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Del autoritarismo explícito al sofisma de la democracia

De otro lado, y sin desconocer los grandes avances en la democratización de la escuela, sabemos que la
teoría muchas veces se aleja o contradice las prácticas, o que la realidad desfigura los ideales y utopías que
con grandilocuencia se expresan en los debates. Es así como el autoritarismo, el trato irrespetuoso, las
prácticas pedagógicas pasivas, la ausencia de un espíritu investigativo y científico, continúa siendo
preocupación de todos los que estamos deseosos de lograr para el país una educación a tono con el espíritu
de la época. Con otros matices y otros contornos, la discusión sigue siendo la misma.

Gobierno escolar, consejos estudiantiles, personero de los estudiantes, manual de convivencia, posibilitarían
el ejercicio de las prácticas democráticas en las escuelas. Bien sabemos la distancia que hay entre esta
utopía y la realidad. Las normas no producen los cambios, indudablemente éstos requieren de un proceso de
asimilación e interiorización que provocará conflictos personales y grupales. Todo cambio conlleva traumas, y
más tratándose de tradiciones y prácticas tan afianzadas en nuestra cultura escolar.

Sumamos hoy cuatro años de experiencia en el trabajo de hacer realidad la ley de educación; sin duda hay
avances, pero las investigaciones aún nos hablan de formas de autoritarismo disimulado, de democracias
formales, de pr ácticas

Ministerio de Educación Nacional

irrespetuosas, de manifestaciones de favoritismo, de evaluaciones arbi-trarias, de estancamiento académico.


Con una fachada y un discurso democrático, se ocultan realidades que los contradicen.

Es usual encontrar, cómo verbalmente se plantea la participación de los estudiantes, pero en el momento de
la toma de decisiones se impone la voz de la autoridad, anulando los acuerdos logrados en el debate
colectivo. Con una visión formal del orden y la disciplina se suprimen expresiones personales de los niños y
jóvenes, tales como el corte de pelo, manifestaciones de afecto, etc., olvidándose del respeto que merece
todo ser humano, todavía se pueden encontrar expresiones irónicas y de burla frente a caracter ísticas físicas
y a problemas de aprendizaje de los estudiantes.

Construir una escuela en la que cada uno de sus miembros tengan la oportunidad de expresar y en la que se
tengan en cuenta sus ideas, iniciativas, propuestas y sentimientos, implica ante todo un cambio de
mentalidad, un cambio de actitud; supone concebir la democracia como una forma de vida, como parte de
nuestra forma de ser y de relacionarnos con los demás. Es sentirla, es convivir con ella, en la búsqueda de
hacerla cada día más perfecta. La construcción de una cultura escolar democrática es algo más que la
utilización de los espacios, mecanismos y procedimientos que le ha otorgado la ley para el ejercicio de la
democracia.*

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