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UNIVERSIDAD ANDRÉS BELLO.

FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES.

DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES.

LICENCIATURA EN FILOSOFIA.

"El problema del cuerpo y el poder disciplinario


en Vigilar y castigar de Michel Foucault"

Tesina para optar al grado de Licenciado en Filosofía.

Alumna: Sandra Riveros Carrasco.

Profesor Guía: Enoc Muñoz Saavedra.

SANTIAGO – CHILE.

Enero 2018.
A Blass Riveros González, quien siempre ha estado en mi pensamiento.

Creo que una de las tareas de la existencia humana, uno de sus sentidos —y en
esto consiste la libertad del hombre— es no aceptar nunca nada como definitivo,
intocable, evidente, inmóvil. Nada de lo real debe imponérsenos como una ley
definitiva e inhumana.

Michel Foucault.

[2]
AGRADECIMIENTOS.

Muchas han sido las personas que han marcado mi intermitente paso por la
universidad, a ellos quisiera agradecerles.
Quiero agradecer, en primer lugar, a mis padres: Isabel Carrasco y Juan
Sepúlveda, quienes siempre me brindaron su apoyo incondicional, si no fuera por
ustedes no podría haber vuelto a retomar mis estudios. Gracias por su sacrificio y
por su fe en mí, sin ustedes, indudablemente no habría sido posible llegar hasta
aquí.
A mi hermana Makarena Valdubinos, mi enanita hermosa, gracias por ser
siempre quien ha iluminado mi vida con tu alegría, con tu inagotable energía, pero
por sobre todo por darme ánimos para continuar.
A Paula Durán, cuya amistad ha sido de gran apoyo fuera de la universidad,
eres fundamental en mi vida, tú sabes mejor que nadie lo difícil que fue el camino
para llegar a esta instancia, te agradezco por haberme acompañado, espero de todo
corazón acompañarte en el tuyo. A Claudia Ramírez y Francisco Durán, por
acogerme como una hija, por siempre preocuparse por mí, por su apoyo y cariño. A
todos ustedes les agradezco por haber hecho de su casa mi hogar.
A mis queridos amigos de la universidad: Ninoska Pedreros y Víctor Reyes,
con quienes viví muchos momentos, tantas anécdotas, tantas tardes de estudio.
Junto a ustedes aprendí mucho, crecí tanto en lo personal como en lo académico.
Gracias por siempre estar dispuestos a ayudar, por alentarme, por su amistad.
También quiero agradecer a Israel Estelle, por ser una de las personas que me
incentivaron a volver a estudiar, ahora puedo decir con propiedad que pude
“convertir el infortunio en buena suerte”.
Quiero agradecer también, a los profesores que marcaron mi paso por la
universidad. Al profesor Gustavo Cataldo, Dr. Javier Echeñique, profesor Nicolás
Alarcón y profesor Javier Fuentes.
Quisiera agradecer especialmente a la profesora Dr. Ruth Espinosa, por
siempre haber tenido buena disposición para ayudar, aun cuando tuviera poco

[3]
tiempo, por sus consejos y palabras de aliento, por haber fomentado la confianza
en mí, sus palabras fueron de gran apoyo.
Y por último, a mi profesor guía, el Dr. Enoc Muñoz, me quedo corta al
expresar mi gratitud hacia usted, por haber aceptado dirigir esta tesis, a pesar de
todas las dificultades que se presentaron en el camino, por su inmensa paciencia,
ante mis a veces lentos avances. Por su amabilidad, comprensión y dedicación para
hacer que esto fuese posible.

[4]
ÍNDICE DE CONTENIDO.

RESUMEN............................................................................................................. 6
INTRODUCCIÓN. .................................................................................................. 7
1. Vigilar y Castigar y el trabajo de problematización ..................................... 6
2. Una problematización del cuerpo……………………………………………..14
3. Itinerario .................................................................................................... 18
PRIMER CAPÍTULO: Algunas notas sobre el análisis genealógico .................... 20
1. Una herencia de Nietzsche…………………………………………………….20
2. De la efectividad de las tecnologías de poder............................................24
3. Una genealogía de la normalización del alma............................................29
SEGUNDOCAPÍTULO. Desplazamientos tácticos: del suplicio al castigo .......... 34
1. La tecnología del suplicio. . ....................................................................... 34
2. La tecnología del castigo……………………………………………………….38
3. Del análisis de los desplazamientos. ......................................................... 41
TERCERCAPÍTULO. La tecnología de la disciplina. ........................................... 45
1. Del surgimiento del poder disciplinario. ..................................................... 45
2. Los instrumentos de utilización disciplinaria .............................................. 49
3. La herramienta panóptica . ....................................................................... 55
CONCLUSIÓN..................................................................................................... 61

BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………..64

[5]
RESUMEN.

El presente estudio pretende revelar el nexo que existe entre el “cuerpo” y el


“poder” en la obra Vigilar y castigar de Michel Foucault. Para dicho propósito se
intentará poner de manifiesto de qué manera proceden las tres "tecnologías
políticas" de los cuerpos analizadas por el autor: la tecnología del suplicio, la
tecnología del castigo y, por último, la tecnología disciplinaria. Es estudiando los
desplazamientos que han tenido lugar entre éstas que se podrá detectar las
condiciones históricas que posibilitaron la aparición, en Occidente, de una penalidad
correctora, materializada en la institución carcelaria; y es a través de una atención
a estos mismos desplazamientos que podremos corroborar como su instancia clave
la apropiación de los cuerpos efectuada por las tecnologías de poder y cómo la
"historia de la prisión" que nos cuenta Vigilar y castigar es a la vez la historia de
nuestra "sociedad disciplinaria".

[6]
INTRODUCCIÓN.

1. Vigilar y Castigar y el trabajo de problematización

El presente estudio se comprende como un acercamiento a una de las fases del


tratamiento del problema del cuerpo en la obra de Michel Foucault. Más
específicamente, nos interesa introducirnos en aquella fase del conjunto de los
estudios emprendidos por Foucault habitualmente reconocida como el momento de
los análisis de las "relaciones de poder”, y del que Vigilar y castigar. Nacimiento de
la prisión (cf. Foucault, 1976), publicado originalmente en 1975, se suele considerar
como su texto emblemático. Nuestro principal propósito es interrogar el vínculo que
entre los "cuerpos" y el "poder" este escrito pone de manifiesto. Con el objeto de
comenzar a elaborar nuestra hipótesis de trabajo al respecto, nos parece necesario
desarrollar en un primer paso algunas referencias que nos permitan situar el tipo
análisis desplegado en Vigilar y castigar en el itinerario de las investigaciones de
nuestro autor. Para esto, resultará orientador retomar una noción del Foucault más
tardío: la noción de "problematización".
Como decíamos, la noción de "problematización" es resaltada por el Foucault
más tardío. Mediante esta noción intenta presentar, en primer lugar, una visión de
conjunto de las investigaciones realizadas. Esto lo podemos apreciar en una de las
últimas entrevistas concedidas por el autor: "El cuidado de la verdad", en mayo de
1984:

"La noción que sirve de forma común a los estudios que he emprendido tras la
Historia de la locura es la de problematización, pese a que aún no había aislado
suficientemente esta noción. Pero siempre se va hacia lo esencial para atrás, como
los cangrejos, y las cosas más generales aparecen en último lugar. Es el precio y
la recompensa de cualquier trabajo en el que las apuestas teóricas se elaboran a
partir de cierto dominio empírico. En la Historia de la locura la cuestión era saber
cómo y por qué la locura, en un momento dado, fue problematizada a través de una
determinada práctica institucional y de cierto aparato de conocimiento. Del mismo
modo, en Vigilar y castigar se trataba de analizar los cambios en la

[7]
problematización de las relaciones entre delincuencia y castigo a través de las
prácticas penales y las instituciones penitenciarias a finales del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX. Ahora la cuestión es: ¿cómo se problematiza la actividad
sexual?" (Foucault, 1999a, p. 371) 1.

Lo primero a destacar de estas declaraciones, es que Foucault ofrece aquí


una caracterización global de su trayecto filosófico. La noción de "problematización"
vendría a designar la "forma común" del conjunto de los estudios históricos llevados
a cabo. Así, en seguida, menciona Foucault tres de sus textos para ejemplificar esta
afirmación de carácter general: estas investigaciones habrían tenido como objetivo
poner de manifiesto cómo la locura (cf. Historia de la locura, ), el castigo (cf. Vigilar
y castigar, ) y la sexualidad (Historia de la sexualidad, ) habrían sido tratadas en
diversos momentos de la historia occidental como fuentes de problemas específicos
a los que se le han aportado un cierto número de respuestas concretas e
identificables. Respuestas atestiguadas en múltiples objetos o materiales de
carácter institucional, político, técnico, conductual, ficcional, científico, etc. Y, en
efecto, el "trabajo de historiador" (Ibid., p. 370) que Foucault asocia a su práctica
filosófica tiene como objeto esas respuestas en tanto que materiales en los que se
atestigua, en determinada época y dominio, que una inquietud es experimentada y
viene a despertar la actividad del pensamiento. En otros términos, en esas
respuestas cristaliza la actividad misma del pensamiento como ejercicio de
problematización. Por ello sostiene Foucault, a continuación:

"Problematización no quiere decir representación de un objeto preexistente, así


como tampoco creación mediante el discurso de un objeto que no existe. Es el
conjunto de las prácticas discursivas o no discursivas que hace que algo entre en
el juego de lo verdadero y de lo falso y lo constituye como objeto para el
pensamiento (bien sea en la forma de la reflexión del conocimiento científico, del
análisis político, etc.)" (Ibid., p. 371).

1 Recordemos que el contexto de esta entrevista es la publicación reciente, en 1984, de los tomos

segundo y tercero de Historia de la sexualidad: respectivamente, El uso de los placeres y La


inquietud de sí.

[8]
Este conjunto de afirmaciones nos dicen, por lo tanto, que la noción de
"problematización" designaría el objeto mismo de las diversas investigaciones
foucaultianas. Como comenta Fabrice de Salies: lo que trata de poner en evidencia
esta práctica filosófica se declinaría como la exhibición de problematizaciones,
"como la exhibición de 'lo que se hace, el movimiento mediante el cual nos
desprendemos de ello, lo constituimos como objeto y lo reflejamos como problema'2
en función de épocas y dominios" (de Salies, 2013, p. 237)3.
Si en este primer recorrido el término "problematización" nos permite resaltar
el "trabajo de historiador" presente en el modo de practicar la filosofía en Foucault
como un trabajo centrado en recoger o exhibir problematizaciones del pasado, es
necesario notar, como también lo advierte de Salies, que el uso que hace nuestro
autor de este término es polivalente. Este decir, si Foucault intenta sintetizar su
modo de concebir y practicar la filosofía mediante el término "problematización",
este término no se agotaría en designar un trabajo de exhibición de objetos
constituidos en algún pasado. Y es que, por otro lado, Foucault afirma también
haber realizado "empresas de problematización". Citemos a de Salies para
comenzar a examinar este segundo sentido del término en cuestión:

"Foucault afirma igualmente haber llevado 'empresas de problematización,


esfuerzos por hacer problemáticas y dudosas ciertas evidencias, prácticas, reglas,
instituciones y hábitos' 4, lo que dejaría suponer que su trabajo no podría ser
interpretado solamente como una suerte de excavación de problematizaciones
pasadas, sino, más todavía, como un trabajo que haría obra de problematización
en el corazón de nuestra actualidad" (Ibid., p. 238).

Es decir, si con la noción de "problematización" Foucault ha querido, en una


visión retrospectiva, caracterizar aquello que habría sido la "forma común" del
conjunto de sus investigaciones, esta noción no designa solamente la variedad de

2 El texto intercalado en esta cita corresponde también a una de las últimas entrevista concedidas
por Foucault (mayo de 1984): "Polémica, política y problematizaciones" (Foucault, 1999b, p. 359).
3Las traducciones de los textos en francés han sido revisadas y corregidas por el profesor guía de

nuestra investigación.
4 El texto aquí intercalado corresponde a otra entrevista tardía de Foucault (abril de 1984): Interview

de Michel Foucault" (Foucault, 1994, pp. 688-689).

[9]
objetos o materiales históricos que estas investigaciones se habrían dado como
tarea exhibir, como si se tratara de una práctica filosófica limitada al trabajo de
exposición o descripción; esta noción designaría también, por otro lado, el objetivo
de la operación tematizante que se desea llevar a cabo: hacer obra de intervención
"en el corazón de nuestra actualidad". Es decir, Foucault concebiría su propio
procedimiento tematizante como un ejercicio de problematización en relación con
su presente, "en función de una situación actual" (Foucault, 1999a, p. 376). De ahí
que, interrogado en la entrevista "El cuidado de la verdad" sobre por qué habría que
dirigirse a períodos históricos "tan lejanos", como es el caso de los tomos segundo
y tercero de La historia de la sexualidad, Foucault responda:

"Parto de un problema en los términos en que se plantea actualmente e


intento hacer su genealogía. Genealogía quiere decir que yo mismo lo analizo a
partir de una cuestión presente" (Foucault, 1999a, p. 376).

En suma, de acuerdo al sentido polivalente de la noción de


"problematización", nos confrontaríamos aquí con una práctica filosófica que, por un
lado, procede a realizar estudios históricos que asumen como su objeto las
problematizaciones del pasado y que, por otro, se reconoce como un trabajo de
pensamiento interesado en llevar a cabo una problematización de la actualidad.
Pues bien, lo que nos interesa en este momento introductorio de nuestra tesis es
preguntarnos si este doble valor de la noción de "problematización", esto es, como
objeto de estudio de una investigación histórica y como instrumento de intervención
de la actualidad a la que se pertenece, no operaba ya en Vigilar y castigar.
¿En qué sentido el acercamiento que hemos efectuado a la noción de
"problematización" nos permite una entrada en Vigilar y castigar que pudiera
conducirnos a una interrogación acerca del vínculo entre los "cuerpos" y el "poder"?
Podemos comenzar a responder a esta pregunta si prestamos atención al párrafo
final del capítulo introductorio de este escrito:

"Que los castigos en general y que la prisión en particular surgen de una tecnología
política del cuerpo, es quizás menos la historia la que me lo ha enseñado que la

[10]
época presente. En el transcurso de estos últimos años, se han producido acá y
allá en el mundo rebeliones de presos [...] Se trataba realmente de una revuelta, al
nivel de los cuerpos, contra el cuerpo mismo de la prisión. Lo que estaba en juego
no era el marco demasiado carcomido o demasiado aséptico, demasiado
rudimentario o demasiado perfeccionado de la prisión; era su materialidad en la
medida en que es instrumento y vector de poder; era toda esa tecnología del poder
sobre el cuerpo, que la tecnología del 'alma' -la de los educadores, de los
psicólogos y de los psiquiatras- no consigue ni enmascarar ni compensar, por la
razón de que no es sino uno de sus instrumentos [...]" (VC, p. 36-37).

Como se puede apreciar, Foucault vincula aquí el proyecto de investigación


de Vigilar y castigar a ciertos acontecimientos contemporáneos que han tenido lugar
en la Europa de entonces. Más particularmente, es a los motines que han tenido
lugar en las prisiones francesas a partir de 1971, a la experiencia de esos cuerpos
amotinados que Foucault reconoce la capacidad de interpelar al pensamiento y de
abrirle el espacio de nuevas investigaciones. Este espacio es aquel trazado por las
tecnologías de poder dirigidas al cuerpo en tanto que "objeto privilegiado de
utilización política dentro de la sociedad moderna" (Castro, 2008, p. 143). Utilización
política que Vigilar y castigar intentará describir prestando atención a "los diferentes
modos en que el cuerpo ha estado investido por relaciones de poder que se
desprenden de diversos sistemas de penalidad" (Ibid.). Es esto, pues, lo que lo
empuja a llevar a cabo una cierta historia de la prisión. Como lo resaltan las últimas
líneas del párrafo que estamos comentando:

"De esta prisión, con todos los asedios políticos del cuerpo que en su arquitectura
cerrada reúne, es de la que quisiera hacer la historia. ¿Por puro anacronismo? No,
si se entiende por ello hacer la historia del pasado en los términos del presente. Sí,
si se entiende por ello hacer la historia del presente"(Foucault, 1976, p. 37).

