139º de la Constitución, el


Estado tiene la exclusividad de la administración de justicia; esto es,
que tiene el poder-deber de solucionar la litis. Luego de superada la
autodefensa (solución de la litis empleando la fuerza o violencia), y
al no ser viable la autocomposición (solución de la litis que reside en
el acuerdo de las partes), surge el Estado a través del Poder
Judicial, el cual tiene la hegemonía en la administración de justicia,

El principio de exclusividad consagra como prohibición de carácter


constitucional al legislador, de que atribuya la potestad jurisdiccional
a órganos que no conforman parte del Poder Judicial. Para Monroy,
nadie puede irrogarse en un estado de derecho la función de
resolver conflictos de intereses con relevancia jurídica, sea en forma
privada o por acto propio. Esta actividad le corresponde al Estado a
través de sus órganos especializados, éste tiene la exclusividad en
dicho encargo. (Monroy 2007, p. 175).

Sin embargo, conviene precisar que una de esas excepciones al


principio de exclusividad y unidad, está representada por la
existencia de la denominada «jurisdicción militar», consagrado en la
norma Constitucional. Debe advertirse además, que los principios
de unidad y exclusividad judicial tampoco niegan la existencia de
«jurisdicciones especializadas», como las confiadas al Tribunal
Constitucional o al Jurado Nacional de Elecciones, entre otros.

Evidentemente, la existencia de jurisdicciones especializadas no


debe ni puede entenderse como sinónimo de lo que propiamente
constituye una «jurisdicción de excepción». Con este último
concepto se alude a órganos ad hoc, creados para realizar el
juzgamiento de un determinado conjunto de conductas,
normalmente de naturaleza política, y que no pertenecen a la
estructura del Poder judicial, por lo que se encuentran prohibidos
por la norma suprema

Con relación al principio de exclusividad de la función jurisdiccional


el Tribunal Constitucional ha precisado además, que “(…), este
principio posee dos vertientes:

2.1.1. Exclusividad judicial en su vertiente negativa

Se encuentra prevista en el artículo 146º, primer y segundo párrafos


de la Constitución, según la cual los jueces no pueden desempeñar
otra función que no sea la jurisdiccional, salvo la docencia
universitaria. En efecto, en el desarrollo de la función jurisdiccional
los jueces sólo pueden realizar esta función, no pudiendo laborar en
ninguna otra actividad ya sea para el Estado o para particulares, es
decir, que un juez, a la vez que administra justicia, no puede
desempeñar otros empleos o cargos retribuidos por la
administración pública o por entidades particulares. Esta vertiente
del principio de exclusividad de la función jurisdiccional se
encuentra directamente relacionada con el principio de
imparcialidad de la función jurisdiccional, pues tiene la finalidad de
evitar que el juez se parcialice en defensa del interés de una
determinada entidad pública o privada.

En el caso de la jurisdicción especializada en lo militar, el principio


de exclusividad de la función jurisdiccional implica, en su vertiente
negativa, que los jueces militares no puedan desempeñar ninguna
otra función que no sea la jurisdiccional para el conocimiento de
materias como los delitos de la función exclusivamente castrense,
salvo la docencia universitaria, es decir, no podrán desempeñar
ninguna función de carácter administrativo militar o de mando
castrense, entre otras.

2.1.2. Exclusividad judicial en su vertiente positiva

Se contempla en el artículo 139º, inciso 1, de la Constitución, según


el cual sólo el Poder Judicial puede ejercer función jurisdiccional,
salvo el caso de las excepciones ya mencionadas del Tribunal
Constitucional, el Jurado Nacional de Elecciones y la jurisdicción
militar, entre otros. En otras palabras, en un Estado constitucional
de derecho, ni el Poder Ejecutivo ni el Poder Legislativo pueden
arrogarse la función jurisdiccional, pues, como se ha mencionado,
esta actividad le corresponde exclusivamente al Poder Judicial, al
Tribunal Constitucional, al Jurado Nacional de Elecciones y a la
jurisdicción militar, entre otros.

En el caso de la jurisdicción especializada en lo militar, el principio


de exclusividad de la función jurisdiccional implica, en su vertiente
positiva, que sólo los jueces de la jurisdicción especializada en lo
militar –ya sea que esta se encuentre dentro o fuera del Poder
judicial– podrán conocer los denominados «delitos de la función
militar».” (RIOJA 2008, p. 298).

