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Diversidad e Igualdad en La Educación PDF
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Debido a la reflexión realizada en los últimos años sobre qué es, significa e implica atender
a la diversidad, se ha visto la necesidad de responder a otras diversidades, (cultural,
lingüística, …) presentes en la sociedad y, consecuentemente, en la escuela. Todo ello
representa el carácter dinámico y abierto que sustenta el concepto de diversidad, y trata de
responder a las necesidades que presentan los sujetos como fruto de sus diferencias.
Educar para este pluralismo conlleva educar desde la igualdad, en el respeto del otro, del
diferente, del que procede de otra cultura, hable otra lengua, practique religión o no, padezca
una discapacidad física o psíquica y sufra el rechazo por vivir en situaciones de pobreza y
marginación social (Amorós y Pérez, 1993). Para desarrollar este planteamiento pedagógico
de aceptación y respeto a la diferencia, el centro en su totalidad debe plantearse y definir sus
convicciones sociales, culturales y pedagógicas, es decir, debe explicitar cuáles son sus
valores y metas, para elaborar una propuesta de actuación coherente con lo expresado.
Hablar sobre la diversidad supone considerar una serie de indicadores muy diversos, como
son el origen social, familiar, cultural, de sexo, intra o interpsicológicos, y ligados a
necesidades educativas especiales asociadas a algún tipo de discapacidad o sobredotación
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(Marchesi y Martín, 1998). Factores que pueden combinarse entre sí y que requieren una
respuesta educativa común con matizaciones diferenciales.
La diversidad cultural
A pesar de que teóricamente nadie pone en duda que la educación intercultural es la respuesta
más acorde e integradora, como se evidencia en los centros en que se lleva a cabo, no es una
práctica totalmente generalizada sino que, de hecho, en muchos centros educativos existen
prácticas referidas a algunos de los puntos anteriores, que denotan la no valoración de los
rasgos culturales específicos de las minorías étnicas.
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Por eso, el porcentaje de acceso en los estudios, el tratamiento educativo que reciben y los
resultados académicos que alcanzan los alumnos de minorías étnicas son inferiores a los
obtenidos por las mayorías de los alumnos. Las explicaciones que Marchesi y Martín (1998,
225) dan como justificación a este hecho son:
3. Las expectativas de los profesores son más negativas hacia estos alumnos, lo que
produce el efecto esperado, especialmente en la motivación de los alumnos y su
autoestima.
4. Existe un menor ajuste entre los estilos de vida familiar de los grupos minoritarios y
el ambiente escolar en comparación con el del grupo cultural mayoritario. Esta falta
de congruencia dificulta el proceso de aprendizaje y el comportamiento de las
familias con los objetivos educativos.
A pesar de estas interpretaciones sobre la respuesta educativa en los centros escolares no hay
que pensar que son las únicas responsables y que explican en toda su extensión el posible
fracaso escolar de estos alumnos, sino que existe la necesidad de confrontar estos resultados
con otras variables de orden cultural y social que pueden arrojar mucha luz sobre el tema que
nos ocupa. En este sentido, la influencia concreta de las propias características de los grupos
culturales minoritarios se consolida cada vez más como una variable de peso en el acceso a
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la cultura y a los resultados académicos. Como consecuencia de ello, los centros deberían
iniciar progresivamente procesos de enseñanza-aprendizaje basados en el pluralismo
democrático, la tolerancia y la aceptación de la diferencia, a través de los que se promuevan
el desarrollo y la madurez personal de todos los sujetos (Arnaiz y Haro de, 1995; Díaz-
Aguado, 1996; Sales y García, 1997; Siguán, 1998).
La diversidad social
La pertenencia a una clase social determinada va a tener una gran influencia para sus
miembros en aspectos tales como el acceso a los estudios, la organización de los procesos de
enseñanza-aprendizaje que se lleven a cabo según el centro educativo al que se asista y los
resultados académicos que se obtengan. La interpretación que se realice de cada uno de estos
factores, según la prevalencia o el valor que se les otorgue, ha caracterizado distintos modelos
de respuesta educativa en las últimas décadas. De esta manera, el modelo del déficit cultural
aparece ligado a la desventaja social y defiende que los alumnos en esta situación proceden
de familias o de grupos sociales que viven en situación de discriminación económica o de
marginación social; por tanto, desde su nacimiento expuestos a normas, lenguaje, valores y
expectativas que determinan situaciones de desventaja con respecto a sus iguales y falta de
estimulación y de experiencias. Con el fin de paliar esta situación, la respuesta educativa se
centra en el establecimiento de programas de educación compensatoria desde la etapa de la
educación infantil, cuya instrucción se caracteriza por la utilización del lenguaje,
experiencias, valores y expectativas de la clase media, con la finalidad de “compensar” su
déficit cultural y ayudarles a “adaptarse” mejor a las demandas de los centros educativos.