Es preciso aquí prestar atención al uso que hace Foucault del término
"anacronismo". Ciertamente, una explicación más rigurosa de este uso requiere la
incorporación de lo que Foucault desarrolla como "análisis genealógico" en esta
fase de su pensamiento. Pero de esto nos ocuparemos en el cuerpo de nuestra

[11]
tesis. Por el momento, nos interesa destacar que este uso de la noción
"anacronismo" nos permite retomar los dos sentidos del término "problematización"
que hemos destacado más arriba.
En primer lugar, habitualmente señalar que una investigación ha cometido
un "anacronismo" significa descalificarla. Y esta descalificación, en términos
generales, puede apoyarse, por una parte, en un juicio que dice que hay ciertos
eventos del pasado que resultan insignificantes para nuestra actualidad y, por otra,
en esa "regla de oro" para el historiador a la que podemos aludir con los términos
de Georges Didi-Huberman: "sobre todo no proyectar, como suele decirse, nuestras
propias realidades - nuestro conceptos, nuestros gustos, nuestros valores - sobre
las realidades del pasado, objetos de nuestra búsqueda histórica" (Didi-Hubernan,
2005, p. 16). Ahora bien, son ambos sentidos del término anacronismo los que
Foucault rechaza como impertinentes para referirse a esa historia de la prisión que
desarrollaría Vigilar y castigar. Pues no solo no se intenta aquí hacer la historia del
pasado en términos del presente, sino que ni siquiera hacer una historia que quiere
decirnos la verdad del pasado. Si hay un interés historiador, un esfuerzo de afanarse
con documentos y archivos, prácticamente olvidados e incluso a veces felizmente
olvidados por tratarse de materiales "poco nobles", este interés no obedece ni a un
ejercicio de erudición ni a un culto al pasado; pero tampoco consiste esta práctica
histórico-filosófica en proyectar categorías culturales propias sobre ese pasado. "El
compromiso de la investigación consiste en no ser cómplice del presente en la
traición al pasado" (Castro, 2008, p. 219). ¿Qué sentido tiene entonces esta
atención al pasado, este trabajo de exhibición de problematizaciones del pasado?
Antes de responder esta pregunta, es necesario percatarse que, en segundo lugar,
Foucault sí reconoce una pertinencia a la calificación de "anacronismo": sería
acertado calificar de "anacronismo" la historia de la prisión que desarrolla Vigilar y
castigar "si se entiende por ello hacer la historia del presente". Lo que parece querer
decir esta afirmación es que el presente mismo al que se pertenece, lo que
llamamos "nuestra actualidad o contemporaneidad", está atravesado de
anacronismos en el sentido de extrañezas, pero que habitualmente se nos dan
como naturales o verdades ya validadas. Por el contrario, ocuparse del pasado de

[12]
nuestras verdades es, para esta práctica histórico-filosófica, "conservar el carácter
accidental del que procede lo actual" (Castro, 2008, p. 207).
Como veremos más adelante a propósito del análisis genealógico, esta
atención al pasado, a las problematizaciones del pasado no tiene como objetivo
construir una identidad anunciada por un significado ideal o un "origen" que se
situaría fuera de la historia, así como tampoco articular la continuidad lineal de
causas y efectos de acontecimientos orientados teleológicamente; esta atención al
pasado tiene como su objeto las problematizaciones para mostrar precisamente que
estas mismas ya responden a inquietudes coyunturales configuradas en un "plexo
de luchas e intereses", en un "juego azaroso de las dominaciones" (Cf. Foucault,
1992). Y es en este sentido que lo desenterrado por esta atención al pasado viene
a cruzarse, en una utilización táctica, con la actualidad, a inquietar nuestro presente
como construido sobre la base de una procedencia ella misma coyuntural. Esta
atención al pasado, a las problematizaciones del pasado, pues, va de la mano de
una atención al presente al que se pertenece y a un interés por realizar operaciones
de problematización dirigidas a las verdades que éste mismo nos impone. En otros
términos, es en vistas de una posible transformación que esta atención al pasado
viene a cruzarse con nuestro presente. Al mostrarnos nuestro presente como
afectado de cierto anacronismo, como extraño a nosotros mismos, al denunciar su
procedencia azarosa, esta práctica histórico-filosófica puede abrir zonas de acción.
Como resume Castro:

"Se conoce el pasado para problematizarnos, extrañarnos, vernos como lejanos.


La genealogía quiere hacer inútil nuestro esfuerzo por reconocernos en la historia;
revelar las diferencias que socavan nuestros supuestos intemporales del presente.
En otras palabras, la estrategia consiste en mostrar nuestras mayores certezas
como invenciones recientes y las extrañas aventuras de un pensamiento que ya no
es el nuestro. Entonces, cabe preguntarnos cómo hemos llegado nosotros a ser
esto que somos y cómo es posible articular otras invenciones que se desprendan
de aquellas categorías que intentan imponérsenos como inevitables [...] Lo que
pretende la práctica histórico-filosófica es hacer la historia del presente, es decir,
partir de una problemática actual para confrontarla con el pasado en la dinámica de

[13]
su distanciamiento. La historia no quiere consolar, sino inquietar, minar el lenguaje,
romper los nombres comunes. Como, por ejemplo, la historia de la prisión, que
fractura la evidencia de una humanización de las penas y de la imposibilidad de
una sociedad sin cárceles." (Castro, 2008, pp. 213 y 222).

Pues bien, ¿en qué sentido la "historia de la prisión" desarrollada en Vigilar y


castigar establece un vínculo entre los "cuerpos" y el "poder" como trabajo de
problematización?

2. Una problematización del cuerpo.

Para responder a esta pregunta, y de esta manera elaborar la hipótesis de


lectura que quisiéramos trabajar en esta investigación, retomemos la entrevista "El
cuidado de la verdad". Recordemos que el contexto de ésta es la publicación
reciente de los volúmenes segundo y tercero de Historia de la sexualidad. Pues
bien, en esta entrevista, el interlocutor, Francoise Ewald, insistirá en interrogar a
Foucault sobre la forma que adquiere la verdad en estas nuevas investigaciones (cf.
Foucault, 1999a, pp. 370-371). En efecto, aunque Foucault explique que la noción
de "problematización" designa la "forma común" del conjunto de las investigaciones
emprendidas, Ewald le replicará que no por ello estas últimas publicaciones parecen
menos diferentes de las precedentes, y que la forma que adquiere la verdad en
estas últimas obras ya no es, como en los estudios anteriores, esa forma penosa de
sujeción (assujettissement), de la objetivación que procura sujetos sometidos. A lo
que Foucault responderá reconociendo una "inversión" en los análisis practicados:

"En efecto, responde Foucault, he 'invertido' el frente. En lo relativo a la locura había


partido del 'problema' que ésta podía constituir en un determinado contexto social,
político y epistemológico: el problema que la locura les planteaba a los demás. Aquí,
he partido del problema que la conducta sexual les podía plantear a los propios
individuos(o por lo menos a los hombres de la Antigüedad). En un caso, se trataba
en suma de saber cómo se 'gobernaba a' los locos, ahora cómo 'se gobierna' uno
a sí mismo [...]" (Ibid.).

[14]
La indicación sobre esta inversión del frente atacado por el análisis es una
señal que importa resaltar. Pues a través de esta respuesta Foucault reconoce que
en su itinerario ha efectuado análisis de un problema determinado en tanto que éste
"se les planteaba a los demás", es decir, en lo concerniente a las formación de los
saberes que a ella se refieren o a los sistemas de poder que se proponen regularla;
y ahora, en el hilo de una historia de la sexualidad, analiza el problema que la
conducta sexual plantea "a los propios individuos", es decir, al menos en el contexto
de la Antigüedad, en tanto ella que concierne a una ética "cuidado de sí" en tanto
que arte de vivir. En el primer caso, lo que se ha intentado analizar son las prácticas
discursivas que organizan los saberes (cf. Las palabras y las cosas, La arqueología
del saber) y las relaciones de poder (cf. Vigilar y castigar, La voluntad de saber) en
tanto que instancias heterónomos que intervienen en los procesos de constitución
de sujetos; en el segundo caso, lo que se ha intentado analizar son las modalidades
de los procesos de subjetivación en virtud de los cuales un sujeto se constituye él
mismo en tanto que sujeto, es de decir, "cómo 'se gobierna' uno a sí mismo" (cf. El
uso de los placeres, La inquietud de sí).
Importa resaltar esta indicación sobre los distintos frentes de los que Foucault
se ha ocupado en sus estudios, pues el conjunto de estos "frentes" viene a coincidir
con el concepto de "experiencia" reivindicado también por el Foucault más tardío:
"Entendemos por experiencia la correlación, dentro de una cultura, entre campos
de saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad" (Foucault, 1984, p. 8). Si
las experiencias se conforman de acuerdo con el entramado saber, poder y
subjetividad, esto permite comprender que los estudios publicados por Foucault
hasta entonces se focalizaron en uno u otro de estos ejes de la experiencia. Pero si
esos estudios privilegiaron, en cada caso, uno de entre aquellos ejes, ello no
significa desconocer que los otros permanecen como elementos constitutivos de la
experiencia analizada. Quizás por lo mismo es que Foucault destaca, en la
entrevista, el ejemplo del dominio de "la locura", estudiado en Historia de la locura
en la época clásica y publicado en 1961, ya que considera que en este estudio

[15]
procuró analizar esos tres aspectos o ejes de la experiencia para mostrarlos en su
correlación (cf. Foucault, 1999a, pp. 371-372).
Finalmente, nos interesaba resaltar esta indicación sobre los "frentes" o los
ejes de la experiencia, entramado que constituye, como ha señalado Gilles Deleuze,
"la tripe raíz de la problematización del pensamiento en Foucault" (Deleuze, 1987,
p. 151), porque ello nos permite comenzar a circunscribir el marco de la pregunta
directriz de nuestra investigación.
Foucault mismo, también desde una evaluación retrospectiva, señala que
aquello de lo que se ocupó en Vigilar y castigar se trataba de una "problematización
del crimen y del comportamiento criminal a partir de ciertas prácticas punitivas que
obedecen a un modelo 'disciplinario'" (Foucault, 1984, p. 15). Conviene detenerse
en los términos articulados en esta afirmación.
En primer lugar, que se nos indique que de lo que se trataba en Vigilar y
castigar era de poner de manifiesto una "problematización del crimen y del
comportamiento criminal", con ello se nos señala ya una conducción de los análisis
allí realizados, cuya apuesta es importante: aquello que plantea problemas en y al
derecho, contra lo que creyeron los reformadores (juristas y teóricos) modernos del
sistema jurídico, no es tanto la ley y su fundación como el crimen. Y por ello, es a
partir de lo que se considera como crimen en tal o cual momento que es preciso
interrogar la penalidad y el poder de castigar. Esta conducción de los análisis
moviliza una apuesta importante, pues permite poner de manifiesto cómo
históricamente, de acuerdo a su propia problematicidad, una carta de ilegalidades
ha tenido que redefinirse y, por consiguiente, las "prácticas punitivas". Por ejemplo,
va a ser importante preguntarse por la justicia criminal moderna en determinado
momento ya no va a castigar o juzgar tanto el acto criminal o hecho cometido como
al "alma criminal", esto es, a una individualidad psicológica con la virtualidad de sus
comportamientos, instintos, anomalías, peligrosidades.
En segundo lugar, que se nos advierta que esas "prácticas punitivas"
obedecen a un "modelo disciplinario", esto nos permite comprender que la "historia
de la prisión" que se propone contar Vigilar y castigar es, más particularmente, la
historia de una mutación que se ha producido en las instituciones penitenciarias en

[16]
el paso del siglo XVIII al XIX: el paso de la punición a la vigilancia, y, más
estrictamente, una genealogía del poder disciplinario. Es decir, si este análisis de
"las relaciones entre delincuencia y castigo a través de las prácticas penales y las
instituciones penitenciarias" resulta interesante a la vez que incómoda, es porque
da asidero a una suerte de mirador de la sociedad moderna en su conjunto: es de
la construcción heterónoma de la subjetividad o "alma moderna" (cf. Foucault, 1976,
p. 29) mediante un conjunto de estrategias dirigidas al cuerpo lo que Vigilar y
castigar pondrá de manifiesto.
Si el Foucault más tardío, de acuerdo a lo que señalábamos más arriba a
propósito de su concepto de "experiencia", se focalizará en el aspecto o eje de la
auto-constitución del sujeto en el contexto de las éticas del cuidado sí como "artes
de vivir" de la Antigüedad, el Foucault de la fase que nos ocupamos, al examinar la
relación de los individuos con el poder, se centra sobre todo en la constitución
heterónoma de la subjetividad, en la producción de la subjetividad en las relaciones
de sujeción. Esto queda claramente expresado en un curso contemporáneo a la
publicación de Vigilar y castigar, Defender la sociedad:

"En vez de deducir los poderes de la soberanía, se trataría más bien de extraer
histórica y empíricamente los operadores de dominación de las relaciones de
poder. Teoría de la dominación, de las dominaciones, más que teoría de la
soberanía, lo cual quiere decir: en vez de partir del sujeto (e incluso de los sujetos)
y de los elementos que serían previos a la relación y que podríamos localizar, se
trataría de partir de la relación misma de poder, de la relación de dominación en lo
que tiene de fáctico, de efectivo, y ver cómo es ella misma la que determina los
elementos sobre los que recae. En consecuencia, no preguntar a los sujetos cómo,
por qué y en nombre de qué derechos pueden aceptar dejarse someter, sino
mostrar cómo los fabrican las relaciones de sujeción efectivas" (Foucault, 2000, p.
50).

Pues bien, este conjunto de indicaciones nos permite diseñar la tarea que nos
proponemos desarrollar en nuestra investigación, cuya hipótesis ya introducíamos
a través de la formulación de la pregunta: ¿en qué sentido la "historia de la prisión"

[17]
desarrollada en Vigilar y castigar establece un vínculo entre los "cuerpos" y el
"poder" como trabajo de problematización?
Sobre la base de lo señalado queda de manifiesto que tal vínculo no solo se
establece en tanto que constitución heterónoma de la subjetividad, sino que también
es una clave de esta "historia de la prisión" o, de acuerdo a lo que veníamos
precisando, de esta historia del "alma moderna", el poner de relieve precisamente
el encuentro del poder y los cuerpos. Es decir, se traza con ello el programa de
exploración de una "historia política de los cuerpos" atento al análisis de este
encuentro. Es en esta dirección que se podrá captar la "fabricación" de individuos
como efecto de cierta apropiación política de los cuerpos y cómo ciertos
mecanismos y tácticas atraviesan la sociedad moderna. Para mostrar cómo el
cuerpo ha sido un objeto privilegiado de utilización política dentro de la sociedad
moderna, Foucault identificará tres tecnologías de poder que mostrado su
efectividad en el proceso histórico moderno: las tecnologías de poder del suplicio,
del castigo y de la disciplina. Seguir el análisis de los desplazamientos de estas
tecnologías de poder, con el objetivo de poner de relieve, finalmente, el nacimiento
de la disciplina como técnica de normalización de los individuos, tal será la vía que
tomaremos para responder a nuestra pregunta directriz. Nuestra investigación
quisiera mostrar que los análisis de estos desplazamientos no solo exhiben
problematizaciones del pasado sino que también conminan al ejercicio mismo de
nuestra investigación, que se quiere un ejercicio filosófico, a reconocerse como una
operación de intervención. Y esto, porque dichos análisis nos entregan
herramientas conceptuales para percibir nuestra propia actualidad; nos permiten
extrañarnos y, de esta manera, una distancia crítica para percibir y afrontar el hecho
de que nuestro presente continúa siendo modulado como una "sociedad
disciplinaria".

