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Quizá los últimos veinte años hayan sido los más fructíferos en relación con la
producción de conocimiento sobre la enseñanza de la literatura; de la mano del
desarrollo y de la paulatina consolidación del campo de la didáctica de la literatura
como terreno de producción de investigación y de impacto en la formación docente
llegan los aportes críticos y reflexivos que develan la complejidad de esa disciplina
específica de la enseñanza escolar. Asimismo, es interesante observar que estos
desarrollos teóricos y propositivos del campo de la didáctica de la literatura se producen
de manera simultánea -y en algún sentido van acompañando- un diagnóstico de crisis,
de puesta en cuestionamiento del sentido de la enseñanza literaria dentro del curriculum
escolar y, más allá, de la literatura como práctica cultural específica. Además, la
llamada “crisis de las humanidades” es también telón de fondo de múltiples
cuestionamientos al lugar de la literatura y a la práctica de su lectura en el horizonte
cultural contemporáneo. Esta crisis busca sus causas en diversidad de dimensiones que
van desde las transformaciones culturales y tecnológicas que estarían desplazando a los
modos de leer y a los soportes de lectura más tradicionales, hasta el efecto deliberado de
las políticas educativas y culturales de corte neoliberal y neoconservador, que tendrían
como propósito empobrecer el horizonte y la experiencia cultural de los sujetos y le
estaría negando al conjunto de los ciudadanos el acceso a determinados bienes
simbólicos y culturales.
Un cono de sospecha parece proyectarse sobre la “utilidad” de la enseñanza literaria en
las escuelas, “utilidad” otrora indiscutible a la luz de los contenidos nacionalizadores y
de cultura general que la experiencia de la enseñanza literaria se proponía trasmitir.
Cada profesor de secundaria en la cotidianidad de su experiencia escolar se pregunta
hoy una y otra vez por el sentido de su tarea de enseñanza y, en especial, por el sentido
a otorgar al objeto “literatura” sobre el que suelen recaer prejuicios cristalizados acerca
de su utilidad, su pertinencia en la formación de jóvenes y adolescentes, su carácter
acaso suntuario. A veces a contracorriente de un discurso único, los profesores de
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literatura persisten acaso enamorados de su objeto, la literatura, e insisten en la
necesidad de su enseñanza, de su difusión y de hacer participar a sus alumnos de esa
experiencia estética a la que consideran fundamental para su formación.
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Frente a esta crisis de legitimidad de los saberes sobre la literatura a ser enseñados en la
escuela se plantean diversas alternativas y desafíos que en los últimos años han venido
mostrando sus potencialidades y límites. Por un lado, la crítica al modelo historiográfico
parece provocar un vacío teórico y epistemológico en la configuración de la disciplina
escolar literatura que ya aparece cuestionada en sus antiguas fronteras nacionalistas: las
parcelas de “Literatura Española”, “Literatura hispanoamericana” “Literatura
Argentina”, “Literatura Mexicana”, “Literatura Colombiana”, etc. no parecen dar cuenta
ya de las expectativas respecto de los saberes posibles que la literatura convoca y que
sin duda exceden el rasgo de inscripción en una determinada nacionalidad, regionalidad
o geografía a lingüística. La relación con la literatura, como construcción cultural y de
lenguaje sobrepasa estas fronteras que ya no podrán ser reproducidas por el curriculum
escolar, al menos de manera acrítica. El debilitamiento de este paradigma organizador
de los saberes escolares sobre la literatura propiciará transformaciones diversas que será
necesario analizar en su complejidad en un análisis comparativo que aún es deuda. Por
tomar un caso, en la Argentina, por ejemplo, en el curriculum de secundaria sancionado
en la década del ’90, el área específica pasa a llamarse “Lengua” y se engloba bajo esa
denominación el estudio de la literatura que ya no será presentada según los criterios de
nacionalidad.
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procedencia (francesa, anglosajona, alemana) enriquecen el campo de saberes
disponible para la construcción de la didáctica de la lengua y de alguna manera estos
modelos se vuelven hegemónicos y subsumen a la literatura como un tipo de discurso
social más entre el resto de los discursos. De este modo, por ejemplo, bajo la categoría
“textos narrativos” se suele hacer referencia tanto a una crónica policial en la prensa
escrita como a la secuencia narrativa de un tebeo como a un cuento literario. Un mismo
esquema narrativo básico común parece atravesar a estos tres objetos diversos puestos
bajo el denominador común de ser textos narrativos. Sin embargo, una perspectiva más
compleja, desde la especificidad del objeto distingue muy bien a los tres pues para el
caso de la crónica policial quizá baste con el reconocimiento de ese esquema básico
pero en el caso del tebeo, el anclaje entre guión e imagen ofrece un campo de problemas
complejos abordados desde la semiología y en el caso del relato literario los problemas
narrativos que el texto literario invita a abordar serán, según el texto, de variada índole
afectando aspectos referidos a la representación, al trabajo con la temporalidad, al
manejo de las voces narrativas, al trabajo con la intertextualidad, entre muchos otros
aspectos.
