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DIVERSIDAD E IGUALDAD EN LA EDUCACIÓN

La diversidad es una condición inherente al ser humano. Se sustenta en el respeto a las


diferencias individuales y las tiene en cuenta a la hora de aprender. Por tanto, en el proceso
educativo encontraremos que los estudiantes pueden presentar diversidad de ideas,
experiencias y actitudes previas, debido a que cada persona ante un nuevo contenido tiene
unos registros previos diferentes; diversidad de estilos de aprendizaje, ocasionada por las
diferentes maneras de aprender, ya se refiera a los estilos de pensamiento (inducción,
deducción, pensamiento crítico), a la estrategias de aprendizaje, a las relaciones de
comunicación establecidas (trabajo cooperativo, individual) y a los procedimientos
lingüísticos que mejor dominen; diversidad de ritmos, cada persona necesita un tiempo para
asimilar el conocimiento; diversidad de intereses, motivaciones y expectativas, en cuanto a
los contenidos y a los métodos; y diversidad de capacidades y de ritmos de desarrollo (Arnaiz,
y Haro de, 1997).

Debido a la reflexión realizada en los últimos años sobre qué es, significa e implica atender
a la diversidad, se ha visto la necesidad de responder a otras diversidades, (cultural,
lingüística, …) presentes en la sociedad y, consecuentemente, en la escuela. Todo ello
representa el carácter dinámico y abierto que sustenta el concepto de diversidad, y trata de
responder a las necesidades que presentan los sujetos como fruto de sus diferencias.

Educar para este pluralismo conlleva educar desde la igualdad, en el respeto del otro, del
diferente, del que procede de otra cultura, hable otra lengua, practique religión o no, padezca
una discapacidad física o psíquica y sufra el rechazo por vivir en situaciones de pobreza y
marginación social (Amorós y Pérez, 1993). Para desarrollar este planteamiento pedagógico
de aceptación y respeto a la diferencia, el centro en su totalidad debe plantearse y definir sus
convicciones sociales, culturales y pedagógicas, es decir, debe explicitar cuáles son sus
valores y metas, para elaborar una propuesta de actuación coherente con lo expresado.

Hablar sobre la diversidad supone considerar una serie de indicadores muy diversos, como
son el origen social, familiar, cultural, de sexo, intra o interpsicológicos, y ligados a
necesidades educativas especiales asociadas a algún tipo de discapacidad o sobredotación

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(Marchesi y Martín, 1998). Factores que pueden combinarse entre sí y que requieren una
respuesta educativa común con matizaciones diferenciales.

La diversidad cultural

El hecho multicultural es una realidad en nuestra sociedad debido a los movimientos


migratorios de numerosos grupos sociales de características culturales específicas, que están
determinando que diversas culturas compartan el mismo territorio, la misma sociedad y los
mismos centros educativos (Arnaiz y Haro de, 2004). Situación que no está siendo valorada
de igual forma en los distintos contextos en que se produce y que muestra dos polos bien
diferenciados de una misma situación. Mientras encontramos en el polo más positivo la
integración intercultural, que supone el respeto a la diversidad que implica pertenecer a una
cultura minoritaria y el reconocimiento de los principios de igualdad de derechos y de deberes
de los miembros de distintas culturas que conviven en una sociedad plural; en el polo opuesto
se sitúa la asimilación, práctica bastante habitual que niega los rasgos propios de la cultura
minoritaria para ser absorbida por la mayoritaria; la segregación, caracterizada por la
exclusión o aislamiento social de los grupos minoritarios; y el racismo que implica la
negación de toda forma de contacto o experiencia cultural entre grupos de distintas culturas.
Podríamos decir que en estas últimas prácticas los componentes que definen el término
cultura, tales como conocimientos, valores y comportamientos son conculcados impidiendo
que grupos sociales que conviven juntos puedan compartir un mismo ambiente e ir
resolviendo los problemas que puedan presentárseles. Por consiguiente, vemos que no
siempre las minorías étnicas son aceptadas de la misma manera, hecho que tiene una
repercusión inmediata en el ambiente educativo.