2.2. Independencia de los órganos jurisdiccionales

Previsto en el inciso 2 del artículo 139º de la Carta Magna, está


basado en la tradicional división de poderes, cuyo contrapeso es el
principio de la responsabilidad de los jueces (artículo 200º del TUO
de la LOPJ y artículos 509º a 518º del CPC). “La independencia
judicial tiene que ser entendida como independencia frente a los
otros poderes del estado y a los centros de decisión de la propia
organización judicial, pero no como separación de la sociedad civil
ni como cuerpo separado de toda forma de control democrático y
popular” (Bergalli, 1984, p. 1001).

Del mismo modo, el Tribunal Constitucional ha señalado que el


principio de independencia de la función jurisdiccional tiene dos
dimensiones:

2.2.1. Independencia externa

Según esta dimensión, la autoridad judicial, en el desarrollo de la


función jurisdiccional, no puede sujetarse a ningún interés que
provenga de fuera de la organización judicial en conjunto, ni admitir
presiones para resolver un caso en un determinado sentido. Las
decisiones de la autoridad judicial, ya sea que ésta se desempeñe
en la especialidad constitucional, civil, penal, penal militar, laboral,
entre otras, no pueden depender de la voluntad de otros poderes
públicos (Poder Ejecutivo o Poder Legislativo, por ejemplo), partidos
políticos, medios de comunicación o particulares en general, sino
tan solo de la Constitución y de la ley que sea acorde con ésta.

En el caso de los poderes públicos, estos se encuentran prohibidos


de ejercer influencias sobre las decisiones judiciales, ya sea
estableciendo órganos especiales que pretendan suplantar a los
órganos de gobierno de la organización jurisdiccional, o creando
estatutos jurídicos básicos distintos para los jueces que pertenecen
a una misma institución y se encuentran en similar nivel y jerarquía,
entre otros casos.
De otro lado, es importante precisar que lo expuesto en los
parágrafos precedentes no implica que la actuación de los jueces,
en tanto que autoridades, no pueda ser sometida a crítica. Ello se
desprende de lo establecido en el artículo 139, inciso 20, de la
Constitución, que dispone que toda persona tiene derecho “de
formular análisis y críticas de las resoluciones y sentencias
judiciales, con las limitaciones de ley”; y del artículo 2, inciso 4, del
mismo cuerpo normativo, según el cual toda persona tiene derecho
a la libertad de opinión, expresión y difusión del pensamiento. El
derecho a la crítica de las resoluciones judiciales es el derecho de
toda persona de examinar y emitir juicios públicamente respecto de
las decisiones que adoptan los jueces en todas las especialidades e
instancias.

Tal derecho a la crítica de las resoluciones judiciales también tiene


límites, entre los que destaca, entre otros, que esta no deba servir
para orientar o inducir a una determinada actuación del juez, pues
este solo se encuentra vinculado por la constitución y la ley que sea
conforme a esta.

2.2.2. Independencia interna

De acuerdo con esta dimensión, la independencia judicial implica,


entre otros aspectos, que, dentro de la organización judicial:

1) la autoridad judicial, en el ejercicio de la función jurisdiccional, no


puede sujetarse a la voluntad de otros órganos judiciales, salvo que
medie un medio impugnatorio; y,

2) que la autoridad judicial, en el desempeño de la función


jurisdiccional, no pueda sujetarse a los intereses de órganos
administrativos de gobierno que existan dentro de la organización
judicial.

En cuanto al primero de los aspectos mencionados, cabe señalar


que el principio de independencia judicial prohíbe que los órganos
jurisdiccionales superiores obliguen a los órganos de instancias
inferiores a decidir de una determinada manera; si es que no existe
un medio impugnatorio que de mérito a tal pronunciamiento. De
este modo, siempre que se interponga un recurso las instancias
superiores podrán corregir a las inferiores respecto de cuestiones
de hecho o de derecho sometidas a su conocimiento, según sea el
caso.

En cuanto al segundo aspecto, el principio de independencia judicial


implica, en primer término, la separación de las funciones
jurisdiccionales de las funciones administrativas que eventualmente
pudieran desempeñar los jueces dentro de la organización judicial,
de manera que las funciones propias de esta administración no
puedan influir en la decisión judicial que se adoptará en un
determinado proceso. En efecto, si un magistrado ha sido elegido
por sus iguales como su representante para desempeñar funciones
de naturaleza administrativa, entonces resulta evidente que, para
desempeñar el encargo administrativo, mientras este dure, debe
suspender sus actividades de naturaleza jurisdiccional, de modo tal
que no pueda influir en la resolución de un determinado caso. Así
sucede por ejemplo, en el ejercicio de la labor de los Presidentes de
la Corte Suprema, de las Cortes Superiores de justicia, de la Oficina
de Control de la Magistratura, entre otros (Rioja, 2008, p. 302).