3. Itinerario.

Para desarrollar este propósito, nuestra investigación se desarrollará en tres


grandes momentos. En un primer momento, abordaremos algunas consideraciones

[18]
metodológicas a propósito del ejercicio analítico desplegado en Vigilar y castigar.
Ello significará ocuparnos de los alcances que otorga Foucault, en esta fase de su
pensamiento, al "análisis genealógico" y de porqué al enfoque introducido por este
análisis no le es nada accidental el centrarse en la problemática del cuerpo inscrito
en la relaciones de poder. Además, estas indicaciones de carácter metodológico
resultarán claves para trazar la fase del itinerario intelectual de Foucault en la que
se inscribe nuestro material de estudio. Recordemos que Foucault reformuló varias
veces, a medida que avanzaba en sus investigaciones, el rol estratégico de este
modo de análisis 5. Para los objetivos de nuestra lectura de Vigilar y castigar, nos
resultará instructivo retomar una monografía que consagra a Nietzsche en 1971:
"Nietzsche, la genealogía, la historia" (Foucault, 1992, pp. 5-29). En el segundo
capítulo de nuestra investigación, retomaremos los análisis de las tecnologías de
poder del suplicio y del castigo, con el objetivo de mostrar en qué sentido éstas se
aplican a los cuerpos y en qué sentido lo que venimos designando, con Foucault,
"historia de la prisión", puede devenir un mirador de la sociedad moderna.
Finalmente, en el tercer capítulo, nos centramos en la tecnología del poder
disciplinario. Nos interesará mostrar aquí, que esta nueva forma de poder toma
directamente por objeto el cuerpo en su individualidad. Lo importante es destacar
entonces que el poder ejerce una función "individualizante" asociándose a las
disciplinas y, en su dimensión de problematización, cómo el ideal del panoptismo,
situación en la que el individuo es aislado y visible, mientras que el poder se vuelve
indiscernible e invisible, opera por todas partes.

5Y lo mismo sucede con eso otro modo analítico que Foucault designó con el término "arqueología".
Para un acercamiento de las mutaciones que sufrieron ambas estrategias analíticas en las
exploraciones siempre arriesgadas de Foucault, y por lo cual estas estrategias soportan difícilmente
la calificación de "métodos", es decir, si se entiende por "método" como algo con lo que se cuenta
de antemano, como un instrumento ya desde siempre conformado y dispuesto para ser aplicado: cf.
Castro, 2008, pp. 195-233.

[19]
Primer Capítulo: Algunas notas sobre el análisis genealógico

1. Una herencia de Nietzsche

Vigilar y castigar se abre estableciendo un contraste entre un relato de la


aplicación de la pena del suplicio al regicida Damiens, en 1757, y el reglamento de
las prisiones francesas, redactado por Léon Faucher en 1838 (cf. VC, pp. 11-15).
Esta apertura es una indicación sobre la "historia del problema" del que se ocupará
el libro: se trata, en efecto, de dos figuras representativas de la mutación que ha
tenido lugar en un periodo breve de la administración penal del castigo, entre dos
maneras de castigar. Pero esta apertura resulta también indicativa respecto al modo
de análisis que Foucault desarrollará en este libro, y que designa con el término
nietzscheano de "genealogía". Es sobre este aspecto metodológico que
quisiéramos detenernos en este capítulo.
Este contraste no conduce a destacar, como primera nota, el materialismo
documentalista que, para ambos autores, caracteriza al enfoque genealógico. Como
dice Foucault desde el comienzo de su monografía consagrada a Nietzsche en
1971: "La genealogía es gris; es meticulosa y pacientemente documentalista.
Trabaja sobre sendas embrolladas, garabateadas, muchas veces reescritas"
(Foucault, 1992, p. 5)6. En efecto, encontramos en Vigilar y castigar, entre otros
tipos de discursos, referencias a artículos y leyes pertenecientes a distintos Códigos
de Francia principalmente, aunque no exclusivamente, de finales del siglo XVIII y
de comienzos del siglo XIX, en los capítulos dedicados a la tecnología de los
suplicios (cf., capítulos 1 y 2); en los capítulos en que interroga las transformaciones
de la tecnología del castigo y los proyectos reformadores del siglo XVIII (cf.,
capítulos 3 y 4), nos encontramos con archivos parlamentarios, discursos e informes

6 Estas declaraciones sobre el trabajo "gris" o documentalista de la genealogía, que se opondría a


los enfoques que prefieren "el azul", es decir, al discurso moral del "despliegue metahistórico de
significaciones ideales" (Foucault, 1992, p. 6), retoma las advertencias del Nietzsche de La
genealogía de la moral: "Pues resulta evidente cuál color ha de ser cien veces más importante para
un genealogista de la moral que justamente el azul; a saber, el gris, quiero decir, lo fundado en
documentos, lo realmente comprobable, lo efectivamente existido, en una palabra, toda la larga y
difícilmente descifrable escritura jeroglífica del pasado de la moral humana" (Nietzsche, 1995, p. 24).

[20]
presentados ante la Asamblea Constituyente; y en el momento de tematizar la
tecnología de la disciplina (cf. capítulos 5 y 6), cuya interferencia en la sociedad
sería de hondo calado, se interesa especialmente en los reglamentos y archivos
cotidianos de las escuelas, de las fábricas, de los cuarteles. A todos estos discursos,
hay que sumar las referencias a las ciencias humanas en el camino de su
constitución y encarnación institucional.
Esta nota sobre el materialismo documentalista es importante para Foucault,
pues con ello se quiere subrayar el "sentido histórico" que caracteriza al análisis
genealógico. Ya Nietzsche advertía que, en el caso de una "genealogía de la moral",
se trata de ir "hacia la efectiva historia de la moral", "de la moral que realmente ha
existido, de la moral realmente vivida" (Nietzsche, 1994, p. 24); por esto, se dice,
que el color ajustado a la genealogía es "el gris": ir en esta dirección es acudir a "lo
fundado en documentos, lo realmente comprobable, lo efectivamente existido"
(Ibid.). Es decir, la genealogía va tras lo históricamente atestiguado, de los discursos
y prácticas que hay que descifrar en su enmarañamiento. Si esto, por un lado,
significa la exigencia de un "saber minucioso [...] un cierto encarnizamiento en la
erudición" (Foucault, 1992, p. 6), por otra, diferencia a la genealogía de las
investigaciones que la organizan la historia a partir de proyecciones ideales y
teleológicas. La genealogía, dice Foucault, se opone "al despliegue meta-histórico
de las significaciones ideales y de los indefinidos teleológicos" (Foucault, 1992, p.
6).
Esta oposición a las concepciones de la historia que postulan una fundación
"meta-histórica" de ésta, se deja reconocer, de acuerdo a Foucault, en la crítica de
la noción de "origen" (Ursprung) llevada a cabo por Nietzsche. Con esta noción se
ha buscado asentar un supuesto fundamento de la historia que correspondería
descubrir, a un secreto esencial que se encontraría perdido o suspendido en el
torbellino de los accidentes y de los acontecimientos, pero que sería rescatable por
encima de la historia. "El origen - escribe Foucault - está siempre antes de la caída,
antes del cuerpo, antes del mundo y del tiempo; está del lado de los dioses, y al
narrarlo se canta siempre una teogonía" (Ibid., pp. 8-9). Por el contrario, la
genealogía muestra que eso que se presenta como sustrato último fue ello mismo

[21]
construido, en una determinada coyuntura, con materiales extraños a la idea de
fundamento:

"Pues bien, ¿si el genealogista se ocupa de escuchar la historia más que de


alimentar la fe en la metafísica, qué es lo que aprende? Que detrás de las cosas
existe algo muy distinto: en absoluto su secreto esencial y sin fechas, sino el secreto
de que carecen de esencia, o que su esencia fue construida pieza por pieza a partir
de figuras que les eran extrañas" (Ibid., p. 8).

La historia genealógica señala la artificialidad (Erfindung), lo construido de


nuestros conceptos más valorados, los historiza al colocarlos en conexión con lo
aleatorio de los acontecimientos, con las pasiones en coyuntura, con los
enfrentamientos de voluntades. Es decir, el análisis genealógico no refuta
proponiendo otros universales suprahistóricos, sino que sitúa la emergencia e
instauración de éstos en el proceso real de su funcionamiento empírico (Castro,
2008, p. 207). En consecuencia, se confronta el recurso al origen con la afirmación
de lo azaroso de los comienzos:

"El genealogista necesita la historia para conjurar la quimera del origen [...]. Es
preciso saber reconocer los sucesos de la historia, sus sacudidas, sus sorpresas,
las victorias afortunadas, las derrotas mal digeridas, que dan cuenta de los
comienzos, de los atavismos y de las herencias" (Foucault, 1992, p. 10).

En esta dirección, Foucault considera que el uso por parte de Nietzsche de


la expresión "procedencia" (Herkunft) denota el objeto propio de la genealogía. Esto
significa que la genealogía se orienta a la búsqueda de los comienzos, pero no con
el propósito de rehacer una continuidad sin interrupción de los sucesos o alumbrar
una coherencia causal que ilumine el sentido de una actualidad. La genealogía se
orienta hacia los comienzos o procedencias con el fin de asistir a los juegos
complejos y embrollados de las dispersiones "que han dado nacimiento a lo que
existe y es válido para nosotros" (Ibid., p. 11). Es decir, se trata de una operación

[22]
de historiador que no omite el carácter accidental del que procede lo actual, lo que
se ha logrado instaurar y proponer como verdad que ha de dominar.

"La búsqueda de la procedencia no funda, al contrario, remueve aquello que se


percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido; muestra la heterogeneidad de
aquello que se imaginaba conforme a sí mismo" (Ibid., p. 12).

La genealogía de la procedencia de algo es un quehacer, por tanto, que no


viene a fundamentar, sino a agitar nuestros suelos calmos, a fragmentar lo que se
creía continuo, a mostrar como acontecimientos los avatares coyunturales y tejidos
por capaz heterogéneas. No va, pues, tras una verdad o herencia histórica en la
cual podamos refugiarnos o construir una identidad. Muestra la inestable
precariedad del suelo de nuestras certezas y que el hombre no escapa a la historia.
Es decir, tales avatares, discontinuidades y fragmentaciones de la historia exponen
al hombre a una serie de regímenes que lo modelan. Lo discontinuo se introduce en
su propio ser, su cuerpo no escapa a esta dispersión material:

"En fin la procedencia se enraíza en el cuerpo [...]. El cuerpo: superficie de


inscripción de los sucesos [...], lugar de disociación del Yo (al que intenta prestar la
quimera de una unidad substancial), volumen en perpetuo derrumbamiento. La
genealogía, como el análisis de la procedencia, se encuentra por tanto en la
articulación del cuerpo y de la historia" (Foucault, 1992, p. 12 y 13).

Nos interesa sobremanera esa última indicación respecto a las posibilidades


del análisis genealógico, pues es de esta "maleabilidad" históricamente trabajada
en los cuerpos que se ocupará Vigilar y castigar. Y es de los análisis de esta
modificación de los cuerpos debida a las tecnologías políticas del cuerpo en la
sociedad disciplinaria que nuestra investigación quisiera seguir el hilo. Cabe
anticipar que, en esta dirección, se puede inscribir esta atención genealógica del
cuerpo en el desarrollo de la crítica foucaultiana a la categoría de sujeto y a las
modalidades de producción de la subjetividad (cf. Castro, 2008, p. 209); de una
subjetividad, por tanto, que no se deja aislar por el análisis, pues se encuentra

[23]
enredada en historias, en la "emergencia" de acontecimientos, lo que Nietzsche
designa Entstehung (cf. Foucault, 1992, pp. 13-17), que la remiten a una
confrontación o enfrentamientos de fuerzas, al espacio coyuntural donde "saber" y
"poder" tejen la trama de un surgimiento 7.
¿En qué sentido estas indicaciones sobre el análisis genealógico nos
permiten una entrada a Vigilar y castigar?

2. De la efectividad de las tecnologías de poder

Señalábamos en el inicio de este capítulo que, Vigilar y castigar se abre


estableciendo un contraste entre un relato de la aplicación de la pena del suplicio al
regicida Damiens, en 1757, y el reglamento de las prisiones francesas, redactado
por Léon Faucher en 1838. Advertimos y dejamos en suspenso que esta puesta en
contraste remite a dos figuras representativas de la mutación que ha tenido lugar en
un periodo breve de la administración penal del castigo. Detengámonos, pues, en
esta puesta en contraste para examinar los alcances de las indicaciones
desarrolladas a propósito del análisis genealógico. Más estrictamente, se trata
ofrecer un primer acercamiento al análisis genealógico en tanto que vía de acceso
al cuerpo en situación, al hecho siempre singular de que los cuerpos aparecen en
un juego de relaciones de poder. Y esto, todavía a la luz del capítulo introductorio
de Vigilar y castigar.
Digamos, en primer lugar, que con tales documentos se busca introducir una
historia del castigo y del crimen que desmiente que tal mutación, que tal cambio en
la institución penal se deje explicar por una humanización de las costumbres que ha
empujado a suavizar los castigos y a castigar el crimen más racionalmente, en

7 El siguiente párrafo resume lo que se busca indicar con el término "emergencia": "La emergencia
es pues, la entrada en escena de las fuerzas; es su irrupción, el movimiento de golpe por el que
saltan de las bambalinas a la escena, cada una con el vigor y la juventud que le es propia. Lo que
Nietzsche llama Entstehungsherd del concepto de bueno no es exactamente ni la energía de los
fuertes, ni la reacción de los débiles; es más bien esta escena en la que se distribuyen los unos
frente a los otros, los unos por encima de los otros; es el espacio que los reparte y se abre entre
ellos, el vacío a través del cual intercambian sus amenazas y sus palabras. Mientras que la
procedencia designa la cualidad de un instinto, su grado o su debilidad, y la marca que éste deja en
un cuerpo, la emergencia designa un lugar de enfrentamiento" (Foucault, 1992, p. 15).