A pesar de que teóricamente nadie pone en duda que la educación intercultural es la respuesta
más acorde e integradora, como se evidencia en los centros en que se lleva a cabo, no es una
práctica totalmente generalizada sino que, de hecho, en muchos centros educativos existen
prácticas referidas a algunos de los puntos anteriores, que denotan la no valoración de los
rasgos culturales específicos de las minorías étnicas.

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Por eso, el porcentaje de acceso en los estudios, el tratamiento educativo que reciben y los
resultados académicos que alcanzan los alumnos de minorías étnicas son inferiores a los
obtenidos por las mayorías de los alumnos. Las explicaciones que Marchesi y Martín (1998,
225) dan como justificación a este hecho son:

1. El currículo escolar y los materiales que se utilizan en la clase no recogen las


características propias de las culturas minoritarias, por lo que estos grupos tienen más
dificultades para acceder a una cultura escolar que no es la suya.

2. La preparación y las actitudes de los profesores son expresión de la cultura


mayoritaria. Los profesores conocen poco sobre los valores, creencias y
comportamientos de las minorías étnicas, por lo que no pueden tenerlos en cuenta a
la hora de diseñar sus estrategias instruccionales.

3. Las expectativas de los profesores son más negativas hacia estos alumnos, lo que
produce el efecto esperado, especialmente en la motivación de los alumnos y su
autoestima.

4. Existe un menor ajuste entre los estilos de vida familiar de los grupos minoritarios y
el ambiente escolar en comparación con el del grupo cultural mayoritario. Esta falta
de congruencia dificulta el proceso de aprendizaje y el comportamiento de las
familias con los objetivos educativos.

5. Los alumnos de la cultura mayoritaria desarrollan creencias y valoraciones hacia los


demás grupos étnicos más negativas que hacia los miembros de su grupo. Estos
prejuicios contribuyen a ampliar la desigualdad educativa en las escuelas y en las
aulas.

A pesar de estas interpretaciones sobre la respuesta educativa en los centros escolares no hay
que pensar que son las únicas responsables y que explican en toda su extensión el posible
fracaso escolar de estos alumnos, sino que existe la necesidad de confrontar estos resultados
con otras variables de orden cultural y social que pueden arrojar mucha luz sobre el tema que
nos ocupa. En este sentido, la influencia concreta de las propias características de los grupos
culturales minoritarios se consolida cada vez más como una variable de peso en el acceso a

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la cultura y a los resultados académicos. Como consecuencia de ello, los centros deberían
iniciar progresivamente procesos de enseñanza-aprendizaje basados en el pluralismo
democrático, la tolerancia y la aceptación de la diferencia, a través de los que se promuevan
el desarrollo y la madurez personal de todos los sujetos (Arnaiz y Haro de, 1995; Díaz-
Aguado, 1996; Sales y García, 1997; Siguán, 1998).

La diversidad social

La pertenencia a una clase social determinada va a tener una gran influencia para sus
miembros en aspectos tales como el acceso a los estudios, la organización de los procesos de
enseñanza-aprendizaje que se lleven a cabo según el centro educativo al que se asista y los
resultados académicos que se obtengan. La interpretación que se realice de cada uno de estos
factores, según la prevalencia o el valor que se les otorgue, ha caracterizado distintos modelos
de respuesta educativa en las últimas décadas. De esta manera, el modelo del déficit cultural
aparece ligado a la desventaja social y defiende que los alumnos en esta situación proceden
de familias o de grupos sociales que viven en situación de discriminación económica o de
marginación social; por tanto, desde su nacimiento expuestos a normas, lenguaje, valores y
expectativas que determinan situaciones de desventaja con respecto a sus iguales y falta de
estimulación y de experiencias. Con el fin de paliar esta situación, la respuesta educativa se
centra en el establecimiento de programas de educación compensatoria desde la etapa de la
educación infantil, cuya instrucción se caracteriza por la utilización del lenguaje,
experiencias, valores y expectativas de la clase media, con la finalidad de “compensar” su
déficit cultural y ayudarles a “adaptarse” mejor a las demandas de los centros educativos.