La independencia entonces es aquella facultad de la que se


encuentra investido el juez para resolver las pretensiones puestas
en sus manos sin que exista algún tipo de injerencia en sus
decisiones; es la libertad que tiene el juez para decidir una
controversia aplicando la Constitución y la ley al caso concreto.

2.3. Imparcialidad de los órganos jurisdiccionales

En el proceso cada uno tiene, o debe tener, su función previamente


definida, es decir, que debe encontrarse anteriormente regulado lo
que puede o debe y lo que no puede o debe hacer. Si decimos que
la función judicial es dirigir y controlar el desarrollo del proceso de
acuerdo a las garantías constitucionales, la impartialidad debe ser
entendida como la imposibilidad del juez de realizar tareas propias
de las partes. Es decir, la impartialidad supone la no injerencia del
juzgador en cuestiones ajenas a su función. Pensar de otra manera
implica directamente propugnar el incumplimiento de funciones.
¿Cómo garantiza los derechos de una parte el juez que dicta una
medida para mejor proveer que en definitiva lo perjudicará?
(Betiana: Consultado el 12 de enero 2010).

Doctrinariamente se entiende a la imparcialidad como la posición


del juez que equidista entre dos litigantes. Alvarado Velloso que
explica que la imparcialidad tiene, en realidad, tres despliegues: la
impartialidad (el juez no ha de ser parte), la imparcialidad (el juez
debe carecer de todo interés subjetivo en la solución del litigio) y la
independencia (el juez debe poder actuar sin subordinación
jerárquica respecto de las dos partes); y la de Aguiló que opina que
la imparcialidad podría definirse como la independencia frente a las
partes y el objeto del proceso (Alavarado: 1989, p. 261).

De la interpretación integral de estas definiciones vemos que la


doctrina entiende que un juez imparcial es aquel que aplica la ley
sin tender a un fin determinado, sea propio o ajeno (acá juega la
independencia) y para esto tiene vedada la realización de
actividades propias de las partes (acá juega la impartialidad).

2.4. Contradicción o audiencia bilateral

Regulado en los artículos 2° y 3° del Código Procesal Civil. La


contradicción presupone el ejercicio del derecho de acción. Este
principio tiene como excepciones la figura de la inaudita parte, que
se presenta en los casos de prueba anticipada sin citación (artículo
287° in fine del CPC) y medidas cautelares (artículos 608 y 636° del
CPC).

Se construye sobre la base de aceptar respecto de las partes del


proceso (demandante y demandado), la posibilidad efectiva de
comparecer o acceder a la jurisdicción, a fin de poder hacer valer
sus respectivas pretensiones, mediante la introducción de los
hechos que las fundamentan y sus correspondientes prácticas de
pruebas. Es decir, que lo que una de las partes ponga a
conocimiento del juez, deba ser traslada a su contraparte a fin de
que tenga conocimiento de las actuaciones de su contrario, de esta
manera se evita la arbitrariedad del órgano jurisdiccional, ya que
este sólo podrá actuar a mérito de lo que las partes hayan
propuesto en el proceso, teniendo ambas la oportunidad de ser
atendidas en el mismo a través de los distintos actos procesales
que introduzcan al proceso.

Para Carocca “(…) el principio del contradictorio tiene un


componente esencial de paridad entre las partes y que se
desprende de su mismo carácter de regulación de la relación entre
ellas, que se verifica en cualquier clase de juicio. Y esto está
motivado porque la controversia sólo puede producirse por el
choque entre dos posturas equivalentes, de la misma entidad, ya
que si esta equiparación no existiera, una de las partes se habría
impuesto a la otra y entonces la cuestión no se habría llegado a
planear por vía jurisdiccional.” (Carocca, 1998, p. 316-317).

En ese sentido, y a fin de que exista una correcta administración de


justicia, y por ende exista una resolución judicial justa, debe
previamente haberse atendido a la pretensión de una de las partes
con participación de la otra, es decir con su alegación con respecto
a lo señalado por la contraria y así el juez decida confrontando las
posiciones y aplicando la norma legal correspondiente.

2.5. Publicidad

Este principio se encuentra consagrado en el inciso 4 del artículo


139° de nuestra Carta Política, constituyendo esa posibilidad de que
los actos procesales sean presenciados o conocidos incluso por
quienes no participan en el proceso como partes, sean funcionarios
o auxiliares. En materia civil las audiencias serán públicas, a menos
que los jueces o tribunales atendiendo a las circunstancias del caso,
dispusieran lo contrario mediante resolución debidamente
fundamentada.