Por otra parte, el modelo de las diferencias culturales destaca los rasgos culturales propios de
los grupos étnicos minoritarios o de las clases sociales más bajas (normas, valores, sistemas
de creencias y estilos de comportamiento) y trata de llamar la atención del escaso
reconocimiento que de los mismos se hace en los centros educativos. Hecho que se relaciona
directamente con el mayor fracaso escolar que los grupos minoritarios o de clases sociales
más bajas tienen frente a los grupos mayoritarios, y que evidencia la descoordinación
existente entre la cultura escolar y la cultura de estos colectivos, provocando un menor
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rendimiento de estos alumnos y un mayor riesgo de abandono escolar. El funcionamiento
homogeneizador y asimilador del sistema educativo indudablemente también contribuye a
ello.
Los alumnos con riesgo de fracaso constituyen otro de los modelos de desventaja social. La
OCDE-CERI (1995) señala siete situaciones de riesgo que pueden actuar individual o
interactivamente y producir fracaso escolar en los alumnos que la padecen: pobreza,
pertenencia a una minoría étnica, familias inmigrantes, monoparentales, sin vivienda
adecuada o sin relación con la escuela, conocimiento pobre del lenguaje mayoritario, tipo de
escuela y condiciones de la instrucción educativa, geografía y factores comunitarios (falta de
apoyo social y de condiciones para el ocio). Las manifestaciones más importantes de la
conjunción de estos factores son, por ejemplo, el bajo rendimiento escolar, la baja
satisfacción o autoestima, la falta de participación, el rechazo de la escuela, ausencias,
abandono, problemas de conducta y delincuencia.
No obstante, a este modelo se le hacen una serie de críticas que radican en la mayor
responsabilidad que otorga a los factores de riesgo social olvidando los educativos cuando,
según ha expresado la OCDE-CERI (1995, 18), ambos están situados en un mismo nivel de
influencia: los alumnos con riesgo de fracaso son aquellos “cuyos problemas de aprendizaje
y adaptación tienen su origen en factores que están en el ambiente social que, a lo largo del
tiempo, pueden convertirse de forma acumulativa en variables internas al niño, asociadas con
dificultades en el aprendizaje y en la adaptación a la escuela y a su currículo y, en última
instancia, a las demandas normalmente aceptadas de la sociedad”.
Por ultimo, el modelo interactivo conjuga las aportaciones de los modelos anteriores,
poniendo en consonancia las interrelaciones que pueden establecerse entre clase
socialfamilia-educación-individuo. De esta forma, economía, cultura y estatus social son
considerados como factores influyentes interactivamente en las posibilidades educativas de
cualquier alumno. Sin embargo, este modelo considera que a pesar del peso y de la posible
influencia de cada uno de ellos, las condiciones adversas de un alumno no determinan
irremediable y negativamente su futuro, sino que hay otras variables como la reacción de esa
persona ante su medio familiar y la respuesta educativa de los centros educativos a las
demandas de ese alumno. Así se explica que la clase social no produzca los mismos efectos
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en todos sus miembros, ni que los padres ejerzan la misma influencia en todos sus hijos, ni
que los centros educativos influyan de la misma manera en las posibilidades que ofrecen a
sus alumnos.
La diversidad de sexos
La diversidad que se quiere considerar bajo este epígrafe es la referida a las diferencias que
se producen en el aprendizaje de los alumnos debido a la particularidad de las dimensiones
cognitivas, motivacionales, afectivas y relacionales.