Por otra parte, el modelo de las diferencias culturales destaca los rasgos culturales propios de
los grupos étnicos minoritarios o de las clases sociales más bajas (normas, valores, sistemas
de creencias y estilos de comportamiento) y trata de llamar la atención del escaso
reconocimiento que de los mismos se hace en los centros educativos. Hecho que se relaciona
directamente con el mayor fracaso escolar que los grupos minoritarios o de clases sociales
más bajas tienen frente a los grupos mayoritarios, y que evidencia la descoordinación
existente entre la cultura escolar y la cultura de estos colectivos, provocando un menor

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rendimiento de estos alumnos y un mayor riesgo de abandono escolar. El funcionamiento
homogeneizador y asimilador del sistema educativo indudablemente también contribuye a
ello.

Los alumnos con riesgo de fracaso constituyen otro de los modelos de desventaja social. La
OCDE-CERI (1995) señala siete situaciones de riesgo que pueden actuar individual o
interactivamente y producir fracaso escolar en los alumnos que la padecen: pobreza,
pertenencia a una minoría étnica, familias inmigrantes, monoparentales, sin vivienda
adecuada o sin relación con la escuela, conocimiento pobre del lenguaje mayoritario, tipo de
escuela y condiciones de la instrucción educativa, geografía y factores comunitarios (falta de
apoyo social y de condiciones para el ocio). Las manifestaciones más importantes de la
conjunción de estos factores son, por ejemplo, el bajo rendimiento escolar, la baja
satisfacción o autoestima, la falta de participación, el rechazo de la escuela, ausencias,
abandono, problemas de conducta y delincuencia.

No obstante, a este modelo se le hacen una serie de críticas que radican en la mayor
responsabilidad que otorga a los factores de riesgo social olvidando los educativos cuando,
según ha expresado la OCDE-CERI (1995, 18), ambos están situados en un mismo nivel de
influencia: los alumnos con riesgo de fracaso son aquellos “cuyos problemas de aprendizaje
y adaptación tienen su origen en factores que están en el ambiente social que, a lo largo del
tiempo, pueden convertirse de forma acumulativa en variables internas al niño, asociadas con
dificultades en el aprendizaje y en la adaptación a la escuela y a su currículo y, en última
instancia, a las demandas normalmente aceptadas de la sociedad”.

Por ultimo, el modelo interactivo conjuga las aportaciones de los modelos anteriores,
poniendo en consonancia las interrelaciones que pueden establecerse entre clase
socialfamilia-educación-individuo. De esta forma, economía, cultura y estatus social son
considerados como factores influyentes interactivamente en las posibilidades educativas de
cualquier alumno. Sin embargo, este modelo considera que a pesar del peso y de la posible
influencia de cada uno de ellos, las condiciones adversas de un alumno no determinan
irremediable y negativamente su futuro, sino que hay otras variables como la reacción de esa
persona ante su medio familiar y la respuesta educativa de los centros educativos a las
demandas de ese alumno. Así se explica que la clase social no produzca los mismos efectos

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en todos sus miembros, ni que los padres ejerzan la misma influencia en todos sus hijos, ni
que los centros educativos influyan de la misma manera en las posibilidades que ofrecen a
sus alumnos.

La diversidad de sexos

La diversidad de sexos se ha convertido en un elemento de desigualdad y discriminación en


muchos contextos y ocasiones. A lo largo de la historia y aún actualmente no se ha
conseguido la igualdad de oportunidades de las mujeres en el ámbito de la educación.
Igualdad no sólo referida al acceso al trabajo o a la educación, sino también a un tratamiento
igualitario a través del curriculum en cuanto a objetivos, contenidos, estilos de aprendizaje,
materiales y libros de texto, expectativas sobre los alumnos y forma de organización escolar.

La investigación sobre la interacción profesor-alumno (Grant y Tate, 1995) manifiesta que


las niñas y los alumnos de color reciben en EE.UU un tratamiento diferente de los alumnos
blancos. Este tratamiento diferente no sería problemático si llevara a un mayor logro y a una
conciencia social de todos los alumnos. Sin embargo, esta diferencia de tratamiento indica
una mayor consideración de los alumnos blancos en detrimento de los de color y las chicas.
Asimismo, se sugiere que los profesores perpetúan y refuerzan desde edades muy tempranas
las creencias estereotipadas asociadas con las niñas (reservadas, tranquilas), que estarán
presentes a lo largo de toda la escolaridad.