Al respecto Gozaini precisa que la tarea dogmática e informadora


de la publicidad es importante por los siguientes motivos:

a) Como garantía constitucional integrada a la noción de ‘debido


proceso’, por cuanto refleja los actos del Poder Judicial,
transformando el silogismo que para el público tiene el proceso en
una noción deductiva y comprensible para quienes nada conocen
de leyes.
b) La publicidad interna del proceso, se desenvuelve en el principio
regulando los actos que pueden trascender hacia fuera o que, por
su contenido, quedan sólo en conocimiento de las partes.

En este aspecto, conviene advertir que la naturaleza pública del


proceso, impide la existencia de procedimientos secretos para las
partes. Estas deben igualarse en las reglas de la bilateralidad,
porque si el contradictorio se anula, también se anula el proceso
como institución regular.

La publicidad interna del proceso se destaca en las disposiciones


que se ocupan en las audiencias (con asistencia o no del público,
según lo disponga el juzgado); en el acceso al expediente (pueden
solicitarlo partes e interesados, o solo quienes acrediten
intervención en él) en las formas de cumplir ciertas notificaciones
(copias en sobre cerrado por la índole secreta del conflicto) entre
otros.

c) El principio de publicidad interesa al proceso como manifestación


exterior de sus actos. No ocupa, en este sentido, tanto el interés de
las partes, como sí el acceso que tiene el público en general para
conocer sus problemas internos.” (Gozaini: 1996, p. 131).

En ese sentido el principio de publicidad ocupa tres grandes


aspectos que van desde constituirse en una garantía constitucional
hasta convertirse en una manifestación interna y externa del propio
proceso.

Con ello se busca que los actos realizados por el órgano


jurisdiccional se sustenten en procedimientos notorios, manifiestos y
no secretos, reservados, ocultos o escondidos, es decir, que
cualquier persona pueda acceder a dicha información con las
salvedades de ley, ya que en todo Estado democrático y
constitucional de derecho, tiene que obrarse siempre con
transparencia, la cual permite y promueve que las personas
conozcan esos actos, sus fundamentos y los procedimientos
seguidos para adoptarlos.

2.6. Obligatoriedad de los procedimientos establecidos por la ley


Este mandato excluye la posibilidad de que los sujetos procesales
convengan libremente los requisitos de forma, tiempo y lugar, a que
han de hallarse sujetos los actos procesales. De esta manera se le
indica a las partes, terceros, auxiliares y al propio órgano
jurisdiccional, que todo acto que se realice al interior del proceso
debe revestir determinadas formalidades que se encuentran
establecidas en la norma procesal. El artículo IX del Título
Preliminar establece este principio, del mismo modo los artículos
171° y 172° del Código Procesal Civil relativos a la nulidad de los
actos procesales, que son normas que garantizan la eficacia de los
actos jurídicos procesales.

En ese sentido, debe tenerse en cuenta que aquellas normas que


garantizan el debido proceso, son de orden público y por ende de
ineludible y obligatorios cumplimiento, destinadas a garantizar el
derecho de las partes durante el transcurso del proceso e impedir la
expedición de sentencias arbitrarias.

2.7. Motivación de las resoluciones judiciales

Está regulado en el inciso 5 del artículo 139° de la Constitución, en


el artículo 12° de la LOPJ y en los artículos 121° y 122° del CPC
(motivación los autos y las sentencias). Hubo una época en que los
reyes -quienes entre sus atribuciones tenían la de administrar
justicia-, no necesitaban motivar sus fallos. Ahora los jueces tienen
el deber de motivar las resoluciones precitadas, motivarlas y
fundamentarlas. La motivación comprende la evaluación de los
hechos y la valoración de los medios probatorios; la fundamentación
consiste en la aplicación de las normas jurídicas al caso concreto.

Al respecto, nuestro supremo Tribunal ha precisado que el derecho


a la debida motivación de las resoluciones judiciales “es una
garantía del justiciable frente a la arbitrariedad judicial y garantiza
que las resoluciones judiciales no se encuentren justificadas en el
mero capricho de los magistrados, sino en datos objetivos que
proporciona el ordenamiento jurídico o los que se deriven del caso.”
(STC. Nº 3943-2006-PA/TC, fund. jur. 4).