[24]
correspondencia con la conformación de una sociedad cada vez más humanista y
racional.
El primero de esos documentos, corresponde a un informe que relata cómo
se aplicó la pena capital a Robert François Damiens, en 1757. Se trata de la
"tecnología del suplicio", caso en el que el poder del castigo es entendido como la
aplicación del arte de hacer sufrir, de causar dolor al infractor ostensiblemente. Es
decir, se trata también de que la aplicación del castigo sea un espectáculo. Como
se considera que toda falta es una falta contra el soberano, se escenifica allí un
combate desigual, una relación fuerzas disimétricas entre el súbdito y el soberado:
esas fuerzas se enfrentan en el cuerpo del supliciado; un poder sin contrapeso
captura y somete a un cuerpo.
Que el suplicio haya tenido carácter de espectáculo tenía que ver con que su
finalidad apuntaba a que el pueblo presenciara ese combate desigual, es decir, que
este funcionara como advertencia para cualquiera que quisiera atreverse a poner
en peligro el poder del soberano. El espectáculo del suplicio, aparentemente, tenía
una función pedagógica, una función aleccionadora para la población.
El segundo documento, aquel del reglamento de las prisiones francesas de
1831 para reconocer que ha tenido lugar una transformación en lo que tiene que ver
con la administración penal del castigo. En consecuencia, el autor se cuestiona qué
es lo que ha pasado entre una aplicación de la pena, que es la práctica del suplicio,
y el segundo documento que tiene que ver con el manejo del tiempo de jóvenes
delincuentes, con un establecimiento de reglas de una prisión. Y entre las
modificaciones que ha percibido Foucault está el siguiente hecho: "ha desaparecido
el cuerpo supliciado [...] ofrecido en espectáculo" (Foucault, 1976, p. 16).
Primeramente, se detiene en la desaparición del espectáculo punitivo: “El castigo
ha dejado poco a poco de ser teatro. Y todo lo que podía tener de espectáculo se
encontrará en adelante marcado con un índice negativo” (Ibid.).
Y es que a los espectadores se les hizo difícil distinguir entre la crueldad o
salvajismo del criminal y del poder jurídico. Incluso habrá casos en que el supliciado
se vuelva objeto de compasión o de admiración. Con ello, señala Foucault citando
a Cesare Beccaria, la ejecución pública comienza a ser vista como un foco que,

[25]
lejos de funcionar contra la violencia, la reanima (Ibid., p. 17). Más aún, estas
reacciones dan cuenta de que, a través del horror que enlazaba al verdugo y al
condenado, la imagen del aparato administrativo de justicia representante del
soberano ha sido mancillada. Efecto no deseado que, por ejemplo, llevará a
fundamentar el reconocimiento de las faltas, de los delitos, de los crímenes no ya
en tanto que faltas contra el monarca o soberano, sino que, en la proliferación de
los "contratos sociales", se argumentará ahora que las faltas han sido cometidas
contra la sociedad. Se seguía trabajando, por así decirlo, la valoración que podrían
tener las personas ante los hechos del castigo, por lo que, resulta ser contra cada
uno de los integrantes del cuerpo social, contra los que habría actuado el
condenado.
Más aún, "el castigo tenderá a convertirse en la parte más oculta del proceso
penal" (Ibid.). La justicia ya no desea tomar sobre sí públicamente la parte de
violencia vinculada al ejercicio del castigo. "Es feo ser digno de castigo, pero poco
glorioso castigar". Incluso ello parecerá como una "vergüenza suplementaria" a la
sentencia. De manera que se establecerán mecanismos administrativos mediante
los cuales se descargará a la justicia de la ejecución de la pena. Y junto con ello, se
llevará a cabo una nueva investidura o "denegación teórica" de la misión de castigar:
lo esencial de la pena, dirán los juristas, no está en castigar, sino en "corregir,
reformar, 'curar'". Pero, como mostrará Foucault, esta vergüenza del castigar no
excluirá el celo. Por el contrario, éste "crece sin cesar" (Ibid., p. 18).
Y conviene tener presente las formas que tomará es "celo" pues, como
venimos de decir, si la desaparición de los suplicios es, por una parte, la borradura
del espectáculo punitivo, ella es también, por otra parte, "el relajamiento de la acción
sobre el cuerpo del delincuente" (Ibid.). ¿Cómo hemos de entender este
"relajamiento"? ¿Cómo se relaciona este "relajamiento" con aquel "celo" que, nos
dice Foucault, no dejará de crecer?
Si bien con aceleraciones y retrocesos desiguales en distintos países
europeos, pese a esta evolución irregular, se puede constatar que en las primeras
décadas del siglo XIX las prácticas punitivas avanzan hacia una transformación. La
relación castigo-cuerpo ya no es idéntica a lo que era en los suplicios. Ya no se trata

[26]
de una operación que se dirige directamente al cuerpo con el objeto producir
sufrimiento, de prolongar el dolor. La instauración misma de la guillotina como
mecanismo para la aplicación de la pena de muerte es concebida bajo la lógica de
tocar lo menos posible el cuerpo. Se conseguiría con ella una muerte instantánea,
una reducción al máximo del sufrimiento corporal. Y es que la pena ha tomado como
objeto principal la pérdida de un bien o de un derecho. La guillotina, casi sin tocar el
cuerpo, suprime la vida o el derecho a existir, "del mismo modo que la prisión quita
la libertad, o una multa descuenta bienes" (Ibid., p. 21). Incluso si la prisión, la
reclusión, los trabajos forzados, la deportación, etc, son penas físicas y recaen
sobre el cuerpo, se entiende que aquí el cuerpo se encuentra en situación de
instrumento o de intermediario; si se interviene sobre él.

"es para privar al individuo de una libertad considerada a la vez como un derecho
y un bien. El cuerpo, según esta penalidad, queda prendido en un sistema de
coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones. El sufrimiento físico, el
dolor del cuerpo mismo, no son ya los elementos constitutivos de la pena. El castigo
ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los
derechos suspendidos" (Ibid.).

Que el cuerpo y el dolor no son los objetivos últimos de la acción punitiva, que, por
el contrario, ésta apunta a fines "más elevados" (Ibid., p. 19), es este "celo",
precisamente, lo que importa analizar. Pues, se pregunta Foucault, "¿Qué sería un
castigo no corporal?" (Ibid., p. 23).
Lo que se evidencia es que ha tenido lugar una ruptura, una "nueva era" en
la justicia penal (Ibid., p. 15), que Foucault intenta reconstruir prestando atención a
las transformaciones del castigo. Y es que el castigo cambia, se adjudica otro punto
de aplicación. Su objetivo principal ya no es el cuerpo del condenado, sino que de
lo que se trata ahora es de intervenir el alma del condenado, de maniobrar una
normalización de las "almas":

“Puesto que - escribe Foucault - ya no es el cuerpo, es el alma. A la expiación que


causa estragos en el cuerpo debe suceder un castigo que actúe en profundidad

[27]
sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones. Mably 8 ha
formulado el principio de una vez para siempre: 'Que el castigo, si se me permite
hablar así, caiga sobre el alma más que sobre el cuerpo'” (Ibid., p. 24).

En otros términos, ahora se va a castigar para lograr efectos sobre el


pensamiento, la voluntad, la herencia o disposiciones del individuo. Es decir, entran
en el veredicto judicial elementos que no son jurídicamente codificables y que
conciernen a un "conocimiento del delincuente" (cf. Ibid., p. 25); elementos
requeridos con el pretexto de explicar un acto, pero que corresponden a una manera
de calificar a un individuo. Al mismo tiempo que el delito, interesa juzgar "el alma
del delincuente", tomarla a cargo en el castigo. De esta manera se han introducido
en el ritual penal toda una serie de objetos, susceptibles de un conocimiento
científico, que viene a doblar y a disociar los objetos jurídicamente definidos y
codificados. Con lo cual se proporciona "a los mecanismos del castigo legal un
asidero justificable no ya simplemente sobre las infracciones, sino sobre los
individuos; no ya sobre lo que han hecho, sino sobre lo que son, serán y pueden
ser" (Ibid., p. 26).
Y si entonces los jueces se han puesto a juzgar algo más que los delitos,
además, en segundo lugar, hacen algo distinto de "juzgar"; otros tipos de estimación
se deslizan en el interior de la modalidad judicial del juicio. Esto lo establece
Foucault contrastando estas novedades con el procedimiento de la información
judicial que se construyó en la Edad Media y que permaneció vigente hasta parte
del siglo XVIII. En este procedimiento: "juzgar era establecer la verdad de un delito,
era determinar su autor, era aplicarle una sanción legal. Conocimiento de la
infracción, conocimiento del responsable, conocimiento de la ley, tres condiciones
que permitían fundar en verdad un juicio" (ibid., p. 26).
Pero ahora el procedimiento es distinto, precisamente cuando al castigo le
interesa el "alma" del infractor: se introducen en el armazón del juicio penal una
serie de juicios apreciativos, normativos, de diagnósticos, de pronósticos que
muestran que la afirmación de culpabilidad se ha convertido en "un extraño complejo

8 Foucault se refiere aquí al filósofo francés Gabriel Bonnot de Mably (1709-1785).

[28]
científico-jurídico" (Ibid., p. 27)9. Lo que interesa subrayar a Foucault en relación
con la introducción de estos tipos de estimación en el mecanismo judicial es que
estos se encuentran adscritos a un conjunto de dominios de clasificaciones
científicas que hace la sanción que condena o absuelve sea algo más una decisión
legal que sanciona, pues ella "lleva en sí una apreciación de normalidad y una
prescripción técnica para una normalización posible" (Ibid., p. 28).
Pero con la irrupción del nuevo sistema penal los jueces no solo juzgan otra
cosa que los delitos y sus sentencias hacen otra que juzgar en tanto que decisión
legal, sino que además, en tercer lugar, el juez no es el único que juzga. La
operación penal en sus distintas fases se ha cargado de distintos elementos y
personajes o especialistas extrajurídicos. Médicos, psicólogos, educadores vendrán
a habitar los engranajes del poder legal de castigar para darle una nueva
legitimación: sí, se castiga, pero lo que se quiere obtener es una "curación", ver si
es posible y hasta donde se puede corregir las almas. De manera que la justicia
penal moderna en su práctica tiende a una "recalificación por el saber", al mismo
tiempo que "un saber, unas técnicas, unos discurso 'científicos' se forman y se
entrelazan con la práctica del poder de castigar" (Ibid., p. 29).
Pues bien, ¿cuáles son los alcances que podemos extraer de este primer recorrido?

3. Una genealogía de la normalización del alma

En primer lugar, este recorrido nos permite comprender el sentido del


contraste con el que se abre Vigilar y castigar, es decir, el contraste entre aquel
relato de la aplicación de la pena del suplicio a Damiens, en 1757, y el reglamento
de las reformas de prisiones francesas, redactado en 1838. Se trata de un

9Sobre la base de ese interés por intervenir a los individuos, donde ya comienza a interesar la historia
del individuo, es decir, las razones que lo llevaron a cometer un delito, y ya no la simple aplicación
de la ley al hecho sin más. Entorno a esas nuevas exigencias es que el código penal va a dejarse
auxiliar por otro tipo de discursos que van a ser los discursos del saber. Conviene subrayar que esta
institución, la institución del derecho, tiene su propio código y pese a que hasta ese momento parecía
bastarle con ello, sin embargo, va a dejar que otro tipo de discursos que son del orden del saber
empiezan a “pulular” alrededor de la ley y dichos discursos son los de la psicología, los de la
psiquiatría, de los magistrados de la aplicación de penas, educadores, etc. Los que hacen que,
precisamente, se pueda prestar mayor atención a los individuos. Además, podría decirse que esto
sería una señal según Foucault de que se daría el vínculo entre las relaciones de poder y el saber.

[29]
reglamento para uso del tiempo y el espacio de los condenados, de ejecuciones
ahora sin ostentación o espectáculo, sobre el que volveremos en el capítulo final de
nuestra tesis. Ahora bien, digamos por ahora que en ambos casos se trata de
aplicación de castigos, pero que en el segundo caso se anuncia que la tecnología
del suplicio, del arte de hacer sufrir los cuerpos ha desaparecido, que se ha
establecido una discontinuidad por la que se ha instaurado la penalidad moderna
con una nueva política del derecho a castigar, y cuyo principal objetivo es la
normalización del "alma". El blanco del castigo ya no sería el cuerpo del condenado,
sino su "alma". Se quiere intervenirla, corregirla. Más exactamente, las referencias
a aquel reglamento de 1838 corresponden a un nuevo tratamiento político del
cuerpo, que ya se hacía camino: la tecnología de la disciplina, donde las relaciones
de saber y poder, esto es, el complejo científico-jurídico en el que se ha convertido
el proceso penal, mostrarán toda su eficacia.
Se trata, en efecto, de un nuevo "celo". Pues el paso de la tecnología del
suplicio a la tecnología del castigo como cambio de punto de aplicación no es
simplemente un simple dejar en paz el cuerpo. Ciertamente, ya no se trata de la
venganza del poder del soberano sobre los cuerpos, pero ahora, bajo la figura de
los derechos suspendidos, las nuevas prácticas del castigo vienen a atravesar el
cuerpo con el objetivo de lograr una corrección del "alma", una intervención en las
disposiciones del individuo. Y para ello se capturará el cuerpo como intermediario
de una táctica coercitiva que logrará asirlo mediante mecanismos perfeccionados.
Más aún, la tecnología de la disciplina, una vez que irrumpa y venga a encabalgarse
al modelo de la tecnología del castigo, se revelará como un poder cuya función ya
no consiste en reprimir, sino en fabricar a los individuos. Y por esto, nos dice
Foucault, ella será un mecanismo productivo de la "anatomía política" que, más allá
de la institución de la prisión, llevará a cabo controles minuciosos de las operaciones
del cuerpo para imponerles "una relación de docilidad-utilidad" (Ibid., p. 141; cf.
Castro, 2008, p.149).
Si bien estas afirmaciones deben todavía ser respaldadas por un trabajo de
análisis, éstas ya no permiten comprender por qué Foucault señala en el capítulo
introductorio de Vigilar y castigar que una historia del "alma" moderna obliga a

[30]
invertir la sentencia de Platón que nos decía que el cuerpo es la prisión del alma:
"El alma, efecto e instrumento de una anatomía política: el alma, prisión del cuerpo"
(Ibid., p. 36).
En segundo lugar, el recorrido efectuado nos permite retomar las
observaciones que hacíamos al comienzo sobre las tareas del "análisis
genealógico". Esto nos permitirá, además, por qué esta "historia de la prisión" da
asidero, como decíamos en la introducción, a un mirador de la sociedad moderna
en su conjunto, de la construcción heterónoma de las "almas". Foucault, en efecto,
formula el objetivo de su libro en los siguientes términos: "una historia correlativa
del alma moderna y de un nuevo poder de juzgar; una genealogía del actual
complejo científico-judicial en el que el poder de castigar toma su apoyo, recibe sus
justificaciones y sus reglas, extiende sus efectos y disimula su exorbitante
singularidad" (Ibid., p. 30).
A la luz de lo desarrollado en el primer capítulo de su libro, Foucault puede extraer
ciertas consecuencias que reconoce como instancias que regularán y le darán
cauce a su investigación:
La primera de éstas nos dice que se tratará aquí de "considerar el castigo
como una función social compleja" (p. 30). Es decir, no se le estudiará los
mecanismos punitivos como si se agotara en la "sanción" y en producir efectos
"represivos", sino asociándolos a ciertos efectos que, aunque pueden parecer
marginales, los muestras en su positividad y su utilidad. Es por esta misma vía que
el rodeo por la historia de la prisión podrá mostrarse asociada a la producción del
individuo de la sociedad moderna.
La segunda regla nos dice lo siguiente: “Analizar los métodos punitivos no
como simples consecuencias de reglas del derecho, o como indicadores de
estructuras sociales, sino como técnicas específicas del campo más general de los
demás procedimientos de poder. Adoptar, en cuanto a los castigos, la perspectiva
de la táctica política” (Ibid.).
Al poner a distancia aquellos análisis que presentan los métodos punitivos
como consecuencias de reglas del derecho o como indicadores de estructuras
sociales generales, y, en cambio, al proponer un análisis de tales métodos como

[31]
"tácticas políticas" que se llevan a cabo mediante técnicas específicas de
procedimientos de poder, señala Foucault un desplazamiento propio del análisis
genealógico. Esto es, no tomar como causa o fundamento aquello que es
consecuencia de las relaciones de poder, aquello cuya procedencia y emergencia
no tiene por comienzo sino las coyunturas, los enfrentamientos siempre singulares
y que cristalizan en una instauración de las fuerzas dominantes. Es desplazamiento
respecto a aquéllas perspectivas, evita, pues, tomar apoyo en las "significaciones
ideales" que éstas podrían argüir.
En el tercer punto se señala: "En lugar de tratar la historia del derecho penal
y la de las ciencias humanas como dos series separadas cuyo cruce tendría sobre
la una o sobre la otra, sobre las dos quizá, un efecto, según se quiera, perturbador
o útil, buscar si no existe una matriz común y si no dependen ambas de un proceso
de formación "epístemológico-jurídico"; en suma, situar la tecnología del poder en
el principio tanto de la humanización de la penalidad como del conocimiento del
hombre" (Ibid.).
Esta nota nos recuerda, en primer lugar, el materialismo documental del
análisis genealógico. Pero además, el traspasamiento de lugares delimitados
respecto a las producciones discursivas o del saber cuyo surgimiento no se separa
del juego de las relaciones de poder. Mostrar analíticamente la "tecnología del poder
en el principio tanto de la humanización de la penalidad como del conocimiento del
hombre" va a significar, en el despliegue de los análisis de Vigilar y castigar, un
cuestionamiento a la tesis del supuesto progreso teleológico de la historia de la
penalidad, a la creencia que el derecho penal avanza de la mano de una sociedad
cada vez más humana y racional; así como también va a significar que estos análisis
no suponen como punto de base a un sujeto de conocimiento susceptible de ser
aislado en su neutralidad e identidad más acá o más allá de las vicisitudes que lo
tiene cogido en las redes de las relaciones de poder 10.