Diversidad ligada a factores intra e interpersonales

La diversidad que se quiere considerar bajo este epígrafe es la referida a las diferencias que
se producen en el aprendizaje de los alumnos debido a la particularidad de las dimensiones
cognitivas, motivacionales, afectivas y relacionales.

La diversidad cognitiva guarda relación con la variabilidad de los alumnos en cuanto a


diversidad de procesos, estrategias, estilos de aprendizaje y de conocimientos básicos, que
imprime una cierta variabilidad a las condiciones de aprendizaje de los alumnos. La

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motivación hacia lo académico está relacionada con la consecución de metas, en tanto en
cuanto la actividad de la persona se orienta hacia la consecución de objetivos con éxito. Esto
aparece ligado a la valoración positiva de la propia competencia y a las capacidades
metacognitivas o de autorregulación. La influencia de los factores emocionales en el
aprendizaje tiene cada vez más credibilidad por cuanto que los sentimientos y las capacidades
afectivas están íntimamente implicados en el proceso de aprender. La propia personalidad, el
autoconcepto, la autoestima, las expectativas que el alumno tiene sobre el profesor, así como
el concepto y las expectativas que el profesor tiene sobre el propio alumno juegan un papel
fundamental y determinante en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

En los procesos de instrucción existe todo un componente relacional entre el profesor y el


alumno, proceso en el que interactúan juntos para conseguir unos objetivos educativos y para
construir unas representaciones mutuas relativas a sus capacidades, motivaciones y
expectativas. Estos aspectos son muy importantes en el proceso de atención a la diversidad,
ya que de ellos pueden derivarse expectativas más o menos negativas ante los alumnos. Esto
explica que podemos observar que los profesores esperan más de unos alumnos que de otros,
lo que puede indudablemente condicionar su actuación, haciendo que se produzca la
“profecía del autocumplimiento”: la expectativa de que algo suceda aumenta la probabilidad
de que realmente suceda.

Diversidad de necesidades educativas especiales asociadas a discapacidad o


sobredotación

El nuevo concepto de necesidades educativas especiales aparecido en el Informe Warnock


(1978) ha abierto una nueva visión sobre las personas con alguna deficiencia, debido a que
desplaza el centro de atención del individuo, visto como portador o paciente de un trastorno,
hacia la interacción educativa. Desde esta consideración, el nivel de desarrollo y de
aprendizaje de cada persona no sólo depende de su capacidad y naturaleza, sino también de
las experiencias de aprendizaje que recibe.

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Las necesidades educativas especiales asociadas a discapacidad se refieren a aquellos
alumnos que se enfrentan al proceso de enseñanza-aprendizaje con limitaciones sensoriales,
cognitivas o dificultades de aprendizaje. Estas necesidades pueden verse aumentadas o
disminuidas según el modelo de enseñanza que se lleve a cabo en los centros educativos, ya
que es muy importante la consideración de sus experiencias previas, el tipo de currículo
diseñado o su dificultad para incorporarse al ritmo de aprendizaje establecido. Desde esta
concepción más amplia, muchos alumnos con necesidades educativas especiales pueden
verse en esta situación por su origen cultural, por su ambiente social o por sus experiencias
educativas.

Los alumnos con necesidades educativas especiales asociadas a sobredotación son aquellos
cuyas características derivadas de una capacidad intelectual superior, una creatividad elevada
y un alto grado de motivación y dedicación a las tareas (Renzulli, 1978), precisan de una
respuesta educativa específica que organice situaciones de aprendizaje adecuadas a estas
necesidades a través de cambios en el currículo. Tradicionalmente la respuesta educativa que
se ha venido dando a estos alumnos se ha centrado en tres estrategias de atención a la
diversidad: la aceleración, consistente en colocar al alumno superdotado en un lugar o nivel
más avanzado que el que le correspondería por su edad; el agrupamiento total o parcial,
referido al emplazamiento del alumno superdotado con compañeros de niveles y
competencias semejantes a las suyas; y la más en boga actualmente, el enriquecimiento,
fundamentado en el ajuste del curriculum con el fin de trabajar objetivos adecuados a sus
recursos intelectuales, integrados y compartidos en actividades y espacios junto a sus
compañeros (Prieto, 1997).