Se trata entonces de un desajuste epistemológico entre la categoría teórica clasificatoria
y globalizante “textos narrativos” y los objetos que pretende abarcar; así, análisis y
situaciones de lectura propuestas en las clases habrán de reducir las perspectivas de
abordaje de los diversos objetos y generarán, por ende, un empobrecimiento en la
producción de conocimiento sobre cada uno de ellos.
Queda claro que la literatura se presenta como una práctica discursiva de una
especificidad particular cuyas teorías no han llegado a la cotidianidad de lo escolar de la
misma manera en que lo han hecho la diversidad de teorías lingüísticas que engrosan el
catálogo de saberes posibles sobre la lengua. Acaso una menos comunicabilidad de la
teoría literaria o una complejidad mayor para su divulgación hayan dejado este vacío
teórico, solo llenado con algunas excepciones en las que, por ejemplo, se ha trabajado el
concepto de intertextualidad o se han recuperado algunas categorías narratológicas. 5
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aplicacionista, evitar el riesgo de convertir a las diversas teorías literarias en circulación
en meros esquemas de análisis o rasas metodologías o asimismo recuperarlas como si
fueran saberes a ser enseñados en si mismos.
Un proceso de incorporación de teorías en el terreno de la enseñanza supone a su vez un
cambio en las prácticas y es a partir de este diálogo de donde puede producirse una
transformación efectiva de la enseñanza literaria.
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los escritores como agente culturales, de las literaturas comparadas, de las relaciones
entre la literatura y otras artes, entre otras.
Revisar la historiografía literaria escolar implica revisar también los conceptos de
“totalidad”, “sucesión”, “causalidad” a la luz de un arco teórico que va de los
formalistas rusos y su teoría de la evolución literaria hasta las consideraciones de la
arqueología del saber de Foucault y las perspectivas del campo literario de Pierre
Bourdieu.
La misma noción de “canon” habrá de ser revisada a la luz de nuevas discusiones
historiográficas. Ya no se tratará de considerar aquella estatuaria de textos clásicos sino
de reconocer el dinamismo en los procesos de canonización que nos permitirá por un
lado, entender los procesos por los cuales un texto determinado es colocado en el centro
del sistema literario y por otro lado, disponer de patrones conceptuales que permitan
comprender los procesos de incorporación de textos al canon, y diversificación de
cánones posibles vinculados con diversas prácticas culturales que exceden lo
específicamente literarios. De este modo, otras literaturas –orales, marginales,
populares-, otras culturas –juveniles, vinculadas con las nuevas tecnologías y medios,
underground- formarán parte de un canon ampliado por el canon literario y habrá ser
parte de la consideración de la cultura escolar. 7
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desafiando a la propia práctica de enseñanza a buscar modos de propiciar la
intervención de alumnos y profesores diferentes de los tradicionales. Si la historia
literaria parecía apelar a la repetición memorística de información y el estructuralismo a
la aplicación de modelos de análisis, preguntarse por la especificidad literaria –uno de
los problemas centrales que plantea la teoría literaria-, o sobre las relaciones entre
literatura y sociedad o sobre los modos de construir de significado en los textos
literarios desde una perspectiva que jerarquiza la hermeneútica del lector invitan a
pensar estrategias de trabajo en la clase que son de otra índole que la memorización o la
aplicación de modelos y que parecen comprometer especialmente a los sujetos
implicados en la escena de enseñanza-aprendizaje. De este modo, la discusión en torno
a la especificidad literaria –si no muere en cristalizadas definiciones- estará atravesada
por las propias experiencias culturales de los sujetos: las lecturas de formación del
profesor, por un lado, y la diversidad de experiencias escolares y extraescolares con la
literatura y con otros textos que reconozcan los alumnos. Del mismo modo, profesores y
alumnos tomarán partido respecto de las relaciones entre sociedad y literatura o será
posible reconocer variados modos de construir significado en textos literarios en
relación con variables culturales, sociales, ideológicas de los distintos grupos de
alumnos. Enseñar literatura en un Centro de Formación de Adultos que se están
alfabetizando o en una escuela secundaria cuyos alumnos ingresarán a la brevedad en la
Universidad, supone el reconocimiento no de escenarios más o menos favorables para la
enseñanza sino de ocasiones variadas que se presentan como desafíos al profesor para
trabajar en esa diversidad. No se trata de una celebración ingenua o condescendiente de
la diversidad sino de la posibilidad de abordarla como variable fundamental en la toma
de decisiones sobre lo que queremos hacer en cada contexto. En algún sentido
podríamos suscribir la frase de Roland Barthes cuando afirma que es necesario pasar del
análisis inmanente y exhaustivo de los códigos a “relacionar estos códigos con la
sociedad y la historia que los producen y consumen”. 8 La frase de Barthes nos permite
establecer entonces una interrelación entre la dimensión retórica, la histórica y las
transformaciones de sentido que los distintos grupos de lectores le imprimen en sus
lecturas a los textos.