10 Escribe luego Foucault: "Quizás haya que renunciar también a toda una tradición que deja imaginar
que no puede existir un saber sino allí donde se hallan suspendidas las relaciones de poder, y que
el saber no puede desarrollarse sino al margen de sus conminaciones, de sus exigencias y de sus
intereses. Quizás haya que renunciar a creer que el poder vuelve loco, y que, en cambio, la
renunciación al poder es una de las condiciones con las cuales se puede llegar a sabio. Hay que
admitir más bien que el poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque lo sirva o

[32]
Finalmente, como cuarta nota, leemos: "Examinar si esta entrada del alma
en la escena de la justicia penal, y con ella la inserción en la práctica judicial de todo
un saber "científico", no será el efecto de una trasformación en la manera en que el
cuerpo mismo está investido por las relaciones de poder" (ibid.).
Esta última no es particularmente relevante para los propósitos de nuestra
investigación. Recordemos que "la genealogía", de acuerdo a la monografía de
1971 que Foucault consagra a Nietzsche, "se encuentra por tanto en la articulación
del cuerpo y de la historia". Es esta puesta de relieve del cuerpo como lugar de
inscripción de los sucesos, lo que, precisamente, trabajará con detalle Vigilar y
castigar. En suma, se tratará aquí de estudiar las transformaciones "de los métodos
punitivos a partir de una tecnología política del cuerpo donde pudiera leerse una
historia común de las relaciones de poder y de las relaciones de objeto" (Ibid.). Es
así, pues, que el análisis genealógico encontrará arraigo en la "historia efectiva", la
historia de los cuerpos y sus fuerzas, de los cuerpos modulados en relaciones de
saber-poder.

aplicándolo porque sea útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe
relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y
no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder. Estas relaciones de "poder-saber" no se
pueden analizar a partir de un sujeto de conocimiento que sería libre o no en relación con el sistema
del poder; sino que hay que considerar, por lo contrario, que el sujeto que conoce, los objetos que
conocer y las modalidades de conocimiento son otros tantos efectos de esas implicaciones
fundamentales del poder-saber y de sus trasformaciones históricas. En suma, no es la actividad del
sujeto de conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el poder-saber, los
procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así
como también los dominios posibles del conocimiento" (Ibid., p. 34-35).

[33]
Capítulo II
Desplazamientos tácticos: del suplicio al castigo.

1. La tecnología del suplicio.

Lo avanzado en el capítulo anterior nos permite sostener que aquello en lo que


se esfuerza el análisis genealógico, en Vigilar y castigar, es en enfocar y
conceptualizar el modo en que el cuerpo se ha convertido en un componente
primordial para el funcionamiento de las relaciones de poder en la sociedad
moderna. El análisis de lo que allí se designa como la "tecnología política del
cuerpo" procede a un aislamiento metodológico del entrecruzamiento de relaciones
de poder y de saber con el cuerpo, donde se evidencia, finalmente, que el alma
deviene prisión del cuerpo. Es así que el mismo Foucault, en el resumen de un curso
casi contemporáneo a Vigilar y castigar, dirá que sus exploraciones se conducen a
mostrar que "el sujeto psicológico nace en el punto de encuentro del poder y el
cuerpo: [que aquél] es el efecto una cierta 'física política'" (Foucault, 1989, p. 266).
Ciertamente, el término "sujeto psicológico" puede presentarse a equívocos, pues
el análisis, aquí, despoja de toda psicología al cuerpo en cuestión. Es decir, si con
las nociones de "cuerpo" y de "sujeto psicológico" se busca referir a la constitución
de una subjetividad, en el contexto de estos análisis no podrían señalar una
instancia que funciona como interioridad-fuente, sino más como resultado de una
"tecnología política". En otros términos, si Foucault se ocupará de realizar en una
fase más tardía de su pensamiento una "genealogía del individuo moderno como
sujeto", en Vigilar y castigar llevará a cabo una "genealogía del individuo moderno
como objeto" (cf. Dreyfus y Rabinow, 2001, pp. 173 y 199). Prestar atención a las
"tecnologías políticas" significará, por lo tanto, asistir a una constitución heterónoma
de la subjetividad 11.

11 Recodemos la formulación de la tesis de la investigación que Foucault presenta en el capítulo


introductorio del libro: "podemos, indudablemente, sentar la tesis general de que en nuestras
sociedades, hay que situar los sistemas punitivos en cierta 'economía política' del cuerpo: incluso si
no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso cuando utilizan los métodos "suaves" que
encierran o corrigen, siempre es del cuerpo del que se trata —del cuerpo y de sus fuerzas, de su
utilidad y de su docilidad, de su distribución y de su sumisión. Es legítimo, sin duda alguna, hacer

[34]
En consecuencia, nos interesará en este segundo capítulo seguir esta
genealogía de las técnicas de poder orientadas a los individuos, esta "genealogía
de las tendencias de objetivación" (Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 149), prestando
atención, de acuerdo a la secuencia de las partes de nuestro libro, a las dos
primeras "tecnologías de poder". Retomar estos análisis nos permitirá también
explicitar, luego, algunas de las herramientas conceptuales del procedimiento
genealógico que por el momento permanecen en nuestra exposición a nivel
operatorio.
Detengámonos, entonces, en la tecnología de poder del suplicio. En el
capítulo anterior ya realizamos algunas referencias a la práctica de la tecnología del
suplicio a propósito de la relación de su aplicación al regicida Damiens, en 1757.
Resumamos aquellas referencias y recojamos algunos de los desarrollos que
Foucault explora en el segundo capítulo de su libro.
Como señalábamos, uno de los rasgos centrales de esta tecnología es el de
escenificar de manera ostentosa un enfrentamiento desigual entre el súbdito
infractor y el soberano representado por el aparato judicial. Más allá de los perjuicios
a particulares, se considera que toda falta es una falta contra el soberano, por ende,
el espectáculo que se presencia allí corresponde a un modo de entender el poder
de castigar como un arte de hacer sufrir, de causar dolor prolongada y
calculadamente al criminal y a una restauración del orden. En tal manifestación del
poder del soberano, un poder sin contrapeso captura y somete a un cuerpo.

"El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción


diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas
y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que,
olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los 'excesos' de los
suplicios, se manifiesta toda una economía del poder" (Foucault, 1976, p. 40).
Que el espectáculo del suplicio tuviera una función aleccionadora hacia la
población, era también un ritual político: la ley representaba la voluntad del soberano

una historia de los castigos que tenga por fondo las ideas morales o las estructuras jurídicas. Pero
¿es posible hacerla sobre el fondo de una historia de los cuerpos, desde el momento en que
pretenden no tener ya como objetivo sino el alma secreta de los delincuentes?" (Foucault, 1976, p.
32).

[35]
y aquel que la transgredía debía responder a la cólera del rey. Si hasta la "sentencia"
el procedimiento criminal se mantenía "secreto", es decir, opaco para el público y el
acusado, ya que en el orden de la justicia penal el "saber" era privilegio absoluto de
la instrucción del proceso (cf. Ibid., pp. 41-43), a esta opacidad se contrapone la
espectacularidad del castigo que se expresa públicamente. Este ritual de violencia
física, en el que se exhibe excesivamente el poder subyacente a la ley, es también
una "demostración simbólica del poder del soberano" (Dreyfus y Rabinow, 2001, p.
175). El cuerpo del supliciado se transforma en un significante, no solo porque es el
lugar donde el rey puede inscribir su potestad en una ceremonia triunfante entre
otras en que se celebra la figura del rey, o porque el público asistente esperaba ver
allí, en el patíbulo como lugar de expresión del "juicio final", cruzarse la "soberanía
divina" y la "soberanía terrestre" (Foucault, 1976, pp. 51-52), sino en especial por el
papel ambiguo que juega el pueblo en este teatro para "el ejemplo y el terror" (Ibid.,
p. 63). Precisemos este último punto.
Si la multitudes constituyen un componente clave en las ceremonias del
suplicio, si se le convoca para que sean testigos de la venganza del soberano y
responden muchas veces convirtiendo el evento en una suerte de fiesta popular12,
por otro lado, en la espectacularidad del cuerpo supliciado se abrirá un espacio de
incertidumbre que a la larga conducirá a un desplazamiento en lo que se refiere a
la aplicación y la significación de la tecnología del suplicio (Ibid., pp. 64-74). Y es
que, por una parte, si instituir la sumisión era, para esta pedagogía del ejemplo y
del horror, un resultado esperado, esta misma demostración pública del poder
soberano no pocos veces terminó convirtiéndose en una incitación a la protesta y la
revuelta (cf. Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 176).
El autor va a explicar que, si bien es cierto, el castigo era presentado como
un espectáculo, el problema radicaba en que al ser tan cruel la aplicación de los
suplicios, aquello que en un principio tenía como rol aleccionar a la gente, por el
contrario desembocó en que poco a poco las personas comenzaron a "confundirse",
pues comenzaron a identificarse con el sufrimiento de los supliciados. Ya no sabían

12 "El soberano llamaba a la multitud a la manifestación de su poder y toleraba por un instante sus

violencias, que hacía pasar por muestras de júbilo pero a las cuales oponía en seguida los límites
de sus propios privilegios" (Ibid., p. 64).

[36]
quién era más cruel, si el juez que dictaminaba el castigo, aquel que era considerado
criminal, o el verdugo, quien, como el último eslabón de representación del poder
soberano, aplicaba la pena. O, como resume Castro:

"[...] el pueblo agudiza el oído para escuchar a aquel que ya no tiene nada que
perder; cuya voz, en el desgarro de la tortura, hace ingresar dentro de la ceremonia
de la soberanía la fisura molesta de lo excluido. De tal suerte, emergen según
Foucault, "las emociones del patíbulo" que se traducen en el murmullo y la protesta
airada del pueblo frente a un castigo injusto o ante un verdugo inmisericorde"
(Castro, 2008, p. 145).

Es decir, también sucedió la ejecución podía ser considerada como injusta,


ya sea en relación a las acusaciones contra el condenado, ya sea en relación a las
prácticas del verdugo que hacían difícil distinguir entre la crueldad del criminal y la
del poder jurídico. Y hay, escribe Foucault, en esas ejecuciones, "que no deberían
mostrar otra cosa que el poder aterrorizante del príncipe, todo un aspecto
carnavalesco en el que los papeles están cambiados, las potencias escarnecidas y
los criminales transformados en héroes" (Foucault, 1976, p. 66). Y este efecto
colateral no solo reanimaba la violencia sino que también venía a estigmatizar la
imagen del aparato administrativo de justicia representante del poder soberano.
Al respecto, cabe recordar que la confesión era un elemento clave del procedimiento
tanto para alcanzar la "sentencia" como para el espectáculo de la ejecución de la
pena (Ibid., pp. 43-52). Pues, bien, al parecer no fue extraño que el condenado, en
el acto de confesar públicamente, allí donde la tortura hace confluir poder, verdad y
cuerpos, pues "la verdad de la acusación se demuestra por la tortura que lleva a la
verdad" (cf. Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 176), pues bien, decíamos, al parecer no
fue extraño que en algunas casos el condenado de turno utilizara el momento para
proclamar su inocencia y denunciar a las autoridades. Resistencia que se encarnará
en una literatura que Foucault llamará los "discursos del patíbulo". Si la justicia
necesitaba de esas "últimas palabras" del condenado para que autentificara en
cierto modo el suplicio que se le aplicaba, había allí un riesgo, ciertamente. Pero

[37]
toleraba esta práctica que, por el riesgo que implicaba para la glorificación buscada
allí, pudieron haber suprimido.
En todo caso, esos efectos no deseados, el hecho de que la tecnología del
suplicio produzca esta oscilación entre el que merece la gloria y el que merece la
abominación; que, contra el esperado fortalecimiento del poder soberano, conduzca
a un enlace solidario entre el pueblo y los acusados (cf. Foucault, 1976, p. 68;
Castro, 2008, p. 145), que el cuerpo del supliciado, por tanto, ponga en juego estos
equívocos, todo esto va a empujar a un desplazamiento táctico en la política de
apropiación del cuerpo. Es decir, se comenzará a abandonar la tecnología de poder
del suplicio, para hacer lugar a la emergencia de una nueva.

2. La tecnología del castigo.

Como también señalábamos en nuestro primer capítulo, Foucault


establecerá que, en lo que concierne al ejercicio del poder de juzgar y castigar, han
tenido lugar ciertas transformaciones al término del período de la Edad Clásica. A
fines del siglo XVIII parece dejarse observar una moderación de las penas, una
nueva relación entre el cuerpo y el castigo. El espectáculo del suplicio, si bien con
ciertos retrocesos, se conduce a su desaparición.
Foucault destacará aquí varías instancias en juego. Por ejemplo, el discurso
que articularán, en el siglo XVIII, los "reformadores humanistas". Este nuevo
discurso permaneció atento a la ambigüedad representada por la escena del cuerpo
supliciado, y atacará la violencia excesiva tanto de la manifestación del poder
soberano como las glorias de la venganza popular. Demandarán, entonces, la
abolición de esa teatralización de la ejecución, que, por lo demás, manifiestamente
se mostraba ineficaz para el propósito de reducir el crimen. Se promoverá entonces
que la ley no se aplique ya a un cuerpo, pues el juicio se dirigirá en adelante a un
"sujeto jurídico".
Se trata de una nueva interpretación del castigo cuya principal justificación
teórica reposa en las teorías del contrato social, De acuerdo a estas teorías, el
derecho de castigar ya no se apoyará, como su fundamento, en la potestad del

[38]
soberano, sino en la sociedad misma. La sociedad es concebida por estas teorías
como conformadas por el conjunto de individuos que se han agrupado mediante un
acuerdo contractual. El crimen, por tanto, es visto ahora como un ataque a la
sociedad, como un quebrantamiento del contrato vinculante. Y la sociedad en su
conjunto debe desde entonces defenderse en nombre de la "humanidad" que
comparten sus integrantes; tiene derecho de y es su obligación de enmendar las
torsiones (cf. Foucault, 1976, pp. 94-95):

"Se supone que el ciudadano ha aceptado de una vez para siempre, junto con las
leyes de la sociedad, aquella misma que puede castigarlo. El criminal aparece
entonces como un ser jurídicamente paradójico. Ha roto el pacto, con lo que se
vuelve enemigo de la sociedad entera; pero participa en el castigo que se ejerce
sobre él. El menor delito ataca a la sociedad entera, y la sociedad entera —incluido
el delincuente— se halla presente en el menor castigo. El castigo penal es, por lo
tanto, una función generalizada, co-extensiva al cuerpo social y a cada uno de sus
elementos. Se plantea entonces el problema de la "medida", y de la economía del
poder de castigar” (ibid., p. 94).

Esta nueva fundamentación del castigo desplaza la tecnología política hacia


interioridad, hacia el alma del delincuente como "lugar" en el que ha crece aquello
que va a convertirse en una amenaza para el contrato social. Y el daño que, por
sobre todo, hace un crimen al cuerpo social es el desorden que introduce en él:

"el escándalo que suscita, el ejemplo que da, la incitación a repetirlo si no ha sido
castigado, la posibilidad de generalización que lleva en sí. Para ser útil, el castigo
debe tener como objetivo las consecuencias del delito, entendidas como la serie de
desórdenes que es capaz de iniciar [...]. Ahora bien, esta influencia de un delito no
se halla forzosamente en proporción directa de su atrocidad [...]. [Se debe
entonces] calcular una pena en función no del crimen, sino de su repetición posible.
No atender a la ofensa pasada sino al desorden futuro. Hacer de modo que el
malhechor no pueda tener ni el deseo de repetir, ni la posibilidad de contar con
imitadores Castigar será, por lo tanto, un arte de los efectos; más que oponer la
enormidad de la pena a la enormidad de la falta, es preciso adecuar una a otra las

[39]
dos series que siguen al crimen: sus efectos propios y los de la pena" (Ibid., pp. 97-
98).