Al igual que a las partes en el proceso judicial (léase abogados) se


les exige que fundamenten jurídicamente su petitorio, el cual
permite poder establecer la congruencia de los hechos con la norma
planteada, esto es, cómo los hechos propuestos por las partes
encajan con la norma cuya aplicación se solicita al caso concreto. El
juez se encuentra en la obligación de precisar aquellas razones por
las cuales ha arribado a la conclusión que se manifiesta en la parte
resolutiva o decisoria de la sentencia; su razonamiento, análisis en
base a las pruebas propuestas, admitidas y valoradas en el
proceso, así como los hechos expuestos por las partes que son el
elemento trascendental para emitir el fallo. Es una garantía del
proceso, pues permite en su caso y al momento de la impugnación,
cuestionar los argumentos y razones que llevaron al juez a decidir
así, garantía que permite fiscalizar la labor jurisdiccional y advertir
por parte del superior el análisis del desarrollo del proceso, el
cumplimiento de la ley y la Constitución y que ello de alguna u otra
manera pueda advertirse de lo expuesto en su sentencia.

2.8. Cosa Juzgada

Está regulada por el inciso 13 del artículo 139° de la Constitución y


el artículo 123° del Código Procesal Civil. Se sustenta en el valor
seguridad, según la cual “una resolución adquiere la autoridad de
cosa juzgada cuándo: i) no proceden contra ella otros medios
impugnatorios que los ya resueltos; o, ii) las partes renuncian
expresamente a interponer medios impugnatorios o dejan transcurrir
los plazos sin formularlos.”

Conforme lo precisa Hinostroza, “la cosa juzgada implica el


asignarle un carácter definitivo e inmutable a la decisión de certeza
contenida en la sentencia. Por consiguiente, el principio de cosa
juzgada está orientada a evitar la continuación de la controversia
cuando ha recaído sobre ella la decisión del órgano jurisdiccional,
vale decir, no puede plantearse nuevamente el litigio ((entre las
mismas partes y respecto del mismo petitorio e interés para obrar)
si ya fue resuelto. de esta manera habrá seguridad jurídica,
fortaleciéndose además la función jurisdiccional al conferirle plena
eficacia.” (Hinostroza, 2001, p. 70).

Para que pueda prosperar la autoridad de cosa juzgada como


excepción, debe ocurrir la llamada triple identidad: i) la identidad de
las partes (demandante y demandado) salvo en la cosa juzgada
general que comprende sus efectos erga omnes; ii) la identidad de
objeto (el tema en debate, lo que se reclama) y iii) la identidad de
causa (los motivos del reclamo).

En este sentido, para efectos de verificar la existencia de cosa


juzgada es importante establecer cuando existen procesos
idénticos, el artículo 452° del CPC establece que “Hay identidad de
procesos cuando las partes o quienes de ellos deriven sus
derechos, el petitorio y el interés para obrar, sean los mismos.” De
este se tiene que la identidad de procesos implica:

a. Identidad de partes o quienes de ellos deriven sus derechos.

b. Identidad de petitorio.

c. Identidad de interés para obrar.

3. Bibliografía

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jueces y argumentación jurídica”, Isonomía, N° 6, 1997.

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Doctrina y jurisprudencia. Editorial Adrus.

RIOJA BERMUDEZ (2016): Compendio de Derecho Procesal Civil.


Editorial Adrus.

El abandono del proceso: ¿cuáles son sus


requisitos?
POR ALEXANDER RIOJA BERMÚDEZ - DICIEMBRE 28, 2016

Sumario: 1. Introducción, 2. Definición, 3. Naturaleza del abandono,


4. Requisitos. 4.1. Inactividad de las partes, 4.2. Transcurso del
tiempo, 4.3. Solicitud de parte, tercero legitimado o de oficio, 4.4.
Resolución que lo declare, 5. Conclusiones, 6. Bibliografía.
1. Introducción

De conformidad con el artículo 346° del Código Procesal Civil,


tenemos que: “Cuando el proceso permanezca en primera instancia
durante cuatro meses sin que se realice acto que lo impulse, el juez
declarará su abandono de oficio o a solicitud de parte o de tercero
legitimado. Para el cómputo del plazo de abandono se entiende
iniciado el proceso con la presentación de la demanda.”

Cabe apuntar que para el cómputo no se toma en cuenta el período


durante el cual el proceso hubiera estado paralizado por acuerdo de
las partes aprobado por el juez.[1]

En sede judicial se ha advertido que la falta de impulso del proceso


por parte del demandante, implica que el juez disponga, al amparo
de la ley, una sanción ante aquel descuido de quien acudió al
órgano jurisdiccional en busca de tutela pero que en el camino con
su desinterés generó una consecuencia negativa al interior del
proceso.