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procedimientos de connotación, los préstamos intertextuales, el particular modo de
trabajar la referencia, la peculiaridad del sistema de enunciación literaria, cierto modo
de procesar la experiencia, entre otras características. Trabajar en relación con estas
características retóricas del discurso literario supone un conocimiento descriptivo de los
distintos fenómenos que no habrán de presentarse en la situación de enseñanza como
conocimiento descriptivo sino como problemas o estrategias de lectura específicas sobre
la que los lectores-alumnos podrán avanzar. El desafío de desentrañar los sentidos
posibles de una metáfora o de descubrir el efecto de lectura que provoca un cambio en
la posición del narrador son prácticas posibles en las que la función de la teoría no es la
de mera rejilla clasificatoria ni la de ociosa especulación conceptual.
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–en el sentido bajtiniano- procesa en su construcción los otros discursos sociales. En
este sentido podríamos afirmar que la lectura de textos literarios habilita para leer
cualquier tipo de discurso.
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aspectos lingüísticos y culturales, que recuperan lecturas previas y decisiones de
escritura tomadas anteriormente. Se trata de un proceso de experiencia acumulada que
no debe reducirse al difundido esquema del proceso cognitivo de la escritura entendido
como planificación, escritura, reescritura, sino que debe asumir la complejidad de las
decisiones que la escritura de textos de ficción supone. En este sentido podemos decir
que existe un saber práctico acumulado que se puede leer en los diarios de ciertos
escritores, en los borradores o bitácoras publicadas donde es posible observar la
complejidad de las decisiones. Asimismo los estudios de genética textual han encarado
en los últimos años distintos corpus de manuscritos y borradores en los que se analizan
los procesos de escritura de escritores consagrados. Una zona de vacancia en la
investigación y en las experiencias escolares en secundaria es la de hacer el seguimiento
del proceso de producción de textos de grupos de adolescentes en taller observando allí
sus modos de llevar adelante la tarea de escritura. En distintas experiencias hemos
podido observar el modo interesante y productivo en que los adolescentes son capaces
de producir textos metaanalíticos donde dan cuenta de sus procesos de lectura y
escritura. Sin estar ceñidos a esquemas previos los jóvenes escritores desarrollan
protocolos narrativos en los que se vislumbra la riqueza de la reflexión y la complejidad
de las decisiones, los modos en los que invención y trabajo con el lenguaje tensionan en
busca de soluciones a desafíos de escritura formulados en las consignas solicitadas o
generados por los propios escritores.
En este sentido es necesario afirmar que el taller de lectura y escritura se define como
una epistemología y no como mera metodología. Primero porque rompe con la llamada
concepción “bancaria” del conocimiento: el taller se propone como un ámbito de
producción de conocimiento donde se da lugar a la pregunta, a la indagación, a la duda,
a la sospecha y la desnaturalización de lo dado. En el taller se trabaja sobre las
producciones, sobre las lecturas y las escrituras, propias y ajenas, que se convierten en
objeto de estudio. Jerarquizar las prácticas de lectura y escritura no supone un
vaciamiento de contenidos: el taller ratifica la importancia de los saberes específicos de
lengua y literatura en el curriculum y en la formación docente. En nombre de las
prácticas, en nombre del desarrollo de las competencias –comunicativas, lingüísticas-, o
de la adquisición de habilidades, podemos estar operando un vaciamiento de contenidos.
El taller supone la intervención del docente y no su desplazamiento a un segundo plano
y esta intervención tiene su reaseguro en la formación del docente en los contenidos
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específicos propios del objeto de enseñanza como es la teoría literaria respecto de la
literatura.
Por fin, queda como una cuestión a resolver la de la relación entre formación docente,
trabajo docente y prácticas de lectura y escritura. ¿Cuál es el lugar de la lectura y la
escritura en la formación de profesores de literatura? Más allá de las lecturas del canon
académico, ¿cuáles son las “otras” lecturas, las que realiza el futuro profesor más allá de
los requerimientos institucionales? ¿Cuánto tiempo queda para esas lecturas más allá de
tiempo escolar? ¿Qué circuitos de trasvasamiento se producen entre unas lecturas y
otras? ¿Es posible llevar al aula esa novela de algún autor contemporáneo que leí en las
últimas vacaciones? ¿Dónde, cuándo, con quién se toman esas decisiones? Otras
preguntas: ¿cuál es el lugar de la escritura en el período de formación inicial del
profesor de literatura? Seguramente se escriben monografías, informes, trabajos finales
pero ¿se escribe ficción? ¿se le otorga algún estatuto de conocimiento a la propuesta de
escribir textos de ficción en la formación? ¿Cuál es el lugar reservado a la escritura en
general y a la escritura de ficción en particular en la práctica profesional del profesor de
literatura?