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motivación hacia lo académico está relacionada con la consecución de metas, en tanto en
cuanto la actividad de la persona se orienta hacia la consecución de objetivos con éxito. Esto
aparece ligado a la valoración positiva de la propia competencia y a las capacidades
metacognitivas o de autorregulación. La influencia de los factores emocionales en el
aprendizaje tiene cada vez más credibilidad por cuanto que los sentimientos y las capacidades
afectivas están íntimamente implicados en el proceso de aprender. La propia personalidad, el
autoconcepto, la autoestima, las expectativas que el alumno tiene sobre el profesor, así como
el concepto y las expectativas que el profesor tiene sobre el propio alumno juegan un papel
fundamental y determinante en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
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Las necesidades educativas especiales asociadas a discapacidad se refieren a aquellos
alumnos que se enfrentan al proceso de enseñanza-aprendizaje con limitaciones sensoriales,
cognitivas o dificultades de aprendizaje. Estas necesidades pueden verse aumentadas o
disminuidas según el modelo de enseñanza que se lleve a cabo en los centros educativos, ya
que es muy importante la consideración de sus experiencias previas, el tipo de currículo
diseñado o su dificultad para incorporarse al ritmo de aprendizaje establecido. Desde esta
concepción más amplia, muchos alumnos con necesidades educativas especiales pueden
verse en esta situación por su origen cultural, por su ambiente social o por sus experiencias
educativas.
Los alumnos con necesidades educativas especiales asociadas a sobredotación son aquellos
cuyas características derivadas de una capacidad intelectual superior, una creatividad elevada
y un alto grado de motivación y dedicación a las tareas (Renzulli, 1978), precisan de una
respuesta educativa específica que organice situaciones de aprendizaje adecuadas a estas
necesidades a través de cambios en el currículo. Tradicionalmente la respuesta educativa que
se ha venido dando a estos alumnos se ha centrado en tres estrategias de atención a la
diversidad: la aceleración, consistente en colocar al alumno superdotado en un lugar o nivel
más avanzado que el que le correspondería por su edad; el agrupamiento total o parcial,
referido al emplazamiento del alumno superdotado con compañeros de niveles y
competencias semejantes a las suyas; y la más en boga actualmente, el enriquecimiento,
fundamentado en el ajuste del curriculum con el fin de trabajar objetivos adecuados a sus
recursos intelectuales, integrados y compartidos en actividades y espacios junto a sus
compañeros (Prieto, 1997).
Ante tales consideraciones, cabe afirmar que si las diferencias humanas son inherentes al
desarrollo, la acción educativa requiere considerar todas estas individualidades desde un
planteamiento global, donde se personalicen los procesos de enseñanza-aprendizaje. Aquí es
donde surge el concepto de educar en y para la diversidad, al igual que el concepto de
comprensividad (Puigdellívol, 1998).
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1. La atención a todos los alumnos de acuerdo a sus características personales, sin
distinción de ningún tipo (limitaciones físicas o psíquicas, niveles culturales o
económicos, procedencia, sexo, religión,...).
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e incluso la propia biografía, circunstancias y características de los alumnos en desventaja
dentro del grupo. Consiste en valorar la diferencia por cuanto la diversidad no solamente se
encuentra entre los hombres de diferentes culturas, sino que las diferencias son de ámbito
personal, nacional, regional y local.
Veamos algunas definiciones sobre el significado que distintos autores han dado al hecho de
educar en y para la diversidad:
“No significa adoptar medidas especiales para el alumnado problemático, sino adoptar un
modelo de desarrollo del currículo que facilite el aprendizaje del alumnado en su diversidad.
Tampoco es una cuestión de cantidad sino de calidad; una actitud y una convicción cultural
antes que un recurso técnico, que requiere enseñar a cada uno de forma diferenciada” (Díez y
Huete, 1997, 15).
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Desde mi punto de vista, educar en la diversidad significa ejercer los principios de igualdad
y equidad a los que todo ser humano tiene derecho, lo que conlleva desarrollar unas
estrategias de enseñanza-aprendizaje que personalicen la enseñanza en un marco y dinámica
de trabajo para todos. Educar para la diversidad expresa el matiz de educar para una
convivencia democrática donde la solidaridad, la tolerancia y la cooperación estén presentes
y caractericen las relaciones entre los alumnos dentro y fuera del aula; se trataría de ser
ciudadanos capaces de valorar y vivir con el que es diferente por razones personales, sociales
y religiosas.