Es importante analizar esta figura y determinar los supuestos o


requisitos para su correcta aplicación, que para muchos es contraria
con la finalidad del proceso, esto es, resolver un conflicto de
intereses; ya que el abandono logra la conclusión del mismo sin
declaración sobre el fondo, y no impide que quien haya sido
perjudicado con el abandono recurra nuevamente al Poder Judicial
en busca de tutela y, por ende, de un mayor gasto de tiempo y
personal, así como la repetición de determinados actos ya
realizados y mayor carga en el despacho respecto de una trámite
que ya se realizó.

Lea también: D.L. N° 1279, que establece el deber de registrar los


vínculos de parentesco y otras vinculaciones derivadas de las
inscripciones que lleva a cabo el RENIEC

2. Definición

El abandono constituye cualquier acto de dejar de lado o descuidar


cualquier elemento, derecho o persona que se considere en
relación con otro individuo. Desde el punto de vista legal, el
abandono siempre hará referencia al descuido de una persona o un
bien a manos de otra. Así, hablamos del abandono que comete un
padre frente a su hijo, o de quien detenta la propiedad frente a un
bien. Sin embargo, desde el punto de vista procesal advertiremos
que el abandono tiene una connotación vinculada al procedimiento
propio de quien lo inició.

Teniendo en cuenta ello, el abandono se erige como una de las


formas anormales de conclusión del proceso, que surge como
consecuencia de la inactividad o inacción de las partes en el
proceso durante determinado lapso de tiempo que determina la
perención de la instancia. Cabe precisar que esta misma figura es
recogida en otras legislaciones bajo la denominación de caducidad
de la instancia.

“Se entiende por abandono del procedimiento aquella sanción que


la ley impone al demandante negligente como consecuencia de la
inactividad de todas las partes que figuran en el juicio por el término
y en las condiciones que señala la ley, y cuya alegación es
conocida y resuelta incidentalmente por el tribunal que conoce
actualmente el litigio” (RAMIREZ: 2000, p. 25).

Existen dos elementos esenciales en esta figura como lo son el


tiempo y la inactividad procesal, que conlleva a una sanción o
consecuencia por parte de la norma procesal que declara la no
continuación del proceso.

Para nuestro Tribunal, “El abandono es una de las formas


especiales de conclusión del proceso que extingue la relación
procesal y que se produce después de un periodo de tiempo en
virtud de la inactividad de las partes.”[2]

De otro lado, en la jurisprudencia se ha precisado también que el


concepto del abandono “constituye una sanción de carácter
procesal al demandante, que encontrándose en la obligación del
impulso procesal a fin de que el juicio prosiga, hasta su conclusión,
no realiza gestiones en el sentido indicado. El reproche que se
imputa al actor es en consecuencia no realizar gestiones útiles para
dar curso progresivo a los autos, por lo tanto deben existir en el
proceso actuaciones pendientes que hagan necesaria la
intervención de parte.” (Revista de Derecho y Jurisprudencia. Tomo
92, 1995, sección segunda, p. 56).

3. Naturaleza del abandono

El sustento de esta institución se halla en que impide la duración


indefinida del proceso. Ello se corrobora con el principio consagrado
en el artículo IV del Título Preliminar del CPC, que prescribe que el
proceso se promueve a iniciativa de parte y, por tanto, constituye el
interés del demandante que este se desarrolle llevándose a cabo
todas y cada una de las etapas del mismo dentro del plazo que la
ley señala y concluya con una resolución sobre el fondo del asunto.
Es por esto que se sanciona su inacción mediante esta institución
procesal.

Si bien esta figura evita que los procesos puedan permanecer de


manera indefinida por inacción de las partes, no queda claro por
qué el juez debe sancionar esta situación si él “debe impulsar el
proceso por sí mismo” (artículo II del TP del CPC) y debe atender
que “…la finalidad concreta del proceso es resolver un conflicto de
intereses o eliminar una incertidumbre, ambas con relevancia
jurídica…” (artículo III del TP del CPC), de manera que él es el
llamado a evitar que el proceso decaiga por la inactividad de las
partes y concluya sin una resolución sobre el fondo en el que pueda
decidir de manera definitiva sobre aquel conflicto de intereses o
incertidumbre jurídica que se le ha puesto en sus manos. Y más si
tenemos en cuenta que con posterioridad se iniciará un nuevo
proceso y nuevamente se hará uso del aparato jurisdiccional
originando mayores gastos al Estado y a las partes, salvo que haya
caducado o prescrito la acción.