En el ejercicio de responder a estas preguntas parece jugarse la diferencia entre las
trayectorias, las experiencias, las oportunidades que cada profesor tuvo para sí, las
realidades institucionales y de contexto en las que algunas de estas prácticas es posible,
fue posible o forma parte de la cotidianidad de la tarea.
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NOTAS
1. En 1969, se realizó el Coloquio Cerisy-la-Salle cuyo tema de convocatoria fue la
enseñanza de la literatura. Allí presentan intervenciones intelectuales centrales
del campo intelectual francés de esa época como Roland Barthes, Tzvetan
Todorov, Gerard Genette, Algridas Greimas, Michael Rifattterre, Serge
Doubrovsky, a través de diez días de debate y de seiscientas páginas de actas
que constituyen el punto de partida de una traición crítica sobre la enseñanza de
la literatura.
2. Entre las revistas cabe mencionar: “Littérature/Sciencie/Idelologie”, Nro. 1,
mayo-junio de 1971; “Cahiers pedagogiques”; Nro. 89, 1970; “Littérature”, Nro.
7, octubre de 1972; “Poétique”, Nro. 30, abril de 1977; “Pratiques”, Nro. 38,
junio de 1983; “Le francais Dans le monde”, febrero-marzo de 1983 y “Etudes
francaises”, Nro. 23, 1-2, 1987-88. Un ejemplo de los trabajos críticos de
Pratiques es el artículo de Pierre Kuentz publicado en 1972, “El reverso del
texto”, en el que se hace un análisis exhaustivo del manual de historia literaria
como formación discursiva– con sus estrategias de fragmentación, montaje,
ilustración, sistemas de notas y paratextos.
3. Son varios los textos, en varias lenguas que realizan en sus correspondientes
contextos la crítica a la historiografía literaria escolar y al libro de texto, al
manual de historia literaria como dispositivo didáctico para esos contenidos.
Entre otros podemos nombrar. Lore Terracini, I segni e la scuola. Didattica
della letteratura come pratica sociale, Torino, La Rosa, 1980; Angelina
Rodrigues, O ensino da literatura no ensino secundario. Uma análise de
manuais para-escolares, Lisboa, Instituto de Inovacao Educational, Ministerio
da Educacao, 2000; Juan Sánchez Enciso y Francisco Rincón, Enseñar
literatura, Barcelona, Laia, 1987 y Bombini, Gustavo, La trama de los textos.
Problemas de la enseñanza de la literatura. Buenos Aires, Libros del
Quirquincho, 1985. (segunda edición ampliada, Buenos Aires, Lugar Editorial,
2002)
4. Por ejemplo, en la Argentina, ya en 1915, en su “Plan de reformas a la
enseñanza secundaria” formulaba críticas a una enseñanza de la literatura
“memorística y libresca” apoyada en libro oficial como poseedora herramienta
de “verdades ya hechas”. Por el contrario, Nelson plantea la lectura y análisis de
obras literarias completas. En Bombini, Gustavo, Los arrabales de la literatura.
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5. Un ejemplo posible es la obra Literatura comparada e intertextualidad de
Antonio Mendoza Fillola, Madrid, la Muralla, 1994.
6. Christian Jouhaud, editor del número dedicado al tema “Literatura e historia” de
la revista francesa Les Annales, citado en Ceserani, Remo, Introducción a los
estudios literarios, Barcelona, Crítica, 2004.
7. Bombini, Gustavo, Otras literatura / otras culturas: un problema pedagógico.
Revista Textos de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Nro. 9, julio de 1996,
Barcelona, GRAO.
8. Barthes, Roland, “El análisis retórico” en Barthes y otros, Literatura y sociedad,
Barcelona, Martínez Roca, 1969.
9. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, Kafka. Por una literatura menor, México,
ediciones era, 1978.
10. Una propuesta en este sentido es la de Cuesta; Carolina, Discutir sentidos. La
lectura literaria en la escuela, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006.
11. Existen dos libros que dan panoramas interesantes sobre los desarrollos de
propuestas de escritura de ficción: Coto, Benigno Delmiro, La escritura creativa
en las aulas. En torno a los talleres literarios, Barcelona, Grao, 2002 y Frugoni,
Sergio, Imaginación y escritura. La enseñanza de la escritura en la escuela,
Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006.
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