Ante tales consideraciones, cabe afirmar que si las diferencias humanas son inherentes al
desarrollo, la acción educativa requiere considerar todas estas individualidades desde un
planteamiento global, donde se personalicen los procesos de enseñanza-aprendizaje. Aquí es
donde surge el concepto de educar en y para la diversidad, al igual que el concepto de
comprensividad (Puigdellívol, 1998).

De esta forma, la comprensividad se define en razón de elementos tales como:

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1. La atención a todos los alumnos de acuerdo a sus características personales, sin
distinción de ningún tipo (limitaciones físicas o psíquicas, niveles culturales o
económicos, procedencia, sexo, religión,...).

2. Una misma y única respuesta curricular para todos los alumnos.

3. La garantía al derecho a la educación para todos los individuos de la sociedad.

4. El logro de una formación cultural común necesaria para desenvolverse


normalmente en la vida.

Mientras que la diversidad encuentra su definición en los criterios siguientes:

a. El derecho del alumno a ser considerado de acuerdo con sus experiencias y


conocimientos previos, estilos de aprendizaje, intereses, motivaciones,
expectativas, capacidades específicas y ritmos de trabajo.

b. La potenciación de individuos diferenciados con características personales


enriquecedoras de una sociedad amplia y múltiple.

c. La atención abierta y flexible a distintos niveles, tanto en lo referido al propio


centro como a los alumnos considerados individualmente.

d. La ampliación del apoyo a todo tipo de alumnos que, de manera permanente


o puntual, precisen de la atención complementaria a la acción educativa
considerada para la mayoría del alumnado.

En consecuencia, educar en y para la diversidad es un concepto construido sobre ideales


filosóficos de libertad, justicia, igualdad y dignidad humana, que deberían estar recogidos en
los documentos institucionales que rigen la vida del centro, no como un mero trámite
administrativo y burocrático, sino porque representan la opinión consensuada de un grupo de
personas que de manera colaborativa han llegado a ese posicionamiento. Es un proceso en el
que toda la comunidad educativa tiene que estar comprometida (profesores, padres, alumnos,
autoridades, ...), puesto que no implica desarrollar procesos de enseñanzaaprendizaje
mecanicistas, técnicos sino tener en cuenta cuestiones sociales, la idiosincrasia de cada grupo

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e incluso la propia biografía, circunstancias y características de los alumnos en desventaja
dentro del grupo. Consiste en valorar la diferencia por cuanto la diversidad no solamente se
encuentra entre los hombres de diferentes culturas, sino que las diferencias son de ámbito
personal, nacional, regional y local.

Veamos algunas definiciones sobre el significado que distintos autores han dado al hecho de
educar en y para la diversidad:

“Es un proceso de enseñanza-aprendizaje basado en el pluralismo democrático, la tolerancia y


la aceptación de la diferencia, a través del cual se intenta promover el desarrollo y la madurez
personal de todos los sujetos. Un tipo de educación fundamentada en los derechos humanos,
en el máximo respeto hacia la diferencia, en la superación de barreras y en la apertura al
mundialismo como respuesta al tipo de hombre y sociedad necesitada hoy en día. Por
consiguiente, estamos planteando abandonar el anquilosado modelo asociado a la discapacidad
y centrado en el déficit, cuyas prácticas educativas son gerenciales y burocráticas, para entrar
en una ideología liberal, defensora de procesos de redistribución social y humana” (Sáez, 1997,
31).

“No significa adoptar medidas especiales para el alumnado problemático, sino adoptar un
modelo de desarrollo del currículo que facilite el aprendizaje del alumnado en su diversidad.
Tampoco es una cuestión de cantidad sino de calidad; una actitud y una convicción cultural
antes que un recurso técnico, que requiere enseñar a cada uno de forma diferenciada” (Díez y
Huete, 1997, 15).

“Educar en y para la diversidad es un importante desafío que se plantea al sistema educativo


formal” (Bernal Guerrero, 1998, 12).