En ese sentido, CHIOVENDA señala que “…la inactividad debe ser


inactividad de parte (voluntaria o involuntaria, no importa), no de
juez, puesto que si la simple inactividad del juez pudiese producir la
caducidad, sería remitir al arbitrio de los órganos del Estado la
cesación del proceso. Por lo tanto, debe decirse que la actividad de
los órganos jurisdiccionales, basta para mantener en vida al
proceso, pero su inactividad no basta para hacerlo desaparecer,
cuando durante la inactividad de los órganos públicos (…) las partes
no pueden realizar actos de desarrollo del proceso.” (CHIOVENDA:
1925, p. 385).

Al respecto, nuestra jurisprudencia señala que: “Si a la fecha que se


emite la resolución de abandono se encontraba pendiente la
emisión de dictamen pericial, al demora no es imputable a las
partes; por lo contrario, el juez debió utilizar los apremios que la ley
le franquea para evitar la demora.”[3]

4. Requisitos

A fin de que se pueda materializar esta figura en la secuela del


proceso, se debe advertir la existencia de varios requisitos, entre
ellos:

4.1 Inactividad de las partes

Teniendo en cuenta que el impulso del proceso le corresponde a las


partes, es decir, a los sujetos interesados en que se resuelva el
conflicto de intereses, el hecho de que ellos dejen de realizar
determinados actos procesales por el tiempo que establece la ley
implica un desinterés, el mismo que es sancionado por la ley.

El impulso de parte es concordante con el principio de iniciativa de


parte a la que hace referencia el artículo IV del título Preliminar del
Código Procesal Civil, que no debe ser entendida únicamente como
la facultad de interponer la demanda sino también de actuar durante
toda la secuela del proceso y activarla en su calidad de interesado.

Es por eso que el hecho que la parte demandante deje de realizar


actos de impulso o de desarrollo del proceso judicial, implica un
descuido o falta de actividad en el trámite del proceso, lo que
conlleva a que el juez de oficio o a pedido de la parte contraria,
disponga la conclusión del proceso por haber advertido el abandono
por parte de quien habría accionado el aparato jurisdiccional en
busca de tutela.

4.2 Transcurso del tiempo

Nuestra norma procesal señala el plazo legal que debe transcurrir


para la declaración del abandono, que puede ser de oficio o a
petición de parte, es de cuatro meses. Este empieza a transcurrir
desde el día siguiente en que tiene lugar el último acto de impulso
procesal, el que para dicho efecto puede ser hábil o no y en el cual
se incluye los días feriados o no laborales. En ese sentido, el plazo
final se cumple en el mes de vencimiento y en el día de éste
correspondiente a la fecha del mes inicial. Si el mes de vencimiento
faltara tal día, el plazo se cumple en el último día de dicho mes.

El abandono opera sólo por el transcurso del tiempo contado desde


la última actuación procesal o desde la notificación de la última
resolución. Si no consta en autos el cargo de notificación no puede
el juez declarar el abandono del proceso, toda vez que las
resoluciones judiciales sólo producen efectos en virtud de la
notificación hecha con arreglo al Código Procesal Civil.

No se produce el abandono si el proceso hubiera estado paralizado


por acuerdo de las partes y autorizado por el juez. Claro está que
no es indefinida y será el juez quien considere otorgar un plazo
prudencial atendiendo a las circunstancias del caso. Por ello se ha
manifestado que: “…para que el cómputo del plazo no se considera
el periodo en el que el expediente estuvo paralizado por acuerdo de
las partes aprobado por el juez, lo que implica necesariamente que
ese plazo se reanuda, esto es se vuelve a iniciar el cómputo para el
abandono, desde la fecha en que cesan los efectos de dicha
suspensión.” [4]

Del mismo modo, cuando la paralización obedece a causas de


fuerza mayor insuperable por las partes, no opera el abandono.

4.3. Solicitud de parte, tercero legitimado o de oficio

De la lectura del artículo 346 del Código Procesal Civil se advierte


claramente quiénes serían los sujetos legitimados para solicitar ante
el juez la declaración de abandono.

Sin embargo, consideramos que el abandono debe ser a pedido


únicamente del demandando ya que esta falta de seguridad afecta
únicamente a quien se ha visto involucrado en un proceso judicial y
este se ha visto afectado por la paralización en su accionar. En tal
sentido, la norma debería decir: “El abandono podrá hacerse valer
sólo por el demandado, durante todo el proceso y hasta antes que
se haya dictado sentencia en primera instancia”. Resulta del todo
“lógico que sólo el demandado sea el titular para solicitar el
abandono, ya que al constituirse en una sanción para el
demandante esta debería operar por quien se ve afectado con una
pretensión plateada en su contra pero que por la inacción del
demandante genera un estado de zozobra y falta de seguridad por
quien se ha visto involucrado en el proceso. En consecuencia la ley
sólo debería establecer el derecho a alegarlo en beneficio de aquel
que tiene el rol de sujeto pasivo de la demanda”. (RAMÍREZ, p.
410.)