Que una de las funciones mayores del castigo sea prevenir, que no le interesa
tanto el crimen como intervenir para impedir su repetición posible mediante, para
ello requerirá conocer al delincuente como individuo. Operación que requerirá, eso
sí, de un conocimiento distinto que aquel saber de la anatomía del ritual de los
suplicios. Se puede decir de que en esta nueva tecnología política el cuerpo vuelve
a decir la verdad, pero lo hace a través del control de las ideas y de las
representaciones (cf. Ibid., p. 107; Castro, 2008, p. 146).
El "celo" de esta segunda tecnología política, pues, se ha desplazado hacia el
alma del condenado, y esto mediante "toda una tecnología de la representación".
Del trabajo de manipulación de la representaciones se espera conseguir una
tecnología para la corregir el error y recuperar el orden de la vida social (cf. Dreyfus
y Rabinow, 2001, p. 178-179). El castigo representacional, idealmente, "será
transparente, trasparente al crimen que sanciona; así, para el que lo contempla,
será infaliblemente el signo del delito que castiga; y para aquel que piensa en el
crimen, la sola idea del acto punible despertará el signo punitivo" (Foucault, 1976,
p. 108). Pero además, desde la perspectiva de los reformadores, esta tecnología
de la apropiación de representaciones tendría como efecto la disminución de la
repetición del crimen, un poder disuasivo de la sociedad, a la par que operar una
recalificación del criminal como un sujeto jurídico que puede ser recuperado por la
sociedad. (Foucault, 1976, pp. 110-112).
Se puede decir que el análisis de la tecnología del castigo ocupa el momento
intermediario entre las figuras de los poderes punitivos representadas por aquellas
citas preliminares del relato del suplicio aplicado a Damiens y del calmo reglamento
de Faucher para "la Casa de jóvenes delincuentes de París". Las referencias a los
reformistas permiten a Foucault describir la constitución de una nueva economía del
poder punitivo que se quiere más útil y humano por medio de una tecnología de la
representación que no reconoce más que la positividad de la ley, y donde cada
crimen tiene su ley y cada criminal su pena. Si bien en el siglo XVIII estas
proposiciones coexistirán con la formación de algunos modelos de institución

[40]
carcelaria, es preciso recordar que la forma prisión no era considerada en aquellas
teorías penales.
Ahora bien, lo que resulta determinante de esta tecnología de la representación
para nuestra pregunta directriz, es que ella moviliza la necesidad de un
conocimiento muy preciso en relación a los puntos sobre los que el poder de castigar
tiene que aplicarse. De ahí que no solo se propusieran cuadros compresivos de
cada crimen sino también clasificaciones de criminales. Solo así los códigos legales
podrían acoger las tareas de corrección. Esta exigencia de un conocimiento de gran
detalle va a conducir a que la individuación aparezca como el objetivo último de los
códigos, pero también que el acto de juzgar se encuentre cada vez más vinculado
al desarrollo de las ciencias humanas y de las disciplinas. O, en otros términos, para
expandir el control de los individuos por todo el "cuerpo social", el sistema punitivo
tendrá que recurrir cada vez más a instituciones psiquiátricas, psicológicas,
criminológicas, médicas, pedagógicas (cf. Castro, 2008, pp. 148-149). Es decir, es
el poder disciplinario el que va a irrumpir como nueva tecnología de poder, como
nueva manera de capturar el cuerpo. Como ya señalábamos, para la tecnología
política del castigo, el cuerpo actúa como intermediario para asir y corregir las
almas. Y en este sentido la teoría de la representación y sus posibilidades de
manipulación, asociada con la perspectiva del contrato social, irá mostrando bajo
las exigencias de efectividad o utilidad que se proponía que las almas no son sino
el resultado de procedimientos de castigo, vigilancia y coacción.

3. Del análisis de los desplazamientos.

Antes de retomar el surgimiento de la tecnología del poder disciplinario, tratemos


de precisar algunos puntos relacionados con el procedimiento mismo del análisis
genealógico de la aparición de estas tecnologías políticas del cuerpo.
La genealogía, lo decíamos ya, se opone al procedimiento historiográfico que
presenta un relato de los sucesos midiéndolos según una significación ideal o un
principio teleológico. Se trata del rechazo del "origen" como principio gobernador
que regiría desde un lugar inconmovible o inaccesible la "historia efectiva", es decir,

[41]
que aseguraría su continuidad o sentido. La genealogía permanece más bien atenta
a las discontinuidades, al surgimiento de los cambios en su singularidad y detalles.
Sin embargo, esto no significa simplemente que se acoja a estructuras que,
digamos, tras el abandono de las finalidades metafísicas ponen de manifiesto el
merecido himno al progreso de la sociedad moderna. Y es que es la idea misma de
"progreso" y su construcción moderna la que aquí se encuentra puesta en cuestión
como justificado de tales transformaciones. Esto explica, por ejemplo, que en el
capítulo introductorio de su libro, Foucault, con la intención de caracterizar su propio
intento, marque sus distancias con un análisis sociológico como el de Émile
Durkheim:
"Pero ¿desde dónde se puede hacer esta historia del alma moderna en el juicio?
Si nos atenemos a la evolución de las reglas de derecho o de los procedimientos
penales, corremos el peligro de destacar como hecho masivo, externo, inerte y
primordial, un cambio en la sensibilidad colectiva, un progreso del humanismo, o el
desarrollo de las ciencias humanas. Limitándose, como lo ha hecho Durkheim, a
estudiar las formas sociales generales, se corre el riesgo de fijar como comienzo
del suavizamiento punitivo los procesos de individualización, que son más bien uno
de los efectos de las nuevas tácticas de poder y entre ellas de los nuevos
mecanismos penales" (Ibid., p. 30).

De lo que trata de demarcase el análisis genealógica aquí es de la tesis de


que aquellos cambios de la tecnologías del poder punitivo se dejen comprender al
trazar la historia de las formas institucionales cuya evolución parece estar bien
correlacionada con las grandes transformaciones de los mercados y de la división
del trabajo e iría de la mano capacidad de ciertos valores morales que permitieron
en el siglo XVIII asegurar la formación y la coherencia del "cuerpo social". Para
Foucault, por ejemplo, el valor del individuo no actuaría como el motor de una
transformación del derecho. Al contrario, son los cambios que afectan a la
"economía del poder" los que van a formar a un individuo diferente, lo que va a
empujar a obrar sobre los cuerpos de los individuos. No es un cambio de
sensibilidad ligado al humanismo de las Luces lo que va a llevar a abandonar la
liturgia de los suplicios. Lo que de hecho se puede constatar, al analizar las

[42]
transformaciones "en términos de estrategia" antes que atendiendo al "proyecto que
ha presidido" (Foucault, 1992b, p. 112), es hubo miedo de parte del poder político
ante los efectos de tales rituales, la ambigüedad ingobernable con la que se
manifestaban: que fueran la ocasión de desórdenes por parte de los convocados,
pues el pueblo llamado a asistir a la demostración del poder del rey podía también
volver su violencia contra él.
Sin duda, Foucault no decreta ilegítimo intentar comprender los cambios en
el poder punitivo a partir la evolución de las ideas morales y de las estructuras
jurídicas, pero lo que le parece más esencial es "una historia de los cuerpos", una
"cierta economía política del cuerpo" (cf. Merlin, 2009, pp. 52-53). El cuerpo y, más
explícitamente, lo que es apuntado en él: sus fuerzas, su utilidad y su docilidad, su
división y su sumisión (Foucault, 1976, pp. 32-33). Y es esta atención al cuerpo,
situado siempre en un juego de relación de poder, de luchas y estrategias, lo que le
permitirá le permitirá tramar una historia del "alma moderna" como investida por
alguna mitificación que, precisamente, encubre o simula las operaciones
coyunturales, los combates que permitieron alguna instauración. La genealogía, por
lo tanto, sin caer en ninguna irracionalidad, trabaja a partir de la diversidad y
contingencia de los comienzos, busca restituir minuciosamente los acontecimientos
en su singularidad. Seguramente, un buen ejemplo, entre otros posibles, de un
trabajo desmitificador contra las historiografías que organizan los eventos a partir
de un fundamento-origen es el análisis que presenta Vigilar y castigar del
funcionamiento de los sistemas penales y policiales como modos de gestionar
"ilegalismos" (Ibid., 261-299).
Por otro lado, es necesario subrayar el concepto de "poder" o de "relaciones
de poder" que propone Foucault en Vigilar y castigar. Si en 1970, en el programa
de investigación presentado El orden del discurso(cf. Foucault, 1992c), aún define
el ejercicio del poder en términos negativos: reprimir, prohibir, excluir, anular,
silenciar, precisamente a partir de la monografía dedicada a Nietzsche, en 1971,
esta imagen negativa se encontrará resquebrajada. Así, precisamente cuando se
refiere al "poder disciplinario" en Vigilar y castigar, Foucault dirá:

[43]
"Hay que cesar de describir siempre los efectos de poder en términos negativos:
'excluye', 'reprime', 'rechaza', 'censura', 'abstrae', 'disimula', 'oculta'. De hecho, el
poder produce; produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de verdad.
El individuo y el conocimiento que de él se puede obtener corresponden a esta
producción" (Foucault, 1976, p. 198).

Pues bien, será este carácter positivo del poder, que se hará evidente en el
análisis de la tecnología de poder de la disciplina lo que abordaremos en nuestro
capítulo final.

[44]
Capítulo III
La tecnología de la disciplina.

1. Del surgimiento del poder disciplinario.

Como recordábamos en nuestra introducción, Foucault plantea como objetivo


de Vigilar y castigar el "realizar una historia correlativa del alma moderna y de un
nuevo poder de juzgar". Este planteamiento, en una primera apreciación, podía
tornarse confuso si se tiene presente que el mismo texto se presenta, en su
subtítulo, como una historia del "nacimiento de la prisión". Y, en efecto, se puede
también sintetizar la investigación emprendida en éste como guiada por la pregunta:
¿cómo se puede comprender que, pese a todos los fracasos declarados, la prisión
se haya vuelto tan pronto, tal "naturalmente" el único medio punitivo para la
sociedad moderna? Ahora bien, más estrictamente, lo que persigue aquí Foucault
es el hecho mismo de que la prisión haya podido aparecer como una evidencia. Su
evidencia, su aceptación, si lleva a cabo su análisis sin disfrazar la historia de sus
"procedencia" y "emergencia", arrojaría consecuencias para una comprensión del
hombre moderno, pues esa evidencia, y esta es la hipótesis de fondo del
planteamiento del objetivo del libro que recién citábamos, se enraíza en la lógica de
nuestras sociedades. Y es esta hipótesis de fondo lo que se pone de manifiesto
especialmente con el análisis de la tercera tecnología de poder que emprende
Vigilar y castigar: la tecnología de la disciplina.
Con esta tercera tecnología política nos encontramos ante una nueva forma
de captura, de apropiación del cuerpo, que participa de una táctica general de poder
que progresivamente se ha extendido e intensificado en nuestras sociedades. Su
principal objetivo apunta principalmente a conseguir un sujeto obediente, el cual, a
través del sometimiento de su cuerpo, permanezca en un estado de docilidad
constante: “La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos
dóciles.” (Foucault, 1976, 160). De esta manera, se minimiza la potencial

[45]
peligrosidad del individuo en las virtualidades de su comportamiento (cf. Castro,
2008, p.117).
Sucede que la disciplina siempre está respaldada por una red de instituciones
como lo son por ejemplo: la prisión, la escuela, el taller y el cuartel militar. Hay que
mencionar, además que el autor no considera a la disciplina solo como una
institución, sino que más bien le interesa resaltarla como una técnica. Una técnica
que, ciertamente, puede operar masivamente, como es el caso de las casas de
detención del ejército o del aparato judicial policial; sin embargo, también es una
técnica que puede ser usada con fines específicos, como resulta ser el modo de
operar en las escuelas y hospitales.

“El momento histórico de las disciplinas es el momento en el que nace el arte del
cuerpo humano que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni
tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que,
en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil y viceversa”
(Foucault, 1976, p. 160).

Pareciera que lo relevante que va a ocurrir en el siglo XVIII, tiene que ver con
que se descubre el cuerpo como blanco de estudio y de poder. Por una parte, el
cuerpo se ha revelado como objeto de estudio, que corresponde al saber, en el
sentido de una “anatomo-metafísica”; por otra, como de blanco de poder, esto como
instrumento “técnico-político”. Foucault señala precisamente al libro de La Mettrie,
El hombre máquina, como el lugar de cruce donde se presentan estos dos aspectos
de manera muy desarrollada. Y es desde aquí también que va a extraer la noción,
clave para el análisis, de "docilidad".
Es preciso indicar desde ya que la noción de docilidad no hace referencia
simplemente a un debilitamiento del cuerpo, sino que, por el contrario, se trata de
fortalecerlo. La docilidad se revela más bien en el sentido de utilidad: en la medida
que los cuerpos sean dóciles, lo serán para algo. Es aquí donde aparece, además,
la idea de producción, del "sujeto productor". Ahora bien, demarcándose de la
tradición marxistas de la época, para Foucault, como lo señala ya en el capítulo
introductorio, el sujeto productor solo puede constituirse a partir de un "sistema de

[46]
sujeción", bajo el supuesto de haber sido ya un "cuerpo sometido", dúctil para ello
(Ibid., p. 33). Y es en este sentido que la tecnología disciplinaria se acoplará a
aquella del castigo, analizada en el capítulo anterior, para devenir una fuerza de
intervención que se aplica a los cuerpos individuales (cf. Ibid., 158):

“El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula


y lo recompone. Una anatomía política, que es asimismo una mecánica del poder,
está naciendo; define como se puede apresar el cuerpo de los demás, no
simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se
quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se les determina (Ibid.,
p. 160).

En este punto van a ser claves la nociones de la anatomía o de la de técnica


política, pues se trata de un acto del detalle, y por esta razón ya no va a ser masivo.
El análisis va a ser comprendido como "microfísica del poder", pues, contrario a
situar el poder en algún lugar central, como el Estado, lo analiza en sus operaciones
minuciosas, en su trabajo de detalle. En el caso de la microfísica, lo que se quiere
decir es que esta apunta a determinadas zonas del cuerpo. Foucault va a intentar
analizar esta producción de un cuerpo útil, es decir, como productivo y dócil,
precisamente porque lo va a aplicar sobre lo que él va a llamar las tecnologías
políticas. Es por esto, pues, que el análisis genealógico se comprende aquí como
microfísica, pues lo analizado mismo se destaca como una "fabricación" lograda con
operaciones minuciosas. De ahí que va a analizar cómo se constituye un espacio y
cómo ese espacio va estableciendo determinadas situaciones para los sujetos,
determinadas posturas, gestos, etc. Foucault se pregunta de qué manera ese
espacio está determinado por ciertas cronologías temporales que, a su vez,
obedecen a una programación muy calculada para que un sujeto haga una u otra
cosa. En definitiva, el análisis es microfísica porque la operación es de detalle. “La
disciplina es una anatomía política del detalle” (Ibid., p.161).
A manera de resumen: que la disciplina sea una anatomía política quiere
decir aquí que es arte o técnica de repartición de los individuos en el espacio (se
trate de escuela, del cuartel militar, de las fabricas): cada uno debe estar en su lugar

[47]
según su rango, sus fuerzas, su función, etc.; a la vez que se trata de una técnica
inculcada de control y organización de la actividad o comportamientos a través del
cuerpo; así como también de la composición de fuerzas. Lo que espera a través de
esta "microfísica" de los cuerpos es fabricar pequeñas individualidades funcionales
y adaptadas. Pues bien, para comenzar a avanzar en esta exploración, nos advierte
que:

“no se trata de hacer aquí la historia de las diferentes instituciones disciplinarias,


en lo que cada una pueda tener de singular, sino únicamente de señalar en una
serie de ejemplos algunas de las técnicas esenciales que, de una en otra, se han
generalizado más fácilmente. Técnicas minuciosas siempre, con frecuencia
ínfimas, pero que tienen su importancia puesto que definen cierto modo de
adscripción política y detallada del cuerpo, una nueva 'microfísica' del poder y en
tanto que no han cesado, desde el siglo XVII, de invadir dominios cada vez más
amplios, como si tendieran a cubrir el cuerpo social entero” (Ibid., p.161).