Sin embargo, aunque el discurso teórico sobre la integración de los alumnos con necesidades
educativas especiales se ha ido enriqueciendo, todavía queda mucho por recorrer. La
integración no ha cubierto en su totalidad los objetivos que se marcó, aunque haya abierto la
posibilidad de que los alumnos con necesidades educativas especiales se incorporen al
sistema ordinario de educación. Al contrario, en muchas ocasiones ha supuesto y está
suponiendo prácticas segregadoras que producen sentimientos de inferioridad y baja
autoestima en los alumnos con dificultades de aprendizaje o pertenencia a un grupo cultural
minoritario.
Dos son las características básicas que deberían perfilar el papel del centro escolar en el
proceso integrador: la idea de fusión de la acción educativa general y especial en una síntesis
unitaria; y la implicación institucional del centro en el proceso. Es necesario resaltar aquí la
importancia otorgada a la institución escolar como promotora del cambio, siempre que haya
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una implicación y una participación activa y colectiva de los miembros del centro en la
búsqueda de soluciones institucionales (Escudero, 1991; 1992; 1994). Desde este enfoque,
se postula una reconstrucción de la escuela que cambia desde las asunciones teóricas más
elementales a los métodos y prácticas tradicionales. Ello supone acomodar el entorno a todos
los alumnos en todas las áreas curriculares, ofrecer los mismos recursos y oportunidades de
aprendizaje y de socialización para todos los niños en un mismo contexto escolar, sobre una
base de tiempo total (Wang, 1994) o reconceptualizar y adaptar la organización escolar como
conjunto, como un todo que no se puede abordar fragmentando sus partes (Gartner y Lipsky,
1987).
Por ello, esta realidad está ocasionando que muchos teóricos estén abandonando el concepto
de integración debido a las connotaciones negativas que ha ido adquiriendo en los últimos
años y haya asumido el término inclusión, cuyo significado sería el de una escuela para todos,
sin barreras ni físicas ni mentales (Arnaiz, 1996; 1997; 2003). Con este nuevo término se
pretende dar un paso más y señalar la necesidad de reestructurar la dinámica de trabajo en
los centros y las aulas, para cambiar los diferentes procesos de enseñanzaaprendizaje que se
dan en ellos.
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• una interconexión del concepto de calidad de vida con el de mejora de la calidad,
garantía en el mantenimiento de la calidad, gestión de la calidad y evaluación centrada
en los resultados;
Esta nueva concepción de la diversidad establece sus raíces en una perspectiva ecológica, al
considerar la discapacidad no sólo con relación a lo biológico sino como el resultado de la
interacción entre la discapacidad y otras variables ambientales tales como el entorno físico,
la educación, la situación social y los recursos disponibles. Por consiguiente, una escuela
inclusiva tiene que intentar desarrollar nuevas respuestas didácticas para estimular y
fomentar la participación de todos los alumnos. En esta línea, la educación inclusiva se opone
a cualquier forma de segregación, a cualquier argumento que justifique la separación en el
ejercicio de los derechos a la educación. Las ventajas que proporciona este enfoque llevado
a la realidad educativa suponen que:
• todos los recursos de la escuela pueden ser usados para asesorar sobre las necesidades
instructivas, adaptar el proceso de enseñanza-aprendizaje y proporcionar apoyo a los
alumnos. En las escuelas inclusivas ningún alumno sale del aula para recibir apoyo,
sino que éste se recibe dentro del aula, lo cual exige que los recursos estén en la misma
y que los profesores de apoyo realicen una importante tarea de coordinación con el
profesor-tutor;
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Un centro de este tipo tiene que adoptar una serie de medidas organizativas, para alcanzar los
objetivos propuestos. En este sentido Casanova (1998), señala una serie de exigencias
organizativas necesarias para hacer posible una educación en y para la diversidad. En primer
lugar, y con relación al centro, será necesario establecer un proyecto educativo y curricular
que asuma la atención a la diversidad como principio de funcionamiento y genere los cambios
necesarios en el aula; tiempos comunes para la coordinación del profesorado; distribución de
los espacios en función de los objetivos del centro; agrupamientos flexibles del alumnado
dentro de los ciclos; responsabilidad del profesorado en función de los agrupamientos
realizados; utilización eficaz y creativa de los recursos disponibles; existencia de equipos de
coordinación que garanticen el seguimiento continuo del progreso del alumnado,
especialmente cuando se pone en práctica una adaptación curricular; y un estilo dinámico de
dirección que pilote, evalúe y tome decisiones de mejora sin dilación.
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