Mediante la Resolución Administrativa N° 373-2014-CE-PJ, el


Consejo Ejecutivo del Poder Judicial dispuso que los magistrados
de los juzgados y de las salas superiores dicten de oficio el auto
que declara el abandono del proceso, conforme a los presupuestos
del artículo 346 del Código Procesal Civil, salvo prohibición legal
expresa.

De esta forma, se le permite al Juez mayor activismo para declarar


el abandono del proceso, lo que resulta contradictorio con la
finalidad propia del proceso, que es resolver un conflicto de
intereses, lo que no se logra mediante el dictado de una resolución
que declara el abandono del proceso.

4.4. Resolución que lo declare

El actuar de los magistrados se realiza a través de las resoluciones


judiciales a las que hace referencia el artículo 121º del Código
Procesal Civil. La declaración del juez, a la que hace referencia la
norma correspondiente al abandono debe concordarse con la antes
mencionada, y toda vez que el abandono constituye una forma de
conclusión especial del proceso, resulta necesario que el juez dicte
un auto, mediante el cual advierta el trascurso del tiempo y declare
que el proceso ha caído en abandono por falta de impulso de las
partes. Así, en el segundo párrafo de la norma indicada se precisa
que “mediante los autos, el juez resuelve (…) las formas de
conclusión especial del proceso (…)” en tal sentido, correspondería
dictar un auto de abandono del proceso.
Debe precisarse que al ser un auto que concluye el proceso, hay
quienes sostienen que este sería una sentencia, en atención a que
esta resolución que declara el abandono pone fin al proceso y,
estando al acogimiento del pedido de una de las partes o del actuar
propio del juez, esta decisión tendrá el carácter de una sentencia
interlocutoria, según lo dispuesto en el artículo 121 del Código de
Procesal Civil, pues en su tercer párrafo señala que “Mediante la
sentencia el juez pone fin a la instancia o al proceso en definitiva,
pronunciándose en decisión expresa (…). Toda vez, que al poner fin
al proceso, debería esta ser una sentencia y no un auto por la
consecuencia propia de esta resolución que es la conclusión del
proceso.

5. Conclusiones

El abandono constituye una de las formas anormales de conclusión


del proceso surgido como consecuencia de la inactividad o inacción
de las partes en el proceso durante determinado lapso de tiempo
que determina la perención de la instancia.

La figura del abandono debería ser solo a solicitud de parte


demandada, toda vez que es el sujeto quien directamente se habría
beneficiado por dicha declaración judicial y se evita la zozobra en el
tiempo de inacción del proceso por parte de su demandante.

El abandono pone fin al proceso, es decir, lo concluye sin afectar la


pretensión. Sin embargo, su declaración dista de la finalidad propia
del proceso judicial, es decir, resolver un conflicto de intereses.

El abandono se sustenta exclusivamente en lo acontecido en el


proceso principal, cuyo desarrollo no se ve afectado por lo que
suceda en la substanciación del cautelar u otro cuaderno incidental
como el de auxilio judicial por ejemplo, debido a que este último le
está subordinado y le es accesorio.

6. Bibliografía

COUTURE, Eduardo J. Fundamentos del derecho procesal civil. 4ª


edición. Buenos Aires: Editorial Montevideo, 2002, p. 142.
CHIOVENDA Giuseppe. Principios de Derecho Procesal Civil. Tomo
II. Madrid: Editorial Reus, 1925.

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Proceso. Bogotá: Editorial Themis, 2000.

RAMÍREZ Herrera, R. El abandono del procedimiento. Santiago:


Editorial Congreso, 2000.

RIOJA BERMÚDEZ, Alexander. Teoría General de Proceso. Lima:


Editorial Adrus, 2014.

[1] Artículo modificado por el Artículo Único de la Ley Nº 26691,


publicada el 30-11-96.

[2] CAS. N° 2573-99-Lima Sala Civil Permanente Corte Suprema de


Justicia, publicado en el diario Oficial “El Peruano”, el 28-08-2000.
Págs. 6073-6074.

[3] Ejecutoria 09-03-1999, Jurisprudencia Actual. Marinella


Ledesma. Tomo III. Pág. 387.

[4] CAS. N° 957-96-Lima: Sala Civil Permanente Corte Suprema de


Justicia. “El Peruano”, 23-04-1998. Pág. 753.

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