Habría surgido, pues, una tecnología política de los cuerpos operando en


todo momento sobre el individuo. Y pareciera que para mostrar los alcances de esta
novedad en lo que concierne a la "fabricación" de los sujetos, el término “máquina”
fuera el más adecuado. Se puede intervenir apuntado a ciertas zonas del cuerpo y
así lograr ciertos gestos, ciertos automatismos en el comportamiento de los sujetos.
Así, por ejemplo, en los cuarteles:

“el soldado se ha convertido en algo que se fabrica; de una pasta informe, de un


cuerpo inepto, se ha hecho la máquina que se necesitaba; se han corregido poco
a poco las posturas; lentamente, una coacción calculada recorre cada parte de su
cuerpo, lo domina, y se prolonga, en silencio, el automatismo de sus hábitos” (Ibid.,
p. 157).

Se le pide al individuo-soldado unos signos, y esos signos no son sino


expresión del cuerpo manipulado. Se trata, mediante determinada práctica
disciplinaria, de conseguir que el cuerpo hable de determinada manera. Y esto

[48]
también en la escuela, en los talleres de las fábricas. Y seguramente, como
destacará Foucault, el ejercicio de repetición será instaurar en los sujetos
determinados efectos. Así, por ejemplo, recordando ciertos análisis de Marx,
destacará los automatismos logrados con la relación con las máquinas en las
fábricas. En especial, esto alcanzará su efectividad con la aplicación de la "división
del trabajo" y el pobre y fragmentado desenvolvimiento que, con la incorporación de
las máquinas, los obreros desempeñaran en las fábricas. Y es que, en efecto, con
esta división y tecnificación, el trabajador ya no sabe para qué ejecuta lo que
ejecuta, ha perdido de vista el todo de su obrar. Solo debe repetir determinado
movimiento, sin que el sentido habite su hacer. A diferencia de lo que sucedía con
el trabajo del artesano, quien sigue lo que produce de principio a fin y al conocer y
seguir, de esta manera, todo el proceso de lo que hace, sabe la razón de lo que
está haciendo.

2. Los instrumentos de utilización disciplinaria.

Foucault va a poner de relieve tres instrumentos o dispositivos disciplinarios:


la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora y el examen. Es preciso
detenernos en estos análisis.
El primero de éstos, "la vigilancia jerárquica", se refiere a una economía de
la visibilidad que funciona como una estrategia de control sobre el cuerpo. Dicho
elemento funciona como dispositivo de observación, cuyo principal objetivo se
propone como un “juego de la mirada” (Ibid., p. 200). Es en esta instancia donde se
manifiesta de manera más evidente el poder y los efectos que este trae consigo.
Consiste esta, precisamente, en desplegar estrategias, para que puedan operar sin
dificultades, técnicas de vigilancias múltiples. Es decir, eso que ha sido designado
como "el juego de miradas" corresponde a un procedimiento de observación que
opera sin ser visto. Por lo tanto, en este punto se agrega también un componente
relevante a esta táctica: la discreción. De esta manera, la fórmula de la vigilancia
sería más eficaz cuanto mayor sea la intensidad en su aplicación, así como también
si se aplica con mayor discreción. Foucault expresa que lo que mejor encarna este

[49]
procedimiento de la vigilancia es el campamento militar. Lo que le interesa al autor
es la disposición arquitectónica del campamento y esa es la razón por la cual lo va
a utilizar a modo de ejemplo, pues funciona como “el diagrama de un poder que
actúa por el efecto de una visibilidad general”. (Ibid., p 201)
La arquitectura va a incidir de manera tal que va a trazar un campo de
visibilidad general. Y este ideal de visibilidad va a verse reflejado en construcciones
de ciudades obreras, hospitales, asilos, prisiones y casas de educación. Todas
estas edificaciones, encarnadas en diversas instituciones, van a ser modelos de un
encaje especial de las vigilancias jerarquizadas. Ahora bien, todos estas
edificaciones con modelos arquitectónicos van a traer como consecuencia una
problemática, que tiene que ver con el hecho de que no están hechas para ser
vistas, en el sentido de que van a permitir “un control interior articulado y detallado”
desde la vigilancia. Y de esta manera será posible propulsar una transformación en
los individuos. Una transformación que está principalmente enfocada en operar
sobre quienes acoge, lo que trae como consecuencia que sea permisible “apresar
su conducta”. Todo esto desemboca en una conducción de los efectos del poder
que alcanza al individuo, con el fin de darse a conocer y de esta manera lograr
modificarlo.
Algo de similares características ocurre con la disposición arquitectónica del
edificio-escolar, en las escuelas militares. “Educar cuerpos vigorosos, imperativo de
salud; prevenir el libertinaje y la homosexualidad, imperativo moral; obtener oficiales
competentes, imperativo de calidad; formar militares obedientes; imperativo político”
(Ibid., p. 202). De esta manera a lo que apuntan estas disposiciones es finalmente
a encauzar conductas, por lo tanto, el edificio mismo de la escuela debe ser un
aparato, en cuyo mecanismo se introduzca para este fin la táctica de la vigilancia.
Conviene subrayar que es en el siglo XVIII el momento en el cual surge la
invención de la vigilancia jerarquizada, cuyo despliegue adquiere su impulso por
consecuencia de las “nuevas mecánicas del poder” que en ella se inscriben. De esta
manera, el poder disciplinario se transforma en un sistema integrado del cual se
desprende un “poder múltiple, automático y autónomo”. Si bien es cierto, que este
dispositivo de vigilancia se instala primordialmente en los individuos, resulta

[50]
relevante destacar que funciona de manera tal que el sistema de relaciones se da
tanto de arriba hacia abajo, como de abajo hacia arriba, esto significa que se
despliega en su totalidad; o, dicho de otra manera, es atravesado en su conjunto
por “efectos de poder que se apoyan unos sobre otros” (Ibid., p. 207).
Resulta relevante destacar la manera en que la disciplina funciona como
impulsor para que el poder relacional se sostenga de manera "recta". Foucault va a
decir que:

“Gracias a las técnicas de vigilancia, la física del poder y el dominio sobre el cuerpo
se efectúan de acuerdo con las leyes de la óptica y de la mecánica, de acuerdo con
todo un juego de espacios, de líneas, de pantallas, de haces, de grados, y sin
recurrir, al menos en principio, al exceso, a la fuerza, a la violencia. Poder que es
en apariencia tanto menos corporal, cuanto que es sabiamente físico” (Ibid., p. 207).

Llegados a este punto, podemos vislumbrar de qué manera se articula el


aparato disciplinario, cuyo momento determinante radicaría en permitir “verlo todo
con una sola mirada”; un “ojo perfecto”, pues, no hay nada que pase desapercibido
ante él y es, al mismo tiempo, el punto sobre el cual son depositadas “todas las
miradas”. Este punto nos interesa especialmente porque, como se verá luego, su
funcionamiento deviene la antesala para disponernos a explicar el esquema
panóptico.
El segundo instrumento de utilización disciplinaria que Foucault va a analizar
es el de "la sanción normalizadora". En este instante se comprende que el sistema
que opera en el centro de la disciplina resulta ser algo muy semejante a un “pequeño
mecanismo penal” (Ibid., p. 208), al que Foucault llama también “infra-penalidad”, y
que está orientada al sometimiento de los individuos. Este método, a partir del cual
la disciplina va estructurándose, se desenvuelve en virtud de ciertos beneficios,
pues es un sistema que contiene en sí mismo sus propias leyes. De esta manera,
la disciplina tendría la capacidad de administrarse a sí misma en la medida en que
administra su propia manera de sancionar o castigar. En definitiva, es
suficientemente apta para calificar y reprimir conductas.

[51]
Sucede en espacios institucionales tales como el taller, la escuela y el
ejército; lugares donde se ejerce una especie de micro-penalidad, en donde son, a
la vez, calificadas y administradas ciertas conductas en los individuos que es preciso
moderar, allí:

“reina una verdadera micro-penalidad del tiempo (retrasos, ausencias,


interrupciones de tareas), de la actividad (falta de atención, descuido, falta de celo),
de la manera de ser (descortesía, desobediencia) de la palabra (charla, insolencia)
del cuerpo (actitudes “incorrectas”, gestos impertinentes, suciedad) de la
sexualidad (falta de recato, indecencia)” (Ibid., p. 208).

El castigo es utilizado en esta instancia de manera sutil en lo que respecta,


al menos, a lo que Foucault denomina como “castigo físico leve”, “privaciones
menores” y “pequeñas humillaciones”. Son tácticas empleadas con el fin de que el
individuo se mantenga cuidadoso en su comportamiento, pero sin recurrir
abiertamente a la violencia desmedida.
Es preciso sancionar íntegramente al individuo, por medio de una operación
del detalle. Cada parte de su conducta debe ser castigado hasta el más mínimo
elemento, los que a simple vista parecen “indiferentes al aparato disciplinario”. Así
mismo, la disciplina implica también una determinada manera de castigar, lo que le
compete restringir es finalmente la infracción que tiene que ver con todo lo que no
se ajusta a la regla, las desviaciones, pues ellas se oponen al comportamiento
establecido y esperado del individuo. Es, por tanto, “punible el dominio indefinido de
lo no conforme: el soldado comete una falta toda vez que no alcanza el nivel
requerido; la falta del alumno es tanto un delito menor como una ineptitud para
cumplir sus tareas”. (Ibid., p. 209). En otras palabras, el castigo disciplinario, al tener
por función reducir las "desviaciones", es esencialmente "correctivo" y es él mismo
un ejercitar (cf. Ibid. pp. 209-210).
La disciplina se orienta, en cierta medida, en su forma de proceder, desde
binomios que a partir de una calificación de la conducta de los individuos se puede
vislumbrar como “la división simple de lo prohibido”, donde se designaría lo bueno
y lo malo, lo positivo y lo negativo. En este sentido, el dispositivo disciplinario se

[52]
encarga de clasificar a los individuos, de producir jerarquizaciones para ello, de
otorgar valoraciones. Si bien la disciplina contiene un principio sancionador que
recae sobre los individuos, también se encarga de medir los niveles de “verdad”
contenidos en ellos. Y a partir de esta medición consigue reunir un conocimiento
integral, que es utilizado para establecer criterios de diferenciación entre los
individuos.
Es así, por ejemplo, que el éxito de la penalidad radica en que opere de
manera correcta al apoyarse en criterios que tienen que ver con comparar,
jerarquizar, homogenizar y excluir. Es a partir de este esquema, por medio del cual
puede incorporarse a los intersticios de las instituciones disciplinarias y controlarlas.
Las disciplinas, según nuestro autor, han fabricado sobre la base de una serie de
procedimientos un nuevo funcionamiento punitivo. Y es a través de la historia de la
penalidad que, precisamente, se deja comprender cómo se han conformado nuevos
mecanismos de sanción que van a penetrar el tejido social en toda su extensión.
El siglo XVIII ha sido testigo de las transformaciones que se han suscitado a
través de las disciplinas y que han confluido finalmente en lo que Foucault ha
denominado “el poder de la norma”. Donde, por lo tanto, lo normal se establece
como principio de la coerción, así como también de la estandarización, pues se
establecen normas generales por medio de las cuales el individuo debe regirse.
Se trama a partir de las disciplinas, “el poder de la norma”, en la normalización se
va a ver reflejada una diferenciación entre lo normal y anormal y es lo anómalo lo
que es preciso corregir. Por lo tanto, en la disciplina se despliega un poder de
normalización de manera tal que obliga a la homogenización de los individuos,
donde, finalmente, se separa lo que está fuera de la norma. Por otra parte, al
detectarse lo anormal, se produce un proceso individualización en donde se detecta
la diferencia para tenerla marginada y así conseguir una nivelación entre individuos.
Como lo expresan Dreyfus y Rabinow:

“El efecto del juicio normalizador es complejo. Procede de una premisa inicial de
igualdad formal entre los individuos. Ello lleva a una homogeneidad inicial a partir
de la cual se diseña la norma de conformidad. Pero de inmediato, apenas se pone
en funcionamiento el aparato, hay una diferenciación cada vez más fina, que separa

[53]
objetivamente y establece los rangos individuales” (Dreyfus y Rabinow, 2001,
p.188).

El último instrumento disciplinario que va mencionar Foucault tiene la


particularidad de proceder de la misma manera que la vigilancia jerarquizada y la
sanción normalizadora. O, dicho de otra manera, estos dos instrumentos se acoplan
para dar cabida al "examen”: “Es una mirada normalizadora, una vigilancia que
permite calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad
a través de la cual se los diferencia y se los diferencia y se los sanciona”. (Ibid., p
215)
Es en el examen donde se tornan visibles las relaciones de poder y las
relaciones de saber. Se genera en torno a este instrumento disciplinario todo un
juego de preguntas y respuestas, todo un sistema de notación y clasificación. Se
genera, por tanto, un campo de visibilidad que respecta a los individuos, de manera
que se les inserta, por las vías del saber en la norma. Se produce, registros acerca
de los individuos que van a contribuir a un conocimiento más específico y centrado
de ellos.
Se difunden a partir del esquema que tiene el examen diversas instituciones
como la prisión, la escuela, el hospital y la fábrica, en ellas se inscribe de manera
más precisa como se amparan en el conocimiento detallado que obtienen de los
individuos para poder obtener, de manera efectiva, cierta producción de sujetos
disciplinarios. Es el momento en el que el saber contribuye a que el poder consiga
su despliegue de una manera efectiva, pues las instituciones se nutren del
conocimiento del individuo de manera detallada, por lo que ha sido capaz de
desarrollar “un conocimiento del sujeto en cuanto objeto” (Castro, 2008, p. 121). Es
por esto que conocimiento y poder se reúnen en la técnica del examen. Yes por ello
que Foucault va a decir que:

“el examen se halla en el centro de los procedimientos que constituyen al sujeto


como objeto y efecto de poder, como objeto y efecto de saber. Por lo tanto, la
fabricación de la individualidad celular, orgánica y genética combinatoria. Con él se
ritualizan esas disciplinas que pueden caracterizar en una palabra diciendo que

[54]
conforman una modalidad de poder para el que la diferencia individual es
permanente” (Foucault, 1976, p. 223).