Se refiere “a un proceso amplio y dinámico de construcción y reconstrucción de conocimiento


que surge a partir de la interacción entre personas distintas en cuanto a valores, ideas,
percepciones e intereses, capacidades, estilos cognitivos y de aprendizaje, etc., que favorece
la construcción consciente y autónoma, de formas personales de identidad y pensamiento, y
que ofrece estrategias y procedimientos educativos (enseñanzaaprendizaje) diversificados y
flexibles con la doble finalidad de dar respuesta a una realidad heterogénea y de contribuir a
la mejora y el enriquecimiento de las condiciones y relaciones sociales y culturales” (Jiménez
y Vilà, 1999, 38).

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Desde mi punto de vista, educar en la diversidad significa ejercer los principios de igualdad
y equidad a los que todo ser humano tiene derecho, lo que conlleva desarrollar unas
estrategias de enseñanza-aprendizaje que personalicen la enseñanza en un marco y dinámica
de trabajo para todos. Educar para la diversidad expresa el matiz de educar para una
convivencia democrática donde la solidaridad, la tolerancia y la cooperación estén presentes
y caractericen las relaciones entre los alumnos dentro y fuera del aula; se trataría de ser
ciudadanos capaces de valorar y vivir con el que es diferente por razones personales, sociales
y religiosas.

Educar en la diversidad requiere, pues, “reconocer la desigualdad de partida de las


oportunidades de las distintas personas y de los grupos sociales, a la vez que exige el
reconocimiento de valores, normas, intereses y saberes invisibles para la escuela. De aquí la
necesidad de lograr que valores como el respeto a los demás, el compartir, la relativización
de los propios puntos de vista ante criterios asumidos democráticamente por el grupo, el
sentido de equidad, entre otros, se conviertan en factores integrantes del propio proceso”
(Rué, 1998, 24). Atender a la diversidad del alumnado reclama la realización de un proyecto
educativo y curricular de centro atento a las diferencias individuales y de unas
programaciones que lleven a la realidad del aula las intenciones y concreciones
institucionales antes asumidas.

Sin embargo, aunque el discurso teórico sobre la integración de los alumnos con necesidades
educativas especiales se ha ido enriqueciendo, todavía queda mucho por recorrer. La
integración no ha cubierto en su totalidad los objetivos que se marcó, aunque haya abierto la
posibilidad de que los alumnos con necesidades educativas especiales se incorporen al
sistema ordinario de educación. Al contrario, en muchas ocasiones ha supuesto y está
suponiendo prácticas segregadoras que producen sentimientos de inferioridad y baja
autoestima en los alumnos con dificultades de aprendizaje o pertenencia a un grupo cultural
minoritario.

Dos son las características básicas que deberían perfilar el papel del centro escolar en el
proceso integrador: la idea de fusión de la acción educativa general y especial en una síntesis
unitaria; y la implicación institucional del centro en el proceso. Es necesario resaltar aquí la
importancia otorgada a la institución escolar como promotora del cambio, siempre que haya

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una implicación y una participación activa y colectiva de los miembros del centro en la
búsqueda de soluciones institucionales (Escudero, 1991; 1992; 1994). Desde este enfoque,
se postula una reconstrucción de la escuela que cambia desde las asunciones teóricas más
elementales a los métodos y prácticas tradicionales. Ello supone acomodar el entorno a todos
los alumnos en todas las áreas curriculares, ofrecer los mismos recursos y oportunidades de
aprendizaje y de socialización para todos los niños en un mismo contexto escolar, sobre una
base de tiempo total (Wang, 1994) o reconceptualizar y adaptar la organización escolar como
conjunto, como un todo que no se puede abordar fragmentando sus partes (Gartner y Lipsky,
1987).

Por ello, esta realidad está ocasionando que muchos teóricos estén abandonando el concepto
de integración debido a las connotaciones negativas que ha ido adquiriendo en los últimos
años y haya asumido el término inclusión, cuyo significado sería el de una escuela para todos,
sin barreras ni físicas ni mentales (Arnaiz, 1996; 1997; 2003). Con este nuevo término se
pretende dar un paso más y señalar la necesidad de reestructurar la dinámica de trabajo en
los centros y las aulas, para cambiar los diferentes procesos de enseñanzaaprendizaje que se
dan en ellos.

Igualmente, un discurso inclusivo requiere como condición imprescindible, una visión


alternativa para contemplar las cuestiones referentes a la discapacidad y responder a las
mismas (Ainscow, 1999; Vlachou, 1999). Según Schalock, (1999), los aspectos
identificativos de esta forma de pensar son los siguientes:

• la discapacidad de la persona es fruto de la interacción entre la persona y el ambiente


en que vive;

• una visión transformada de lo que constituyen las posibilidades de vida de las


personas con discapacidades supone enfatizar en la autonomía, la integración, la
igualdad y en las capacidades;

• un paradigma de apoyo que remarque la prestación de servicios a las personas con


discapacidades y se centre en la vida con apoyo, en el empleo y en la educación
integrada;

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• una interconexión del concepto de calidad de vida con el de mejora de la calidad,
garantía en el mantenimiento de la calidad, gestión de la calidad y evaluación centrada
en los resultados;

• y un desplazamiento hacia una aproximación no-categórica de la discapacidad, que


se focalice en las conductas funcionales y en las necesidades de apoyo de las personas,
sin tener en cuenta sus diagnósticos clínicos.

Esta nueva concepción de la diversidad establece sus raíces en una perspectiva ecológica, al
considerar la discapacidad no sólo con relación a lo biológico sino como el resultado de la
interacción entre la discapacidad y otras variables ambientales tales como el entorno físico,
la educación, la situación social y los recursos disponibles. Por consiguiente, una escuela
inclusiva tiene que intentar desarrollar nuevas respuestas didácticas para estimular y
fomentar la participación de todos los alumnos. En esta línea, la educación inclusiva se opone
a cualquier forma de segregación, a cualquier argumento que justifique la separación en el
ejercicio de los derechos a la educación. Las ventajas que proporciona este enfoque llevado
a la realidad educativa suponen que:

• todos se benefician de que las escuelas inclusivas se centren en desarrollar escuelas


comunitarias de apoyo para todos los alumnos, más que en seleccionar categorías de
estudio. De esta manera, la educación es sensible y responde a las diferencias
individuales de cada miembro de la escuela;

• todos los recursos de la escuela pueden ser usados para asesorar sobre las necesidades
instructivas, adaptar el proceso de enseñanza-aprendizaje y proporcionar apoyo a los
alumnos. En las escuelas inclusivas ningún alumno sale del aula para recibir apoyo,
sino que éste se recibe dentro del aula, lo cual exige que los recursos estén en la misma
y que los profesores de apoyo realicen una importante tarea de coordinación con el
profesor-tutor;

• y proporciona apoyo social e instructivo a todos los estudiantes, ya que se centra en


construir la interdependencia, el respeto mutuo y la responsabilidad.

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Un centro de este tipo tiene que adoptar una serie de medidas organizativas, para alcanzar los
objetivos propuestos. En este sentido Casanova (1998), señala una serie de exigencias
organizativas necesarias para hacer posible una educación en y para la diversidad. En primer
lugar, y con relación al centro, será necesario establecer un proyecto educativo y curricular
que asuma la atención a la diversidad como principio de funcionamiento y genere los cambios
necesarios en el aula; tiempos comunes para la coordinación del profesorado; distribución de
los espacios en función de los objetivos del centro; agrupamientos flexibles del alumnado
dentro de los ciclos; responsabilidad del profesorado en función de los agrupamientos
realizados; utilización eficaz y creativa de los recursos disponibles; existencia de equipos de
coordinación que garanticen el seguimiento continuo del progreso del alumnado,
especialmente cuando se pone en práctica una adaptación curricular; y un estilo dinámico de
dirección que pilote, evalúe y tome decisiones de mejora sin dilación.

Y, en segundo lugar, y con relación al aula, será imprescindible distribuir el tiempo en


función de los ritmos de aprendizaje de los alumnos; realizar agrupamientos según intereses,
ritmos, progresos, etc.; y diversificación del trabajo para su realización individual o en grupo.
Ante esta nueva situación, los sistemas educativos deben dotarse de aquellos medios que le
permitan dar una respuesta ante las necesidades educativas específicas de los alumnos, o de
lo contrario no cumplirán los fines educativos para los que fueron creados.

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