3. La herramienta panóptica
.
El modo mediante el cual el ejercicio del poder se hace patente en la
tecnología política de la disciplina, en el que se manifiesta en todo su esplendor, es
en el dispositivo al que Foucault va a identificar con el nombre de "panóptico".
Quisiéramos, finalmente, detenernos en él, por cuanto nos permitirá ahondar en
ciertos argumentos con los cuales hemos procurado responder a nuestra pregunta
directriz, a saber, la pregunta por el modo en que se plantea el problema de la
relación entre "cuerpo" y poder" en Vigilar y castigar. Dicha herramienta apunta,
principalmente, como proyecto de sociedad, a un poder que resulta ser
individualizante, el cual por medio del procedimiento en el que incurre al examinar
a los sujetos, recoge como producto de ello, la fabricación de un cierto saber sobre
los individuos para conseguir nutrir, de este modo, a los códigos penales y a las
instituciones que los representan.
Si bien el panóptico fue un proyecto elaborado inicialmente con el objetivo de
ser utilizado como una herramienta de aplicación carcelaria, se pone de manifiesto
luego, que este instrumento de vigilancia se va a aplicar, ya no solo a las cárceles,
sino que va a ser útil también como mecanismo que se emplea en un espectro de
mayor amplitud, en diversas instituciones y de la sociedad en general.
Foucault va a citar un documento del siglo XVIII, en el que se especifican las
reglas a seguir para enfrentar la peste en una ciudad. Va a decir, que cuando se
produce un brote de peste, esto lleva consigo una serie de esquemas disciplinarios
para controlar y mantener aislada a la población contagiada, pues se pretende con
ello proteger a la población que aún permanecía sana. Así mismo, los vestigios de
la lepra produjeron el exilio del leproso. Con ello se configura el “sueño político de
una sociedad disciplinada”, apartando al individuo anómalo o insano. En esta
instancia, se puede observar de qué modo el poder se lleva a cabo sobre los
individuos, y lo hace en la medida de que controla sus relaciones y desenlaza sus

[55]
“peligrosos contubernios”. Una ciudad asolada por la peste es el perfecto ejemplo,
según nuestro autor, de cómo se consuma toda una jerarquía de vigilancia y de
inspección. “La ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo
que ejerce de manera distinta sobre los cuerpos individuales es la utopía de la
ciudad perfectamente gobernada” (Ibid., p. 230). La enfermedad de la peste, es el
ejemplo de cómo se concreta el ejercicio del poder disciplinario.
Cuando se instauran instancias de control individual se establece una
analítica del poder queobra de tal manera que, en el proceso, se individualiza a los
excluidosy, manteniendo estas exclusiones, se plasma el poder disciplinario. Es a
través de instituciones tales como el asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el
correccional, el establecimiento educacional vigilado y hasta el hospital, donde se
refleja la manera en la que se abarca cada instante, cada parte del control individual.
Un control que consta de una visión binaria: loco-no loco, peligroso-inofensivo,
normal-anormal. También se manifiesta la asignación coercitiva, pues se necesita
un saber del individuo que describa quién es; dónde debe estar; por qué
caracterizarlo; cómo recocerlo; cómo ejercer sobre él, de manera individual, una
vigilancia constante. Por lo tanto, es la labor de la táctica de control disciplinario
mantener a los sujetos identificados e individualizados.
Existe una necesidad permanente de realizar una división constate entre
individuos, entre el que es normal y el que es anormal. El individuo es
constantemente sometido e intervenido por un conjunto de técnicas disciplinarias e
instituciones, que tienen como tarea medir, controlar, y corregir a los sujetos que se
alejan de la frontera de lo normal. Es decir, se anuncia así, por tanto, la necesidad
de marcar a los sujetos anormales para así conseguir expulsarlos o, en caso de ser
posible, modificarlos.

“Una vez que se haya transferido exitosamente el temor por la peste al temor por
lo anormal y se hayan desarrollado las técnicas para el aislamiento de los
anormales, habrá triunfado entonces el paradigma disciplinario” (Dreyfus y
Rabinow, 2001, p. 222).

[56]
El panóptico, ideado por Jeremy Bentham, representa la figura arquitectónica
de esta composición, cuya estructura funciona de la siguiente manera:

“En la periferia, una construcción en forma de anillo; en el cetro, una torre con
anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción
periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa todo el ancho
de la construcción. Tienen dos ventanas, una hacia el interior, correspondiente a
las ventanas de la torre, y otra hacia el exterior, que permite que la luz atraviese la
celda de lado a lado. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar
en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar”
(Foucault, 1976, p. 232).

El panóptico tiene la particularidad de ser un aparato desde el cual se puede


“ver sin cesar” y “reconocer de forma inmediata” a los individuos, por medio de una
luminosidad completa y de la mirada del vigilante. Cada individuo se mantiene bien
encerrado en su celda, desde donde es observado exteriormente por el vigilante.
Se genera, por tanto, una disimetría, pues el sujeto es visto, pero él no ve a quien
lo ve. Se extrae de él cierta información, pero jamás logra obtener comunicación
con el exterior. El efecto del panóptico se perpetra al momento de inducir en el
detenido un estado permanente de visibilidad y, a su vez, al estar consciente de
esto se ve limitado ante el efecto automático del poder, lo que permite “la vigilancia
permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción” (Ibid., p. 233).
El panóptico cumple la función de ser un aparato arquitectónico, la función
de una máquina capaz de sostener y elaborar una relación de poder, de manera
independiente de quien la eche a andar o ejerza. La esencia de este dispositivo
radica en que el sujeto se sepa vigilado de manera incesante, aunque ello no implica
que lo esté siendo realmente. Para Bentham, era conveniente crear un aparato que
tuviera la capacidad de hacer que los sujetos de encierro fueran visibles y, a su vez,
establecer una regla que manifestara que el procedimiento del poder debía ser
“visible e inverificable”. Se habla de visibilidad en el sentido de que, para el preso,
sería inevitable la presencia de la figura de la torre que se eleva ante sus ojos, desde

[57]
donde sería sujeto de observación ineludible. Inverificable, porque no puede saber
de manera exacta en que momento sería realmente objeto de observación.
El panóptico es, por tanto, una máquina de disociar la pareja ver-ser visto. Es
un dispositivo que adquiere relevancia pues, por una parte, automatiza el poder y,
por otra, lo des-individualiza. Para hacer funcionar la maquinaria no es tan
importante quien ejerce el poder, es más, puede ser ejercido por un sujeto
cualquiera. Lo relevante finalmente es que, cualquiera sea el observador, este va a
contribuir a que el detenido se mantenga siempre alerta ante la inquietud que le
produce el ser sorprendido, por la consciencia plena de saberse observado todo el
tiempo.
Para Foucault la maquinaria panóptica contribuye a fabricar “efectos de poder
homogéneo”. No es necesario, por tanto, echar mano a la fuerza para que el
detenido mantenga su buena conducta, ni que el loco mantenga su tranquilidad, el
obrero un buen desempeño en el trabajo, ni el escolar un buen desempeño en sus
deberes, ya que:

“Él que está sometido a un campo de visibilidad, y sabe que lo está, reproduce por
su cuenta las coacciones del poder; los pone en juego espontáneamente sobre sí
mismo; inscribe en sí la relación de poder en el cual juega simultáneamente los dos
papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento” (Ibid., p. 235).

El panóptico también es un elemento útil, pues, a partir de él, es posible


generar una serie de experimentos sobre los individuos, y sobre la base de la
aplicación de dichos experimentos se van verificando luego los frutos, o sea, los
efectos que estos producen. A través de esta maquinaria se hace posible y
permisible emplear una variedad de castigos sobre los condenados, para considerar
cuál de todos los castigos aplicados resultan ser más eficaces y útiles. De esta
manera, se van a ir seleccionando las mejores opciones, y en esa medida, se
genera todo un sistema para producir, por ejemplo, mejores técnicas de rendimiento
en el trabajo de los obreros, así como también se pueden mejorar las experiencias
pedagógicas, para los escolares. Lo realmente relevante finalmente es conseguir, a
través de esta experimentación, algún tipo de transformación. Es por esta razón que

[58]
Foucault, en una de sus denominaciones, llama al panóptico el “laboratorio del
poder”. Es por medio de la utilización de sus mecanismos de vigilancia donde
consigue su eficacia, la capacidad de penetrar en el comportamiento de los
individuos y el saber que se puede adquirir de ellos.
La “ciudad apestada” y el establecimiento del aparato panóptico, contienen
diferencias que son relevantes. Si bien hay un siglo que separa estos
acontecimientos, las transformaciones al interior del “programa disciplinario” son
significativas. En el caso de la ciudad apestada, se da una situación inusual, pues
la lucha es contra “un mal extraordinario”. El poder se eleva entonces de tal manera,
que es necesario crear una serie de tácticas disciplinarias para mantener apartada
la “epidemia-enfermedad”. Pero finalmente todo el conflicto se reduce al “mal
especifico” y local, que es el combate contra el “dualismo vida-muerte”.
El panóptico, por su parte, se comprende como una herramienta de utilización
táctica a nivel general, pues en su forma de proceder se puede observar “una
manera de definir la relaciones de poder con la vida cotidiana de los hombres” (Ibid.,
p. 237). Es también una tecnología que se debe comprender como un sistema
arquitectónico y óptico que se aleja de ser una aplicación particular. Y esto se debe
precisamente a que su aplicación es polivalente. Puede variar en su utilidad, e ir
desde “enmendar a los presos”, pero igualmente se utiliza para instruir a los
escolares, para contribuir a curar enfermos, para vigilar obreros, guardar a los locos
y hacer trabajar a mendigos y ociosos (cf. Ibid., p. 238).
“El panóptico es un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio”,
aunque de todas formas siempre que el procedimiento se ocupe de una multiplicidad
de individuos a los que se les requiere imponer tareas o conductas, es,
precisamente, el momento donde el que el esquema panóptico puede ser aplicado.
Proporciona un control integral y también un saber del cuerpo en el espacio, que se
ven unificados en la tecnología de la disciplina. Es una herramienta que contribuye
a localizar a los cuerpos en el espacio, se establece una distribución de los
individuos en relación con otros, una organización jerárquica, es el mecanismo por
medio del cual se genera una expansión del poder, tiene la función de aumentar el
control.

[59]
En la mecánica del poder, en su forma capilar de su existencia, el poder se
halla inserto en el núcleo mismo de los individuos, de manera que alcanza su
cuerpo, se inserta en los gestos, sus actitudes y su vida cotidiana. Foucault va a
apuntar con el panóptico a una “intervención tecnológica en el orden del poder” se
introduce, en principio, a niveles locales: escuelas, cuarteles, hospitales, etc., donde
se va experimentando la vigilancia integral. Es una figura de la que puede contener
descripciones acerca de las instituciones en términos de arquitectura y de figuras
espaciales. El aparato de vigilancia que se desprende del panóptico contiene varias
aristas. Entre ellas, se puede integrar al aparato policial, que funciona como uno de
los principales vectores de la extensión panóptica: a partir de su incesante vigilancia
controla desordenes, previene peligros de criminalidad y sanciona todas las
desviaciones.
Las razones por las cuales Foucault ha tomado como recurso el ejemplo del
panóptico, tiene que ver con que quiere apoyarse en él para explicar, por qué el
poder se ejerce y no solo se mantiene. Es por esta razón que se ocupa de los
distintos rincones en que el dispositivo panóptico se ha vuelto operativo, cada
institución que “inviste” por medio de su mecanismo de vigilancia y de distribución
del espacio. Por ello su preocupación por exponer cómo se va articulando, cómo va
inundando de manera silenciosa y casi imperceptible cada una de las dimensiones
de la vida del individuo; de qué manera se va atravesando a través del panóptico
todo un proyecto de sociedad, en el cual los individuos mismos son dominados por
sus efectos de poder, ya que son ellos mismos sus propios engranajes.

[60]
Conclusión.

En nuestro estudio nos propusimos la tarea de explicar de qué manera se


articula el vínculo que existe entre el “cuerpo” y el “poder” en la obra de Michel
Foucault: Vigilar y castigar.
Como se ha observado en nuestro análisis, nos interesó explorar los campos
de problematización que aparecen en la obra, estos son encarnados a partir de tres
tecnologías políticas, a saber: el suplicio, el castigo y, por último, la disciplina.
Quisimos poner de manifiesto cómo es que dichas tecnologías se acoplan en virtud
de la elaboración de mecanismos para la apropiación del cuerpo del individuo. De
ahí que se nos presentara al sujeto como un producto de las relaciones de poder,
relaciones que se constituyen, a su vez, por el saber.
En el despliegue de estas tres tecnologías dirigidas al cuerpo, pudimos
observar que, el primer modo de ejercicio del poder se llevó a cabo a través del
suplicio, cuyo dispositivo se revelaba en la forma del espectáculo. Esto se llevaba a
cabo por medio de la tortura pública a los acusados de cometer parricidio, o dicho
de otra manera, a los acusados de cometer crímenes contra el Rey, quien se
adjudicaba un derecho de venganza. En este punto, pudimos notar que el poder se
manifestaba de forma disimétrica, pues, por una parte, observamos la severidad del
castigo de un poder sin igual representado por el soberano, en contraposición con
un cuerpo mínimo, representado por el condenado. Este poder, si se quiere,
aplastante, contenía toda su intensidad en torno a una variedad de tácticas de
tortura para finalmente llevar al individuo a la muerte. En esta instancia, el cuerpo
aún no era instrumentalizado políticamente, por lo que era desechado sin más.
A continuación, pudimos notar un desplazamiento del poder que
identificamos como castigo, o poder de castigar, que operaba por medio del
dispositivo del toque de queda, el que se efectuaba por medio del encierro de locos,
homosexuales, vagos, desempleados, asesinos, prostitutas y ladrones. Se exponía
toda su intensidad a través del control de la movilidad social. La necesidad de
“encerrar” al individuo, y de transformar, en cierta medida, su alma, se condecía con
el establecimiento de una “reforma humanista”. Sin embargo, este argumento
resulta sospechoso para nuestro autor, pues, le parecía que el trasfondo que

[61]
ocultaba esta justificación del modo de castigar, era la excusa perfecta para,
finalmente, poder efectuar todo un control sobre la virtualidad del comportamiento
del individuo.
Pudimos notar en qué medida el desplazamiento táctico emprendido por el
poder disciplinario incurre en una economía que, en cuanto a su proceder, resulta
ser relevante. El ejercicio del poder disciplinario, apoya gran parte de su estrategia
en la herramienta panóptica, dicho aparato
Vimos de qué manera el poder disciplinario tiene la facultad de individualizar
a los sujetos, así como también los moldea para insertarlos en la norma, de ese
modo se hace efectiva la fabricación, depuración y transformación de los sujetos.
Muy por el contrario de lo que sucede con el “poder soberano del Rey”, como ya
vimos en el suplicio, ya que no resultaba necesario individualizar al sujeto, en
absoluto. El poder disciplinario opera de tal manera que logra apropiarse ya no solo
del cuerpo mismo del individuo, sino que además se apropia de su tiempo. Las
herramientas de utilización disciplinaria resultaron ser útiles a la hora de establecer
la configuración que se da entre las tecnologías políticas del cuerpo y el impacto
que tienen sobre la vida del individuo. Pudimos observar que no inciden únicamente
sobre un sujeto encarcelado, sino que también, generan un impacto en el sujeto
común, en su vida cotidiana, quien se ve entramado en un sin fin de tácticas y
estrategias para la apropiación de su cuerpo; de manera que lo examinan y lo
convierten en objeto de saber, aunque dichas tácticas operan de modo casi
imperceptible. Como vimos, en la última etapa de la disciplina, se puede atisbar
como se va apropiando de cada aspecto de su vida.
Se puede apreciar que el ejercicio analítico practicado en Vigilar y castigar,
pone de manifiesto que las transformaciones que históricamente se fueron
produciendo en las tecnologías de poder no se explican sobre la base de progresos
humanitarios o morales. Se trata más bien de estrategias que velan por un
determinado funcionamiento de la sociedad, de aplicaciones tecnológicas de la
política que busca producir determinado sujeto. Y para lograr esto, la intervención
de lo disciplinar en diversas instituciones se ha convertido en el modo más efectivo.

[62]
Finalmente, en lo que concierne a este acercamiento al problema de la
relación entre el cuerpo y el poder, ello ha arrojado que Foucault se ocupa en este
libro con especial intensidad de la constitución heterónoma de subjetividad. Esta
línea de investigación, ciertamente, ya venía siendo desarrollada por nuestro autor,
si bien con otras características, en su trabajos anteriores. Pero lo que nos interesa
resaltar es que esta misma intensidad de los análisis nos abre hacia la pregunta por
la posibilidad de una constitución autónoma de la subjetividad. Cuestión que el
propio Foucault desarrollará en su fase más tardía. Nos interesaría seguir
investigando la obra de este autor, para afrontar cómo se podría llevar a cabo una
reflexión que procurase articular con tal intensidad ambos caminos de la
subjetividad o, en los términos de nuestro autor, de los “acontecimientos de
subjetivación”.

[63]
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